2. EN LOS MUNDOS SUBTERRÁNEOS
Nuestro estudio del «Leonardo desconocido» estaba destinado a
convertirse en un trayecto largo e increíblemente complicado, más
similar a una iniciación, digamos, que al simple camino desde A
hasta B. Durante este recorrido entramos en muchos callejones sin
salida, y nos metimos en mundos subterráneos habitados por gentes
que además de ser aficionadas a juegos siniestros gustan de hacerse
agentes de la desinformación y la confusión.
Con frecuencia nos
mirábamos y nos preguntábamos, aturdidos, cómo era posible que un
simple estudio sobre la vida y la obra de Leonardo da Vinci nos
hubiese arrastrado a un mundo cuya existencia ni siquiera creíamos
posible fuera de las más recónditas películas del gran surrealista
francés Jean Cocteau, como su Orphèe, con la descripción de un
submundo accesible sólo gracias a la magia de los espejos, que era
preciso atravesar.
En realidad fue ese mismo exponente de lo estrafalario, Cocteau,
quien acabó por suministrarnos más pistas y no sólo acerca de las
creencias del mismo Leonardo, sino también sobre la existencia de
una tradición clandestina ininterrumpida que había compartido las
mismas preocupaciones. Descubrimos que Cocteau (1889-1963) había
tenido que ver con esa sociedad secreta, por lo visto, y más
adelante comentaremos las pruebas circunstanciales. Pero antes vamos
a analizar otra clase de pruebas mucho más inmediata, la de lo que
hemos visto con nuestros propios ojos.
En sorprendente vecindad con las luces y la agitación de la
londinense Leicester Square se alza la recoleta iglesia de
Notre-Dame de France, sita en Leicester Place, bastante cerca de una
heladería de moda, pero notoriamente difícil de encontrar, porque la
fachada no se presenta con el esplendor que uno ha acabado por
asociar con los templos católicos de alguna importancia. Es fácil
pasar de largo si uno no se fija, con lo cual nos pasaría
ciertamente desapercibido que su decoración difiere
significativamente de la de casi todas las demás iglesias
cristianas.
Construida por primera vez en 1865 en un lugar vagamente vinculado a
los
caballeros templarios, Notre-Dame de France quedó casi totalmente
destruida por
las bombas de los nazis durante el blitz, y la reconstruyeron hacia
finales de los
años cincuenta. El visitante que no se deja engañar por la modestia
exterior se
encuentra en un recinto espacioso, alto y luminoso, como es típico
en las iglesias
católicas de diseño moderno, o eso parece a primera vista.
Prácticamente exenta de
la recargada estatuaria que suelen ostentar otros templos de mayor
antigüedad,
tiene no obstante unas pequeñas lápidas con las estaciones del Vía
Crucis, y sobre
el altar principal un tapiz que representa una Virgen joven y rubia
a la que veneran
unos animales —y que recuerda un poco la estética disneyana más
cursi, pero
todavía dentro de lo aceptable como representación de una María
adolescente—,
así como algunos santos de escayola en sus capillas a uno y otro
lado.
A mano izquierda del visitante según se mira hacia el altar
mayor hay una capilla donde no se venera ninguna estatua, pero que
tiene un culto de seguidores sui generis. Los visitantes acuden para
admirar y fotografiar un mural muy peculiar que hay allí, obra de
Jean Cocteau, quien lo acabó en 1960. La iglesia expende
orgullosamente tarjetas postales con la reproducción de su propia y
justamente famosa obra maestra. Pero, al igual que sucede con las
pinturas «cristianas» de Leonardo, ésta, cuando se contempla con
atención, también revela un simbolismo bastante menos que ortodoxo.
Y la comparación con la obra de Leonardo no es casual en modo
alguno. Incluso teniendo en cuenta el salto cronológico de 500 años,
¿no podríamos decir que él y Cocteau han colaborado de alguna manera
a través de los siglos?
Antes de volver nuestra atención hacia la curiosidad de Cocteau,
echemos una ojeada genérica al templo de Notre-Dame de France.
Aunque no sea un caso único, desde luego es inusual que una iglesia
católica tenga planta circular, que además aquí queda subrayada por
varios detalles más. Por ejemplo, hay una curiosa cúpula con luz
central, decorada con un dibujo de anillos concéntricos que podría
interpretarse, sin forzar demasiado la interpretación, como una
telaraña. Y los muros tienen tanto en el interior como en el
exterior un motivo de cruces de brazos iguales alternadas con más
círculos.
La iglesia de posguerra, aunque nueva, tiene a orgullo el haber
incorporado en su construcción una losa procedente de la catedral de
Chartres, la joya más espléndida en la corona de la arquitectura
gótica... y como aún nos tocaría descubrir luego, foco de
determinados grupos cuyas creencias religiosas no han sido ni de
lejos tan ortodoxas como querrían hacernos creer los libros de
Historia. Se podrá objetar que no hay nada especialmente profundo ni
siniestro en la inclusión de dicha piedra: al fin y al cabo, durante
la guerra esa iglesia fue lugar de encuentro de representantes de la
Francia Libre, y un pedazo de Chartres debió de constituir para
ellos, seguramente, símbolo conmovedor de todo cuanto la patria
representa. Sin embargo, nuestra investigación iba a demostrar que
había mucho más que eso.
Todos los días entran en Notre-Dame de France muchas personas, tanto
londinenses como forasteras, para rezar y asistir a los oficios
religiosos. O mejor dicho, parece ser una de las iglesias más
ocupadas de Londres, y además sirve de cómodo refugio a muchos
indigentes de las calles, que son acogidos allí con gran caridad.
Pero es el mural de Cocteau el imán que atrae a la mayoría de los
visitantes que acuden a ella como parte del circuito turístico de
Londres, si bien algunos optan por quedarse un rato para disfrutar
de ese oasis de calma en medio de la agitación y el estrépito de la
capital.
En principio el fresco tal vez decepciona, porque al igual que otras
muchas
obras de Cocteau parece apenas abocetado con algunos colores sobre
una
superficie lisa de enlucido. Representa la Crucifixión: alrededor de
la víctima los
espantados soldados romanos, las mujeres afligidas, los discípulos.
Tiene desde
luego todos los ingredientes de una escena clásica de la
Crucifixión, pero tal como
sucede con la Última Cena de Leonardo, vale la pena echar una ojeada
más detenida, más crítica y tal vez podríamos decir, con mayor
esfuerzo del sentido común.
El personaje central, la víctima de la más horrible forma de
suplicio a muerte, bien podría ser Jesús, pero también es cierto que
no podemos estar seguros porque sólo se le ve de las rodillas abajo.
La parte superior del cuerpo no se muestra. Y al pie de la cruz hay
una rosa enorme de color púrpura.
En primer término vemos un personaje que no es romano ni discípulo,
uno que se ha vuelto de espaldas a la cruz y parece seriamente
trastornado por la escena que acaba de ver. En verdad debió de ser
un acontecimiento consternante, como siempre lo es la muerte de un
hombre en tales circunstancias; y hallarse presente mientras todo un
Dios encarnado derramaba su sangre sería sin duda terrible,
indescriptiblemente traumático. Pero la expresión de ese personaje
no es la del filántropo entristecido, ni la del seguidor confundido
por la pérdida de su maestro. A fuer de sinceros hay que decir que
la ceja fruncida, la mirada de soslayo, componen la mueca de un
testigo desengañado, incluso con un algo de repugnancia. La reacción
es la de alguien ni remotamente inclinado a doblar la rodilla para
rendir culto, sino que manifiesta su opinión de igual a igual.
¿Quién es ese que así expresa su desaprobación al hallarse presente
en el acontecimiento más sagrado de la cristiandad? No es otro sino
el mismo Cocteau. Y si recordamos que Leonardo se pintó a sí mismo
apartando la mirada de la Sagrada Familia en la Adoración de los
Magos, y de Jesús en la Última Cena, podremos decir que hay, al
menos, un parecido familiar entre todas esas pinturas. Pero cuando
averiguamos que, según aseguran algunos, ambos artistas fueron
miembros de la alta jerarquía de una misma sociedad secreta
herética, ¡imposible resistirse a continuar la investigación!
