Algunas teorías sobre la Atlántida
Desde la época del descubrimiento de América hasta hoy, filósofos y
escritores nos han ofrecido sus teorías acerca de la Atlántida. Por
ejemplo,
Francis Bacon, en
The New Atlantis (1626) opinaba que
la
Atlántida de Platón era, sencillamente, América. La trama de Shakespeare en “La Tempestad”, que tiene lugar en una isla del
Atlántico, se atribuye algunas veces al renovado interés en el
continente sumergido y en las islas perdidas de ese océano.
Más
tarde, en 1665, el padre Kircher, un jesuita y estudioso de esta
cuestión, opinó en favor de la teoría de que la Atlántida era una
isla del Atlántico y nos leyó un famoso mapa en que la hace aparecer
en su relación con Europa y América. Desde nuestro punto de vista,
el mapa está al revés, ya que el Sur aparece en la parte superior.
Mapa del padre Kircher (siglo XVII), que representa la Atlántida ¿on
una inscripción en la que se lee: “Lugar donde se
hallaba la isla de la Atlántida, ahora sumergida en el mar, según la
creencia de los egipcios y la descripción de Platón”.
El propio Voltaire entra aquí en escena, o por lo menos eso parece,
ya que existe una dedicatoria al filósofo en un estudio sobre la
Atlántida del astrónomo Jean Bailly, que vivió antes de la
Revolución Francesa y que situaba la isla-continente en el extremo
Norte, cuando el Ártico era tropical. Al parecer, Voltaire compartía
la opinión de Bailly, aunque es difícil comprobarlo, debido a su
falta de fe en la mayor parte de las instituciones de su época.
Es bien sabido que ciertas zonas del Ártico y el Antártico eran
tropicales. En Alaska, el norte de Canadá y Groenlandia, en algunas
excavaciones se han descubierto tigres de Bengala y otros animales
cuyo hábitat exige un clima más cálido. Sin embargo, esta
circunstancia en sí misma no está inmediatamente relacionada con el
tema de la Atlántida, salvo porque constituye otro indicio de los
grandes cambios climáticos ocurridos en el mundo.
En el siglo XIX aparecieron entre otras teorías más modernas, dos
escuelas importantes: una se basaba en el supuesto de que el
continente sumergido sería una isla atlántica, un puente entre
América y Europa, y la otra presumía que había estado situada en el
norte o el noroeste de África, cuando el Sahara no era todavía un
desierto.
La primera teoría recibió un impulso considerable en 1882, a raíz de
la publicación del
libro de Ignatious Donnelly
Atlantis, Myths of the Antediluvian
World, del que se hicieron
cincuenta ediciones y que aún se sigue publicando. La obra ha tenido
tanta influencia
sobre los estudios realizados en esta materia que, pese a sus
frecuentes errores y
entusiastas exageraciones merece ser considerada atentamente e
incluso con simpatía,
teniendo en cuenta la época en que fue escrita. El brío y la
convicción con que está escrita no han sido igualados.
Posiblemente Donnelly se vio influido por Bory de Saint-Vincent,
autor de un artículo publicado en 1803 en que indicaba que las
Azores y las Canarias eran restos de la Atlántida, y de un mapa de
la isla sumergida que se apoyaba en la información recibida de los
autores clásicos. Es probable que también influyeran en él dos
estudiosos franceses, Brasseur de Bourbourg y Le Plongeon, que
vivieron en México y Guatemala, aprendieron la lengua maya y luego
hicieron traducciones interpretativas y no comprobadas de partes de
los documentos mayas, para demostrar que ese pueblo era descendiente
de fugitivos de la Atlántida. Donnelly pudo también tener en cuenta
a Hosea (1875), un estudioso norteamericano que comparó las culturas
indias de América con la de Egipto.
Donnelly formuló la teoría de que la Atlántida fue la primera
civilización mundial, la potencia colonizadora y civilizadora del
litoral atlántico, de las costas del Mediterráneo, el Caucase,
América Central y del Sur, el valle del Mississippi, el Báltico e
incluso la India y partes de Asia Central. Fue también el lugar
donde se inventó el alfabeto. Su catastrófico hundimiento habría
sido un hecho histórico, inmortalizado en las leyendas de las
inundaciones, y los mitos y leyendas de la Antigüedad constituirían
simplemente una versión oscura y confusa de la verdadera historia
atlántica.
También intentó una aproximación científica al tema, examinando la
viabilidad de la
versión de Platón y estudiando los terremotos y hundimientos con
caracteres de
cataclismo que registra la historia, así como el surgimiento y
desaparición de islas en el
mar.
Como prueba de que es posible que se produzcan desapariciones tan
colosales como aquélla, examina algunos terremotos que provocaron
hundimientos de tierra en el pasado, en Java, Sumatra, Sicilia y en
una zona de 5000 kilómetros cuadrados en el Indico.
Sin embargo, para él, el océano Atlántico es la zona más inestable y
cambiante de todas. Menciona los terremotos del siglo XVIII en
Islandia y la aparición de una isla que fue reclamada por el rey de
Dinamarca pero que volvió a sumergirse, Durante el siglo XIX, las
islas Canarias, que “probablemente formaban parte del imperio
atlántico original”, fueron sacudidas durante cinco años por
terremotos.
Describiendo el terremoto de Lisboa, en el siglo XVIII,
dice:
...En seis minutos murieron 60.000 personas. Muchas de ellas
trataron de ponerse a salvo sobre un nuevo muelle construido
enteramente de mármol, pero repentinamente se hundió, arrastrándoles
consigo y sin que ninguno de sus cadáveres volviera a la superficie.
Cerca de allí había una gran cantidad de pequeñas embarcaciones y
lanchas, llenas de gente. De pronto, desaparecieron como tragadas
por un remolino.
Jamás se encontraron fragmentos de estos naufragios. En el punto
donde se hundió el muelle el agua tiene ahora doscientos metros de
profundidad. La zona afectada por el terremoto era muy grande.
Humboldt dice que una parte de la superficie de la Tierra, cuatro
veces mayor que Europa, fue sacudida al mismo tiempo. Esta zona se
extendía desde el Báltico hasta las Indias Occidentales y desde
Canadá hasta Argelia. La tierra se abrió a ocho leguas de Marruecos,
se tragó una ciudad de diez mil habitantes y luego volvió a cerrarse
sobre ella.
Es muy posible que el centro de la convulsión estuviese en el fondo
del Atlántico y que se tratara de la continuación de la gran agonía
terrestre que, miles de años antes, acarreó gran destrucción sobre
aquella tierra.
La descripción que Donnelly hace del cinturón sísmico del Atlántico
prosigue así:
Mientras Lisboa e Irlanda, situadas al este del Atlántico, están
sometidas a estas grandes sacudidas sísmicas, las islas de las
Indias Occidentales, que se encuentran al oeste del mismo centro,
han experimentado repetidamente fenómenos similares. En 1692,
Jamaica sufrió un violento temblor... Una franja de tierra próxima a
la ciudad de Port-Royal, de una extensión aproximada de 400
hectáreas, se hundió en menos de un minuto y el mar lo cubrió todo,
inmediatamente.
