El Despertar III

La Piedra Susurrante


Nota: Escribir este segmento a manera de prolegómeno para los eventos que siguen, ha sido una labor extremadamente difícil. En otros lugares de este sitio, cuando quiera que he hablado acerca de mis experiencias personales, he siempre eludido muchos de estos detalles por razones obvias: son dolorosos de recordar.
 



Siempre he tenido la preocupación de que el lector se aburra o pierda el interés a causa de información de índole personal, y he procurado darle cobertura solamente a aquellos puntos salientes que iban a tener injerencia posterior en la discusión general, haciendo al mismo tiempo referencia a los mismos de la manera más somera posible. Ruego un poco de paciencia en este sentido y conmino a los que puedan sentir que esta información es superflua a que se sientan libres de abandonar la lectura y retornar posteriormente cuando la discusión gravite alrededor de "tópicos mas universales". No obstante, la experiencia me ha indicado que muchas personas podrán encontrar similitudes entre las cosas que se relatan aquí y sus propias experiencias personales.

Como ya es del conocimiento de muchos que han leído otros archivos publicados en el sitio, en algún momento de mi vida comencé a considerar la posibilidad de que tener un cerebro no es, después de todo, algo tan malo, aun si los defensores de la causa de la fe ciega en tal o cual dogma religioso fruncen el ceño ante la idea de usarlo con prodigalidad, en vez de ofrecerlo en sacrificio para ser hipnotizado y retorcido como un "pretzel" y utilizado para justificar algún disparate teológico.

Recuerdo algún día haber visitado a una amiga en su oficina, y ver un rótulo en su escritorio que decía: "Dios no crea basura". Me resultó divertido y a la vez me impresionó porque justo en ese momento estaba yo librando una lucha para desembarazarme de la sugestión hipnótica que nos ha implantado la idea de que el ser humano es incapaz de utilizar su cerebro para entender a Dios, debiendo conformarse con la fe y, desde luego, las Escrituras, cualesquiera que esta sean en sus variadas formas. ¡Cuántas veces había escuchado sermones que le adscribían al cerebro el estigma de no ser otra cosa más que un instrumento de Satanás! Obviamente, cuando hablamos de la "Mente del Depredador" podemos ver como esta es una cara de la moneda, a pesar de que resultaba claro para mí que todas las cosas que existen lo hacen dentro de la mente de Dios, quienquiera que este sea a final de cuentas, y que por lo tanto tienen la función intrínseca de llevar al entendimiento de Él.

Al leer ese pequeño rótulo me vi enfrentada con la certeza de que había sido tan completa y eficientemente enrolada en la causa de la fe ciega, que inclusive tenía miedo de pensar por mí misma. Había llegado a estar avergonzada de mi propensión a hacer demasiadas preguntas y se me había hecho sentir abrumadoramente culpable por mi capacidad de emplear el análisis lógico. Una de la "sugestiones hipnóticas" de la senda del monje es justamente la de que no es permitido pensar. El pensar lleva al cuestionamiento, y el onceavo mandamiento nunca escrito en las tablas es "¡No Cuestionarás!". El carácter obvio implícito en el hecho de que como resultado del acto de la creación TENEMOS cerebros (instrumentos asombrosos en verdad) y que debe haber una razón para su existencia, se me presentó con súbita claridad (el lector, a no dudarlo, a esta altura estará convencido de que soy el entendedor más lerdo de todos los tiempos).

 

De todas maneras, este hecho evidente de que Dios nos había dado cerebros por algún motivo surgió en relación al siguiente pensamiento conexo:

¿Acaso no deberíamos utilizarlos para DESCUBRIR a Dios, en vez de justificar una serie de absurdos acerca de Dios que nos han sido legados en forma de tradición por individuos que no contribuyeron mayormente a mejorar el estado de cosas del mundo y a los que, de hecho, bien podríamos considerar como los creadores del sistema que nos ha metido a todos en el aprieto en que nos encontramos hoy día por NO haber sabido usar bien sus cerebros?

Por esta misma época, algo muy extraño sucedió en mi vida. Nunca lo consideré como un episodio de plagio y es solo en retrospectiva que puedo ver las claves que podrían apuntar en esa dirección, no obstante que siempre estoy abierta a otra explicación diferente. Como dije en alguna ocasión anterior, solíamos vivir en una cabaña; una bastante pequeña. Era ocupada en casi su totalidad por nuestras camas, un espacio de almacenaje y una cocineta (¡si algo aprendí de esta experiencia es cómo diseñar la cocina perfecta!). Mi cama era del tipo doble estándar y estaba completamente arrinconada con uno de los costados adosado contra la pared. Había un espacio muy estrecho entre el pie de la cama y la cuna de la bebé. Yo siempre dormía del lado de "adentro" contra la pared, de manera que la única forma de salir era gateando hacia atrás o haciendo que mi ex-marido se levantara. Con mi salud tan deteriorada a raíz del parto (según se relata en otra parte) la opción de gatear resultaba sumamente difícil para mi una vez me encontraba acostada, así que estaba más o menos atorada por el resto de la noche.

Una noche algo me despertó, aunque no sé exactamente de qué se trataba. Era un sonido, una especie de zumbido grave o tal vez un "ronroneo" ahogado, si se pudiera describir de esa forma. Yo estaba demasiado cansada, me sentía casi drogada, así que me resultaba difícil abrir los ojos. Sin embargo, sentí que debía investigar la causa del disturbio, y me obligué a abrir los ojos y levantar la cabeza de la almohada para poder echar un vistazo. Entonces noté la cosa más extraña que aun hoy no puedo explicar de manera satisfactoria: vi una luz, si bien no una luz ordinaria. Estaba penetrando las paredes de la casa a través de lo que parecían ser grietas muy pequeñas y aberturas a lo largo de ellas. Penetraba por las ventanas también, pero los haces diminutos como agujas que se colaban por las paredes eran muy extraños. Casi parecían sólidos, como hilos de cristal o filigrana de hielo. No hace falta decir que me quedé muy extrañada. No podía pensar en un tipo de luz tan poderosa como para colarse por unas hendiduras en las paredes que bien podían ser microscópicas. Nunca he visto a los rayos solares hacer algo así, a pesar de que sabía que la estructura de la cabaña ciertamente presentaba finas aberturas. Toda la habitación parecía estar cruzada de un lado a otro con estos haces de luz.

Así que, confrontada con esta extraña luz, ¿qué fue lo que me dije a mi misma? Que posiblemente se trataba de un grupo de amigos de mi ex-marido jugándole una broma a este al manejar en convoy hasta el frente de la casa con sus vehículos tipo "todo terreno" y sus luces halógenas en lo alto de las cabinas encendidas y apuntando hacia la casa. El único problema con esta explicación era que yo en realidad no tenía conocimiento de que mi ex-marido tuviera amigos con vehículos tipo "todo terreno" equipados con luces halógenas.

No obstante, sin dejar que este pequeño detalle me molestara, decidí que debían ser SUS amigos jugándole una broma y que yo estaba demasiado cansada para reír, así que dejaría que fuera él quien se levantara a lidiar con ellos. ¡Cómo se atrevían a aparecerse en mitad de la noche a jugar sus tontos juegos cuando él debía levantarse muy temprano para salir a trabajar! Más aun, ¡yo requería urgentemente del sueño! Y eso es justamente lo que hice: ¡me cubrí la cabeza con las cobijas y volví a dormirme!

Lo siguiente que recuerdo es que me encontraba sufriendo de dolor, no en un lugar específico, porque todavía me encontraba muy frágil luego de meses de convalecencia posteriores al parto (a raíz del cual, y como he dicho en otra parte, hube de estar confinada a una cama a causa de las lesiones pélvicas sufridas) y todavía a estas alturas hasta la más leve actividad me provocaba dolores en todo el cuerpo. No obstante, sí pude percibir un epicentro de dolor en el área del abdomen que cruzaba hasta la espalda, similar a las primeras señales de parto. El dolor me despertó, pero lo que resultó muy extraño fue que al despertar, ¡me encontré dando la cara contra los pies de mi ex-marido!

