La explicación atlántica


Si se considera como el “eslabón perdido” entre el Viejo y el Nuevo Mundo, la Atlántida (o los puentes terrestres atlánticos) constituye una explicación tan fácil para tantas cosas, que podría decirse, parafraseando a Voltaire, que de no haber existido habría sido necesario inventarla.


Desde el punto de vista cultural, nos permite comprender ciertos conocimientos existentes en épocas antiguas que resultan mucho más fácilmente explicables si suponemos la existencia de una civilización más antigua, que desarrolló originariamente una cultura y sabiduría que luego traspasó a unos herederos que en algunos casos resultaron menos hábiles para desarrollarlas! Como podemos apreciarlo en la Edad Media y en otros ejemplos más actuales, el progreso y la civilización no siempre avanzan de manera progresiva.

 

En ocasiones parecen dudar, estancarse e incluso retroceder.


Ciertos aspectos específicos de la información que poseemos indican que en el mundo de la Antigüedad existía un conocimiento científico mayor de lo que suponíamos. Aparte del saber geográfico demostrado por los escritos clásicos en sus referencias a otros continentes, las alusiones a la astronomía, que suelen aparecer confusas o disfrazadas bajo la forma de leyendas, son expresión de una educación y una cultura que posteriormente se perdieron a lo largo de las civilizaciones, hasta que fueron redescubiertas por el mundo moderno.


Por ejemplo, ¿cómo podían los antiguos saber, sin ayuda de telescopios, que el planeta Urano cubría regularmente con su superficie a sus lunas durante su movimiento de rotación alrededor del Sol? El fenómeno se explicaba en forma mítica afirmando que el dios Urano comía y vomitaba alternadamente a sus hijos. Hasta épocas relativamente modernas no existió un telescopio lo bastante poderoso como para advertir este fenómeno ¿De qué fuente obtuvo Dante Alighieri su “visión anticipada” de la Cruz del Sur, doscientos años antes de que el primer europeo la hubiese visto o hubiese sabido acerca de ella?

 

En La Divina Comedia describió lo que apareció ante sus ojos después de abandonar el infierno en la montaña del purgatorio. Lo que sigue es una traducción libre:

“...Me volví hacia la derecha, mirando hacia el otro polo, y vi cuatro estrellas, nunca antes contempladas excepto por los primeros pueblos. El cielo parecía centellear con sus rayos. ¡Oh, desolada región del Norte, incapaz de verlas...!”

Aparte del misterio de la Cruz del Sur, ¿a qué primeros pueblos se refería Dante?


Cada cierto tiempo aparece algún artefacto perteneciente a una antigua cultura que suele hallarse tan fuera de lugar respecto a su época que casi resulta increíble. En la British Association for the Advancemente of Science se puso en exhibición en 1853 una lente cristalina similar a las modernas lentes ópticas. Era una verdadera curiosidad porque fue encontrada en una excavación hecha en Nínive, la capital de la antigua Asiría, y correspondía a una época anterior en mil novecientos años al advenimiento de la técnica moderna para el pulimento del cristal.


En Esmeralda, frente a la costa de Ecuador, entre los restos precolombianos extraídos del fondo del océano y considerados por los arqueólogos como objetos de una gran antigüedad, apareció una lente de obsidiana de unos cinco centímetros de diámetro, que funciona como un espejo y que reduce pero no distorsiona la reflexión. En las excavaciones de La Venta, correspondientes a la cultura olmeca en México, se han encontrado otros pequeños espejos cóncavos de hematita, un mineral magnético de hierro que admite un elevado índice de pulimento. Se considera en la actualidad que la cultura olmeca es la más antigua de México.

 

El examen demostró que estos espejos habían sido esmerilados mediante un proceso desconocido que los hacía más curvos cuanto más cercano al borde. Aunque no se sabe con certeza para qué se utilizaban, ciertos experimentos han demostrado que pueden ser utilizados para encender el fuego, reflejando el sol. En unas excavaciones en Libia, en el norte de África, se han encontrado unos utensilios que parecían ser lentes, y Arquímedes, el científico inventor siciliano de la Antigüedad, utilizó también instrumentos ópticos, según afirma Plutarco, “para que el ojo humano pudiera contemplar el tamaño del Sol”.


Algunas veces no se sabe en qué consisten los hallazgos arqueológicos. El caso de la computadora marina de Grecia es un buen ejemplo. Fue hallada en el año 1900 en unas antiguas ruinas del fondo del Egeo, junto a una notable colección de estatuas; entre ellas la muy famosa de bronce, de Poseidón, que ahora se encuentra en el museo de Atenas junto a la computadora. Parecía una combinación de placas de bronce en las que aparecía una escritura irregular. Daban la impresión de que el mar hubiera soldado las placas con el transcurso del tiempo.

 

Después de limpiarla y someterla a un estudio más completo se concluyó que era una calculadora, con un sistema de engranajes sincronizados que aparentemente servía como una especie de regla de cálculo para “captar” el sol, la luna y las estrellas, con fines de navegación. Este solo hallazgo ha provocado un cambio considerable en nuestra actitud hacia la navegación de la Antigüedad.