Aunque Donnelly, que escribía en 1882, no podía prever la
destrucción de la Martinica
ocasionada por el monte Pelee en 1901, cabe presumir que su tristeza
por las muertes se
habría visto mitigada por el refrendo que la catástrofe prestaba a
sus teorías. Cuando se
refiere a las Azores, “indudablemente las cumbres de las montañas de
la Atlántida”, considera que los volcanes que hundieron la
isla-continente podrían reservarnos una sorpresa en el futuro:
...En 1808 surgió repentinamente un volcán en San Jorge, alcanzando
la altura de 1.100 metros. Estuvo en erupción durante seis días,
causando la desolación de toda la isla. En 1811 apareció otro desde
el mar, cerca de San Miguel, dando lugar a una isla de cien metros
de altura que recibió el nombre de Sambrina pero que rápidamente se
hundió en el océano. Erupciones similares habían ocurrido en las
Azores entre 1691 y 1720.
Hay una gran línea, una vasta fractura en la superficie del globo,
que se extiende de Norte a Sur por el Atlántico y en la que hallamos
una serie ininterrumpida de volcanes activos o extinguidos. En
Islandia se halla el Oerafa, el Hecla y el Rauda Kamba, hay otro en
Pico, en las Azores, luego está la cumbre de Tenerife y Fuego, en
una de las islas de Cabo Verde. En cuanto a volcanes extinguidos,
hallamos varios en Islandia y dos en Madeira. Por otra parte,
Fernando de Noronha, la isla de Ascensión, Santa Helena y Tristán de
Acunha son todas de origen volcánico...
Estos hechos parecen demostrar que los grandes fuegos que
destruyeron la Atlántida están todavía latentes en las profundidades
del océano; que las intensas oscilaciones que provocaron el
hundimiento en el mar del continente de Platón, podrían provocar de
nuevo su inmersión con todos sus tesoros escondidos...
Además de dar a entender que la difusión de ciertos animales es una
prueba de la existencia de los “puentes terrestres” a través del
Atlántico, Donnelly sugiere que el plátano y otras plantas sin
semilla fueron llevadas a América por el hombre civilizado, y cita
al profesor Kuntze:
Una planta que no posee semillas debe haber sido cultivada durante
un período muy largo. No tenemos en Europa una sola planta cultivada
que carezca de semillas, y por lo tanto es quizás acertado suponer
que dichas plantas fueron cultivadas ya en los comienzos de la
segunda parte del período diluvial.
Donnelly agrega, de manera categórica:
...Encontramos esa civilización, tal como lo indica Platón, y
precisamente en un clima como ése, en la Atlántida y en ningún otro
sitio. Se extendía, a través de las islas contiguas, hasta una
distancia de 390 kilómetros de la costa de Europa por un lado y por
el otro casi tocaba las islas de las Indias Occidentales, mientras
que por intermedio de sus cadenas montañosas realizaba la unión de
Brasil y África.
Donnelly examinó detalladamente las leyendas sobre inundaciones
existentes en el mundo y su similitud, que para él es una prueba más
del hundimiento de la Atlántida, y señaló un detalle: la formación
de lodo que siguió a la inundación y que según Platón (y los
fenicios) imposibilitó la navegación por el Atlántico, después de la
desaparición de la isla.
Este es uno de los puntos de la narración de Platón que provocó la
incredulidad y la burla de los antiguos e incluso de la época
moderna. En la leyenda caldea encontramos algo semejante: Kasiastra
dice:
“Miré atentamente hacia el mar, y la Humanidad entera había
retornado al barro”.
En las leyendas del
Popol Vuh se nos dice que
“desde el cielo se precipitó una sustancia espesa como resina”.
Las exploraciones del barco Challenger muestran que la totalidad de
la cordillera sumergida de la que forma parte la Atlántida sigue
hasta hoy cubierta de restos volcánicos. Basta con recordar las
ciudades de Pompeya y Herculano, que estaban cubiertas con tal masa
de cenizas volcánicas, debidas de las erupciones del año 79 a.C.,
que permanecieron durante diecisiete siglos enterradas a una
profundidad de entre cinco y diez metros...
...En 1783 la erupción volcánica de Islandia cubrió el mar de piedra
pómez, en un diámetro de 240 kilómetros y los barcos tenían grandes
dificultades para navegar.
...La erupción de la isla de Sumbawa, en abril de 1815, arrojó
...una masa de setenta centímetros de altura y varios kilómetros de
extensión, por la cual los barcos tenían gran dificultad para
avanzar.
Hay que pensar, entonces, que la afirmación de Platón, que ha sido
ridiculizada por los estudiosos, es uno
de los elementos que corroboran su versión. Es probable que los
barcos de los atlantes, en su regreso
después de la tempestad, hallaran el océano infranqueable, debido a
las masas de cenizas volcánicas y
piedra pómez, y retornaran horrorizados a las costas de Europa. La
conmoción que experimentó la
civilización se tradujo probablemente en uno de esos periodos de
retroceso en la historia de la
Humanidad en que se perdió todo contacto con el hemisferio
occidental.
Llevado de su entusiasmo por esta teoría atlántica como
interpretación de la historia,
Donnelly sostuvo que hasta una época muy reciente,
...casi todas las artes esenciales de nuestra civilización proceden
de los tiempos de la Atlántida, sin duda de aquella antigua cultura
egipcia que coincidió con la atlántica y fue resultado de ella.
Durante seis mil años, el mundo no hizo ningún progreso respecto de
la civilización que habían legado los Atlantes.
Al subrayar la antigüedad de los importantes adelantos que consiguió
la primitiva civilización, sugiere que todos provienen de un punto
central y afirma:
...No puedo creer que los grandes inventos se realizaron en varios
lugares, a la vez de forma espontánea, como algunos quisieron
hacernos creer. No hay verdad alguna en la teoría de que los
hombres, urgidos por la necesidad, siempre han de inventar las
mismas cosas para satisfacer sus necesidades. Si así fuese, todos
los salvajes habrían inventado el boomerang, todos poseerían objetos
de cerámica, arcos y flechas, hondas, tiendas y canoas. En una
palabra, todas las razas habrían alcanzado la civilización, porque
sin duda las comodidades de la vida resultan igualmente agradables
para todos los pueblos.
...Cada una de las razas civilizadas del mundo ha tenido algún tipo
de civilización, incluso en su época más primitiva, y de la misma
forma que todos los caminos llevan a Roma, todas las líneas
convergentes de la civilización conducen a la Atlántida...