 

Estaba en una posición completamente invertida en la cama. Además, mi camisón de dormir se encontraba mojado de las rodillas hacia abajo. La operación de incorporarme hasta una posición sentada contra la pared para luego recoger mis piernas una a la vez y girarlas hacia el pie de la cama de manera que pudiera ponerme de pie y verificar qué cosa había sucedido, resultó sumamente dolorosa para mí, pero de alguna forma conseguí hacerlo. Entonces me quedé allí pensando en la posible causa de que mi camisón se encontrara mojado. Con un fósforo encendí una lámpara para buscar alguna ropa seca que ponerme. Recuerdo haberme sentido casi histérica al tratar de encontrar una explicación racional para todo aquello, y cuando me quité el camisón noté que estaba cubierto de pequeñas manchas oscuras, semillas y polen del zacate bahía que crecía hasta la altura de las rodillas en la parte posterior de la propiedad. ¿Cómo podía explicar esto?

 

Me dije a mi misma que debía haberme levantado durante la noche para ir al baño y que seguramente había mojado mi camisón en las cubetas de agua que siempre teníamos a mano para llenar el tanque del inodoro (había insistido en que tuviéramos conveniencias sanitarias aun cuando hubiéramos de operarlas manualmente). Sin embargo, de alguna manera debía haber olvidado que hice todo esto. Ni siquiera traté de explicarme el hecho de que me había encontrado dentro de la cama en una posición invertida.

Esa era la explicación que me había dado a MI MISMA. No parecía tener mucho sentido porque nunca me ha sucedido, antes o después del evento, que me levantara en el transcurso de la noche y no fuera capaz de recordarlo o que no estuviera consciente de las cosas que estaba haciendo. Recuerdo haber echado el camisón de dormir en la canasta en forma de una bola apretada para no tener que mirarlo nuevamente, y cuando finalmente hube de lavarlo lo hice a toda prisa, como si quisiera borrar toda memoria del asunto.

Esa explicación, evidentemente, hacía agua por todos los costados, considerando mi condición física y las dificultades logísticas de tan siquiera haber salido de la cama, pero eso era algo que no me molestaba: la había concebido y la había aceptado. Aquellas partes que no podía explicar, simplemente las había barrido "debajo de la alfombra". Tenía que hacerlo, ¿qué otra salida tenía? Me pregunto cuántas personas más tienen experiencias como estas a las que dan "explicaciones" similares.

Por este época mi condición cardiaca comenzó a deteriorarse, y empecé a sufrir de algo más que "reflujos", o fibrilaciones: ahora tenía ataques de angina aproximadamente todas las semanas involucrando ambos brazos, pero con una preponderancia de la dolencia en el lado izquierdo. También tuve la recurrencia de una antigua dolencia, endometriosis, que se convirtió en una fuente de dolor constante (hube de someterme a un examen de D&C y a una laparoscopía que revelaron la presencia de un caso severo de adenomiosis). Y los dolores de cabeza... Estos eran tan severos que el mismo acto de respirar podía convertirse en una agonía.

Nada podía aliviar este dolor: ninguna droga, ninguna terapia, ninguna solución. Comenzaba de una manera inusual con una hinchazón de la cabeza en el hueso occipital, justo donde el cráneo sienta sobre el cuello. Algunas veces la hinchazón era del tamaño de una pelota de golf y desde allí el dolor irradiaba en agudas ondas pulsantes hasta que me aprisionaba como un casco de acero que presionaba mi cabeza en forma tal que parecería a punto de reventar en pedazos; no podía imaginar un desenlace diferente para tal agonía. La única manera de lidiar con esto (dejando de lado toda expectativa de alivio por acción de algún medio externo) era yacer totalmente inmóvil en medio de una absoluta oscuridad y respirar en la forma más leve posible para minimizar todo movimiento. Esta situación se prolongaba por períodos de hasta una semana cada vez, en los que a duras penas podía intercalar cortos lapsos de sueño, hasta que finalmente caía en un sueño profundo como resultado del absoluto agotamiento que significaba el constante esfuerzo para conservar mi cordura de cara a este tormento indecible, para luego despertar al fin libre de dolor, si bien anticipando en mudo terror el inevitable próximo ataque.

Como si todo esto no fuera suficiente, tenía constantemente que lidiar con infecciones de oído de tal magnitud que el lado de mi cabeza que era afectado se hinchaba hasta el punto de que el oído se cerraba completamente, obstruyendo el flujo de líquidos que salía cada vez que el oído interno sufría una ruptura y provocaba una oleada de dolor que haría caer de rodillas en súplica de misericordia al más valiente. Un hecho curioso acerca de estas rupturas regulares y crónicas de mi oído, es que no había señales de advertencia. No había ninguna lenta agudización de la sensación de que algo estaba mal: sencillamente despertaba con un lado de mi cabeza hinchado, víctima de una fuerte dolor y en el curso de un día la situación degeneraba en crítica, ameritando una visita a la sala de emergencia del hospital. No puedo evitar reír (si bien no es asunto de broma para aquellos que hayan sufrido cosa semejante) cuando pienso en uno de los médicos que alguna vez sugirió tomar una muestra del fluido que salía de mi oído inflamado.

Esta doctora se colocó a mi lado con una mota de algodón y la intención de insertarla en mi resentido canal auditivo para restregarla gentilmente. En el instante mismo en que me tocó, la explosión de dolor se transmitió a mi brazo y el golpe reflejo casi la rebota hasta el otro lado de la habitación. Entonces entendió que cuando yo decía MUCHO dolor, no estaba bromeando. Y para aquellos que piensen que soy una quejumbrosa, solamente quiero decir que ya por esta época había tenido cuatro niños, y que el parto de uno de ellos requirió de una separación de pelvis (tormento indecible) y que nunca levanté mi voz en queja, o proferí tan siquiera un grito, o hice otra cosa que no fuera gemir de la manera más discreta. En mi familia siempre se tuvo la costumbre de sobrellevar el dolor con dignidad y sin quejas. ¡A ninguno se le ocurriría agredir a un médico mientras este trataba de aliviarle sus problemas!

Mi solución a todo esto era meditar aun más y continuar paralelamente con mis lecturas e interminables anotaciones. Aun no había dejado de lado mi empeño por ahogar todas mis emociones dentro del Amor Divino, así que entonces la meditación enfocada de esta manera era una actividad diaria, o inclusive de mayor frecuencia. Para mi la meditación es un proceso dual. Aprendería posteriormente que algunos sistemas se refieren a mi método particular como el de "meditación seminal". El proceso realmente da inicio en forma de contemplación, enfocando la consciencia en una idea o imagen. Es bastante ortodoxo, según pienso.

Mi práctica meditativa progresó rápidamente, como tuve oportunidad de descubrir posteriormente mediante el estudio de algunos textos avanzados. En aquel entonces, sin embargo, realmente no tenía ninguna guía ni tampoco había estudiado el método en profundidad, aparte de leer ACERCA de los caminos de la meditación. No obstante y como resultado de esta actividad, luego de algunos meses de práctica me encontré a mi misma constantemente como "flotando en el espacio" por períodos de hasta tres horas seguidas para luego volver al estado de consciencia normal con una sensación de que el tiempo casi no había fluido. El único problema era que parecía incapaz de traer nada de vuelta conmigo. No tenía idea de lo que había sucedido, hacia qué sitios se había desplazado mi mente, o qué había estado haciendo mi consciencia. Sí podía notar que me sentía más en paz y en mejor disposición de lidiar con las dificultades de mi vida, pero no dejaba de ser frustrante el no poder obtener algo más "concreto" como resultado de todo este esfuerzo.

