CAPÍTULO VI
-
LA TORRE DE AMÓN
Las tinieblas que le rodeaban cayeron también sobre el serafín.
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Y su figura fue engullida, desapareciendo de la presencia de Sinuhé.
Sólo el emblema que adornaba su pecho
quedó flotando en la oscuridad, resplandeciente. Nuestro hombre, con
la empuñadura de la espada iluminadora
entre sus manos, permaneció frente al triple círculo celeste,
incapaz de pensar o de dar un solo paso. ¿Hacia
dónde, además?
Pero la sabiduría de aquellas criaturas era ilimitada. Como si todo
hubiera sido minuciosamente previsto, el
triple y sagrado circuito de Micael se partió en dos. Y el
investigador, boquiabierto, presenció otra fantástica
transformación...
Uno tras otro, los seis segmentos resultantes de esta inesperada
división vertical del emblema, fueron
separándose del resto, configurando la hoja de su espada. Una hoja
tan deslumbradora como singular. El
primero de los citados segmentos tomó contacto con la base de la
empuñadura, convirtiéndose en una enorme
E. El siguiente se situó a continuación, en forma de H.
Y los demás cruzaron igualmente la oscuridad, configurando el resto
del extraño acero azul con las letras U, N,
I y S, respectivamente.
Los seis segmentos, así, habían dado cuerpo a la espada con una
cuchilla de casi dos metros, formada íntegra
y exclusivamente por la palabra SINUHÉ.
El soror, atónito, blandió el arma, verificando que, al igual que
los anillos de la guarnición, las letras se
mantenían firme y misteriosamente cohesionadas entre sí, derramando
sutiles destellos azules a cada
mandoble o movimiento.
-Ahora -se dijo a sí mismo con cierta satisfacción-, sólo resta
hallar el camino hacia esa maldita torre...
Pero el entusiasmo que le había embargado con la mágica aparición de
su nombre duraría poco... Sinuhé quizá
por fortuna para él-parecía haber olvidado las advertencias de los
hombres Pi sobre las dificultades que
entrañaba la aproximación a la torre de los rebeldes.
Y deseoso de entrar en acción, empuñando la espada con osadía, giró
sobre sus talones, en busca del ansiado
camino que pudiera conducirle hasta la fortaleza de Amón. Dio un
paso en mitad de las tinieblas y, como un
fogonazo, todo a su alrededor.se hizo de un rojo sangre. Sin
comprender lo que acababa de suceder, se
detuvo, inspeccionando aquel repentino paisaje.
Algo había crujido bajo sus pies. Al bajar la mirada, el horror se
entremezcló con la sorpresa: ¡estaba pisando
calaveras! ¡Cráneos humanos! Y obedeciendo a su instinto,
retrocedió.
Pero, al hacerlo, como si hubiera cruzado una puerta invisible,
penetró en aquella oscuridad que había
abandonado segundos antes.
De un golpe, su audacia se había esfumado. Bloqueado por el miedo y
las tinieblas, no supo qué hacer. ¿Qué
estaba pasando? ¿Por qué al avanzar cesaba la oscuridad y entraba en
aquel tétrico y rojizo mundo, sembrado
de osamentas? A pesar de su miedo, tuvo que admitir que la única
forma de despejar aquellas interrogantes
era introduciéndose de nuevo en la claridad escarlata. Y con todo
lujo de precauciones, con la espada
iluminadora temblando entre sus manos, adelantó su pierna derecha.
Después la izquierda e,
instantáneamente, apareció sobre los cráneos, teñidos, como el resto
de cuanto tenía a la vista, por aquella
tenue atmósfera sanguinolenta.
-Aquél -dedujo con inquietud-tenía que ser el camino hacia la Torre
de Amón... ¿Qué otro paisaje podía
simbolizar mejor a las diabólicas fuerzas del mal?
Removió con el pie algunas de las miles de calaveras que alfombraban
la reducida planicie sobre la que había
aparecido, notando que todas ellas correspondían a humanos adultos.
Por último, antes de aventurarse en
dirección a la colina que se levantaba a corta distancia, introdujo
uno de los garfios de la S de su espada por la
descarnada cuenca de uno de los cráneos, levantándolo con sumo
cuidado.
Entonces, con la calavera bailando en la punta de la hoja, se
percató de otro detalle que vino a confirmar sus
sospechas: sobre la frente de aquélla, y de todas las osamentas,
había sido grabado un mítico número: el 666.
-¡La señal de la Bestia!
Un escalofrío le invadió, propagándose a la espada y haciendo caer
el cráneo, que rebotó sobre sus hermanos
con un chasquido siniestro. Sinuhé no podía concebir que a semejante
altura de la misión, estuviera siendo
víctima de su imaginación..Por si acaso, se agachó, examinando una
de las osamentas.
Parecía extremadamente reseca... En cuanto al número en la frente,
no cabía duda de que tenía que haber
sido grabado o esculpido en pleno hueso. La sola idea volvió a
estremecerle. ¿A qué desdichados habían
pertenecido aquellos miles, quizá millones, de calaveras? Y, sobre
todo, ¿quién y por qué las habían marcado
como si se tratase de ganado? Aquella sequedad en los huesos, propia
de una larga permanencia a la
intemperie, le hizo buscar el sol. Al levantar la vista, su corazón
volvió a saltar en el pecho. Por encima de la
atmósfera escarlata se divisaba, a lo lejos, aquel mismo sol negro
hacia el que había volado. ¿Cómo es
posible? –se preguntó-. Hace unos minutos...
Inconscientemente, al incorporarse y dirigir la mirada hacia lo
alto, Sinuhé dio media vuelta. Y después de
descubrir la negra silueta del disco, bajó los ojos, reparando
entonces en otro desconcertante hecho: el
horizonte de aquella llanura sobre la que se hallaba se perdía en la
lejanía. A su espalda quedaba la colina, sí,
pero ¿qué había ocurrido con las tinieblas invisibles? ¿Es que
aquella parte de la planicie estaba allí cuando él
abandonó la oscuridad? ¡Era para enloquecer!
E intentando buscar una explicación, dio un paso al frente,
esperando penetrar así en el lugar del que provenía.
Pero nada sucedió.
-¿Habré equivocado la dirección? -se preguntó, dando media vuelta y
repitiendo su paso hacia adelante.
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El resultado fue idéntico. Y otro tanto sucedió en un tercer y
cuarto y quinto intentos. Blandió, incluso, la
espada, imaginando que la hoja, al introducirse en las tinieblas,
desaparecía total o parcialmente.
Al fin, rendido por tan absurdos movimientos, se encogió de hombros,
desistiendo de sus propósitos.
-En el fondo, ¿qué más da? -argumentó, secándose el sudor de la
frente-. Este tiene que ser territorio rebelde y
ya, mi único destino posible es la torre.
Tras una atenta observación de los alrededores -todo ello convertido
en el más extenso cementerio que se
haya visto jamás-, el iuranchiano decidió hacía lo alto del
único.promontorio existente en aquellos parajes: la
pequeña colina que había aparecido frente a él al dejar la
oscuridad.
-Quizá desde ese alto pueda orientarme mejor...
Y recobrando los maltrechos ánimos, se encaminó al punto elegido.
El presentimiento de que Nietihw podía hallarse cerca le estimuló,
ayudándole a vencer el difícil caminar sobre
el irregular perfil del terreno. A cada paso, sus pies se hundían
entre la, osamentas, quebrándolas o
resbalando, en ocasiones, sobre sus macabras redondeces.
El ascenso por la pendiente, cuajada de cráneos, resultó
especialmente penoso. Era preciso enterrar primero
un pie para, después, con la ayuda de la espada, ir ganando palmo a
palmo.
Sofocado y sudoroso, después de un buen número de obligadas pausas,
levantó la vista, comprobando con
satisfacción que apenas si le separaban unos metros de la cima.
Deseoso de alcanzarla, apretó el paso. Pero, al descuidar sus
precauciones, las osamentas cedieron bajo sus
pies, originando un corrimiento. Y el iuranchiano, impotente, cayó
de bruces, siendo arrastrado colina abajo,
entre un alud de calaveras y un estridente entrechocar de huesos.
Cuando, furioso, maltrecho y medio sepultado entre cráneos, pudo
ponerse en pie, comprobó que la espada
iluminadora había saltado de sus manos. Frenético por su torpeza,
remontó de nuevo la falda de la colina,
angustiado ante la posibilidad de haber perdido su único medio para
desvelar la entrada a la Torre de Amón. La
fortuna en esta ocasión parecía de su lado. A los pocos metros,
semienterrada, descubrió la destellante hoja
celeste. De rodillas sobre los huesos, una vez rescatada, dirigió la
mirada hacia el sol negro, agradeciendo a
Solonia su benevolencia. En esos instantes, la campana luminosa que
cubría aquel fantástico mundo cambió
su tonalidad escarlata por otra naranja. Y el sol negro prosiguió su
avance hacia el cenit.
Sinuhé no había logrado acostumbrarse a aquellos súbitos cambios de
color en la atmósfera, no llegando a
comprender la razón de semejantes variaciones. Ya en la playa había
intuido que la sucesión de colores debía
guardar alguna relación con las.diferentes posiciones del astro
negro. Pero su inteligencia no llegaba más allá...
Sumido en tales cavilaciones, con los cinco sentidos puestos en
aquel segundo ascenso, coronó finalmente la
cumbre. Al hacerlo, algo inesperado y sobrecogedor apareció ante sus
ojos.
Como primera medida, se arrojó a tierra. Desde la cima de la colina,
con el rostro pegado a una de aquellas
sardónicas calaveras, se dedicó -emocionado-a explorar la increíble
construcción que acababa de surgir ante
él. En el fondo de una profunda barranca, siguiendo la ladera que se
abría ante el soror, se levantaba una
mastodóntica torre circular -quizá de un centenar de metros de
altura-, edificada a base de gigantescas
mastabas o plataformas circulares de dimensiones decrecientes. A
Sinuhé, en una primera ojeada, le recordó
la primitiva pirámide escalonada del rey Djeser, en Saqqarah, pero,
como digo, configurada circularmente.
La atmósfera anaranjada que lo envolvía todo le impidió precisar
detalles.
Contó las enormes banquetas o terrazas que la formaban. ¡Seis! ¿Otra
vez el seis?, pensó con inquietud.