Como prueba de la expansión de la cultura atlántica hacia ambas
orillas del Atlántico, argumenta:
...Si en ambas orillas del Atlántico encontramos precisamente las
mismas artes, ciencias, creencias religiosas, hábitos, costumbres y
tradiciones, resulta absurdo decir que los pueblos de los dos
continentes alcanzaron en forma separada y siguiendo exactamente los
mismos pasos, justamente los mismos fines...
Luego prosigue indicando numerosos paralelismos muy convincentes
entre la América India y el Viejo Mundo en materia de leyendas,
religión (especialmente la adoración del Sol), magia, creencia en
espíritus y demonios, la tradición del Jardín del Edén, la reiterada
presencia de ciertos símbolos, como la cruz y la svástica, ritos
fúnebres y momificación, e incluso tradiciones seudomédicas, como la
circuncisión, el parto simulado del padre — coincidiendo con el
parto real de la madre—, y el fajado de las cabezas de los niños
para producir cráneos alargados. Todo ello era común a pueblos tan
distantes como los mayas, los incas, los antiguos celtas y los
egipcios.
En esto puede haberse visto directamente inspirado por
Platón. Al discutir la leyenda de Faetón, que condujo el carro solar
de su padre a través de los cielos y que, al no poder controlar los
caballos fue destruido, dice el filósofo:
“Aunque en forma de mito,
estaba realmente relacionado con las acciones de los cuerpos
celestes y los reiterados desastres de las conflagraciones”.
Para Donnelly, todos los mitos griegos son parte de la historia. Sostiene
que la Atlántida es la clave de la mitología griega, y que los
dioses y diosas griegos, “que nacen, comen y beben, hacen el amor,
fascinan, roban y mueren”, eran un confuso recuerdo de las hazañas
de los gobernantes atlánticos.
“La mitología griega es una historia
de reyes, reinas y princesas, de amores, adulterios, rebeliones,
guerras, asesinatos, viajes por mar y colonizaciones de palacios,
templos, talleres y herrerías; de fabricación de espadas, de grabado
y metalurgia; de vino, cebada, trigo, vacunos, ovejas, caballos y
agricultura en general. ¿Quién puede dudar de que la mitología
griega en su conjunto es el recuerdo que una raza degenerada
conservó de un imperio vasto, poderoso, y muy civilizado, que en un
pasado remoto cubrió grandes extensiones de Europa, Asia, África y
América?...”
Propone una atractiva explicación de la forma en que las figuras
históricas atlánticas se convirtieron en dioses de otras naciones y
sugiere este ejemplo (recordemos que escribía en una época en que el
Imperio Británico estaba en el apogeo de su poderío):
“...
Supongamos que Gran Bretaña sufre mañana un destino semejante. ¡En
qué terrible
consternación se verían sumidas las colonias y la familia humana
toda!... Guillermo el
Conquistador, Ricardo Corazón de León, Alfredo el Grande, Cromwell y
la reina Victoria
podrían sobrevivir solamente como los dioses o demonios de las razas
posteriores, pero la
memoria del cataclismo en que pereció instantáneamente el centro de
un imperio
universal jamás se borraría; sobreviviría en fragmentos, más o menos
completos, en cada región de la Tierra...”
Cincuenta años más tarde, el escritor francés
Edgar Daqué se hizo
eco de la teoría de Donnelly en el sentido de que los relatos sobre
los dioses griegos eran verdadera historia. Daqué estudió, entre
otras teorías geográficas, la leyenda de las Pléyades, las hijas de
Atlas que se convierten en estrellas. Para él se trataba de una
alegoría para explicar la desaparición de algunos fragmentos de la
cadena montañosa del Atlas bajo el mar. En otras palabras, ciertas
partes del cuerpo de Atlas, sus hijas, desaparecieron y se
convirtieron en estrellas —las Pléyades— mientras sus formas
anteriores, de la época en que eran montañas, yacen todavía
sumergidas en el Atlántico.
Explica también la petición de oro que
hizo Hércules a las Hespérides, como una alegoría del comercio
griego con una cultura más avanzada del Atlántico. En su opinión,
las manzanas de oro eran naranjas o limones, y la cultura occidental
(la Atlántida) tenía probablemente grados distintos y “variedades
mejor desarrolladas de frutas y productos que habrían provocado la
envidia de las razas mediterráneas más pobres...”.
Viene a la
memoria la teoría del supuesto cultivo del plátano y la piña en la
Atlántida, y es de notar que en italiano el tomate — desconocido en
Europa antes del descubrimiento de América— se llama pomodoro,
“manzana de oro”.
Donnelly afirmó también que los dioses fenicios eran recuerdos de
los gobernantes de la Atlántida y que los fenicios estaban más cerca
de los atlantes que los griegos y, de hecho, sirvieron de vehículo
para la transmisión de los elementos de la cultura más antigua a
griegos, egipcios, hebreos y otros.
“... El territorio que cubría el
comercio de los fenicios representa, hasta cierto punto, el área del
viejo imperio atlántico. Sus colonias y centros comerciales se
extendían hacia Oriente y Occidente, desde las costas del Mar Negro,
a través del Mediterráneo, hacia la costa occidental de África y
España y alrededor de Irlanda e Inglaterra. Por el Norte y el Sur
llegaban desde el Báltico hasta el Golfo Pérsico... Estrabón
calculaba que contaban con trescientas ciudades a lo largo de la
costa occidental de África...”
Relaciona claramente a Colón —que, según cierta teoría que circula
en el mundo de habla española era de origen judío— con los semitas
fenicios y dice:
“...Cuando Colón se hizo a la mar para descubrir el Nuevo Mundo, o
redescubrir uno viejo, partió de un puerto fenicio fundado por
aquella gran raza, dos mil quinientos años antes. Este marino
atlántico, de rasgos fenicios y que navegaba desde un puerto
atlántico, simplemente volvió a cubrir la ruta del comercio y la
colonización que había” quedado cerrada cuando la isla de Platón se
hundió en el mar...”.
Donnelly considera el imperio atlántico como un mundo prehistórico
que se extendía por la mayor parte de la tierra. Casi toda su obra
está dedicada a rastrear leyendas, influencias e incluso reliquias
de los atlantes, especialmente en Perú, Colombia, Bolivia, América
Central, México y el Valle del Mississippi, en que relacionó la
cultura de los constructores de promontorios con la isla-continente.
Las buscó en Irlanda, España, África del Norte, Egipto y
especialmente en la Italia pre-romana, Gran Bretaña, las regiones
del Báltico, Arabia, Mesopotamia, e incluso la India.
Con gran elocuencia, escribió:
“... Un imperio que llegaba desde los Andes hasta Indostán...; en su
mercado se encontraba maíz del valle del Mississippi, cobre del lago
Superior, oro y plata de Perú y México, especies de la India, estaño
de Gales y Cornualles, bronce de Iberia, ámbar del Báltico, trigo y
cebada de Grecia, Italia y Suiza...”