Por razones prácticas generalmente meditaba mientras me encontrada acostada sobre mi cama. Algunas personas no pueden hacer esto porque tienden a quedarse dormidas, pero eso nunca fue un problema en mi caso. Podía "flotar" hacia el espacio mientras meditaba, "retornar" algún tiempo después, y LUEGO caer dormida si estaban ya entradas las horas de la noche. Por lo general me encontraba muy a disgusto en cualquier posición que adoptara, así que el conseguir algo de sueño era algo problemático, aun SIN meditar con anterioridad. Una noche, luego de un día particularmente extenuante como resultado de la lucha constante por sobrellevar mi condición, no puedo recordar claramente el motivo de que me sintiera tan extremadamente infeliz en ese momento, posiblemente una combinación de tener el constante dolor, la presión de hacer que los ingresos familiares alcanzaran para todas las necesidades, un estado de ansiedad por el bienestar y futuro de los niños, el sentimiento estar completamente sola en mi matrimonio era mi costumbre, de todas formas, utilizar todos los sinsabores e infelicidad acumuladas a manera de combustible para echar a andar el proceso meditativo.

El ser capaz de conjurar una sensación de amor y paz en medio de tantas dificultades era parte del reto y, en buena manera, el propósito subyacente. Estando ya en la cama esperé a que mi ex-marido se durmiera. Su actitud general acerca de la dirección que tomaban mis intereses era, en apariencia al menos, tolerante, pero siempre encontraba la forma de decir o hacer algo que operara a manera de sutil torniquete para estrangular el flujo de mi trabajo siempre que se enterase de lo que estaba haciendo. Si estaba seguro de que yo necesitaba un poco de silencio para mi meditación, se las agenciaba para de repente "tener" que hacer algún tipo de ruido, a raíz de lo cual se disculparía profusamente, tan solo para luego volver a hacer lo mismo una y otra vez. Una vez se hubo dormido, comencé con mis ejercicios de respiración. Esta es una parte del proceso que yo había tomado prestada de mi entrenamiento como hipnoterapeuta y que había resultado en extremo útil (luego me enteraría de que la terapia de hipnosis a su vez la había tomado prestada de ciertos sistemas de meditación más antiguos).

 

En este punto, no tengo idea de lo que sucedió. Todo lo que puedo recordar es haber comenzado la fase de respiración previa a la etapa contemplativa del ejercicio para luego ser tironeada de vuelta al estado consciente con una sensación que solo puedo describir como de "exacerbada turbulencia" en la región abdominal. Era tan poderosa que, en primera instancia, parecía ser íntegramente física como si tuviera una agitación en mis órganos internos que derivaría inevitablemente en una especie de reflujo hacia arriba. Podía sentir que se incrementaba en intensidad y que en cualquier momento viajaría en dirección ascendente, y sentí temor de que alguna cosa extraña estuviera sucediendo con mi cuerpo de la cual no tenía ningún conocimiento. Sabía que tenía que salir de la cama y correr afuera antes de que "aquello" sucediera, si bien no tenía idea de qué era exactamente "aquello".

Me encontré a mí misma sujetándome la garganta con fuerza, porque podía sentir como se constreñían los músculos internos de ésta conforme, una detrás de otra, las oleadas de energía se agolpaban a la manera de explosiones de gases previas a la erupción de un volcán. Como pude salí de la cama, apoyándome en las paredes con una mano mientras agarraba con la otra mi garganta y apretaba fuertemente los dientes en un intento por contener cualquier cosa que estuviera luchando por salir y evitar perturbar el sueño de mi ex-marido y de los niños. Por lo que a mí concernía, ¡de seguro iba a vomitar de manera desagradable y violenta! Corrí hacia el porche donde teníamos un sofá de jardín y me desplomé sobre este justo antes de que comenzara la expelida.

Quisiera tener mejores palabras para describir esto, pero simplemente no hay otras más que las que se aplican a descripciones de eventos ordinarios que no se acercan en esencia ni intensidad a lo que en verdad ocurría. Lo que salió de mí fue una serie entrecortada de sollozos y gemidos que eran absolutamente primigenios y que provenían de algún sitio recóndito de mi alma que desafía cualquier intento de explicación. Acompañando a estos gemidos o más exactamente, incrustados dentro de ellos, había imágenes, visiones, escenas completas con su carga de contenido emocional e implicaciones de contexto específico, todo transmitido en un instante. Era como la descripción cajonera de "la vida entera proyectada en rápida sucesión de imágenes", solo que en este caso no se trataba de sucesos de la vida PRESENTE. Era una vida detrás de otra. Sabía que era yo misma en cada una de las escenas, que las escenas que estaba contemplando eran viñetas de otras vidas, y que yo experimentaba cada cosa a través de todos estos individuos.

¡Y aquellas lágrimas! ¡Dios mío! No tenía idea de que la fisiología humana fuera capaz de producir tales cantidades de líquido de manera tan rápida. Si hubiera sido esta una sesión de una hora de llanto intenso, quizás solo hubiera conseguido pasar a la historia como una de esas reacciones histéricas, tal vez sintomática del SPM (Síndrome Post-Menopáusico). Pero esta actividad tenía una vida autónoma; ¡se prolongó sin tregua alguna por más de 5 horas! Yo no tenía absolutamente ningún control del asunto. Si trataba de aminorar la intensidad, detener del todo el proceso o sintonizar mi mente en otra dirección, la sensación interna de una inminente y explosiva erupción rápidamente me atenazaba de nuevo, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se tensaran hasta que de nuevo perdía todo control de la situación.

 

Tan solo podía sentarme allí reducida a la condición de un "instrumento de dolor y lamentaciones", y literalmente exprimir mi corazón en lágrimas por todos los horrores de la historia en los que aparentemente había tenido algún tipo de participación o de los que cuando menos había sido testigo mudo. Creo que en algunos casos de los que nada más estaba yo consciente de lo que pasaba, sin haber tenido ninguna participación directa. Y algunas eran escenas verdaderamente terribles; plaga, pestilencia, muerte y destrucción. Una escena sucediéndose a otra, seres queridos de pie un momento y al siguiente aplastados o yaciendo en cúmulos sangrientos.

 

Rapacidad, pillaje, saqueo, ríos de sangre, matanzas, carnicerías despiadadas en todas sus manifestaciones desfilaban frente a mis ojos; holocaustos e infiernos. Ira y rabia desbocada, sed de sangre y furia desatada, asesinato y locura, todo a mi alrededor, donde quiera que mirara. Males amontonándose encima de más males cual pila de cuerpos desmembrados. Y el dolor de los siglos, las lágrimas contenidas por milenios, la culpa, remordimiento y penitencia, todo fluyendo a través de mi; derritiendo y disolviendo la pesada coraza que envolvía a mi corazón petrificado; mis lágrimas lavando los dolores acumulados: un verdadero océano de lágrimas.

A la vez que se daba toda esta liberación de mundos de culpa y dolor acumulados a lo largo de muchas vidas, había una "voz" en el fondo que me reconfortaba y calmaba, entonando una y otra vez lo mismo: "No es tu culpa, no se te hace responsable, no podías saberlo". Y entonces llegué al entendimiento de algo en lo más profundo de mi ser. Comprendí que el "pecado original" no existe. Comprendí que el cúmulo de terrores y sufrimientos que la humanidad ha experimentado en el transcurso de la vida sobre la Tierra NO es el resultado de alguna clase de "error" o aberración. No se trata de un castigo ni tampoco de una situación de la cual uno pueda ser "salvado": entendí que cada escena de sufrimiento y de despiadada crueldad era el RESULTADO DE LA IGNORANCIA. Es más fácil comprender esta idea cuando uno piensa en algo como las Cruzadas o la Inquisición.

