SEGUNDA PARTE
LA TRAMA DE LA VERDAD
11. INCIERTOS EVANGELIOS
En la Pascua de 1996 los medios británicos dedicaron mucha atención
a lo que se creyó un descubrimiento sensacional:1 el de unos osarios
de Jerusalén, y en éstos, las osamentas de un reducido grupo de
personas entre las cuales había un «Jesús hijo de José», a más de
dos Marías (una de ellas con inscripción en griego, así que en el
contexto podían ser la Virgen y la Magdalena), un José, un Mateo y
un «Judas hijo de Jesús».
Por supuesto tales nombres, todos
aparecidos al mismo tiempo y en tal circunstancia, eran para excitar
la fantasía de los cristianos, aunque las implicaciones del
descubrimiento no fuesen necesariamente de su agrado. Al fin y al
cabo, el cristianismo se basa en la idea de que Jesucristo resucitó
de entre los muertos y subió materialmente a los cielos. El hallazgo
de sus huesos habría sido catastrófico. Pero ¿eran de veras los
suyos y los de su familia?
Seguramente no, hay que admitirlo. La coincidencia de esos nombres
tan especialmente resonantes para los cristianos muy bien pudo ser
fortuita, porque todos ellos eran muy corrientes en la Palestina del
siglo I. La importancia del descubrimiento estuvo en las dimensiones
y la intensidad de la polémica que el mismo desencadenó. En
programas de televisión y periódicos serios se planteó la cuestión:
si se hubiese demostrado que aquellos huesos eran de quien pareció
que podían ser, ¿qué habría significado eso para la cristiandad?
Para nosotros, uno de los aspectos más reveladores de la cuestión
fue el asombro y la indignación con que reaccionaron muchos
cristianos ante la posibilidad de tener que enfrentarse con la idea
de que Jesús hubiese sido un hombre corriente. Muchos ni siquiera
estaban enterados de que aquél había sido un nombre muy común.
Desde luego es comprensible que los cristianos devotos sean
partidarios de
mantener su fe en Jesús como Hijo de Dios, y además están en su
derecho si optan sistemáticamente por no hacer caso de nada que digan
acerca de Él los ajenos a
dicha creencia. Pero no deja de ser extraño que tantos cristianos de
hoy todavía no sepan a qué punto los relatos evangélicos se han
revelado demostradamente inexactos.
Nunca antes se había podido
disponer de tanta información, y en los últimos cincuenta años,
digamos, se han escrito libros postulando las más encontradas
opiniones acerca de Jesús y su movimiento, y proponiendo las más
variadas (y a veces divertidas) teorías. Entre éstas figuran como
que Jesús fue un divorciado y padre de tres hijos francmasón,
budista, hechicero, hipnotizador, progenitor de un linaje de reyes
franceses, filósofo cínico, un hongo alucinógeno...
¡e incluso una mujer!
Esa explosión de ideas insólitas y
sorprendentes es, en parte,
resultado de la disposición contemporánea a discutir de todo, pero
el hecho de que
haya sido posible suscitar tales ideas es un reflejo de lo que ha
revelado la alta
crítica moderna: que el relato tradicional de la biografía de Jesús
presenta muchos
fallos y es, por consiguiente, muy vulnerable. Así pues, aunque nos
pongamos de
acuerdo en que las ideas descritas sólo han podido florecer porque
existía un vacío,
lo que están diciéndonos es que los Evangelios precisan ser, no ya
reinterpretados, sino prácticamente reescritos.
El vacío sólo llegó a ser perceptible cuando la investigación
fundamental puso contexto al relato. Descubrimientos arqueológicos
como el de
los textos de Nag Hammadi y los Rollos del Mar Muerto nos
han facilitado una noción mucho más exacta en cuanto a la época y la
cultura en que vivió Jesús. Y de súbito, hemos descubierto que
muchos de los aspectos del cristianismo que solíamos considerar
únicos y exclusivos no lo eran, a lo que parece. E incluso los
conceptos más trillados y asimilados del cristianismo revisten ahora
un significado completamente distinto, una vez situados en el
contexto de la Palestina del siglo I.
Por ejemplo la locución que los cristianos evangélicos gustan de
poner a la entrada de sus iglesias: «Jesucristo es Nuestro Señor».
Para ellos esa frase condensa el concepto de que Jesús fue
literalmente divino, el Señor, la encarnación de Dios. Se ha tomado
de los Evangelios en la creencia de que era un título conferido a
Jesús por sus seguidores en reconocimiento de su categoría única.
Pero como ha demostrado el prestigioso erudito bíblico Geza Vermes,
fue un tratamiento de respeto muy común empleado entonces incluso
por los hijos y la esposa para dirigirse al padre de familia, más o
menos como nosotros mantenemos el empleo de «señor» o «usted» en
nuestro idioma.2 Pero con los siglos, aquella locución cobró vida
propia y viene a ser casi la prueba de que Jesús es el Señor del
Todo.
Otro ejemplo de cómo la tradición cristiana se ha convertido en dato
histórico es la celebración de las festividades principales como la
Pascua y la Navidad. Todos los años millones de cristianos celebran
en todo el mundo el nacimiento del niño Jesús el 25 de diciembre. Y
el relato de tal nacimiento es uno de los más conocidos del mundo:
María era una Virgen que concibió por obra del Espíritu Santo; como
no había habitación en la posada para ella y su esposo José, el niño
fue a nacer en un establo (o como quieren algunas versiones, en una
cueva), y los magos y los pastores acudieron a adorar al Salvador
recién nacido. Podrá no gustar esta historia a los cristianos más
enterados y a los teólogos, pero es una de las primeras que escuchan
los niños y así pasa a ser «tan verdad como los Evangelios» desde
una edad muy temprana.
Cuando el papa juzgó prudente explicar que Jesús no había nacido en
realidad un 25 de diciembre, sino que se eligió la fecha porque
coincidía con una celebración del Invierno de los antiguos paganos,
tal anuncio causó cierta consternación. A muchos cristianos
corrientes incluso les pareció una revelación trascendental. Pero
apenas se puede creer que semejante anuncio no se hubiese producido
hasta 1994. Y sólo es la punta del iceberg, porque los teólogos
saben desde hace tiempo que todo el relato de la Natividad es un
mito.
Pero la extensión en que la mayoría de los cristianos son
deliberadamente mantenidos en la ignorancia por quienes están mucho
mejor enterados va muchísimo más lejos:
la fecha cristiana del 25 de
diciembre no es sólo la supuesta Natividad de Jesús, sino que fue
también la de numerosos dioses paganos como Osiris, Attis,
Tammuz,
Adonis, Dioniso y otros más.
Ellos también nacieron en humildes refugios, por ejemplo cuevas, y
los pastores asistieron a su nacimiento, que había sido anunciado
por signos y prodigios, entre los cuales el avistamiento de una
nueva estrella. Y entre sus muchos títulos, estuvieron los de «el
Buen Pastor» y «el Salvador de la humanidad». Cuando se les plantea
la evidencia de que Jesús sólo fue uno más del largo linaje
tradicional de dioses «que mueren y resucitan», los clérigos, suelen
refugiarse en una explicación bastante insatisfactoria: que los
paganos de la antigüedad tuvieron como una vaga intuición de que
algún día iba a presentarse el verdadero Salvador, y partiendo de
ella formaron sus emulaciones que, aunque grotescas, prefiguraban la
cristiandad que estaba por venir.
