6. EL LEGADO TEMPLARIO
Para la mayoría de los historiadores, con los violentos
acontecimientos de comienzos del siglo XIV cayó para los templarios
el telón del último acto. Consecuentes con ello, no se molestan en
buscar indicios de una posible continuación de su existencia.
En
cambio la tradición ocultista siempre ha hablado de unos
descendientes espirituales de aquellos caballeros templarios y dice
que siguen viviendo entre nosotros, e incluso hay asociaciones
actuales que se pretenden sus herederas. Es más, como ha demostrado
de manera persuasiva la abundancia de estudios recientes, no sólo
sobrevivió la Orden sino que ejerció una influencia enorme sobre la
cultura occidental.
Son profundas y de largo alcance las consecuencias de ello. Porque
si se dedicaron a recoger conocimientos esotéricos y alquímicos, tal
como nosotros y otros investigadores creemos, cualquier caso de
supervivencia de los templarios apuntaría a algún tipo de
continuidad de importantes secretos a través de una tradición oculta
que quizá seguiría existiendo hoy día.
Estos secretos, entre los
cuales figurarían quizá los conocimientos científicos de los
antiguos alquimistas y las prácticas mágicas de las tradiciones
esotéricas orientales, tal vez están supérstites todavía, incluso en
nuestra misma sociedad. En tal caso, y en tanto que ejemplos
caracterizados de un antiguo sistema de creencias y prácticas
heréticas, quizá los templarios de hoy arrojarían alguna luz sobre
nuestra investigación. Ante todo debíamos persuadirnos de que los
templarios no se extinguieron.
El sentido común nos dice que es muy implausible que unas gentes tan
bien organizadas se entregasen como corderos destinados al
sacrificio. En primer lugar no todos los caballeros de Europa
cayeron en la encerrona de aquel trascendental viernes trece. Ese
tipo de cataclismo para la Orden sólo ocurrió en Francia, y aun allí
algunos lograron escapar. En otros países hubo criterios
discrepantes en cuanto a la persecución y supresión. Eduardo II de
Inglaterra, por ejemplo, se negó a creer que los templarios fuesen
culpables de lo que se les acusaba, e incluso se embarcó en un
acalorado debate con el papa. Además se negó de plano a utilizar la
tortura contra los caballeros.
En Alemania se produjo una escena estupendamente cómica cuando Hugo
de Gumbach, el Maestre de los templarios alemanes, hizo una
espectacular entrada en el sínodo convocado por el arzobispo de
Metz, armado hasta los dientes y acompañado de una veintena de
aguerridos caballeros cuidadosamente elegidos. Una vez allí proclamó
que el papa era un corrupto y que convenía fuese depuesto; que la
Orden era inocente... afirmación que estaba dispuesto a defender en
juicio de Dios mediante combate singular contra los allí reunidos,
uno a uno o todos a la vez. Tras un instante de estupor se disolvió
la asamblea allí mismo y dejaron la prueba de la inocencia de los
templarios para otro día.
En Aragón y Castilla los obispos procesaron a los templarios y
dictaminaron su inocencia. Sin embargo, por muy tolerantes o muy
liberales que los jueces quisieran mostrarse para con los
caballeros, la bula del papa disolviendo formalmente la orden en
1312 no se podía ignorar. Pero incluso en Francia los ejecutados
fueron relativamente pocos; muchos recobraron la libertad después de
retractarse, y en otros países se reconstituyeron bajo un nombre
distinto, o ingresaron en otras órdenes ya existentes, como la
Teutónica de los caballeros alemanes.
Desde el punto de vista histórico nada indica que los templarios
desapareciesen efectivamente. Lo natural sería que hubiesen pasado a
la clandestinidad para reagruparse y reconstituirse, o mejor dicho,
el procedimiento utilizado para su disolución garantizaba en la
práctica esa consecuencia.
Recordemos que los caballeros «de número» eran muy distintos del
círculo interior, los de la minoría dirigente y además depositaria
de conocimientos secretos. Es bastante posible que los caballeros de
uno y otro nivel estableciesen sus propias organizaciones
clandestinas, lo cual equivaldría a crear dos organizaciones
distintas cada una de las cuales pretendería ser la legítima
heredera del Temple.
Cuando se disolvió la orden, gran parte de sus tierras pasaron a
manos de sus rivales, los hospitalarios. Por el contrario, en
Escocia e Inglaterra no hubo mucha transferencia de propiedades;
todavía en 1650, algunas fincas de Londres que habían sido del
Temple estaban en poder de familias descendientes de templarios
según consta documentalmente.1 Lo que aquí nos interesa, sin
embargo, no es la continuidad en el régimen de posesión de terrenos
y edificios, sino la del conocimiento esotérico templario.
Aunque no hay pruebas concluyentes de que los templarios fuesen los
inspiradores de la red clandestina de los alquimistas, sabemos que
el «círculo interior» prestaba atención a la alquimia, y lo indica
por ejemplo la cercanía entre los centros de aquéllos, como
Alet-les-Bains, y las encomiendas templarias. Hemos visto también
que los alquimistas, lo mismo que los templarios, veneraban a Juan
el Bautista.
Recientemente algunos estudiosos han presentado pruebas convincentes
de que la francmasonería tuvo sus orígenes en la herencia templaria:
es la tesis de Michael Baigent y Richard Leigh en The Temple and the
Lodge y asimismo la del historiador e investigador norteamericano
John J. Robinson en Born in Blood, quienes coinciden en esa
conclusión tras plantearse el tema desde puntos de vista totalmente
diferentes.
Aquéllos habían reseguido la continuidad de los templarios partiendo
de Escocia, mientras que el segundo se dedicó a buscar los orígenes
de los ritos masónicos actuales, y también él se halló conducido por
esa pista hasta los templarios. Resulta así que los dos libros se
complementan mutuamente y proporcionan un cuadro bastante completo
de los vínculos entre esas dos grandes organizaciones ocultas.
El punto principal de discrepancia entre Baigent-Leigh y Robinson es
que los primeros consideran que la francmasonería tuvo su origen en
unos templarios aislados, acogidos al refugio de Escocia, y que
pasaron a Inglaterra en 1603 cuando subió al trono el rey escocés
Jaime VI, con el consiguiente aumento de influencia de la
aristocracia escocesa. En cambio Robinson cree que fue en Inglaterra
donde se convirtieron en francmasones los templarios. Aduce este
autor con bastante fundamento que los templarios fomentaron la
insurrección campesina de 1381 que se dedicó a atacar concretamente
las propiedades de la Iglesia y las de los caballeros hospitalarios
—las dos organizaciones principales enemigas de aquéllos—, mientras
que tuvieron buen cuidado de no dañar los edificios que habían sido
de los templarios antiguamente.
Muchas personas ajenas a estos asuntos creen que la francmasonería
es una especie de cofradía de viejos camaradas un poco chiflados, y
de paso sirve como camarilla de introducidos que reparte lucrativos
negocios e influencias entre sus miembros. En cuanto al rito, se
contempla como la parte extravagante de la cuestión, consistente en
arremangarse la pernera y proferir juramentos arcaicos desprovistos
de sentido. Es posible que la situación haya cambiado, pero en sus
primeros tiempos la francmasonería era una escuela mistérica con
iniciaciones solemnes basadas en las tradiciones ocultas de la
antigüedad, y expresamente encaminadas a obtener la iluminación
trascendental además de la función evidente de asegurar la cohesión
entre los hermanos.
En efecto fue una organización oculta en su origen, con dedicación
explícita a la transmisión de un conocimiento sagrado. Buena parte
de lo que hoy llamaríamos ciencia salió en realidad de esa cofradía,
como lo evidencia la constitución de la Royal Society inglesa en
1662, que se ocupaba y sigue ocupándose de reunir y dar a conocer el conocimiento científico. Fue el establecimiento oficial de lo que
había sido en principio el «Colegio Invisible» de los masones,
creado en 1645.2 (Y tal como sucedía en tiempos de Leonardo, se
consideraba que el conocimiento oculto y el científico, lejos de ser
antitéticos, eran una y la misma cosa.)
Aunque muchos francmasones modernos sin duda se someten a sus
iniciaciones respetando lo solemne y con un sentido de
espiritualidad, el panorama de conjunto sí podría decirse que es el
de una organización que ha olvidado su sentido originario. Es así
que la corriente mayoritaria de la francmasonería actual es la Gran
Logia, de fundación relativamente reciente, como que fue constituida
el día de san Juan Bautista (24 de junio) de 1717. Con anterioridad
había sido una verdadera sociedad secreta, pero la aparición de la
Gran Logia marcó la época de su conversión ya realizada en un
cenáculo algo pomposo donde se reunían unos amigos, y tomaba un
carácter semipúblico porque ya no tenía ningún secreto que guardar.
Así pues, ¿qué antigüedad atribuiremos realmente a la
francmasonería? La
primera referencia comprobada data de 1641,3 pero si existió la
relación con los
templarios obviamente debe de ser mucho más antigua. Según los
indicios que cita John J. Robinson hubo logias allá por 1380,4 y un tratado de
alquimia datado hacia
1450 utiliza explícitaniente la palabra Freemason.5
Si hemos de dar crédito a lo que dicen ellos mismos, los masones
proceden de las cofradías medievales de canteros (stonemasons), que
habían adoptado ademanes y códigos secretos de mutua identificación
porque eran portadores de un conocimiento tal vez peligroso, el de
la geometría sacra. Sin embargo, y como han demostrado las extensas
y meticulosas investigaciones de John J. Robinson, esos
gremios brillaron por su ausencia en la Inglaterra medieval.6
Otro mito de
los francmasones es la pretensión de que los canteros habían
recibido dichos conocimientos secretos de los constructores del
fabuloso Templo de Salomón. Si fue así, ¿podían permitirse no hacer
caso de otro grupo mucho más obviamente vinculado a dicho templo?
Pues en apariencia, evitaron la vinculación más evidente de todas,
la de la orden oficialmente llamada de los Pobres Conmilitones de
Cristo y del Templo de Salomón, es decir los templarios.