Sobre la escena brilla un sol negro que difunde sus rayos oscuros
por el cielo en derredor. Delante de él hay un personaje de pie,
posiblemente un hombre, cuyos ojos salientes vueltos hacia arriba, y
vistos de perfil contra el horizonte, presentan un notable parecido
con unos pechos erguidos. Cuatro soldados romanos adoptan posturas
épicas alrededor de la cruz, con las jabalinas colocadas en ángulos
extraños y, a lo que parece, significativos. Uno de ellos lleva
escudo, el cual muestra la enseña de un halcón estilizado. A los
pies de dos de ellos hay un paño sobre el cual se han echado unos
dados. La suma total de los puntos que muestran es cincuenta y ocho.
Un joven de aspecto insignificante se halla con las manos unidas al
pie de la cruz; su mirada algo inexpresiva se vuelve vagamente hacia
una de las dos mujeres representadas en la escena. Éstas a su vez
parecen unidas por un amplio contorno en «M» justo debajo del hombre
cuyos ojos parecen pechos. La de más edad, abrumada por el dolor,
mira hacia abajo y diríamos que derrama lágrimas de sangre; la otra
está literalmente más distante, y aunque se encuentra cerca de la
cruz toda ella parece alejarse. La figura en «M» muy abierta se
repite en el frontis del altar, situado justo delante del mural.
La última figura de la escena, al extremo derecho, es un hombre de
edad indeterminada. Está de perfil y el único ojo visible se ha
dibujado con la inconfundible forma de un pez.
Algunos comentaristas han señalado que los ángulos de las lanzas
definen la figura de un pentagrama, lo cual de ser cierto
constituiría un detalle nada ortodoxo en una escena cristiana tan
tradicional.1 Pero esto, aunque intrigante, no entra en nuestro
estudio actual. Como hemos visto, es verdad que hay algunos vínculos
aparentes, por más que superficiales, entre los mensajes
subliminales de las obras religiosas de Leonardo y de Cocteau, y lo
que requiere nuestra atención es el uso común de ciertos símbolos.
Los nombres de Leonardo da Vinci y Jean Cocteau figuran en la lista
de Grandes Maestres de la que pretende ser una de las sociedades
secretas más antiguas y más influyentes de Europa, el
Prieuré de
Sion o Priorato de Sión. Muy controvertida, su misma existencia ha
sido puesta en duda algunas veces; en consecuencia han sido
ridiculizadas sus supuestas actividades y su repercusión, ignorada.
Al principio nosotros también participábamos de este tipo de
reacción, pero cuando proseguimos nuestras investigaciones echamos
de ver que desde luego la cuestión no era tan sencilla.
En el mundo de habla inglesa el Priorato de Sión llamó por primera
vez la atención no antes de 1982, cuando su existencia fue dada a
conocer por el muy vendido libro The Holy Blood and the Holy Grail,
de Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln; en el país de
origen, Francia, la opinión pública empezó a saber algo desde
comienzos de los años sesenta. Se trata de una orden simili-masónica
o de caballería con ciertas ambiciones políticas y, a lo que parece,
una influencia considerable entre bambalinas. Dicho esto, es
considerablemente difícil formular una opinión definida acerca del
Priorato, quizá porque toda la institución tiene en sí cierto
carácter quimérico. Sin embargo, no tenía nada de ilusorio la
información que nos facilitó un portavoz del Priorato a quien
conocimos hacia comienzos de 1991 en una reunión resultante de una
serie de cartas bastante extrañas que nos enviaron después de una
tertulia radiofónica sobre el Sudario de Turín.
Hemos contado ya en nuestro libro anterior cómo se produjo esa cita
ligeramente surrealista;2 bastará decir aquí que un tal «Giovanni»,
a quien nunca hemos conocido sino bajo dicho seudónimo, italiano y
sedicente alto jerarca del Priorato de Sión, había realizado un
meticuloso seguimiento de nuestras personas prácticamente desde el
comienzo de la investigación acerca de Leonardo y del Sudario. Por
razones que él conocería, finalmente decidió hablarnos de algunos de
los intereses de aquella organización, y tal vez incluso conseguir
que desempeñáramos algún papel en sus proyectos. Esa información
acabó figurando en gran parte —después de una verificación por
nuestra parte, a veces no poco tortuosa— en nuestro libro sobre el
Santo Sudario, pero otro volumen de información comparable quedó
fuera de la obra por no guardar ninguna relación con ella.
Pese a las implicaciones muchas veces sorprendentes, o escandalosas,
de las revelaciones de Giovanni, nos vimos obligados a tomárnoslas
en serio casi todas, sencillamente porque las averiguaciones
realizadas por nosotros independientemente las corroboraban. Por
ejemplo la imagen del Sudario de Turín se comporta como una
fotografía porque lo es, conforme hemos logrado demostrar. Y si como
él afirmaba, la información de Giovanni verdaderamente procedía de
los archivos del Priorato, entonces teníamos desde luego un motivo
para atender sus puntos de vista... quizá con una dosis de saludable
escepticismo, pero no desde la descalificación previa como muchos de
sus detractores.
Desde nuestra primera incursión en el mundo secreto de Leonardo
comprendimos a no tardar que si la misteriosa sociedad realmente
había sido parte integrante de su existencia, quedaban explicados
los móviles de una gran parte de sus actos. Y si en efecto hubiese
formado parte de una poderosa red clandestina, del tipo que fuese,
posiblemente también tuvieron que ver algo con ella sus influyentes
mecenas, como Lorenzo de Médicis y Francisco I de Francia. Sí parece
que hubo una organización en la sombra detrás de las obsesiones de
Leonardo, pero ¿sería realmente el Priorato de Sión como afirman
algunos?
Si las pretensiones del Priorato son ciertas, era ya una
organización venerable cuando reclutó a Leonardo entre sus filas.
Pero cualquiera que fuese su antigüedad, debió de ejercer un
atractivo poderoso, tal vez extraordinario, para el joven artista y
para algunos de sus colegas del Renacimiento, no menos incrédulos
que él. Tal vez ofrecía, como la moderna masonería, no menos
ventajas materiales y sociales, como facilitar la carrera del joven
artista en las principales cortes europeas de la época. Pero eso no
explicaría la evidente profundidad de las creencias del propio
Leonardo, por extrañas que nos parezcan. Si participó en algo, ese
algo interesó a su espíritu tanto como a sus conveniencias
materiales.
La influencia reservada del Priorato de Sión se debe al menos en
parte a la
sugerencia de que sus miembros son y han sido siempre los custodios
de un
secreto tan trascendental, que si alguna vez llegase a hacerse
público sacudiría los
mismos cimientos de la Iglesia y del Estado. El Priorato de Sión,
llamado a veces la
Orden de Sión o la Orden de Nuestra Señora de Sión,
entre otros títulos secundarios, retrotrae su fundación al año 1099,
durante la primera Cruzada, e incluso entonces sólo fue cuestión de
formalizar un grupo cuya guarda de un conocimiento explosivo databa
de mucho antes.3
Decían hallarse en el
origen de
los templarios, esa curiosa orden medieval, de caballeros mitad
monjes mitad
soldados, de siniestra reputación. El Priorato y los templarios
llegaron a ser, dicen,
prácticamente la misma organización, presidida por un mismo Gran
Maestre, hasta
que sufrieron un cisma y emprendieron caminos separados en 1188. El
Priorato
continuó bajo el caudillaje de una serie de Grandes Maestres entre
los que
figuraron algunos de los nombres más ilustres de la Historia, como
sir Isaac
Newton, Sandro Filipepi (más conocido como Boticelli), Robert Fludd,
el filósofo
ocultista inglés... y, naturalmente, Leonardo da Vinci, de quien se
dice que presidió
el Priorato durante los últimos nueve años de su vida.
Entre sus
líderes más
recientes se cita a Victor Hugo, Claude Debussy, y al pintor,
escritor, comediógrafo
y cineasta Jean Cocteau. Y aunque no fuesen Grandes Maestres, el
Priorato cuenta
entre sus seguidores a otras luminarias de todas las épocas, como
Juana de Arco,
Nostradamus (Michel de Notre Dame) e incluso el papa Juan XXIII.4
Aparte de dichas celebridades, la historia del Priorato de Sión
comprende supuestamente a varias de las principales familias reales
y aristocráticas de Europa, durante muchas generaciones. Citemos los
d’Anjou, los Habsburgo, los Sinclair y los Montgomery.
La finalidad declarada del Priorato consiste en proteger a los
descendientes de la antigua dinastía real de los merovingios, que
reinaron en lo que hoy es Francia desde el siglo V hasta el
asesinato de Dagoberto II a finales del siglo VII.