Aunque luego volveremos con más detalle sobre los auténticos
orígenes del cristianismo, bastará decir por ahora que la común
fecha de nacimiento del 25 de diciembre no es la única semejanza
entre el relato acerca de Jesús y los de los dioses paganos. Osiris,
por ejemplo, el consorte de Isis, murió a manos de los malvados un
viernes y «resucitó» tras haber permanecido en los infiernos durante
tres días. Y los asistentes a los misterios de Dioniso se comían al
dios durante un ágape mágico de pan y vino que simbolizaban el
cuerpo y la sangre de aquél. De estos dioses «que mueren y
resucitan» tenían noticia, por supuesto y desde hace muchos años,
los teólogos, los historiadores y los estudiosos de la Biblia, pero
todo sucede como si hubiese existido una conspiración tácita para
evitar que tal conocimiento llegase a la «grey» de los fieles.
Con la sobreabundancia de nuevos materiales que aparecen y tienen
algún punto de contacto con los orígenes de la cristiandad, es
excesivamente fácil que algunos se dejen arrastrar por el entusiasmo
y abracen una idea determinada sin la precaución y el discernimiento
necesarios. Si no se interpretan bien las fuentes, las conclusiones
que se deduzcan pueden resultar muy mal encaminadas. Se ha gastado
mucha tinta, por ejemplo, sobre los Rollos del Mar Muerto
descubiertos en 1947. Algunos de ellos parecían arrojar nueva luz
sobre el cristianismo primitivo. Algunos pasajes de estos
manuscritos han persuadido a mucha gente de que Jesús y Juan el
Bautista fueron miembros de la secta de los esenios, que tenía sus
bases en Qumran, a orillas del Mar Muerto. No sería exagerado decir
que esto lo tienen ahora por incontrovertiblemente demostrado muchas
personas.
Pues bien, no hay ninguna prueba de que los Rollos fuesen de origen
esenio.
Esto sólo fue lo primero que alguien supuso con ocasión de su
descubrimiento.
También se supuso otra cosa: que los documentos eran escrituras de
una sola secta,
bien fuesen los esenios u otra de las muchas que vivían retiradas en
aquella
comarca. Sin embargo Norman Golb, el profesor más prestigioso de
Historia judía,
que siguió de cerca el descubrimiento de los Manuscritos del Mar
Muerto y los
progresos de su estudio, recientemente ha puesto en duda dicha
suposición. Ha
demostrado que la creencia de que provenían de una sola comunidad no
se
sustenta en ningún indicio arqueológico, ni suministrado por los
manuscritos
mismos; ni siquiera está demostrado que hubiese una comunidad
religiosa en Qumran. Según cree Golb, los Rollos son en realidad
parte de la
biblioteca del
Templo, trasladada allí para ocultarla durante la insurrección judía
del año 70.3
Si Golb tiene razón, y todos los indicios parecen confirmarlo así,
están en la obsolescencia prácticamente todos los libros que han
venido escribiéndose sobre los Rollos del Mar Muerto. En esencia lo
que hizo la mayoría de los autores fue tratar de reconstruir las
creencias de una secta a partir de una colección de documentos
elaborados por una diversidad de grupos diferentes, pero atribuidos
a aquélla. Viene a ser como querer deducir las creencias de una
persona leyendo los lomos de los libros que tiene en sus
estanterías: nuestra biblioteca particular, por ejemplo, fácilmente
da a entender que nos interesan los temas de religión y esoterismo,
pero como los libros abarcan una serie de planteamientos diferentes
— los escépticos, los racionales, los crédulos—, es obvio que no
pueden representar de ninguna manera lo que creemos en realidad.
(En
cambio cuando fueron descubiertos
los textos de Nag Hammadi nadie
dijo que fuesen producto de una sola secta.)
Aunque la conexión «esenia» de los manuscritos del Mar Muerto sea
una falacia y pese a la categoría de mito moderno que han alcanzado,
no dejan de tener profunda importancia histórica para el
conocimiento del judaísino de la época. Pero no es probable que sean
muy útiles para ningún estudio sobre los orígenes del cristianismo,
así que no van a ocupar mucho espacio en el presente.
El peligro de establecer conclusiones de largo alcance sobre
premisas deficientes queda ejemplificado por Knight y Lomas en
The
Hiram Key. Estos autores argumentan que como algunos de los Rollos
del Mar Muerto contienen ideas parecidas a las de la francmasonería,
y teniendo en cuenta que como ellos dicen «está establecido sin
lugar a dudas [...] que los autores de los Rollos del Mar Muerto
fueron esenios»,4 pues resulta que los esenios fueron los
precursores de la francmasonería. Y como además están seguros de que
Jesús era esenio, la conclusión es obvia: Jesús era masón.
Según acabamos de ver, los Rollos no eran de los esenios y tampoco
se ha demostrado que Jesús fuese de esa secta, así que todo el
argumento se cae por la base. El caso de estos investigadores
excesivamente entusiastas servirá al menos de aviso para navegantes.
En el punto a que habíamos llegado juzgábamos necesario reconsiderar
los puntos de vista acerca de Juan el Bautista y María Magdalena. Al
fin y al cabo iba pareciendo que ambos personajes históricos tenían
bastantes títulos para ser tomados muy en serio... como lo hizo el
tenaz movimiento clandestino europeo que además ha contado con
algunas de las mejores cabezas de todos los tiempos.
El tema principal de lo que hemos dado en llamar la Gran Herejía
Europea
era la inexplicable veneración, rayaba a veces en la adoración,
hacia María
Magdalena y Juan el Bautista. ¿Representaba algo más que un tipo de
contumacia,
una rebeldía persistente contra la Iglesia por mera insumisión
temperamental? ¿O
habría detrás de esas herejías cosa de más sustancia? Para ver qué
base fáctica tenían esas creencias dirigimos nuestra atención al
Nuevo Testamento y en particular a los cuatro evangelios canónicos
de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Admitamos nuestra confusión inicial ante la conexión «herética»
entre el Bautista y la Magdalena. Además de no hallar nada que los
vinculase en la versión oficial del cristianismo, aparte la obvia
devoción a Jesús, la investigación superficial de las mismas
creencias heréticas tampoco apuntaba ningún denominador común. Las
imágenes en sí no pueden ser más diferentes. La de Juan el Bautista
es la de un asceta, capaz de dar la vida antes que renunciar a su
rígida moralidad, aunque no murió como mártir cristiano y eso tal
vez es revelador. (De hecho nada indica que invocase las enseñanzas
ni la moral de Jesús cuando firmó su propia sentencia oponiéndose a
Herodes Antipas.)
