LOS DISCÍPULOS

Para que se produzca la realización hermética, no basta encontrar un maestro, sino que es preciso que exista el discípulo, o sea, que el postulante se convierta en un verdadero estudiante de los misterios de la vida. Esto no es fácil, ya que la persona está acostumbrada al concepto tradicional de educación o enseñanza, en el cual basta estudiar con empeño para convertirse en un sabio en la materia.

Se cree entonces, que el mayor o menor avance depende de la cantidad de conocimientos que el sujeto recibirá de su maestro o de la escuela a la cual pertenece. De este modo, si una institución pudiera exhibir un abultado, “programa de estudios herméticos”, o esotéricos, el sujeto se sentiría muy inclinado a pensar que ha encontrado la verdadera senda. Nuevamente, es preciso volver a subrayar la diferencia enorme que existe entre un grupo de estudios y una escuela iniciática.

En el grupo de estudios el individuo está sólo para aprender cosas, que pueden servirle o resultar inútiles; que pueden ser reales o subjetivas. En cualquier caso, el sujeto no obtendrá su salvación (no se liberará del alma colectiva de la especie), pero de todas maneras avanzará en su senda de superación, alcanzando el mérito necesario para continuar su progreso, y tal vez, liberarse en una futura reencarnación.

En la escuela iniciática el discípulo tiene la oportunidad de alcanzar una real evolución, liberándose del alma colectiva del sapiens, y convirtiéndose en un auténtico mutante u hombre estelar. Por esta razón, si alguien ha podido ingresar a una escuela iniciática, necesita una serie de indicaciones y puntos de referencia para poderse orientar en el trabajo que allí se realiza ya que de otro modo se desilusionaría prematuramente al no poder captar el sentido y contenido de las disciplinas e instrucciones.

Tal vez la valla más grande que pueda encontrar el estudiante es el hecho de que no le sirve de nada estudiar la teoría hermética ya que su intelecto no le basta para desvelar los arcanos que se presentan ante él. Por muy inteligente que sea un individuo encontrará que la razón y la lógica no resultan suficientes para conocer la verdad profunda ya que necesita para esto alcanzar un estado de conciencia mucho más elevado, en el cual sus facultades intelectuales alcancen un rendimiento óptimo.

Ya hemos hablado con anterioridad de que el ser humano vive en un permanente estado onírico, interrumpido solamente por pequeños chispazos de conciencia, y que aún cuando pareciera estar despierto durante el día, es un verdadero sonámbulo, con un bajísimo estado de vigilia. Es así como la razón y la lógica del sapiens son los instrumentos intelectuales de la fantasía onírica, hecho muy difícil de advertir, por los obstáculos naturales que presenta la auto observación de fenómenos tan sutiles como lo es el de la conciencia humana. Éste es el motivo por el cual la inteligencia no basta para conocer hechos que ocurren en el mundo de la realidad vigílica.

De esta manera, no puede el estudiante, al comienzo, basarse sólo en el testimonio de su razón. Es preciso que aprenda a pensar con “otro cerebro”; que haga nacer en él, “otra razón”, superior a la común, y esto es lo que solamente puede conseguirse a través de la iniciación real; jamás por lo simbólica. Esta iniciación real se caracteriza porque provoca cambios profundos y concretos en la estructura psicológica del estudiante. Sin embargo, debemos advertir que es éste un proceso doloroso y difícil, que puede llevarse a buen término sólo mediante un esfuerzo sobrehumano del neófito. Explicaremos este tema en forma más detallada en capítulos posteriores.

Por el momento nos limitaremos a describir las condiciones que debe reunir un discípulo, y los obstáculos internos y externos que debe franquear. En términos generales, las escuelas no eligen sus discípulos entre los postulantes más inteligentes, sino de aquéllos que poseen características que los hacen especialmente aptos para enfrentarse al espectro de su propia animalidad, corno efectivamente deben hacerlo. Una buena pauta de selección sería más o menos la siguiente:

  1. Tener oro espiritual (contenido interno)

  2. Carecer de prejuicios o ser capaz de superarlos

  3. Tener conciencia de la propia nadidad

  4. Anhelar la iniciación (el proceso completo) como lo más importante de la vida

  5. Lealtad, dedicación, constancia y fidelidad para con la escuela

  6. Poseer una inteligencia flexible y ágil

  7. Armonizar con la nota fundamental de la escuela

  8. Buena disposición para cumplir con las indicaciones recibidas

  9. Estar, libre de perturbaciones mentales de cierta relevancia.

Podemos apreciar cómo no cuenta mucho la pureza ni el coeficiente intelectual, ni títulos profesionales o posición social. Lo que se busca básicamente es la disposición interior del sujeto y su capacidad de entrega a una tarea hermética que no sólo es para toda esta vida terrestre sino que determina además su existencia futura.

