APÉNDICE I.
LA FRANCMASONERÍA OCULTA EN EUROPA CONTINENTAL
Es complicado reseguir la propagación de la francmasonería desde las
Islas Británicas hasta el continente y el ulterior desarrollo de
aquélla en Europa. En buena parte contribuye a la dificultad el afán
de la moderna «corriente principal» de la masonería, consistente en
marcar distancias con respecto a sus orígenes esotéricos. Además no
se encuentran historiadores dispuestos a tomarse en serio el tema.
En Francia las primeras logias masónicas oficialmente reconocidas se
establecieron poco después de 1720, bajo el control de la Gran Logia
de Inglaterra. En la época, no obstante, existían ya logias en
Francia cuyo origen se retrotrae a la presencia de partidarios
(sobre todo, escoceses) de Carlos II, quienes le acompañaron en el
exilio durante el decenio 1651-1660.
Por consiguiente, la Historia
de la masonería en Francia debe distinguir dos corrientes distintas,
la descendiente de las logias inglesas (que formaron en 1735 su
propia Gran Logia en París), y la derivada de las logias escocesas,
en lo que alternan períodos de mutua hostilidad con los intentos de
reconciliación. La fundación de la Gran Logia de Francia en 1735
supuso una ruptura con la Gran Logia inglesa, siendo el desacuerdo
debido precisamente a que Londres no veía bien que «sus» logias
tuviesen buenas relaciones con las escocesas.
Parece que la masonería escocesa permaneció más próxima al carácter
originario de la francmasonería como sociedad secreta ocultista,
mientras que en Inglaterra se convirtió en una asociación de ayuda
mutua, o sistema de reparto de recomendaciones, o una sociedad
filosófica en el mejor de los casos. Desde luego la masonería
escocesa tuvo siempre un carácter marcadamente oculto.
La creación de la Observancia Templaria Estricta por el barón von
Hund hacia finales del decenio de 1740 significó una nueva evolución
dentro de la francmasonería escocesa. El mismo Von Hund decía tener
autoridad delegada por miembros de los partidarios de los Estuardos
exiliados en París. Este círculo estaba centrado alrededor de Carlos
Eduardo Estuardo (1720-1788), el llamado «Joven Pretendiente». Si
aquella afirmación fuese cierta —y los estudios recientes tienden a
corroborar que lo era—, entonces este sistema derivaría de los
mismos círculos que la ya existente obediencia escocesa.
Aunque Von Hund fue recibido en París y empezó a promover en Francia
su
nuevo sistema, la mejor acogida de la Observancia Templaria Estricta
aconteció en
su Alemania natal, donde fueron conocidos al principio como los
Hermanos de san
Juan el Bautista. (El título de «Observancia Templaria Estricta» no
lo adoptaron
hasta 1764 en realidad, ya que anteriormente el sistema en sí se
denominaba
sencillamente «masonería rectificada».) Von Hund creó la primera
logia alemana,
la de los «Tres Pilares», en Kittlitz, el 24 de junio de 1751, día
de san Juan Bautista. Las logias alemanas tuvieron estrechos
vínculos con las sociedades rosacruces, en especial la Orden de la
Cruz Oro y Rosa (véase el capítulo 6).
En 1773 se creaba en Francia el Gran Oriente, una autoridad rival de
la Gran Logia. El punto principal de discrepancia entre ambos
sistemas era la admisión de mujeres en la francmasonería: el Gran
Oriente admitió logias exclusivamente femeninas. Pero luego el Gran
Oriente sufrió un considerable trastorno debido a lo que se entendió
era un intento de absorción por parte de la Observancia Templaria
Estricta. Lo cual suscitó fuerte oposición, en parte por
nacionalismo ya que consideraban a ésta un sistema extranjero, peor
aún, alemán.
De resultas de todo esto se creó en 1804 un nuevo
sistema «escocés», el Rito Escocés Antiguo y Aceptado (que luego
llegó a tener gran aceptación en Estados Unidos). (Para dificultar
todavía más la cuestión actualmente existe una Gran Logia Nacional
Francesa, a no confundir con la Gran Logia de Francia; aquélla,
aunque minoritaria en cuanto a número de logias representadas, se
halla en alianza con la Gran Logia inglesa.)
En 1761 Martinès de Pasqually (1727-1779) fundó otra forma de
francmasonería oculta, la Orden de los Cohen Electos. Muy pocos
antecedentes
constan acerca de Pasqually, excepto su probable origen español.