Otro caso es el mapa de Piri Reis, un plano del mundo que pertenecía a un capitán de marina turco del siglo XVI y que mostraba las costas de Sudamérica, África y partes de la Antártica, pese a que resulta inimaginable pensar cómo pudo ser incluido este continente helado. Más increíble resulta aún el hecho de que los estudios antárticos modernos confirman la exactitud del mapa.


El Piri Reis (Reis o Rais era el rango de capitán o patrón de un navío) habría sido diseñado a partir de los antiguos mapas griegos perdidos en la destrucción de la biblioteca de Alejandría. Si hubiese sido copiado de otros mapas más antiguos, ello significaría que durante la Edad Media se perdieron u olvidaron importantes conocimientos geográficos que estaban a disposición del mundo de la Antigüedad.


Desde el pasado nos llegan ciertos indicios misteriosos acerca del uso de otros “inventos” que hasta ahora no se creía que hubieran existido en épocas antiguas. El uso de explosivos es un buen ejemplo, ya que el descubrimiento de la pólvora y el fuego griego parecen perderse en las brumas de los tiempos. Los chinos utilizaban explosivos como algo corriente, antes que la pólvora fuera conocida en Europa.

 

Edgerton Sykes, la más importante autoridad británica en el tema de la Atlántida, cita a R. Dikshitar, de la Universidad de Madras, quien afirmaba que el uso de explosivos ya era conocido en la India en el año 5000 a. de C. El fuego griego de Bizancio que ayudó a los bizantinos a conservar su imperio durante el milenio posterior a la caída del Imperio romano de Occidente, era un misterio ya entonces. Parece que lo lanzaban desde las galeras en vainas o proyectiles y al chocar contra otras galeras seguía ardiendo, aunque le echasen agua.


Es posible que los explosivos fueran utilizados en Europa en varias ocasiones, durante los ataques de Aníbal contra los romanos. En todo caso, si ése era el material empleado, lo mantuvieron secreto para que los romanos pensaran que se trataba de poderes sobrenaturales al servicio del enemigo. Los romanos contaban que las rocas eran destruidas por el fuego y por un tratamiento posterior con agua y vinagre. Más tarde, en la batalla de Tresimeno, la tierra tembló y grandes piedras cayeron sobre los romanos, que fueron derrotados por los cartagineses. Hay que observar que si se trató de un terremoto, los cartagineses no lo sufrieron y que, además, se aprovecharon de él inmediatamente.


Algunos años antes, en la India, las tropas de Alejandro Magno habían vivido una experiencia aterradora. Los defensores de una ciudad hindú les lanzaron “truenos y rayos” desde las murallas de la población que estaban atacando.


Se ha sugerido incluso que la caída de las murallas de Jericó fue ocasionada en realidad por los explosivos colocados en túneles excavados bajo ellas por los atacantes hebreos y no por el estruendo de sus trompetas.


En todo caso, éstas y otras referencias a algo que guarda un asombroso parecido a los explosivos aparecen una y otra vez en los documentos antiguos. Normalmente, esas armas secretas parecen haber sido utilizadas por culturas más antiguas-, que las heredaron de otras, sin que se sepa quiénes fueron los primeros en hacer uso de ellas.


Cuando se estudia la gran pirámide de Gizeh se tiene la impresión de que alguna raza superior de artesanos del pasado hubiese dejado un documento para épocas futuras, ya fuese con fines educativos o como prueba de sus conocimientos científicos.


Aparte de su tamaño no se había advertido nada extraordinario en la gran Pirámide, hasta la ocupación francesa, cuando los agrimensores de Napoleón comenzaron a trazar un mapa de Egipto. Como es natural, eligieron la gran pirámide como punto inicial de su triangulación, y al usarla como base notaron primero que, si seguían las líneas diagonales del cuadrado de la base, trazaban con toda exactitud el Delta del Nilo, y que el meridiano pasaba exactamente por el ápice de la pirámide, cortando el Delta en dos partes iguales.


Era obvio que alguien había dispuesto que la pirámide estuviese en aquel lugar por una razón especial. Ulteriores estudios de las medidas del monumento demostraron que si el perímetro de su base es dividido por el doble de su altura se obtiene la cifra 3,1416, ó “TC”. Su orientación es exacta, dentro de los 4 minutos 35 segundos. La pirámide tiene su centro en el paralelo 30, lo cual es de por sí desusado, puesto que separa la mayor parte de la superficie terrestre del planeta de la mayor porción cubierta por el océano.

 

Desde el lado que da hacia el Norte sale una galería que lleva a la cámara real. Desde el final de esta galería, y a través de millones de toneladas de rocas perfectamente dispuestas, se puede ver en línea recta la estrella polar, que en la época de la construcción de la pirámide pertenecía a la constelación del dragón. La altura de la gran pirámide multiplicada por un billón da la distancia de la Tierra al Sol. Cada lado resultó igual, en codos, al número de días que tiene el año. Otros cálculos indican el peso de la Tierra y su radio polar, y el estudio de un receptáculo oblongo de granito rojo hallado en la cámara real sugiere todo un sistema de medidas de volúmenes y dimensiones.