Ninguna verdadera escuela quiere perder el tiempo con personas que “hacen trampas”, es decir, que se engañan a sí mismas al manifestar su anhelo de superación espiritual y su firme determinación de convertirse en seres superiores. Prefieren dedicar su esfuerzo a quienes mantengan efectivamente una línea constante de acción en su trabajo iniciático.

Es preciso aclarar que sólo se llega a ser discípulo después de un tiempo de prueba en la escuela, pero que la persona puede permanecer para siempre como un simple estudiante, sin llegar al discipulado, por no estar las condiciones dadas para esto. Existe un “camino fácil” y un “camino difícil”, que son la senda del estudiante y la del discípulo. Cada una tiene desventajas y privilegios, por lo cual nadie, sin un análisis exhaustivo del asunto puede manifestar que “no se conformaría nunca” si no llega a ser discípulo.

Para explicar estas diferencias, trazaremos un paralelo entre ambas opciones:

Camino fácil del estudiante

Obligaciones: muy pocas. Se refieren especialmente a llevar una vida ceñida a elevados principios morales y espirituales, y a practicar la bondad y la fraternidad. También debe, lógicamente, cumplir con los reglamentos de la institución.

Pruebas que debe pasar: son relativamente simples, y no exige un tremendo esfuerzo el sortearlas con éxito. Logros: dominar y encauzar el carácter y superar complejos, inhibiciones o frustraciones. Aprender a manejar el poder mental a fin de encauzarlo hacia la propia superación, o bien para ayudar a sus semejantes. Conocimiento de los misterios de la vida y de las causas básicas de todo lo que existe. Preparación para una

realización completa en su próxima reencarnación. En síntesis, el estudiante evoluciona en buena medida, pero no llega a la muerte hermética, es decir, no se libera por completo del alma colectiva del sapiens.

Camino difícil del discípulo

Obligaciones: tremendas y muy difíciles de cumplir. El discípulo debe estar dispuesto a renunciar a sí mismo durante un período determinado y hacer un voto de obediencia absoluta a su instructor. Debe estar dispuesto a renunciar a todo, si es que así se lo pidieran.

Pruebas que debe pasar: muy pocos individuos pueden soportarlas. En la novela “Zanoni” se describe una de estas pruebas: el encuentro con el espectro del umbral. Sin embargo, en la vida real esta experiencia es menos espectacular que en la descripción novelada de Edward Bulwer Lytton, pero, bastante más difícil por lo sutil. Lo negativo de la naturaleza (podríamos llamarlo Satán), reacciona en contra del discípulo, a quien se le producen toda clase de reacciones negativas, ya que las potencias de la oscuridad tratan de impedirle su llegada al Olimpo de los Dioses.

Logros que alcanza en caso de triunfar sobre las pruebas: después de llevar a cabo la muerte hermética, se convierte en un mutante u hombre estelar, sujeto que llegó a la cúspide evolutiva como hombre terrestre, y que debe empezar su evolución en un nivel superior. Alcanza la inmortalidad de su esencia por la práctica de la reencarnación consciente, y traspasa el velo del Maya, llegando a la verdad absoluta.

Está más allá del bien y del mal, y por encima de los opuestos, más allá del placer y del dolor; más allá de la felicidad y la desgracia; más allá de la vida y de la muerte. Éstas no son realizaciones simbólicas, sino absolutamente reales y verídicas. Sin embargo, aquí es donde se suscita una serie de interrogantes por parte del neófito, quien cree que se trata de convertir al iniciado en un “superhombre”, en un ser invencible e indestructible que no puede enfermarse ni morir, y que no necesita comer ni realizar sus funciones biológicas normales.