Sus entusiastas opiniones son casi contagiosas, cuando habla de los
atlantes como,
“...los fundadores de casi todas nuestras artes y
ciencias; eran los padres de nuestras creencias fundamentales; los
primeros civilizadores, navegantes, mercaderes y colonizadores de la
Tierra; su civilización tenía ya gran antigüedad en los primeros
tiempos de la civilización egipcia, y habrían de pasar miles de años
antes de que nadie soñara con Babilonia, Roma o Londres. Este pueblo
perdido era nuestro antepasado; su sangre corre por nuestras venas,
las palabras que usamos a diario fueron escuchadas en su forma
primitiva en sus ciudades, cortes y templos. Cada rasgo de raza, y
pensamiento, de sangre y creencia, nos hace retornar a ellos...”.
Llevado por su afán de demostrar la teoría que con tanto entusiasmo
creía Donnelly — y muchos otros que la comparten— imaginó a menudo
similitudes culturales y raciales que posteriormente han sido
desmentidas. En especial, las relaciones lingüísticas, que
frecuentemente han resultado erróneas. La traducción del código troano maya, es un buen ejemplo de los extremos en que pueden
desembocar los investigadores llevados de una idea preconcebida. El
código es la primera parte de los únicos tres documentos mayas
escritos que escaparon a la conflagración general iniciada por el
obispo Landa, que ocupaba la diócesis de Yucatán en el siglo XVI.
La
traducción fue intentada por Brasseur de Bourbourg y luego por
Le Plongeon, ambos en el siglo XIX, durante su investigación sobre el
tema de la Atlántida y en su intento de relacionar la civilización
maya del Yucatán con la de los atlantes. Brasseur de Bourbourg
descubrió en los archivos de Madrid, en 1864, un alfabeto maya
recopilado por el obispo Landa, quien paradójicamente fue el que más
hizo por destruir toda la literatura maya.
Este alfabeto estaba
basado en un concepto totalmente erróneo, debido a que Landa, cuando
intentó descifrarlo, no advirtió que los mayas probablemente
carecían de abecedario y tal vez utilizaban una mezcla de
jeroglíficos y símbolos fonéticos. De ahí que, al preguntar por el
equivalente de las letras a, b, c, etc., Landa sólo obtuvo que los
indios le dijeran la palabra maya que más se acercara al sonido de
la palabra española equivalente a a, b, c, etc., y le entregaran
simplemente una colección de sonidos breves que no tenían relación
alguna con un alfabeto ni con un sistema fonético. Esto ilustra
sobre el peligro de trabajar con “informadores nativos” que no
entienden el propósito de las preguntas que se les hacen.
Brasseur
de Bourbourg aplicó este alfabeto erróneo al idioma maya, que él
hablaba, e hizo una traducción del
código troano, que posteriormente
influyó de manera notable en Donnelly y otros. Esta es su versión:
En el sexto año de Can, en el undécimo Muluc del mes de Zac, hubo
pavorosos terremotos que continuaron hasta el decimotercero Chuen.
La tierra de las colinas de arcilla, Mu, y la tierra de Moud
sufrieron el seísmo. Se vieron sacudidas dos veces y por la noche
desaparecieron repentinamente. La corteza de la Tierra fue
repetidamente levantada y hundida en varios puntos por las fuerzas
subterráneas, hasta que no pudo resistir las tensiones y muchos
países quedaron separados por profundas grietas. Finalmente, ninguna
de las dos provincias pudo resistir y ambas se hundieron en el
océano, arrastrando a 64 millones de habitantes. Ocurrió hace 8060
años.
Augustus Le Plongeon, otro arqueólogo francés que conocía la lengua
maya y que se dedicó a la exploración y excavación de ciudades de
aquella civilización, también inventó una traducción del mismo
material; su versión es la siguiente:
“En el año 6 Kan, en el
undécimo Muluc, en el mes Zac, hubo terribles terremotos, que
continuaron sin interrupción hasta el decimotercero Chuen. El país
de las colinas de barro, la tierra de Mud, fue sacrificado: luego de
ser levantado en dos ocasiones, desapareció durante la noche y el
valle se vio continuamente sacudido por fuerzas volcánicas. Como era
un lugar muy estrecho, la tierra se levantó y hundió varias veces en
distintos sitios. Por último, la superficie cedió y diez países
resultaron partidos y separados. Incapaces de soportar la fuerza de
la convulsión se hundieron con sus 64 millones de habitantes, 8060
años antes de que este libro fuera escrito”.
Además, Le Plongeon intentó una traducción interpretativa, basada en
el antiguo sistema egipcio de jeroglíficos de la pirámide
Xochicalco, cercana a Ciudad de México. Así decía la traducción:
“Una tierra del océano es destruida y sus habitantes son asesinados
para convertirlos en polvo...”
Estas “traducciones” de Brasseur y Le Plongeon se citaban muy
frecuentemente y, sin duda, eran conocidas por Donnelly.
No se puede menos que preguntar cómo es posible que unos
especialistas tan serios, que se tomaron el trabajo de aprender
lenguas indígenas americanas y exploraron activamente las ruinas
selváticas del imperio maya, pudieron traducir en forma
deliberadamente errónea ciertas inscripciones para obtener fama o
ventajas personales. Tal vez no las tradujeron mal a conciencia, y
únicamente las interpretaron de acuerdo con la tesis que estaban
tratando de demostrar. En otras palabras, vieron en las
inscripciones lo que querían ver, cosa que no les ocurre solamente a
los atlantólogos.
Hasta hoy, ninguno de los manuscritos o inscripciones mayas han
podido ser
descifrados, aunque parece que los arqueólogos rusos están tratando
de hacerlo por medio de computadoras.
Lewis Spence, un estudiante escocés de mitología que escribió cinco
libros sobre la Atlántida, entre 1924 y 1942, cree que no existió
una isla-continente, sino dos: una en el lugar señalado por Platón y
otra cerca de las Antillas (llamada Antillia), en los alrededores
del actual Mar de los Sargazos. Esta tesis que sostiene la
existencia de varias masas terrestres atlánticas es compartida por
otros teóricos, que suponen que la isla no se hundió toda de una
vez, sino tras una serie de cataclismos espaciados en el tiempo que
produjeron una remodelación de la superficie de la Tierra que
todavía está en curso.
Spence dedicó gran parte de su investigación a la mitología
comparativa, especialmente con el fin de relacionar las leyendas
precolombinas de las tribus y naciones americanas con leyendas del
Viejo Mundo, no sólo las de las culturas mediterráneas, sino también
las del Norte celta, que él, como mitólogo escocés, estaba
perfectamente capacitado para representar.
Desde su privilegiada posición, Spence destacó tantos puntos
coincidentes entre estas
leyendas, que uno no puede por menos que llegar a la convicción de
que, o existió una
intensa comunicación entre el Viejo y el Nuevo Mundo antes del
descubrimiento de Colón,
o cada Hemisferio desarrolló sus leyendas a partir de un punto
central, que luego desapareció.