Los estudios de la gran pirámide han sido el tema de muchos libros y ahora se hallan hasta cierto punto desacreditados, debido al exceso de entusiasmo de algunos escritores que pretendieron encontrar ciertas profecías en las medidas del monumento y en sus galerías interiores. La mayor de las pirámides egipcias es aparentemente la única que contiene tales “medidas de registro”, y no existen indicios de que los egipcios pensaran, a lo largo de los siglos, que hubiese allí nada, excepto tesoros, o tuviera otra finalidad que la de ser la tumba del faraón.


Hay un aspecto misterioso en el origen de la civilización egipcia: aproximadamente en la época de la primera dinastía, alrededor del 3200 a.C.,

Egipto pasó repentinamente de una cultura neolítica a otra avanzadacasi de un día para el otro, en términos históricos—

...con herramientas de cobre muy eficaces, que les permitieron construir grandes templos y palacios y con las que desarrollaron una civilización avanzada y una escritura muy elaborada. Aparentemente, no pasaron por una etapa intermedia. ¿Cómo alcanzaron los egipcios ese estadio cultural? Maneto, un historiador de la época de Ptolomeo, afirmaba que había sido obra de los dioses que gobernaron el país antes de Menes, el primer faraón.


Los Upanishads, antiquísimos libros religiosos de la India, contienen algunos pasajes que durante siglos parecieron oscuros y difíciles de interpretar. En cambio, si se consideran desde el punto de vista de la composición molecular de la materia, resultan bastante sencillos. Constituyen otro caso de conocimiento científico conservado gracias a libros sagrados. A la antigua India le debemos nuestro conocimiento del cero, o más bien nuestro uso del cero. Nos llegó desde allí a través de los árabes, que lo escribían como un punto.


Sin embargo, los mayas de México y Guatemala también lo conocieron y lo utilizaron con asombrosa exactitud en cálculos astronómicos y cronológicos.


En los calendarios del antiguo Egipto y de México se advierte una interesante coincidencia astronómica. Ambos calcularon —o tal vez recibieron la información de otra fuente— que el año está compuesto de 365 días y seis horas, basándose en una división de los meses que dejaba cinco días complementarios al final de cada año y una cantidad adicional en cada ciclo, que en el caso de los aztecas era de 52 años, y en el de los egipcios de 1460 años. Nuestra fecha equivalente al comienzo del año azteca y egipcio (iniciaban el suyo en el mes de Tot) era para ambos el 26 de febrero.


Sin embargo, junto a estos notables conocimientos, matemáticos y de otra naturaleza, nos encontramos con que los mayas y otros pueblos amerindios no conocían las posibilidades que ofrecía la rueda para el transporte. Se pensaba que ninguno de ellos había conocido el uso de la rueda, hasta que se encontraron ciertos juguetes mexicanos antiguos, con ruedas. Tal vez la conocieron en una época y luego la olvidaron. Era como si la cultura hubiese retrocedido. Cuando los conquistadores españoles llegaron a América, la civilización maya se hallaba en un período de decadencia, y también la gran cultura tolteca de México se había eclipsado, lo mismo que la de los primeros constructores sudamericanos del Cuzco y Tiahuanaco.


Desde que se descubrieron las ruinas mayas pudo advertirse la sorprendente similitud entre la arquitectura maya y la del antiguo Egipto. Los mayas construyeron pirámides, columnas, obeliscos y estelas (pero no el verdadero arco), usaron jeroglíficos y bajorrelieves como elementos decorativos y describieron incidentes históricos en frisos de piedra. Aunque otras arquitecturas amerindias también recuerdan a la egipcia, con sus pirámides y construcciones masivas que se extienden por Centro y Sudamérica, la maya es a la vez la que más se adentra hacia el mar y la que más se asemeja a la de Egipto.


Al estudiar el origen de las culturas maya, olmeca y tolteca y el de las civilizaciones de otros pueblos precolombinos de América Central, advertimos que Sahagún, un cronista de la conquista española, consigna un curioso informe tomado de fuentes antiguas, en el sentido de que sus culturas se exportaron a México y América Central desde otro lugar. Y cita el siguiente párrafo de un documento indígena:

“... vinieron atravesando las aguas y desembarcaron cerca (en Vera-cruz)... los ancianos sabios que tenían todos los escritos, los libros, las pinturas”.

En su edición comentada del libro de Dorihelly, Edgarton Sykes ofrece una interesante explicación respecto a la costumbre maya de abandonar sus ciudades y construir otras nuevas. Si los mayas llegaron desde territorios situados al este de la América Central — dice— sin duda, vivieron en esas regiones que posteriormente quedaron sumergidas, lo cual les habría obligado a abandonarlas y a construir otras que finalmente también se hundieron. Este hábito de huir de los territorios inundados podría explicar la costumbre maya de abandonar una ciudad tras otra antes de que el mar les alcanzara.