En cambio María Magdalena había sido una
prostituta, según la creencia común, pero luego se arrepintió y
vivió muchos años como penitente. Podríamos decir en cierto sentido
que los Evangelios no los presentan como aliados naturales, y desde
luego ni siquiera sugieren que llegasen a conocerse.
Sin embargo no sería descabellado deducir que sí se conocieron
probablemente. Según los estudiosos el Bautista tuvo fama muy
extensa en su
época y lugar, a título de predicador justiciero que abandonó las
soledades del
desierto para predicar a los hombres e invitarlos a arrepentirse. En
cuanto a María,
fue una de las mujeres seguidoras o discípulas de Jesús, y ocupó un
lugar
destacado en su séquito. Por otra parte se cree que Juan y Jesús
eran primos, o por
lo menos parientes carnales.
Leyendo entre líneas podríamos imaginar
que quizá
Juan supo que María Magdalena era una persona dedicada a lavarles
los pies a los
hombres, llevarles ropa limpia y preparar sus comidas. Tal vez
estaba enterado de
su pasada reputación y frunció el ceño al advertir esa presencia
«impura»...
excepto si llegó a bautizarla él mismo, claro está. Lo cual no
consta, pero tampoco
está escrito que se bautizase, por ejemplo, un apóstol como san
Pedro.5
Un estudio más detenido del trasfondo bíblico suministra, no
obstante,
algunas claves acerca de la conexión entre la Magdalena y el
Bautista. De entre los
vínculos principales, destaca la complementariedad de sus funciones
en relación
con la vida pública de Jesús, en la que Juan representa el principio
y María
simboliza el final.6
Es Juan el que inaugura el ministerio de Jesús mediante el rito del
bautismo. Es María el personaje central de los acontecimientos que
rodean la muerte y resurrección de aquél. La semejanza principal
está en la unción que es el rito oficiado por ambos; hay una
evidente analogía entre el bautismo de agua administrado por Juan y
la acción de ungir los pies con esencia de nardos a cargo de María
de Betania, que según la creencia popular era la misma María
Magdalena, y además ésta ungió también el cuerpo de Jesús con mirra
y áloe para ser sepultado.
Otro parecido fundamental entre estos dos personajes, además de la
curiosa
seducción que ambos irradian, es que si bien ambos desempeñaron una
importante
función ritual en la vida de Jesús, parecen introducidos en el
relato evangélico a regañadientes. Entran y salen de las páginas de
la Biblia con tal brusquedad, que se origina un peculiar efecto de
sobresalto. Por una parte, leemos que Juan murió ejecutado a manos
de los verdugos de Herodes, pero por otra parte no consta que Jesús
lo lamentase, ni exhortó a sus seguidores en el sentido de que
venerasen el recuerdo de Juan.
La Magdalena aparece de súbito en el
relato cuando éste aborda la Crucifixión, y en evidente situación de
cierta intimidad con Jesús; además es la primera persona que
presencia la Resurrección... pero ¿por qué no ha sido mencionada
antes por su nombre? Tal vez porque los autores de los evangelios
estaban obligados a admitir que tanto Juan como María Magdalena
habían desempeñado roles tan principales en la biografía de Jesús,
que no era posible silenciarlos totalmente, sin lo cual habrían
preferido no mencionarlos. Así pues, ¿qué puede haber de Juan el
Bautista y María Magdalena que molestase tanto a los autores de los
evangelios y a los primeros Padres de la Iglesia?
La marginación deliberada destaca más en el caso de María Magdalena.
Por una parte, es evidente su importancia en la historia de Jesús;
por otra parte los evangelios no comunican prácticamente ninguna
información acerca de ella. Aparte una única mención en Lucas, por
ejemplo, su primera aparición verdadera es la de testigo de la
Crucifixión. No se nos cuenta cómo llegó a ser seguidora, excepto la
indicación de que Jesús la había curado en una ocasión, «expulsando
de ella siete demonios». Ni se nos dice cuál era exactamente su
misión, sobre todo en las exequias de Jesús.
Al principio habíamos supuesto ingenuamente que todas las seguidoras
de Jesús habían recibido ese trato algo discriminatorio porque eran
mujeres y por consiguiente ciudadanas de segunda clase desde el
punto de vista de unos judíos del siglo I. Pero si fue así, mucho
habían cambiado las cosas desde los días de Ruth y Noemí, cuya
biografía relató excelentemente el Antiguo Testamento.
Está luego el
curioso énfasis puesto en el sobrenombre o apellido de la Magdalena.
Pues aunque volveremos más adelante sobre las deducciones que pueden
sacarse de esto, en principio su empleo por los evangelistas parece
confirmar que era una mujer poseedora de recursos propios. Todas las
demás mujeres de los relatos evangélicos quedan definidas por su
condición de esposa, madre o hermana de algún varón importante. Pero
ella es, sencillamente, María Magdalena, casi como si los autores de
los evangelios diesen por supuesto que todos los lectores sabían
quién fue.
Los evangelios dicen que las seguidoras de Jesús «les asistían con
sus bienes», lo cual implica sobre todo que tenían bienes con que
asistir. ¿Formó ella parte de algún grupo de mujeres propietarias de
recursos propios que esencialmente mantenían al grupo de Jesús? Son
muchos los estudiosos que lo creen así.7 Pero cualquiera que fuese
su situación económica, María Magdalena, cuando la mencionan por su
nombre, figura siempre en primer lugar de la nómina de las
discípulas, incluso antes que María la madre, excepto en los casos
en que el desarrollo de la narración exige que se mencione en primer
lugar a la Virgen.
Los del Priorato de Sión creen que son la misma persona María
Magdalena, María de Betania, la hermana de Lázaro, y la mujer que
ungió los pies de Jesús. Si fuese así, confirmaría la
intencionalidad de la discriminación por parte de los evangelistas.
Como si se hubiesen propuesto dificultar la identificación de
aquélla y el reconocimiento de sus funciones. En los Sinópticos la
mujer que ungió los pies queda en el anonimato, aunque parece muy
probable que los autores debían de saber quién era y por qué fue
importante lo que hacía.
El mismo proceso de marginación afecta a Juan el Bautista según
todas las apariencias. Los modernos estudiosos del Nuevo Testamento
admiten que es difícil definir cuál era la relación exacta entre
Juan y Jesús. Muchos señalan el excesivo hincapié de Juan en su
misión de mero precursor y sugieren que «insiste demasiado» en ello.
Es significativo que el evangelio de Marcos, tenido habitualmente
por el más antiguo y el que sirvió de fuente a Mateo y a Lucas,
insiste mucho menos que los demás textos en el lugar subordinado de
Juan. De esto han deducido muchos estudiosos que la sumisión de Juan
frente a Jesús, repetida ad nauseam, es en realidad un artificio
narrativo destinado a ocultar que ambos hombres y sus respectivos
grupos de discípulos eran rivales.