Algunos
estudiosos creen que tuvo relaciones con los dominicos, y dada la
tradicional
vinculación de esta orden con la Inquisición pudo consultar
materiales, heréticos y
mágicos en los archivos de ésta. También pudo presentar, a demanda
de la Gran
Logia de Francia, unas credenciales otorgadas a su padre por Carlos
Eduardo
Estuardo, lo cual le relaciona con la masonería escocesa que avaló
al barón Von
Hund.1
De Pasqually tuvo un secretario llamado Louis Claude de
Saint-Martin, que llegó a ser importante e influyente filósofo
ocultista al que llamaban el «Filósofo Desconocido». Saint-Martin
formó un nuevo sistema de masonería escocesa, el Rito Escocés
Reformado, el cual se unió a la rama francesa de la Observancia
Templaria Estricta durante la Convención de 1778 en Lyon. Fue ésta
una asamblea de masones de rito escocés a la que acudieron también
representantes de la francmasonería suiza. La fuerza motriz
principal del encuentro de Lyon fue Jean-Baptiste Willermoz
(1730-1824), que también era miembro de los Cohen Electos. Allí se
unificaron bajo el nombre de Rito Escocés Rectificado los de Von
Hund y los de Saint-Martin, como queda dicho.
(La filosofía de éste,
el martinismo, fue una influencia preponderante en el resurgimiento
del ocultismo francés a finales del siglo XIX, sobre todo en
relación con los grupos «rosacruces» que hemos comentado en el
capítulo 7, y las relaciones entre las órdenes martinistas y el Rito
Escocés Rectificado siguen siendo estrechas a la hora de escribir
estas líneas.)
La Observancia Templaria Estricta fue abolida en la Convención de
Wilhelmsbad (1782), reconociéndose como legítimo el sistema del Rito
Escocés Rectificado (que era, en esencia, la Observancia Estricta
bajo un nuevo nombre y con adición de algunas creencias
martinistas).
La Observancia Templaria Estricta sobrevivió también a través de su
influencia sobre otra forma de francmasonería «oculta», los Ritos
Egipcios creados por el conde Cagliostro (véase el capítulo 7).
Después de ser admitido en 1777 a una logia de Londres (Esperance
369) de la Observancia Estricta, Cagliostro desarrolló su propio
sistema, que incorporaba ideas alquímicas y otras aprendidas de
grupos ocultos alemanes. En 1782 creó la «logia madre» del Rito
Egipcio en Lyon. Rasgo distintivo de este sistema, aparte el empleo
de simbolismos tomados del antiguo Egipto, era la igualdad funcional
de la mujer.
También es significativa la fecha fundacional de este sistema. Los
incrédulos atribuyen la fundación de la francmasonería de rito
egipcio a la moda europea de todo lo egipcio causada por la campaña
de Napoleón (durante la cual fue descubierta la famosa piedra
Rosetta); sin embargo esa aventura egipcia fue en 1789-1799,
posterior a la instigación del sistema masónico.
En 1788 se creó en Venecia el Rito de Misraïm bajo credenciales
otorgadas por Cagliostro, y en 1810 lo llevaron a Francia los tres
hermanos Michael, Joseph y Marcus Bedarride, oriundos de Provenza.
Éstos crearon un Gran Capítulo en París e iniciaron negociaciones
para unirse al Gran Oriente. También establecieron relaciones con el
Rito Escocés Rectificado, lo cual implicaba el reconocimiento del
origen común de ambos sistemas en la Observancia Templaria Estricta.
Los cuatro grados máximos del Rito de Misraïm recibieron el nombre
de Arcana Arcanorum.
Otro rito egipcio importante fue el de Menfis, creado en Montauban
en 1838 por Jacques-Etienne Marconis de Nègre (1795-1865), que había
sido miembro del Rito de Misraïm. También este sistema estaba
estrechamente relacionado con el Rito Escocés Rectificado.
En 1899 Gérard Encausse (Papus) unificó los Ritos de Menfis y de
Misraïm, tras haber fundado y dirigido una Orden Martinista (véase
el
capítulo 7).
Así pues, el Rito Escocés Rectificado, los Ritos Egipcios y las
órdenes martinistas forman un grupo de sociedades interconectadas
con origen común en la Observancia Templaria Estricta del barón Von
Hund —que deriva a su vez de los caballeros templarios de Escocia— y
las logias rosacruces de Alemania.
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APÉNDICE II.
RENNES-LE-CHÂTEAU Y LA «TUMBA DE DIOS»
Mientras preparábamos el original definitivo de este libro,
Rennes-le-Château regresó a los titulares con la publicación de
The
Tomb of God, de Richard Andrews y Paul Schellenberger (1996). El
libro exponía una tesis muy polémica, según la cual el secreto
descubierto por el sacerdote Bérenger Saunière fue la localización
de la sepultura de Jesús, nada menos, que según creen los autores es
el Pech Cardou, una montaña sita precisamente cinco kilómetros al
Este de Rennes-le-Château.
