La Caverna Extracto de " La Caverna De Los Antepasados" Capitulo V
por Tuesday Lobsang Rampa Un par de semanas después de mi conversación con el Lama Mingyar Dondup, nos dispusimos a partir. Nos esperaba un largo viaje entre las montañas, a través de senderos rocosos y de oscuros abismos. Como en la actualidad los comunistas han invadido el Tibet, la situación de la Caverna de los Antepasados se ha mantenido en secreto, ya que la posesión de sus misterios y de sus máquinas les permitiría conquistar el mundo entero.
Por ello, todo cuanto relato es auténtico, y lo único que me veo obligado a silenciar es el lugar por donde pasa realmente el camino que conduce a la Caverna. Los mapas y las indicaciones oportunas para determinar su situación exacta fueron depositados en un lugar secreto, con el objeto de que, cuando llegue el momento fijado, las fuerzas de la «libertad» puedan dar con ella.
Proseguimos nuestra marcha hasta que el sol se puso y las sombras se agigantaron, impidiéndonos continuar. Después, envueltos en la oscuridad, hicimos una modesta comida de «tsampa» y nos tendimos a dormir entre las rocas. El sueño me venció en seguida. Muchos lamas tibetanos, siguiendo las prescripciones de su estado, duermen sentados. Yo , y otros muchos, dormíamos acostados, pero, también de acuerdo con las reglas, solamente podíamos dormir así, si nos tendíamos exclusivamente sobre el costado derecho. Lo último que vi, antes de quedarme dormido; fue la silueta del Lama Mingyar Dondup, recortándose contra el oscuro cielo nocturno, lo mismo que si se tratara de una estatua.
En el otro extremo del valle, encontraremos la ladera donde está situada la entrada de la Caverna.
Por esa razón, me vi sometido a la terrible humillación de tener que cruzar el torrente helado arrastrado materialmente por una cuerda que habían atado a mi cintura y de la que tiraban los demás. También ayudaron a cruzar de la misma forma a un lama pequeño y regordete, otro desdichado como yo, que no se sintió capaz de saltar sobre las aguas. En un lugar apartado escurrimos nuestros mantos y nos los colocamos de nuevo. La espuma que el viento levantaba nos había empapado a los siete.
Nos retiramos unos pasos, para estudiar la forma en que podríamos llevar a cabo la escalada. El primer saliente estaba a unos doce pies del suelo, pero constituía nuestra única alternativa. El lama más alto y más fuerte se irguió con los brazos extendidos hacia arriba, agarrándose a la roca, tras de lo cual el lama más ligero subió sobre sus hombros y se agarró también a la roca. Finalmente, entre todos, me ayudaron a subir sobre éste, y yo, con una cuerda atada a mi cintura, pude alcanzar el saliente con facilidad.
En seguida vi el extremo de la cuerda balanceándose ante mis ojos y escuché cómo me ordenaban gritando que me atara por la cintura. Mi estatura era insuficiente para poder trepar sin ayuda. Me sentí levantado en el vacío y, entre todos, me subieron hasta el lugar donde ellos estaban. Llenos de amabilidad y consideración hacia mi insignificante persona, me habían esperado con el objeto de que pudiéramos entrar juntos en la Caverna de los Antepasados. Confieso que me sentí conmovido ante su deferencia.
Acogieron mi respuesta con una carcajada. Después, todos se volvieron a contemplar la oculta entrada. Yo miraba asombrado. Al principio, me resultaba imposible distinguir nada. Veía solamente una sombra oscura que, más que una grieta, parecía un cauce seco o una mancha producida por pequeños líquenes. Después, me di cuenta de que, realmente, las rocas estaban partidas. Uno de los lamas me empujó hacia adentro.
Así fue como yo, el más joven y el menos importante del grupo, entré antes que los otros en la Caverna de los Antepasados. Me arrastré a lo largo del estrecho túnel de piedra. Detrás de mí, podía escuchar la respiración jadeante de los demás que me seguían. Súbitamente, apareció la luz ante mis ojos y yo sentí que el terror me paralizaba. Inmóvil junto al muro rocoso, contemplé aquel fantástico espectáculo.
La Caverna me pareció de grandes dimensiones. El doble que la Gran Catedral de Lhasa. Pero a diferencia de la Catedral, envuelta perpetuamente en una oscuridad que las lámparas de grasa trataban en vano de disipar, allí la claridad era muy superior a la de una noche de luna llena y sin nubes. Muy superior. De eso no cabía la menor duda. Contemplé las esferas que producían aquella luz. Y los lamas, detrás de mí, también las contemplaban asombrados.