Por ejemplo, véanse las similitudes
que se señalan entre Quetzalcóatl, el dios tolteca que llevó la
civilización a México y que regresó a Tlapallan, su lugar de origen
en el mar oriental, y Atlas, tan importante en las leyendas que se
refieren a la Atlántida. El padre de Atlas era Poseidón, dios del
mar, en tanto que el padre de Quetzalcóatl era Gucumatz, una deidad
del océano y del terremoto, “la serpiente antigua... que vive en la
profundidad del océano”.
Quetzalcóatl y Atlas eran
mellizos, ambos
se representaban con barba y cada uno de ellos sostenía el cielo.
Un aspecto particularmente interesante de las teorías de Spence
acerca de la Atlántida
se refiere a las oleadas de inmigración cultural que aparentemente
llegaron a Europa
desde Occidente en ciertos períodos y especialmente alrededor de los
años 25.000,
14.000 y 10.000 a.C. Esta última fecha coincide con la del supuesto
hundimiento de la Atlántida.
Estos tipos de culturas prehistóricas europeas han recibido los
nombres de las localidades en que fueron originalmente descubiertas,
como Cro-Magnon o Aurignac, la más antigua, que fue llamada así
porque apareció en Cro-Magnon y en una gruta de Aurignac, en el
sudoeste de Francia. Esta civilización sorprendentemente avanzada
data de hace más de 25.000 años y se difundió a través de ciertos
sectores de la Europa sudoccidental, el norte de África y el
Mediterráneo oriental.
Las pinturas y grabados que aparecen en las
paredes de las cavernas sugieren una cultura muy desarrollada que
poseía un profundo conocimiento de anatomía. Estas pinturas o
bajorrelieves de las cavernas muestran gran preocupación por el
toro, que ocupaba un lugar importante en el relato de Platón acerca
de la religión atlántica y en las civilizaciones de Creta y de
Egipto, donde existía el buey sagrado, Apis. Incluso hoy, 25.000
años después, pese a que ya no es un símbolo religioso, el toro es
todavía un elemento importante de la cultura española.
Los cráneos de Cro-Magnon indican que el tipo humano al que
pertenecían poseía una capacidad cerebral mucho mayor que la de los
habitantes de Europa de la época, casi como si se tratase de una
raza de superhombres.
Spence interpreta la cultura magdaleniense de hace alrededor de
16.000 años como una segunda oleada de la inmigración atlántica e
indicios de una organización tribal y religiosa bastante
desarrollada. Esta oleada también llegó a Europa procedente del
Oeste y el Sudoeste.
La tercera oleada, llamada aziliense-tardenoi-siense (por los
descubrimientos realizados en Le Mas d’Azil y Tardenois, Francia),
data de hace unos 11.500 años; según Spence, eran los antecesores de
los iberos que se difundieron por España y otras partes del
Mediterráneo, como las montañas Atlas. Los azilienses enterraban a
sus muertos mirando hacia Occidente, que era aparentemente el punto
desde el cual habían llegado.
En tiempos de los romanos, los habitantes de Italia llamaban
“atlantes” a los antiguos
iberos. Spence cita a Bodichon, quien observó:
“Los atlantes eran,
entre los pueblos
antiguos, los hijos favoritos de Neptuno (Poseidón). Dieron a
conocer (su) culto a otras
naciones, como los egipcios, por ejemplo. En otras palabras, los
atlantes fueron los primeros navegantes conocidos...”.
Las culturas aziliense, magdaleniense y de
Cro-magnon son hechos, no
teorías. Spence hizo una interesante contribución al estudio de la
Atlántida al relacionar las fechas aproximadas que se atribuían a la
aparición de esas culturas con la salida de emigrantes de la
isla-continente, a raíz de las inmersiones periódicas ocasionadas
por la actividad volcánica, inundaciones provocadas por el
derretimiento de capas de hielo del período glacial, o por una
combinación de ambos fenómenos.
Dado que dichas culturas aparecieron repentinamente en Europa
sudoccidental, en distintas épocas, sin duda debían proceder de
algún otro lugar, y su expansión hacia Oriente desde la región
pirenaica vizcaína indica que su lugar de origen era el Oeste, y más
concretamente, una tierra en medio del océano.
La última cultura, la aziliense, parece haber poseído, aparte de una
insólita forma de arte “geométrico”, una especie de escritura o
símbolos trazados en piedras, guijarros y huesos. En el siglo XIV
fue descubierto en las islas Canarias lo que pudo ser tal vez una
reliquia viva de esas culturas.
Los guanches eran blancos, se
parecían en estatura a los hombres de Cro-Magnon, adoraban al Sol,
tenían una cultura muy desarrollada y correspondiente a la Edad de
Piedra y un sistema de escritura, y conservaban una leyenda acerca
de una catástrofe universal, de la que eran únicos sobrevivientes.
Desgraciadamente para ellos, su descubrimiento por los europeos
constituyó una catástrofe definitiva, de la que no podrían
sobrevivir mucho tiempo. Al escribir acerca de la coincidencia en el
tiempo entre la supuesta desaparición de la Atlántida y la última
aparición de una cultura prehistórica en Europa, Spence dice:
“...
El hecho de que la fecha del advenimiento de los azilienses-tardenoisienses, según la han calculado las más fiables
autoridades en la materia, coincida en general con la que Platón da
para la destrucción de la Atlántida puede ser una simple
coincidencia”.
Sin embargo, sigue diciendo que “algunas
coincidencias son más extraordinarias que los hechos comprobados”.
En general, Spence difundió las teorías de Donnelly pero “rebajando”
en cierta forma la Atlántida a una civilización “de la Edad de
Piedra”, un tanto similar a la del antiguo México y a la de Perú,
pero responsable del “complejo cultural” atlántico, algunos de cuyos
restos son todavía evidentes en la zona atlántica.
En sus últimos años Spence llegó a obsesionarse con la tradición que
se repite en tantas leyendas y en la Biblia y que se refiere al
mundo anterior a la inundación, sosteniendo que los atlantes habían
sido destruidos por la ira divina provocada por su maldad. En 1942,
durante la Segunda Guerra Mundial, publicó su último libro sobre el
tema, con un título que resultaba muy apropiado, dadas las
circunstancias: Wül Europe Follow Atlantis? (“¿Seguirá Europa a la
Atlántida?”).
También sugirió que una de las razones que explican la supervivencia
de la teoría atlántica es que el “recuerdo de raza” relativo a la
isla sumergida fue tal vez heredado, al igual que el que se atribuye
a las bandadas de pájaros que todavía parecen buscar el continente
perdido como escala en su vuelo migratorio anual a través del
océano.
Otras teorías sostienen que cada una de las culturas antiguas cuya
existencia se conoce con certeza, como la de la costa occidental de
España, la del norte de África, la de África occidental, o la de
algunas islas mediterráneas (Creta y recientemente Tera) fueron,
según quien fuera el investigador, la verdadera Atlántida y la razón
por la que existía la tradición atlántica.