Aquel desasosiego no tenía su origen en el descubrimiento de dicha
cifra. La verdadera razón había que
buscarla en la presencia de la torre misma. Sin duda, debía ser la
fortaleza de Belzebú y de los rebeldes. Había
llegado el que quizá fuese el último acto de aquella enloquecedora
aventura...
La pregunta clave no tardaría en surgir: ¿cómo, por dónde, de qué
forma podía ingresar en semejante fortín?
La distancia que le separaba de su objetivo era tan considerable
-unos dos kilómetros si seguía la falda de la
colina- que no pudo reparar en puertas, ventanas u otro tipo de
orificios. Tampoco supo distinguir el material
con que había sido edificada. Quizá se trate de bloques, pensó,
asociando los imponentes muros a los de la
citada pirámide escalonada, ideada por el ministro del faraón Djeser
-Imhotep-, el inventor de la piedra de
sillería.
Por supuesto, el único medio de salir de dudas era intentar una
aproximación....Al otro lado de la torre, frente
por frente a la cima donde se ocultaba Sinuhé, trepaba un
promontorio similar e igualmente cuajado de restos
humanos. Durante un buen rato se dedicó a reconocer aquella parte
del desfiladero, así como la vaguada
sobre la que se asentaba la fortaleza. Pero no observó movimiento
alguno. Todo parecía tranquilo...
Finalmente, tomó la decisión de descender por la movediza ladera. A
pesar del silencio reinante, su corazón se
encogió. Si los rebeldes ocupaban la torre, era probable que
hubieran detectado su presencia. En ese caso, ¿a
qué esperaban para atacar?
-¿Atacar?
El investigador detuvo su marcha. Sus pies quedaron enterrados entre
las calaveras y, levantando la espada,
contempló una vez más aquellas letras que formaban la hoja. Y las
palabras de Solonia, el serafín, acudieron
puntuales desde su memoria: ...Aquel que emplee la espada
iluminadora para la violencia... que sólo espere
violencia.
¿Significaba esto que no debería utilizarla en caso de lucha o
ataque?
Algunos cráneos rodaron ladera abajo, perdiéndose entre tumbos
cuando Sinuhé reanudó su peligroso avance.
Otros, al astillarse, rompieron la quietud de la barranca con ecos
inoportunos y amenazadores.
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A cada amago de corrimiento, el iuranchiano clavaba su espada entre
las osamentas, procurando no hacer el
menor movimiento e intentando conservar así el precario equilibrio.
Cuando el río de cráneos remitía, zancada
a zancada, proseguía su aproximación. Dada la altura y el desnivel
por los que se movía, una caída o arrastre
hubieran sido sumamente delicados, si no mortales.
De trecho en trecho, al tiempo que recuperaba el aliento,
interrumpía su marcha, escrutando la fortaleza y sus
alrededores. Por un momento, le invadió una inquietante sensación.
¿Es que la torre se hallaba abandonada?
Esta idea, lejos de sosegarle, le intranquilizó más. ¿Qué podía
ocurrir si aquel no era el cuartel general de
Belzebú? Y, aunque lo fuera, ¿qué adelantaría si lo encontraba
vacío?.Con el sol negro a punto de alcanzar el
cenit, salvó al fin los metros que le separaban de la vaguada.
Agotado por el esfuerzo y la tensión, se dejó caer
sobre las calaveras que llenaban igualmente el fondo de la barranca.
Sus pies, doloridos por las docenas de
astillas óseas que habían ido colándose en sus botas, se negaban a
seguir adelante. Al descalzarse, descubrió
con preocupación unas plantas ensangrentadas y tumefactas.
Tras una minuciosa limpieza y ante el feo cariz de aquellas
múltiples heridas, optó por el único remedio más a
mano. Se deshizo de la camisa y, rasgándola, procedió a vendar ambos
pies. Al contemplar tan tosca obra de
arte, sonrió, compadeciéndose y añorando la ternura de Nietihw al
vendar sus manos en la cámara dorada de
Dalamachia.
-¡Nietihw!... ¿Qué habrá sido de ella?
Levantó los ojos hacia la torre que le aguardaba a poco más de
quinientos metros y su perfil le llenó de negros
presagios.
La vaguada ofrecía el mismo y desértico aspecto. Todo aparecía
silencioso. Envuelto en la luz naranja y tan
muerto como los millones de cuencas vacías que le observaban desde
el suelo.
Pero la suerte, una vez más, había sido echada. Y Sinuhé, tras no
pocos intentos, se calzó las botas,
reemprendiendo la marcha..., directamente hacia la base de la
fortaleza.
Aquellos últimos metros fueron especialmente difíciles. Sus pies, al
contacto con las quebradizas calaveras, se
resintieron de nuevo. Algunas de las heridas volvieron a sangrar,
provocándole un dolor lacerante. A duras
penas, sirviéndose de la espada, arrastrando las piernas, luchó por
alcanzar las proximidades del fortín.
-¡Nietihw!... ¡Debo llegar!..., ¡es preciso llegar!
Aquel nombre llenó su enflaquecido ánimo y su cerebro se negó a
obedecer otro estímulo que no fuera el de
avanzar... ¡Avanzar!
Jadeante, con un sudor frío bañándole el cuerpo, Sinuhé plantó al
fin su espada al pie de la Torre de Amón. Sin
fuerzas para levantar la vista hacia la colosal construcción, se
hincó de rodillas, apoyando la frente sobre la
celeste hoja del arma.
-¡No puedo...! ¡Dios mío, no es posible!
El iuranchiano había llegado al límite de su resistencia. Aquella
dramática circunstancia -justamente ahora,
cuando precisaba.de todo su ímpetu y claridad de mente- le sumió en
la peor de las desolaciones.
-¡No puedo!... -repitió, humillando el rostro y percibiendo el
agitado pálpito de su pecho y el goteo del sudor
sobre las anaranjadas calaveras.
El instinto, sin embargo, le empujó a levantar los brazos y,
aferrándose al travesaño horizontal de la
empuñadura, forcejeó por izarse. En ese desesperado gesto, todavía
con la cabeza inclinada hacia el macabro
suelo, sus ojos tropezaron con los tres círculos concéntricos que
tan misteriosamente habían aparecido en su
costado izquierdo, allá, en su mundo...
Esta vez, la señal de Micael no le sugirió nada.
-A no ser que...
Un rayo de esperanza acababa de iluminarle.
-Sí -se dijo, deseando que aquella providencial revelación se viera
materializada-, ellos podrían...
Quemando sus últimas fuerzas, se incorporó. Desenterró la espada y,
dirigiendo el rostro hacia el sol negro,
imploró el socorro de Solonia. Acto seguido, tornando el arma por Su
extremo, fue aproximando la S al triple
circuito sagrado de Micael.
En realidad, ignoraba lo que podía acontecer en el instante en que
la punta de la espada iluminadora entrara
en contacto con su costado. Sin poder dominar el temblor de sus
manos, clavó de un golpe la última letra de su
nombre sobre la marca del soberano de Nebadon.
La S de la singular hoja no lastimó siquiera el cuerpo de Sinuhé.
Pero, al incidir sobre el triple círculo, se
desprendió del resto de las letras. Y el miembro de la Gran Logia,
atemorizado, soltó la espada, que repiqueteó
sobre la osamenta.
Al momento, la enorme S salió despedida, quedando inmóvil e
ingrávida frente al investigador. Pero su
sorpresa fue a más cuando los extremos de la S se cerraron,
convirtiéndose en un símbolo bien conocido del
iuranchiano: el círculo del Yang y del Yin. El primero, como una
media luna, ocupando la parte superior y
representando -según los fundamentos de la filosofía china del I
Ching-el principio activo y positivo del
universo circundante. El segundo -el Yin-, en la mitad inferior,
complemento del Yang y símbolo de las tinieblas
y de todo lo.pasivo y negativo... Este último, justamente, palpitaba
sin cesar, emitiendo un vivísimo resplandor
rojizo. El Yang, en cambio, teñido en negro, apenas si era visible,
dominado por la fuerza del mal.
Sinuhé comprendió. Si lograba invertir el mágico círculo, quizá su
situación mejorase...
Ansiosamente extendió sus manos hacia el disco. Pero, al asirlo por
la media luna inferior, sus dedos, manos y
brazos se vieron cubiertos al instante por una miríada de heridas
similares a las de sus pies. Y un dolor
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insoportable cruzó su cuerpo como un relámpago haciendo que se
tambalease. Espantado retiró los brazos,
notando otro sin fin de lacerantes desgarrones a lo largo y ancho de
su rostro y tronco. Su cuerpo seguía
llagándose, convirtiendo la piel en un amasijo sanguinolento...
Intentó gritar, pero el dolor había empezado a
nublar su cerebro. Y con los ojos vidriosos, entre estertores, en un
gesto suicida, se arrojó sobre el doble signo
del bien y del mal...
Al volver en sí, notó sobre su pecho la fría superficie de las
calaveras. Algo había cambiado. Ya no aparecían
teñidas de naranja. Ahora reflejaban una luz más clara... ¡Amarilla!
-¡Dios de los cielos! -exclamó al verse tendido sobre el campo de
osamentas-¿Qué ha pasado?... ¿Dónde
estoy?
No tardó en comprender que se hallaba exactamente en el mismo lugar.
Su espada iluminadora yacía sobre los
cráneos y su cuerpo...
-¡Jesús!
Las llagas y regueros de sangre habían desaparecido. Palpó su torso
desnudo, comprobando que las heridas
no existían. Y tampoco las de sus brazos y manos. El sudor, incluso,
se había secado.
-¿Cómo es posible? -repitió mecánicamente, al tiempo que se
descalzaba.
Sus pies, como el resto del cuerpo, presentaban un aspecto
inmejorable. Las fuerzas habían vuelto a su
organismo y su alma parecía pletórica y descansada.
-¡El círculo del Yin! -recordó.
Su memoria se abrió de par en par, permitiéndole ver cómo, en el
último momento, cuando ya se creía perdido,
al arrojarse.sobre el disco, una de sus manos logró aferrarse a la
media luna superior, que giró, arrastrada en
la caída del investigador.
Merced a este cambio de posición, el símbolo del mal -el Yin-perdió
su indudable influencia, que pasó al Yang.