Muchos se preguntan, por ejemplo, por qué Cagliostro murió en prisión, deduciendo de esto, y de los incontables azares de su vida, que no era un verdadero iniciado. Por nuestra parte aceptamos a Cagliostro y al conde de Saint German como dos de los más grandes maestros hermetistas que han existido, y negamos, al mismo tiempo, la pretendida muerte de Cagliostro en prisión, la que si hubiera sido genuina, no restaría, por lo demás, ningún brillo al gran copto.

Las apariencias generales engañan, y los maestros de la talla de un Cagliostro, se cuidan muy bien de revelar sus verdaderos propósitos, a fin de no sufrir las reacciones negativas de la bestia humana. No obstante, en este caso, podemos aplicar el dicho popular que “quien se acuesta con niños amanece mojado”, es decir, que quien interviene en los asuntos del mundo para salvar al homo sapiens de situaciones inconvenientes, o para facilitar o mejorar sus condiciones de vida, termina por ser crucificado por los mismos a quienes trató de ayudar.

Prosiguiendo con el falso concepto del “Superhombre”, queremos pedirle al lector que imagine qué es lo que sentiría si él fuera “Clark Kent”, el “Superman” de la historieta americana, el hombre que llegó de “Krypton”. A primera vista, sería algo muy deseable, pero basta reflexionar un poco para comprender el terrible castigo que significaría ser físicamente inmortal e indestructible, a prueba de enfermedades y peligros, inmune, a cualquier ataque, inerte ante los requerimientos del corazón o del sexo, invariable e inflexiblemente virtuoso y perfecto.

Si existiera tal sujeto, sería en verdad un engendro del demonio, un robot mecánico, un ser absolutamente inhumano e infeliz, digno de la mayor lástima. Debemos recordar que aprendemos de nuestros fracasos y no de nuestros triunfos, y que apreciamos las cosas sólo cuando sabemos que podemos perderlas, y que la sal de la vida es el desconocimiento de aquello que nos depara el futuro, y el constante, enfrentamiento al peligro de perder todo lo que tenemos o no alcanzar lo que deseamos. Tenerlo todo y no perder nunca, sería insoportable e inhumano.

Los grandes maestros hermetistas no están libres del peligro de la enfermedad o la muerte, y eso es precisamente lo más hermoso, sublime, y humano de su existencia; el hecho de que siendo tan poderosos al luchar por otros, sean tan reticentes en emplear su fuerza espiritual para su propio beneficio. Sabemos que Jesús no quiso salvarse a sí mismo cuando enfrentaba la amenaza de la crucifixión, pero esto no quiere decir, de ningún modo, que fuera un impostor, sino al contrario, que aceptaba con resignación y mansedumbre la terrible prueba que le imponía su Padre Universal.

El gran cabalista Eliphas Levi decía que,

“aquellos hombres (los grandes iniciados), encontraban preferible gobernar a los reyes que ser reyes ellos mismos”.

¿Es posible entender esto? No es difícil entender que un hombre verdaderamente importante prefiera pasar inadvertido en la vida, ocupando una posición de segunda o tercera categoría, huyendo de la fama, la riqueza, y los honores que inmortalizan el genio humano.

El postulante a la iniciación debe elegir el camino fácil o difícil, pero hacerlo de una manera imparcial y concienzuda, y considerando que si elige la senda del estudiante, puede en el futuro, ser discípulo, pero que si trata de convertirse en discípulo prematuramente, el fracaso puede ser tan estruendoso o doloroso, que lo traumatice de modo irreversible, debiendo, en ese caso, esperar una nueva oportunidad en una próxima reencarnación.

Sea cual fuere la elección, el sujeto se enfrenta a barreras internas que debe conocer para tener una noción clara de qué es lo que le ocurre en un momento determinado. Estas vallas, son, entre otras, las siguientes: vanidad, orgullo, egoísmo, y suficiencia.

Cuando el individuo tiene una autoestima muy elevada, ésta se constituye en la principal barrera para contemplar la verdad hermética, sin prejuicios; cree saberlo todo y “estar por encima de esas supercherías”.