Un escrutinio detenido de los evangelios descubre algunos indicios
de tal
rivalidad sin necesidad de forzar la interpretación. Para empezar,
la lectura
objetiva revela que muchos de los primeros y más famosos discípulos
de Jesús
procedían de las filas de los seguidores de Juan. Por ejemplo se
cree generalmente
que el joven Juan «el Predilecto» (también personaje central de
muchas creencias
«heréticas», como hemos visto) fue uno de los acólitos del Bautista
y quizás adoptó
incluso su nombre en testimonio de respeto. Después de la
decapitación de su
maestro los seguidores de Juan siguieron formando grupo aparte: se
nos cuenta
que algunos de ellos acudieron a llevarse su cadáver, y hay pasajes
del Nuevo
Testamento en que los seguidores de Jesús discuten con los de Juan
sobre sus
respectivos estilos de vida.8
Más revelador incluso es el pasaje en que Juan expresa sus dudas en
cuanto a la identidad mesiánica de Jesús, aunque naturalmente la
Iglesia no suele airear mucho ese lugar de las Escrituras.
Hallándose en las mazmorras de Herodes, Juan envía a dos de los
suyos para preguntarle a Jesús:
«¿Eres tú el que ha de venir o
tenemos que esperar a otro?».9
La explicación desde luego es difícil
para los teólogos. Por un lado dicen que Juan el Bautista era el
designado por Dios para preparar el camino al Mesías y señalarlo al
pueblo como tal, lo cual le confiere también cierta medida de
inspiración divina... ¡pero luego el mismo «precursor» manda
preguntar, por si se hubiera equivocado!
Hay otras señas menos obvias, aunque también reveladoras, de la
rivalidad
entre ambos hombres. Incluso en las palabras del mismo Jesús
recogidas por los
evangelios. La primera, en el muy conocido pasaje donde Jesús hace
supuestamente un elogio de Juan en presencia del pueblo, diciendo
«en verdad os
digo que no ha salido a luz entre los hijos de Mujeres alguno mayor
que Juan el
Bautista»;10 si bien añade luego la sorprendente matización «pero el
más pequeño
en el reino de Dios es más grande que él».
Ha sido muy debatido el
significado exacto de estas palabras. Geza Vermes, el eminente
estudioso del Nuevo Testamento, compara el empleo de la frase «el
más pequeño en el reino de Dios» con otros ejemplos y concluye que
es un circunloquio, es decir que la expresión aunque aparentemente
impersonal se refiere al mismo que habla.11 En otras palabras, Jesús
asegura a la multitud «no digo que Juan no sea un gran hombre, pero
yo soy más grande».
Pero hay otra interpretación mucho más obvia, aunque nunca la hemos
visto comentada por ningún estudioso de la Biblia. Como se sabe la
expresión «nacido de mujer» podía cobrar un matiz insultante porque
implicaba una acusación de debilidad.12
En este caso el pasaje
reviste un carácter muy diferente; entonces la afirmación de que el
Bautista era el más grande «de entre los nacidos de mujeres» habría
tendido a rebajarlo, y ello quedaría corroborado por la fase
añadida, «el más pequeño en el reino de Dios es más grande que él».
Si Geza Vermes tiene razón y Jesús estaba diciendo que él era más
grande, no se puede mantener que eso sea un elogio para Juan. Al
contrario, podría ser una ofensa con el significado de «hasta el más
pequeño de mis seguidores es más grande que él».
Se ha sugerido otro desaire apenas velado contra Juan —pero habría
sido evidente para los judíos del siglo I—,13 cuando comentó una
discusión entre sus discípulos y los de Juan diciendo «nadie echa el
vino nuevo en los odres viejos».14 En la época y el país, solía
transportarse el vino en odres hechos de pellejos de animales, y
como Juan se tapaba con unos pellejos... En el contexto de la
discusión es muy posible que el comentario se refiriese a éste.
Es obvio que la rivalidad era bien sabida por los autores de los
evangelios incluso cincuenta o más años después de la Crucifixión
(que fue, poco más o menos, cuando se escribieron). Quizá los cuatro
evangelistas obedecían al propósito oculto de restar importancia al
indeseable rival y garantizar que Jesús quedase como superior a él.
Desde luego no se puede dudar de que los evangelistas habrían
preferido suprimir de la crónica a ese personaje.
Para nosotros quedaba claro que el Bautista y la Magdalena —el que
bautizó a Jesús y la mujer que asistió la primera al momento estelar
del cristianismo, la Resurrección— están unidos por el hecho de que
los autores del evangelio se sintieron, por así decirlo,
«descolocados» con respecto a ellos. ¿Sería posible averiguar por
qué, y reconstruir sus verdaderas misiones, restablecer su
significado originario?
El problema principal es que los libros del Nuevo Testamento son
fuentes de
información poco seguras. Como todo los textos muy antiguos, han
sufrido un
proceso incesante de corrección, selección, traducción e
interpretación. En el
decurso de los siglos se han añadido a los originales pasajes que
algunas veces no
tienen mucha importancia, pero en otros casos sí modifican el
sentido. Por ejemplo,
cuando dice en la primera Carta de Juan (5, 7) «porque son tres los
que dan
testimonio en el cielo, el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y
estos tres son una misma cosa», se sabe que este párrafo es una
interpolación posterior.15 Otro pasaje, el de «la adúltera», sólo
figura en el Evangelio de Juan y las versiones más antiguas que se
conocen no contienen tal episodio.16 Sigue debatiéndose su
autenticidad.
Un ejemplo destacable de la confusión que introducen las
dificultades de la traducción es el error común de que Jesús fue un
humilde carpintero. La palabra que utiliza el original arameo es
naggar, que puede significar el que trabaja la madera y también
un
letrado o persona que tiene instrucción.17 Lo segundo tiene mucho
más sentido en el contexto, porque no hay ninguna otra indicación de
que Jesús hubiese sido artesano manual; en cambio su gran dominio de
las Escrituras lo comentan repetidamente las personas que le
escuchan: la palabra naggar sólo aparece cuando se está hablando
concretamente de su erudición.18 Pero la idea de que Jesús era
carpintero está escrita en la tradición cristiana tan indeleblemente
como el «dato» de que nació un 25 de diciembre.
Las fechas en que se escribieron los evangelios canónicos también
han sido muy debatidas y controvertidas. Como ha escrito A. N.
Wilson:
Uno de los detalles más curiosos de la erudición neotestamentaria es
el hecho de que unos
letrados que vienen dando vueltas a los documentos desde hace siglos
no hayan logrado
resolver siquiera por encima de toda duda cuestiones tan sencillas
como las fechas en que se
escribieron los evangelios, ni dónde se escribieron, ni menos aún
quiénes los escribieron.19
Los manuscritos completos más antiguos que se conservan son del
siglo IV,
aunque es obvio que son copias de otros textos anteriores. Por ello
los estudiosos
han intentado establecer su procedencia analizando el lenguaje de
los fragmentos
sobrevivientes. Aunque la cuestión no se ha dilucidado de manera
definitiva, hoy
día se conviene que el Evangelio de Marcos es el más antiguo, y lo
fechan quizás en
el 70 de nuestra Era. También están de acuerdo en que Mateo y Lucas
se basaron
en Marcos y por tanto sus libros deben de ser más tardíos, si bien
incorporan
material de otras fuentes. En cuanto al Evangelio de Juan se cree
que fue el último,
y lo sitúan entre 90 y 120 d.C.20
Este cuarto evangelio, el de Juan, siempre ha sido un poco
enigmático. Mateo, Marcos y Lucas cuentan más o menos la misma
historia, motivo por el cual se llaman los Sinópticos, ya que
describen los acontecimientos más o menos en el mismo orden, y la
imagen que dan de Jesús es parecida en todos ellos, lo cual no quita
que haya muchas discrepancias y algunas contradicciones en diversos
episodios. Un ejemplo que viene al caso es el del desacuerdo en el
número y nombres de las mujeres que velaron la sepultura de Jesús
según los tres evangelistas. En cambio el Evangelio de Juan cuenta
los sucesos en un orden muy diferente y además incluye
acontecimientos que los demás no mencionan.
