AMIENS
A semejanza de París, Amiens nos ofrece un notable conjunto de bajo
relieves herméticos. Circunstancia singular y digna de mención es
que el pórtico central de Nótre-Dame de Amiens - Pórtico del
Salvador-es casi fiel reproducción, no sólo de los motivos que
adoman el pórtico de París, sino también por el orden que siguen.
Sólo ligeros detalles los diferencian: en París, los personajes
sostienen discos; aquí, escudos. En Amiens, el emblema del mercurio
es presentado por una mujer; en París, por un hombre. En ambos
edificios, los mismos símbolos, los mismos atributos, y parecidos
trajes y actitudes. No cabe duda de que la obra hermética de
Guillermo el Parisiense ejerció verdadera influencia en la
decoración del gran pórtico de Amiens.
Por lo demás, la obra maestra picarda, magnífica entre todas, sigue
siendo uno de los más puros documentos que nos haya legado la Edad
Media. Su conservación permite a los restauradores respetar la mayor
parte de los temas; y de este modo, el admirable templo debido al
genio de Robert de Luzarches, de Thomas y Renault de Cormont,
conserva en la actualidad todo su esplendor original..
Entre las alegorías propias del estilo de Amiens, citaremos en
primer lugar la ingeniosa representación del fuego de rueda. El
filósofo, sentado y con el codo apoyado en la rodilla derecha parece
meditar o vigilar (lám. XXXIII).
Sin embargo, este trébol de cuatro hojas, muy característico según
nuestro punto de vista, ha sido interpretado por algunos autores de
manera muy diferente, Jourdain y Duval, Ruskin (The Bible-of
Amiens), el abate Roze y, después de ellos, Georges Durand (1),
creyeron descubrir su sentido en la profecía de Ezequiel, el cual,
dice G. Durand,
«vio cuatro animales alados, como los vio más tarde
san Juan, y unas ruedas introducidas la una dentro de la otra. Lo
que aquí se representaba es la visión de las ruedas. Tomando
ingenuamente el texto al pie de la letra, el artista redujo la
visión a su expresión más simple. El profeta está sentado en una
roca y parece dormitar apoyado en la rodilla derecha. Delante de él,
aparecen dos ruedas de carruajes, y esto es todo».
(1) G. Durand, Monographie de 1’Eglise cathédrale d´Amiens, París,
A. Picard, 1901.
Esta versión contiene dos errores. El primero delata un estudio
incompleto de la técnica tradicional, de las fórmulas que observaban
los latomi en la ejecución de sus símbolos., El segundo, más craso,
proviene de una observación defectuosa.
En efecto, nuestros imaginemos tenían la costumbre de aislar o, al
menos, de subrayar sus atributos
sobrenaturales por medio de un cordón de nubes. Tenemos una prueba
evidente de ello en la cara de los tres contrafuertes del pórtico;
en cambio, aquí, no observamos nada parecido.
Por otra parte,
nuestro personaje tiene los ojos abiertos; no está, pues, dormido,
sino que parece vigilar, mientras se desarrolla cerca de él la lenta
acción del fuego de rueda. Por si esto fuera poco, es bien sabido
que, en todas las representaciones góticas de apariciones, el
iluminado está siempre de cara al fenómeno; su actitud, su
expresión, revelan invariablemente sorpresa o éxtasis, ansiedad o
beatitud; lo cual tampoco se da en el caso que nos ocupa. Las dos
ruedas no son, ni pueden ser más que una imagen, de significación
oscura para el profano, encaminada expresamente a velar una cosa muy
conocida, tanto del iniciado como de nuestro personaje. Por esto no
vemos a éste absorto en preocupaciones de este género, sino velando
y vigilando, paciente, pero un poco cansado.
Terminados los penosos trabajos de Hércules, su
labor ha quedado reducida al ludus puerorum de los textos, es decir,
a mantener encendido el fuego, cosa que una mujer podría hacer
fácilmente y con éxito mientras hila el copo.
En cuanto a la doble imagen del jeroglífico, debemos interpretarlo
como signo de las dos revoluciones que deben actuar sucesivamente
sobre el compuesto para asegurarle un alto grado de perfección. A
menos que se prefiera ver en ella la indicación de las dos
naturalezas en la conversión, la cual se consigue también mediante
una cocción suave y regular. Esta última tesis fue sostenida por
Pernety.
