PREFACIO
Me dijeron que debía oír las cintas y transcribir sólo las partes que yo sintiera que debían ir en el libro. La hermana de Barbara, Karen, intuiría qué cintas contenían buena información y me las enviaría. Mi amiga Marsha, a su vez, recibiría impulsos que le señalarían las cintas que debían ser incluidas. Luego me correspondería a mí escoger las partes que utilizaría. Se me indicó que no siguiera ningún orden y que ni siquiera pensara en cómo las haría encajar. Podía utilizar un código de una a cinco palabras y un poco de color en cada página para categorizar la información, y eso era todo. Empecé a captar la idea. Mi mente lógica tenía una pregunta más. Les pregunté a los Pleyadianos: «¿Debemos buscar un editor antes de que el libro esté acabado, o al menos anunciar que lo estamos haciendo?»
Cuando ahora leo las palabras que me dijeron entonces, las comprendo de una manera totalmente diferente a como las comprendí entonces. Ahora me doy cuenta de que ellos mencionaron en más de una ocasión que hacer este libro sería una iniciación para mí, que sería puesta a prueba, y que las personas necesitarían liberarse de su información personal para devenir cósmicos. Ahora sé lo que esas palabras significan; en aquel momento, no tenía ni idea.
Luego me dijeron que ya había trascrito suficiente material y que ahora había que montar el libro. No tenía ni idea de cómo hacerlo. ¿Debía leer todas las páginas y ver si encajaban bien? Tenía algunas páginas con unas pocas líneas escritas en ellas y, por otro lado, había partes que ocupaban páginas y páginas. ¿Qué se suponía que debía hacer para poner todo esto en orden? Los Pleyadianos me dijeron que, cada noche, antes de ir a dormir, debía dedicarles un minuto y visualizar la cubierta del libro. Debía jugar con esto y cambiar la ilustración siempre que lo deseara. Sólo debía mirar la cubierta, abrir el libro y empezar a leer las páginas, y luego dormirme. Recibiría la información mientras dormía. Me dijeron que, al leer un libro que ya existía I en el futuro, le daría vida. Me dijeron que yo no debía trabajar —ellos harían todo el trabajo—. Bueno, ¿por qué no?
Más adelante, cuando el libro esté listo y muchos te pregunten cómo lo has hecho, queremos que expliques este proceso. Queremos que verifiques nuestras enseñanzas tal como las recibiste, demostrando que crees en lo que te estamos diciendo. Recuerda el tiempo que has necesitado para entender el proceso. No te estamos dando una lección, te estamos guiando, haciéndote volver, devolviéndote el reflejo una y otra vez para que puedas comprender dónde se encuentra el poder de operación. Se trata de tener una intención clara —de actuar "como si", y de luego simplemente recibir continuamente.»El resto del libro simplemente encajó a la perfección y, tal como habían dicho, los Pleyadianos nos encontraron un editor sin que ni yo ni Barbara hiciéramos nada. Por supuesto, nos pusieron en contacto con Barbara Hand Clow —¿quién mejor para sacar el material al público?— y su excelente guía me ayudó a reescribir y pulir el texto, transformando un libro más sobre canalización en algo realmente maravilloso. Los Pleyadianos tenían razón. Cuando miro el libro, no sé cómo sucedió. Yo no lo diseñé, ni lo planeé, ni lo concebí, ni lo ordené. Me limité a confiar y dejarlos trabajar a través mío. Fue una experiencia maravillosa que cambió mi vida. He aprendido a trabajar con seres sin existencia física y nunca más empezaré a trabajar en ningún proyecto sola. Actualmente estoy escribiendo un guión original, y he llamado a un grupo de expertos para que colaboren conmigo en la redacción, y a otro grupo de expertos para que me ayuden con las ventas. Es increíble lo bien que está funcionando. Verdaderamente, sin ningún esfuerzo.
TERA THOMAS
PRÓLOGO
¡Atrapada en Bali! Así es como me sentía mientras me preguntaba la razón por la cual nadie había mencionado la burocrática necesidad de un visado para Australia hasta ese momento. Con el billete y el pasaporte en la mano y con el equipaje en la báscula, me enteré de que sin el mencionado documento no podía abordar el vuelo a Darwin. Mi mente buscaba desesperadamente la lógica de la situación y cómo solucionarla. Este juego no era nuevo para mí, y mi habilidad para transformar y transmutar los obstáculos en mensajes y comprender su significado simbólico había sido puesta a prueba en más de una ocasión. Se enviaron varios fax al consulado en Sidney y, durante la primera hora de espera, tuve la certeza de que me aclararía, y de que estaba a punto de comenzar un viaje de enseñanzas Pleyadianas en las tierras de ahí abajo. Había dejado Carolina del Norte hacía una semana, había estado unos días en Hawai y ahora, luego de una estadía de tres días en Bali, me sentía descansada y lista para empezar una odisea de dos meses.