Algunas de estas teorías no niegan la de la isla-continente, ya que
la misma existencia de estos antiquísimos y desconocidos centros
culturales podría explicarse considerándolos originalmente como
colonias atlánticas o lugares de refugio.
Tartessos es uno de los principales “sustitutos” del continente
perdido. Se piensa que estaba localizada en la costa atlántica de
España, en la desembocadura del río Guadalquivir o en sus
alrededores, o en el lugar por donde discurrió el curso del río
anteriormente. Era el centro de una próspera y muy desarrollada
cultura, especialmente rica en minerales. Tartessos fue capturada
por los cartagineses en el año 533 a.C. y posteriormente quedó
aislada del resto del mundo.
Los arqueólogos alemanes, especialmente los profesores Schultan,
Jessen, Hermán y
Henning, iniciaron su investigación sobre Tartessos en 1905. Con un
verdadero sentido
germánico del orden, Jessen dispuso en un cuadro las “pruebas” de
que la “Venecia de Occidente” era el modelo de la Atlántida
platónica.
Elabora una lista de once puntos para demostrar su tesis,
comparando lo que dijo el filósofo con lo que Schulten, él mismo y
otros descubrieron o concluyeron acerca de Tartessos. Resumidos, sus
principales puntos son los siguientes:
Lo que dijo Platón Hechos (y supuestos) sobre Tartessos
1.La Atlántida
estaba frente a las Columnas de Hércules.
2.Era mayor que el conjunto
de Libia y Asia Menor.
3.Era un puente
hacia otras islas y hacia el continente que se
extendía al otro lado del gran océano.
4.Su imperio se
extendía desde África hasta Egipto y Etruria (en
Italia).
5.Desapareció en
un solo día,
sumergiéndose en el océano.
6.El mar que se extiende sobre ella es
inaccesible y no puede ser explorado. 7.Un barro muy
sólido impide la navegación.
8.La tierra tenía
ricos depósitos minerales.
9.En la Atlántida
existió una extensa red de canales, como nunca había
sido vista en Europa.
10.El rey
atlántico era el más viejo de su pueblo.
11.Había muchas
antiguas leyes escritas en la Atlántida, que según
se dice fueron promulgadas hace ocho mil años.
|
1.Tartessos era
una isla en la desembocadura del Guadalquivir (más
allá de las Columnas de Hércules-Gibraltar).
2.No era una isla sino un enorme monopolio comercial.
3.Quienes participaban en el comercio del
estaño con Gran Bretaña y otras islas concibieron
la idea de que Tartessos era un
continente.
4.Tartessos
abastecía de metales a todo el Mediterráneo.
5.Desapareció al
ser conquistada y no dejó rastros que los marinos griegos pudieran advertir.
6.Es inaccesible, debido a razones
políticas.
7.Propaganda
cartaginesa.
8.Sierra Morena era uno
de los depósitos minerales más
ricos de la Antigüedad.
9.Desde el
Guadalquivir irradiaba una notable red de canales,
como nunca había sido vista en Europa.
10.Argantonio, el
último rey de Tartessos, gobernó durante ochenta años.
11. Estrabón* dice que
los turdetanos (Tartessos) “son los más civilizados de los
iberos. Conocen la escritura y tienen libros antiguos y
también
poemas y leyes en verso cuya antigüedad se
estima en siete mil años”. |
Henning, Schulten, y otros especialistas alemanes pensaban que
Tartessos no era una colonia atlántica, sino germana, y basaban su
creencia en parte en el ámbar del Báltico hallado en los alrededores
de Tartessos y en parte en las teorías de otro estudioso alemán que
tenía el insólito nombre de Redslob y postulaba que las tribus
germánicas de la prehistoria habían navegado frecuentemente por el
océano.
La propia Tartessos no ha sido definitivamente localizada, aunque se
han encontrado grandes bloques de construcciones en terrenos de
sedimentación que estaban demasiado cerca del nivel del agua como
para realizar excavaciones prácticas. (¿No nos parece oír un eco del
relato platónico acerca del lodo que impedía la navegación?) Los
restos de Tartessos pueden hallarse bajo el mar o cubiertos de
sedimentación, bajo la tierra misma.
La señora E. M. Wishaw, directora de la escuela
Anglo-Hispano-Americana de Arqueología y autora de Athlantis in
Andalusia (La Atlántida en Andalucía) estudió la zona durante
veinticinco años. El descubrimiento de un “templo del Sol” a nueve
metros de profundidad en las calles de Sevilla le hizo pensar que
Tartessos podría estar enterrada bajo la actual ciudad. De hecho,
gran parte de la antigua Roma está enterrada bajo la Roma moderna,
Tenochtitlán yace bajo la parte vieja de Ciudad de México, y
Herculano se halla debajo de Resina, para mencionar sólo algunos
casos en que los arqueólogos desearían destruir el presente para
alcanzar el pasado.
En las minas de cobre de Río Tinto, cuya antigüedad se calcula en
ocho o diez mil
años, pueden observarse otros restos relacionados con la cultura de
Tartessos. Algo
parecido ocurre con las obras de ingeniería hidráulica próximas a
Ronda y con un puerto
interior en Niebla, que nos hace pensar en la descripción de Platón
de las obras hidráulicas
de la Atlántida.
Lejos de coincidir con los investigadores alemanes, que sostenían
que la propia Tartessos fue el centro de la leyenda atlántica, la
señora Wishaw creía que Tartessos era simplemente una colonia de la
verdadera Atlántida:
Para expresarla concisamente —escribió— mi teoría es que el relato
de Platón ha sido corroborado en todas sus partes, por lo que hemos
encontrado aquí, incluso el nombre atlántico de su hijo Gadir, que
heredó aquella parte del reino de Poseidón que se encuentra más allá
de las Columnas de Hércules y que gobernó en Gades (Cádiz)...
Y luego:
...Aquel pueblo prehistórico maravillosamente culto, cuya
civilización he documentado, resultó de la fusión de los libios de
la Antigüedad, que en una etapa anterior a la historia de la
Humanidad vinieron a Andalucía desde la Atlánti-da para comprar el
oro, la plata y el cobre extraído por los mineros neolíticos de Río
Tinto, y en el curso de las generaciones... fundieron las culturas
ibérica y africana hasta tal punto, que África y Tartessos
resultaron en una raza común, la libio-tartessa.
Se estima que la civilización tartessa contaba con documentos
escritos de hasta 6.000 años de antigüedad, y en una aldea de
pescadores española cercana a Tartessos, Schulten encontró un anillo
con una inscripción que se ha considerado una excelente prueba de la
existencia de la escritura.
“Letras” aún no descifradas, encontradas en un anillo cerca del
lugar donde estuvo emplazada Tartessos.
La señora Wishaw ha reunido otras inscripciones ibéricas prerromanas
(que nadie ha podido todavía traducir) y afirma que alrededor de 150
de estos Signos alfabéticos pueden verse también en las paredes de
las cuevas excavadas en roca, en Libia.