 

Es posible seguir la secuencia de razonamientos torcidos que lleva desde la idea del Amor a Dios hasta la necesidad de imponer en los demás este Amor a Dios "por su propio bien" e inclusive ver cómo, llevado al extremo, este razonamiento puede desembocar en torturas y asesinatos totalmente justificables en la mente de personas que son movidas por el "Amor a Dios". Olvidemos por un momento a aquellos que han echado mano de tales filosofías y las han empleado de manera despiadada para su propio beneficio o para tejer toda clase de tramas políticas. Pensemos solo un momento en la sinceridad con que se abrazan tales filosofías y se emplean como justificación de actos inicuos, y veamos como todo está basado en IGNORANCIA. Más allá de todo esto, aquellos que se embarcaron en sus propias cruzadas en pos de una ganancia o por delirios de grandeza, operaban sobre la base de la ignorancia.

Cuando el flujo de energía, imágenes y lágrimas hubo cedido, fui embargada por una sensación tibia y balsámica que, casi podría decir, flotaba en el ambiente y avivaba la llama del amor por todas las cosas creadas. Fue una sensación a la vez extática, envolvente y eufórica que me infundió un asombro indescriptible y un tanto desconcertante por la naturaleza misma de la visión particular del mundo que se presentaba ante mis ojos.

El resultado de este evento fue un estado de prolongada "elevación" y "entrañable paz" que persistió por largo tiempo. Se podría inclusive decir que los efectos reverberan hasta el momento presente porque nunca más en lo sucesivo he podido caer en el enjuiciamiento de las demás personas, sin importar el grado de perfidia de sus acciones. Pude entender que todo aquello que hemos llamado "el Mal" o "la Perfidia" es una manifestación de la ignorancia y que no existe ninguna persona, sin importar qué tan santo o elevado su concepto de sí mismo sea, que no haya incurrido en una acción de derramamiento de la sangre de otro ser en algún momento o lugar. La renuencia por parte de Caín de asumir responsabilidad manifestada a través de su exclamación original "¿Acaso soy el guardián de mi hermano?" recae encima de todos nosotros por igual. Pero había otro punto de gran significación.

 

La Ignorancia nos pertenece por ESCOGENCIA, y es una escogencia hecha por una razón: para aprender y crecer en conocimiento, es decir, para aprender la manera de ejercer realmente nuestro poder de escoger y aprender en este nivel de la realidad cuales convicciones están fundadas en la ignorancia y cuales en la verdad, la belleza, el amor y la transparencia. No obstante, pude comprender como todo esto era como un eco de las palabras de Jesús en cuanto a que algunas cosas son brillantes y relucientes en su exterior, pero por dentro son sucias y llenas de podredumbre. Y no quiero sugerir que estaba viendo esta negatividad como algo sobre lo cual debía pasar juicio (claramente entendí su razón de ser y lugar en el esquema de todas las cosas como etapas dentro del ciclo de aprendizaje) pero fui inspirada a tratar de aprender cuanto fuera posible acerca de este mundo para poder manifestar de la mejor manera todo lo que proviene de la luz.

 

Estaba tan emocionada por esta "revelación" que tenía deseos de regresar directo a la iglesia para contarle a todo el mundo. En esa época, las únicas personas con las que teníamos alguna relación eran los miembros de la iglesia a la que asistíamos. Solían visitarnos de vez en cuando para averiguar la razón de que hubiéramos "abandonado" la congregación, y estas visitas me daban la oportunidad de hablar acerca de mi "diversificación" en términos de mis propias experiencias espirituales. En todos y cada uno de los casos recibía severas reprimendas por haberme dejado engañar por Satanás. ¡Vaya si era ingenua entonces!

Reflexioné mucho acerca de todo aquello. Me preguntaba si todo el drama de las visiones y las acciones del ministro que había sido un lobo en piel de oveja no podrían haber sido otra cosa que una dramatización orquestada con la finalidad de engañarme. El dilema me tenía realmente en ascuas. Por un lado, si todos ellos tenían razón y en verdad había sido engañada, podría ser que mi alma se encontrara en peligro. Pero si acaso estaban equivocados y yo tenía la razón, ¿qué podía decirse de toda la institución del Cristianismo organizado? Si ellos estaban equivocados acerca de algo tan fundamental, ¿cómo esperar que fuera correcto todo lo que había sido erigido encima de este error fundamental?

 

Esto me angustiaba sobremanera; si bien estaba lista para revisar y ajustar mi posición cristiana, no lo estaba para tirarlo todo por la ventana. Quiero decir, después de todo, luego de tantos años de investigación y estudio, todo lo acumulado en este proceso tenía una presencia distintiva en mi fuero interno. Cuando asumí la posición de cuestionar la existencia misma de Dios, eso ya era algo diferente: estaba formulando una pregunta. Pero al decidir que el Cristianismo simplemente estaba errado, fundamentalmente errado en virtud de que no había pecado original del que era menester ser salvado, no habría tampoco necesidad de un salvador, y eso era ya algo totalmente diferente. Implicaba hacer una escogencia.

Fue un asunto que me tomó años resolver. Así que lo dejaremos allí. Lo que sí es importante es que nunca más pude contemplar el asunto del pecado desde el mismo punto de vista. Cuando leía acerca de asesinatos y hechos de sangre totalmente desquiciados, sabía que se trataba de cosas en las que, en un estado de ignorancia, había tomado parte alguna vez en el pasado. Cuando alguna persona hacía algo que me hiriera, sabía que yo misma había hecho cosas similares. Ya no podría criticar acto alguno o persona alguna nunca más por cuanto sabía que sería como juzgarme a mí misma. Todo había sido un proceso de aprendizaje para mi crecimiento personal con cada experiencia. Aprendí las cosas que no debía hacer justamente a raíz de haberlas hecho y, en un sentido muy real, esta es la razón de ser del dolor y el sufrimiento. Es como un sistema de dirección automática que le mantiene a uno sobre la ruta del aprendizaje.

 

Pero el truco consiste en ser capaz de discernir la diferencia que hay entre la ruta que resulta físicamente más confortable pero que luego desemboca en grandes padecimientos psíquicos y del alma, y la ruta que puede resultar temporalmente más incómoda pero que eventualmente lleva a la paz del espíritu. Supongo que podría decirse que en cierto sentido había completado en buena parte el objetivo planteado por el "camino del amor", pero que el aprendizaje no terminaba allí. Aun era un ser humano ordinario tratando de funcionar en el "mundo real", con hijos reales y problemas reales con los cuales lidiar y era menester llegar a un cierto punto de balance en el que pudiera reconocer que todo el mundo se encuentra en su propio proceso de aprendizaje sin dejarme arrastrar hacia sus lecciones particulares. Eso fue algo que requirió de cierto tiempo; de no haber tenido niños, seguramente hubiera optado por retirarme del mundo para pasar el resto de mi vida en afanes de contemplación, estudio y recreación de vuelos extáticos.

Lo que realmente sucedió en el "mundo real" de los sucesos prácticos, fue una serie de acontecimientos que podría considerarse más o menos ordinarios, pero que a la luz de la cadena de eventos previos y en conjunción con mi estado de actividades internas, podría más bien verse como imbuidos de un cierto carácter "milagroso". Se podría inclusive decir que eran un reflejo directo del giro en mi perspectiva de las cosas. Súbitamente mi ex-marido recibió una oferta para un trabajo más agradable. Esto vino como resultado de que la persona que le hizo la oferta requería de ayuda para manejar su negocio a raíz de haber tomado la "súbita" decisión de expandirse y encontrar dificultades para lidiar con todo. Había pensado específicamente en mi ex-marido y se había dado a la tarea de averiguar su paradero para luego conducir su auto hasta lo recóndito de nuestra residencia y poder hacer su oferta. En esa oportunidad no había yo establecido ninguna conexión entre estos eventos externos y el "cambio" en mi estado interno, pero ciertamente estaba agradecida. Así, la apremiante preocupación acerca de si tendríamos lo suficiente para terminar la semana estaba resuelta.