Dos ejemplos: las bodas de Caná, donde Jesús realiza su primer
milagro, la
conversión del agua en vino, y la resurrección de Lázaro, que es un
acontecimiento
de primera importancia en el relato de Juan. Siempre ha sorprendido
a los
historiadores de la Biblia que los otros tres cronistas hayan
ignorado unos episodios tan llamativos.
Por otra parte, el Evangelio de Juan difiere también por la imagen
de Jesús
que ofrece. Mientras los evangelios sinópticos cuentan la vida de un
doctor de la
religión y taumaturgo que encaja bien con lo que sabemos del mundo
judío
antiguo, el de Juan responde a una actitud mucho más mística y
gnóstica, ya que
pone mucho énfasis en la divinidad de Jesús. Además el desarrollo de
la narración
está elegido de manera que vaya explicando dicho sentido
trascendental.21
El criterio actualmente más extendido es que Jesús fue un dirigente
religioso judío que fue mayoritariamente rechazado por sus propias
gentes. Muchos comentaristas modernos no creen que intentase
siquiera fundar una nueva religión, y que el cristianismo sobrevino
casi por casualidad, cuando resultó que las enseñanzas de Jesús
arraigaban en las demás provincias del Imperio romano. Dicen que
eso explica nociones tales como la deificación de Jesús: era preciso
darlo a conocer como el Hijo de Dios, o literalmente la encarnación
de Dios, para que interesara en el mundo romanizado, habituado a la
idea de que sus emperadores y sus héroes ascendían al rango de
dioses.
Como el Evangelio de Juan desarrolla con minuciosidad estos
temas, se supone que debió de ser escrito en una época más tardía de
la evolución del cristianismo, cuando la incipiente religión
intentaba situarse en el contexto más amplio del Imperio romano.
La dificultad estriba en que el de Juan es el único Evangelio que
pretende ser obra de un testigo ocular, de alguien que estuvo
presente en los principales acontecimientos de la vida de Jesús: el
«discípulo predilecto», tradicionalmente identificado con Juan el
joven, de ahí que se le atribuya el Evangelio.
Éste contiene ciertamente detalles más circunstanciales, como
nombres de personajes que aparecen anónimos en las otras versiones.
Por eso algunos entendidos aducen que el de Juan debe de ser el
Evangelio más antiguo,22 aunque hay otras interpretaciones, desde de
los que dicen que Juan debió de ser el evangelista más imaginativo
hasta los que postulan que sí manejó testimonios de primera mano,
pero luego les añadió su propia interpretación.
De cualquier manera que se mire, el Evangelio de Juan es muy
extraño. Ha
causado la perplejidad de los más eruditos debido al difícil
entendimiento de su
mensaje, en efecto, el tono —que es inconfundible— se halla en
flagrante
contradicción con los hechos que tan meticulosamente va
desarrollando ante los
ojos del lector. Por el detalle de la información que contiene, se
admite que es el
más válido históricamente, y sin embargo también parece el más
alejado de la
época de Jesús. Demuestra un conocimiento más exacto acerca de las
costumbres
religiosas de los judíos, pero es el menos judío y el más
helenístico en cuanto a la
mentalidad que refleja.
Es con mucho el más hostil a los judíos —sus
diatribas
contra ellos manifiestan un odio auténtico—, pero admite con más
claridad que los
demás evangelios que los romanos, no los judíos, fueron los
responsables de la
ejecución de Jesús. Y también es el más estridente en su marginación
de Juan el
Bautista, en tanto dedica muchas palabras a su manifiesta
inferioridad e ignora por
completo el destino ulterior del Bautista... pero a diferencia de
los Sinópticos, menciona que Jesús reclutó a sus primeros discípulos
de entre el grupo de Juan, y que los seguidores de uno y otro líder
siguieron siendo rivales, con lo cual concede que Juan tuvo su
importancia a título propio.
Esta evidente confusión, sin embargo, se explica fácilmente por la
multiplicidad de las fuentes utilizadas en la composición del
Evangelio de Juan, entre las cuales figurarían relatos de testigos
presenciales de la vida pública de Jesús. Como veremos más adelante,
algunas de esas fuentes son especialmente reveladoras.
Muchos cristianos actuales siguen creyendo que el Nuevo Testamento
es, de
alguna manera, de inspiración divina. Los hechos no apoyan esa
creencia: fue en
325 cuando se reunió el Concilio de Nicea para debatir cuáles de los
muchos libros
que circulaban iban a quedar incluidos en lo que se llama «el
canon», es decir la
regla, la norma, lo autorizado. Es indudable que los conciliares en
tanto que
hombres aportarían a la tarea sus propios prejuicios y sus
intenciones, de lo cual
estamos recogiendo todavía la triste cosecha. A su tiempo el
Concilio decidió
incluir en el Nuevo Testamento sólo cuatro evangelios, y rechazó
para siempre
jamás una cincuentena de otros libros que tendrían poco más o menos
los mismos
títulos para ser considerados auténticos.23
De un plumazo, las opiniones expresadas implícita o explícitamente
en el material rechazado se convertían en sinónimos de la herejía.
(En realidad la palabra «herejía», o hairesis, en su origen
significa precisamente «elección».) En cierto sentido el mismo
proceso de selección que funcionó en el Concilio de Nicea, del siglo
IV, sigue utilizándose hoy. Al público en general no se le consiente
formar una opinión propia acerca de los textos sobrevivientes.
Ejemplo de ello es el Evangelio de Tomás, cuya existencia se conocía
desde hace mucho tiempo pero del que no se conservaba ninguna
versión completa, hasta el descubrimiento de la «biblioteca» de Nag
Hammadi en 1945.
La satisfacción que sin duda merece tal
descubrimiento queda atemperada cuando nos enteramos de por qué lo
aceptaron los teólogos: que coincidía con los cuatro evangelios
existentes, y así pudo pasar al canon no oficial (si bien
la Iglesia
católica lo consideró herético). Otros textos procedentes más o
menos de la misma época fueron descartados porque las opiniones
religiosas contenidas en ellos no iban de acuerdo con las del Nuevo
Testamento. Éstos fueron, por lo general, los libros de inspiración
gnóstica.