Puede que esto no constituya una prueba de la existencia de la
Atlántida, pero en cambio sí parece demostrarla existencia de una
civilización mediterránea occidental muy antigua y muy poco
conocida. Esta cultura presenta muchos aspectos similares a la de la
antigua Creta, con la cual tuvo posiblemente algunos contactos. Uno
de los hallazgos más notables de la cultura ibérica es el busto
llamado “La Dama de Elche”, que fue descubierto en el Sur de España,
cerca de la ciudad de ese nombre. Algunos piensan que es un retrato
de una sacerdotisa de la Atlántida, y constituye por sí sola una
prueba del alto grado de civilización alcanzado por los antiguos
habitantes de España.
Se ha sugerido con frecuencia que Esqueria, la tierra de los feacios
situada “en el fin del mundo” y que Hornero menciona en La Odisea,
sirvió a Platón de modelo para su relato de la Atlántida. Muchos
aspectos de Esqueria recuerdan la narración platónica: el
maravilloso y resplandeciente palacio de Alcino, “hecho de metal”;
“las gigantescas y sorprendentes murallas”; el poder marítimo de los
feacios, la ciudad construida en una llanura flanqueada por grandes
montañas en el Norte e incluso la mención de dos manantiales en el
jardín del palacio real.
Subsisten las dudas acerca del emplazamiento de Esqueria. Hornero,
al describir la tierra o isla visitada por Ulises en su viaje de
regreso después de la guerra de Troya, en el que hizo muchas
escalas, estaba repitiendo quizá los relatos que había escuchado en
alguno de los diversos lugares que habían conservado una antigua y
muy desarrollada civilización. Por ejemplo, Creta, Corfú, Tartessos,
Cades, o la propia Atlántida, como sugiere Donnelly.
Sin embargo, y dado que el nombre de Esquena sólo aparece en La
Odisea, la respuesta podría estar en el significado del nombre.
En fenicio esquera significa “intercambio” o “comercio”, de manera
que la palabra pudo
ser utilizada simplemente como una expresión general para describir
cualquier centro
comercial poco conocido en la época, y tal vez se utilizó para
designar lejanos centros
occidentales, como Tartessos o Cades, o alguna isla o
isla-continente del océano Atlántico.
Pinturas africanas que muestran una forma de arte sorprendentemente
elaborada y realizada por algún pueblo hace miles de años, en plena
Prehistoria. Resulta especialmente interesante observar que el
artista, dotado de un sentido de la línea y la perspectiva muy
desarrollado, representó a los animales como un estudio decorativo,
pastando pacíficamente, mientras la tosca figura del cazador, que
aquí aparece sólo en parte, fue agregada miles de años después.
Hay otras teorías muy misteriosas según las cuales la Atlántida
nunca se hundió, que está todavía en tierra firme y que bastaría con
llevar a cabo una excavación para encontrarla. Una de las más
importantes de estas versiones de “tierra firme” se basa en los
cambios climáticos ocurridos en el norte de África. En las montañas Tassili, de Argelia, y en la vecina cadena Acasus, en Libia, hay
cavernas con pinturas que datan de hace diez mil años y en las que
se reproduce una tierra placentera, muy poblada, llena de ríos y
bosques y en la que abundan toda clase de animales africanos, como
los que ahora han desaparecido, pero que alguna vez existieron en
una región que en la actualidad es tan árida como la superficie de
la Luna.
Además de los indicios de un completo cambio climático como
lo sugieren las pinturas de las cavernas, en su ejecución vemos
ciertas similitudes respecto a las de la Europa prehistórica que
constatan la existencia de una cultura evolucionada y un largo
período preparatorio de desarrollo artístico, que se advierte en el
uso de la perspectiva y en la libertad formal. La presencia de una
otra gran población coincide con la teoría generalmente aceptada de
que, en el actual emplazamiento del desierto existieron alguna vez
grandes ríos, bosques e incluso mares interiores. Los restos de
estos cursos de agua todavía fluyen bajo las arenas del desierto y
las tribus de la región aún conservan el recuerdo de tierras más
fértiles.
La progresiva aridez del actual norte de África y la
supervivencia de gran parte de la costa son las bases de otras
teorías francesas que sostienen que tanto Túnez como Argelia poseían
un mar interior, abierto al Mediterráneo e incluso conectado con el
del Sahara. Otro de estos mares, el de Túnez, tiene relación con el
lago Tritonis, mencionado por diversos autores clásicos, que perdió
el agua cuando los diques se quebraron durante un terremoto y
finalmente se secaron, convirtiéndose en lo que ahora es un lago
pantanoso y poco profundo, el Chott-el-Djerid, en Túnez.
Se cree que el Sahara era el lecho de un antiguo mar y que formaba
parte del océano. Los estudios geodésicos realizados bajo los
auspicios del gobierno francés demuestran que la depresión formada
por los chots, o lagos pantanosos y poco profundos de Argelia y
Túnez, está por debajo del nivel del mar y se llenaría de agua si se
eliminasen una serie de dunas de la costa.
Ya en 1868 el arqueólogo francés Godron elaboró la teoría de que la
Atlántida estaba enterrada en el Sahara. En 1874 el geógrafo francés
Etienne Berlioux también se inclinó a situar en África la
isla-continente, pero afirmó que la verdadera Atlántida estaba en el
norte de África, en las montañas del Atlas, frente a las islas
Canarias.
Berlioux pensaba que Cerne, la ciudad mencionada por el autor
clásico Diodoro de Sicilia como capital de los atlantioi, se hallaba
aproximadamente en ese mismo punto. Cerne aparece mencionada también
en el curso del viaje realizado por el navegante cartaginés Hanno,
que concluyó en el lugar de aquel nombre.
Asimismo aparece también en uno de los mapas de la época de Colón.
En su estudio de los tipos raciales, Berlioux subrayó el hecho de
que los bereberes de los montes Atlas suelen tener piel blanca, ojos
azules y pelo rubio, lo que denota un origen celta (o atlántico).
Posteriormente, algunos escritores franceses se han servido de esto
para justificar el control de África del Norte por los europeos de
ascendencia celta (es decir, los franceses). Sin embargo, puesto que
los franceses ya han perdido dicho control, no merece la pena
discutir el punto.
P. Borchard, un escritor alemán, adoptó en 1926 la teoría
nordafricana y pensó que la capital de la Atlántida estaba situada
en las montañas Hoggar, asentamiento de la tribu tuareg, una raza de
origen misterioso, que usa túnicas y velos azules, conoce (como los
bereberes) la escritura y está en proceso de extinción.
Dado que consideraba a los bereberes como posibles reliquias de los
atlantes norteafricanos, Borchard intentó buscar en los nombres de
las tribus bereberes de la actualidad los de los diez hijos de
Poseidón; es decir, los clanes de la Atlántida. Encontró dos
extraordinarias coincidencias: que una de las tribus se llamaba
Uneur, lo que coincidía perfectamente con Euneor, mencionado por
Platón como el primer habitante de la Atlántida, y que las tribus
bereberes de Chott el Ha-maina de Túnez, tenían el nombre de
Attala
(hijos de la fuente).