Miré de reojo el reloj de la terminal y noté la lentitud con que transcurrían los minutos. Esperaba con impaciencia que los propósitos y los acontecimientos se pusieran en marcha. Mientras el tiempo se arrastraba, se despertó en mí el sentimiento de que quizá, solamente quizá, no subiría al avión. Quizás ésta iba a ser unas de aquellas veces en que, por más propósito que tuviera, no iría a ningún sitio. Podía sentir cómo mi cuerpo se resistía al nuevo plan y a los cambios que potencialmente habría que hacer si no lograba subir al avión y llegar a destino en el tiempo previsto. Me sentía fatal. ¡Maldición!
A las once de la noche, hora de partida de mi avión, y teniendo mi billete, pasaporte en mano, y mi viaje organizado, me dijeron que debía ver al cónsul local de Australia el martes, cuando estábamos a sábado y el domingo y el lunes eran festivos. El próximo vuelo a Darwin estaba previsto para el día después. Me rendí, encontré un taxi y, con el equipaje dentro, me dirigí a la soledad del hotel balinés que había dejado hacía unas horas. Mi habitación me esperaba. No tenía una solución inmediata para este dilema, con perspectivas de agravarse y, sabiendo esto, abandoné. Me instalé en la cómoda y confiada creación de que, de alguna manera, todo saldría bien y de que, si debía quedarme atrapada en algún lugar, Bali era ciertamente el sitio ideal.
Al día siguiente, estando sentada junto a la ventana de mi habitación, caí en la cuenta de que me había comprometido a escribir el prólogo de Mensajeros del Alba y de que ¡no me movería de allí hasta que hubiera completado la tarea! Mientras bebía café balinés, sentí que mi entorno y la rica vegetación que enmarcaba mi visión me nutrían. Me puse a pensar por dónde comenzar y cómo insertarme yo y ese proceso fenomenal llamado los Pleyadianos, que habían cobrado vida propia a través mío, en el tiempo y el espacio. Como si estuviera perseguida por un sueño recurrente, me preguntaba una y otra vez, ¿cómo empezó todo? Al principio me respondía delineando los impulsos y la secuencia de sucesos que me habían conducido a la canalización de los Pleyadianos, y me detenía ahí. Sin embargo, al repetirme interminablemente la pregunta, una energía se agitaba intranquila en mi realidad y, a medida que me repetía la historia, comencé a entrever una imagen mayor, donde los acontecimientos y principios provenían de distintas direcciones y «épocas», y se unían bajo un mismo propósito.
Durante mi niñez, siempre me sentí diferente y marcada por el hecho de haber heredado un hermano mayor retrasado mental. Su presencia representaba todo un reto para mi joven mente, y mi familia tenía mucho que aprender. Hace poco fui impulsada por los P's, como los llamo afectuosamente, a volver a examinar viejas fotografías de mi niñez y a reconsiderar mi interpretación de quién creía que era. Desde esa aproximación, esta vez vi que un amor casi celestial brillaba en el rostro de mi hermano mayor, Donaid, y en una fotografía tras otra, la luz parecía iluminarlo siempre. Nunca antes había considerado el hecho de que quizá yo estaba bendecida por su mera presencia.
Mi familia compartía y exploraba sus fronteras bajo la influencia de mi maternal abuela polaca, Babci, quien encamaba una dignidad y un orgullo que trascendían su experiencia terrenal. Una pionera y producto de las vastas inmigraciones europeas de principios del siglo veinte, llegó a una tierra donde, según le habían contado, las calles estaban cubiertas de oro. Fue bajo su estabilizadora influencia que mis dos hermanos, mi hermana pequeña y yo jugábamos de niños, explorando las tierras mágicas de sus dominios. Fue gracias a ella como me sentí verdaderamente amada y aprendí a respetar a la Tierra y a amar al planeta. Nos dijo que su nombre significaba «Estrella» en polaco. Aquellas enseñanzas de amor a la Tierra resonaron más tarde en la voz de mi conexión con las estrellas, los Pleyadianos.