No obstante, antes de la formación de la Gran Logia los francmasones
propagaban en realidad el mismo tipo de información que los
templarios sobre
geometría sacra, alquimia y hermetismo. Por ejemplo, los primeros
masones
prestaron mucha atención a la alquimia, y un tratado alquímico de
mediados del
siglo XV alude a ellos bajo el nombre de «obreros de la alquimia».7
Uno de los
primeros iniciados masónicos de que haya constancia fue Elias
Ashmole (admitido
en 1646), el fundador del Ashmolean Museum de Oxford, que fue
alquimista, hermético y rosacruz.8
(Y el primero que escribió acerca de los templarios en términos
elogiosos desde la supresión de éstos.)9
Una de las joyas de la corona masónica es el curioso y fascinante
edificio
llamado la Rosslyn Chapel, a las afueras de Edimburgo. Visto de
fuera parece
hallarse en estado tan ruinoso que vaya a derrumbarse de un momento
a otro, pero
el observador queda desengañado al contemplar la robustez del
interior... como no
podía ser de otra manera, porque la capilla Rosslyn es en la
actualidad el foco de
los francmasones modernos y de muchas organizaciones templarias.10
Construida entre 1450 y 1480 por el Laird de Rosslyn sir William
Saint-Clair, en su origen quiso ser la capilla de la Virgen de un
santuario mucho más grande que iba a construirse siguiendo el modelo
del Templo de Salomón, pero en realidad se quedó por los siglos tal
como estaba. Los Saint-Clair (cuyo apellido cambió más adelante a
Sinclair) fueron los protectores, hereditarios de la francmasonería
en Escocia desde el siglo XV en adelante;11 no sería por
coincidencia que antes hubiesen atendido a la misma misión en favor
de los templarios.
En efecto, la orden del Temple estuvo conectada con los Sinclair y
con Rosslyn desde sus mismos orígenes: el Gran Maestro y fundador
Hugo de Payens tuvo por esposa a una tal Catalina Saint-Clair. Este
linaje de los Saint-Clair/ Sinclair, de ascendencia vikinga, es una
de las familias más misteriosas y notables de la Historia, y
destacaron en Escocia y Francia desde el siglo XI. (Por cierto que
el apellido familiar recuerda al mártir escocés Saint-Clair, quien
murió decapitado.)
Hugo y Catalina visitaron las propiedades de los Saint-Clair en
Rosslyn y establecieron allí la primera encomienda templaria de
Escocia, que fue luego cuartel general.
(Como se ha mencionado, Pierre Plantard ha adoptado el patronímico
«de
Saint-Clair» buscando deliberadamente relacionarse con la rama
francesa de esa
antigua familia. Varios comentaristas se han preguntado si tendría
derecho a
utilizar el apellido; lo seguro es que tiene al menos una buena
razón para
hacerlo.)12
Indudablemente los templarlos hicieron de Escocia uno de sus
principales refugios después de la disolución oficial. Quiza porque
dicho país fue en tiempos el reino de Roberto Bruce, excomulgado
también, de manera que el brazo del papa no alcanzaba allí. Es
bastante plausible que la desaparecida flota templaria recalase en
las costas de Escocia, como argumentan Baigent y Leigh.
Uno de los acontecimientos críticos en la Historia de las islas
británicas fue
sin duda alguna la batalla de Bannockburn, que ocurrió el 24 de
junio (día de san
Juan Bautista) de 1314 y supuso una derrota definitiva de los
ingleses a manos de
las fuerzas de Robert Bruce. Sin embargo, los indicios dan a
entender que éste
contó con una ayuda formidable... a saber, la de un contingente de
templarios que
salvaron la jornada en el último momento.
Desde luego eso es lo que
creen los
modernos caballeros templarios de Escocia (que se dicen
descendientes de aquellos
fugitivos), motivo por el cual celebran en la capilla Rosslyn los
aniversarios de la
batalla de Bannockburn y dicen que fue la ocasión en que «se alzó el
Velo que
cubría a los caballeros del Temple». Entre los que combatieron en
Bannockburn al
lado de Robert Bruce estuvo un sir William Saint-Clair (diferente
del mencionado
antes), que murió en 1330 y fue enterrado en Rosslyn... en una
característica
sepultura templaria.13
En cuanto a la capilla Rosslyn, observamos algunas anomalías
evidentes en su ornamentación. En el interior de ella no quedó ni un
centímetro cuadrado sin esculpir y no sólo está repleta de símbolos,
sino que el edificio entero se alzó con arreglo a los elevados
ideales de la geometría sacra. Muchos de sus elementos son
innegablemente masónicos; así, por ejemplo, exhibe la «Columna del
Aprendiz» en explícito paralelismo con el mito masónico de Hiram
Abiff,14 y el aprendiz representado en ella recibe el nombre de «el
Hijo de la Viuda», que responde a una significativa terminología
masónica (y también ha tenido su importancia para la presente
investigación). En el dintel contiguo a esa columna leemos la
inscripción:
El vino es fuerte, el Rey es más fuerte, las mujeres son fortísimas,
pero LA VERDAD vence a
todos.15
Ahora bien, y aunque la mayor parte del simbolismo de Rosslyn sea
masónico, definitivamente también es templario: la planta de la
capilla tiene la forma de la cruz templaria y algunos relieves
presentan la famosa imagen de dos jinetes sobre un mismo caballo que
fue el sello de los freires. En las cercanías hay una antigua
arboleda que tenía forma de cruz templaria.
Pero también existe en la capilla Rosslyn mucho simbolismo que no es
clásicamente masón ni templario. Hay una plétora de imágenes
paganas, e incluso algunas islámicas. En el exterior un relieve
representa a Hermes, clara alusión al hermetismo, y en el interior
se encuentran más de cien representaciones del Hombre Verde, el dios
de la vegetación en el antiguo panteón céltico. Tim Wallace-Murphy,
el historiador oficial de la capilla Rosslyn, ha relacionado al
Hombre Verde con el dios babilónico Tammuz, una más de las
divinidades que mueren y resucitan. Todos estos dioses tienen
atributos parecidos, y suele representárseles con la cara verde,
aunque fue Osiris, el esposo de Isis, el así representado más
habitualmente.
Cuando visitamos a Niven Sinclair, un miembro de la ilustre familla,
quedamos prácticamente abrumados por un aluvión de pruebas de que
los Sinclair no sólo habían sido templarios, sino también paganos.
Apasionado estudioso de la Historia de Rosslyn y de los Sinclair,
Niven nos suministró algunos indicios muy reveladores de lo ocurrido
con los conocimientos perdidos de los Templarios.
Según él, están codificados en la obra de la capilla Rosslyn para
que fuese posible
transmitirlos a futuras generaciones. Como él dice,
«el conde
William Saint-Clair
construyó la capilla en una época en que los libros podían ser
quemados o
prohibidos. Era necesario dejar un mensaje a la posteridad».16
Mientras Niven iba entusiasmándose con su tema nosotros admirábamos
el ingenio aplicado por su antepasado sir William a la creación de
ese libro de piedra. O como él nos dijo,
«si vais a la catedral de
San Pablo, os bastará una sola visita para verla toda. Pero la
capilla Rosslyn es diferente. Figuraos si habré estado allí en
cientos de ocasiones, y cada vez descubro algo nuevo. En eso
consiste su belleza».
Rosslyn dista de ser una capilla cristiana típica. Según Niven,
«se
dijo que el conde Guillermo la erigió “a la mayor gloria de Dios”,
pero si es así, llama la atención que se encuentren tan pocos
símbolos cristianos en ella».
Los Sinclair medievales promovieron activamente celebraciones
paganas y
proporcionaron refugio a los gitanos (de quienes se ha dicho que
figuran «entre los
últimos practicantes del culto a la Diosa en Europa»).17 También es
revelador que
según muchas autoridades la cripta de la capilla Rosslyn tuviese en
tiempos una
Virgen negra.18
Acabábamos de darnos cuenta, no sin cierta sorpresa, de que los
templarios no fueron ni con mucho los devotos soldados de Cristo del
imaginario popular. Ese camuflaje creado por ellos mismos ha tenido
mucho éxito, pero evidentemente cuidaron también de sembrar pistas
que manifestasen sus auténticas preocupaciones a quienes «tuviesen
ojos para ver». La ornamentación de la capilla Rosslyn no era sino
un ejemplo más de ese mensaje críptico pero revelador.
Como una consecuencia más de la afición de los templarios al
conocimiento y su conservación, encontramos asimismo en Rosslyn el
llamado «Manuscrito Rosslyn-Hay», la obra escocesa en prosa más
antigua que se conoce. Se trata de una traducción de escritos sobre
caballería y gobierno debidos a Renato de Anjou;
en la encuadernación figura la leyenda «JHESUS (sic) - MARIA -
JOHANNES».
Y tal como ha dicho Andrew Sinclair en The Sword and the
Grail (1992):
No es corriente esa adición del nombre de san Juan a los de Jesús y
María, pero puesto que
tuvo la veneración de los gnósticos y la de los templarios [...]otro
rasgo llamativo de la
encuadernación de ese libro es la utilización del Agnus Dei, el
Cordero de Dios [...]. El sello
templario del Cordero de Dios también se halla esculpido en la
capilla Rosslyn.19
El conde William y Renato de Anjou debieron de tener alguna
relación, puesto que ambos fueron miembros de la
Orden del Vellocino
de Oro, grupo cuyo designio declarado era la restauración de los
antiguos ideales de caballería y hermandad de los templarios.
Queda claro que los templarios sobrevivieron en Escocia y siguieron
teniendo
actividad externa, no sólo en Rosslyn sino en otros emplazamientos
también.20
En
1329, sin embargo, el idilio se vio de nuevo amenazado cuando el
papa le anuló la
excomunión a Robert Bruce y pareció que el largo brazo de Roma podía
llegar
hasta ellos. En algún momento se discutió incluso la posibilidad de
lanzar una
cruzada contra Escocia, y aunque no llegó a concretarse, los
templarios escoceses
juzgaron más prudente pasar a la clandestinidad lo mismo que muchos
de sus
hermanos del resto de Europa. Y de ahí nacieron los comienzos de la
francmasonería, según se afirma.21
Es de señalar que algunas ramas de la francmasonería han afirmado
siempre que eran descendientes de los templarios y que tenían sus
orígenes en Escocia, pero pocos historiadores lo tomaron en serio,
pese a que algunos de éstos también eran masones. Podemos suponer
que aquellos masones «del Temple» heredaron por lo menos una parte
de los secretos templarios auténticos. Esos conocimientos que
incluyeron la sabiduría hermética y alquímica, además de la
geometría sacra, todavía se juzgan valiosos, tal vez porque
responden a preocupaciones muy diferentes de las que interesan en el
mundo moderno actual, hablando en líneas generales.