 

Naturalmente, sigue en pie la teoría generalmente aceptada de que los mayas dejaban sus asentamientos después de haber agotado las tierras que los rodeaban y que habían cultivado tras desbrozar la selva. Sin embargo, frente a la costa mexicana y bajo las aguas del Caribe, existen ruinas mayas, y algunos especialistas piensan que las numerosas ruinas “nuevas” Crecientemente descubiertas en una prospección aérea corresponderían también a esa cultura o tendrían un origen aún más antiguo.


El aparente retroceso cultural, o más bien la ausencia de progreso desde un punto de partida muy avanzado, son también evidentes en el Imperio incaico. En efecto, los pueblos que precedieron a los incas en Sudamérica dejaron construcciones que resultan inexplicables. Cuando examinamos los restos arquitectónicos de Perú y Bolivia nos resulta imposible comprender cómo fueron construidos. Los bloques de piedra del Cuzco son de dos tipos distintos: los que utilizaron los incas en sus templos y palacios y los que aparecen en las construcciones básicas, perfectamente escuadradas, de enormes proporciones y que encajan exactamente unos con otros.

 

Estos habrían sido obra de los predecesores de los incas, de quienes sólo quedan algunas leyendas.

  • ¿Cómo pudieron los pueblos primitivos cortar y transportar por terrenos montañosos estas piedras ciclópeas, mayores que las de las pirámides egipcias?

  • ¿Y cómo pudieron los predecesores de los incas encajar los bloques con tanta perfección, si su técnica era muy primitiva?

  • ¿Y, si podían dar forma a los bloques de piedra, como obviamente lo hicieron, por qué no los cortaron en líneas rectas, en lugar de usar extraños ángulos para luego hacerlos coincidir como si se tratara de un enorme rompecabezas?

Una posible respuesta a la última pregunta sería que intentaban dotar a los edificios de una mayor resistencia a los terremotos, ya que en la región andina se han producido terribles movimientos terrestres, en épocas relativamente recientes.


La ciudad de Tiahuanaco, a orillas del lago Titicaca, en Bolivia, constituye otra inexplicable ruina ciclópea. A su llegada, los primeros españoles la encontraron abandonada. Estaba construida con enormes bloques de piedra, algunos de los cuales pesan hasta doscientas toneladas, y estaban unidos por pernos de plata. Dichos pernos fueron sacados por los conquistadores españoles, lo que provocó que los edificios se desplomaran en los terremotos subsiguientes.

 

Se han encontrado piedras de cien toneladas enterradas para servir de cimientos a las murallas que sostenían las construcciones y también se hallaron marcos de puertas de tres metros de altura y setenta centímetros de ancho, esculpidas en bloques de una sola pieza. Según las leyendas locales, la ciudad fue construida por los dioses, y se diría que los constructores eran superhombres, ya que estas enormes ruinas se hallan a 4000 metros de altura y en una zona árida, incapaz de proporcionar los alimentos necesarios para alimentar a la gran población indispensable para levantar construcciones tan inmensas.


Algunos arqueólogos sudamericanos creen que Tiahuanaco (nadie sabe cómo llamaban a la ciudad quienes la levantaron, ya que no existen documentos al respecto) fue construida en una época en que el suelo estaba a un nivel casi 3200 metros por debajo del actual. De hecho, en los alrededores existe un antiguo puerto abandonado. Esta teoría se basa en los cambios que ha experimentado la cordillera de los Andes y que vienen atestiguados por los depósitos de piedra caliza o líneas de demarcación del agua que han quedado en laderas y montañas. Además se apoya en el supuesto de que la región de los Andes y del lago Titicaca fue levantada, destruyendo y despoblando Tiahuanaco y otros centros de esta cultura prehistórica.

 

Los restos de mastodontes, toxodones y perezosos gigantes encontrados en lugares cercanos sugieren esta variación en la altura. Esos animales no podrían haber vivido en la altura que dichos territorios tienen en la actualidad. Y tampoco la población necesaria para construir una ciudad como aquélla, habría podido subsistir en una zona tan árida y elevada. Entre las ruinas se han encontrado representaciones de estos animales en cerámicas, debidas a la mano de los habitantes de la región, posteriormente desaparecidos.


Los arqueólogos locales calculan que Tiahuanaco fue abandonada hace unos diez o doce mil años, pero todavía queda mucho trabajo por hacer hasta determinar una fecha más exacta. No obstante, dicho cálculo resulta muy verosímil, ya que en general coincide con el que los sacerdotes egipcios comunicaron a Platón como época del hundimiento de la Atlántida. Mientras una parte del mundo se hunde, otra se levanta, como si se produjeran grandes pliegues o balanceos de la superficie de la Tierra. Se cree que en este “repliegue” también fue afectada la costa occidental sudamericana.