Y la suerte de Sinuhé varió también, quedando ahora bajo la acción
de la luz.
Aquella reconstrucción del incidente se vio ratificada cuando, al
ponerse en pie, observó en mitad de la nueva
atmósfera amarillenta -flotando a un metro de las calaveras- al
majestuoso símbolo chino. La media luna rojiza
-ahora situada en la parte superior- había perdido su brillantez. La
inferior, en cambio –el Yang-, palpitaba,
lanzando continuos flujos de luz..., ¡negra! Y Sinuhé, agradecido,
llevó su mano izquierda sobre el triple círculo
de Micael, elevando sus ojos hacia el sol negro, que había empezado
a dejar atrás el cenit. Mentalmente,
reconoció el poder Y la magnanimidad de Solonia.
Y recogiendo su espada, cuya hoja seguía acusando la falta de la S,
se preparó para lo que él imaginaba y
deseaba corno el asalto final a la guarida de Belzebú.
Una vez más, a pesar de su repentino bienestar Y coraje, se
equivocaba.
Hasta esos momentos no había advertido la configuración externa de
la torre. Al hacerse con la espada, sus
ojos quedaron fijos en el muro inferior. El rostro de Sinuhé se
crispó y su espíritu volvió a ensombrecerse.
En realidad -pensó-, ¿qué otra cosa podía esperar?
Dirigió la mirada hacia las mastabas superiores, pero el resultado
de la inspección fue el mismo. Cada palmo
de la obra exterior de la fortaleza se hallaba recubierto o adornado
por una calavera humana. Cientos de miles
-quizá millones-de cráneos como los que asfaltaban el desfiladero y
la vaguada habían sido cuidadosamente
adosados a cada una de las seis terrazas o plataformas que
configuraban el fortín. Y todos ellos,
asombrosamente, mirando hacia afuera.
Tampoco desde allí, al pie de la altiva torre, se apreciaban
puertas, troneras o apertura alguna. El conjunto
formaba un todo compacto y hermético.
Tocó algunas de las osamentas, llegando a introducir sus dedos a
través de las cuencas y fosas nasales,
tirando de las cabezas..Ni una sola cedió. El macabro artífice de
tan paciente obra había sabido ligarlas a los
hipotéticos muros interiores con tanta destreza como solidez. A
diferencia de la inmensa mayoría de los restos
esparcidos sobre el terreno, aquellos cráneos sí conservaban sus
respectivos maxilares inferiores e, incluso,
para mayor desconcierto, los ligamentos y apófisis estiloides que
sujetan la citada mandíbula inferior.
Por descontado, sobre cada hueso frontal, a escasa distancia del
nicho de la nariz, resaltaba la inquietante
marca de la Bestia: el 666.
Cautelosamente, fue rodeando la ciclópea terraza o mastaba que
constituía la base de la torre, estimando su
diámetro en unos doscientos metros, con una altura de veinte,
aproximadamente.
Eso significaba, a juzgar por la similitud en altura de las
restantes cinco plataformas, que la fortaleza superaba
ampliamente los cien metros de altitud.
-¡Asombroso! -exclamó, considerando que la pirámide escalonada de
Djeser, en Egipto, culmina en los sesenta
metros.
Aquella primera exploración terminaría en fracaso. Al regresar al
punto de partida, Sinuhé verificó la
inexistencia de acceso alguno. Al menos, que él hubiera podido
constatar.
Por otra parte, el lugar seguía sospechosamente desierto. No era
normal -se repetía a sí mismo- que, si aquélla
era en verdad la Torre de Amón, los medianes rebeldes, las golem o
quién sabe qué criaturas diabólicas, no
hubieran dado señales de vida. ¿0 es que la fortaleza -como ya había
considerado- se hallaba vacía?
En un segundo rodeo, algo más confiado por la aparente soledad que
le acompañaba, y en base a las palabras
de Solonia, prestó mayor atención a los descarnados y amarillentos
rostros que parecían seguirle, a cada paso,
con sus enormes y vacías cuencas.
...La espada iluminadora -le había anunciado el serafín- te
permitirá descubrir la secreta entrada a la torre...
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Reparó por enésima vez en la extraña hoja azul, sin intuir la
utilidad de las letras que la formaban.
-E-H-U-N-I. ¿Y qué demonios hago contigo? -murmuró, dirigiéndose al
arma que sostenía entre las manos-. Si
al menos fuese capaz de descubrir alguna clave, algún
indicio....Siguió caminando al pie del muro,
concentrando vista e inteligencia en aquel anárquico «mosaico» de
cabezas rientes.
Los cráneos aparecían tan irregularmente repartidos que resultaba
muy difícil -por no decir imposible- detectar
la más mínima señal de alineamiento o, quizá, un dibujo, una
figura....
algo que, en definitiva, le pusiera sobre aviso.
Al finalizar aquella segunda circunvalación a la mastaba, probó,
incluso, con la espada. A la vez que iniciaba la
tercera vuelta a la torre, fue aproximando la punta del arma a las
calaveras.
Pero nada ocurrió.
Con notable desilusión llevó a cabo un cuarto y un quinto rodeo.
Pero el muro seguía resistiéndose. ¿Dónde
podía hallarse aquel maldito secreto?
Convencido de que el misterioso acceso quizá se hallaba en alguna de
las terrazas superiores, emprendió la
sexta y última caminata en torno a la fortaleza.
-Si fracaso -se dijo-, no habrá más remedio que escalar...
Y tal y como suponía, aquella sexta andadura no dio el fruto
buscado. Pero, nada más llegar al lugar de
arranque -aquel en el que se mantenía ingrávido y estático el
símbolo del Yang-Yin-, algo llamó su atención.
Fue muy fugaz. Casi imperceptible y captado con el rabillo del ojo.
Sinuhé quedó inmóvil. Y antes de girar el
rostro hacia su izquierda, a fin de cerciorarse de lo que había
visto, cerró los ojos, reconstruyendo en su mente
la imagen que creía haber percibido. Y aquellos cráneos se dibujaron
nítidos en su cerebro.
-¡No es posible! -argumentó contra sí mismo.
Al abrir los párpados, aquella imagen seguía allí, clara y
desconcertante.
Entre la vorágine de osamentas, cinco aparecían con SUS respectivas
mandíbulas inferiores... ¡caídas!
-¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta hasta ahora?
-reflexionó, aproximándose con enorme
curiosidad.
Había, además, otro detalle inexplicable. Las cinco calaveras, a
diferencia del resto, no sólo tenían sus bocas
abiertas, sino que ¡se hallaban alineadas horizontalmente!.El
investigador hubiera jurado que aquellas cabezas
no formaban hilera alguna cuando pasó frente a ellas en las cinco
ocasiones precedentes. Pero, encogiéndose
de hombros, optó por olvidarse de tan extraña circunstancia. Después
de todo, el despiste siempre había sido
algo proverbial en él...
Examinó cuidadosamente las bocas abiertas y, al introducir sus dedos
en ellas, ante su sorpresa, no consiguió
palpar muro alguno. Alarmado, echó un vistazo al interior de las
calaveras, pero la oscuridad era total. Al
acercar el rostro a las filas de dientes, una sutil corriente de
aire vino a confirmar sus sospechas: o mucho se
equivocaba o aquél tenía que ser el punto de entrada a la Torre de
Amón.
Luchando contra su impaciencia, retrocedió un par de metros,
contemplando aquella inesperada pista. Pero el
problema no estaba resuelto.
Obviamente -dedujo-, el alineamiento de esos cráneos y la apertura
de sus maxilares han tenido que responder
a algo.
Pero ¿a qué?... ¿Por qué?
Sinuhé entornó sus Ojos, reconstruyendo mentalmente -paso a paso-
sus evoluciones alrededor de la fortaleza.
Y, al recordar que aquélla era su sexta vuelta a la mastaba, un
escalofrío le sacudió de pies a cabeza.
Dispuesto a verificar la idea que acababa de brillar en su cerebro,
emprendió su séptimo rodeo a la base del
fortín. Esta vez, consumido por la incertidumbre, emprendió una
frenética carrera. Al poco, se detenía jadeante
frente a las cinco osamentas.
-¡Dios...!
Al rematar la vuelta, otras cinco calaveras se habían alineado
inmediatamente por debajo de las primeras y con
los maxilares igualmente abiertos.
Sin aliento, emocionado, el soror repitió su exploración,
confirmando la presencia de una cada vez más intensa
corriente de aire fresco que brotaba por aquellos diez boquetes.
Su intuición había resultado un éxito..., de momento. El número
seis, de nuevo, se había convertido en
protagonista de sus aventuras. Al consumar las siguientes carreras,
otras tantas hileras de cráneos fueron
apareciendo mágica y prodigiosamente bajo los primeros. Al emprender
el rodeo.número once eran ya cinco
las hiladas aparecidas en el muro.
La última, la más baja, a cosa de un metro del suelo.
En esta undécima circunvalación, extenuado por el esfuerzo, Sinuhé
no tuvo más remedio que resignarse y
hacerla al paso.
Pero, movido por su fino instinto, fue sumando sus zancadas.
Al retornar frente al cuadrado formado por los veinticinco cráneos
-todos ellos con sus mandíbulas abiertas-, se
vio sorprendido por un nuevo y doble hallazgo: primero -y más
importante-, en el muro no se había registrado
alineamiento alguno. Segundo, si no había errado, sus pasos habían
sumado otra curiosa cifra: ¡666!
Perplejo e incrédulo, repitió la operación.
Al concluir el rodeo número doce, los resultados fueron idénticos:
666 metros de circunferencia y ni una sola
alteración entre las calaveras.
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La fantástica coincidencia desbordó su excitación. Allí, en aquel
misterioso alineamiento de osamentas
humanas -todas ellas con el 666 grabado en las frentes-tenía que
estar la clave para penetrar en el cuartel
general de Belzebú.
¿Cuál era el siguiente paso?
Sentado frente al enigmático cuadrado, Sinuhé dejó volar el tiempo.
Hasta ese momento, la espada iluminadora no parecía haber Jugado
papel alguno en la resolución de aquel
nuevo enigma.
En cuanto al disco chino -reflexionó dirigiendo una furtiva mirada
al símbolo-, tampoco le sugería nada
especial...