Fue otro escocés, Andrew Michael Ramsay, quien pronunció ante los
francmasones de París, en 1737, lo que luego se llamó Ramsay’s
Oration. Caballero de la Orden de San Lázaro, y tutor de Bonnie
Prince Charlie—es decir, Carlos Eduardo Estuardo, llamado «el Joven
Pretendiente»—, el «caballero» Ramsay recordó a los congregados con
especial énfasis que ellos eran descendientes de los caballeros
Cruzados, alusión apenas velada a los templarios. Y no tuvo otro
remedio que recurrir a un eufemismo porque los templarios todavía
eran anatema para la sociedad francesa. En el Discurso dijo también
Ramsay otra cosa más discutible, que los masones tenían sus orígenes
en las escuelas mistéricas de las diosas Diana, Minerva e
Isis.
En los años transcurridos el Discurso ha concitado mucho desdén y no
sólo
por la mención a los cultos de divinidades femeninas, sino porque el
caballero
Ramsay había asegurado que la Orden no descendía de los canteros
medievales; los entendidos en el tema se centraron en esa
proposición y dijeron que al ser ésta evidentemente incierta,
quedaba en tela de juicio todo el resto del Discurso. Pero tal como
ya hemos mencionado aquí, los estudios recientes han demostrado que
no hubo tales gremios medievales de canteros en Gran Bretaña, así
que quizá convendría conceder al buen caballero, por lo menos, el
beneficio de la duda en cuanto a ésta y las demás proposiciones
suyas.
Este Discurso de 1737 fue la primera insinuación pública de que los
francmasones descendieran de los templarios: ¿hubo tal vez alguna
relación con el hecho de que apenas un año más tarde el papa
condenase a toda hermandad francmasónica? Y más consternante
todavía, a esas alturas del siglo XVIII algunos masones fueron
encarcelados y torturados por la Inquisición de resultas de esa bula
papal.
Después de la alusión no tan indirecta de Ramsay a la conexión
templaria, se produjo otra declaración más explícita y parece que
autorizada, aunque éste es uno de los episodios más polémicos en la
Historia de la francmasonería. Un tal Karl Gotthelf, barón Von Hund
und Alten-Grotkan, aseguró que había sido admitido en una Orden
Masónica del Temple, lo cual ocurrió en 1743 y en París,
haciéndosele entrega de la «auténtica» Historia de la francmasonería
y autorizándosele a fundar logias en base a tal línea de autoridad,
que él llamó «la Observancia Estricta del Temple», aunque en
Alemania, y esto también es significativo, se llamasen la
Confraternidad de Juan el Bautista.22
En cuanto a esa Historia
auténtica que se le suministró, entre otras informaciones decía que
cuando fue disuelta la orden algunos caballeros huyeron a Escocia y
se establecieron allí. El barón Von Hund tenía en su poder una
nómina que dijo ser la de los Grandes Maestres sucesores de Jacobo
de Molay en la clandestinidad del movimiento templario.
Las logias de Von Hund tuvieron un éxito fulgurante, pero por
desgracia no
hizo amigos entre los historiadores, que denunciaron sus
afirmaciones como
charlatanería sin fundamento y desdeñaron «por absurda» su versión
de la
«Historia auténtica».23 También han pasado de su lista de supuestos
Grandes
Maestres. La razón primera de esa descalificación global fue que
atribuía sus
afirmaciones a noticias de unos contactos anónimos —lo que él
llamaba «los
Superiores Desconocidos»—, lo cual desde luego daba la impresión de
que todo
fuesen invenciones suyas. Es cierto que las comunicaciones anónimas
son episodio
frecuente en los grupos ocultistas, como podemos atestiguar
personalmente. Pero
en los últimos tiempos se han asignado a los Superiores Desconocidos
algunos
nombres y apellidos muy verosímiles, tanto es así que no hay que
descartar que
hubiese dicho la verdad en cuanto a sus comunicantes, después de
todo.24
Es de observar que los historiadores nunca han logrado dar una
nómina
definitiva de los Grandes Maestres de los templarios históricos,
atendido el estado
fragmentario de los archivos disponibles. Sin embargo la lista de
Von Hund es
idéntica a la que aparece en los
Dossiers secrets del Priorato de
Sión.25
Basándose en
sus pesquisas, Baigent, Leigh y Lincoln se persuadieron de que la
lista del Priorato
era la más exacta de todas las existentes;26 aunque repitámoslo una
vez más, como la documentación escasea nunca podremos estar seguros
del todo. En todo caso ha resistido el escrutinio de los
profesionales y bien pudiera ser que fuese correcta. Pero aun
queriendo ser muy escépticos, si hacia 1950 el Priorato pudo sacarse
de la manga una lista retrospectivamente correcta, en 1750 Von Hund
difícilmente podía inventarse una lista similar, porque entonces no
estaban accesibles los archivos, ni se disponía de estudios
históricos acerca de los templarios. Al menos el documento señala
una relación común entre la Observancia Estricta del Temple y el
Priorato.
Mucho se ha escrito sobre las pretensiones de Von Hund y su
organización, pero es curioso que no se le haya ocurrido a nadie
fijarse en sus posibles motivos. De hecho su Observancia Estricta
era, fundamentalmente, una trama de alquimistas, y él mismo fue
alquimista ante todo y principalmente.27 ¿Quizá continuaba la
tradición de los templarios?
Cualquiera que sea la verdad en cuanto a la organización y las
preocupaciones de Von Hund, la francmasonería templaria no tardó en
establecerse y se convirtió en una corriente importante de la
masonería a ambas orillas del Atlántico. (Se ha sugerido que los
templarios se «ocultaban» eficazmente en los grados superiores de la
francmasonería.) También influyó la francmasonería templaria en otra
evolución que luego se revelaría importante para nuestra línea de
investigación: la francmasonería de rito escocés, en especial su
forma llamada Rito Escocés Rectificado, que tiene un seguimiento
particularmente numeroso en Francia.
Entre los francmasones franceses circulaba una curiosa leyenda sobre
«Maître
Jacques», un personaje mítico que fue patrono de las cofradías
medievales de
canteros en Francia. Según la narración fue uno de los maestros
canteros que
trabajaron en el Templo de Salomón. Después de la muerte de Hiram
Abiff salió de
Palestina y se embarcó rumbo a Marsella junto con trece oficiales.
Los seguidores
de su gran enemigo, el maestro cantero Père Soubise, le perseguían
dispuestos a
matarlo, y entonces él se escondió en la cueva de Sainte-Baume, la
misma que más tarde ocupó María Magdalena. Pero no le valió de nada,
porque fue traicionado y muerto. Este lugar todavía recibe una
peregrinación de masones cada día 22 de julio.28
El movimiento llamado de los rosacruces es otro firme candidato al
título de herederos de la sabiduría esotérica del Temple. Tras haber
recibido muchas burlas de los historiadores, que lo consideraban una
invención de comienzos del siglo XVII, en la actualidad va ganando
terreno la convicción de que sus raíces auténticas están en las
tradiciones del Renacimiento. El «ideal rosacruz», o la actitud
aunque todavía no recibiese tal nombre, se distingue como fuerza
impulsora del Renacimiento y tiene su prototipo en Leonardo. Como ha
escrito la distinguida autora Frances Yates:
¿No sería quizá partiendo de la actitud del Mago que una
personalidad como Leonardo
pudo coordinar sus estudios matemáticos y mecánicos con su obra como
artista?29
Desde luego Leonardo vivió en una época en que los grandes
movimientos intelectuales y místicos atraían como imanes a los
sedientos de conocimiento y de poder. Teniendo en cuenta la
animadversión de la Iglesia era preciso que tales movimientos
permanecieran en la clandestinidad, pero sabemos que las tres ramas
que florecieron en secreto fueron: la alquimia, el hermeticismo y el
gnosticismo. La escuela hermética que proporcionó tan destacados
ímpetus a la ilustración renacentista-rosacruz, y el gnosticismo que
inspiró a los cátaros, son dos evoluciones de las mismas ideas
cosmológicas.
Según éstas el mundo material es el peldaño más bajo
en una jerarquía de «mundos» —o de «esferas», como decían ellos,
«planos» o «dimensiones» en la terminología actual—, siendo Dios el
más alto. El hombre es un ser que fue divino y ha quedado «atrapado»
en su cuerpo material, pero aún engloba una chispa divina (como dice
el tan repetido adagio hermético, «acaso no sabéis todavía que sois
dioses»). Es posible para el hombre reunirse con lo Divino, o mejor
dicho es su deber.
Los gnósticos expresaban esta idea desde una
perspectiva religiosa (y entonces la reunión con lo Divino se
equipara a la salvación), mientras que los herméticos la pensaban en
términos mágicos, pero da lo mismo. Es imposible trazar una división
nítida entre el gnosticismo y el hermeticismo, como lo es distinguir
netamente entre religión y magia.
Pero hay más todavía, y es que el gnosticismo y el hermeticismo se
retrotraen ambos a la misma época y el mismo lugar: el fermento de
ideas que ocurrió en Egipto, y más especialmente en la ciudad de
Alejandría, durante los siglos I y II de nuestra Era. En aquel gran
crisol de concepciones religiosas y filosóficas se fundieron las
creencias de muchas culturas —la griega, la persa, la judía, la
egipcia antigua e incluso las religiones del Lejano Oriente— para
dar origen a ideas que hoy son los fundamentos de la nuestra. (La
estrecha relación entre el gnosticismo y el hermeticismo viene
documentada por el hecho de que
los «evangelios gnósticos»
encontrados en Nag Hammadi incluyan tratados concebidos como
diálogos con Hermes Trismegisto.)
La cosmología del
Pistis Sophia, el evangelio gnóstico que atribuye
papel protagonista a María Magdalena, en esencia no difiere de la
que propugnaron los magos renacentistas como Marsilio Ficino,
Cornelius Agrippa o Robert Fludd. Las mismas ideas, y en igual
cultura, época y lugar engendraron la alquimia. Aunque ésta bebió
también de fuentes muy anteriores, la alquimia en el sentido que
entendemos hoy fue un producto de Egipto durante los primeros siglos
de nuestra Era. Jack Lindsay ha explorado las raíces de la alquimia
y sus paralelismos con las doctrinas herméticas y gnósticas en su
libro The Origins of Alchemy in Graeco-Roman Egypt (1970).