Por supuesto que emplea esta calificación u otra parecida, solamente por la ignorancia que tiene con respecto al tema, ya que con toda seguridad, jamás antes ha estado en una escuela iniciática hermética, y sin haber vivido esta experiencia, puede opinar. Hay otros cuyo contacto con una escuela no ha sido feliz, y que se han sentido profundamente heridos en su amor propio por no haber podido superar las pruebas que se le han puesto en su camino. Desgarrados por este sentimiento, y con el fin de poner a salvo su preciosa autoestima, descalifican la enseñanza y la, escuela, argumentando, por algún motivo (que siempre encontrarán) que es deficiente, inútil o perniciosa.

Volviendo a los cuatro obstáculos principales a los que se enfrenta el postulante a la iniciación, es necesario decir que vanidad, no es solamente el narcisismo del individuo, sino que se refiere también a su conocimiento vano, es decir, a lo que no tiene un contenido ni un significado verdaderamente esencial, profundo y trascendente. La vanidad y la autoestima exigen a la persona que presuma constantemente ante los demás de un poder, importancia o inteligencia de la cual seguramente carece.

El orgullo, es un intento infantil de combatir la propia debilidad aparentando una fuerza que no se tiene. El egoísmo, inclina al individuo a convertirse en centro del Universo, pretendiendo que todo gire en torno de él. La suficiencia, por otra parte, es solamente la ignorancia de cuanto falta por conocer. En resumen, estos defectos hacen que el hombre exagere su propia importancia, y se sienta superior al común de los mortales, menospreciando a quien no esté por encima de él en cuanto a situación económica, posición social o instrucción universitaria.

Solamente la experiencia del diario vivir lo convencerá, con el paso del tiempo, de que no es tan privilegiado como creía serlo. El verdadero daño que esta situación produce a las posibilidades de evolución hermética del individuo, consiste en su rechazo inconsciente a lo que escucha, cuando esto no proviene de personas con una imagen, un prestigio o una fama mayor que la propia.

En realidad no existe ninguna posibilidad de que el postulante tenga una auténtica confrontación de su inteligencia con el hermetismo mientras no viva una experiencia esotérica que Gurdjieff describió como “la experiencia de la propia nadidad”, lo cual, en el fondo, es llegar a reconocer la propia impotencia de escaparse de las condiciones generales que rigen la vida de uno mismo. Significa darse cuenta que no es posible realizar lo que uno quiere, ya que las cosas ocurren de manera diferente a nuestro deseo, o simplemente no ocurren, y que además, suceden acontecimientos no deseables.

Más propio sería manifestar que aquello que Gurdjieff llamó “la propia nadidad”, es en verdad, el darse cuenta de manera práctica y cabal, que uno mismo está absolutamente programado, física, instintiva, emocional e intelectualmente, y que resulta imposible romper el programa, ya que éste no puede destruirse o modificarse a sí mismo en su estructura básica y profunda. Es así, que mientras más grande e importante sea la imagen que un hombre tenga de sí mismo, menos probable será que pueda comprender de buenas a primeras, la filosofía hermética.

El programa rechaza el hermetismo, porque éste no está incorporado a los valores comunitarios culturales, y si lo estuviera, la gente lo aceptaría ciegamente, pero esto no tendría ningún valor, ya que no pasarían, en su conocimiento, de la imitación y superstición. En buenas cuentas, es preciso reconocer, de manera genuina y vital, la propia pequeñez e insignificancia, para poder acercarse a los primeros pasos iniciáticos, ya que de otro modo, no sería el individuo mismo quien se constituiría en estudiante o discípulo, sino que esto ocurriría con el “falso ser”; “la máscara” o “persona”, es decir, la personalidad.

Herméticamente, sostenemos que la personalidad y el programa constituyen algo similar y que mientras el estudiante no consiga elevarse por encima de su propia personalidad, no logrará entrar en contacto con su ser real, ni menos llegar a conocer la verdad. “Personalidad”, tiene para el hermetista un sentido casi “diabólico”, ya que es el mecanismo que mantiene dormido y prisionero al verdadero Yo esencial.

Al comienzo de su iniciación, el estudiante debe tratar de trascender su programación cerebral, aún cuando sea por pocos minutos, ya que esto le permitirá, en cierta medida, “verse a sí mismo”. A fin de trascender su programa, debe esforzarse en ser lo más impersonal posible, dejando de lado todo concepto o idea previa, tal como si él mismo fuera una inteligencia viviente que se desplaza por el Universo, pero sin tener un cuerpo físico. Impersonalidad, involucra imparcialidad, paz, ausencia de temor, y carencia de fe y “anti-fe”. No hay nada más perjudicial que aquellos neófitos que llegan poseídos de una “santa fe”, o de quienes son dominados por una ciega “anti-fe”. Ni uno ni otro podrán efectuar una aproximación verdaderamente inteligente al hermetismo.