¿Dónde podía estar la solución? ¿Por qué, desde su sexta vuelta a la
torre, habían ido apareciendo aquellas
cinco hileras de cráneos, concluyendo dicho alineamiento con el
rodeo número diez?
Después de mil elucubraciones, hipótesis y contrahipótesis, el
miembro de la Escuela de la Sabiduría recurrió,
casi mecánicamente, al método cabalístico. Sumó los sucesivos 666 de
cada hilera, notando que cada una de
dichas adiciones arrojaba el mismo resultado: el sagrado 9. Aquello
te intrigó. Y procedió entonces a la suma
total de los veinticinco 666. La cifra final -16 650- le devolvía,
una vez sumados estos dígitos, al ¡9!.Sus alertas
mentales saltaron a un tiempo. Por conversión guemátrica a letras,
aquel 9 pasaba a ser la Teth o T del
alfabeto hebreo. Y al igual que sucediera en enigmas anteriores, el
iuranchiano descubrió que, justamente
aquella Teth, era el símbolo esotérico de la oculta muralla erigida
para guardar un tesoro.
Se incorporó nervioso.
-¿Un tesoro?... ¡El Gran Tesoro!
Las calaveras sólo podían representar eso: una muralla que ocultaba
algo de gran valor.
-¡Los archivos secretos de IURANCHA! -estalló.
Pero aquel entusiasmo desaparecería pronto. Aunque parte del
criptograma parecía despejado, aún faltaba lo
más importante: ¿cómo abrir o demoler semejante muralla?
...La espada iluminadora te permitirá descubrir la secreta
entrada...
Aquellas palabras de Solonia seguían latiendo solapadamente en el
subconsciente del joven. Sin embargo,
aunque de vez en cuando eran reflotadas a su mente, empeñado en
encontrar por sí solo la clave del enigma,
necesitó algún tiempo para comprender que la solución -quizá- se
hallaba entre sus manos.
-¡La espada!...
Ahora sí había llegado el momento de probar su eficacia. Y
sujetándola con decisión, dirigió la hoja celeste
sobre el cuadrado. Con un acusado temblor la paseó primeramente
sobre las veinticinco calaveras, sin
atreverse a rozarlas. Pero nada sucedió.
A continuación, tocó con la punta -formada por la letra I- el primer
cráneo de la hilera superior. En este caso, el
alojado en su extremo izquierdo.
Y sucedió lo imprevisto, El fulgor de la hoja intensificó su
luminosidad y aquel halo azul se propagó hacia los
brazos del iuranchiano, envolviendo su cuerpo en un aura celeste.
Simultáneamente, la I se transformó en un dedo índice, que borró el
666 de la calavera. Y con movimientos
precisos, el dedo humano, en su lugar, dibujó una S.
Electrizado por aquel flujo celeste que le inundaba, notó cómo el
mágico dedo, y con él el resto de la espada,
se dirigía entonces a.la calavera contigua: la situada en segundo
lugar en aquella hilera superior.
Y con idéntica seguridad, sin titubeo alguno, sin que Sinuhé
interviniera para nada, eliminó el número de la
Bestia, sustituyéndolo por otra letra: la A.
Lo mismo sucedió con las restantes osamentas de aquella hilera. Al
terminar, sobre las frentes de dichos
cráneos aparecían sendas letras hebreas, formando una enigmática
palabra: SATOR.
Sin comprender, el miembro de la Logia dejó hacer a la espada
iluminadora.
Una vez que hubo finalizado con esta hilera superior, el dedo índice
buscó la primera calavera de la segunda
fila. Borró igualmente el 666, grabando en su lugar una A. Y así,
cráneo por cráneo, fue dando forma a otra
misteriosa palabra: AREPO.
Al concluir la tercera y mágica grabación, Sinuhé pudo leer: TENET.
En la cuarta hilada, el dedo sustituyó los
666 por otras tantas letras del alfabeto hebreo, apareciendo un
nuevo galimatías horizontal: OPERA.
Por último, la punta de la espada recorrió las cinco calaveras de la
quinta hilera, dejando impresas otras tantas
letras que dieron lugar al siguiente vocablo: ROTAS.
Instantáneamente, el dedo azul desapareció. Y el halo que cubría al
iuranchiano se retiró de su cuerpo -esta
vez en sentido inverso-, hasta quedar concentrado a lo largo de la
hoja de la espada.
En ese momento, Sinuhé recuperó su voluntad y capacidad de
movimiento. Y, maravillado, examinó primero el
arma que seguía sosteniendo entre las manos. La letra I, como
sucediera con la S, se había esfumado. Ahora
era la siguiente -la N-la que ocupaba la punta de la hoja.
Incrédulo, la tocó, verificando que no había
modificado su temple original.
Partiendo de la empuñadura, la espada iluminadora había quedado
reducida a las letras E-H-U-N.
En cuanto al cuadrado, ¿qué significaban aquellas palabras?
Bajó la espada y avanzó hacia el muro. La sustitución del número de
la Bestia por aquellas veinticinco letras, a
pesar de la indudable mediación del arma entregada por el leal a
Micael,.le había puesto en guardia. Los
rebeldes seguían sin dar señales de vida y eso le intranquilizaba
tanto como la resolución de aquel interminable
galimatías. ¿No estaría siendo víctima de un nuevo ardid de los
medianes de Belzebú?
159
La tentación era irresistible. Así que, doblando su rodilla derecha
sobre las osamentas, con los músculos
tensos como ballestas, dirigió las yemas de los dedos hacia los
cráneos. Rozó una de las letras pero, en contra
de lo que suponía, nada ocurrió. Al hacerlo por segunda vez comprobó
que el signo hebreo había sido
practicado sobre el hueso, a manera de un bajorrelieve. Al acariciar
el resto observó que todas parecían
cinceladas sobre las frentes.
-¡Inaudito!
Más extraordinaria aún le resultó la lectura del palíndromo.
Porque en aquel cuadrado, una de las palabras –ROTAS-podía leerse de
izquierda a derecha, de derecha a
izquierda, de arriba abajo y de abajo arriba... Y articuladas sobre
estas letras exteriores, el observador podía
leer igualmente, en cualquier dirección, las otras cuatro no menos
intrigantes palabras...
Desconcertado, intuyendo que el final del enigma no podía estar muy
lejos, olvidó por completo dónde se
hallaba, sumergiéndose en el criptograma.
Las palabras SATOR, AREPO, TENET, OPERA y ROTAS eran legibles, según
este palíndromo, en todas
direcciones. También notó que la letra central -la N- era la única
que no se repetía.
¿Qué quería decir el curioso cuadrado? ¿Qué le estaba indicando?
Sinuhé empezó por traducir los textos, palabra por palabra.
Pero las interpretaciones -siguiendo el método
cabalístico-resultaban absurdas o divertidas...
El sembrador (SATOR) -rezaba una de ellas- reúne aquí el fruto de su
trabajo.
El labrador -decía otra- tiene sus obras en la mano o el sembrador
AREPO dirige las ruedas cuidadosamente...
Aquél, indudablemente, no era el camino adecuado. Y el miembro de la
Escuela de la Sabiduría, luchando por
no perder los nervios, eligió otro procedimiento.
Las dos líneas centrales -las que daban lugar a las palabras TENET-
formaban una cruz griega. Curiosamente,
si unía las A.con las 0, la primera cruz se transformaba entonces en
una de tipo potenzada. Pero el prodigioso
cuadrado iba más allá.
Bastaba unir a continuación las A y las 0 con la N central para
dibujar una cruz de Malta. Por último, al tomar
dicha N como centro de un círculo de radio NA o NO, la figura
resultante era la cruz de los Templarios...
¿Podía estar allí la clave para abrir la muralla?
Pero Sinuhé terminó por apartar dicha posibilidad, enfrascándose en
un capítulo más complejo y sorprendente:
la conversión de aquellas veinticinco letras a números.
Después de una laboriosa investigación, el mágico cuadrado de
palabras se reveló como un no menos mágico
cuadrado de números, todos ellos herméticos y altamente
significativos...
La cruz formada por las palabras TENET, por ejemplo, sumaban la
misma cantidad: 65. Y otro tanto sucedía
con las líneas diagonales. Los números correspondientes a las
casillas exteriores S y R de ROTAS también
daban una misma suma: 26.
Por otra parte, si tomaba las letras de dos en dos, la suma era
igualmente 26, correspondiendo, además, a
pares de letras idénticas en el cuadrado: EE, AA, etc.
Para colmo, la letra central N equivalía justamente a la mitad de
26...
Y el soror, al filo de la locura, descubrió que la clave cabalística
de aquel endiablado cuadrado tenía que residir
en aquellos tres números: el 13, el 26 y el 65.
De la mano del mismo método cabalístico -la Guematría-, convirtió
las tres cifras en palabras. La traducción le
dejó sin habla. 65 era la suma de ADONAI (Alef-Dalet-Nun-Yod: 1 + 4
+ 50 + 10 = 65). ¿Y qué significaba
ADONAI? ¡Dios! El 26, por su parte, era la suma guemátrica del
Tetragrama: Yod-He-Vav-He (10 + 5 + 6 + 5 =
26). Es decir, ¡Yavé!
Sumando los valores de estos dos nombres sagrados -ADONAI y YHVH
(Yavé)-, el iuranchiano tropezó con
otra sorpresa. 65 y 26 eran igual a 91; es decir, 9 + 1 = 10 = 1.
¡La unidad!
Desde el punto de vista místico, teológico, esotérico y hasta
cabalístico, la Unidad es siempre Dios o Yavé.
Aquel enrevesado entramado numérico se hallaba además perfectamente
unido al 13. En hebreo, uno o la
unidad se dice.EHAD, cuya suma guemátrica es precisamente ¡13! Y 13,
en fin, era el centro (N) del
cuadrado...
Al manejar aquellos tres conceptos -Yavé, Adonai y uno o la unidad-,
acudió a la memoria de Sinuhé una
ancestral y sagrada plegaria judía, recogida en el Deuteronomio 6,4:
Yavé, nuestro Dios, Adonai es uno.
Cuando se disponía a entonar dicha oración, convencido de que había
dado con la clave para abrirse paso
hacia el interior de la Torre de Amón, otro descubrimiento desvió
sus intenciones.