En realidad, la cocción lineal y continua exige la doble rotación de
una misma rueda, movimiento imposible de expresar en piedra y que
explica la necesidad de dos ruedas trabadas de madera que forman una
sola. La primera rueda corresponde a la fase húmeda de la operación
-denominada elixación-, en la cual el compuesto permanece fundido,
hasta la formación de una película ligera, que, al aumentar poco a
poco en espesor, gana en profundidad. El segundo período,
caracterizado por la sequedad -o asación-, comienza a la segunda
vuelta de la rueda, se realiza y se termina cuando el contenido del
huevo, calcinado, aparece granulado o pulverulento, en forma de
cristales, de arena o de ceniza.
El comentarista anónimo de una obra clásica (2) dice, a propósito de
esta operación, que es
verdaderamente el sello de la Gran Obra, que «el filósofo hace cocer
a un calor dulce y solar, y en un
solo vaso, un solo vapor que se espesa poco a poco». Pero, ¿cuál ha
de ser la temperatura del
fuego exterior adecuada a esta cocción? Según los autores modernos,
el calor inicial no debería
superar la temperatura del cuerpo humano. Albert Poisson fija la
base de 50º, con aumentos
progresivos hasta unos 300º centígrados.
Philaléthe, en sus Reglas
(3), afirma que «el grado de calor
que podrá tener del o del estaño en fusión (232º), e incluso más fuerte, o
sea, tal que los vasos puedan aguantarlo sin romperse, debe ser
considerado un calor templado. Por ahí –dice-empezaréis vuestro
grado de calor propio para el reino en que la naturaleza os ha
dejado». En su decimoquinta regla, Philaléthe insiste en esta
importante cuestión; después de advertir que el artista debe operar
sobre cuerpos minerales y no sobre sustancias orgánicas, se expresa
así.
(2) La Lumiere sortant par soy-mesme des Ténèbres, París, d’Houry,
1687, capítulo III, pág. 30.
(3) Régles du Philalèthe pour se
conduire dans l´oeuvre hermétique, en Historie de la Philosophie
hermétique, de Lenglet-Dufresnoy. París, Coustelier, 1742, t. II.
plomo (327º)
«Es preciso que el agua de nuestro lado hierva con las cenizas del
árbol de Hermes; os exhorto a
hacerla hervir noche y día sin cesar, a fin de que, en las obras de
nuestro mar tempestuoso, pueda
subir la naturaleza celeste y descender la terrestre. Pues os
aseguro que, si no la hacemos: hervir, no
podremos llamar jamás a nuestra obra una cocción, sino una
digestión»
Junto al fuego de rueda, señalaremos un pequeño motivo esculpido a
la derecha del mismo pórtico y el cual afirma G,I. Durand que es una
copia del séptimo medallón de París. He aquí lo que dice este autor
(t. 1, pág. 336):
«Messieurs Jourdain y Duval llamaron Inconsta este vicio opuesto a
la Perseverancia; pero nos parece que la palabra Apostasía,
propuesta por el abate Roze, conviene más al tema representado.
Es un personaje de cabeza descubierta, imberbe y tonsurado, clérigo
o monje, vest traje que le llega a
mitad de las piernas, provisto de capucha, y que sólo difiere del
que lleva el clérigo del grupo de la
Cólera en el cinturón que lo ciñe. Arrojando a un lado el calzón y
los zapatos, una especie de botas
de media caña, parece alejarse de una bella iglesuca de ventanas
largas y estrechas, de campanario
cilíndrico y puerta en arco que se percibe a lo lejos» (Iám. XXXIV).
En una llama Durand:
«En el
pórtico principal de Nótre-Dame de París, el apóstata deja sus
vestiduras dentro de la iglesia; en el
vitral de la propia iglesia, se encuentra fuera y tiene claramente
la actitud del hombre que huye. En
Chartres, se ha desnudado enteramente y sólo aparece cubierto con la
camisa. Ruskin observa que,
en las miniaturas de los siglos XII y XIII, el loco infiel es
siempre representado descalzo.»