Por el contrario, los críticos dicen que el Priorato de Sión no
existe sino desde los
años cincuenta y está formado por un puñado de mitomaníacos sin
auténtica influencia, unos monárquicos afectados por ilimitadas
manías de grandeza. 5
Tenemos, pues, a un lado las pretensiones del propio Priorato en
cuanto a su pedigrí y raison d’être, al otro las afirmaciones de sus
detractores. Enfrentados a este abismo aparentemente insalvable, hay
que confesar que albergábamos grandes dudas en cuanto a proseguir la
investigación por esa línea. En cualquier caso, nos dábamos cuenta
de que si bien toda valoración acerca del Priorato se descomponía
lógicamente en dos partes —la cuestión de su existencia en tiempos
recientes y la de sus pretensiones históricas—, el asunto era
complicado y nada de lo relacionado con esa organización aparece
nunca con claridad. A los escépticos, la primera vinculación dudosa
o contradicción aparente los lleva a denunciar todo el cotarro como
un absurdo flagrante de principio a fin. Pero convendría recordar
que nos las tenemos con unos fabricantes de mitos, a los que con
frecuencia importa más transmitir ideas poderosas e incluso
escandalosas por medio de imágenes arquetípicas, que comunicar la
verdad escueta.
La existencia moderna del Priorato es indudable. En nuestro trato
con Giovanni nos persuadimos de que él al menos no era un embaucador
al uso, y se podía confiar en sus informaciones. No sólo nos
proporcionó datos preciosos en cuanto al Sudario de Turín, sino
también otros detalles sobre diversos individuos actualmente
comprometidos con el Priorato y otras organizaciones esotéricas, tal
vez aliadas de éste, tanto en el Reino Unido como en el resto de
Europa. Por ejemplo, citó como miembro de la organización a un
asesor literario que había colaborado con uno de nosotros hacia los
años setenta. A primera vista lo que nos decía Giovanni acerca de
dicho sujeto nos pareció una maquinación por parte de aquél, y no
poco maliciosa, hasta que al cabo de unos meses sucedió algo muy
extraño.
Por una sorprendente coincidencia, pues estamos seguros de que no
fue otra
cosa, ese mismo asesor literario asistió en noviembre de 1991 a un
banquete que
daba una amiga nuestra en un restaurante elegido por ella, pero que
no estaba
cerca de su casa de Home Counties, sino a dos pasos de la de uno de
nosotros. Por
eso nos quedamos asombrados al ver que una de las personas citadas
por Giovanni
se presentaba entre los invitados, como quien dice en nuestra propia
puerta. Seguimos en contacto después y nos invitó a su casa de
Surrey. Él y su esposa son muy sociables y no fue ningún sacrificio
para nosotros el relacionarnos con ellos, aunque poco a poco fue
desvelándose un hecho: él era miembro del Priorato de Sión.
Nuestras relaciones durante ese período culminaron en una invitación
para asistir a una celebración después de las Navidades en la citada
casa de campo. El acontecimiento fue fastuoso, pero cordial, y todos
los invitados además de mostrarse encantadores y cosmopolitas
evidenciaron un extraordinario interés hacia nuestro trabajo sobre
Leonardo y el Santo Sudario. Un interés un tanto insólito, podríamos
decir ahora retrospectivamente. Fue muy halagador pero un poco
inquietante, habida cuenta de que todos ellos eran banqueros de
categoría internacional.
Sabíamos ya que nuestro anfitrión era miembro de alguna organización
de tipo masónico. Resultó que pese a su sempiterna jovialidad,
algunas veces algo estruendosa, era también un ocultista
practicante. Esto nos consta en parte porque nos lo dijo él mismo.
La jugada obviamente nos pareció deliberada; estaba claro que
deseaba que supiéramos algo en cuanto a las aficiones ocultas suyas
y de su círculo... pero ¿el qué exactamente? Cualesquiera que fuesen
sus propósitos secretos, acabábamos de enterarnos de que el Priorato
tenía un nutrido seguimiento de cultos e influyentes hombres y
mujeres en el mundo de habla inglesa.
Giovanni había citado entre los miembros del Priorato a cierto
director de una editorial londinense, también conocido nuestro.
Aunque no pudimos verificar su pertenencia a dicha organización, sí
descubrirnos que su afición a lo oculto iba más allá de los
ocasionales artículos y libros que él mismo escribía sobre el tema
bajo diversos seudónimos. Además había desempeñado un papel
significativo en la publicidad de The Holy Blood and the Holy Grail
cuando este libro fue publicado en 1982. (Y seguramente no será
casualidad que tenga una segunda residencia muy cerca de cierta
población francesa que desempeña, como veremos luego, destacado
papel en el drama que rodea el Priorato de Sión.)
El hecho que aquí nos importa, resultante de nuestras relaciones con
esas personas, es que el moderno Priorato de Sión no es, como dicen
los críticos, la elucubración de un puñado de franceses movidos por
quimeras monárquicas. En virtud de nuestras experiencias y contactos
recientes, en nuestra mente no queda ninguna duda de que el Priorato
existe ahora de verdad.
En cuanto a los antecedentes históricos que pretende, eso es otra
cuestión.
Hay que convenir en que los críticos del Priorato tienen un buen
argumento
cuando afirman que la primera referencia documentada se retrotrae a
fecha tan
reciente como el 25 de junio de 1956.6 Resulta que según la ley
francesa todas las
asociaciones deben obligatoriamente registrarse, por paradójico que
eso parezca
cuando hablarnos de sociedades «secretas». Lo que declaró el
Priorato ante el
registro como finalidad suya fue que se proponía facilitar «estudios
y socorro
mutuo a los asociados», aserto que, además de positivamente pickwickiano con su tono de banal altruismo, es un modelo de
disimulo. En la ocasión manifestaba una sola actividad, consistente
en publicar un periódico titulado Circuit y que, según la
terminología del mismo Priorato, debía servir «para información y
defensa de los derechos y libertades de los inquilinos de viviendas
de renta limitada» (foyers habitation â logement modéré en Francia).
En el registro figuraron cuatro funcionarios de la asociación, el
más interesante de los cuales —y ahora el más conocido— era un tal
Pierre Plantard, director además de Circuit.
Desde esa anodina declaración, sin embargo, el Priorato de Sión ha
sido dado a conocer a un público mucho más amplio. No sólo se han
dado a la imprenta sus estatutos, incluida la firma de quien
supuestamente fue Gran Maestre, Jean Cocteau (aunque esto, como es
natural, también puede ser una falsificación), sino que el Priorato
ha aparecido en varios libros, empezando en 1962 con Les Templiers
sont parmi nous, de Gérard de Sède, que incluía una entrevista con
Pierre Plantard.
En el mundo de habla inglesa la fama del Priorato aún tendría que
esperar veinte
años más. En 1982 apareció en las librerías el fenomenal superventas
de Michael
Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln The Holy Blood and the Holy
Grail, y la
controversia subsiguiente hizo del Priorato un tema de moda en las
conversaciones
y debates para un público mucho más amplio. Lo que este libro
afirmaba en cuanto
a la organización y deducía de sus supuestos objetivos, lo
comentaremos aquí más
adelante.7
De lo publicado hasta la fecha resalta la figura de Pierre Plantard
como
personaje llamativo que domina a la perfección el arte de los
políticos, consistente
en mirar cara a cara al entrevistador mientras responden a la
pregunta con una
contestación distinta de lo que se les ha pedido. Nacido en 1920,
asomó por
primera vez a la vida pública en 1942, durante la ocupación alemana
de Francia,
cuando publicó un periódico titulado Vaincre pour une jeune
chevalerie,
notablemente acrítico frente al opresor nazi, o mejor dicho
publicado con la aprobación del mismo.