No es difícil comprender el atractivo del gnosticismo, aunque en sí
no fuese
fácil como opción de vida, dada la trascendencia que atribuía a la
responsabilidad
individual en función de las acciones. También es evidente el
peligro que
representaba para la Iglesia de Roma. Se atribuye a Hermes
Trismegisto la
exclamación «¡oh, qué milagro es el Hombre!», que viene a resumir
aquella idea de
la chispa divina encerrada en el ser humano. Ni los gnósticos ni los
hermeticistas se
humillaban ante su Dios; a diferencia de los católicos, no se
consideraban unos
indignos ni unos réprobos merecedores, a lo sumo, del purgatorio.
El
que se cree
portador de una chispa divina recibe con ello la noción que hoy
llamaríamos
«autoestima» o confianza en sí mismo, el ingrediente mágico que le
permite realizarla plenitud de sus posibilidades. Ésa fue la clave
del Renacimiento, mirado en su
totalidad; a consecuencia de esa nueva intrepidez se abrió
súbitamente el mundo y comenzó una época de navegaciones y
descubrimientos como no se había visto nunca. Peor aún, desde el
punto de vista de la Iglesia, la noción de la posibilidad individual
de obrar el bien implicaba que las mujeres valían tanto como los
hombres, al menos espiritualmente. En el gnosticismo la mujer
siempre tuvo algo que decir, e incluso actuaba corno oficiante de
ceremonias religiosas. En esto vio la Iglesia católica uno de los
grandes peligros del gnosticismo.
Además la idea del origen
esencialmente divino de la humanidad no se compaginaba con la
doctrina cristiana del «pecado original», es decir que todos los
hombres y mujeres nacen con la mancha del pecado en castigo por la
caída de Adán y Eva (sobre todo esta última). Es así que todos los
infantes son engendrados por medio de un «pecaminoso» acto sexual,
por donde tanto las mujeres como los hijos quedaban comprendidos en
una especie de conspiración permanente contra los hombres más
virtuosos y contra un Dios vengativo. Los sistemas gnósticos y
hermético no hacían caso de ningún «pecado original».
A cada individuo se le invitaba a explorar sus mundos externos e
internos buscando la experiencia de la gnosis o conocimiento de lo
Divino. Se propugnaba, por tanto, un camino de salvación individual,
en total contradicción con la idea del magisterio eclesiástico y el
papel mediador del sacerdote en la comunicación de Dios con los
hombres. La idea gnóstica de una línea directa con Dios, como si
dijéramos, amenazaba la propia existencia de la Iglesia. Si la grey
no precisaba de sacerdotes para salvarse, ¿en qué se fundaba la
prevalencia de la jerarquía? Lo mismo que en el caso de la alquimia,
el gnóstico y el hermético prudentes procuraban mantenerse ocultos a
los ojos de la Iglesia.
Una ciencia prohibida y una filosofía excomulgada: los practicantes
de tales creencias desde luego se autoexcluían, como diríamos hoy, y
era inevitable que buscaran refugio en las tramas clandestinas.
Muchos de esos hombres (pero también hubo mujeres entre los
alquimistas del Renacimiento) profesaban opiniones extrañas sobre
asuntos como la arquitectura y las matemáticas, además de albergar
ideas teológicas excepcionalmente, heterodoxas. Se trataba de gentes
peligrosas, por consiguiente, y tanto más porque la necesidad de
guardar secreto suele concentrar las actitudes subversivas. Una
manifestación principal de esa herejía fue el movimiento rosacruz.
La palabra «rosacruz» se acuñó en el siglo XVII, pero designaba un
movimiento establecido desde bastante antes. Su primera floración
importante,
como la de tantos otros movimientos que han tenido trascendencia, se
registró durante el Renacimiento. O mejor dicho, apenas sería
exagerado afirmar que los rosacruces eran el Renacimiento.
En la segunda mitad del siglo XV cobró un auge extraordinario la
afición al hermeticismo y a las ciencias ocultas. Aunque apenas se
manejó por aquel entonces ninguna información nueva, lo que sucedió
fue que coincidieron muchas influencias y muchos personajes
contemporáneos en el afan de explorar las consecuencias de la
doctrina hermética hasta donde alcanzasen sus límites. De súbito,
esto pareció materia digna del debate intelectual, sacándola de los
enclaves secretos donde había permanecido confinada hasta entonces.
Si los entusiastas del Renacimiento hubiesen podido actuar a su
antojo, poco habría tardado el hermeticismo en dejar de ser
«oculto».
Esta marea de fascinación hacia todo lo hermético tuvo un centro
principal en la corte de los Médicis de Florencia (donde influyó
poderosamente sobre Leonardo da Vinci, entre otros muchos grandes
pensadores).30 Bajo el patrocinio de los Médicis, en especial
Cosme
el Viejo (1389-1464) y su nieto Lorenzo el Magnífico (1449-1492), se
emprendió la primera gran síntesis de las muchas ideas ocultistas
dispersas.
Cosme no sólo envió emisarios en busca de obras
legendarias como el
Corpus Hermeticum, supuestamente escrito por el
mismo Hermes Trismegisto, sino que además financió la traducción de
esos textos. La corte de los Médicis era el salón donde pontificaban
pensadores tan famosos (aunque la cabeza les oliese a pólvora en
ocasiones) como Marsilio Ficino (1433-1499), el traductor del
Corpus Hermeticum, y Pico della Mirandola (1463-1494), éste autor de una
aportación destacable al introducir la teoría y la práctica de la
cabalística en aquel crisol de ideas atrevidas.
Tal vez inducido por su aristocrático patrono a una sensación de
seguridad
algo errónea, Mirandola proclamó con excesiva franqueza sus ideas
ocultistas y no
tardó en ver sus libros puestos en el índice papal de los
prohibidos. Él mismo fue
amenazado por el papa Inocencio VIII y por algún tiempo pareció que
iba a correr
la suerte de todos los que se enfrentaban al Vaticano, pero entonces
sucedió algo
misterioso. El nuevo papa, Alejandro VI, de la familia Borgia,
retiró
sorprendentemente todos los cargos y amenazas, e incluso le escribió
una carta en
la que le expresaba su simpatía personal. El porqué nunca se supo.
Claro que éste
fue el papa que hizo decorar sus habitaciones particulares en el
Vaticano con
frescos inspirados en temas del Egipto antiguo, sobre todo la diosa Isis.31
Los historiadores modernos tienden a negar el poder y la influencia
de lo oculto. Si lo mencionan es sólo para poner de relieve, por
comparación, el triunfo de la Era de las Luces, cuando todas
aquellas «necedades supersticiosas» fueron rechazadas por
quienquiera tuviese un adarme de sentido común. Pero el ocultismo no
había desaparecido durante el Renacimiento, sino que fue su motor
principal. La fascinación por lo oculto no era un mero síntoma, sino
la causa de la nueva apertura en el mundo de las ideas.
En una serie de libros, Frances Yates ha escrito la verdadera
crónica de la
acción ocultista como impulsora del Renacimiento.32 Tal como ella
señala, la nueva
filosofía oculta se propagó desde Italia al resto de Europa, el
punto culminante de
cuyo proceso fue la campaña europea de Giordano Bruno (1548-1600),
el gran
predicador del hermeticismo que viajó por muchos países, entre los
cuales
Alemania e Inglaterra, para postular el retorno a lo que era, en
esencia, la antigua
religión egipcia, y denunciar con característica franqueza los que
él consideraba
males del cristianismo institucionalizado.33
Como hemos visto, se creía que el fundador de la ciencia hermética
había sido Hermes «el tres veces grande» por medio del fragmento de
la Tabla Esmeralda, en el cual condensó muchos y portentosos
secretos. Pocos herméticos creyeron esa leyenda en realidad, aunque
sí aceptaron la significación del antiguo panteón egipcio. Sin
embargo, y por más que los hermeticistas del Renacimiento creyeran
que sus secretos procedían del Egipto de los faraones en tiempos de
Moisés, en realidad correspondían a una época mucho más próxima a la
del Jesús histórico.
Las raíces de aquellas ideas en Egipto se retrotraen hasta los
siglos I a III de nuestra
Era; con anterioridad a esto sólo puede tenerse por cierta la
confluencia de
numerosas culturas. No obstante, estudios recientes han demostrado
que las
investigaciones anteriores habían sobrevalorado la aportación de la
filosofía griega
y que otras ideas, efectivamente derivadas de la religión de los
antiguos egipcios,
tuvieron en el desarrollo de las creencias herméticas una influencia
mayor de la
que venía atribuyéndoseles.34
Así pues, los hermeticistas habían visto que si bien la antigua
Grecia tuvo mucho que ofrecer al raciocinio humano, era sobre todo
en Egipto donde se encontraban las claves del conocimiento que ellos
buscaban. También comprendieron que ese conocimiento no estaba ahí
para ofrecerse a quienquiera que lo buscase, sino que el sistema
egipcio se hallaba codificado en una escuela mistérica y que sus
secretos requerían vocación por parte del aprendiz, quien se vería
obligado a recorrer las arduas etapas de una iniciación progresiva.
Giordano Bruno llegó a Inglaterra en 1583 y trabó conocimiento en
seguida
con luminarias tales como sir Philip Sydney, el autor de la
Arcadia,
entre otras
obras. Sydney, discípulo del doctor
John Dee (1527-1606), el gran
ocultista inglés,
fue sin duda un personaje importante en ese mundo semiclandestino,
como lo
indica el hecho de que Bruno le dedicase dos obras durante su
estancia en
Inglaterra.
Es posible que asistiera al encuentro entre Bruno y
Sydney otro
personaje de los círculos de la sociedad isabelina que participaban
de las aficiones
ocultistas, un tal William Shakespeare. (Hay quien considera
significativo que el
primer Globe Theatre de Londres se construyese con arreglo a los
principios de la
geometría sacra,35 y no falta quien opine que la última obra de Shakespeare,
La
Tempestad, trata del doctor Dee y hace alusión a gran número de
conceptos
rosacruces.)36
En cuanto a Bruno, aunque su nombre apenas lo mencionen los libros
utilizados para enseñar Historia en las escuelas, fue un personaje
de estatura
comparable a la de Lutero o Calvino. Lo mismo que éstos, o mejor
dicho lo mismo que la mayoría de los grandes protagonistas de la
Contrarreforma, fue intolerante y obstinado. Era el estilo de la
época, pero a diferencia de ellos, lo que predicaba Bruno distaba de
ser ninguna versión del cristianismo aceptado, y bastaba con eso
para que tuviese los días contados. Con su carácter rimbombante,
además, era fácil prever como acabaría, y fue que tras haber sido
traicionado y denunciado a la Inquisición por un discípulo
desengañado lo apresaron en Roma y lo quemaron vivo en 1600.