Posteriormente un amigo dueño de un negocio que incluía una flotilla de camiones decidió que era tiempo de conseguir vehículos nuevos, posiblemente para poder deducir el costo de sus impuestos, así que ofreció vendernos uno de muy bajo millaje por menos de una quinta parte de su valor de mercado.

Hicimos un añadido a nuestra cabaña hasta casi duplicar nuestro espacio habitable, instalamos electricidad y cañerías y, básicamente, regresamos al "mundo real". Ya para esta época, por supuesto, yo había tenido que vender de mi piano y todas las joyas que me habían dado a lo largo de los años mis familiares y amigos. De no haberlo hecho, es seguro que en ocasiones no habría habido qué comer o los niños no habrían tenido su Navidad. Resumí mi trabajo como hipnoterapeuta que había abandonado durante mi etapa de "devota feligresa", y comencé a aprender las técnicas de Liberación de Espíritus. Fue en este punto que mi madre despertó de su "hechizo" y se dio cuenta de lo reprochable de su comportamiento.

 

Era ya muy tarde para rescatar el negocio o la propiedad que había sido vendida para mantener feliz a su "amigo", pero sí me devolvió el título de propiedad de la casa que había heredado de mis abuelos y de la cual nos había desahuciado tantos años atrás cuando muriera mi abuela. En el interim la había hipotecado fuertemente, así que no creo que sus motivos fueran del todo desinteresados, habida cuenta de que lo único que yo podía hacer era venderla, no obstante lo cual pude utilizar los fondos remanentes luego de que fuera cancelada la hipoteca para comprar una casa lo suficientemente grande como para acomodar a una creciente familia. Nada de esto, sin embargo, tiene mayor relevancia, así que lo dejaremos aquí.

Aun antes de habernos mudado, algo más había sucedido. Aproximadamente tres años después del nacimiento de mi cuarto hijo, una vieja amiga mía que había estado observando los eventos de mi vida detrás de bambalinas sin emitir juicios ni comentarios, decidió que yo tenía que tomarme un respiro alejándome por un tiempo de todas mis preocupaciones. Nunca había estado separada de mis hijos más que unos cuantos días, generalmente durante mis estadías en el hospital, y la idea me hacía sentir un poco incómoda, pero las "vacaciones" que se me proponían eran en este caso particular verdaderamente difíciles de rechazar.

 

Mi amiga y su marido tenían una casa de veraneo en Carolina del Norte, y por mucho tiempo habíamos estado siguiendo el trabajo de Al Miner quien canaliza las comunicaciones de una entidad que se llama a sí misma "Lama Sing". Iba a tener lugar una reunión de la gente interesada en este trabajo en Maggie Valley, organizada por una médico y su esposa, ambos amigos cercanos de Al. Habría charlas, meditación grupal, cenas y cosas por el estilo. No solamente sonaba como algo divertido, sino también como una ocasión para descubrir "algo" nuevo, si bien no tenía idea de qué podría ser. Decidí que iría.

En el "simposio", todo transcurría de la manera en que podría esperarse en un evento de ese tipo. Gente que aseguraba poder ver las auras, o que deambulaba con expresiones extáticas en sus rostros mientras sentenciaba cuán maravilloso era el "nivel de energía presente", y las charlas eran a la vez apasionadas e interesantes. Luego, la esposa del médico que patrocinaba el evento y quien era, según creo, una psicoterapeuta o consejera de algún tipo, dio una charla acerca de la cantidad considerable de personas que habían comenzado a manifestar "memorias reencarnacionales" de los eventos del Holocausto. Esto tuvo un efecto bastante inusual en mí, sumiéndome en una racha de llanto incontrolable. Tuve que dejar el recinto para refugiarme en uno de los cubículos del tocador de damas hasta que esta charla en particular terminara. Realmente pensé que estaba perdiendo control de mí misma porque anteriormente no había habido COSA ALGUNA que me afectara de tal forma en público. Caray, no solamente NO SOY de las personas que desnuda su corazón en la presencia de otros; ¡ni siquiera me gusta bailar en público porque siempre he sentido que eso rebaja mi dignidad!

Luego, en el último día del simposio, sobrevino el dolor de cabeza. Cuando mi amiga salió para ir a una de las meditaciones en grupo, yo me quedé sola en la penumbra de la habitación del motel con toallas húmedas y hielo en la cabeza tratando de reducir la hinchazón. Por fortuna, ya para cuando al día siguiente nos habíamos reunido a compartir un desayuno de despedida, el dolor se había aplacado lo suficiente como para permitirme empacar y en general funcionar de una manera normal. Durante el desayuno, una de las damas que estaba sentada en nuestra mesa comentó de manera casual cuan hermoso era el vestido que yo había llevado a la meditación del día anterior. La miré sorprendida y le dije que yo no había asistida a la misma por encontrarme enferma.

 

Ella fijó sus ojos en mí y dijo: "¡Pero si yo la vi claramente y estoy segura de NO equivocarme!" En el curso del simposio habíamos conocido a dos damas entradas en años pero muy vivaces y enormemente entretenidas: era una verdadera delicia conversar con ellas. Una de ellas había tenido cierto entrenamiento formal en técnicas de hipnosis y de meditación avanzada, y mi amiga y yo discutimos acerca de la posibilidad de invitarles a la casa de veraneo, donde planeábamos pasar unos cuantos días más antes de emprender el regreso al hogar. Ellas pensaron que sería divertido: hacer pequeñas excursiones a las "minas" del lugar para recolectar rocas, y cosas por el estilo; en general, pasarla como se acostumbra en un círculo de "viejas" desenfadadas.

Luego de conducir todo el día por entre las montañas, llegamos a la casa que se encontraba bastante aislada al final de un viejo camino maderero al borde del Bosque Nacional de Nantahela. Era un sitio deliciosamente pacífico e ideal para nuestras meditaciones "experimentales". Nuestra nueva amiga (le llamaremos "June") iba a dirigir una meditación acompañada de los sonidos musicales de su cinta magnetofónica. Todas buscamos algún sitio confortable y comenzamos a escuchar sus instrucciones. Recuerdo haber pasado por los ejercicios de respiración y haberme concentrado en los sonidos de la música, pero a partir de ese punto, parecía que mi consciencia interior tenía sus propios planes. Sentí que me elevaba fuera de mi cuerpo y ¡zaz!, de pronto estaba como flotando enfrente de la pared rocosa de una alta montaña en la que podía percibir una grita.

 

Sabía que pocas personas podían pasar por semejante grieta, y hacer el intento de deslizarse por entre la abertura sin ser una de esa personas resultaría en una especie de "choque" emocional. No obstante esto decidí hacer el intento. Simplemente me enfoqué visualmente en la meta con una especie de resolución volitiva y enseguida estaba emergiendo al otro lado, en el borde de un hermoso valle. Había praderas lustrosas y florecillas silvestres con una luminiscencia y "vivacidad" increíbles. El pasto se mecía con la caricia de la brisa, según me parecía, a pesar de que esta brisa era más bien una especie de caricia "consciente" sobre el pasto y el vaivén de este era como un respuesta "consciente" a la caricia, a la manera del ronroneo de un gato.

Me encontré a mí misma dentro de una suerte de corporeidad semisólida, y comencé a caminar a través de la hierba; esta "recibía" mis pasos, acariciando mis piernas mientras yo me sentía fundirme cada vez más con ella con cada paso que daba. Parecía como si la hierba se moviera junto a mí, más que ser yo quien caminaba a través de ella. Divisé una tienda a rayas a cierta distancia, con banderolas en los extremos de unos postes ondeando al soplo de la brisa "conscientemente acariciante", pero se encontraba al otro lado de un pequeño río. Sabía que esta tienda era el lugar al que me dirigía, si bien no había una sensación de "tener que ir hacia allí". Sentí curiosidad por saber cual sería la sensación al meter mis pies en el agua del río. Miré al agua que era cristalina y centelleaba con el "resplandor" del sol, a pesar de no poder vislumbrar ningún sol en el cielo.