En cuanto a nosotros, no encontramos la menor correlación entre el
motivo de París y el de
Amiens. Mientras aquél simboliza el comienzo de la Obra, éste, por
el contrario, expresa su terminación. La iglesia es más bien un
atanor, y su campanario, que contradice las reglas más elementales
de la arquitectura, el horno secreto que encierra el huevo
filosofal. Este horno está provisto de aberturas a través de las
cuales observa el artífice las fases del trabajo. Se olvidó un
detalle importante y muy característico: nos referimos al arco de
bóveda vaciado en el basamento. Pues es difícil admitir que una
iglesia puede estar construida sobre bóvedas visibles, de modo que
parece descansar sobre cuatro pies. No es menos aventurado asimilar
a una prenda de vestir la masa ligera que el artista señala con el
dedo.
Estas razones nos han llevado a pensar que el motivo de Amiens es
fruto del simbolismo hermético y
representa la cocción, así como el aparato ad hoc. El alquimista
señala, con la mano derecha, el saco
del carbón, y el abandono del calzado muestra hasta qué punto hay
que llevar la prudencia y el
silencio en este trabajo oculto. En cuanto al ligero indumento del
artífice en el motivo de Chartres, se explica por el calor
desprendido del horno.
En el cuarto grado de fuego, operando por la
vía seca, se hace necesario mantener una temperatura próxima a los
1.200º, indispensable también en la proyección. Nuestros modernos
obreros de la industria metalúrgica visten también a la sencilla
manera del alquimista de Chartres. En verdad que nos complacería
mucho saber la razón por la cual sienten los apóstatas la necesidad
de despojarse de sus vestiduras al alejarse del templo. Precisamente
hubiera debido dársenos esta razón, si se quería mantener y explicar
la tesis formulada por los citados autores.
Ya hemos visto que, en Nótre-Dame de París, el atanor torna
igualmente la forma de una torrecilla levantada sobre bóvedas.
Huelga decir que era imposible, esotéricamente, reproducirlo tal
como era en el laboratorio. Se limitaron, Pues, a darle una forma
arquitectónica, sin suprimir, empero, sus características, capaces
de revelar su verdadero destino. En él encontramos las partes
constituyentes del hornillo alquímico: cenicero, torre y cúpula.
Desde luego, los que hayan consultado las estampas antiguas -y en
particular los grabados en madera de la Pírotecnia que Jean Liébaut
insertó en su tratado (4) - no se dejarán engañar por las
apariencias.
(4) Véase Jean Liébaut, Quatre Livres des Secrets de Médecine et
Philosophie Chimique.
París, Jacques du Puys, 1579, págs. 17 y 19.
Los hornos son representados en forma de torreones, con sus glacis,
sus almenas y sus troneras. Algunas combinaciones de estos aparatos
llegan a tomar el aspecto de edificios o de pequeñas fortalezas de
los que salen picos de alambique y cuellos de retorta.
Contra el pie derecho del pórtico principal volvemos a encontrar, en
un trébol de cuatro hojas empotrado, la alegoría del gallo y la
zorra, tan apreciada por Basílio Valentín. El gallo está posado en
una rama de roble, que la zorra tarta de alcanzar (Iám. XXXV). Los
profanos verán en ello el tema de una fábula muy popular en la Edad
Media, la cual, según Jourdain y Duval, sería prototipo de la del
cuervo y la zorra. Pero «no se ve -añade G. Durand- el o los perros
que son complemento de la fábula». Este detalle típico no parece
haber llamado la atención a los autores sobre el sentido oculto del
símbolo. Y, sin embargo, nuestros antepasados, traductores exactos y
meticulosos, no habrían dejado de hacer figurar a aquellos actores,
si se hubiese tratado de una escena conocida de una fábula.
Tal vez convendría desarrollar aquí el sentido de la imagen, en
favor de los hijos de la ciencia,
nuestros hermanos, más de lo que creímos oportuno hacerlo a
propósito del mismo emblema
esculpido en el pórtico parisiense. Más adelante explicaremos la
estrecha relación existente entre el
gallo y el roble, que tiene su analogía en el lazo familiar. De
momento, diremos tan sólo que el gallo y
la zorra no son más que un mismo jeroglífico que abarca dos estados
físicos distintos de una misma
materia. Lo que primero salta a la vista es el gallo, o porción
volátil, y, por consiguiente, activa y
llena de movimiento, extraída del sujeto, el cual tiene el roble por
emblema.