En Alemania dejaba una sociedad secreta de su invención, la de los
«giordanisti». Poco se sabe de ella, aunque debió de ser una
influencia principal en la aparición de los rosacruces en Europa.37
Aunque también debería reconocérsele un mérito comparable al
mencionado doctor John Dee, un genuino brujo galés y hombre de
muchos recursos que no sólo fue astrólogo y consejero de Isabel I,
sino además agente secreto, alquimista y necromántico.38 (Un detalle
poco conocido acerca del doctor Dee es que su nombre en clave como
espía era «007».)
De esas raíces nació el movimiento rosacruz, uno de los más
misteriosos de la
Historia. Su existencia la dieron a conocer dos folletos anónimos,
Fama Fraternitatis
o «Descubrimiento de la Fraternidad de la muy noble Orden de la Rosa
Cruz» y
Confessio Fraternitatis o «La Confesión de la Laudable
Fraternidad de la muy honorable Orden de la Rosa Cruz». que
circularon por Alemania en 1614 y 1615.39 Estas publicaciones
anunciaban una cofradía secreta de adeptos mágicos, los rosacruces,
que recibieron el nombre de su legendario fundador Christian
Rosenkreutz, o «Cristiano Cruz de Rosas».
El héroe había viajado supuestamente por Egipto y los Santos Lugares
para recoger conocimientos secretos, u ocultos, que transmitir a una
nueva generación de adeptos. Pero si su vida fue insólita, su muerte
y sepultura lo fueron todavía más. Se dijo que Rosenkreutz tenía 106
años de edad en 1484, cuando murió, y fue enterrado en un lugar
secreto que permanecía iluminado por «un Sol interior». Y que su
cuerpo permaneció «incorrupto», es decir que no sufrió la habitual
descomposición cadavérica, suceso post mortem que por lo visto
afecta a un número extraordinario de personas, entre ellas no pocos
santos católicos.
En esos Manifiestos rosacruces, como no tardaron en llamarse los
documentos citados, no se transmitía ninguno de los secretos en
cuestión, pero
como proclamaban la existencia de la hermandad parecían indicar que
si alguien
tenía interés en conocerlos podía ponerse en contacto con ésta. A lo
mejor esto lo
concibieron como una especie de test de iniciativa, porque no daban
señas útiles
para los posibles corresponsales. En ese detalle se apoyan los
historiadores oficiales
que desdeñan toda la historia a título de fabulación absurda. Pero
corno ha
demostrado Frances Yates,40 los autores de
los Manifiestos revelaron
un
conocimiento profundo y auténtico de la sabiduría hermética y la
alquimia; es de
resaltar, por ejemplo, que trataban de la alquimia como una
disciplina espiritual y
tuvieron buen cuidado de marcar distancias con respecto al afán de
fabricar oro, al
que tildaban de «impío y maldito».41
Cualquiera que sea la verdad acerca de los orígenes de los
rosacruces, es
seguro que ejercieron influencia sobre muchos pensadores de fama
mundial, como
Robert Fludd (1574-1637) y sir lsaac Newton. Y por mucho que
extrañe, también
Francis Bacon, pese a su fama de racionalista, fue, en esencia, un
rosacruz.42 Lo cual
tiene su coherencia, porque el movimiento rosacruz fue una síntesis
de todos los
conceptos herméticos y ocultos ya existentes y la única novedad
consistió en el
nombre. Frances Yates no tiene reparos en caracterizar a Leonardo,
nada menos,
como «uno de los primeros rosacruces».43
Ese nombre también figura en la relación de los Grandes Maestres del
Priorato de Sión, aunque él no se habría considerado rosacruz porque
la palabra aún no existía en su época. Otros personajes de esa lista
no conocieron tal inconveniente, por ejemplo Johann Valentin Andreae
(1586-1654), dramaturgo y poeta alemán que fue también «pastor», es
decir cura luterano. Según los Dossiers secrets empuñó el timón del
Priorato desde 1637 hasta 1654, aunque son muchos más los que creen
que los Manifiestos rosacruces los escribió él mismo, o fue por lo
menos su inspirador.
Desde luego escribió en 1616 lo que vino a constituir el tercer
Manifiesto,
Las Nupcias Químicas de Christian Rosenkreutz,44 es
decir bastantes años antes de la supuesta ascensión a la jefatura
del Priorato. A lo mejor fue su actividad como destacado rosacruz lo
que le valió la elección. Todo indica que el tema de la Rosa Cruz es
el hilo común que reúne a los cuatro supuestos Grandes Maestros cuya
magistratura abarca la duración del siglo XVII. Si admitimos esto
tendremos que conceder todavía mas credibilidad a dicha nómina,
porque no fue hasta después de 1970 cuando Frances Yates demostró la
existencia y la influencia del legado rosacruz.
Entre los Grandes Maestros del Priorato la serie de los rosacruces,
comenzó, a más tardar, con Robert Fludd, el alquimista inglés que lo
fue entre 1595 y 1637. El mismo Fludd dijo haber buscado a los
rosacruces después de leer sus manifiestos y con intención de unirse
a ellos. pero no lo consiguió. No obstante, escribió mucho sobre el
tema e incorporó ideas de aquéllos en obras suyas tan leídas como la
Utriusque cosmi historia o «Historia de los dos mundos» (1617).45
(Es interesante la observación de Lewis Spence, comentador de temas
de ocultismo, según la cual las obras de Robert Fludd posteriores a
1630 usan «un lenguaje con recio sabor a francmasonería» y que
organizó «su sociedad» por grados.)46
El sucesor de Fludd fue el
propio Andreae, quien ostentó la dignidad de Gran Maestro hasta su
muerte en 1654, y el Maestro siguiente fue el químico Robert Boyle,
de Oxford.
Que sepamos, Boyle nunca mencionó la palabra «Rosa Cruz» en sus
obras,
pero demostró un conocimiento no poco profundo del contenido de los
Manifiestos.47 Y cuando fundó lo que luego llegaría a ser la
Royal Society
llamándolo El Colegio Invisible hizo con ello una alusión irónica a
la descripción
que los rosacruces hacen de sí mismos como la sociedad
«Invisible».48
Aparece entonces Isaac Newton, supuesto Gran Maestre del Priorato
desde
1691 hasta 1727. Se sabe desde hace tiempo que practicaba la
alquimia, y también
tuvo en su poder un ejemplar de la traducción inglesa de los
Manifiestos, aunque hay indicios de que no dejó de advertir el
carácter legendario del personaje de Rosenkreutz. (Para los
comentaristas de temas esotéricos al menos, siempre estuvo claro que
esa narración nunca se propuso que nadie la tomase como verdad
literal.)
No ha sido sino recientemente, sin embargo, que se ha descubierto el
pleno alcance
de las aficiones ocultistas de Newton. Más del 10 por ciento de lo
que escribió
fueron tratados de alquimia, y lo que quizá sea más revelador,
dibujó una
hipotética reconstrucción de la planta del Templo de Salomón.49
Los rosacruces también aparecen muy conectados con el florecimiento
de la
francmasonería. A los dos primeros francmasones ingleses conocidos,
Elias
Ashmole y el alquimista sir Robert Moray, se les relaciona con el
movimiento
rosacruz. En particular Ashmole fue rosacruz notorio mientras que
Moray, según
Frances Yates, «hizo probablemente más que nadie en lo tocante a
promover la
fundación de la Royal Society».50
En la primera literatura masónica
se hallan
además alusiones que vinculan explícitamente a «los Hermanos de la
Rosa Cruz»
con los francmasones, si bien dan a entender también que se trata de
sociedades
distintas, aunque emparentadas.51
Esas relaciones mutuas entre rosacruces, francmasonería,
hermeticismo y
alquimia, que hasta ahora demostraban Frances Yates y otros
historiadores por el
procedimiento de ir casando indicios con paciencia de benedictinos,
han quedado
súbitamente iluminadas por el descubrimiento reciente de una
colección de
documentos que ilustran hasta qué punto estaban integrados todos
estos
movimientos y personajes.
En 1984 Joy Hancox, profesora de música en
Manchester, quiso escribir una Historia de la casa en que vivía y se
tropezó con
una colección de papeles, que eran principalmente diagramas y
dibujos
geométricos, reunida por John Byrom (1691-1763) y conservada por los
descendientes de éste pese a que no sabían lo que significaban. Esos
papeles, que
son más de 500, versan principalmente de geometría sacra y
arquitectura, y
contienen símbolos cabalísticos, masónicos, herméticos y
alquímicos.52
La importancia de la «Colección Byrom» consiste, como hemos dicho,
en la luz que arroja sobre las relaciones entre estos temas y entre
las personas —la crema de las instituciones intelectuales y
científicas de la época— que compartieron esas preocupaciones.
Byrom, personaje destacado del movimiento jacobita que se había
propuesto restablecer a los Estuardo en el trono de Inglaterra, fue
miembro de la Royal Society y francmasón. También pertenecía al
«Cabala Club», por otro nombre llamado Club del Sol, cuyos miembros
se reunían en el mismo edificio de las inmediaciones de San Pablo de
Londres donde tuvo su sede una de las cuatro logias fundacionales
que luego confluyeron en la Gran Logia de la Francmasonería inglesa.
Sus diarios revelan que tuvo relaciones con los intelectuales más
notables de aquellos días.
La obra incorporada en su colección tomó de todas las sociedades y
personajes de que hemos venido hablando hasta aquí, incluyendo a los
rosacruces,
a John Dee (de quien Byrom fue pariente político), a Robert Fludd, a
Robert Boyle... e incluso a los caballeros templarios.
Encontramos en ella diagramas que detallan la geometría sagrada de
muchos edificios de distintas épocas, como queriendo demostrar la
continuidad en el conocimiento de los principios inspiradores de
esas construcciones. Por ejemplo, uno de aquéllos muestra que la
planta de la capilla del Kings College en Cambridge, edificio de
mediados del siglo XV —y una de las últimas grandes estructuras
góticas que se construyeron en este país»—53 se inspiró en el
Árbol
de la Vida de los cabalistas (aunque ya Nigel Pennick, autoridad en
materia de simbolismo esotérico, había llegado a la misma
conclusión).