Los arqueólogos franceses Butavand y Jolleaud han suscrito esta
teoría, pero también sitúan una gran parte del imperio atlántico
como una tierra sumergida frente a la costa de Túnez, en el golfo de
Cabes. Fran-gois Roux comparte la creencia de que en tiempos
prehistóricos África del Norte era una península fértil:
“...La
verdadera Atlántida, atravesada por muchos ríos y densamente poblada
por hombres y animales...”.
En su investigación, Roux estableció una
íntima relación entre la cultura prehistórica de África del Norte y
las de Francia, España y Portugal, basándose en el descubrimiento de
ciertos guijarros y cerámicas que mostraban símbolos que según él
constituían un lenguaje escrito (véase pág. 216).
Si consideramos las diversas teorías modernas acerca de la
isla-continente y su localización, se advierte cierto carácter
“nacionalista” en las investigaciones, especialmente en las que se
han llevado a cabo en el siglo XX. Muchos investigadores franceses
la buscaron en las colonias francesas del Norte de África, y algunas
autoridades en la materia la han situado en la propia Francia. Los
arqueólogos españoles han tratado de situarla en España o en los
dominios españoles norteafricanos, y un escritor catalán afirmó que
estaba emplazada en Cataluña. Como si las Azores portuguesas no
fueran suficiente, un investigador lusitano declaró que la Atlántida
era el propio Portugal.
Los científicos rusos piensan que estaba
bajo el mar Caspio, o tal vez cerca de Kerch, en Crimea, mientras
los científicos y arqueólogos alemanes pretenden haberla localizado
bajo el Mar del Norte, en Mecklenberg, o bajo la forma de Tartessos,
una “colonia alemana” situada en España. Hay un libro muy extenso en
alemán, titulado La Atlántida, hogar original de locarias. Los
autores ingleses e irlandeses han dicho que la “isla de Platón” era
Inglaterra e Irlanda, respectivamente. Un especialista venezolano
piensa que estaba en Venezuela, y un estudioso sueco sostiene
haberla localizado en Upsala, Suecia.
Actualmente los arqueólogos griegos creen que la leyenda atlántica
tiene sus orígenes en la isla de Tera, que en el año 1500 a.C.
explotó, cuando una gran parte de ella se hundió en el mar Egeo.
Antes de que surgiera la candidatura de Tera como posible
emplazamiento de la Atlántida, Creta era también considerada por
numerosos estudiosos como la verdadera isla sumergida, debido al
gran desarrollo que alcanzó su civilización primitiva,
repentinamente desaparecida, y a la existencia de cenizas volcánicas
y huellas de fuego en sus ruinas. Sin embargo, es evidente que la
erupción volcánica y el terremoto que destruyeron Tera pudieron
afectar también a Creta, y ambas civilizaciones habrían sido quizá
destruidas por la misma catástrofe.
El filólogo, orientalista y teórico alemán Karst, especialista en el
tema de la Atlántida, amplió considerablemente el problema de la
localización de la isla cuando ideó la teoría de la existencia de
dos islas-continentes, una en Occidente, que se extendía desde el
norte de África hasta España y el Atlántico, y otra en Oriente, en
el océano Indico, al sur de Persia y Arabia. Además, mostró en
detalle varios puntos subsidiaríos de una civilización regional
existente en las montañas Altai de Asia y en otras regiones, que él
relaciona en virtud de similitudes de lenguaje, nombres de
localidades, tribus y pueblos.
Frente a esta multiplicidad de “Atlántidas”, Bramwell, un escritor
excelente, que adopta una posición neutral, resume hábilmente los
problemas planteados por las numerosas teorías, respecto del
emplazamiento real de la Atlántida, cuando sugiere, en su libro Lost
Atlantis (La Atlántida perdida) que, o se parte de la base de que el
continente sumergido era una isla del Atlántico, “o sencillamente no
se trata de la Atlántida”.
En todo caso, los múltiples restos
culturales existentes en torno del Mediterráneo, en el Oeste y Norte
de Europa y en el continente americano, no excluyen necesariamente
la existencia de la isla. Por el contrario, muchos de ellos,
cualquiera, o todos, podrían ser vestigios de colonización
atlántica, precisamente como lo sugirió Donnelly.
Un caso interesante es la extraña cultura Yoruba o Ife, que existió
en Nigeria alrededor del 1600 a.C. El explorador Leo Frobenius,
después de realizar un serio estudio de esta extraña cultura
africana y al haber encontrado en ella lo que le parecieron
similitudes indudables con el relato de Platón, declaró:
Creo, por lo tanto, haber hallado nuevamente la Atlántida, centro
de... una civilización situada más allá de las Columnas de Hércules
y de la que Solón nos dijo... que estaba cubierta de frondosa
vegetación, en la que plantas frutales proporcionaban alimentos,
bebida y medicinas, que fue el lugar en que crecieron el árbol de la
fruta de rápida descomposición (el plátano) y algunas especies muy
agradables (como la pimienta), donde había elefantes, se producía
cobre y donde los habitantes usaban ropas de color azul oscuro...
Además, Frobenius basaba su teoría de una
Atlántida nigeriana en
ciertos símbolos etnológicos; es decir, el uso de símbolos comunes a
otras tribus, como por ejemplo la swástica, la adoración de Olokun,
dios del mar, la organización tribal, ciertos tipos de artefactos,
utensilios, armas y herramientas, tatuajes, ritos sexuales y
costumbres funerarias. En sus comparaciones descubrió sorprendentes
similitudes con otras culturas, como la etrusca, la ibérica de la
Prehistoria, la libia, la griega y la asiría.
Aunque sostuvo que
había encontrado la Atlántida, Frobenius pensaba que la cultura
Yoruba era originaria del Pacífico y que había llegado a través de
Asia y África. Por consiguiente, al afirmar que había encontrado la
Atlántida, probablemente quería decir que había hallado lo que los
antiguos escritores describían cuando hablaban del pueblo atlántico:
una misteriosa civilización existente más allá de las Columnas de
Hércules.
Este último ejemplo ilustra la tendencia, ciertamente comprensible,
de exploradores y arqueólogos a relacionar la escasamente conocida
cultura que han “descubierto” con el concepto de la Atlántida,
especialmente si el centro cultural está en el mar o cerca o debajo
de él. Puesto que los límites de la prehistoria están retrocediendo
cada vez más en el tiempo, quizás estemos cerca del momento en que
podremos comprobar si la verdadera civilización se originó en un
mismo lugar o en varios a la vez, y si hubo una gran isla atlántica
cuya influencia se extendió a los otros continentes o si las
extrañas similitudes entre civilizaciones prehistóricas fueron
simplemente una coincidencia fortuita.
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