Los cristianos se educan en la creencia de que «tan cierto como el
Evangelio» significa la verdad literal, inequívoca, no ambigua, de
inspiración divina. Pero entre los especialistas modernos muy pocos
admiten que el Nuevo Testamento sea la palabra de Dios, pues saben
que la palabra neotestamentaria tiene ni más ni menos la misma
validez que cualquier otro testimonio dado por personas que hablan
cincuenta o más años después de los acontecimientos que describen.
¿Es coincidencia que los evangelios fuesen escritos después que el
primer misionero, Pablo, evangelizó muchos de los países del
Mediterráneo oriental? Desde luego, en sus epístolas Pablo no da a
entender que supiese gran cosa de la vida y hechos de Jesús, excepto
que murió y resucitó de entre los muertos. Entonces, ¿los evangelios
fueron elaborados para corroborar su versión del cristianismo, o
para contrarrestarla? Pues no es probable que los autores
desconociesen el ministerio de Pablo.
Los relatos evangélicos, como venimos diciendo, fueron escritos por
lo menos
cuatro decenios después de la Crucifixión, y la situación había
cambiado no poco
desde entonces... entre otras cosas, porque la inminente «venida del
reino de Dios»
prometida por Jesús no se había materializado. Naturalmente, ese
lapso presenta
en sí tremendos problemas a la hora de juzgar la autenticidad de los
evangelios,
puesto que no hay manera de saber qué pasajes se basaron en hechos
históricos
reales, o bien en rumores, o en extrapolaciones basadas en
rumores... o fueron
inventados. Muchas de las palabras que hoy tenemos por salidas de
los labios de
Jesús quizá no se recogieron fielmente, o quizá nunca las dijo
nadie.24
Algunas
incluso pudieron ser mal recordadas por sus seguidores (aunque es
posible que un
pueblo de tradición oral, como los judíos, supiera mantener «puras»
las palabras
conservadas de memoria por mucho más tiempo de lo que conseguiríamos
hoy), o
tal vez se le atribuyeron a Jesús manifestaciones de otros. No deja
de ser paradójico
que una de las pocas vías de que dispone la crítica para asegurar
que un dicho es
genuino consista en el «principio de disimilitud», es decir en ver
si contradice el
mensaje más general de los evangelios. En efecto, si va contra el
espíritu de lo
demás del texto, es menos probable que sea el mismo autor quien lo
haya
inventado.25
Durante la mayor parte de los dos milenios transcurridos se dio por
supuesto que los evangelios eran de inspiración divina y contenían
la verdad acerca de Jesús, sin sombra de adulteración, sus
enseñanzas y su mensaje a la humanidad. Quedaba entendido que era el
Hijo de Dios, enviado para redimir al hombre de sus pecados mediante
el acto supremo de sacrificio, y para establecer una nueva Iglesia,
quedando caducada la religión del Antiguo Testamento... y por
extensión, el paganismo del rnundo grecorromano. No ha sido sino en
los últimos dos siglos que se ha sometido la Biblia al mismo
escrutinio crítico que cualquier otro documento histórico y se ha
intentado ubicar la vida y las enseñanzas de Jesús en el contexto de
su época.
Cabía esperar que tal proceso hubiese dilucidado gran parte del
carácter y
motivos de Jesús. En realidad ha sucedido exactamente lo contrario.
Aunque el
planteamiento ha revelado que muchas suposiciones eran erróneas —por
ejemplo,
que Jesús no fue ejecutado a iniciativa de los jefes religiosos de
los judíos, sino por
los romanos como reo de una conspiración política—,26 fracasa por
completo en
otras muchas cuestiones, algunas de ellas fundamentales. Podemos
decir lo que no
fue Jesús, pero sigue siendo difícil decir lo que sí fue.27
Consecuencia de ello ha sido la crisis actual de los estudios
neotestamentarios. No han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre
preguntas tan fundamentales como: ¿Dijo Jesús que él fuese el
Mesías? ¿Afirmó ser el Hijo de Dios? ¿Reclamó la corona de Rey de
los Judíos? Y son completamente incapaces de explicar el significado
de muchas de las cosas que hizo. Ni siquiera logran suministrar una
explicación convincente de por qué fue crucificado, porque nada de
lo que dijo o hizo Jesús, según el relato de los evangelios, era
para ofender tanto a los dirigentes religiosos de los judíos ni al
ocupante romano que llegasen al punto de reclamar su sangre.28
Muchas de sus acciones simbólicas, como lo de volcar las mesas de
los mercaderes en el Templo, o el acontecimiento crucial de la
institución de la eucaristía en la Última Cena, no guardan relación
con nada perteneciente al judaísmo.
Lo que causa más perplejidad, sin embargo, es que la erudición
neotestamentaria tampoco logra justificar por qué se creó una
religión en nombre de Jesús, a fin de cuentas. Si fue verdaderamente
el Mesías tan esperado por los judíos, entonces fracasó porque fue
humillado, torturado y muerto. Y sin embargo sus seguidores no sólo
siguieron venerándole, sino que permitieron que su devoción hacia él
los diferenciase y separase de los demás judíos.
Un buen ejemplo de esta confusión académica lo proporcionan las
obras de dos especialistas en el Nuevo Testamento, de entre los que
más prestigio tienen actualmente, Hugh Schonfield y Geza Vermes. La
semejanza entre ambos es asombrosa. Ambos eran estudiosos judíos que
desde edad temprana sintieron interés en cuanto a los orígenes del
cristianismo, y dedicaron la mayor parte de sus distinguidas
carreras profesionales a dicho asunto. Ambos se habían dado cuenta
de que los estudiosos cristianos omitían el situar la búsqueda del
Jesús histórico en el terreno y el tiempo que le correspondían: los
de la cultura Judaica.
Los dos confiaban hallar la solución en una
detallada comparación entre los relatos de los evangelios, y el
judaísmo de los tiempos de Jesús. Además de sus numerosos trabajos
académicos, ambos publicaron sendos libros de divulgación que
tuvieron una popularidad enorme. En ellos ofrecían los resultados de
su vida de trabajo, Schonfield con
The Passover Plot (1965), y Vermes con
Jesus the Jew (1973). Sin embargo, las conclusiones a que
llegaron el uno y el otro apenas podían ser más diferentes.
Vermes presenta a Jesús como un representante del hassidismo, es
decir como uno de aquellos predicadores chamánicos, herederos de los
antiguos profetas, que se distinguían por su independencia con
respecto al judaísmo institucionalizado, y por sus milagros. Aduce
que nada en el Nuevo Testamento sugiere que Jesús hubiese asegurado
nunca ser el Mesías, ni mucho menos el Hijo de Dios... títulos que
le fueron aplicados retrospectivamente por sus seguidores.
Por otra parte Schonfield pretende que Jesús fue primordialmente una
figura
política que se puso al servicio de la independencia de su nación
frente a Roma,
por lo cual obró a conciencia cuando adaptó su vida pública a lo que
se esperaba del supuesto Mesías, hasta el punto de disponerlo todo
voluntariamente para que terminase en su propia muerte por
crucifixión.
Fue Schonfield quien reveló en The Passover Plot nuevos motivos para
desconfiar de la «verdad» evangélica aceptada. En su obra demuestra
que detrás de Jesús y los seguidores conocidos de éste había un
grupo secreto que tenía designios propios e interés en manipular la
conducta de aquéllos. Aunque la argumentación es conocida vale la
pena resumirla aquí.