A lo que parece el trazado de la capilla deriva de una
catedral del siglo XIV, la de Albi del Languedoc, que más
antiguamente fue uno de los centros cátaros. También hay en la
colección un diagrama de la Temple Church de Londres, así como los
de otros edificios del Temple, siempre dentro de la misma línea de
demostrar que todas estas obras formaban parte de una tradición
continuada, y que eso lo sabían los miembros de las cofradías
rosacruces/masónicas del siglo XVIII. La colección Byrom incluye
asimismo materiales que tratan del Templo de Salomón y el Arca de la
Alianza.
Si los masones fueron los descendientes de los templarios, como
parece, ¿Podría ocurrir que los rosacruces también hubieran sido del
mismo linaje? El propio nombre «Rosa Cruz» evoca poderosamente a
aquellos caballeros cuyo emblema era una cruz roja o rosada. En las
Nupcias Químicas del pastor Andreae recurre con frecuencia el tema
de la cruz roja sobre fondo blanco, y la obra en general trae muchas
connotaciones de los relatos del Grial, material templario donde lo
haya. Y la presencia de lo mismo en los papeles de Byrom,
predominantemente rosacruces, sugiere un origen común entre esa
fraternidad y la de los masones.
Ahora bien, así como los masones eran y son una organización
determinada, y se sabe quiénes son sus miembros y dónde se reúnen,
los rosacruces han tenido siempre un perfil mucho más huidizo, a tal
punto que la denominación «Rosa Cruz» ha acabado por tomar más bien
el significado de un ideal, no de una afiliación concreta. Y en
efecto, los mismos Manifiestos se refieren a los rosacruces como una
«sociedad invisible». Pero la primera sociedad rosacruz «concreta y
visible» fue la Orden de la Cruz Oro y Rosa fundada en 1710 por
Sigmund Richter en Alemania, cuya finalidad principal eran los
estudios alquímicos.54
Sesenta años más, tarde esta Orden se
convirtió en una logia masónica dependiente de la Observancia Templaria Estricta, manteniendo siempre, sin embargo, su naturaleza
alquímica. Bajo este nuevo avatar tuvo muchos miembros influyentes,
como por ejemplo Franz Anton Mesmer (1734-1815) el descubridor del
«magnetismo animal» (pero no un precursor del hipnotismo como se
cree comúnmente). El mismo hecho de que una sociedad rosacruz fuese
admitida tan fácilmente como logia de la tendencia antedicha
demuestra la herencia común de ambos movimientos.
Después de 1750 los hilos de la trama se enredan de una manera
inextricable. Si antes hubo distinciones claras entre los masones,
los rosacruces y las organizaciones que se remitían a unos orígenes
templarios, de improviso estos grupos empezaron a entretejerse hasta
parecer que todos eran uno y lo mismo. En algunas obediencias de la
francmasonería, por ejemplo, los Iniciados tomaban títulos de
«caballero templario» y «rosacruz», sin que sea posible averiguar si
la filiación fue auténtica o sencillamente eligieron llamarse así
por grandilocuencia. Se ha calculado que entre 1700 y, 1800 se
añadieron a la francmasonería más de 800 grados y ritos.
Esta enorme proliferación de sistemas y rituales masónicos dificulta
sobremanera el propósito de trazar la genealogía entre los
templarios y los masones y rosacruces. En muchos casos resulta
prácticamente imposible determinar cuáles de dichos sistemas fueron
innovaciones del siglo XVIII y cuáles tenían auténtica solera.
En cambio, sí es posible reseguir un hilo común entre ciertos
sistemas masónicos desautorizados o rechazados por la corriente
principal de la francmasonería. Se trata en estos casos de
variaciones de la francmasonería «oculta» y todas ellas se
retrotraen a la Observancia Templaria Estricta del barón Von Hund,
aunque prosperaron especialmente en Francia (véase el apéndice III.
La clave de todo ello es un sistema masónico llamado el Rito Escocés
Rectificado, el cual se consagró concretamente a los estudios
ocultos y hace gran hincapié en sus orígenes templarios. Es también
la forma de francmasonería que tuvo relaciones más estrechas con las
sociedades rosacruces.
El empleo de la palabra «Templaria» llegó a ser conflictivo para esa
escuela
de la masonería. Hubo fricciones entre sus miembros y los
francmasones
«ortodoxos», que rechazaban oficialmente la proposición de unos
orígenes
templarios y a quienes irritaba más especialmente la afirmación de
von Hund de
que «todo masón es un templario». Pero hubo algo todavía más
preocupante, que
fueron las sospechas que suscitaban entre las autoridades, ya que
corrían
numerosos rumores de que los templarios tenían un plan secreto para
tomar
venganza contra la monarquía francesa y contra el papado por la
disolución de su
orden y la ejecución de Jacobo de Molay.
A causa de todo esto fue
preciso celebrar
en 1778 una convención de masones «templaristas», que se reunió en
Lyon y creó
el Rito Escocés Rectificado, y acogida a éste una Orden interior
llamada de los
Chevaliers Bienfaisants de la Cité Sainte, que a fin de cuentas no
era sino otro
modo de decir «templarios».55
Influencia importante de la convención de Lyon —y del esoterismo
francés subsiguiente— fue el filósofo ocultista Louis Claude de
Saint-Martin (1743-1804).
Aunque personalmente se consagró al celibato, según parece, su
filosofía se
centraba en una veneración de lo Femenino representado por Sophia, a
quien
consideraba «la forma femenina del Gran Arquitecto».56 El
«martinismo» fue la
filosofía oculta más seguida, no sólo en aquellas escuelas de la
masonería oculta
sino asimismo en las sociedades rosacruces francesas del siglo XIX,
de las cuales hablaremos más extensamente en el próximo capítulo.
Algunos años después de la asamblea de Lyon, en 1782 se reunió otra
gran conferencia masónica, esta vez con asistencia de representantes
de los grupos masónicos de toda Europa y celebrada en Wilhelmsbad de
Hessen bajo la presidencia del duque de Brunswick. Sus finalidades,
entablillar las graves fracturas en el seno de la masonería y
resolver de una vez por todas la cuestión de las relaciones entre la
francmasonería y los caballeros templarios. Las conclusiones fueron
humillantes para el barón Von Hund, quien había acudido a defender
la tesis templaria, y significó el práctico fin de la Observancia
Templaria Estricta.
Sin embargo los templaristas ganaron una
batalla, y fue que la conferencia votó la admisión del Rito Escocés
Rectificado, que venía a ser lo mismo que la Observancia Templaria
Estricta aunque bajo otro nombre.
En la francmasonería oculta son importantes también los sistemas
conocidos como de «Rito Egipcio»; luego llegarían a serlo asimismo
para nosotros en orden a nuestra investigación. Pero todos derivan
de la Observancia Templaria Estricta en la que Von Hund tenía
puestas todas sus complacencias, y por tanto muy estrechamente
vinculadas al Rito Escocés Rectificado.
Se diferencian de la corriente principal de la masonería, según la
imagen que
tenemos de ella, por la atención especial que dedican al principio
femenino (en
algunas de sus formas admiten logias femeninas activas). Todos los
francmasones
reverencian al misterioso «hijo de la viuda». En los Ritos Egipcios,
la «viuda» es Isis.57
El
Priorato de Sión, que también declara un gran interés hacia Isis,
empezó como círculo interior de la orden templaria según sus propias
afirmaciones; como es lógico, desarrolló en el decurso de los años y
adquirió otras asociaciones esotéricas, algunas de las cuales son
bastante reveladoras por sí mismas. Parece que fue una influencia
destacada la de Jacques-Étienne Marconis de Nègre (1795-1865), que
fue fundador de uno de los Ritos Egipcios de la francmasonería
oculta en 1838, llamado el «Rito de Menfis», el cual también se
remitía a la tradición «templarista» de Von Hund.
Marconis de Nègre trazó para su organización un complicado «mito
fundacional» en el cual planteaba la acostumbrada pretensión
grandilocuente que
retrotraía el rito a la antigüedad y a un grupo llamado la Sociedad
de los
Hermanos Rosacruces de Oriente. El cual a su vez había sido fundado
por un
sacerdote de la antigua religión egipcia, llamado Ormus, que se
convirtió al
cristianismo gracias a la persuasión de san Marcos, y entre cuyos
discípulos hubo
miembros de la secta esenia.58
El mito de Ormus plantea cuatro influencias: la rosacruz, la
egipcia, la esotérica judía del género cabalístico (pues se creía,
no se sabe si con fundamento o no, que los esenios habían sido
cabalistas) y la cristiana, ésta quizá de alguna especie herética.
Lo que nos interesó en realidad de esa leyenda fue lo que también
saben los
lectores de The Holy Blood and the Holy Grail: que el Priorato de Sión adoptó como
«subtítulo» este nombre de «Ormus». Más adelante nos enteramos de
que desde su
primera aparición, la historia de Ormus estuvo relacionada con la
Orden de la
Cruz Oro y Rosa en 1770 cuando se convirtió en logia de la
Observancia Templaria
Estricta. Pero como veremos luego, hay en todo esto un trasfondo con
muy
extensas implicaciones por lo que se refiere a nuestra
investigación.59
Dicho lo anterior tal vez no sorprenderá que existan sociedades que
pretenden ser las sucesoras oficiales de los templarios. Muchas de
ellas podemos descartarlas fácilmente, si bien la Orden Antigua y
Militar del Templo de Jerusalén presenta credenciales persuasivas y
dignas de ser tenidas en cuenta. Con sede en Portugal actualmente,
dice dedicarse a obras de caridad y estudios históricos, aunque hay
un grupo escindido que opera desde una población suiza con el
evocador nombre de Sión.60 Pero los orígenes de esa forma resurgida
estuvieron en Francia.
La Orden Antigua y Militar del Templo de Jerusalén fue fundada en
1804 por un doctor con el sonoro nombre de Bernard Raymond
Fabré-Palaprat, que decía estar autorizado por la
Carta de
Transmisión de Larmenius, o como suele decirse abreviadamente, la
Carta Larmenius. De ser eso cierto, desde luego constituiría una
buena prueba de que Fabré-Palaprat era realmente del auténtico
linaje templario, porque esa certificación fue escrita supuestamente
en 1324 por Johannes Marcus Larmenius, quien recibió del mismo
Jacobo de Molay el nombramiento de Gran Maestre. También se dice que
el documento lleva las firmas de todos los Grandes Maestres
subsiguientes de la orden, lo cual llama la atención si se acepta el
criterio de que después del martirio de aquél no hubo ninguno más.