Aquí está nuestra
famosa fuente, cuya agua clara brota del pie del árbol sagrado, tan
venerado por los druidas, y la cual
fue llamada Mercurio por los antiguos filósofos, aunque no tenga el
menor parecido con el
azogue vulgar. Pues el agua que nosotros necesitamos es seca, no
moja las manos y sale de la roca al
ser ésta golpeada por la vara de Aarón. Tal es la significación
alquímica del gallo, emblema de
Mercurio para los paganos y de la resurrección para los cristianos.
Este gallo, por muy volátil que
sea, puede convertirse en el Fénix-Antes, empero, debe tomar el
estado de fijeza provisional que
caracteriza el símbolo del raposo, nuestra zorra hermética. Es
importante saber, antes de
emprender la práctica, que el mercurio contiene en sí todo lo
necesario para el trabajo.
«¡Bendito
sea el Altísimo -exclama Geber-, que creó este mercurio y le dio una
naturaleza a la cual nada puede resistirse! Pues, sin él, por mucho
que hiciesen los alquimistas, su labor sería inútil.»
Es la única
materia que nos hace falta. En efecto, esta agua seca, aunque
enteramente volátil, puede, si se descubre el medio de retenerla
largo tiempo al fuego, hacerse lo bastante fija para resistir un
grado de calor que habría sido suficiente para evaporarla en su
totalidad. Entonces cambia de emblema, y su resistencia al fuego y
su calidad de pesada hacen que se le atribuya la zorra como símbolo
de su nueva naturaleza.
El agua se ha convertido en tierra y el
mercurio, en azufre. Sin embargo, esta tierra, a pesar de la bella
coloración que ha tomado en su prolongado contacto con el fuego, no
serviría de nada en su forma seca; un viejo axioma nos enseña que
toda tintura seca es inútil en su sequedad,, conviene, pues,
disolver de nuevo esta tierra o esta sal en la misma agua de la que
nació, o, lo que viene a ser lo mismo, en su Propia sangre, a fin de
que vuelva a ser volátil y de que la zorra adquiera de nuevo la
complexión, las alas y la cola del gallo.
A través de una segunda
operación, parecida a la anterior, el compuesto se coagulará de
nuevo y volverá a luchar contra la tiranía del fuego; pero, esta
vez, en la propia fusión y no ya a causa de su calidad de seca. Así
nacerá la primera piedra, no absolutamente fija ni absolutamente
volátil, pero sí bastante permanente al fuego y muy penetrante y muy
fusible, propiedades que será necesario aumentar mediante una
tercera reiteración de la misma técnica. Entonces, el gallo,
atributo de san Pedro, piedra verdadera y fluyente sobre la que
descansa el edificio cristiano, el gallo habrá cantado tres veces.
Pues es él, el primer Apóstol, quien posee las dos llaves enlazadas
de la solución y la coagulación; él es el símbolo de, la piedra
volátil que el fuego convierte en fija y densa al, precipitarla.
Nadie ignora que san Pedro fue crucificado cabeza abajo...
Entre los bellos motivos del pórtico norte, o de Saint-Firmin, casi
enteramente ocupado por el zodíaco y las correspondientes escenas
bucólicas o domésticas, señalaremos dos interesantes bajo relieves.
El primero de ellos representa,, una ciudadela cuya puerta, maciza y
con cerrojos, está flanqueada de torres almenadas, entre las cuales
se levantan dos pisos de construcciones; un tragaluz enrejado adorna
el basamento.
¿Será el símbolo del esoterismo filosófico, social, moral religioso
que se revela y se desarrolla a lo largo ciento quince tréboles de
cuatro hojas? ¿O debe más bien, en este motivo del año 1225, la idea
madre de la Fortaleza alquímica, recuperada y modificada por
Khunrath en 1609? ¿O será el Palacio, misterioso y cerrado, del rey
de nuestro Arte, de que hablan Basilio Valentin y Philalèthe? Sea lo
que fuere, ciudadela o mansión real, el edificio, de aspecto
imponente y rudo, produce una verdadera impresión de fuerza y de
inexpugnabilidad.