La palabra ROTAS, que en hebreo se escribe Resh-Vav-Tau-Samej,
encerraba una doble y diabólica
advertencia: Samej, la serpiente y el número de la Bestia. (Aquellas
letras, numéricamente, equivalían a 200 +
6 + 400 + 60 = 666.)
Estremecido, comprendió que aquel cuadrado mágico, formado sobre las
osamentas de la mastaba,
simbolizaba el Bien y el Mal, a un mismo tiempo.
¿Qué debía hacer? ¿Pronunciaba la frase sagrada o invocaba el número
del Maligno?
Antes de tomar una decisión, Sinuhé intentó sopesar su situación. Si
entonaba la plegaria sagrada, lo más
probable es que viera franqueado su acceso a la torre. En ese caso,
¿qué nuevas aventuras le aguardaban?
¿Podría encontrar a su compañera? Si, por el contrario, se decidía
por el número de la Bestia, ¿qué sería de
él?
160
Echó un vistazo al símbolo chino, preguntándose, incluso, si los
hombres Pi no estarían nuevamente en lo
cierto: ¿no habría caído en otra ensoñación? ¿No sería todo aquello
una trampa de los rebeldes?
-Pero ¿y Solonia? -se rebatió a sí mismo-. El guardián de Edén no
puede ser una maquinación del Maligno...
Probablemente fue esta última reflexión la que le condujo a la que,
sin saberlo, iba a ser su postrera elección
en aquella primera fase de la misión.
Y antes de que su atormentado espíritu pudiera volverse atrás, se
puso en pie. Sujetó la espada, apuntando
con ella al centro del cuadrado y, procurando ocupar su mente y
corazón con una sola idea -Nietihw-, gritó con
todas sus fuerzas:
-¡Yavé..., nuestro Dios...!.Como si se tratara de proyectiles
invisibles, aquellos primeros sonidos, nada más
escapar de los labios de Sinuhé, empezaron a pulverizar las
calaveras. La primera en estallar,
desintegrándose, fue la situada en el ángulo superior izquierdo del
cuadrado. Y, a continuación,
vertiginosamente y siguiendo un rígido orden, desaparecieron todas
las que componían las tres hileras
superiores.
El prodigio le cogió tan de sorpresa que, estupefacto ante la cadena
de silenciosas explosiones, interrumpió la
plegaria. Pero, al ver cómo el proceso de apertura del muro se
detenía, se apresuró a concluirla:
-...¡Adonai es uno!
De manera fulminante, las dos últimas hileras -las que componían las
palabras OPERA y ROTAS- saltaron
igualmente por los aires.
En el lugar que habían ocupado las veinticinco calaveras se abría
ahora un oscuro y cuadrado orificio de un
metro de lado.
El investigador, absorto en la contemplación de dicha abertura, no
reparó en otro curioso y significativo hecho:
aquella plegaria bíblica sumaba también veintiséis letras...
En una primera reacción, el iuranchiano se aproximó a la boca de lo
que suponía otro pasadizo. Pero, al
asomarse, le fue imposible distinguir nada en absoluto. Todo se
hallaba sumido y dominado por una tiniebla
espesa. Curiosamente, la luminosidad amarillenta que rodeaba a
Sinuhé resultaba bruscamente interrumpida
en el umbral mismo del supuesto acceso a la fortaleza.
Introduciendo la cabeza y el tórax por la abertura, extendió sus
brazos, pero no logró palpar paredes,
escalinatas o suelo algunos. Aquello era lo más parecido al vacío...
Sólo la corriente de aire se había hecho
más intensa y fría.
Al retirarse del interior de la mastaba, permaneció pensativo, sin
perder de vista el negro acceso. Una vez más,
sólo había un medio de salir de dudas: aventurarse en la torre.
Había que armarse de valor y cruzar aquel
cuadrado.
Y un familiar cosquilleo en las entrañas le anuncio- nuevos e
inminentes peligros...
Sinuhé no tardaría en hacer frente al primer contratiempo....Después
de sujetar su espada al cinto, inspiró
profundamente y, aferrándose a los cráneos laterales que delimitaban
la cuadrada oscuridad, se dispuso a
saltar al interior de la base del gran torreón. En realidad no sabía
qué iba a encontrar al otro lado. Ni siquiera si
sus pies hallarían sustentación alguna... Pero había que hacerlo.
Elevó su pierna derecha, introduciéndola en las tinieblas y, cuando
se hallaba a caballo sobre el muro, a punto
de pasar la otra pierna, un crujir de osamentas le hizo volver el
rostro.
Quedó paralizado. A su espalda, procedente quizá del otro lado de la
mastaba, había irrumpido un nutrido
grupo de aquellas criaturas enanas y monstruosas.
-¡Dios mío!... ¡Los medianes!
Al momento, otra sucesión de chasquidos, proveniente esta vez del
lado opuesto, vino a unirse a las pisadas
de aquel pequeño ejército de rebeldes que avanzaba hacia él.
Inmediatamente, surgió ante Sinuhé una
segunda tropa de seres de enormes cabezas y brazos
desproporcionados.
De un salto abandonó la abertura y, separándose del muro, rescató la
espada del cinto, blandiéndola en actitud
defensiva. Al empuñar el arma, los medianes se detuvieron. Sinuhé,
girando sin cesar sobre sí mismo, trató de
no perder de vista a las criaturas. Pero, tras aquel primer y
aparente momento de duda, reanudaron su lento
pero decidido caminar hacia el iuranchiano. A su paso, las calaveras
volvieron a astillarse, rompiendo el
silencio con una sobrecogedora trepidación.
Cuando se hallaban a poco más de diez metros, el soror, con la
garganta seca por el miedo, observó cómo
aquella multitud alargaba sus brazos hacia él, dispuesta, sin duda,
a capturarle.
Y en su memoria apareció entonces una perdida imagen: la de la
pesadilla sufrida en la Casa Azul, poco antes
de que se viera envuelto en tan penosa aventura...
Fuera de sí, con la hoja de la espada vibrando, se dirigió entonces
al grupo que había irrumpido en primer
término.
Estaba dispuesto a no dejarse atrapar. Incluso, si fuera necesario,
a morir en la lucha...
Al verlo cargar contra ellos, los medianes interrumpieron nuevamente
su marcha. Y una de las criaturas que
avanzaba en cabeza se destacó unos pasos, clavando la mirada de sus
negros.ojos en el excitado humano. La
penetrante mirada y la innegable audacia del rebelde, que parecía
aguardar impasible el golpe fatal de la
espada iluminadora, causaron en Sinuhé un efecto inexplicable. Se
detuvo frente al pequeño ser y,
desconcertado, mantuvo el arma por encima de su cabeza, atento al
menor movimiento sospechoso. Pero el
median, abriendo el reducido orificio que hacía las veces de boca,
exclamó:
-Nada puedes hacer, extranjero... Entrégate a la fuerza de Belzebú,
nuestro jefe.
161
Y extendiendo sus larguiruchos brazos, le invitó a entregar la
espada.
Tal y como había imaginado, aquellas decenas de monstruos de cabezas
en forma de pera invertida, de piel
oscura y correosa y con el círculo negro y rojo en el pecho, símbolo
de Lucifer, eran los servidores de Belzebú.
Eso significaba que la torre se hallaba habitada y que Nietihw debía
encontrarse prisionera en alguna de
aquellas seis plataformas...
La confirmación de sus sospechas y el recuerdo de su amiga
encendieron de nuevo la ira del investigador,
quien, por toda respuesta, descargó un violento mandoble sobre el
cráneo del median. Y las letras que
formaban la hoja se hundieron en la cabeza de la criatura,
partiéndola en dos. El rebelde cayó fulminado
mientras Sinuhé, describiendo grandes círculos con el arma, se
arrojó sobre el compacto grupo, dispuesto a
pelear hasta el último aliento.
Las criaturas retrocedieron y algunas, probablemente tan asustadas
como el soror, tropezaron entre sí,
rodando sobre las osamentas.
Animado por la desordenada fuga de los rebeldes, atacó nuevamente,
destrozando de un tajo a dos de los
medianes más próximos. Pero, cuando se disponía a cargar sobre el
resto, el segundo contingente, que había
seguido avanzando por su espalda, hizo presa en sus piernas, cintura
y hombros, derribándole de espaldas
sobre las calaveras.
Desde el suelo, el iuranchiano siguió golpeando con la espada
iluminadora, hiriendo a vanos de los medianes
que se habían arrojado -a decenas-sobre su cuerpo. A pesar de sus
patadas y mandobles, de sus
convulsiones y hasta cabezazos, la.superioridad numérica de sus
adversarios terminó por inmovilizarle. Y la
espada saltó finalmente de entre sus manos.
Sinuhé siguió bregando por zafarse de aquella montaña de repulsivos
seres. Pero, firmemente sujeto por
decenas de manos, sus movimientos fueron perdiendo fuerza y
efectividad y, al poco, agotado, tuvo que
someterse.
Y ocurrió lo inesperado. Inexplicablemente, los medianes le
soltaron, haciendo un círculo a su alrededor. Y el
caído y atónito Sinuhé descubrió, flotando sobre él, a su espada
iluminadora. Por un momento, la oportuna
aparición le infundió nuevos ánimos. Y creyendo que los rebeldes se
retiraban atemorizados, se incorporó
veloz, en busca del arma que le entregara Solonia. Extendió los
brazos hacia ella y, cuando estaba a punto de
tomar la empuñadura, la hoja celeste –dirigida por una fuerza
invisible- hizo un brusco movimiento, alejándose.
Los rebeldes abrieron entonces el cerco y Sinuhé, en su afán por
recuperarla, se precipitó tras ella. La espada,
tras un corto vuelo, había ido a clavarse sobre uno de los medianes
muerto por el iuranchiano. Cegado por su
deseo de hacerse con el arma que podía permitirle reanudar el
combate, intentó empuñarla por segunda vez.
Pero, antes de que sus manos alcanzaran la guarnición, la espada
saltó del cadáver y su hoja apuntódirectamente al rostro de Sinuhé.
Éste, perplejo, se detuvo. La punta se hallaba manchada de una
especie de
sangre negra y pastosa. Y antes de que pudiera comprender lo que
sucedía, se disparó hacia el soror y la N se
clavó en sus ojos.