Como era de prever los historiadores rechazan la Carta tildándola de
falsificación.61 E incluso los autores de mentalidad más abierta,
como Baigent y
Leigh, la consideran una impostura.62 Pero por lo general los
críticos no la han visto
en realidad, sino que basan sus objeciones en una traducción
decimonónica del
latín original.63 (El documento escrito en latín es una
trascripción basada en un
código cuya clave es la geometría de la cruz templaria.)
Uno de los
motivos para
creer que sea una falsificación es precisamente la calidad del
latín, demasiado
bueno para la época —como se sabe, el latín medieval era muy
deficiente—, pero lo
sucedido en realidad fue que el traductor corrigió la sintaxis. Los
críticos observaron
también que la lista de declaraciones de Grandes Maestres se repetía
exactamente,
palabra por palabra, coincidencia difícil en un lapso tan largo como
el de 13241804;
pero una vez más, fueron normalizadas al transcribirlas y eran todas
diferentes en el original. Se caen por la base, en consecuencia, los
dos motivos
principales para rechazar la Carta Larmenius.64
Otra de las críticas dirigidas contra la Carta se refiere a un
pasaje en el que
carga contra los «desertores templarios Escotos», los cuales, augura
Larmenius,
serán «fulminados por un anatema» (junto con los caballeros
hospitalarios). Suponiendo que aquellos cismáticos eran masones de
la Observancia Estricta del barón Von Hund, los historiadores ven
ahí otra demostración de la falsedad de la Carta, porque creen que
el barón inventó la «transmisión escocesa» alrededor de 1750. Pero
se perfila un panorama muy diferente si dijo la verdad sobre los
auténticos orígenes de los francmasones.
De hecho la Orden Antigua y Militar del Templo asegura que la Carta
existía por lo menos cien años antes de su publicación por Fabré-Palaprat, cuando Felipe, duque de Orleans —el mismo que luego
fue regente de Francia—, la invocó al efecto de justificar su
autoridad para reunir en Versalles una asamblea de miembros del
Temple. De ser cierto, tal acontecimiento constituiría en sí mismo
una prueba de la continuidad de la presencia templaria en Europa
continental. (Este duque de Orleans fue el que introdujo al
caballero Ramsay en la Orden de San Lázaro.)
Además de la Carta Larmenius, Fabré-Palaprat tenía en su poder otro
documento importante cuya autenticidad tampoco quiere admitir la
mayoría de los comentaristas. Se trata del
Levitikon, una versión
del Evangelio de Juan con matices de carácter flagrantemente
gnóstico, que él dijo haber encontrado en una librería de viejo.
Demasiada casualidad, diríamos una vez más, pero si el documento
fuese auténtico entenderíamos mejor que se considerase necesario
guardar secreto sobre buena parte de los conocimientos gnósticos.
Porque esa variante del Evangelio de Juan llamada el Levitikon
—según algunos data del siglo XI, que ya es antigüedad—65 cuenta una
historia bastante distinta de la que hallamos en el más conocido
libro del Nuevo Testamento atribuido al mismo autor.
El
Levitikon le sirvió a Fabré-Palaprat como base para la fundación
de su Iglesia Neotemplaria de San Juan en 1828. A su tiempo recibió
en ella a los seguidores que tenía y cuando murió, diez años más
tarde, le sucedió un francmasón de los grados superiores, sir
William Sydney Smith, un héroe de las guerras napoleónicas.
Traducido del latín al griego, el Levitikon consta de dos partes.66
En la primera figuran las doctrinas religiosas que debe recibir el
iniciado así como los ritos relativos a los nueve grados de la Orden templaria. Describe la «Iglesia de san Juan» y explica por qué se
llaman a sí mismos johannites, «juanistas» o «cristianos de origen».
La segunda parte es como el Evangelio normal de Juan salvo algunas
omisiones significativas. Faltan los capítulos 20 y 21, los dos
últimos del Evangelio. También suprime todo asomo de lo milagroso en
sucesos como la conversión del agua en vino, la multiplicación de
los panes y de los peces, y la resurrección de Lázaro. Y elimina
ciertas alusiones a a san Pedro, entre éstas las palabras de Jesús
«sobre esta piedra edificaré mi iglesia».
Aunque esto ya sea bastante asombroso, lo son más, o escandalosas
dirían muchos, las adiciones que contiene el Levitikon: se describe
a Jesús como un iniciado en los misterios de Osiris, la deidad
egipcia principal de la época.
Osiris fue el consorte de su hermana, la bella diosa Isis, entre
cuyos atributos figuraban el amor, la sanación y la magia. (Este
tipo de relación, aunque hoy lo juzguemos repugnante, formaba parte
de la tradición faraónica, y le parecería perfectamente normal a
cualquier creyente del antiguo Egipto.)
Su hermano Set le envidió la
posesión de Isis y conspiró para matar a Osiris. Lo cual
consiguieron los sicarios de Set, que despedazaron el cuerpo de
aquél y esparcieron sus restos. Terriblemente afligida, Isis
recorrió el mundo para buscarlos con la ayuda de la diosa Neftis,
quien, aunque esposa de Set, desaprobaba el crimen. Las dos diosas
recobraron todos los pedazos del cuerpo de Osiris excepto el falo.
Isis rehizo el cuerpo y con ayuda de un falo artificial concibió
mágicamente y dio a luz el infante Horus.
En algunas versiones de la
leyenda tuvo más tarde una aventura con Set, cuya motivación no se
ve clara, si bien parece que debió de intervenir algún elemento de
venganza en esa relación. Esta unión enfureció a Horus, que era ya
un muchacho, por considerarla una ofensa a la memoria de su padre
Osiris. Entonces desafió a Set y lo mató, perdiendo un ojo en la
pelea. Pero sanó y el Ojo de Horus se convirtió en el talismán
mágico favorito de los egipcios.
El Levitikon, además de sentar la extraordinaria afirmación de que
Jesús fue un iniciado del culto de Osiris, asegura también que había
transmitido sus conocimientos esotéricos a Juan, el «discípulo
predilecto». Y continuaba afirmando que, por más que Pablo y los
demás Apóstoles hubiesen fundado la Iglesia cristiana, ellos no eran
los conocedores de las auténticas enseñanzas de Jesús. No habían
sido admitidos a su círculo interior. Según Fabré-Palaprat fueron
las enseñanzas secretas, en la forma transmitida al discípulo amado,
las que los caballeros templarios conservaron, y acabaron por sufrir
esa influencia.
Recoge
el Levitikon
una tradición supuestamente preservada de
generación en generación por una secta, o Iglesia, de cristianos de
san Juan en el Próximo Oriente. Éstos decían ser los herederos de la
«enseñanza secreta» y verdadera vida de Jesús, a quien llamaban
«Yeshu el Ungido». En realidad, si existió esa secta la versión de
la vida de Jesús que tenían era tan heterodoxa que uno se pregunta
para qué se llamarían «cristianos».
Pues según ellos, no sólo Jesús
fue un iniciado de Osiris sino que además era un hombre corriente y
no el Hijo de Dios. Decían que fue hijo ilegítimo de María; así
pues, ni hablar de nacimiento milagroso de una Virgen, doctrina que
según ellos era una ficción ingeniosa, por más que insultante para
la razón, que habían inventado los autores de los evangelios con
intención de ocultar la ilegitimidad de Jesús, cuando en realidad la
madre no tenía ni la menor idea de quién había sido el padre.
Según las creencias de la secta de Juan, el título de «Cristo» no
era exclusivo
de Jesús, ya que la palabra griega original Christos significa,
sencillamente, «el
Ungido» y esto podía aplicarse a muchos, incluso a los reyes y a los
funcionarios
del Imperio romano. Consecuentes con ello los dirigentes juanistas
reclamaban el
título de «Cristos» para sí mismos. (También el Evangelio de Felipe,
uno de
los textos
de Nag Hammadi, llama Cristos a todos los iniciados gnósticos.)67
Se dijo que este grupo había sido una secta gnóstica que guardó
varios
secretos esotéricos, entre ellos los de la cábala. Y además
concibieron un plan para
transformarse en una organización clandestina destinada a ser (en
palabras del
escritor decimonónico Éliphas Lévi) «el recipiente único de los
grandes secretos
religiosos y sociales, capaz de hacer reyes y pontífices sin
exponerlos a las
corrupciones del poder»,68 es decir, una organización mistérica que
no estaría
expuesta a los altibajos e incertidumbres de la política ni de los
cambios sociales en
el decurso de los años.
Su instrumento iban a ser los caballeros
templarios, y Hugo
de Payens y los demás fundadores habían sido, efectivamente,
iniciados de la
Iglesia de Juan. Pero los templarios se corrompieron a su vez por
afán de riquezas
y de poder, razón por la cual fue necesario que desaparecieran. El
rey francés y el
papa no podían permitir que se divulgase la verdadera naturaleza del
peligro
templario, y por eso inventaron las inculpaciones de idolatría,
herejía y
deshonestidad. Pero antes de ser ejecutado, Jacobo de Molay, siempre
citando
palabras de Éliphas Lévi, «organizó e instituyó la Masonería
Oculta».69
De ser verdaderos esos asertos sufriría un vuelco espectacular la
versión aceptada de la Historia. Se habría descubierto el vínculo
directo y autorizado entre cierto tipo de francmasonería y los
antiguos templarios, de lo cual bien podríamos deducir que esos
masones en particular tenían algo que enseñarnos en cuanto a la
sabiduría templaria.
Como acabamos de ver, Éliphas Lévi en su Historia de la magia dedicó
un apartado a la tradición juanista descrita en el Levitikon. La
primera vez que leímos aquella obra manejábamos la traducción de A.
E. Waite al inglés, pero luego nos tropezamos con otra versión del
mismo pasaje en un libro de Albert Pike, el erudito estudiosos de la
masonería y Gran Maestre del Rito Escocés Antiguo y Aceptado en
América,
Morals and Dogma of the Ancient and Accepted Scottish Rite
of Freemasonry (1871). Hay varias diferencias entre ambas versiones,
pero ¿cuál de ellas era la auténtica?
