A menudo la curiosidad y la sorpresa han hecho acto de presencia cuando se
trata de averiguar cómo en el antiguo Egipto se logró tal perfección
artística y técnica en condiciones de total oscuridad, dentro de los
numerosos corredores subterráneos que podemos encontrar en infinidad de
tumbas de diferentes necrópolis. Tal vez el ejemplo más representativo lo
tengamos en las proximidades de Luxor, en el conocido Valle de los Reyes.
¿De total oscuridad?, se preguntaran algunos, ¿es que acaso no existían las
antorchas o candiles para iluminar estos pasajes?.
Con un mínimo de esfuerzo, podremos observar que la inmensa mayoría de los dibujos e inscripciones están realizados sobre roca virgen, que ha sido picada y pulida, para posteriormente ser decorada. Otras rocas pesan varias toneladas, y su manejo es difícil de imaginar sin que éstas sufrieran golpes y arañazos propios del desplazamiento por los estrechos corredores desde el exterior, cosa que, al igual que el humo de las antorchas, no se aprecia por ninguna parte. En definitiva, este tipo de manipulación hubiese hecho peligrar la labor de los artistas egipcios.
Y como la imaginación no tiene límites, hay quien ha llegado a
proponer la utilización de espejos para reflejar la luz solar en el
interior de estas oscuras galerías. El único problema es que los
espejos encontrados en Egipto no parecían ser de muy buena calidad.
Cada vez que reflejaban la luz, al menos una tercera parte de ésta
era absorbida o dispersa, con lo que después de combinar varios
espejos entre la entrada a la tumba y el interior de las distintas
cámaras y galerías, no llegaba a su objetivo ni el más mínimo rayo
de luz.
UNA HIPÓTESIS PROHIBIDA
El cronista árabe Abdul el Latif, (1.150 d.C.) ya hacía mención del recubrimiento metálico del obelisco de Sesostris I que se encontraba en Heliópolis (1.970 a.C.). Pero no es la única referencia existente, son muchas las crónicas que nos narran la utilización de estos gigantescos obeliscos a modo de pararrayos, que protegían las inmediaciones de los templos. Algunos de ellos estaban recubiertos de una aleación de oro, plata y cobre que recibía el curioso nombre de "electrum".
A comienzos de los años ochenta, los investigadores Peter Krassa y Reinhard Habeck, dieron la voz de alarma al lanzar una hipótesis revolucionaria basada en la utilización de la energía eléctrica en el antiguo Egipto. Así parecían atestiguarlo numerosos relieves esculpidos sobre las paredes de distintos templos, como los de Edfu, Kom Ombo y Dendera.
En estos relieves podemos encontrar claras representaciones de unos
objetos que inmediatamente nos harán recordar a nuestras clásicas
lámparas o bombillas. En el caso de Dendera, donde se encuentran los
relieves más conocidos, se representan estas bombillas con una forma
un poco más alargada que una pera, y dejando ver en su interior a
una serpiente ondulante (filamento), emergiendo de una flor de loto
en forma de "casquillo". Están sujetas por un pilar djed,
símbolo de
energía, estabilidad y poder, muy extendido por todo Egipto. Estas
"bombillas" están "conectadas" por una especie de cable a un
pedestal, en el que está arrodillado el dios del aire. Todo este
conjunto está custodiado por un babuino que probablemente represente
al dios Thot, protector del conocimiento y de las ciencias, que con
un cuchillo en cada mano parece guardar celosamente tan pintoresca y
extraña representación
Si se está libre de prejuicios y en relación a lo anteriormente
expuesto, la realización de las diferentes inscripciones localizadas
en el Valle de los Reyes y del resto de los pasadizos y tumbas del
antiguo Egipto, bien podrían haber sido efectuadas con la ayuda de
la electricidad. Un conocimiento en estado de involución, que en
manos de la casta sacerdotal era guardado celosamente como un gran
legado de los antiguos dioses.
¿Fue Egipto un caso aislado en el conocimiento de la energía
eléctrica?
Corría el año 1.936, cuando un grupo de obreros dirigido por el ingeniero alemán Wilhelm Köning realizaba la construcción de un sistema de alcantarillado en la colina de Rabua, muy próxima a Bagdad (Irak), cuando se toparon con un extraño objeto de arcilla en forma de jarrón.
Este objeto tenía 15 centímetros de alto, y poseía un tapón de asfalto donde hacia el interior partía un tubo cilíndrico de cobre de 26 milímetros de diámetro y 19 centímetros de altura. A su vez, del tubo sobresalía una varita de hierro de 1 centímetro cubierta de plomo ligeramente corroída por algún tipo de ácido.
A pesar de que las autoridades y los "expertos" tacharon este pequeño jarrón o vasija de "objeto de culto" (muy típico en estos casos), el propio Köning tras introducir un electrolito común en el interior del recipiente, logró hacer funcionar este "objeto de culto" como una batería.
En el mismo yacimiento fueron descubiertos otros objetos que habían sido
sometidos a un proceso de galvanización. Estos databan del 2.000 a.C., por
lo que se llegó a la conclusión que hace más de 4.000 años los antiguos
moradores de estas tierras de Mesopotamia, utilizaban pilas eléctricas.
El griego Luciano (120-180 a.C.) nos dejó la descripción de una bella alhaja
en Hierápolis (Siria), que estaba engarzada en una cabeza de oro de la diosa
Hera, de la cual "...emanaba una gran luz...", tanto que..."...el templo
resplandecía como si hubiese estado iluminado con una miríada de cirios...".
Luciano no nos dejó revelada la explicación a este misterio, pues los
sacerdotes se negaron a descubrirle el secreto.
|