En la adolescencia, mi «diferencia», por decirlo de alguna manera, me llevó a una exploración de ideas metafísicas y, por primera vez, comencé a emocionarme con el descubrimiento de que podía escoger entre muy diversas interpretaciones de la realidad. A finales de los setenta, me encontraba explorando el material de Seth, entre otras cosas, y a partir de ahí pasé muchos años grabando mis aventuras imaginarias mientras devoraba páginas y páginas del saber de Seth.
En agosto de 1987 (el verano de la Convergencia Armónica), y luego otra vez siete meses después, en marzo de 1988, experimenté pequeños colapsos de la realidad en los que acontecimientos segmentados y almacenados de un pasado que parecía insignificante volvieron a mí con una fuerza inesperada, reclamando ansiosamente un lugar de reconocimiento. En estas ocasiones, mi cuerpo entraba en estado de shock, al tiempo que aquellos que me rodeaban recibían y compartían información sobre raptos perpetrados por ovnis. La primera vez que ocurrió esto, me limité a comentarlo, pero la segunda vez mi cuerpo fue activado más allá de cualquier cosa que hubiera experimentado anteriormente —o casi—. Los recuerdos me abrumaban. La presentación de la información sobre ovnis estaba entrando en mi archivo de sueños, exponiendo una verdad que era difícil de asimilar.
Años antes, a principios de los ochenta, cuando vivía en Taos, Nuevo México, había tenido un encuentro nocturno con tres seres de un azul luminoso en mi habitación. En esa época, la experiencia causó en mí un pánico absoluto, un sentimiento que yo no conocía bien. Con el fin de resolver este conflicto, ya que no tenía ningún punto de referencia a mi alrededor con el que contrastar mi propia relación y experiencia con lo desconocido, almacené el acontecimiento/experiencia en mi diario imaginario, inspirado en Seth y ahí dejé este fragmento inexplicado de la realidad, que sabía que no era un sueño, aunque durante años encontró un lugar seguro en mi mente bajo esa denominación.
Ahora el viejo asunto volvía a resurgir. ¿Bajo qué categoría del archivo de la vida se encontraba mi experiencia? ¿Había sido verdaderamente real? Las imágenes del encuentro volvieron al presente y todas y cada una de las células de mi cuerpo tuvo la repentina certeza de que los extraterrestres eran reales. Mi cuerpo nunca olvidaría el encuentro con los tres seres azules que revolotearon a mi alrededor, consolándome por algún trauma aparentemente olvidado. Se estaba exigiendo a mi intelecto que expandiera su visión del mundo - y que comprendiera -. Se me retó a que viviera con esta experiencia y la integrara, lo cual me abriría para lo que había de venir.
Los Pleyadianos y yo intersacamos realidades oficialmente unos meses después en Atenas, el 18 de mayo de 1988. Yo había estado viajando con un alegre grupo metafísico por los templos de Egipto y Grecia durante las últimas tres semanas. Empezando por la Gran Pirámide, nos fuimos desplazando por los antiguos vórtices, inocentes como niños, atrapados por el misterio contenido en las silenciosas piedras. El viaje concluyó con visitas a la Acrópolis y a Delfos y, mientras nos despedíamos en el bar del hotel, sentí el impulso repentino de empezar a canalizar yendo a mi habitación, sentándome en silencio e imaginando que me encontraba en la Alcoba del Rey de la Gran Pirámide. Recuerdo haberme sentido inspirada por esta idea —sentí que era oportuna y que estaba en el espíritu del viaje.
Me dirigí a mi habitación y, en cuanto me sentí segura y a salvo, me senté con la espalda recta y me trasladé con la mente a la Alcoba del Rey, acompañada del sonido «om». Me dije a mí misma: «Me propongo ser un canal claro ahora». Al poco rato sentí el deseo de hablar y, a medida que este deseo se comenzó a expresar por medio de una voz susurrante diferente a la mía, otra porción de mi mente —la racional, la que «controla»— empezó a cuestionar, a través del pensamiento, ¡a la voz que hablaba! Esta empresa inicial requirió de una gran destreza mental y física por mi parte, ya que estaba hablando por un desconocido, haciéndole preguntas mentalmente y oyendo sus respuestas para poder continuar dialogando.