Las cotejamos con la edición original francesa de la obra de Lévi,70
y hallamos que Pike había introducido ciertas adiciones o
correcciones de su cosecha, probablemente basadas en su propia
interpretación de esa tradición. Por ejemplo, reproduce la última
parte de la histórica frase que hemos citado antes diciendo
«Masonería Oculta, Hermética o Escocesa».71
También corrige palabras
de Lévi relativas a una relación entre los templarios juanistas y
los rosacruces. Lo que escribió Lévi fue, en la traducción fiel de
A. E. Waite:
Los sucesores de los antiguos rosacruces, modificando poco a poco
los métodos austeros y
jerárquicos de sus precursores en la iniciación, se habían
convertido en una secta mística y
abrazaron celosamente las doctrinas mágicas templarias, en virtud de
lo cual se consideraban
únicos depositarios [sic] de los secretos insinuados en el Evangelio
según san Juan.72
Pike, y esto es revelador, corrigió la frase aquí puesta en cursiva
de esta manera:
[...] y se unieron con muchos de los templarios, entremezclándose el
dogma de ambos [...].73
Los cambios de Pike son significativos porque, mientras Lévi era un
observador y comentador del mundo ocultista y masónico, pero
espectador externo en cierta medida, aquél en cambio estaba
introducido, y mucho. Por eso consideró necesario corregir la
versión de Lévi, y en vez de decir que los rosacruces adoptaron
«doctrinas templarias» Pike asegura que llegaron a unirse con los
grupos templarios sobrevivientes.
Pero la modificación más notable de Pike introduce un elemento
enteramente nuevo. Después de la frase donde dice que Jacobo de Molay
instituyó la «Masonería Oculta, Hermética o Escocesa», agrega Pike que dicha orden:
adoptó a san Juan el Evangelista como uno de sus patronos
asociándole, para no suscitar las
sospechas de Roma, a san Juan el Bautista [...].74
Esto es curioso, y aun nos parece poco decir. Atendido que tanto
Juan el Evangelista como Juan el Bautista son santos católicos
reconocidos, ¿por qué era necesario que la veneración dirigida a uno
de ellos sirviera de «tapadera» para la del otro? Y sin embargo Pike, el más erudito de los estudiosos de la masonería, no habría
introducido esa información al reproducir un pasaje del libro de
otra persona si no hubiese tenido sus buenos motivos para ello. Nos
pareció evidente la necesidad de seguir profundizando en ese tema
juanista dentro de la tradición masónica.
Como vimos en el capítulo anterior, A. E. Waite había aludido a una
«tradición juanista» que influyó en las leyendas del Grial, lo cual
nos pareció extrañísimo al principio. Pero ahora empezaba a encajar:
está claro que esa «tradición juanista» tiene alguna relación o con
Juan el Evangelista, o con Juan el Bautista.
Ese hilo oculto desde luego no era una novedad en nuestra
investigación. Hemos encontrado también una «tradición juanista»
entre los temas principales del Priorato de Sión, claramente
vinculada a un san Juan, aunque para ellos, según hernos creído
averiguar es san Juan Bautista el que prevalece.
Como se mencionó en el capítulo 2, el Priorato asegura que Godofredo
de Bouillon se reunió con los delegados de una misteriosa «Iglesia
de Juan» por otro nombre llamados los Hermanos de Ormus, y como
resultado de dicho encuentro se decidió formar un «gobierno
secreto». A su tiempo fueron creados los caballeros templarios y el
Priorato de Sión como partes de ese plan maestro. Hay que hacer
hincapié de nuevo en que, al menos según esa versión, tanto el
Priorato como los templarios se crearon conforme a los ideales de la
misteriosa Iglesia de Juan.
Aparte algunos detalles secundarios, este relato es idéntico al del
Levitikon, y
establece cuando menos que el moderno Priorato y los templarios
forman parte de la misma tradición.
El concepto de los templarios como organización secreta con
autoridad para poner y quitar reyes tiene su paralelismo en los
caballeros templarios del Grial según la versión del Parzival de
Wolfram von Eschenbach, y, ciertamente hay indicios de que los
templarios pretendieron ese derecho.75 El problema es que la mayoría
de esas reivindicaciones exóticas de un pedigrí histórico milenario,
en realidad sólo se retrotraen a las organizaciones neotemplarias
del siglo XIX.
Pero cobrarían consistencia si apareciesen indicios
independientes que confirmasen la relación entre sus movimientos y
otras organizaciones que demostradamente estuviesen ahí siglos
antes, como ocurre con el vínculo entre rosacruces y masones.
Otra dificultad estriba en que se plantean dos pretensiones
distintas. La una, que ciertas formas de la francmasonería son
descendientes directas de los templarios. La otra, que los mismos
templarios eran continuación de una tradición más antigua, herética,
y que nos lleva a la época de Jesús. Por desgracia, ni aunque se
demuestre lo primero no significa que lo segundo sea automáticamente
cierto.
La insistencia alrededor de una versión no canónica del Evangelio de
Juan
desde luego incita a la reflexión, aunque parece darse alguna
confusión entre Juan
el Evangelista y, Juan el Bautista. Como hemos visto, Albert Pike
cae en el absurdo
cuando dice que los masones utilizaron al Bautista para encubrir su
veneración
secreta por Juan el Evangelista. ¿Por qué iban a ocultar su
reverencia hacia ningún
santo, cuando ambos son perfectamente aceptables para la Iglesia? Lo
único que
consigue Pike es llamar la atención sobre ambos Juanes y,
envolverlos en un aura
de misterio e intriga. Tal vez era ésa su intención. En otro lugar
A. E. Waite cita
unos escritos masónicos acerca de la masonería juanista, que se
pretende a su vez
relacionada con una cristiandad juanista centrada en la figura del
Bautista, a quien
considera «el único profeta verdadero».76
Tenemos, pues, que Juan el Bautista era el santo patrono tanto de
los
caballeros templarios como de los francmasones. Es así que la Gran
Logia de
Inglaterra se fundó un 24 de junio, día de san Juan Bautista. Y que
todo Templo
masónico tiene en el suelo dos líneas paralelas: la una representa
la vara de Juan
«el Evangelista» (suponiéndose que éste es la misma persona que
Juan, «el
discípulo predilecto»), mientras que la otra simboliza la vara del
Bautista. Está
claro que ambos Juanes revisten particular importancia para la
fraternidad, aunque
la prioridad corresponde al más antiguo de los dos.
Pero hay más, y
es que juran
por los santos Juanes,77 aunque los masones hoy día, según confiesan
ellos mismos,
no tienen ni idea de por qué se venera tanto a los dos. Pudiera
ocurrir que con los
años hubiese cundido alguna confusión entre ambos personajes
bíblicos, y que el
término de johannite comúnmente entendido como seguidor del
Predilecto se
refiera en realidad a los del Bautista.
Pero con independencia de si
el Juan
reverenciado por los masones es el joven o el viejo —o ambos—, hay
un nombre
que brilla por su práctica ausencia en las logias, y es el del mismo
Jesús, que no
tiene una presencia destacada. Se suele decir que esto obedece a que
los masones
no son primordialmente una organización cristiana; basta que uno se
declare teísta
para ser admitido. Pero en este caso, ¿por qué dedican tanta
veneración a unos
santos cristianos como son los Juanes?78
La idea de que el Evangelio de Juan contiene secretos arcanos, o que
existe
otra versión del mismo, recurre en el decurso de esta investigación.
Se ha dicho
que los cátaros poseyeron una variante herética y esto se convirtió
en una obsesión
para sir Isaac Newton. (Como ha escrito Graham Hancock, «[...] pese
a sus
arraigadas convicciones religiosas y gran devoción, a veces parece
que viese en
Cristo a un hombre especialmente inspirado... pero no al Hijo de
Dios».)79
De manera que tanto los francmasones del Rito Escocés como los
templarios de la «transmisión Larmenius» conservaron tal vez los
secretos originarios de los freires, y por ambas vías éstos se
retrotraen a la «secta de Juan». Aunque no se halla nada
especialmente juanista en los Ritos Egipcios de la francmasonería,
todos estos sistemas derivan de la Observancia Templaria Estricta
del barón Von Hund. Y el Priorato de Sión se vincula con los tres
sistemas.
Hemos mencionado que
Pierre Plantard de Saint-Clair ha dicho que el
propósito de la orden del Temple era «ceñir espada por la Iglesia de
Juan y portar el estandarte de la primera dinastía, las armas que
obedecieron al espíritu de Sión».
El resultado de ese gran designio sería un «renacimiento espiritual»
que
«transmutaría toda la cristiandad». Es obvio que eso no ha
ocurrido... y sin
embargo, nuestras investigaciones demuestran que la revelación
susceptible de
traer un cambio tan portentoso existe y espera la hora de hacer su
espectacular
entrada en la escena mundial, sea bajo la forma del Priorato, sea
bajo la de alguna
escuela mistérica aliada de tipo juanista.80
En cualquier caso, hemos alcanzado un resultado bastante notable:
empezábamos con la aparente obsesión de Leonardo por Juan el
Bautista y hemos reseguido ese leve indicio hasta dar con el
Priorato de Sión, que también tenía algo que ver con ese santo. No
era mucho, de momento, pero al seguir las pistas desde los
templarios hasta los masones y luego hasta los demás grupos ocultos,
se nos revela una conexión mucho más convincente. Es la herejía
juanista lo que aparece bajo los distintos disfraces del panorama
ocultista clandestino, y también el Priorato pertenece a esa
tradición según ellos mismos confiesan.
Quedaban sin respuesta todavía muchas preguntas importantes, pero
empezaba a perfilarse un cuadro coherente, en el que Juan el
Bautista aparecía relacionado con una tradición oculta y mantenida
por vías muy diversas e intrincadas. Esto, sin embargo, era sólo una
parte de lo que se concretaba como una herejía con dos temas
principales, siendo el otro la veneración secreta de la Diosa, o del
principio de lo Femenino.
Por supuesto resulta difícil conciliar ese otro tema con las formas
externas de
ciertas organizaciones, como los mismos francmasones, que revisten
una
exclusividad masculina excepcional. Pero es evidente que vale la
pena poseer los
secretos que se ocultan detrás de esos temas —el de lo Femenino y el
de los
sectarios de Juan—, cuando vemos que fueron defendidos, guardados y
protegidos
a todo evento y además suscitaron especial hostilidad por parte de
la Iglesia de Roma.
Esto último no debe sorprender mucho porque la
segunda pista de los secretos esotéricos antiguos, la veneración de
lo Femenino, adoptó en seguida formas de magia sexual trascendental
con todas las implicaciones del poderío inherente a la mujer.
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