Puesto que figura entre los dogmas del
cristianismo la creencia de que Jesús ascendió corporalmente a los
cielos, naturalmente no debería quedar nada que sepultar. La propia
idea de que exista un cuerpo de Jesús, dondequiera que sea, no puede
ser más escandalosa y peligrosa para la cristiandad ortodoxa.
En sí no es nueva la proposición de que la tumba de Jesús se
encuentre en Rennes-le-Château, o mejor dicho viene a ser una
especie de lugar común en Francia, donde circulan ya dos libros y
media docena de tesis inéditas, por lo menos, que pretenden lo mismo
aunque propugnando en cada caso localizaciones diferentes. (Se ha
sugerido incluso que el último reposo del Hijo de Dios podría
encontrarse debajo de los lavabos públicos del estacionamiento de
coches en Rennes-le-Château.)1
La idea deriva de lo que se intuye
debe ser la suma importancia del tan rumoreado secreto, y la
creencia común de que tiene algo que ver con una tumba (como lo
indica, por ejemplo, el cuadro de Poussin Los pastores de Arcadia,
cuyo asunto principal es una tumba.)
¿Prometen las teorías de Andrews y Schellenberger despejar el
misterio de Rennes-le-Château? Ellos fundan sus conclusiones en el
descubrimiento de unas complicadas estructuras geométricas ocultas
en los dos «pergaminos en clave» que supuestamente halló Saunière,
así como en varios cuadros relacionados con el asunto, como el ya
mencionado de Poussin, Pastores de Arcadia. Todo ello lo interprelan
como un conjunto de «instrucciones» que, trasladadas a un mapa de la
comarca de Rennes-le-Château, señalan el emplazamiento de Pech
Cardou como el lugar donde se encontrará el «secreto».
Lo cual plantea un montón de problemas, para expresarnos
moderadamente.
En primer lugar, y si bien es cierto que el «código» geométrico se
encuentra en
muchas de las obras —aunque no en todas ellas—, no está demostrado
en absoluto
que respondan a la intención de servir como mapas. Podrían tener
algún otro
significado esotérico basado en los principios de la geometría
sacra. En segundo
lugar, y aunque estuvieran en lo cierto, el razonamiento que aducen
para aplicar
dichas «instrucciones» en la manera que lo hacen es oscuro, y no
pocas veces
arbitrario. En realidad la única vinculación entre la geometría y el
paisaje real pasa
necesariamente por los pergaminos, y éstos, como hemos visto en el
capítulo 8, son de procedencia más que dudosa.
Y aun suponiendo que Andrews y Schellenberger hayan acertado en
cuanto
al lugar, la deducción final —según la cual el secreto consiste en
que es Jesús el que
está enterrado ahí— es de una debilidad notable. Como cuando
interpretan el
famoso mensaje «Manzanas Azules» como una serie de instrucciones
cuyo objetivo
final consiste en hallar esas pommes bleues. Ellos afirman que esa
expresión, de la
que depende buena parte de su concatenación argumental, significa
«uvas negras»
en la parla de los lugareños.
Pero hay que hacer hincapié en que no
es así, y
aunque lo fuese, el salto lógico que aventuran entre pommes bleues y
la persona de
Jesucristo es más bien vertiginoso. Los autores nos dejan atónitos
cuando escriben
con acentos de gran perentoriedad acerca del «simbolismo del cuerpo
inherente en
el mensaje pommes bleues [...]»,2 y en otro lugar aseguran sin
ambages: «de las uvas
que simbolizan su cuerpo [el de Jesús], las pommes bleues».3
El razonamiento queda corroborado según los autores por su propia
interpretación del lema Et in Arcadia ego... Dicen que es menester
completarlo con la palabra sum, con lo que viene a decir la frase «y
en Arcadia estoy yo», que luego transforman en anagrama de «estoy
tocando la tumba de Dios, Jesús» (Arcam Dei tango, Iesu). Pero eso
depende de que sea en efecto un anagrama y de la validez de la
palabra añadida.
Andrews y Schellenberger interpretan el mensaje «Manzanas Azules»
como una serie de referencias a varias localidades que al unirlas en
un mapa configuran un cuadrado perfecto. Se trata de unas
interpretaciones muy forzadas, sin embargo. Por ejemplo, la cifra
latina que da 681 se entiende como la cota de altitud de un punto
que se halla al nordeste de Rennes-le-Château. Pero ésta sólo figura
como tal en la edición actual del mapa IGN (el equivalente de
nuestro Instituto Geográfico Catastral).
Todas las demás ediciones y
un cartel en el mismo lugar dan la altitud correcta en 680 metros.
De esta circunstancia sacan Andrews y Schellenberger la conclusión
de que algún «iniciado» del Institut Géographique National retocó la
edición actual para que concordase con el mensaje. (¿No habría sido
más fácil citar la altitud correcta desde el principio?)