Éste era oficialmente el
órgano de
la Orden Alpha-Galates,
una sociedad cuasimasónica y caballeresca con sede en París, de la
cual Plantard se
hizo Gran Maestre a su temprana edad de veintidós años. Publicaba
sus
editoriales, al principio, con la firma de «Pierre de France», luego
«Pierre de
France-Plantard» y por último, sencillamente, «Pierre Plantard».8
Esta obsesión con
lo que él afirmaba ser la grafía correcta de su apellido se
manifestó de nuevo
cuando adoptó el título más sonoro de «Pierre Plantard de
Saint-Clair», que es el
nombre bajo el cual aparece en The Holy Blood and the Holy Grail, y
el que usó
mientras fue Gran Maestre del Priorato de Sión entre 1981 y 1984
(actualmente
Vaincre es el título del boletín interno del Priorato, el cual
publica
Pierre Plantard
de Saint-Clair con la colaboración
de su hijo Thomas).9
Así pues, quien trabajó en tiempos como delineante de un instalador
de
radiadores y supuestamente tuvo a veces dificultades para pagar el
alquiler,10
ejerció, sin embargo, una considerable influencia en la Historia de
Europa, pues
fue Pierre Plantard de Saint-Clair, bajo el seudónimo de «Captain
Way», la
eminencia gris de los Comités de Salvación Pública que prepararon el
retorno al
poder del general Charles de Gaulle en 1958.11
Consideremos ahora la naturaleza esencialmente paradójica del
Priorato de Sión. Ante todo, ¿de dónde sale en realidad la
información pública acerca de esa organización, y qué crédito
merece? Como se ha escrito en The Holy Blood and the Holy Grail, la
fuente primaria es una colección de sólo siete enigmáticos
documentos conservados en la Bibliothèque Nationale de París y
conocidos bajo el nombre de
Dossiers secrets.12
A la primera
inspección los tales expedientes secretos no son más que un cajón de
sastre lleno de genealogías y textos históricos, con algunas obras
alegóricas más recientes que se atribuyen a autores anónimos, o que
escriben bajo obvios seudónimos, o que no tienen nada que ver con lo
que se les atribuye. Muchas de estas alusiones se refieren a la
supuesta obsesión merovingia de la asociación y se centran en
el
famoso misterio de Rennes-le-Château, la remota aldea languedociana
que fue el punto de partida de la Investigación de Baigent, Leigh y
Lincoln (sobre lo cual volveremos más adelante). Sin embargo,
también emergen otros temas principales que son mucho más
significativos para nosotros y que trataremos en seguida. El primer
artículo de los expedientes secretos fue depositado en 1964, aunque
esté fechado en 1956. El último fue depositado en 1967.
Razonablemente podríamos hacer caso omiso de buena parte del
contenido de los expedientes o tomárnoslos como una especie de
chanza. Es la reacción inmediata, pero hay que precaverse contra
ella, porque nuestra experiencia del Priorato de Sión y de su modus
operandi nos indica que les agrada la desinformación deliberada y
detallada. Detrás de una cortina de humo compuesta de absurdos,
tergiversaciones y ocultaciones, hay un designio muy serio y muy
perseverante.
Desde luego lo que ni en un millón de años habría fascinado ni
motivado por mucho tiempo a unos genios tan grandes como Leonardo e
lsaac Newton es el supuesto afán de restaurar el desaparecido linaje
de
los merovingios a una posición de poder, cualquiera que sea, en
la Francia moderna.
A tenor de las pruebas, que se hallan en los
expedientes secretos, la demostración de la supervivencia de la
dinastía más allá de Dagoberto II, por no mencionar la de la
prolongación clara e inequívoca de dicho linaje hasta finales del
siglo XX, es frágil en el mejor de los casos, y novelesca para quien
considere el asunto con predisposición menos favorable.13 Al fin y
al cabo, cualquiera que haya intentado reseguir su propio árbol
genealógico dos o tres generaciones atrás sabe hasta que punto la
empresa se vuelve pronto difícil y problemática. Cuesta imaginar que
hombres de la categoría de Isaac Newton y Leonardo quedasen
demasiado impresionados por la proposición de una sociedad
británica, digamos, que los invitase a colaborar en la restauración
de los descendientes de Haroldo II el Confesor (muerto por los
hombres de Guillermo el Conquistador en 1066).
En cuanto al moderno Priorato de Sión, la empresa de restaurar la
dinastía
merovingia se intuye bastante dificultosa. No sólo está el problema
de persuadir a
la Francia republicana de la conveniencia de retornar a la monarquía
que rechazó
hace más de un siglo; si eso fuese posible, y si se lograse
demostrar la continuidad
de la línea de sucesión merovingia, queda todavía que ese linaje en
particular no
puede sustentar ninguna pretensión, porque en tiempos de los
merovingios aún no
existía siquiera un Reino de Francia. Como ha dicho escuetamente el
autor francés
Jean Robin, «Dagoberto fue [...] rey en Francia, pero en modo alguno
rey de
Francia». 14
Los Dossiers secrets serán un absurdo total, pero da qué pensar la
medida del esfuerzo y de los recursos que se dedican a ellos y a
sustentar sus pretensiones. Incluso el escritor francés Gérard de
Sède, que llenó muchas páginas alineando argumento tras argumento
para pulverizar la causa merovingia aducida en los expedientes, ha
acabado por admitir que se invirtió en ellos una cantidad de
erudición y de recursos y estudios académicos fuera de toda
proporción con la supuesta finalidad. Aunque irritado por «ese mito
delirante», sin embargo saca la conclusión de que detrás de todo eso
hay un misterio auténtico.15 Un rasgo muy curioso de los dossiers es
la constante implicación que se insinúa entre líneas, a saber, que
los autores tuvieron acceso a archivos oficiales de la
administración y la policía.
Por citar sólo dos ejemplos de entre muchos: en 1967 se agregó a los
dossiers un cuaderno intitulado
Le serpent rouge, atribuido a tres
autores, Pierre Feugère, Louis Saint-Maxen y Gaston de Koker, y
fechado el 17 de enero de 1967,16 aunque el resguardo del depósito
en la Bibliothèque Nationale lleva fecha del 15 de febrero. Este
extraordinario texto de trece páginas, generalmente alabado como
ejemplo de talento poético, utiliza también simbolismos
astrológicos, alegóricos y alquímicos. Pero resulta que estamos ante
un asunto siniestro, porque los tres autores fueron hallados
ahorcados con menos de veinticuatro horas de diferencia, entre el 6
y el 7 de marzo de aquel mismo año.
Va sobreentendido que las
muertes fueron consecuencia de su colaboración como autores de Le serpent rouge. Pero otras investigaciones ulteriores han demostrado
que la obra fue añadida al depósito de los dossiers el 20 de marzo,
es decir, después de que aquéllos fuesen hallados muertos, y que se
falsificó deliberadamente el resguardo antedatándolo a febrero. Sin
embargo, hay en esa extraña historia algo todavía más chocante, y es
que los tres supuestos autores no tenían en realidad ninguna
relación con ese panfleto, ni con el Priorato de Sión si a eso
viene... Por lo visto, alguien había aprovechado la ocasión de
aquellas tres muertes extrañamente coincidentes en el tiempo, y la
puso al servicio de sus propios y sin duda no menos extraños fines.
Pero ¿por qué? Tal como ha señalado De Sède, solo transcurrieron
trece días entre
las tres muertes y el depósito del cuaderno en la Bibliothèque
Nationale; de
manera que alguien trabajó muy rápido, tanto es, así que da a
entender que ese
verdadero autor o autores estaba(n) en el secreto de las
investigaciones policiales.17
Y Frank Marie, un escritor y detective privado, ha demostrado de
modo
concluyente que la máquina de escribir utilizada para elaborar Le serpent rouge
volvió a serlo en la confección de otros documentos posteriores de
los expedientes secretos.18
Está luego el caso de los falsos documentos del Lloyds Bank. Unos
supuestos
pergaminos del siglo XVII hallados por un cura francés a finales del
siglo pasado, y
que supuestamente demostraban la continuidad del linaje merovingio,
fueron
comprados por un caballero inglés en 1955 y depositados en una caja
de una
sucursal londinense del Lloyds Bank. Aunque en realidad nadie ha
visto esos
documentos, se supo que existían cartas que confirmaban el hecho de
estar
depositados, firmadas por tres destacados hombres de negocios
británicos, todos
los cuales habían estado relacionados anteriormente con los
servicios secretos de
su país.
Sin embargo, en el curso de su investigación para The
Messianic Legacy (la
continuación de The Holy Blood and the Holy Grail), Baigent,
Leigh y
Lincoln
consiguieron demostrar que las cartas eran falsificaciones... pero
incorporaban en
su confección partes de documentos auténticos que exhibían las
firmas auténticas,
y copias de los certificados de nacimiento de los tres hombres de
negocios. Sin
embargo el punto más significativo y de más largo alcance es que el
falsificador,
quienquiera que fuese, debió de obtener esas partes de unos papeles
auténticos en
los archivos de la administración francesa y por vías que implican
seriamente a los
servicios secretos franceses.19
Una vez más nos quedamos con una fuerte sensación de extrañeza. La
realización de tan complicada estratagema debió de suponer una
enorme cantidad de tiempo, esfuerzo y tal vez incluso riesgo
personal. Pero al mismo tiempo, y en última instancia, no se le ve
finalidad alguna. Aunque en este sentido el asunto no hace más que
seguir la vieja tradición de los servicios de inteligencia, donde
casi nada es lo que aparenta y los casos más sencillos a primera
vista quizá no sean más que operaciones de desinformación.