Construido para conservar algún tesoro o para
guardar algún secreto importante, parece como si no se pudiera
entrar en él más que poseyendo la llave de las sólidas cerraduras
que lo protegen de toda fractura. Tiene algo de prisión y de
caverna, y la puerta da la impresión de algo siniestro y amenazador,
que nos hace pensar en la entrada del Tártaro:
Los que aquí entráis, perded toda esperanza.
El segundo trébol de cuatro hojas, colocado inmediatamente debajo de
aquél, nos muestra unos árboles muertos, con sus nudosas ramas
torcidas y entrelazadas, bajo un firmamento deteriorado, pero en el
que se distinguen todavía las imágenes del sol, de la luna y de
algunas estrellas lámina XXXVI).
Este terna hace referencia a las materias primas del gran Arte,
planetas metálicos a los que el
fuego, nos dicen los
filósofos, ha causado la muerte, y a los que la fusión ha hecho
inertes, sin poder vegetativo, como los árboles en invierno. Por esto los Maestros nos han recomendado tantas veces que los
recrudezcamos, proporcionándoles, con la forma fluida, el agente
propio que perdieron en la reducción metalúrgica.
Pero, ¿dónde encontrar este agente? Éste es el gran misterio que
hemos rozado a menudo en el curso de este estudio, troceándolo al
azar de los emblemas, a fin de que sólo el investigador perspicaz
pueda conocer sus cualidades e identificar su sustancia. No hemos
querido seguir el viejo método, por el cual se decía una verdad,
expresada parabólicamente, acompañada de una o de varias alegaciones
espaciosas o adulteradas, para desorientar al lector incapaz de
separar la buena mies de la cizaña. Ciertamente, se podrá discutir y
criticar este trabajo, más ingrato de lo que pudiera creerse; pero
estamos seguros de que jamás se nos podrá acusar de haber escrito un
solo embuste. Según se afirma, no todas las verdades son buenas para
ser dichas; mas, a pesar de esta máxima, nosotros entendemos que es
posible hacerlas comprender empleando cierta finura en el lenguaje.
«Nuestro Arte -decía ya Artephius-es enteramente cabajístico»: y,
efectivamente, la Cábala nos ha sido siempre de gran utilidad. Nos
ha permitido, sin alterar la verdad, sin desnaturalizar la
expresión, sin falsificar la Ciencia ni perjurar, decir muchas cosas
que uno buscaba en vano en los libros de nuestros predecesores. En
ocasiones, ante la imposibilidad en que nos hallábamos de ir más
lejos sin violar nuestro juramento, preferimos el silencio a las
alusiones engañosas, el mutismo al abuso de confianza. Piénsese, por
ejemplo, en lo que podemos decir aquí, ante el Secreto de los
Secretos, ante este Verbum dimissum del que hemos hecho ya mención,
y que Jesús confió a sus Apóstoles, según el testimonio de san Pablo
(5):
«yo he sido hecho ministro de la Iglesia por voluntad de Dios, el
cual me ha enviado a vosotros
para cumplir SU PALABRA. Es decir, el SECRETO que ha estado oculto
desde todos los
tiempos y todas las edades, pero que ahora-, manifiesta a aquellos
que considera dignos.»
(5) San Pablo, Epístola a los colosenses, cap. I, v. 25 y 26.
¿Qué podemos decir nosotros, sino alegar el testimonio de los
grandes maestros que, también ellos, han tratado de explicarlo?
«El Caos metálico, producto de las manos de la Naturaleza, contiene
en sí todos los metales y no es en modo alguno metal. Contiene el
oro, la plata y el mercurio; sin embargo, no es oro, ni plata, ni
mercurio» (6).
Este texto es claro. Pero, ¿preferís el lenguaje
simbólico? Haymon (7) nos da un ejemplo de él cuando dice:
«Para obtener el primer agente, hay que trasladarse a la parte
posterior del mundo, donde se oye retumbar el trueno, soplar el viento, caer el granizo y la lluvia;
allí se encontrará la cosa, si uno la busca.»