Durante el programa de investigación oceanográfica de Duke, realizado en 1966, las cámaras de gran profundidad fotografiaron columnas excavadas en la roca y situadas en una meseta submarina frente a la costa del Perú, a 2000 metros de profundidad. Las grabadoras de sonido detectaron otras variaciones insólitas y un fondo marino muy llano.


El doctor Maurice Ewing, del Observatorio Geológico Lamont, hizo la siguiente declaración, refiriéndose al sistema de fallas y cordones sísmicos del océano:

“...El efecto opuesto a la tensión es la compresión, que da como resultado el pliegue de la superficie terrestre. Los sistemas montañosos continentales, como las Montañas Rocosas y los Andes, tuvieron su origen probablemente en uno de esos pliegues”.

Existen otros indicios acerca de las civilizaciones prehistóricas de Sudamérica que resultan desconcertantes, como por ejemplo los juguetes con ruedas correspondientes al antiguo México, y hay una tradición que afirma que los antiguos habitantes de la región peruana desarrollaron un sistema de escritura por jeroglíficos similar a las de las civilizaciones centroamericanas.

 

Sin embargo, los incas lo prohibieron, tal vez por no ser productivo, e introdujeron su propio sistema de memorización, a base de cuerdas anudadas y coloreadas. Estas cuerdas, que servían para llevar un registro de los tributos, los impuestos y el censo, es posible que constituyeran de por sí un sistema de escritura o computación.


Por otra parte, algunas de las construcciones antiguas son tan enormes que resultan casi inverosímiles. En Cholula, México, hay una colina que fue originalmente una pirámide y ahora está coronada por una iglesia. Se cree que fue construida como refugio, en prevención de futuras inundaciones, pero una confusión de idiomas provocó la dispersión de los constructores (una leyenda que resulta bastante familiar).

Comparación de un arco falso en tai ruinas de Palenque (México) y Micenas (Grecia).

 

En las afueras de Quito, Ecuador, hay una montaña que tiene una forma tan regular que algunos observadores piensan qué se debe a la mano del hombre, es decir, que se trata de una pirámide gigantesca. De todos modos, la impresión general es que resulta demasiado grande como para haber sido hecha por el hombre. Las enormes pirámides toltecas y aztecas eran bases de templos levantados en la cumbre, y maravillaron a los españoles, que las llamaron “mansiones del cielo”.

 

En el mundo atlántico y en el Mediterráneo primitivo encontramos monumentos y construcciones de piedra de análogas proporciones masivas. Los misteriosos círculos monolíticos de Stonehenge, los dólmenes de Bretaña y Cornualles, los fuertes neolíticos de Irlanda, Aran y las islas Canarias, las murallas ciclópeas del sur de España, la continuación del “cinturón de pirámides”, que se inicia en América y atraviesa Etruria, el norte de África y Mesopotamia, los palacios de piedra, las tumbas, templos y conjuntos de cavernas de Cerdeña, Malta y las islas Baleares, y la existencia en la Grecia y Micenia arcaicas de restos de una arquitectura ciclópea similar y de idénticos arcos a los utilizados en el Yucatán.


Algunas de estas estructuras megalíticas pudieron responder a una finalidad concreta por parte de sus constructores, pero a nosotros no nos resultan claros a primera vista. Los grandes círculos de piedra de Stonehenge, en Inglaterra, son interesantes, no sólo por el tamaño de las piedras y el problema de cómo fueron transportadas y colocadas, sino más aún por la forma racional en que fueron erigidas. El eje central de Stonehenge coincidía exactamente con la salida del sol en pleno verano. Otros hallazgos parecen confirmar el propósito de que fuera un enorme reloj astronómico, y sus correlatos exactos demuestran que sus constructores no sólo tenían conocimientos de astronomía sino también de trigonometría.
 

En Avebury encontramos otra serie de construcciones de piedra destinadas a servir de calendario y grandes dibujos planos que fueron trazados en la tierra pero que sólo resultan visibles desde arriba. Estos grabados son tan grandes que su diseño pétreo sólo puede ser advertido mediante la fotografía aérea. Cornualles, zona en la que están situados muchos misteriosos dólmenes, es una península, y es la porción de Inglaterra que más se adentra en el Atlántico, avanzando tal vez hacia el lugar, de donde llegaron los constructores originales para levantar los que parecen enormes “relojes planetarios” de piedra.
 

Al otro lado del Atlántico, en la región desértica que se encuentra a unos 200 kilómetros al sur de Lima, Perú, existe una sorprendente serie de formas geométricas que aparecen junto a inmensas figuras de pájaros, animales y personas dibujadas en la tierra.


Sus dimensiones son tan enormes que sólo pueden apreciarse desde el aire, y uno se pregunta cómo podían los artistas comprobar el trabajo que estaban realizando, sin disponer de algún medio que les permitiera observarlo con una perspectiva aérea. Más insólito resulta aún el conjunto de líneas y franjas trapezoidales. Al igual que los dibujos, no fue advertido hasta 1939, cuando las observó desde un avión un profesor de historia que estudiaba las técnicas antiguas de regadío.