Hay buenas razones para recurrir a paradojas, no obstante, e incluso
a contrasentidos de lo más chocante. Lo absurdo tiende a fijarse en
la memoria; una argumentación ilógica que se nos presenta como la
demostración escrupulosa de una realidad ejerce sobre nuestra mente
inconsciente un efecto singularmente poderoso. Al fin y al cabo, ésa
es la parte de nuestro ser donde se originan nuestros sueños, los
cuales funcionan con el mismo tipo de paradojas y errores de ilación
lógica. Y esa mente inconsciente es la motivadora, la creadora, que
una vez «enganchada» sigue operando durante años por más subliminal
que haya sido el mensaje, hasta estrujar la última partícula de
significado simbólico de lo que no era en apariencia más que una
parrafada de jerga sin sentido.
Los escépticos, que tan listos se creen, muchas veces son
sorprendentemente
ingenuos, y eso proviene de que lo ven todo blanco o negro,
verdadero o falso, que
es precisamente como les conviene a determinados grupos que lo vean.
Por
ejemplo, ¿qué mejor sistema para llamar la atención, por una parte,
pero
excluyendo por otra a los entrometidos indeseables o al ocasional
curioso
despistado, sino presentar a la opinión pública una información
intrigante en
apariencia, pero al mismo tiempo virtualmente absurda?
Todo sucede
como si la
mera aproximación a la realidad del Priorato constituyese en
realidad una especie de iniciación: si ésta no estaba destinada para
ti, la cortina de humo te alejará eficazmente de cualquier
investigación más profunda. Pero si lo estaba por alguna razón, no
tardarás en recibir esa orientación adicional, o en descubrir tú
mismo por medio de una serie de sospechosas coincidencias esas
informaciones adicionales acerca de la organización, gracias a lo
cual todo viene a encajar repentinamente.
En nuestra opinión sería un gran error desdeñar los Dossiers secrets
sólo
porque su mensaje explícito sea demostrablemente implausible. El
mucho trabajo
que se han tomado en su elaboración es un claro indicio de que
tienen algo que
ofrecer. Cierto que no sería la primera vez que un desequilibrado
víctima de una
obsesión dedica toda su vida a una tarea ímproba y totalmente
inútil, de manera
que el número de horas dedicado al trabajo no implica de por sí que
los resultados
sean merecedores de nuestra atención y respeto.
Pero cuando nos las
tenemos que
ver con un grupo que evidentemente está desarrollando un complicado
plan, esto
considerado en conjunto con todos los demás indicios y pistas (como
se verá con
claridad más adelante), evidencia sin duda que algo pasa. O intentan
decirnos algo,
o intentan ocultarnos algo... y sin embargo, siguen dejando caer
insinuaciones de que se trata de un asunto de importancia.
Así pues, ¿qué partido tomamos en cuanto a las pretensiones
históricas del priorato? ¿Se retrotraen verdaderamente sus orígenes
al siglo XI, que ya es, y ha contado en sus filas con todos los
nombres ilustres que dicen los expedientes secretos? En primer lugar
se puede aducir que siempre es difícil demostrar la existencia
actual o histórica de una sociedad secreta. Por definición, cuanto
más éxito haya tenido en permanecer secreta más arduo será
corroborar su existencia. No obstante, si se logra demostrar la
aparición reiterada de los mismos intereses, temas y propósitos
entre los que se afirma pertenecieron a ese grupo en distintas
épocas, sería plausible e incluso sensato postular que tal grupo ha
podido existir en realidad.
Por implausible que parezca la nómina de los Grandes Maestres del
Priorato (según viene dada en los Dossiers secrets), el estudio de
Baigent, Leigh y Lincoln estableció que no es una lista
arbitraria.20 Hay, en efecto, convincentes relaciones entre varios
Grandes Maestres sucesivos. Además de conocerse entre sí, y de estar
estrechamente emparentados en algunos casos, esas luminarias
compartieron ciertos intereses y preocupaciones.
Sabernos que muchos
de ellos estuvieron asociados con movimientos esotéricos y con otras
sociedades secretas como los francmasones, los rosacruces y la
Compagnie du Saint-Sacrement,21 todas las cuales tienen algunos
objetivos comunes. Hay, por ejemplo, un tema claramente hermético
que discurre a través de sus publicaciones conocidas, una emoción
auténtica suscitada por la perspectiva de que el ser humano llegue a
convertirse en casi divino dada la extensión constante de las
fronteras del conocimiento.
Por otra parte nuestras averiguaciones independientes, expuestas en
nuestro
libro anterior, han confirmado que los individuos y las familias que
en el decurso
de los siglos supuestamente intervinieron en los asuntos del
Priorato son los
mismos mantenedores de lo que podríamos llamar el Gran Engaño del
Santo Sudario.22
Como ya hemos visto, tanto Leonardo como Cocteau utilizaron
simbolismos heterodoxos en sus obras pictóricas supuestamente
cristianas. Pese a la diferencia de 500 años, la imaginería que el
uno y el otro utilizan nos los representa como notablemente
constantes en lo suyo. Y en efecto, otros escritores y artistas
plásticos de los relacionados con el Priorato han incluido también
motivos semejantes en su producción.23 Lo cual comunica bastante
fuerza a la hipótesis de que tomaron parte en algún tipo de
movimiento organizado en la clandestinidad, y que ya debía de
hallarse bien establecido en la época de Leonardo. Y puesto que se
ha afirmado que tanto éste como Cocteau fueron Grandes Maestres, si
aceptamos sus preocupaciones comunes como un indicio más parece
razonable deducir que fueron miembros destacados del Priorato de
Sión, o por lo menos de algún grupo bastante parecido.
Es irrefutable el conjunto de pruebas que reúnen Baigent, Leigh y
Lincoln en The Holy Blood and the Holy Grail en cuanto a la
existencia histórica del Priorato. Y en 1966 todavía publicaron más
pruebas, algunas de ellas debidas a otros estudiosos, en una nueva
edición revisada y puesta al día del mismo libro (el cual es lectura
obligada para quienquiera que se interese por este misterio).
Lo que demuestran las pruebas en cuestión es que existió una
sociedad secreta, en funcionamiento desde el siglo XII, pero ¿es el
moderno Priorato de Sión su legítimo heredero? Ciertamente, y aunque
no es forzoso que uno y otro grupo estén vinculados como se
pretende, el moderno Priorato da muestras de un conocimiento íntimo
de la sociedad histórica. A fin de cuentas, han sido sus miembros
actuales quienes nos dieron a conocer por primera vez la existencia
del Priorato en el pasado.
Ahora bien, ni siquiera la posesión de los archivos del Priorato
antiguo
implica necesariamente la autenticidad de sus continuadores. El
artista francés
Alain Féral, quien como pupilo de Cocteau colaboró con él y le
conocía muy bien,
en una conversación reciente nos ha negado empecinadamente que su
mentor
hubiese sido Gran Maestre del Priorato de Sión. Por lo menos,
aseguró, en el
sentido de que Cocteau no tuvo nada que ver con la organización que
luego ha
tenido por Gran Maestre a Pierre Plantard de Saint-Clair. No
obstante Féral realizó
sus propias indagaciones en relación con determinados aspectos de la
historia del
Priorato de Sión, en particular los relativos a la aldea
languedociana de Rennes-le-Château, y opina que los citados como Grandes Maestres en la lista
de los Dossiers
secrets hasta Cocteau inclusive sí estuvieron vinculados por una
tradición clandestina auténtica.24
En esta fase de nuestra investigación decidimos no hacer caso de las
ambiciones políticas que se atribuye el Priorato moderno, para pasar
a fijarnos en sus aspectos históricos, aunque bien podía ser que
éstos arrojasen alguna luz sobre aquéllas.