(6) Le Psautier d´Hermophile, en Traités de la Transmutation des
Métaux. Mans. anón. del sigio xviii, estrofa XXV. (7) Haymon, Epístola de Lapidibus Philosophicis. Tratado 192, t. IV
del’ Theatrum Chemicum.
Argentorati, 1613.
Todas las descripciones que nos han dejado los filósofos de su
sujeto, o materia prima que
contiene el agente indispensable, son sumamente confusas y
misteriosas. He aquí algunas, escogidas entre las mejores.
El autor del comentario sobre La Luz saliendo de las Tinieblas
escribe, en la página 108:
«La
esencia en la cual, mora el espíritu que buscamos está injertada y
grabada en él, aunque con rasgos y
facciones imperfectos; lo mismo dice Ripleus el Inglés al comienzo
de sus Doce Puertas y Aegidius
de Vadis en su Diálogo de la Naturaleza, hace ver claramente, y como
en letras de oro que ha
quedado, en este mundo, una porción de este primer Caos, conocida,
pero despreciada por alguien,
y que se vende públicamente.»
Y el mismo autor, añade, en la página
263, que
«este sujeto se
encuentra en muchos lugares y en cada uno de los tres reinos; pero,
si consideramos la posibilidad de
la Naturaleza, es cierto que sólo la naturaleza metálica debe ser
ayudada de la Naturaleza y por la
Naturaleza; así, pues, sólo en el reino mineral,
donde reside la simiente metálica, debemos buscar el sujeto adecuado
para nuestro arte.»
«Hay una piedra de gran virtud –dice a su vez Nicolás Valois (8)-, y
es llamada piedra y no es
piedra, y es mineral, vegetal y animal, que se encuentra en todos
los lugares y en todos los tiempos, y
en todas las personas.»
Flamel (9) escribe de modo parecido:
«Hay una piedra oculta,
escondida y enterrada en lo más
profundo de una fuente, la cual es vil, abyecta y en modo alguno
apreciada; y está cubierta de fiemo y
de excrementos; a la cual, aunque no sea más que una, se le dan toda
clase de nombres. Porque, dice
el sabio Morien, esta piedra que no es piedra está animada, teniendo
la virtud de procrear y
engendrar. Esta piedra es blanca, pues toma su comienzo, origen y
raza de Saturno o de Marte, el
Sol y Venus; y si es Marte, Sol y Venus ... »
«Existe -dice Le Breton (10)- un mineral conocido de los verdaderos
Sabios que lo ocultan en sus
escritos bajo diversos nombres, el cual contiene en abundancia lo
fijo y lo volátil.»
«Los Filósofos hicieron bien -escribe un autor anónimo (11)-en
ocultar este misterio a los ojos de aquellos que sólo aprecian las
cosas por el uso que les han dado; pues, si conociesen, o si se les
revelase abiertamente la Materia, que Dios se ha complacido en
ocultar en las cosas que a ellos les parecen útiles, las tendrían en
mayor estima.» He aquí una idea parecida a otra de la Imitación
(12), con la que pondremos fin a estas citas abstrusas: «Aquel que
estima las cosas en lo que valen, y no las juzga según el mérito o
el aprecio de los hombres, posee la verdadera Sabiduría.»
(8) Obras de N. Grosparmy y Nicolas Valois, mans. cit., pág. 140.
(9) Nicolas Flamel, Original du Désir désiré, o thrésor de
Philosophie. París, Hulpeau, 1629, pág.
144. (10) Le Breton, Clefs de la Philosophie Spagyrique. París, Jombert,
1722, página 240. (11) La Clef du Cabinet hermétique, mans., cit., pág. 10.
(12) Imitación de Cristo, lib. II, cap. 1, v. 6.
Y volvamos
ahora a la fachada de Amiens.
El maestro anónimo que esculpió los medallones del pórtico de la
Virgen-Madre interpretó de
modo muy curioso la condensación del
espíritu universal; un Adepto contempla un raudal de rocío celeste
que cae sobre una masa que numerosos autores consideran que es un
vellón. Sin impugnar esta opinión, es igualmente verosímil suponer
que se trata de un cuerpo diferente, tal como el mineral designado
con el nombre de Magnesia o de Imán filosófico. Se observará que el
agua cae únicamente sobre el objeto de referencia, lo cual parece
expresar la existencia de una virtud de atracción oculta en este
cuerpo, cosa que no sería baladí tratar de establecer (lámina XXXVII).