Durante mucho rato, nos mantuvimos inmóviles, silenciosos, como si temiéramos despertar a los que dormían allí desde hacía tanto tiempo. Después, como impulsados por una misma fuerza, avanzamos sobre el sólido piso de roca en dirección a la primera máquina que se erguía ante nosotros. Nos agrupamos en torno a ella, temiendo tocarla, aunque llenos de curiosidad por descubrir para qué servía. Parecía estar empañada como consecuencia de un largo período de inacción, pero daba la impresión de que es taba dispuesta para entrar inmediatamente en funcionamiento, suponiendo que alguien hubiera sabido cómo se ponía en marcha.
También nos llamaron la atención otros aparatos, pero con el mismo resultado. Aquellas máquinas resultaban demasiado avanzadas para nosotros. Me dirigí hacia una pequeña plataforma cuadrada de unos tres pies de lado, pegada a un muro y rodeada por una barandilla. Un largo tubo de metal se extendía desde allí hasta el aparato más cercano. Me acerqué preguntándome qué objeto tendría aquella plataforma y por poco me muero del susto porque ésta vibró y se elevó de pronto en el aire. Y en mi desesperación, me agarré a ella con fuerza, elevándome también.
Alargué mi mano, lleno de temor, y me di cuenta de que la esfera luminosa estaba fría como el hielo. Ya me sentía más tranquilo. Observaba cuanto me rodeaba. De pronto, me asaltó un pensamiento terrible. «¿Cómo iba a bajarme de allí?» Me agité en todas direcciones intentando encontrar una salida, pero todo fue inútil. Intenté alcanzar el tubo con el propósito de descender por él, pero estaba demasiado lejos. Cuando ya empezaba a desesperar, la plataforma vibró nuevamente y empezó a descender. ¡Apenas tocó el suelo salté y escapé! ¡No podía correr el riesgo de que empezara a subir nuevamente!
Ardía en su propio celo científico inclinándose sobre las figuras del suelo -a las que llamaba «jeroglíficos»-, con la esperanza de que los demás compartieran su entusiasmo. Era un hombre muy culto que había aprendido, sin la menor dificultad, los idiomas antiguos. Pero los otros seguían afanándose en torno a aquellos extraños aparatos intentando descubrir para qué servían. De pronto, un grito nos hizo volver el rostro aterrados. El lama alto y delgado se hallaba en un extremo del muro y había acercado su cara a una oscura caja de metal, que la ocultó casi por completo. Dos hombres se precipitaron hacia él con el deseo de librarlo de aquella trampa. Pero cuando consiguieron arrancarlo de allí, soltó un juramento y volvió otra vez a colocarse en el mismo sitio.
Cuando el lama alto y delgado se apartó, le imitó un segundo lama.
Estábamos rodeados de máquinas
extrañas. También había estatuas y figurillas metálicas. Sin darnos
tiempo a contemplar nada, la luz giró sobre sí misma y se convirtió en
una esfera, colocándose en el centro de la cámara, sobre nosotros. Una
oleada de colores osciló caóticamente y unas bandas luminosas,
aparentemente desprovistas de toda significación, constelaron la esfera.
Poco a poco, fueron surgiendo formas, confusas al principio, que se
concentraron rápidamente, cobrando vida y extendiéndose sobre las tres
dimensiones físicas. Y nosotros lo observábamos todo, absortos... Era el Mundo de la Antigüedad más Remota, un mundo muy joven. Donde ahora hay mares había entonces montañas y las montañas actuales eran playas en aquel tiempo. Su clima era cálido y estaba poblado por extrañas criaturas. Era un mundo dominado por el progreso de la ciencia. Máquinas insólitas volaban a pocas pulgadas de la superficie de la Tierra o a una altura de muchas millas. Los grandes templos alzaban sus cúpulas hacia el firmamento como desafiando a las nubes. Los hombres y los animales podían mantenerse unidos telepáticamente. Pero no todo era dicha. Los políticos se enfrentaban unos con otros.
El mundo era un campo dividido en el que cada bando codiciaba los territorios del otro. Los hombres vivían a la sombra de los densos nubarrones del miedo y la sospecha. Los sacerdotes de «ambos» bandos proclamaban orgullosamente que ellos eran los únicos predilectos de los dioses. Vimos sacerdotes delirantes –como ahora-, predicando frenéticos la salvación de sus semejantes. ¡y a qué precio! Los sacerdotes de cada secta aseguraban que matar al enemigo era un «deber sagrado». Sin embargo, con el mismo apasionamiento, afirmaban también que todos los hombros eran hermanos. Y la ausencia absoluta de lógica de sus teorías ni siquiera cruzaba por sus mentos.