Los registros secretos, si prescindimos de la mitomanía merovingia,
conceden gran relevancia al Santo Grial, a la tribu de Benjamín y a
María Magdalena, personaje del Nuevo Testamento. Por ejemplo, en
Le serpent rouge figura la declaración siguiente:
De aquellos a quienes deseo liberar ascienden a mí los aromas del
perfume que impregna el
sepulcro. A quien antiguamente llamaban algunos ISIS, la reina de
los benéficos manantiales,
VENID A MÍ TODOS LOS AFLIGIDOS Y LOS DESAMPARADOS, QUE YO OS
CONSOLARÉ, y otros; MAGDALENA, la de la vasija famosa colmada de
bálsamo
reparador. Los iniciados conocen su verdadero nombre: NOTRE DAME DES
CROSS.25
Este breve pasaje es intrigante entre otras cosas porque las últimas
palabras, Notre Dame des Cross, no tienen ningún sentido (excepto si
«Cross» fuese un apellido, aunque tampoco en este caso resultan muy
inteligibles). Des es un plural que puede significar «de los» o «de
las», pero cross ni siquiera es una palabra francesa, aunque
naturalmente significa «cruz» en inglés, así, en singular. Luego
está la peculiar confusión entre Isis y María Magdalena; a fin de
cuentas la primera fue una diosa y la segunda una «mujer caída», y
son personajes de distintas culturas y sin ninguna relación obvia
entre sí.
Se diría, en efecto, que hay una dificultad de entrada para poner en
relación unos temas tan diversos en apariencia como la Magdalena, el
Santo Grial, la tribu de Benjamín —y no digamos ya la diosa egipcia
Isis— con el linaje merovingio. Los Dossiers secrets explican que
los francos sicambrios, de quienes descendían los merovingios, eran
de origen judío, o más exactamente eran la tribu perdida de
Benjamín, que emigró a Grecia y luego a la Germania, donde se
convirtieron en sicambrios.
Sin embargo los autores de The Holy Blood and the Holy Grail
complicaron el panorama todavía más. Según ellos la importancia del
linaje merovingio no era fantasía de un puñado de monárquicos
excéntricos. Con esta afirmación trasladaban todo el asunto a otro
terreno completamente distinto, y tal que desde luego captó la
imaginación de los millones de entusiastas lectores del libro.
Decían que Jesús se había casado con María Magdalena y que esa unión
tuvo descendencia. Jesús sobrevivió a la cruz, pero su mujer salió
del país sin él, y se llevó los niños a una colonia judía afincada
en lo que hoy es el sur de Francia. Fueron los descendientes de
éstos quienes llegaron a ser caudillos de los sicambrios, y así se
creó el linaje real de
los merovingios.
Con esta hipótesis la mayoría de los temas del Priorato parece que
encajan, pero arroja otros problemas fundamentales por su cuenta.
Como hemos visto, es imposible que ninguna línea sucesoria, no
importa de quién descienda, sobreviva en la forma «pura» que sería
necesaria para sustentar semejante campaña.
Es innegable que hay buenas razones para propugnar que Jesús estuvo
casado con María Magdalena —o por lo menos tuvo algún tipo de
relación íntima
con ella—, sobre lo cual volveremos luego con más detalle, e incluso
que
sobrevivió a la Crucifixión. En realidad, y aunque muchos crean lo
contrario, no
fue necesario esperar a la obra de Baigent, Leigh y Lincoln para que
alguien
propusiera esos dos asertos, que habían sido discutidos entre
numerosos
académicos muchos años antes de la publicación de The Holy Blood and
the Holy
Grail.26
Las premisas subyacentes en su argumentación tropiezan no obstante
con una dificultad principal, y nuestros autores tenían muy claro
que así era, por lo cual evitaron escrupulosamente llamar la
atención sobre ella. Para ellos, los merovingios son importantes
porque eran descendientes de Jesús. Pero si éste sobrevivió a la
cruz, sería imposible decir que murió por la redención de nuestros
pecados, ni que resucitó. Según eso, no fue divino, ni era el
Hijo
de Dios. Siendo así, ¿para qué íbamos a fijarnos en sus supuestos
descendientes?, cabría preguntar.
En ese grupo de descendientes tan traído y llevado figura, según se
cree, nada menos que el mismo Pierre Plantard de Saint-Clair. Pese
al lenguaje hiperbólico que utilizan algunos comentaristas cuando se
refieren a esa hipótesis, cumple observar que él nunca ha pretendido
ser descendiente de Jesús. Nunca se subrayará lo bastante que lo que
confiere a la idea del linaje merovingio su pretendida importancia
no es la idea cristiana de que Jesús fue Dios encarnado, con lo cual
sus descendientes habrían sido divinos de alguna manera.
El
fundamento de toda la creencia es que como Jesús era del linaje de
David y por tanto rey legítimo de Jerusalén, ese título recae
automáticamente en su familia futura, aunque sólo sea en el plano
teórico por ahora. El poder que se reclama para la conexión
merovingia no es divino, sino político.
Baigent, Leigh y Lincoln obviamente construyen su teoría sobre
afirmaciones encontradas en los Dossiers secrets, pero en nuestra
opinión fueron algo selectivos en cuanto a cuáles de las
pretensiones elegían citar como pruebas. Por ejemplo, los Dossiers
dicen que los reyes merovingios, desde su fundador Meroveo hasta
Clodoveo (quien se convirtió al cristianismo), eran «reyes paganos
del culto a Diana».27 Sin duda habría sido difícil compaginar esto
con la idea de que fuesen descendientes de Jesús o de una tribu
judía.
Otro ejemplo de esta curiosa selectividad por parte de Baigent,
Leigh y Lincoln es el del «documento Montgomery».28 Se trata, según
ellos, de un «relato que apareció» en el archivo particular de la
familia Montgomery y les fue comunicado por un miembro de ésta. Su
fecha originaria no se conoce con seguridad, pero la versión que
ellos vieron databa del siglo XIX. Si lo valoraron fue porque, en
esencia, respaldaba las teorías aducidas en The Holy Blood and the
Holy Grail, aunque naturalmente no se podía pretender que fuese una
prueba de ellas. Pero al menos establecía que una de aquellas ideas
—la de que Jesús estuvo casado con María Magdalena— era conocida por
lo menos un siglo antes de que ellos emprendieran su investigación.
El documento Montgomery cuenta la historia de
Yeshua ben Joseph
(Jesús
hijo de José), casado con Miriam (María) de Betania (personaje
bíblico que muchos
creen ser la misma persona que María Magdalena). A consecuencia de
una
insurrección contra los romanos, María fue detenida y si le
devolvieron la libertad
fue sólo porque estaba embarazada. Entonces huyó de Palestina hasta
recalar en la Galia (en lo que hoy es Francia), donde dio a luz una
hija.
Aunque se comprende fácilmente por qué Baigent, Leigh y Lincoln
traen a colación el documento Montgomery en apoyo de su hipótesis,
es extraño que, no profundizasen más en ciertos aspectos del relato.
En esta crónica se describe a María de Betania como «sacerdotisa de
un culto femenino»; lo mismo que la afirmación de que los
merovingios adoraban a la diosa Diana, ésta introduce en la historia
un matiz claramente pagano, difícilmente conciliable con la noción
de que el principal interés del Priorato tenga que ver con la
continuidad del linaje del rey judío David, el cual incluye a Jesús,
como se sabe.
Es interesante observar que el moderno Priorato se ha abstenido de
confirmar ni desmentir la hipótesis de The Holy Blood and the Holy
Grail... y eso reaviva nuestras sospechas. ¿Será posible que el
Priorato de Sión esté jugando al escondite con nosotros?
Una cosa que empezábamos a ver muy evidente era que la ambición
motivadora del Priorato no podía ser el poder puramente político que
postulan Baigent, Leigh y Lincoln. Una y otra vez los Dossiers citan
personas, sean los propios Grandes Maestres u otras vinculadas con
el Priorato, que no fueron primordialmente políticos, sino
ocultistas.
Por ejemplo Nicolás Flamel, gran maestre desde 1398
hasta 1418, fue maestro alquimista; Robert Fludd (1595-1637) era
rosacruz; y más cerca de nuestra época, Charles Nodier (gran maestre
de 1801 a 1844), uno de los más influyentes promotores de la
renovación moderna del ocultismo, Incluso sir Isaac Newton (gran
maestre de 1691 a 1727), hoy más conocido como científico y
matemático, fue también devoto alquimista y hermético, que poseía
ejemplares de los manifiestos rosacruces y llenó los márgenes de
anotaciones de su puño y letra.29
Y también está Leonardo da Vinci,
naturalmente, otro genio totalmente mal entendido por los modernos,
pareciéndoles que un intelecto tan agudo no podía ser si no producto
de una mentalidad materialista. En realidad, y tal como hemos visto,
extraía sus obsesiones de otras fuentes completamente distintas, y
hacen de él un candidato idóneo más a la nómina de los Grandes
Maestres del Priorato.