Se cree que estas figuras se deben a los nazcas, un pueblo indio anterior a los incas y posteriormente desaparecido. Una de las teorías respecto a ellas afirma que están en conexión con las relaciones entre las estrellas y las líneas del solsticio y el equinoccio de la era nazca. En otras palabras, que serían un enorme calendario astronómico que hace pensar en Stonehenge y Avebury.

 

Las leyendas locales las atribuyen a la diosa Orichana, que descendió a la Tierra en un “barco del cielo, tan brillante como el Sol ”. Podría sugerirse que la diosa necesitaba un vehículo espacial para apreciar las figuras, o que tal vez los dibujos y rayas formaban parte de un sistema de aterrizaje..


En todo caso, es evidente que los descendientes de los nazcas o los habitantes indígenas actuales de las zonas donde se encuentran estos insólitos y tal vez “funcionales” monumentos han olvidado la finalidad con que fueron construidos.


Las largas hileras de menhires (enormes piedras dispuestas verticalmente) y los dólmenes (rocas dispuestas sobre un conjunto de bloques de piedra verticales), cuyo equilibrio es un misterio, podrían tener relación también con observaciones, tiempo o las estaciones. Pero uno de los dólmenes, llamado “la roca parlante”, fue utilizado recientemente para que predijera el futuro y según parece, al preguntársele respondía “sí” o “no” mediante una inclinación de su enorme masa.

Arte prehistórico de la época de las cavernas. Se encuentra en Altamira (cerca de Santander, España), y es una muestra muy elaborada de la pintura rupestre.

Cabeza de caballo aurignaciense procedente de la cueva de Le Mas d’Azil (Francia).

 

No podemos dejar de mencionar la incógnita cultural que constituyen las antiquísimas pinturas de las cavernas de Europa, en Lascaux, Altamira y otros lugares, lo mismo que las del Sahara, en África, que datan de la época en que esa región no era todavía un desierto. Dichas pinturas mágicas, que representan la cacería de animales, aparecen en diversas cuevas de España, Francia y África y generalmente se consideran obra del hombre de Cromagnon, correspondiente a una cultura preglacial que habría existido hace treinta mil años.

 

Algunas de esas pinturas son elementales, pero otras resultan muy elaboradas en cuanto a estilo, composición y tratamiento del tema, de modo que parece que las cavernas en que se hallan hubiesen sido utilizadas por grupos prehistóricos muy diversos. Entre ellos había algunos que poseían una técnica artística muy estilizada y desarrollada, que debe haber tardado varios siglos en configurarse.

 

Al examinarlas ahora, al cabo de más de treinta mil años, parecen extrañamente modernas, a diferencia de lo que ocurre con muchos de los períodos artísticos de los siglos intermedios. ¿Cómo y de dónde llegó repentinamente a Europa occidental y al norte de África esta raza de artistas tan desarrollados? ¿No podrían ser refugiados de una región sumergida en el océano Atlántico?


Sin embargo, ninguna de las similitudes arriba descritas, ni las formas arquitectónicas aparentemente relacionadas con ellas aportan prueba alguna de la existencia de la Atlántida. Actualmente es sólo una presunción, una hipótesis de trabajo, que si resulta cierta, haría que muchos aspectos aparentemente desconectados encajaran perfectamente.

Bosquejo de un gran “elefante” precolombino hallado en Wisconsin y pipa encontrada dentro de un túmulo en Iowa (Estados unidos).

 

Podríamos decir que ésta es la “explicación atlántica” de la Piahistoria, basada en la presunta existencia de un antiguo continente atlántico, o especie de puente terrestre entre América y Europa. Esta supuesta conexión terrestre explicaría también los hallazgos de huesos de mamuts o elefantes, leones, tigres, camellos y caballos primitivos que se han encontrado en América. Aunque ninguno de esos animales estaba allí cuando llegaron los españoles, sus restos han sido positivamente identificados. Bochica, el maestro que llevó la civilización a la nación chibcha de Colombia, habría llegado allí, según las leyendas, con su mujer y cabalgando a lomos de camellos.


El elefante, o quizás el mamut, es un motivo que aparece con frecuencia en el arte y la arquitectura amerindia. ¿Los vieron acaso los indios precolombinos, o simplemente los reconstruyeron después de examinar sus huesos? En todo caso, parecían conocer que los elefantes poseían una trompa. En Palenque, Yucatán, se encontraron adornos con forma de cabeza de elefante y máscaras en bajorrelieve representando el enorme animal, y en Wisconsin existe aún un promontorio que luce claramente la figura de un paquidermo en sentido vertical.

 

Con razón se le conoce como el montículo del elefante. También se han descubierto pipas de esa forma en otro promontorio indio, en Iowa. En la América Central precolombina se hallaron pequeñas reproducciones de elefantes alados, fabricados en oro, que se usaban como adornos para el cuello colgando de una cadena. En relación con este último caso, un crítico italiano sostuvo que si los elefantes no tienen alas hoy, probablemente tampoco las tenían entonces.