En el decurso de los acontecimientos según se cuentan en los
evangelios,
Jesús se encuentra varias veces con ciertos sujetos que no son
discípulos suyos
directos, ni forman parte de la masa de sus seguidores. Se trata por
lo común de
personas acomodadas, como el mismo José de Arimatea, que aparece de
súbito en
la narración evangélica para monopolizar el sepelio de Jesús. Los
personajes
centrales de esa organización eran los del grupo de Betania, de la
que dice
Schonfield que era «la base de operaciones» de Jesús.29
A lo que parece, este grupo se encargó de que Jesús cumpliese la
misión
asignada de Mesías esperado, sobre todo en la circunstancia de la
entrada en
Jerusalén. La borriquilla que montó en cumplimiento de lo
profetizado por
Zacarías (9, 9) obviamente alguien debió de traérsela, provisto
además de un santo
y seña para la entrega... aunque los discípulos no estaban al
corriente de eso.30
Luego se encontró una sala a tiempo y dispuesta para la Última Cena
pese a ser la
época de mayor aglomeración de todo el año, cuando Jerusalén estaba
a rebosar de
peregrinos. Jesús les dice a sus discípulos que vayan a la ciudad y
busquen a un
hombre que lleva un cántaro de agua (y difícilmente se habría
encontrado nada
más susceptible de llamar la atención, porque normalmente sólo las
mujeres se
ocupaban de tan servil trabajo); una vez más se pronunció una
contraseña, tras lo
cual los hicieron pasar a la sala de arriba.31
Esto indica que los discípulos no estaban enterados de muchas de las
cosas que ocurrían mientras Jesús iba siguiendo un programa
preparado, en el que tuvo mucho que ver la familia de Betania. Es
otro ejemplo de cómo los evangelios no reflejan la imagen completa
de Jesús.
Hoy día muchas personas saben que se le han atribuido a Jesús
motivaciones
políticas. También es del dominio público que hubo entre sus
discípulos miembros
de diferentes facciones, alguna de ellas tan extremista que hoy los
llamaríamos
terroristas. El apellido de Judas, que habitualmente se da como
«Iscariote», hoy la
mayoría de los especialistas creen que derivaba de sicarii, que era
el nombre de uno
de esos grupos. Y también hubo un Simón el Zelote, lo cual indica
que se hallaba
en el entorno de Jesús más de un partidario de la violencia.32
Las obras de Schonfield y Vermes son bastante conocidas y se
encuentran con facilidad. En cambio el trabajo de otro estudioso
bíblico que merecería una audiencia mucho más amplia no ha tenido la
misma fortuna.
En 1958 hubo un descubrimiento sumamente significativo realizado por
el
doctor Morton Smith (el futuro profesor de Historia antigua en la
Universidad de
Columbia, Nueva York) en la biblioteca de Mar Saba, a unos dieciocho
kilómetros de Jerusalén, donde había una clausura de la Iglesia
ortodoxa oriental. Aquel monasterio lo había visitado Smith por
primera vez durante la segunda guerra mundial cuando él era un
estudiante y la contienda lo atrapó en Palestina. Habiendo
comprendido la posible importancia de los documentos acumulados en
la biblioteca desde hacía siglos, regresó allí en 1958.
El descubrimiento más notable que realizó en Mar Saba fue el de unos
fragmentos de un «Evangelio secreto» atribuido a Marcos.33 Lo que
halló en realidad fue la copia de una carta de Clemente de
Alejandría, un Padre de la Iglesia del siglo II. La copia databa de
la segunda mitad del siglo XVII, no antes por cuanto estaba escrita
en las guardas de un libro impreso en 1464 (era práctica común la de
copiar los documentos muy antiguos cuando empezaban a deteriorarse).
Por el análisis del estilo, sin embargo, que contenía muchos giros
típicos de Clemente, los paleógrafos establecieron que la epístola
original debía de ser suya sin duda.
A su vez la carta cita
parrafadas del evangelio secreto en cuestión, y éstas contienen
peculiaridades según las cuales resulta probable que el documento
sea auténtico. (Por ejemplo, describe un enfado de Jesús. De los
evangelios canónicos, únicamente Marcos atribuye emociones humanas
normales a Jesús; los demás extirparon de sus relatos tales
elementos, y tampoco es probable que un Padre de la Iglesia como
Clemente inventase detalles así.)
La carta de Clemente es una contestación a un tal Teodoro que por lo
visto le había escrito pidiéndole consejo acerca de cómo
entendérselas con una secta herética llamada de los carpocratenses
(por Carpócrates, el nombre del heresiarca).
Érase ésta un culto gnóstico que incluía la práctica de ritos
sexuales, lo cual como
era de esperar pareció muy mal a Clemente y a otros Padres de la
Iglesia. Todo
indica que las doctrinas de la secta se basaban en ese Evangelio de
Marcos
alternativo. En su carta, Clemente admitió que el evangelio existía
y era auténtico - aunque acusaba a los carpocratenses de haber interpretado
erróneamente y falsificado algunas partes del mismo—, y también que
lo escribió Marcos para recoger las enseñanzas esotéricas de Jesús,
es decir las no destinadas a ser reveladas a los cristianos de a
pie. Este «Evangelio secreto de Marcos» era del todo parecido a la
versión canónica y más conocida, excepto que contenía por lo menos
dos pasajes deliberadamente expurgados en aquélla porque no debían
ser vistos por los «no iniciados».
El descubrimiento era significativo por tres razones.
-
La primera, lo
que revela
sobre los años de formación de la Iglesia cristiana y los métodos
utilizados por los
Padres de la Iglesia para establecer el canon del dogma cristiano.
Demuestra que sí
se retocaban y censuraban los textos, y que incluso libros a los que
se reconocía el
mismo valor que a los evangelios canónicos eran mantenidos fuera del
alcance de
los seguidores comunes y corrientes. Además se descubría que incluso
un personaje tan augusto como Clemente estaba dispuesto a mentir con
tal de evitar
que ese material se divulgase: aunque le confiesa a Teodoro que el
Evangelio
secreto de Marcos existe, le aconseja que lo niegue ante cualquier
otra persona que lo pregunte.
-
El segundo aspecto de importancia es la confirmación de que los
evangelios canónicos y demás libros del Nuevo Testamento no dan una
imagen completa de las enseñanzas y los móviles de Jesús, y que (tal
como ya sugerían algunas de sus palabras citadas en los evangelios
canónicos) distinguía por lo menos dos niveles en sus enseñanzas, el
exotérico para los seguidores comunes, y el esotérico para los
discípulos privilegiados, o el verdadero círculo interior de
iniciados.
-
El tercer punto significativo del descubrimiento de un Evangelio
secreto de Marcos, y éste es de especial interés para nuestra
averiguación, reside en la naturaleza de los pasajes que Clemente
cita en su carta.