Sorprende que, si bien reconocen los intereses ocultos de muchos de
estos personajes, Baigent, Leigh y Lincoln no parezcan darse plena
cuenta de lo que significaban tales obsesiones. Al fin y al cabo, en
muchos de esos casos lo oculto no era una afición ocasional, sino la
verdadera empresa principal de sus vidas. Y nuestra propia
experiencia indica que los individuos relacionados con el moderno
Priorato también son ocultistas asiduos.
Así pues, ¿qué secreto concebiremos que fuese capaz de retener
durante tanto
tiempo la atención de las mejores cabezas ocultistas del mundo, una
vez,
reconocido que la implausible historia de los merovingios era una
cortina de
humo? Por más persuasivos e innovadores que hayan sido los autores
de The Holy
Blood and the Holy Grail, su explicación de los móviles y los
objetivos del Priorato
no acaba de darnos satisfacción. Ocurre algo ahí, pero dado el
esfuerzo que se le
viene dedicando desde hace siglos es muy poco probable que se trate
únicamente de la legitimidad de la monarquía francesa. Lo que sea
debe implicar un peligro tan grande para el status quo que incluso
ahora, pese al Siglo de las Luces y a todo lo que ha sobrevenido
después, hay que tenerlo en secreto, cuidadosamente vigilado por una
red clandestina de iniciados.
Casi desde el principio de nuestro estudio sobre Leonardo y el
Sudario de Turín tuvimos la invencible sensación de que había en
efecto un secreto, celosamente guardado por un reducido grupo de
elegidos. Conforme avanzaba nuestra investigación no podíamos
desprendernos de la sospecha de que los temas que íbamos detectando
en la biografía y la obra de Leonardo tenían un estrecho paralelismo
con los que descubríamos en el material difundido por el Priorato.
Sin duda valía la pena verificar las insinuaciones de que esos
mismos temas estaban entretejidos asimismo en la obra de Jean Cocteau.
Ya hemos descrito el mural de ese artista en la iglesia de
Notre
Dame de France en Londres. Pero ¿qué relación tendría ese imaginario
de sorprendente originalidad con una obra muy anterior, como la de
Leonardo, y con un movimiento supuestamente esotérico e incluso
herético?
La semejanza más obvia con las obras de Da Vinci es que el artista
se autorretrata dando la espalda a la cruz. Como ya hemos
mencionado, Leonardo se pintó de esa manera a sí mismo, por lo menos
dos veces: en la Adoración de los Magos y en la Última Cena.
Considerando la expresión que pone Cocteau en su propio rostro, que
es, cuando menos, de profundo rechazo de toda la escena, no sería
descabellado tratar de parangonarla con la violencia que expresa
Leonardo al apartarse de la Sagrada Familia en la Adoración.
En
el mural de Cocteau el crucificado sólo se ve de rodillas abajo,
lo cual implica cierta sospecha acerca de su verdadera identidad. La
curiosa ausencia global de vino que hemos visto en la Última Cena
también parece implicar un serio interrogante en cuanto a la
naturaleza del sacrificio de Jesús. El artista moderno va más allá y
no representa a Jesús en absoluto. Es también muy similar la
utilización de la envolvente en «M». En la obra de Cocteau ésta
enlaza a las dos mujeres afligidas, que suponemos ser la Virgen
María y María Magdalena. Y de nuevo se da a entender que ésta se
aleja del personaje de Jesús. Mientras la madre baja la mirada y
llora, la mujer más joven le vuelve la espalda. En la Última Cena de
Leonardo la «M» une a Jesús con ese «San Juan» tan sospechosamente
femenino... y esa mujer «M» se aparta de él tan lejos corno puede,
aunque al mismo tiempo parece que están unidos.
Otros simbolismos que se aprecian en el mural de Cocteau, una vez
conocemos las preocupaciones del Priorato de Sión, se evidencian
conectados con
éste de una manera bastante explícita. Por ejemplo, la suma de los
puntos que dan
los dados arrojados por los soldados es cincuenta y ocho, y ése es
el número
esotérico del Priorato.30
La rosa de color púrpura y llamativo tamaño al pie de la cruz es una
alusión nada oculta al movimiento rosacruz, el cual se vincula
estrechamente al Priorato y desde luego también a Leonardo, como
luego veremos.
También hemos dicho ya que los miembros del Priorato no creen que
Jesús muriese en la cruz, y algunas de sus facciones opinan que fue
un sustituto el que sufrió el suplicio en principio destinado a
aquél. Si nos atenemos exclusivamente a las imágenes del mural, casi
parece que Cocteau también pensaba así. Por ejemplo, no sólo no se
ve el semblante de la víctima, sino que además se incluye un
personaje inhabitual en las representaciones de la Crucifixión. Es
el hombre del lado derecho, puesto de perfil, cuyo ojo presenta
inconfundiblemente la figura de un pez, siendo ésta seguramente una
alusión al nombre en clave que daban a «Cristo» los cristianos de
las catacumbas. ¿Quién representa ser ese hombre con el ojo de pez?
Atendida la noción del Priorato, según la cual no era Cristo el
clavado en la cruz, ¿no sería posible que ese personaje añadido
fuese el mismo Jesús? ¿Creeremos que el sedicente Mesías se quedó a
contemplar la tortura y muerte de un figurante? Si eso fuese cierto,
es fácil imaginar sus emociones.
Volvamos a la mujer «M» que aparece tanto en la pintura de Leonardo
como en la de Cocteau, y que seguramente es María Magdalena en ambos
casos. Teniendo en cuenta ahora que según las creencias del Priorato
estaba casada con Jesús, eso explicaría su presencia en la Última
Cena, sentada a la derecha de su esposo, así como el hecho de vestir
prendas que son reflejo invertido de las de él, de quien es «la otra
mitad».
Es cierto que una tradición no muy conocida de los tiempos
medievales y
Comienzos del Renacimiento asegura que la Magdalena estuvo presente
en la Última Cena. Pero Leonardo hizo saber que el personaje sentado
a la derecha de
Jesús en su versión era san Juan, ¿Qué motivos tendría para tal
engaño? ¿Fue quizás una manera de conferir un poco más de potencia
subliminal a sus imágenes? Al fin y al cabo, si el autor nos dice
que ha pintado un hombre y nuestro cerebro nos dice que es una
mujer, la confusión hará que sigamos debatiendo el asunto en el
plano inconsciente durante mucho tiempo.
Nuestro misterioso informador Giovanni nos dejó, como para
atormentarnos, una pregunta: «¿Por qué los Grandes Maestres se
llamaron siempre Juan?». Al principio nos pareció que sería una
especie de alusión no muy disimulada al seudónimo elegido por él
mismo, y que quizá quería dar a entender que su lugar en la
jerarquía no era de los más ínfimos. En realidad quería llamar la
atención sobre otro asunto mucho más significativo.
Aunque los Grandes Maestres adoptan en la organización el
sobrenombre de Nautonnier o «timonel», también reciben el nombre de
Jean, «Juan», o si son mujeres, Jeanne, «Juana». Por ejemplo,
Leonardo aparece en sus listas como Jean IX. Vale la pena mencionar
que aun tratándose de una orden de caballería tan antigua, el
Priorato asegura haber practicado siempre la igualdad de
oportunidades en su sociedad secreta, y cuatro de sus Grandes
Maestres han sido mujeres. (En la actualidad una de las secciones
francesas del Priorato está al mando de una mujer.)
31
Sin embargo esa política es totalmente coherente con la verdadera
naturaleza y los objetivos de Priorato según hemos llegado a
entenderlos.
Los títulos que usa el Priorato en su organización jerárquica dan
una idea de sus preocupaciones. De acuerdo con los estatutos, por
debajo del Nautonnier hay un grado compuesto por tres iniciados que
reciben el nombre de Prince Noachite de Notre Dame, y debajo de éste
otro de nueve individuos que son Croisé de Saint Jean, es decir
«cruzados de San Juan» (aunque éstos aparecen rebajados a constable
en las versiones más recientes de dichos estatutos).
La escala tiene seis grados más, pero el organismo director esta
formado por
los tres principales, que totalizan los trece miembros de mayor
categoría. Dicho
organismo tiene el nombre de Archikyria, en el que reconocemos el
tratamiento de
respeto griego kyria equivalente al moderno «Señora». Pero más
concretamente, en
el mundo helenístico de los últimos siglos a.C. era un epíteto de la
diosa Isis.32
El primer Gran Maestre de la sociedad fue, conviene mencionarlo, un
Juan verdadero: Jean de Gisors, aristócrata francés del siglo XII.