 

Pero entonces, ¿cómo se explican los caballos alados, como el Pegaso, que encontramos en nuestras propias artes y leyendas?

Antigua representación mexicana de un elefante, o de una figura ornada con una máscara de elefante.

 

En su libro The Shadow of Atlantic, A. Braghine sugiere la existencia de otra relación entre elefantes y mamuts y las variaciones ocurridas en la superficie terrestre en la misma época del supuesto hundimiento de la Atlántida, y traza un paralelo entre los numerosos mamuts que se han hallado congelados en Siberia, de una antigüedad de unos doce mil años, y un campo entero de huesos de mastodonte que ha aparecido en Colombia, cerca de Bogotá.

 

Braghine piensa que todos esos animales murieron a consecuencia de un súbito cambio climático. Algunos de los mamuts siberianos aparecieron de pie, congelados y con restos de comida sin digerir en sus estómagos.

 

Pero este tipo de alimentos ya no existe en aquella región. Por otra parte, se ha sugerido que pudieran haberse ahogado en un mar de lodo que posteriormente se congeló. Braghine piensa que la repentina muerte de los mastodontes se debió a una súbita elevación del terreno en que pastaban, como lo indica la cantidad de huesos hallados en un solo lugar cerca de Bogotá. Se calcula que ambos fenómenos —la elevación de Sudamérica y la inundación de los pantanos siberianos— fueron acontecimientos contemporáneos aproximadamente al momento en que, según Platón, se habría producido el hundimiento de la Atlántida.


Se ha citado el caso de animales menores que también servirían de prueba para la teoría de que la tierra estaba unida allí donde hoy hay océanos. En Europa, el Norte de África y en las islas del Atlántico, aparece el mismo tipo de gusanos de tierra. Tanto en América como en Europa se puede encontrar un mismo crustáceo de agua dulce, y hay ciertas especies de escarabajos excavadores que sólo se desarrollan en América, África y el Mediterráneo. De las mariposas halladas en las islas Azores y Canarias, dos terceras partes son iguales a las de Europa y alrededor de una quinta parte a las de América.

 

Hay un molusco, llamado oleacinida, que sólo existe en América Central, las Antillas, Portugal y en las Azores y Canarias. Dado que los moluscos están pegados a las rocas y salientes próximos a la costa y sólo se desplazan a otros lugares cuando encuentran determinadas temperaturas, tienen que haber existido algunos puentes terrestres que explicarían la presencia de estos moluscos, en puntos tan distantes unos de otros.


En una caverna de la isla de Lanzarote, cerca de la Cueva de los Verdes, en las islas Canarias, existe un estanque de agua salada en el que habitan unos pequeños crustáceos llamados munidopsis polymorpha que son ciegos y que no existen en ningún otro lugar. Otras especies, similares a la anterior pero no ciegas, los munidopsis tridentata, viven en lo que podría ser la salida submarina de esta laguna atlántica, situada casi a una milla de distancia, en el océano. Los científicos que han estudiado este fenómeno piensan que los munidopsis ciegos quedaron atrapados en el estanque subterráneo hace miles de años y perdieron gradualmente la vista.


Cuando el descubrimiento de las islas Azores, se encontraron allí conejos, lo que sugiere la existencia de algún tipo de conexión terrestre, a no ser que los cartagineses los hubiesen importado, cosa que parece improbable.


Volviendo a los animales de gran tamaño, la presencia de hombres, vacunos, ovejas y perros en las islas Canarias, en la época de su descubrimiento en el siglo XIV sería más fácil de explicar, ya que las islas se encuentran relativamente cerca de África. Sólo un punto oscuro: cuando fueron descubiertas, los habitantes de las islas Canarias no poseían embarcaciones, lo que no deja de extrañar tratándose de isleños.


Por otra parte, mar adentro frente a las Azores suelen verse focas, a pesar de que generalmente esos animales no suelen abandonar la costa. La hipótesis atlántica explicaría que, probablemente, las focas habrían seguido una línea costera que prácticamente unía el Viejo y el Nuevo Mundo, para luego quedar prisioneras, como otras especies, a causa de la catástrofe. A este respecto cabe recordar el informe de Aeliano acerca de los “carneros de mar”, con cuyas pieles se confeccionaban las cintas que llevaban en torno a la cabeza los “gobernantes de la Atlántida”.


¿Es posible que toda la fauna de las islas atlánticas -moluscos, crustáceos, mariposas, conejos, cabras, focas y personas— corresponda a sobrevivientes en cumbres montañosas de un continente sumergido?


Por último, hay que considerar la cuestión de la propia Edad de Bronce. El hombre comenzó a usar esta aleación de cobre y estaño muchos siglos antes de utilizar el hierro. Por otra parte, el uso del bronce era común en el norte de Europa y en Europa occidental, así como en el Mediterráneo, y tanto los incas del Perú como los aztecas de México lo conocían. Las culturas de la Edad de Bronce de España, Francia, Italia, África del Norte, e incluso Europa del Norte, nos están proporcionando constantemente pruebas de la existencia de una civilización mucho más avanzada de lo que antes se suponía.