Con un alarido de dolor, llevó sus manos a la hoja, luchando por
arrancarla. Sin embargo, lo único que logró
fue herirse nuevamente con el filo de las letras. Tambaleándose,
sintió cómo las fuerzas escapaban de su
cuerpo. Y una frase grave y lejana retumbó en su memoria, al tiempo
que se derrumbaba:
...Pero escucha mi advertencia, hijo de IURANCHA... Aquel que la
emplee para la violencia, que sólo espere
violencia.
Un agudo dolor en los ojos -el mismo que le había derribado al pie
de la Torre de Amón- le hizo volver en sí.
Y el corazón de Sinuhé se encharcó de angustia.
-¡Todo está oscuro!.Aquellas primeras palabras fueron acompañadas de
unos imperceptibles sollozos. Y el
desdichado investigador comprendió que no se hallaba solo.
Llevó sus manos al rostro y los dedos tropezaron con algo rígido y
frío. Algo que permanecía clavado en sus
ojos. Lo exploró y a su mente acudieron prestas las imágenes de la N
que había formado parte de la hoja de la
espada iluminadora y el final de su lucha contra los medianes
rebeldes.
-¡Dios mío! -musitó al comprobar que la letra seguía incrustada en
ambos ojos. Aquélla era la causa de su
ceguera.
¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido?
El dolor cedió lentamente y el miembro de la Escuela de la Sabiduría
se incorporó a medias, palpando primero
el suelo sobre el que había recobrado el conocimiento. Aunque su
visión se hallaba totalmente perdida,
reconoció en seguida las aristas y los inconfundibles perfiles de
las calaveras sobre las que había caminado en
su aproximación a la fortaleza. Aquellos cráneos, sin embargo,
parecían firmemente soldados entre sí. De
rodillas, siguió examinando el pavimento, corroborando además que
todos y cada uno de los restos habían sido
dispuestos con sus descarnados rostros hacia arriba. Aquello aún le
alarmó más.
Sin duda no se trataba de los alrededores del fortín, donde las
osamentas habían sido abandonadas de
cualquier forma.
En aquella misma posición, de rodillas, alargó su mano derecha hacia
el negro vacío que le rodeaba, en busca
de algo que le permitiera identificar el lugar. Y sus dedos
tropezaron. Las yemas tentaron nerviosamente y en
Sinuhé se hizo una luz: ¡eran cabellos! Siguió palpando con
vehemencia, comprobando que, en efecto, se
trataba de unos cabellos largos y sedosos. Y temblando de emoción
aproximó su otra mano a aquella cabeza.
Sus dedos recorrieron entonces las facciones, deteniéndose con
emoción en los ojos.
-¡Dios mío!
162
Estaban húmedos: ¡arrasados por las lágrimas! Sin poder contenerse
exclamó con voz quebrada:
-¡Nietihw!
Unas manos suaves y delicadas salieron al encuentro de las suyas,
tomándolas con fuerza. Y aquellos sollozos
que habían acompañado el despertar del iuranchiano se hicieron
más.intensos y entrecortados. La mujer, de
rodillas frente a Sinuhé, se arrojó en sus brazos, abrazándole.
-¡Nietihw!... ¡Nietihw!
El joven sólo acertaba a repetir el nombre de su compañera. Y ésta,
incapaz de responder, dominada a un
tiempo por la alegría del reencuentro y la profunda desolación que
le inspiraba el estado de su amigo, se limitó
a hundir el rostro en el hombro del miembro de la Logia, dejándose
arrastrar por aquel torrente de confusos
sentimientos.
Sinuhé, acariciando sus cabellos, dejó que se desahogara.
Cuando la mujer se tranquilizó, el soror, tras secar sus mejillas,
le rogó que empezara por el principio: ¿cómo
había sido capturada? ¿Dónde se hallaban?...
Las explicaciones de Nietihw no fueron muy extensas. Cuando se vio
arrebatada en la cámara dorada, la
presencia de unas criaturas monstruosas, semejantes a Vana, el
median rebelde que les indicara la dirección
de Dalamachia, provocó en ella un desmayo fulminante. Al volver en
sí se hallaba en aquel mismo lugar.
-Desde entonces -concluyó Nietihw- sólo he vivido para este momento.
-¿Dónde estamos? ¿Qué clase de cárcel es ésta?
-Dices bien, Sinuhé -repuso la hija de la raza azul con amargura-,
según la criatura que nos acompaña en esta
celda macabra, los tres nos hallamos bajo el dominio de Belzebú, en
una fortaleza que llaman la Torre de
Amón...
-Entonces -murmuró el iuranchiano, comprendiendo que había sido
conducido al interior del fortín-, todos
nuestros esfuerzos por recuperar los archivos secretos...
La mujer guardó silencio. Fue una significativa respuesta. Todo, en
efecto, parecía perdido...
Sinuhé, cayendo en la cuenta de las últimas frases de su amiga,
preguntó de nuevo:
-¿Es que nos acompaña alguien?
Nietihw tomó entonces el brazo del ser que permanecía en pie junto a
la pareja y, aproximándolo a su
compañero, puso en contacto la mano de la criatura con la de Sinuhé.
Al palparla, el soror se estremeció.
Siguió recorriendo la áspera piel del larguísimo y famélico brazo,
hasta acertar a tocar la cabeza. Al.comprobar
la forma y dimensiones de la misma, retiró sus dedos, asustado ante
lo que tenía delante.
-¡Un median!
-Sí -confirmó la mujer en tono tranquilizador-, un viejo amigo
nuestro... Se trata de Vana.
-¿Vana?... Pero ¿por qué?
Esta vez fue la pequeña criatura la que habló:
-Poco a poco irás comprendiendo que Belzebú no perdona. Y yo, según
nuestras leyes, cometí un error al
indicaros el camino hacia los hombres Pi. Además, tu flecha de hielo
me ha marcado para siempre...
-No te comprendo -intervino Sinuhé.
Nietihw le ayudó a ponerse en pie y conduciendo sus manos las
depositó sobre el pecho de Vana. Al tocarlo,
experimentó una clara sensación de calor. Sus dedos se deslizaron
sobre el tórax del median al tiempo que
recordaba cómo las fauces de hielo de Samej, la serpiente, habían
dejado sobre el escudo circular de Lucifer
un total de 72 hendiduras por las que brotaron unos misteriosos
rayos escarlatas.
-¡No es posible! -exclamó al comprobar cómo las citadas hendiduras
se habían cerrado, sustituyendo el
emblema del Maligno por el triple círculo de Micael.
-Lo es, Sinuhé -replicó el median-. Ahora, con la bandera del
Soberano de Nebadon sobre mi pecho y voluntad,
me he convertido en un proscrito... para Belzebú y su gente. Como
vosotros, sólo espero mi definitiva muerte...
-¿Como nosotros? ¿Qué quieres decir? A una indicación de Nietihw,
Vana guardó silencio. La mujer, en un
intento por desviar la atención de su compañero de la dramática
revelación apuntada por el median, le suplicó
que fuera él quien relatara ahora cuanto le había acontecido desde
su separación.
Comprendiendo que algo grave sucedía, obedeció, pasando a informarle
sobre su extraño encuentro con su
doble del espejo, sobre las incidencias en la antecámara funeraria y
en la cripta de los tres féretros, así como
sobre su aventura en la cámara acorazada de Dalamachia, su posterior
vuelo hacia el sol negro y la
aproximación a la torre, con el fatídico combate final..Al terminar
su relato, Sinuhé, llevando sus manos a la N
que había provocado su ceguera, concluyó visiblemente decaído:
-Todo, en fin, se ha perdido. Hemos
fracasado.
Nietihw, con un hilo de esperanza en su voz, repuso después de un
corto silencio:
-Puede que no, Sinuhé..., puede que no...
Alertado por aquella insinuación, el iuranchiano buscó el rostro de
su amiga.
-¿En qué estás pensando? -Si no he entendido mal -explicó la mujer,
dirigiéndose a ambos-, los hombres Pi te
revelaron que el Gran Tesoro (la pluma de Thot) sólo puede ser
interrogada por alguien que ostente la señal de
Micael...
-Cierto -subrayó Sinuhé.
-Y tal y como aseguró Amen-Em-Apt, no es menos cierto que los
rebeldes, al menos hasta hoy, siguen
ignorando la suerte de su maestro y caudillo: Lucifer. ¿Me equivoco?
La pregunta fue dirigida en esta ocasión a Vana. Éste asintió con la
cabeza.
163
-Siendo así -concluyó su argumento-, y puesto que sólo tú, Sinuhé,
conservas la marca de Micael, ¿por qué no
aprovecharnos de dicha ventaja?
-¿Aprovecharnos? ¿Cómo? -repuso el miembro de la Logia sin
comprender las intenciones de su compañera.
-Muy Simple. Pactemos con Belzebú. Si nos permite llegar a los
archivos secretos, tanto él como nosotros
podríamos conocer la parte de Verdad que nos interesa...
Sinuhé recordó cómo aquella posibilidad había planeado ya sobre su
corazón en la cámara acorazada... Y
ahora, la hija de la raza azul, lejos de rendirse, se había
encargado de resucitarla, avivando así una remota
esperanza.
Sin embargo, el median, con un sentido más realista de las
circunstancias, recordó a la pareja que, para poner
en práctica tan difícil idea, primero había que salir de aquella
celda...
-Vana tiene razón -apuntó Sinuhé. Y tomando a su amiga por el brazo,
le pidió que le guiara y detallara las
características del lugar.
-No hay mucho que explicar -terció la mujer-. Hemos sido encerrados
en un reducido cubículo, cuyos muros,
techo y suelo.están formados o cubiertos por cientos de osamentas
como las que has podido palpar. Por sus
cuencas, fosas nasales y bocas –añadió la mujer con un
estremecimiento-, brota una continua luz negra y
roja...
-¿Negra y roja? -le interrumpió el soror.
-Sí. Por cada una de las aberturas de esos macabros cráneos sale un
cilindro de luz: el centro del mismo es de
color granate, y el resto, algo así como la envoltura, negro.
-¡El signo y emblema de Lucifer! -exclamó Sinuhé, pensativo. A
continuación, interrumpiendo sus reflexiones,
preguntó de nuevo-: ¿En qué punto exacto de la torre nos
encontramos?
-Según Vana, en la primera mastaba o plataforma. En la base de la
fortaleza.