Después vimos a un grupo de hombres pensativos y preocupados que proyectaban la creación de lo que ellos llamaban una “Cápsula del Tiempo” -la que nosotros habíamos llamado «Caverna de los Antepasados»- con el objeto de transmitir a las generaciones futuras unos modelos de sus aparatos y un archivo completo de películas relativas a su cultura, con todas sus virtudes y todos sus errores. Las excavadoras gigantescas abrieron la roca viva. Un verdadero ejército de hombres instalaron allí máquinas de todos los tipos. Vimos como colocaban en su lugar las esferas do luz fría, emanada por sustancias radiactivas inertes que tardarían en extinguirse millones de años. Eran inertes porque no dañaban a los seres humanos y activas porque su luz seguiría brillando hasta que el Tiempo terminara.
Cada uno de esos lugares estaba marcado con el símbolo de aquel tiempo: la Esfinge. El origen de la Esfinge no era egipcio. Recibimos la explicación de este animal quimérico. En aquella época remota, los hombros y los animales trabajaban juntos.
Por su fuerza o inteligencia, el gato estaba considerado como el animal más perfecto. El propio hombre es también un animal. Por ello, los seres humanos de la Antigüedad idearon aquella figura compuesta por un cuerpo de gato, símbolo de la fuerza y de la resistencia, y un busto de mujer. La cabeza simbolizaba la inteligencia y la razón humana, mientras que los senos significaban que los hombres y los animales podían proporcionarse recíprocamente alimento mental y espiritual. En aquella época, este símbolo era tan corriente como el Buda, la Estrella de David o la Cruz en nuestra época.
Las ciudades estaban atravesadas en todas direcciones por puentes y líneas interminables de cables. Un gran resplandor llenó el firmamento y uno de los puentes más gigantescos se derrumbó y quedó convertido en un montón de ruinas. Después se produjo otro vivísimo relámpago y la mayor parte de la ciudad desapareció en una llamarada de gas incandescente. Sobre las ruinas, flotaba una nube diabólica, rojiza, que tenía la forma de un hongo gigantesco.
Después, la voz telepática enmudeció y la pantalla se quedó sin luz.
En silencio, pasamos a la tercera habitación, cuya puerta se abrió automáticamente al acercarnos. Allí, encontramos varias vasijas herméticamente cerradas y una máquina de cine telepático que explicaba la forma de abrirlas y de sellar nuevamente la entrada.
Hubiéramos podido ver todas estas cosas en el Archivo Kármico. ¿Por qué no lo hacemos? De es a forma, podremos ver lo que sucedió después de que sellaron este lugar.
Concentrémonos y veamos lo que sucedió, porque yo siento tanta curiosidad como vosotros.
Por ello, gracias a nuestro especial entrenamiento, nos resultaba real-mente fácil situarnos en el momento del tiempo en que la máquina había interrumpido sus mensajes. Vimos nuevamente la gran muchedumbre de hombres y mujeres, sin duda alguna muy conocidos en aquella época. Estaban saliendo de la Caverna. Las grandes máquinas, con sus brazos gigantescos, colocaron ante la entrada un enorme bloque de roca. Las grietas y los orificios exteriores fueron cuidadosamente sellados y todos aquellos seres se marcharon.
Las máquinas se alejaron también y
durante algún tiempo, tal vez algunos meses, todo se mantuvo tranquilo.
Después vimos a un sumo sacerdote, erguido sobre los escalones de una
inmensa Pirámide, exhortando a los fieles a la guerra. Las imágenes
registradas en la Película del Tiempo siguieron desfilando ante nosotros
y, por fin, vimos el campo de batalla. Los jefes vociferaban furiosos.
El tiempo seguía su carrera. El firmamento azul quedó cruzado por
numerosas estelas blancas y rectilíneas. Después, los cielos se
enrojecieron. Todo el Planeta tembló y se estremeció.
Emergieron las nuevas tierras del fondo de los mares y se convirtieron en montañas. La superficie del planeta se estaba transformando a través de las continuas conmociones. Algunos supervivientes aislados subieron gritando, entre millones de cadáveres, a las montañas recién aparecidas. Otros se salvaron milagrosamente en sus barcos y se escondieron en los nuevos continentes. Y hasta el Planeta quedó inmóvil, interrumpió su movimiento de rotación y, después, empezó a rodar en dirección contraria. En un instante, las selvas quedaron reducidas a cenizas.
La superficie de la Tierra quedó desolada, aniquilada, convertida en una negra ruina. En lo más hondo de las cuevas y en los túneles de lava de los volcanes extinguidos, un escaso puñado de seres humanos, enloquecidos ante aquella catástrofe, temblaba y lloraba de terror.
Libre de intrusos, se conservó intacta, oculta bajo la superficie de la Tierra. Con el paso del tiempo, los torrentes poderosos arrastraron el lodo hasta el mar y dejaron limpias las rocas, que brillaron al sol nuevamente. Por fin, heladas de repente por una lluvia fría, en el momento en que el sol las había sometido a una elevada temperatura, las rocas se agrietaron y dejaron libre la entrada de la Caverna, permitiéndonos el paso.
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