Si bien, por lo que sabemos, los indios de América nunca utilizaron el bronce, en cambio produjeron ciertas amalgamas de cobre. Las minas cercanas al lago Superior presentan indicios de minería cuprífera que datan del año 6000 a.C. Otros pueblos indios eran hábiles metalúrgicos, y los de México y América Central nos han legado hermosos y complejos utensilios y joyas fabricadas con metales preciosos.

 

Los incas extrajeron enormes cantidades de oro y plata de sus minas y no las utilizaron para acuñar moneda, sino para fabricar artículos de gran belleza en los que se advierte un afán religioso de dar realce a la Casa imperial. Al oro le llamaban “Lágrimas del Sol” y a la plata “Lágrimas de la Luna”. Según los primeros testimonios de los conquistadores españoles, en los jardines del inca existían árboles de plata admirablemente labrados en los que se posaban pájaros de oro.


Aparentemente, el uso del hierro forjado tuvo su origen en Asia Central y se difundió hacia el Este y el Oeste, mientras su predecesor, el bronce, se extendió por un gran círculo alrededor del Atlántico, que parte desde América hacia Europa del Norte y se adentra en el Mediterráneo.


La cultura etrusca constituye un ejemplo particularmente interesante del bronce mediterráneo, con carretas y armas de ese metal que no pudieron resistir a los romanos, y a partir de entonces se desvanecieron en la historia, dejando documentos escritos en un alfabeto que aún no había sido traducido. No deja de ser una extraordinaria coincidencia que Platón mencione específicamente el país de los etruscos, Liguria, como una de las colonias de la Atlántida.


La cultura de la Edad de Bronce se extendió por el norte de África y llegó hasta Nigeria, donde el antiguo pueblo Yoruba desarrolló una avanzada y elaborada civilización. Entre otras estatuas de bronce encontradas en Ife, Nigeria, una de las más interesantes es la cabeza de Olokun, dios del mar y, como Poseidón, señor también de los mares... y de los terremotos.
 

Cuando uno considera las similitudes que existen entre las diversas culturas de la Edad de Bronce prehistórica en términos de un arco extendido alrededor del Atlántico oriental y su “entrada”, el Mediterráneo, habría que recordar también la similitud de nombres que describen en líneas gruesas el mismo arco: Atlas, Antilla, Avalón, Arallu, Ys, Lyonesse, Az, Ad, Atlantic, Atalaya, y otros “americanos”, como Aztlán, Atlán, Tlapallan, etc.

 

Son nombres que se aplican a una tierra o paraíso perdidos, al emplazamiento original o al territorio desde el cual llegaron los maestros, que estaría localizado en el mar de Oriente u Occidente, según la orilla del océano de donde provienen las leyendas. ¡Cuántas cosas explicaría la Atlántida si estuviésemos tratando de resolver algunos de los misterios de la Prehistoria!

 

Siguiendo la hipótesis de un punto central en el Atlántico desde el que habría crecido y a partir del cual se habría difundido una importante civilización prehistórica, desaparecida posteriormente a causa de una catástrofe, podríamos explicar ciertas asombrosas coincidencias culturales y algunas leyendas comunes sobre inundaciones en el Nuevo y el Viejo Mundo, la distribución de algunos animales y pueblos; la elevación y hundimiento de masas terrestres, los indicios de retrocesos de la civilización; de conocimientos y técnicas perdidas que sólo se conservan en leyendas; las evidencias de un arte muy elaborado que habría existido en períodos prehistóricos, y en una palabra, el origen y propagación de la civilización misma.

 

Sin embargo, por muy plausible que nos resulte esta hipótesis, queda aún en el terreno de la pura teoría debido a la falta de pruebas más concluyentes. Y las teorías necesitan demostración.


A lo largo de nuestra investigación científica del presente, mirando hacia el futuro, hemos alcanzado una situación en que estamos inconmensurablemente mejor equipados para reexaminar el pasado. La fecha del origen de la civilización ha sido llevada más y más atrás en el tiempo, hasta un punto que antes era del dominio de las leyendas, hasta una antigüedad tan remota que resulta más o menos equivalente a la época que señalara Platón para el hundimiento de la Atlántida.

 

En otras palabras, por medio del conocimiento moderno y de la investigación arqueológica, las técnicas de precisión del tiempo, la interpretación de textos in-descifrados gracias al uso de computadoras, y los nuevos recursos al alcance de la investigación submarina, ahora nos encontramos en mejor posición que nunca en nuestra historia para descubrir el punto de partida de la civilización.

 

Al mismo tiempo, también podemos comprobar o descartar la teoría de la Atlántida, porque aun cuando algunos supuestos anteriores acerca de la isla-continente se han visto desacreditados por nuevos estudios, otros descubrimientos y aconteceres han venido a reafirmar ciertos aspectos de la teoría atlántica y a sugerir otros completamente nuevos.

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