Después de lo que pareció ser media hora, el desconocido anunció su presencia como «los Pleyadianos» y no dijo más. La comunicación duró en total aproximadamente una hora. Las «energías» habían sido claras y abundantes y el contacto había sido, de alguna manera, alegre —las palabras pronunciadas me aliviaban con respuestas— y hoy sólo recuerdo sensaciones de paz y sabiduría. ¡Al abrir los ojos me inundó un profundo sentido de lo mágico! ¿Era esto posible? ¿Había penetrado en algo al seguir los impulsos que me llevaron a unirme a esta expedición en primer lugar, o me había sumergido en las profundidades de un mundo de ilusión y lo había soñado todo? ¿Cuál era la diferencia? ¡Y Pleyadianos! Me sentí abrumada por esto desde un principio. ¿Quién, en su sano juicio, iba a creer que había contactado y hablado con extraterrestres? Esto era demasiado para mí. ¡Qué enorme tumulto interior provocó en mí el hecho de seguir estos impulsos! Desde entonces he aprendido a confiar en las energías que me mueven y honrarlas, y ahora puedo leer la historia de esos impulsos originales en mi carta astral y también en la carta Pleyadiana. Durante los primeros meses de nuestra relación, los Pleyadianos me sugirieron que estudiara astrología. Yo no tenía ni idea de la complejidad y del profundo compromiso que esta antigua ciencia exigía para poder acceder al lenguaje universal y al código de propósito. Los Pleyadianos, en su carta natal para ese día de infusión, tienen un sol en Tauro a 27 grados 57 minutos. La agrupación de estrellas de las Pléyades está situada a 28 grados Tauro. Todo un problema.
Cuando empezábamos a conocernos, yo no estaba al tanto de sus trucos ni de los métodos sutiles que empleaban para incidir en mi realidad —estaba demasiado ocupada adaptándome a la idea de haber contactado con extraterrestres—. Al encontrarnos y fundimos, aumentaron la confianza y comprensión entre nosotros. Desde el principio, mi hermana Karen, que me asistía en las sesiones, esperaba ansiosamente el momento en que yo me sentaría y canalizaría. No dejaba entrever ningún tipo de dudas pero yo, en mi interior, continuaba preguntándome si esto era verdaderamente real.
Movida por el deseo de cooperar con lo que yo había creado, me ofrecí condicionalmente a usar mi cuerpo y mi voz en momentos convenidos, y además dejé claro que si los Pleyadianos eran verdaderamente reales, no les resultaría difícil lograr lo que querían y hacer la mayor parte del trabajo —mi lógica era que yo no iba a perder el tiempo con nada que no fuese una presencia viable—. Este comportamiento puede parecer el colmo de lo absurdo para algunas personas, aunque aquellos que poseen experiencia en estos mundos comprenden que es muy importante establecer límites. Me tomó casi dos años establecer un vínculo profundo con ellos, y sucedió durante una sesión de terapia corporal, en la que una ola de amor Pleyadiano, incomparable, me envolvió y en mi cuerpo emocional quedó grabada la inestimable valoración que de mí hacían. Me rendí.
Más adelante comprendí que los Pleyadianos habían demostrado su sutil presencia en mi mundo desde el primer día. Se convirtieron en los amigos y maestros que siempre había deseado tener. Parecían tener línea directa con el juego de sincronicidad/impulso que da vida a los acontecimientos y a las personas. Como nunca he invertido mucho tiempo en preocupaciones, me resultó fácil entrar en el momento Pleyadiano del dejarse ir, mientras ellos creaban una vida propia a través de mí. Las personas y las oportunidades llegaban de todas partes. Mi trabajo consistía en manejar y ser una azafata física para sus energías. Yo debía encamar todas sus enseñanzas —salir a su encuentro y vivirlas. Actualmente vivimos en armonía y la verdad es que me siento más extraterrestre que humana. Han dado vida a sus enseñanzas a través de mí, y mi vida se ha convertido en una historia de misterio Pleyadiano que me ha llevado al corazón de mi alma multidimensional. Con esto no quiero decir que comprenda totalmente nuestros encuentros, y a veces me pregunto cómo es posible que tantas personas hayan terminado involucradas en mi versión de la ilusión. Me siento profundamente agradecida por esta oportunidad de vivir una vida que se expresa libremente en estos tiempos de cambios; y el hecho de que esta expresión creativa haya dado sentido a las vidas de tanta gente es, para mí, un precioso regalo —la gracia devuelta.
P. D: ¡Llegué a Darwin a tiempo!
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