Pero el acertijo está en que el nombre de adopción dentro del
Priorato fue «Jean II». De ahí las cogitaciones de los autores de
The Holy Blood and the Holy Grail:
Una cuestión principal fue, naturalmente, ¿qué Juan? ¿Juan el
Bautista? ¿Juan el evangelista, el «discípulo predilecto» del Cuarto
Evangelio? ¿O Juan el Divino, el autor del Apocalipsis?
Parece que debió de ser uno de esos tres [...] Así pues, ¿quién fue
Juan I? 33
Otro «Juan» relacionado con el asunto y que da mucho que pensar es
el mencionado en un libro de 1982, Rennes-le-Château: capitale
secrète de l’histoire de France, por Jean-Pierre Deloux y
Jaeques
Brétigny. Se sabe que ambos autores estaban íntimamente relacionados
con
Pierre Plantard de Saint-Clair —por ejemplo, en los años ochenta
formaban parte del entourage de éste, cuando fueron a verle Baigent,
Leigh y Lincoln—,34 y desde luego él colaboró en el libro, y no
poco. Es pura propaganda del Priorato, en realidad, y explica cómo
se formó la sociedad.
(Deloux y Brétigny también escribieron artículos sobre el Priorato
de Sión en la
revista L’Inexpliqué, un papel esotérico según algunos
fundado y financiado por el Priorato.)35
Según esta narración, la intención principal había sido formar un
«gobierno secreto» cuya cabeza visible sería Godofredo de Bouillon,
uno de los caudillos de la Primera Cruzada. En Tierra Santa,
Godofredo se encontró con una organización llamada la Iglesia de
Juan y el resultado fue que formó «un magno designio», y «puso su
espada al servicio de la Iglesia de Juan, esa Iglesia esotérica e iniciática que representaba la Tradición: aquélla basada en la
primacía del Espíritu».36 De ese magno designio nacieron tanto el
Priorato de Sión —esa organización que siempre pone a sus grandes
maestres el nombre de «Juan»— como los caballeros templarios.
Y tal como dice Pierre Plantard de Saint-Clair a través de Deloux y
Brétigny:
Así, a comienzos del siglo XII aparecían reunidos los medios
espirituales y temporales que
iban a permitir la realización del sueño sublime de Godofredo de
Bouillon; la Orden del
Temple sería la espada de la Iglesia de Juan y el portaestandarte de
la primera dinastía, y las
armas obedecerían al espíritu de Sión.37
El resultado de este ferviente «juanismo» iba a ser un «renacimiento
espiritual» que «trastornaría toda la Cristiandad». Pese a su
evidente importancia para el Priorato, este énfasis alrededor de
«Juan» seguía envuelto en la más extraordinaria oscuridad: al
principio de esta investigación ni siquiera sabíamos qué Juan era el
así reverenciado. Pero ¿a qué razones obedece tanta oscuridad? ¿Por
qué no dicen de una vez a qué Juan se refieren? ¿Y por qué el
reverenciar a cualquiera de los santos Juanes, por
enfervorizadamente que sea, iba a constituir una amenaza para los
propios fundamentos de la cristiandad?
Al menos es posible aventurar una suposición en cuanto a qué Juan
tiene en mente el Priorato, si la obsesión de Leonardo por el
Bautista vale como indicio. Pero como hemos visto, la idea que el
Priorato tiene de la misión de Jesús dista de ser ortodoxa, y no
parecería lógica tanta reverencia hacia el hombre que supuestamente
no fue más que el precursor del Mesías, a menos que el Priorato,
como Leonardo, reverenciase a Juan el Bautista por encima de Jesús
mismo.
Ésa no es una idea baladí. Porque, de existir alguna razón para
creer que el Bautista era superior a Jesús, entonces las
consecuencias sí serían inconcebiblemente traumáticas para la
Iglesia. E incluso si la opinión del «juanismo» se fundara en un
equívoco, son indudables los efectos que ejercería esa creencia si
se diese a conocer más ampliamente. Sería casi como la herejía
definitiva... y los Dossiers secrets insisten reiteradamente sobre
el carácter anticlerical de los descendientes de los merovingios y
cómo fomentaron positivamente la herejía. Parece como si el Priorato
quisiera transmitir la idea de que la herejía es buena cosa, por
alguna razón concreta que él sabe.
Comprendimos que la supuesta herejía del Bautista tendría
repercusiones asombrosas, y que si queríamos averiguar más acerca
del Priorato iba a ser necesario que encarásemos la cuestión de Juan
el Bautista. Aunque al principio no estábamos seguros de encontrar
ningún indicio que corroborase tal herejía.
En ese momento los únicos indicios que teníamos en cuanto a las
creencias del Priorato sobre el Bautista eran la manifiesta obsesión
de Leonardo con el personaje, y el hecho de que aquél llamase
«Juanes» a sus grandes maestres. A decir verdad no teníamos ninguna
esperanza sería de hallar nada más consistente. Pero andando el
tiempo descubrimos pruebas mucho más sólidas de que el Priorato era,
efectivamente, parte de una tradición juanista de ese género.
Con o sin pruebas que lo confirmasen, era posible que muchas
generaciones de miembros del Priorato albergasen esa creencia
herética, pero significa eso que ésta fuese parte del gran secreto
que supuestamente poseen y guardan con tanta tenacidad?
El otro personaje del Nuevo Testamento que tiene una significación
inmensa
para el Priorato es, como hemos visto reiteradamente, María
Magdalena. Los
autores de The Holy Blood and the Holy Grail explican que esa
importancia reside concreta y exclusivamente en el (supuesto) hecho
de estar casada con Jesús y ser la madre de sus hijos. Pero
considerando la admiración menos que moderada que la figura de Jesús
inspira al Priorato, esa explicación parece bastante floja. Se diría
que esa organización le atribuye a la Magdalena una importancia a
título propio, en lo cual el papel de Jesús resulta casi
irrelevante. Como en el relato del «documento Montgomery», donde su
función se limita a ser el padre de la criatura y después de eso no
vuelve a intervenir para nada en los acontecimientos. Casi nos
sentimos inducidos a proponer que incluso sin Jesús, esa mujer tiene
algo que le confiere una significación suprema.
En una fase ulterior de nuestra investigación logramos ponernos en
contacto con Pierre Plantard de Saint-Clair y formularle algunas
preguntas sobre el interés del Priorato hacia María Magdalena.
Recibimos una respuesta de Gino Sandri, el secretario de Plantard,
un italiano residente en París, y dicha contestación, aunque breve y
concisa, es un ejemplo de la famosa capacidad de intriga del
Priorato.
Decía que tal vez estaría en condiciones de prestarnos
alguna ayuda pero «¿quizá tienen ustedes ya información acerca de
ese tema?».38 Evidentemente «apuntaba» a algo que sabía de nosotros,
pero decidimos tomárnoslo como un cumplido indirecto. Parecía dar a
entender que ya teníamos toda la información que pudiéramos
necesitar, a falta de sacar las deducciones oportunas, pero que esto
último nos correspondía a nosotros. Otro detalle malicioso de la
carta de Sandri: aunque matasellada el día 28 de julio, la había
fechado el 24 de junio, día de San Juan Bautista.
Para cualquier observador ajeno a la cuestión, la existencia de una
relación más o menos esotérica entre María Magdalena y Juan el
Bautista es puro trabajo de imaginación, porque ni siquiera consta
que se conocieran, según los textos conocidos de los Evangelios. Sin
embargo, tenemos ahí lo que parece un secreto muy antiguo que los
asocia inequívocamente, y los venera a ambos. ¿Hay algo en esos
personajes del siglo I que dé pie a esa tradición tan duradera, por
más que «herética»? ¿Es posible que representen algo, si no hay más,
capaz de inquietar mucho a la Iglesia?
Como se entenderá fácilmente, apenas sabíamos por dónde empezar.
Pero todas las veces que empezábamos a bucear en esa historia de la
Magdalena nos veíamos conducidos a tierras mucho más cercanas que
las de Israel, por su significado en relación con el asunto. En
particular el Priorato hace mucho caso de la leyenda que la vincula
al Mediodía francés. Nos pareció necesario ir allá, aunque sólo
fuese para descubrir que dicha historia había sido una confabulación
medieval destinada, como el Sudario de Turín, a atraer una lucrativa
corriente de peregrinos.
Sin embargo, desde el comienzo vimos
también que había algo especialmente interesante en la asociación
del enigmático personaje teotestamentario con ese lugar concreto de
la geografía. Algo muy superior a las simples consideraciones
mercenarias. Así que nos dispusimos a investigar el secreto de la
Magdalena en su propio terreno.
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