 

Podría decirse que los reflejos de esa luz danzarina en el agua eran una especie de juego consciente entre los elementos de ese ambiente: una interacción de la intensa luz y el agua misma de su propia voluntad. Entré en el agua, notando que mis pies estaban descalzos y mi cuerpo estaba vestido con una especie de túnica inferior de color blanco sobrecubierta por otra túnica de rayas que hube de levantar para evitar que se mojara. Me sorprendió sentir la corriente moverse rápidamente, ¡no obstante que me daba la sensación de "fundirse" con mis pies! Estaba fascinada por los destellos que emitían los guijarros del fondo, que estaban pulidos y no dejaban de relucir a través de las ondulaciones del agua.

Crucé el río, consciente de que era esta una experiencia muy intensa que debía encerrar algún significado profundo. Una vez llegué a la otra orilla, estaba a la vez feliz por haber "pasado" esta especie de prueba y triste de que la experiencia hubiese terminado. Me acerqué a la tienda y había dos hombres sentados bajo una especie de toldo exterior a la manera de un porche, sobre una alfombra extendida sobre la hierba. También vestían como yo. La tienda tenía rayas estampadas con el mismo patrón de nuestras túnicas externas, y los colores de estas rayas eran rojo, blanco y negro, con un delgado borde de lapislázuli en cada raya. Uno de los hombres se dirigió a mí: "Hemos estado esperando por mucho tiempo y nos embarga la dicha al verte de nuevo".

 

Por alguna razón, esto no me pareció del todo inusual. Tenía la sensación de que este "encuentro" había sido arreglado hacía mucho "tiempo". Hice una pequeña reverencia y asentí ante el saludo. Luego el otro hombre dijo: "Él está adentro". Eso tampoco era del todo inesperado. Agaché mi cabeza para entrar en la tienda y vi que había un hombre, un hombre viejo con una piel "joven" e iridiscente como la porcelana, de pie en el interior. Al posar sus ojos en mí tuvo una expresión de absoluta felicidad y satisfacción. Me abrazó fuertemente besándome ambas mejillas, apenas pudiendo contener las lágrimas. "Partiremos el pan primero", dijo. De nuevo, esto no me pareció extraño, y no tenía ninguna duda de lo que significaba "primero", ¡si bien no tenía manera de saberlo!

Nos sentamos sobre la alfombra junto a una pequeña mesa. Los otros dos hombres entraron con cuencos llenos de pan y leche. Había una copa dorada sobre la mesa conteniendo algo que parecía vino. El anciano cortó una gran rebanada de pan en pedazos similares ofreciendo uno a cada uno de nosotros. Lo mojamos en la leche y lo comimos. Luego tomó la copa, pasó sus manos sobre ella, sopló el contenido, y bebió, extendiéndola enseguida hacia mí. Yo tomé de ella y también bebí, haciendo que se dibujara una expresión de felicidad en el rostro de cada uno. Entonces el anciano se incorporó y se dirigió a una habitación "interior" a través de una puerta, y yo sabía que debía seguirle hacia adentro. En esta habitación había un arcón dorado del tamaño de una panera. Lo abrió y sacó un largo collar. Era este el collar más extraño que yo hubiera visto jamás. Estaba hecho de una serie de esferas doradas en sucesión de tamaño, con la más pequeña del tamaño de una canica y la mayor, justo en el centro, del tamaño de una pelota de ping-pong.

 

Suspendida en el centro había una figurilla de oro con una enorme piedra engastada. La figurilla consistía en dos cuernos en espiral similares a los cuernos de un carnero, a ambos lados de una superficie plana sobre la cual estaba fijada la piedra. La superficie plana era extraña en virtud de que parecía "circular", si bien era "triangular". Cómo podía ser las dos cosas no puedo explicarlo, pero así era. La parte circular parecía ser una función de la piedra que estaba redondeada como una pelota de ping-pong cortada en dos. Pero eran las características de la piedra las que me fascinaban. Imaginen la combinación de un diamante y un ópalo y tendrán una idea de su apariencia. Era lechosa y no obstante esto, cristalina, con destellos flamígeros y emitía colores como un ópalo, pero a la vez era brillante y transparente como un diamante. La cualidad "viviente" de esta piedra era evidente, y yo estaba maravillada.

El anciano se volvió y me miró con detenimiento, escudriñando mis ojos en busca de algo. Sostenía el collar con ambas manos y sin tocarlo, suspendido en el aire, hasta que finalmente dijo: "¿Entiendes?". Yo respondí: "Sí". Y lo que fue inmediatamente evidente en mi fuero interno era que, si aceptaba la piedra, habría de asumir ciertas "consecuencias". Las consecuencias eran que cualquier manifestación de falsedad en mi se volvería en mi contra y destruiría el instrumento con el cual estaba operando, es decir, el cuerpo físico de mi presente encarnación, no importando si había habido intencionalidad o no. Estaba siendo encargada de buscar y proferir palabras de verdad sin cabida alguna para "pensamientos anhelantes" subjetivos. Al aceptar esta condición estaba recayendo sobre mí una enorme responsabilidad y riesgo. Era algo sobrecogedor e inclusive intimidante.

 

Pero el temor pasó rápidamente. "¿Aceptas?", preguntó el anciano. "Acepto", dije yo e incliné la cabeza para recibir la piedra. El colocó el collar suavemente alrededor de mi cuello, ajustándolo en los hombros para que la piedra descansara exactamente sobre la base del esternón. Recibí de nuevo un abrazo, y salimos de la habitación interior para encontrar a los otros hombres que habían estado esperando. Cuando vieron la piedra, sus rostros se encendieron de gozo, juntaron las manos y se inclinaron mientras yo pasaba a su lado. Solo pude asentir con la vista, ya que sabía que no podía proferir otra palabra en ese espacio.

Lo siguiente que recuerdo es la voz distante de June llamándome por mi nombre una y otra vez. Como si fuera un cohete, me disparé por entre la hendidura de la roca y me encontré sobre la montaña donde estaba la casa que alojaba mi cuerpo mortal, y luego estaba dentro de mi cuerpo, regresando como si estuviera emergiendo de un oscuro túnel hacia la luz de este mundo. Abrí mis ojos y allí estaban mis amigas, ¡riendo de cómo me había "dormido" durante todo el ejercicio!

Traté de decir que algo extraordinario me había ocurrido, pero no supe encontrar las palabras adecuadas. Encontré que no podía describir la experiencia de otra manera que no fuera en términos más bien prosaicos, para diversión de todas ellas, así que decidí que no debía hablar más al respecto siendo lo mejor guardar todos los detalles para mí sola. Preguntaron qué era esa piedra cuando traté de describirla, y lo único que se me vino a la mente era decir que se llamaba La Piedra Susurrante. Debo mencionar que, poco tiempo después de haber iniciado las prácticas de meditación, comencé a estar consciente de una extraña anomalía.

 

Ciertos objetos se rompían en mi presencia sin causa aparente. Cosas como vasos de cristal, lámparas de gas (recuerden, habíamos estado viviendo por largo tiempo sin electricidad) y otras cosas por el estilo. Había ensayado la explicación de "rápidos cambios de temperatura" tal y como ocurre cuando se vierte agua hirviendo dentro de un vaso, pero no resultaba demasiado plausible, especialmente durante el verano cuando o el vaso en cuestión se encontraba sin contenido alguno, o la lámpara había estado sentada en algún anaquel sin que se le hubiera utilizado en todo el día. Otra cosa más para esconder "barrer" de la alfombra.