Nietihw, adelantándose a la siguiente pregunta, aclaró:
-La sede y trono de Belzebú están ubicados en la quinta o penúltima
plataforma...
-¿Y el Gran Tesoro?
Nietihw cruzó una mirada con Vana. El median, sin perder su frialdad
habitual, respondió así:
-Olvida cualquier pensamiento de fuga, Sinuhé... Esto no es
Dalamachia. Estamos en manos de Belzebú y sólo
él puede aceptar o rechazar el trato que ha sugerido Nietihw...
-Está bien -replicó el soror, que no era fácil de doblegar-, pero
¿dónde está escondido el Gran Tesoro?
Nietihw y Vana no llegaron a responder.
-¿Dónde? -insistió el iuranchiano.
La hija de la raza azul, tomando su mano, le suplicó silencio.
Un estridente chirrido, procedente de uno de los muros, hizo volver
el rostro a Sinuhé.
-¿Qué es eso?
Nietihw, aproximándose al oído de su inquieto compañero, susurró:
-No lo sabemos... Los haces de luz que escapaban de una de las
paredes han desaparecido... Parece como
si...
La hija de la raza azul no pudo continuar. El chirrido se hizo más
agudo, llenando la celda y traspasando los
oídos de la pareja como dagas invisibles. Y ambos, presa del dolor,
llevaron sus manos sobre las orejas, en un
vano intento por evitarlo..El chirrido, al ganar en intensidad, fue
transformándose en un aullido. Y bruscamente,
cuando creían que sus cerebros estaban a punto de estallar, cesó.
Cada una de las osamentas que formaba
aquel muro se tiñó de rojo, como si un fuego implacable las devorase
desde el interior. La pareja, y también
Vana, notaron cómo una oleada de calor se desprendía de la pared,
llenando la celda. Al momento, una a una,
las calaveras fueron cayendo, convertidas en ascuas.
Cuando el último cráneo rodó sobre el pavimento, en el lugar que
había ocupado la pared, Nietihw distinguió
una silueta circular y de un rojo brillante.
-¿Qué es eso? -preguntó temerosa.
Vana, dando un paso hacia la extraña figura, respondió: -El símbolo
del universo. Belzebú se ha hecho con él.
Ahora –añadió señalando la mitad superior del disco- domina el
Yin...
-¿El Yin? -terció Sinuhé, adivinando de qué se trataba. Vana
asintió. Y los iuranchianos comprendieron que los
rebeldes se habían apoderado del disco chino que había cambiado la
suerte de Sinuhé cuando se vio invadido
por las heridas.
No hubo tiempo para más. Por detrás del Yin-Yang surgieron varios
rebeldes que, a empellones, los sacaron
del habitáculo.
Sinuhé, desamparado, gritó el nombre de su compañera, buscándola con
los brazos extendidos hacia el vacío.
-¡Sinuhé!
La respuesta de la hija de la raza azul y su lucha por
desembarazarse de las criaturas que la conducían a
escasos metros por delante de su amigo fueron inútiles. Dos de los
medianes sujetaron entonces al
iuranchiano, forzándole a caminar. Detrás, Vana, con sus brazos
igualmente controlados por otros rebeldes,
cerraba la comitiva.
El soror comprendió que empezaban a ascender por una especie de
rampa, toda ella cubierta por osamentas
dispuestas de idéntica forma a las que había palpado en la celda:
con los rostros hacia arriba.
Los centinelas forzaron la marcha, arrastrando a los prisioneros por
un interminable corredor que recorría la
torre en forma de espiral. Delante, ingrávido y silencioso, avanzaba
el símbolo del Yin-Yang..Si el miembro de
164
la Escuela de la Sabiduría hubiera conservado la vista habría
observado cómo, a su paso, en los muros del
estrecho pasadizo -todo él recubierto de cráneos-, iban abriéndose
un sin fin de pequeñas puertas de apenas
un metro y medio de altura. En el umbral se recortaban fugaces y
curiosas las siluetas de otros medianes.
Al fin, tras una penosa caminata, Sinuhé se sintió violentamente
empujado hacia adelante, precipitándose
sobre un suelo de cortantes aristas. Al punto, cuando trataba de
levantarse de aquel pavimento de calaveras,
las solícitas manos de Nietihw acudieron en su auxilio.
-Soy yo. ¡Ánimo!
-¿Dónde estamos?
La hija de la raza azul, bajando el tono de voz, le explicó que
habían sido trasladados a una enorme sala
circular y abovedada, decorada también con miles de aquellos restos
humanos. De todas las cuencas, fosas
nasales y mandíbulas partían millares de haces cilíndricos y
luminosos -negros y rojos-que daban al recinto
una siniestra Claridad. Frente a ellos, sentados en once tronos que
se alineaban en forma de semicírculo y que
aparecían igualmente decorados con decenas de osamentas, les
observaban otros tantos seres.
Y Nietihw, aferrándose al brazo de su compañero, se estremeció...
Sinuhé, ante los temblores y el súbito silencio de la hija de la
raza azul, presintió que algo grave sucedía.
-¿Qué ocurre? ¿Quiénes son esos once seres? -cuchicheó, inclinando
su rostro hacia el de Nietihw.
Pero la mujer no respondió. La criatura situada en el asiento
central se levantó e instantáneamente, en un
indudable gesto de deferencia hacia él, el resto de los medianes
hizo lo propio, permaneciendo frente a sus
sitiales.
Aquel ser -un median, en efecto- presentaba idéntico aspecto al de
Vana y al de los demás rebeldes. Su única
diferencia se hallaba en una larga capa roja que, al caminar,
flotaba mansamente sin tocar el suelo. Aquella
prenda, continuamente agitada por Un viento inexistente, arrancaba
de los enjutos hombros, como sí formara
parte de la negra y rugosa piel del.individuo. Bajo la gran cabeza,
quizá algo más voluminosa que las de sus
hermanos de tronos, colgaba una gruesa cadena de oro. Y de ésta,
justo sobre el emblema de Lucifer, una
llave no menos considerable, en relación a su escasa talla.
Para Vana, que asistía indiferente a la aproximación del median, el
singular comportamiento de los rayos
luminosos al paso del que parecía el jefe, no constituyó motivo de
extrañeza o alarma.
Sí para Nietihw, que fue a refugiarse tras Sinuhé. Conforme
caminaba, los cilindros luminosos que irradiaban
las oquedades de las calaveras se extinguían, formando un estrecho
pasillo. Y aquel pasillo le llevó justamente
frente al miembro de la Gran Logia.
Los guardianes, situados hasta esos momentos a espaldas de los
prisioneros, hicieron ademán de interponerse
entre Sinuhé y el jefe. Pero, a un imperativo gesto de una de sus
diminutas manos, los rebeldes recuperaron su
primitiva posición.
Al llegar a un paso del soror, el median, después de examinar con
suma atención la N que seguía clavada en
sus ojos, movió la cabeza repetidas veces, en señal de
desaprobación. Y el escondido orificio circular que
hacía de boca se abrió, dando paso a una voz que Sinuhé asoció a la
de un anciano.
-¿Preguntabas quiénes somos? Permíteme que sea yo el primero en
presentarme... Mi verdadero nombre es
A-B-C, el primero, decano de los medianes secundarios en IURANCHA...
-¿A-B-C, el primero? -intervino Sinuhé con gran extrañeza. Y el
jefe, adoptando un tono benevolente, aclaró
sus dudas.
-Comprendo tu sorpresa, extranjero. Desde hace mucho tiempo soy
conocido por el sobrenombre de Belzebú...
El median captó el espigonazo de terror que había sacudido a Nietihw
y, dirigiéndose a ella, repuso:
-Tu temor me resulta familiar..., y justificado, estimada amiga.
Pero no te dejes dominar por mi aspecto ni por lo que supones que
represento.
El iuranchiano, indignado por lo que estimaba un sarcasmo, se
enfrentó al median.
-¿Amiga? ¿Cómo puede hablar así un servidor del Maligno?...
¿Desde cuándo somos amigos tuyos?
Belzebú pareció estimar aquel sincero y audaz gesto del extranjero.
Y, ante la sorpresa de Sinuhé, fue a situar
su mano.sobre los tres círculos concéntricos que mostraba el costado
izquierdo del joven.
-Aunque no lo comprendas -replicó el median-, vosotros y nosotros
tenemos algo en común: todos hemos
buscado, y seguimos buscando, la Verdad. En cuanto a esa definición
tuya (la de Maligno), resulta lógica, ya
que ignoras muchas cosas...
Nietihw, ciertamente sorprendida por los modales y el sereno tono de
A-B-C, el primero, terminó por
sobreponerse. Y, asomándose por detrás de su amigo, preguntó con un
hilo de voz:
-¿Qué quieres de nosotros?
Belzebú fue rotundo y directo. Sin embargo, Sinuhé, que carecía de
la fina intuición femenina, no captó, de
momento, las intenciones del jefe de los medianes rebeldes.
-En el fondo -respondió la criatura, retirando la mano del emblema
de Micael-, lo mismo que vosotros
pretendéis de mí...
Y antes de que la hija de la raza azul interviniera de nuevo, dio
media vuelta, regresando a su trono. Conforme
se retiraba, los gruesos rayos negros y rojos brotaron de nuevo por
los orificios de los cráneos,
entrecruzándose con los que manaban de los muros y bóveda.
Al tomar asiento, los diez medianes imitaron a Belzebú. Y un
expectante silencio se hizo en la sala, apenas roto
por el leve tintineo de la llave de oro al ser golpeada por el jefe,
lenta y rítmicamente, contra los eslabones de la
165
cadena. Aquel juego se prolongó unos minutos. Finalmente, el median
se dirigió de nuevo a los prisioneros,
exponiéndoles con visible cansancio:
-Desde hace dos mil años, fruto de esa ignorancia que domina
IURANCHA, hemos sido aborrecidos,
condenados y ahora, en vuestro siglo XX, incluso, ignorados. La
Humanidad no sabe que hubo un tiempo en el
que colaboramos en el engrandecimiento y en la evolución de los
mortales. Pero, desde la cuarentena, vuestro
mundo (nuestro mundo) ha sido engañado. La verdad que justificó
aquel levantamiento contra el orden
establecido ha sido deformada y manipulada. En los últimos siglos de
IURANCHA, como sabéis, los estúpidos
ministros de las iglesias y religiones nos han ido bautizando y
calificando con definiciones tan grotescas y
pueriles como.diablos, demonios y fuerzas del Mal. -Belzebú alzó la
voz y, señalando a los prisioneros,
remachó-: Vosotros mismos, buscadores en definitiva de la Verdad,
nos consideráis enemigos...