Luego Andrews y Schellenberger pasan por alto que el mensaje
codificado sea un anagrama perfecto de la inscripción en la lápida
de Marie de Nègre, que data de 1791. De manera que los autores del
código habrían conseguido una hazaña extraordinaria, la de convertir
una inscripción del siglo XVIII en un mensaje que indica con
exactitud esos cuatro lugares... uno de los cuales tiene una altitud
expresada en unidades de medida modernas, y el otro es un viaducto
construido después de 1870.
Aparte la tortuosidad del razonamiento han prestado excesivo crédito
a
varias falacias bien conocidas en relación con el asunto Saunière.
Por ejemplo, se
hacen eco del rumor de que Marie Dénarnaud encargó el ataúd de
Saunière varios
días antes de la muerte de éste, cuando aún se hallaba en buen
estado de salud, si
prescindimos de los abusos con que había arruinado su constitución.
Actualmente
es bien sabido entre todos los estudiosos del caso de Rennes que la
anécdota deriva de una lectura errónea del recibo con que se pagó el
ataúd, al confundir 12 juin (junio) con 12 jan (enero).
Al comienzo cuentan los autores que el misterio les llamó la
atención por las enigmáticas y sospechosas muertes de los tres curas
de la región: el mismo Saunière y los abbés Gélis y Boudet. Dan a
entender Andrews y Schellenberger que los tres murieron asesinados
porque conocían el gran secreto. Sería tema para una buena novela
policíaca, en efecto, si no fuese porque sólo uno de dichos
sacerdotes murió asesinado, el abbé Gélis. Como hemos mencionado, el
estilo de vida de Saunière le garantizaba un fallecimiento
relativamente prematuro, y Boudet murió de muerte natural a edad
avanzada (en una residencia para jubilados, nada misteriosa).
Así que esta solución al recalcitrante misterio de Rennes-le-Château
tampoco satisface, a fin de cuentas, pero ¿es defendible la
hipótesis acerca de los restos de Jesús?
Andrews y Schellenberger proponen tres desarrollos alternativos:
Jesús sobrevivió tras la crucifixión y huyó a las Galias, donde
vivió el resto de sus días. O bien su familia y/o los discípulos
llevaron sus restos a Francia. O los templarios descubrieron los
susodichos restos en Jerusalén y los llevaron al Languedoc. Aunque
ninguno de ellos es imposible, los autores no plantean ninguna
prueba directa ni indicio convincente.
La idea de que Jesús estuviese enterrado en el sur de Francia es
plausible, aunque podríamos aducir que lo resulta más dentro del
contexto de nuestras conclusiones. Cabría que la Magdalena se
llevase el cuerpo de Jesús, o incluso que éste la acompañase en
vida. (A la manera característica de la corriente principal
cristiana, ni Andrews ni Schellenberger hacen ningún caso de ella.)
Pero no se encuentra indicio ni siquiera de una tradición que
abonase esa idea; todas las tradiciones existentes dedican todo su
énfasis a María Magdalena. La clandestinidad herética del sur de
Francia era y es, primordialmente, un culto a la Magdalena, que no a
Jesús.
Ahora bien, si llegasen a encontrarse unos restos que pudieran ser
los de Jesús, ¿cómo se establecería una identificación rigurosa? Una
vez más Andrews y Schellenberger aplican al problema su peculiar
género de lógica. Cuando acaban de describir el tipo de sepultura
que daban los judíos del siglo I (ya que para ellos Jesús fue un
judío esenio), consistente en recoger los huesos una vez
descompuesto el cadáver y pasarlos a una urna de piedra o un osario,
se ponen a hablar inopinadamente del cuerpo embalsamado de Jesús (y
también observan que los templarios conocían el método de
embalsamamiento, lo cual no hace al caso: para salvar por ese
procedimiento los restos de Jesús se habrían presentado más bien
tarde). ¡Incluso proponen la identificación de los restos por cotejo
con la imagen del Sudario de Turín!
Por supuesto cualquier género de especulación sobre la tumba de
Jesús debe
permanecer en el dominio de las intenciones piadosas hasta que
aquélla haya sido
realmente descubierta y estudiada. Andrews y Schellenberger no
pretenden haberla descubierto, sólo dicen tenerla localizada. Por lo
cual propugnan una expedición arqueológica a plena escala, que
confían verificará su hipótesis.
Pero las tradiciones locales se ocupan primordialmente de otros dos
personajes, que no de Jesús: María Magdalena y Juan el Bautista. A
la luz de
nuestra investigación, los rumores en cuanto a la presencia de unos
restos de
Cristo en la región seguramente se referirán a alguien mucho más
próximo que
Jesús a los corazones de los habitantes.
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