Creemos que éste es el lugar adecuado para rectificar ciertos
errores cometidos a propósito de un vegetal simbólico, el cual,
tomado a la letra por alquimistas ignorantes, contribuyó. en gran
manera a desacreditar la alquimia y a ridiculizar a sus partidarios.
Nos referimos al Nostoc. Esta criptógama, conocida por todos los
campesinos, se encuentra en el campo por todas partes, ora sobre la
hierba, ora sobre el suelo, en los campos de labor, al borde de los
caminos o en la orilla de los bosques.
En primavera, muy de mañana,
las encontramos voluminosas, hinchadas de rocío nocturno.
Gelatinosas y temblorosas -de ahí su nombre de tremelas-, tienen a
menudo un color verdoso y se secan con tal rapidez bajo la accion
acción de los rayos solares, que se hace imposible encontrar su
rastro en el mismo lugar en que se mostraban pocas horas antes.
Todas estas características combinadas aparición súbita, absorción
del agua e hinchazón, coloración verde, consistencia blanda y
pegajosapermitieron a los filósofos tomar esta alga como tipo
jeroglífico de su materia.
Ahora bien, es sumamente probable que lo
que vemos en el trébol de cuatro hojas de Amiens, absorbiendo el
rocío celeste, sea un amasijo de plantas de este género, símbolo de
la Magnesia mineral de los Sabios. No nos detendremos mucho en los
múltiples nombres aplicados al Nostoc y que, en la mente de los
Maestros, designaban únicamente su principio mineral: Principio
vital celeste, Salivazo de Luna, Mantequilla de tierra, Grasa de
rocío, Vitriolo vegetal, Flos Coeli, etc., según la considerasen
como receptáculo del Espíritu universal, o como materia terrestre,
exhalada desde el centro en estado de vapor y coagulada después por
enfriamiento al entrar en contacto con el aire.
Estos términos extraños, que tienen, sin embargo, su razón de ser,
hicieron olvidar la
significación real e inicíática del
Nostoc. Esta palabra procede del griego Yve, PvXTog, equivale al
latino nox, noctis, la noche. Es, pues, una cosa que nace por la
noche, que tiene necesidad de la noche para desarrollarse y que sólo
de noche puede ser utilizada. De esta manera, nuestro sujeto queda
admirablemente oculto a las miradas profanas, aunque pueda ser
fácilmente distinguido y manipulado por aquellos que poseen un
conocimiento exacto de las leyes naturales. Pero, ¡cuán pocos, ay,
se toman el trabajo de reflexionar y siguen siendo simples en su
razonamiento!
Decidnos, vosotros que tanto habéis laborado ya: ¿qué pretendéis
hacer con vuestros hornillos
encendidos, con vuestros
numerosos, variados e inútiles utensilios? ¿Esperáis realizar una
verdadera y entera creación? No,
por cierto, puesto que la facultad de crear sólo pertenece a Dios,
único Creador. Entonces, lo que
deseáis provocar en el seno de vuestros materiales es una
generación. Pero, en este caso, necesitáis
la ayuda de la Naturaleza, y podéis estar seguros de que esta ayuda
os será negada si, por mala suerte
o por ignorancia, no ponéis a la Naturaleza en condiciones de
aplicar sus leyes. ¿Cuál es, entonces, la condición Primordial,
esencial, para que pueda manifestarse una generación cualquiera?
Responderemos por vosotros: la ausencia total de toda luz solar,
incluso difusa o tamizada. Mirad
a vuestro alrededor, interrogad a vuestra propia naturaleza. ¿Acaso
no observáis que, tanto en el
hombre como en los animales, la fecundación y la generación se
producen, gracias a cierta
disposición de los órganos, en una oscuridad completa, hasta el día
del nacimiento? ¿Es en la
superficie del suelo -a plena luz-, o dentro de la tierra -en la
oscuridad-, donde pueden germinar y
reproducirse las semillas vegetales? ¿Es el día o es la noche quien
vierte el rocío fecundante que las
alimenta y vigoriza? Observad las setas: ¿no nacen, crecen y se
desarrollan en la noche?