Sin embargo, en nuestro viaje de regreso camino abajo de las montañas iba yo pensando en la piedra y como habría de enfrentar el asunto de las "condiciones" aceptadas durante mi existencia ordinaria y en especial en lo referente a mi relación con mi entonces marido, y justo en ese instante el vidrio trasero del carro de mi amiga explotó con un fuerte ruido similar al disparo de un cañón. Nos sorprendimos tanto que ella pisó fuertemente los frenos y de inmediato miramos alrededor. Ella miró por el espejo retrovisor mientras yo tornaba la vista, y a un tiempo ambas vimos como la ventana se había tornado de un color lechoso y estaba llena de diminutas fracturas en el vidrio temperado. En ese preciso instante comenzó a llover. Miramos en todas direcciones y no pudimos divisar ningún automóvil o sitio alguno desde el que se hubiera podido lanzar algún tipo de misil.

 

De hecho, tampoco parecía haber ningún "punto de impacto". La ventana estaba aun en una sola pieza, pero completamente cubierta por las líneas de fractura, de manera que era imposible mirar a través de ella. ¡Fabuloso! Allí estábamos las dos, ¡con cerca de cuatrocientas millas aun por recorrer, una ventana posterior hecha añicos y una pila de maletas y "souvenirs" en el asiento posterior! No obstante, la ventana parecía poder aguantar en una pieza, así que seguimos adelante, si bien a velocidad reducida. En algún momento decidimos evaluar la situación, así que una vez hubimos encontrado algún lugar para detenernos (que resultó ser una estación de gasolina cerrada), salimos de la carretera. En el instante mismo en que pasamos sobre el desnivel del pavimento, ¡la ventana se desplomó en una lluvia de diminutos pedazos de vidrio!

Bueno, no había otra cosa que hacer más que encontrar algún lugar en el que pudiéramos pasar la noche, cubrir el carro, y salir de nuevo al día siguiente. Encontramos un motel donde el dueño amablemente nos prestó su propio garaje y al día siguiente conducimos hasta la ciudad más cercana que tenía un distribuidor afiliado a la marca del automóvil. El auto fue reparado, pero los mecánicos estaban completamente extrañados. No pudieron encontrar ninguna explicación al hecho de que la ventana se hubiera despedazado de súbito. Otro incidente similar me sucedió poco tiempo después de haber regresado a casa. Para ese entonces habíamos hecho la adición de una nueva habitación a la "cabaña", que ahora se había convertido en una casa, y esta habitación estaba flanqueada por sendos paneles de vidrio conformando dos grandes ventanas de cuatro por seis pies.

 

La casa estaba situada en medio de un arboleda y era prácticamente como tener la campiña adentro mismo. La cabecera de la cama estaba colocada contra uno de los ventanales y yo disfrutaba mucho al estar dentro de esta habitación, en especial cuando llovía. Me encontraba meditando en la cama, y mi ex-marido ingresó a la casa olvidando sujetar la puerta de cedazo para evitar que se azotara contra el dintel. Cuando se cerró de golpe, sentí un fuerte "tironazo" interno y en ese mismo momento, la ventana en la cabecera de la cama explotó de la misma forma en que lo había hecho la ventana trasera del automóvil unos meses atrás. De nuevo, se trataba de vidrio temperado, así que hubo un pequeño lapso antes de que comenzara a caer, lentamente en un principio, y luego de una sola vez, desplomándose encima mío.

De sobra está decir que a partir de ese momento mi marido comenzó a ser más cauteloso para evitar "tironear mi cadena". El estaba muy al tanto de la ya casi docena de vasos y lámparas de cristal que se habían quebrado, pero esto ya era llevar las cosas a un nivel superior. ¡Diantre! ¡Tal vez hasta comenzaba a pensar que yo era alguna clase de bruja! De cualquier manera, todo esto creaba un distanciamiento entre los dos en vista de que comenzaba a sentirse atemorizado. Debo admitir que yo misma me sentía atemorizada en algunas ocasiones: no tenía idea de lo que estaba sucediendo dentro de mí o alrededor de mí. Solo sabía que me encontraba en una especie de "senda" y debía seguir actuando consecuentemente con ese hecho, porque obrar en contra de lo que parecía natural era de alguna manera imposible.

 

Pensaba que todo ello era similar a "caminar sobre el agua". En mi mente me imaginaba en medio de un vasto océano sobre el que se dibujaba una dirección a seguir, pero cada paso adelante era a la vez un acto de fe y una evaluación concienzuda de las probabilidades involucradas. Tenía una buena idea de donde se encontraban los apoyos que yacían sumergidos justo debajo de la superficie del agua, pero no se me permitía verlos antes de que mi pie tocara el agua con cada paso que daba. Sabía que en cualquier momento podría descubrir que mi pie no iba a descansar sobre NINGUNA de la estructuras de soporte, con lo cual caería y me sumergiría en las olas. Pero ya es suficiente de experiencias meditativas.

Damos ahora un salto de varios años a la época que en que tienen lugar los acontecimientos relatados en "Gracia Inapreciable" y en el artículo del "St. Pete Times", cuando tuve la "experiencia reveladora" de los Bumeranes Voladores Negros, operadora de otro gran cambio interno. El lector habrá podido notar que ninguna de las experiencias dictó la "última palabra". Las cosas se sucedían por etapas y en incrementos graduales a lo largo de los años. Y eso por supuesto significa que el proceso aun sigue su marcha hoy día. Tal y como lo indicara en "Gracia Inapreciable", fue durante esta época que mi sistema fisiológico se averió por completo. Mi nivel de funcionalidad había sido precario por un buen número de años, y ahora se había vuelto un asunto crítico.

 

Me obligaba a mí misma a funcionar por obra de pura voluntad (¿la senda del fakir?), pero podía observar como la tendencia era hacia el deterioro progresivo y sabía que si no se operaba un cambio, iba a morirme con toda certeza. Sabía que moriría porque la voluntad que me sustentaba se erosionaba cada vez más por obra del constante dolor. Mis pies no podían soportarme por más de unos cuantos minutos a la vez porque el dolor en las regiones pélvica y lumbar hacía que todos los músculos tuvieran una reacción espasmódica que desembocaba en una parálisis espástica cuando los músculos se rehusaban a seguir funcionando. Los músculos que trabajan en el soporte estructural del cuerpo, en las operaciones de transición entre la postura sentada y la postura erguida, los que operan el levantamiento de las piernas para la actividad del caminar y otros similares, no obstante ser relativamente ordinarios, estaban severamente discapacitados.

Requería constante asistencia para sentarme y levantarme, recostarme o salir de la cama, entrar o salir de la tina de baño, etc. Mientras permaneciera sentada en una posición y no tratara de moverme, podía manejarlo. Y mi cerebro estaba intacto, así que continuaba leyendo y estudiando para distraer la mente, a la vez que programaba algunas sesiones de hipnosis. Mi ex-marido consideraba todo esto como una impostura. Se quejaba de que podía hacer todas las cosas que me gustaban como leer y dar sesiones de hipnosis para otras personas, pero no hacía nada por él, es decir, atender sus necesidades físicas. Esto me ofendía y hería profundamente ya que de no haber sido por mi trabajo y mis lecturas, me habría sentido completamente inservible; no sería más que un vegetal.

 

En ocasiones deseaba no haber tenido ninguna familia que resultara lastimada en caso de que decidiera acabar con todo. La angina era una condición tan reiterativa que de hecho tenía fantasías en las que veía a una loco homicida empuñando un hacha e irrumpiendo en mi casa para cortarme el brazo de un solo tajo y traerme el anhelado alivio. El doctor estaba totalmente confundido, y finalmente sugirió que podía tratarse de un daño neurológico susceptible de remediarse por medio de una operación del túnel carpal. Naturalmente no ofrecía explicación alguna de porqué el dolor prevalecía en la región del hombro y el pecho: ¡vaya usted a saber! Yo estaba desesperada y consentí a la idea.