Resulta necesario insistir en que el neófito debe comprender cabalmente que si él llega a una escuela, no es para que le enseñen cosas, ya que no es esa la función de las escuelas iniciáticas, por cuanto el hermetismo es una ciencia prohibida al homo sapiens. Se le admite solamente para darle la oportunidad de demostrar la valía de su contenido interno, es decir, la potencia de su fuerza espiritual latente, ya que si ésta no existe, o es demasiado escasa, el sujeto está muy cerca del animal, haciéndose imposible el salto que pretende dar, por la inmensidad del abismo que existe entre los polos opuestos: animal y hombre.

En efecto, la fuerza espiritual indica la magnitud del distanciamiento conseguido por una persona con respecto al animal. Al neófito se le coloca en condiciones vitales muy especiales, y se le proporcionan herramientas para que pueda elevar su estado de conciencia y tener acceso al conocimiento.

El conocimiento está en la escuela, pero no se entrega en la misma forma en que se enseña una ciencia, una disciplina o una técnica cualquiera; es el discípulo quien debe apoderarse de este conocimiento básico, el cual está siempre encubierto. Es por esto que es preciso “tener ojos para ver y oídos para escuchar”. Esta apropiación del conocimiento sólo será posible si el estudiante en un supremo esfuerzo de conciencia, penetra el velo de las alegorías, parábolas, comparaciones, y símiles.

Se trata precisamente de que solamente los que son guiados por su espíritu o Yo esencial lleguen a conocer la verdad. Los que estén motivados sólo por la curiosidad, el egoísmo o intereses puramente pasionales, no pueden llegar a la luz de la verdad, lo cual es una suerte, ya que no habría mayor maldición que un hombre o mujer, estelar villano, inmoral o irresponsable, lo que por cierto, no puede ocurrir.

Cuando un ejemplar sapiens demuestra su valor interno, se considera que es digno de ser ayudado, con el fin de prepararlo para su ulterior y proyectada mutación. Gradualmente, la ciencia hermética dejará de ser un conocimiento prohibido para él, ya que se ha hecho merecedor al alto honor de conocer la ciencia Universal.

En resumen, el conocimiento hermético es sólo para una pequeña élite, pero cualquiera que tenga una profunda motivación derivada de una auténtica inquietud espiritual, puede llegar a formar parte de la élite. Por lo demás, el vulgo no desea ni quiere el conocimiento, por el contrario, lo menosprecia, confirmando las palabras de Jesús: “no arrojéis perlas a los cerdos”.

Existen muchos que nacieron cerdos, están felices de serlo y morirán cerdos.

Es casi seguro que este secreto hermético chocará a muchas personas, quienes desearían que estos conocimientos se impartieran libremente, y que ven en su prohibición, un signo de egoísmo o debilidad. Quienes así piensen, debieran observar la naturaleza, donde abundancia y mediocridad son sinónimos, ya que los organismos superiores son escasos y se manifiestan sólo excepcionalmente después de un riguroso proceso de elección ya que constituyen la “élite” de la especie.

Aun cuando el neófito no llega a una escuela iniciática “para que le enseñen cosas”, como ya lo hemos señalado, debe asistir a charlas o clases de instrucción. ¿Cómo entender entonces esta paradoja? En verdad es muy simple: las instrucciones no están destinadas a enseñar, sino a destruir en cierta medida el programa cerebral del discípulo, para que así, él mismo vaya concibiendo su propio conocimiento por un proceso de iluminación interior. Las charlas no son para memorizarlas o “aprenderlas”, sino que constituyen el fermento espiritual e intelectual para las profundas transformaciones que deben producirse en el estudiante.

Sin embargo, para que estos cambios se hagan efectivos, es preciso saber escuchar, con el fin de hacer llegar a la razón, en forma íntegra todo lo que se recibe en las instrucciones, ya que el sapiens, usualmente, entiende solamente lo que le conviene, y rechaza aquello que está en pugna con su autoestima, sus pasiones inferiores o intereses personales.

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