Y, en
cuanto a vosotros mismos, ¿no es acaso durante la noche, en el sueño
nocturno, que vuestro
Organismo repara sus pérdidas, elimina sus residuos y elabora nuevas
células y nuevos tejidos para
reemplazar lo que ha quemado, gastado y destruido la luz del día?
Incluso los trabajos de digestión,
de asimilación y de transformación de los alimentos en sangre y
sustancia orgánica, se realizan en la oscuridad. ¿Queréis hacer una
prueba?
Tomad unos cuantos huevos fecundados y hacedlos empollar en
una pieza bien iluminada; al término de la incubación, todos estos
huevos contendrán embriones muertos, más o menos descompuestos. Si
llega a nacer algún polluelo, será ciego, raquítico, y tardará muy
poco en morir. Tal es la influencia nefasta del sol, no sobre la
vitalidad de los individuos constituidos, sino sobre la generación.
Y no os imaginéis que tengamos que limitar a los reinos orgánicos
los efectos de esta ley fundamental de la Naturaleza creada. Incluso
los minerales, a pesar de sus reacciones menos visibles, se
encuentran sometidos a ella lo mismo que los animales y los
vegetales. Sabido es que la obtención de la imagen fotográfica se
funda en la propiedad que poseen las sales de plata de descomponerse
bajo la luz.
Estas sales recobran, pues, su estado metálico inerte,
mientras que, en el laboratorio oscuro, habían adquirido una
cualidad activa, viva y sensible. Dos gases mezclados, el cloro y el
hidrógeno, conservan su integridad mientras son tenidos a oscuras;
se combinan lentamente bajo una luz difusa, y con, una explosión
brutal en el momento en que
interviene el sol. Un gran número de sales metálicas en disolución
se transforman o precipitan en más
o menos tiempo, a la luz del día. Así, el sulfato terroso se
convierte rápidamente en sulfato férrico, etc.
No hay que olvidar, pues, que el sol es el destructor por excelencia
de todas las sustancias
demasiado jóvenes, demasiado débiles para resistir su poder ígneo. Y
es esto tan cierto, que esta acción especial ha servido de
fundamento a un método terapéutico para la curación de afecciones
externas y para la rápida cicatrización de llagas y heridas. Ha sido
este poder mortal del astro sobre las células microbianas, en primer
lugar, y sobre las células orgánicas, a continuación, lo que ha
permitido instaurar el tratamiento fototerápico.
Y ahora, trabajad de día si así os place; pero no nos echéis la
culpa si vuestros esfuerzos acaban
siempre en fracaso. Nosotros sabemos que la diosa Isis es la madre
de todas las cosas, que las
lleva a todas en su seno, y que sólo ella es la dispensadora de la
Revelación y de la Iniciación. Profanos, que tenéis ojos para no ver
y oídos para no oír, ¿a quién dirigiríais, si no, vuestras
plegarias? ¿Ignoráis que sólo puede llegarse hasta Jesús por la
intercesión de su Madre; sancta Maria ora pro nobis? Y la Virgen es
representada, para vuestra instrucción, de pie sobre la media luna y
siempre vestida de azul, color simbólico del astro de la noche.
Podríamos decir mucho más acerca de esto, pero creemos que ya hemos
hablado bastante.
Terminemos, pues, el estudio de los tipos herméticos originales de
la catedral de Amiens, señalando,
a la izquierda del mismo pórtico de la Virgen-Madre, un pequeño
motivo angular con una escena de iniciación. El maestro Señala a
tres de sus discípulos el astro hermético del que tanto hemos
hablado, la estrella tradicional que sirve de guía a los filósofos y
les revela el nacimiento del hijo del sol (lám. XXXVIII).
Recordemos
aquí, a propósito de este astro, la divisa de Nicolas Rollin,
canciller de Felipe el Bueno, que fue pintada en 1447 en el
embaldosado del hospital de Beaune, fundado por él. Esta divisa,
presentada a la manera de un acertijo -Sola*-, daba testimonio de la
ciencia de su poseedor mediante el signo característico de la Obra,
la única, la sola estrella.
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