El primero es un relato de la resurrección de Lázaro, aunque en esta
versión no se cita su nombre sino que lo describe simplemente como
«un muchacho». La narración es muy parecida a la del Evangelio de
Juan, excepto que en esta versión el milagro propiamente dicho tiene
una secuela: dice que seis días más tarde el muchacho se le presentó
a Jesús «desnudo y tapándose únicamente con una pieza de lino». Y se
quedó con él toda una noche, durante la cual recibió «el misterio
del reino de Dios».34
Lo cual da a entender que la resurrección de
Lázaro no fue milagrosa sino figurada, como parte de un rito de
iniciación que comprende una muerte y un renacimiento simbólicos;
luego se le participan al candidato las doctrinas secretas. Ese tipo
de ritual era corriente en muchas de las religiones mistéricas tan
practicadas en el mundo grecorromano, pero ¿incluía también una
iniciación homosexual como quizás habrán deducido algunos lectores?
Desde luego Morton Smith especula que pudo ser así juzgando por la
alusión concreta a la desnudez apenas cubierta del joven, y el hecho
de pasar toda la noche con su maestro Jesús. En nuestra opinión, sin
embargo, esa interpretación es demasiado modernista y
sensacionalista, porque las escuelas mistéricas solían incluir
habitualmente tanto la desnudez como las largas horas de encierro en
compañía del iniciador, sin que eso incluyese necesariamente una
actividad sexual.
También nos parece importante que el relato se refiera a la
resurrección de Lázaro. Como hemos mencionado, este pasaje del
Evangelio de Juan no aparece en ninguno de los demás, lo cual ha
sido citado por los críticos queriendo demostrar que ese evangelio
no era auténtico. El mismo hecho de que estuviese antaño incluido en
otro evangelio, y luego lo suprimieran ex profeso, viene a confirmar
la autenticidad de Juan y explica por qué se censuraban unos hechos
tan significativos. Era que suministraban pistas sobre la existencia
de una enseñanza secreta reservada por Jesús a su círculo interior.
El otro pasaje citado por Clemente es más breve pero también
interesante,
porque viene a llenar una omisión del relato, que ya había sido
descubierta por los
eruditos. En el Evangelio canónico de Marcos (10, 46) viene esta
curiosa
descripción:
«Después de esto, llegaron a Jericó; y al partir de
Jericó con sus
discípulos, seguido de muchísima gente, Bartimeo el ciego, hijo de
Timeo, estaba
sentado junto al camino pidiendo limosna».
No tiene sentido decir
que Jesús fue a
Jericó para continuar en seguida explicando que se marchó de allí;
es evidente que falta algo. La carta de Clemente confirma que así es
y da el párrafo censurado, que reza:
Y fueron allí la hermana del joven a quien amaba Jesús y su madre y
Salomé, pero Jesús no las recibió.
Lo omitido parece bastante inocuo y no ha llamado tanto la atención
como el pasaje de «Lázaro», pero en realidad tiene mucha más
trascendencia de la que se aprecia a primera vista. El joven a quien
amaba Jesús es Lázaro; en el Evangelio de Juan aparece de nuevo, y
en relación con la misma persona, la expresión «aquel a quien amas».
(Y como la frase también se aplica al discípulo en cuyo testimonio
se funda el Evangelio, es decir «Juan», no sería descabellado
suponer que el «discípulo predilecto» y Lázaro eran el mismo.)
Las
hermanas de Lázaro son María y Marta de Betania, y se admite
tradicionalmente que esta María es la misma que María Magdalena; en
cuyo caso, ella sería una de las tres mujeres a quienes Jesús no
quiso ver en Jericó.
A causa de su brevedad este pasaje no tiene las implicaciones
teológicas que el relato largo sobre Lázaro citado anteriormente.
Por lo mismo cobra mayor importancia que se decidiese suprimir una
frase banal en apariencia, y ello en una época tan temprana. ¿Qué
motivo podían tener los Padres de la Iglesia para negar a sus
seguidores el conocimiento de que hubiese algún tipo de situación
entre Jesús y la hermana de Lázaro —posiblemente María Magdalena—,
su madre y una mujer llamada Salomé?
Los eruditos han reaccionado ante el descubrimiento de Smith no
haciendo caso de sus implicaciones y diciendo que es demasiado
insustancial para dar pie a ningún análisis. Pero en nuestra opinión
sí plantea algunas cuestiones interesantes.
Clemente creyó que Marcos había escrito este «evangelio secreto»
durante su residencia en la ciudad egipcia de Alejandría. Teniendo
en cuenta que los «mitos fundacionales» tanto del Priorato de Sión
como del Rito de Menfis relacionan al sacerdote egipcio Ormus con
san Marcos, ¿podríamos ver en ello una alusión velada a esa
tradición secreta?
El descubrimiento del Evangelio secreto de Marcos confirma que los
libros del Nuevo Testamento, tal como los conocemos hoy, no son
crónicas desapasionadas de la vida y el ministerio de Jesús. En
cierta medida podríamos considerarlos obras de propaganda. Se
creería imposible reconstruir una imagen exacta de los primeros días
de la cristiandad a tenor de lo que dicen. Pero no hay que
desesperar del todo. La propaganda sí puede servir para deducir
conclusiones razonables. siempre y cuando tengamos presente que lo
es. Se consigue que revele lo que trataba de ocultar analizándola
con detenimiento. Es sospechoso todo pasaje intencionadamente
oscuro, o que omite nombres sin un motivo obvio.
Por otra parte consuela saber que buena parte del material
«prohibido» que
se suprimió de los textos originales del Nuevo Testamento, o
aparecía en los
evangelios completos pero descartados del canon por el Concilio de Nicea,
ha sido
conservado en secreto por los supuestos «heréticos», cuya herejía
muchas veces consistió sencillamente en que sabían la verdad acerca
de esos pasajes censurados. Pues bien, ¿qué contenía ese material
suprimido y en qué consistía el posible daño para la Iglesia, para
motivar que fuesen incansablemente perseguidos los que estaban en el
secreto, y condenados a la hoguera?
Teniendo en cuenta las pistas halladas en nuestra investigación de
los movimientos clandestinos europeos, nos propusimos un
replanteamiento de la biografía de Jesús y de sus enseñanzas.
Llevábamos ya varios años luchando con la masa de informaciones
diversas reunidas de múltiples fuentes, desde los textos teológicos
admitidos hasta entrevistas con los propios «heréticos», desde las
páginas del Nuevo Testamento y los textos apócrifos y gnósticos
hasta las obras de los alquimistas y de la Hermética. Poco a poco
empezaba a perfilarse una pauta... pero ésta era tan sorprendente,
tan distinta de la versión de los hechos que se enseña en las
iglesias, que al principio no dábamos crédito a nuestras propias
conclusiones.
¿Y si aquellos llamados «heréticos» por su conocimiento secreto de
la historia auténtica de Jesús, fuesen los verdaderos cristianos en
realidad? ¿Qué puede revelarnos un análisis verdaderamente
desapasionado de la Historia en cuanto a los trascendentales
acontecimientos de la Palestina del siglo I? Iba siendo hora de
quitarnos la venda del prejuicio y mirar más allá del mito.
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