Cuando desperté de la cirugía que se suponía debía ser en mi muñeca izquierda, AMBAS muñecas se encontraban vendadas como si fueran guantes de boxeo. ¡Estaba horrorizada! ¿Cómo se suponía que hiciera cosa alguna con ambas manos de así? Y el dolor era probablemente el mayor que hubiera experimentado hasta entonces. Era peor que los dolores de parto: en la misma categoría que la migraña y las infecciones de oído. No estaba preparada para eso, y tampoco se alivió como sugirió el doctor con el paso del tiempo. Lo cierto es que la cirugía no había hecho nada para aliviar el dolor, así que me encontraba peor que antes, con el agravante de que ahora estaba impedida de hacer cosa alguna. Ni siquiera tenía la fuerza suficiente en las manos como para girar la perilla de la puerta, o destapar un frasco, o sostener una papa para pelarla. No podía levantar una olla de la cocina; ni siquiera podía sostener un lápiz por más de un minuto sin ser presa de un dolor espasmódico que convertía mi mano en una garra rígida y temblorosa, como salida de una película de horror. Ni pensar siquiera en tocar el piano; eso estaba fuera de toda consideración.

Era una situación depresiva y, por alguna razón mi marido comenzó a gozar de una suerte de placer morboso torturándome a raíz de mi situación: constantemente me recordaba que si quería que algo se hiciera, iba a tener que buscar la manera de hacerlo yo misma. Así que podemos inferir que la situación había "mejorado" en ciertos aspectos que son el reflejo de un cambio en mi estado interno, pero es obvio que mucho más restaba por hacerse. No tenía idea de qué, y tampoco era capaz de reconocer mentalmente que esto era lo que estaba sucediendo. Estaba consciente del hecho de que, de alguna manera, nuestros cuerpos reflejan los "estados del alma", la condición de "La Piedra Susurrante", pero por más que tratara, no podía encontrar la puerta hacia la sanación de mi propia alma que por ende llevara también a la sanación de mi cuerpo. Lo único que podía conjeturar es que debía haber algo más, más profundo, algo que aun no podía ver. Sabía que mi ignorancia jugaba un papel en todo esto, pero, ¿de qué exactamente era de lo que estaba ignorante? En el nombre de Dios, ¡¿qué era lo que estaba haciendo mal?!

En apariencia había alcanzado un estado de amor y aceptación de todas las personas, de respeto por todas las sendas individuales y compasión por todos los que se afanan dentro de sus propios estados de ignorancia. Estaba trabajando tan denodadamente como podía (y aun en mi estado de deterioro físico, el esfuerzo era considerable) para "arreglarle" las cosas a todos aquellos que lo solicitaban. Ciertamente no lo hacía por dinero. En cierto sentido, estaba en una situación tan mala como cuando aquella "voz" me había indicado que debía "aprender" acerca del mal. A no dudarlo, estaba tratando. Estaba tratando de aprender cómo identificarlo. Lo que no sabía y estaba a punto de aprender, era que a menudo aquello que se manifiesta como proviniendo de la luz y de la verdad NO lo es, siendo más bien una impostura y un engaño. Esta era aun la parte "no aprendida" de la "lección del amor". Ya había aprendido la lección de que las grandes organizaciones religiosas pueden ser un camino a la destrucción personal, lo que aun no sabía es qué tan sutil y tortuoso podía llegar a ser este engaño y como podían manifestarse estos extremos a niveles individuales.

A principios de 1994 tuve una conversación con Freddy en la cual él enumeró la serie de extraños eventos sincrónicos de carácter casi milagroso que me habían llevado a la situación en la que entonces me encontraba. Citó uno a uno los puntos sobresalientes a lo largo de la historia de mi vida, con los cuales él estaba familiarizado, en relación ascendente hasta los años más recientes cuando el carácter extravagante de los sincronismos había aumentado hasta el punto en que yo tenía la impresión de estar viviendo en un manicomio donde la realidad normal ya no dictaba las reglas, y la antigua Tierra sólida de mi sistema de referencias rápidamente se desmoronaba bajo mis pies. Con cada observación que hacía, sentía como si una nueva ola de desconcierto barriera los endebles cimientos de mi existencia haciendo que me hundiera cada vez más en la marisma de la locura. ¿Cómo lidiar con los elementos de una vida que había rebasado los límites de la extravagancia hasta niveles que uno no deseaba experimentar ni tampoco perpetuar?

Luego de haber recorrido la mayor parte de mi vida, Freddie arribó a la época más reciente y señaló cómo el avistamiento de los OVNIS había coincidido con la primera sesión que tuviera que ver con un "plagio" que yo había conducido, y que claramente este era un fenómeno bastante inusual. No todos los que claman ser "plagiados" en estado de hipnosis provocan toda una ola de avistamientos. La pregunta que cabía: ¿era el plagiado, o acaso el terapeuta, en el que se interesaban los ciudadanos de "ufolandia"? Debo admitir que no me gustaba el giro que estaba tomando la conversación, cuando él señalaba lo que parecía ser una conexión obvia (desde su punto de vista) entre mi estado de deterioro físico y mi propio encuentro con un OVNI. Cuando protesté que podía no haber relación alguna, me recordó como mi perro había enfermado y muerto poco tiempo después de haber sido "expuesto", y como mis síntomas parecían haber llegado a su punto álgido precisamente la noche en que el OVNI había aparecido. ¿Cual era mi explicación de ese pequeño detalle? Ciertamente no tenía ninguna.

La teoría de Freddie era que el fenómeno reciente se extendía por varios condados del estado involucrando a personas a las que yo ni siquiera conocía, y que todo había sido "escenificado" para llamar mi atención y sonar una alarma que me despertara. No me gustaba nada el giro que había tomado la conversación. Como en el caso del camisón de dormir mojado y las extrañas luces, sentía la necesidad de "barrer" todo esto debajo de la alfombra. "¿Porqué yo?", protesté. Sentía una enorme presión en el pecho ("La Piedra Susurrante") de solo pensar en ello. "¡¿Qué se supone que debía hacer?!". En ese punto a Freddie se le habían acabado todas las teorías. "No tengo idea", dijo, "solamente señalo lo que es obvio. Supongo que el resto debes averiguarlo por ti misma".

Recuerdo claramente haber estado esa noche sentada en mi cama, pensando en todos estos extraños "indicios" y deducir que debía haber una veta más profunda de significancia para todos los eventos de nuestra realidad de lo que yo había supuesto a lo largo de mis años de trabajo e investigación. El único problema era que, tal y como le había confesado secretamente a Dios, no sin cierto dejo de vanagloria, estaba muy cansada para hacer algo al respecto. "Lo arruinaste, Barbas de Nieve", le dije. "Si querías que hiciera algo, ¡me dejaste sufriendo mucho y por mucho tiempo! Así que, ¡toma!". Mentalmente saqué mi lengua en desafío y resentimiento. Ahí estaba yo, una rueda gastada dentro del engranaje, tanto como puede llegar a estarlo un ser humano y aun aparentar girar dentro de la maquinaria como si nada.

 

Aun así, me embargó una sobrecogedora sensación de "propósito" permeando todas las cosas e inmediatamente me arrepentí de mi enfado infantil. Me resigné y acepté la situación: le dije a Dios que si todas estas cosas estaban orquestadas para llamar mi atención, ciertamente habían dado resultado, pero yo no podía saltar del banquillo de los desahuciados para tomar la pelota y echar a correr.

"Si se supone que haga algo aquí, vas a tener que componerme un poco", dije. "En este estado no hay nada que pueda hacer".

Antes de que transcurrieran dos semanas (más bien en unos diez días) descubrí el Reiki. O debo decir, el Reiki me descubrió a mi.