-¿Es que no hay sobradas razones para ello? -replicó Sinuhé-.
¿Es que no habéis dominado el mundo y a sus pobladores durante
milenios? ¿Es que puedes negar la nefasta
influencia del Maligno, cubriendo de odio, guerras, desolación y
muerte a millones de seres humanos? Hoy, por
supuesto -se animó el iuranchiano ante el silencio del median-, se
adivina vuestra oscura y tenebrosa mano
detrás de la ambición de los políticos, del refinamiento y sadismo
de verdugos cubiertos de condecoraciones,
del falso misticismo y de la sed ilimitada de poder de las propias
iglesias, de la intransigencia de los teólogos,
de la inhumana carrera belicista... En fin, para qué seguir
-concluyó el investigador, convencido de lo inútil de
sus argumentos-. Es evidente que habéis logrado la posesión de
numerosas conciencias...
-La falta de información -repuso Belzebú al momento- os ha llevado,
como a tantos, a falsas interpretaciones.
Es cierto que, durante algún tiempo y por razones muy distintas a
las que imagináis, los leales a Lucifer
trabajamos en IURANCHA en contra de una verdad (la vuestra), que
fue, justamente, la causa y la razón del
gran levantamiento. Pero, desde hace dos mil años, desde la llegada
del Espíritu (lo que vosotros llamáis
Pentecostés), ni uno solo de mis medianes puede influir en las
conciencias de los iuranchianos y, mucho
menos, tomar posesión de ellas. Eso terminó...
Sinuhé, vaciló. Y Belzebú, saliendo al paso de sus pensamientos,
declaró:
-Sé lo que pensáis... Pero podéis estar seguros que el actual caos
de los hombres, su progresiva degradación
y, en especial, el debilitamiento y anulación de sus conciencias, no
obedecen a intervención alguna de los que
mantenemos la lealtad al que tú llamas Maligno. En todo caso, esa
innegable y crítica situación arranca del
aislamiento a que se ha visto sometido el planeta por las muy altas
jerarquías celestes que dicen servir a la
Verdad....En aquellas últimas palabras, el median dejó traslucir un
profundo desprecio.
-¿Razones muy distintas a las que imaginamos? –preguntó Nietihw, que
seguía con atención el encendido
debate-. ¿A qué razones te refieres? ¿Es que la Verdad no es una?
Belzebú, como si estuviera esperando la cuestión planteada por la
hija de la raza azul, hizo una señal al
median situado a su derecha.
-Golab -anunció- te responderá por mí.
Y el median, poniéndose en pie, procedió a relatar el siguiente
apólogo:
-Cuentan que otro buscador de la Verdad salió en cierta ocasión a
los caminos de IURANCHA. Y allí, en el
gran cruce del mundo, interrogó a sus hermanos.
-Decidme: ¿cuál es la Verdad?
-Busca en la Filosofía -respondieron los filósofos.
-No -argumentaron los políticos-. La Verdad está en el servicio.
-Entra en las catedrales -le aseguraron los clérigos.
-Sin duda, la Verdad es la Sabiduría -terciaron los sabios.
-Renuncia a todo -esgrimieron los ascetas.
-Contempla y ensalza las maravillas del Señor -le anunciaron los
místicos.
-Acata y cumple las leyes -señalaron los gobernantes.
-Conócete a ti mismo -cantaron los guardianes del esoterismo.
-La Verdad está en los números sagrados -dedujeron los cabalistas.
-Vive los placeres -aconsejaron los epicúreos.
-Únete a nosotros -le gritaron los revolucionarios.
-Vive y deja vivir -clamaron los existencialistas.
-La Verdad es un mito -respondieron los escépticos.
-El pasado: ésa es la única Verdad -lamentaron los nostálgicos.
Confundido, aquel humano se dejó caer sobre el polvo del camino,
mientras aquella multitud se alejaba,
cantando y reivindicando su verdad. En eso, acertó a pasar junto al
iuranchiano un venerable anciano que
portaba un refulgente diamante.
-¿Quién eres? -preguntó el derrotado buscador de la Verdad.
Y el anciano, mostrándole el diamante, respondió:
-Soy el guardián de la Verdad..-¿La Verdad? ¿Es qué existe?
El anciano sonrió y aproximando la gema al rostro del humano,
replicó:
-La Verdad, como este tesoro, tiene mil caras. A cada uno le
corresponde averiguar cuál es la que le toca.
Golab guardó silencio y, a una señal de Belzebú, volvió a sentarse.
-A vosotros -prosiguió el jefe de los medianes-, desde la niñez, se
os ha mostrado una de las mil caras de la
Verdad. Pero ¿qué sabéis del resto? ¿Es que conocéis acaso el
Manifiesto de la Libertad, el más justo y
166
valiente pronunciamiento que se haya hecho jamás en nuestro universo
local y que constituyó la filosofía de
nuestra rebelión?
Aquella inesperada revelación los dejó perplejos.
-Luego es cierto que hubo otras razones que justificaron y
provocaron la revuelta de Lucifer... -comentó el
miembro de la Escuela de la Sabiduría en tono inseguro.
El median, como impulsado por un resorte, se puso en pie. Sus diez
acólitos hicieron lo mismo. Y dirigiéndose
precipitadamente hacia los prisioneros, estalló al llegar frente a
ellos:
-¡En nombre de esa Verdad que tanto ansiáis: pensad! ¿Es que la
torpe explicación de algunas iglesias sobre
dicha rebelión puede satisfacer a una mente lógica y sensata? ¿Es
que consideráis al soberano sistémico de
Satania y a los millones de seres que se unieron a él tan
solemnemente estúpidos como para alzarse contra el
orden establecido, simplemente porque querían ser como Dios?
Belzebú dio media vuelta, regresando a su trono.
En la mente de Sinuhé habían quedado grabadas cuatro desconcertantes
palabras: Manifiesto de la Libertad.
¿Qué era aquello? ¿Por qué dicho pronunciamiento -según el jefe de
los medianes rebeldes- había animado a
legiones de seres de indudable inteligencia y sabiduría a la más
nefasta rebelión de Nebadon? ¿Qué otras
verdades eran silenciadas o ignoradas por las iglesias del mundo en
torno a la citada revuelta?
-Podéis estar seguros -añadió Belzebú, recuperando su habitual
calma-que nosotros, los leales a Lucifer,
somos los primeros.interesados en que la Humanidad conozca esa parte
de la Verdad...
-¿Te refieres a la rebelión? -preguntó Sinuhé, impaciente.
-Por supuesto.
-Tú mismo acabas de contradecirte, Belzebú -apuntó el iuranchiano,
convencido de que aquellos deseos del
rebelde eran una nueva muestra de sus intrigas y falsedades-. Si
realmente pretendéis que la Verdad sea
conocida, ¿por qué robasteis el Gran Tesoro?
El median dio muestras de impaciencia.
-Sé que no puedo convenceros -exclamó mientras hacía girar
nerviosamente la llave entre sus dedos-, a
menos que la pluma de Thot hable por mí... Nosotros no robamos el
Gran Tesoro.
Simplemente, lo restituimos a sus legítimos depositarios.
Fueron los huidos de la ciudad modelo de Dalamachia (los atlantes)
quienes, furtiva e ilegalmente, se
apoderaron de los archivos...
Sinuhé notó cómo su amiga presionaba su brazo en un signo de
complicidad. Y el iuranchiano comprendió:
aquella versión chocaba frontalmente con la de los hombres Pi. Pero
ambos –aunque confusos-seguían
creyendo en la de Amen-Em-Apt.
-Si es como dices -planteó la hija de la raza azul en un intento de
acorralarle-, ¿por qué tus leales han luchado
para impedir nuestro acceso a la Torre de Amón?
-Digamos que por dos grandes razones.
Belzebú extendió sus manos hacia Golab, reclamando algo. Al momento,
el que parecía su lugarteniente le
entregaba un pequeño frasco de cristal.
-¡Los ibos! -murmuró Nietihw al reconocerlo.
El jefe de los medianes, mostrándoles la arena mágica que portara la
mujer en el momento de su captura,
prosiguió:
-En primer lugar, nunca luchamos contra ti, hija de la raza azul. En
todo caso, luchamos por atraerte...
Desde que IURANCHA se vio sometida a la injusta cuarentena, los
frutos del Árbol de la Vida no surten efecto
en nuestros circuitos vitales. Y, aunque longevas, las vidas de mis
medianes terminan por consumirse. Por ello,
tu precioso, aunque pequeño, cargamento de tiempo, fue una constante
tentación...
Espero que sabrás comprendemos..¡El Árbol de la Vida! La mención de
Belzebú a tan fascinante enigma casi
desvió la atención de Sinuhé. ¿Qué sabía el jefe de los rebeldes
sobre ello?
-La segunda razón (la más importante), la conocéis ya. Aquellos que
os han enviado pudieron mostraros la
Verdad directamente.
Sin embargo (justa o injustamente), han preferido que la halléis por
vosotros mismos. Ahora, a un paso del
Gran Tesoro, ellos y nosotros sabemos que no habéis desfallecido.
Aunque, desde otra perspectiva, los leales
a Lucifer también os hemos probado...
Nietihw y Sinuhé no salían de su asombro. Y fue el soror quien
expresó en voz alta sus pensamientos:
-No puedo creer que hayamos servido a dos fuerzas a un mismo
tiempo... No es posible que ambas estuvieran
de acuerdo.
-Te diré algo, Sinuhé: quizá sea tu ingenuidad lo que más ha
conmovido a ambas partes..., como tú las llamas.
¿De verdad crees que hubieras podido llegar hasta aquí sin,
digamos..., nuestra colaboración?
Belzebú hizo otra estudiada pausa, dejando que el joven se
estremeciera ante aquella interrogante.
-El día que tengáis acceso a esa parte de la Verdad -remató con una
vieja y sospechosa cita bíblica- vuestros
ojos se abrirán...
Entonces, sólo entonces, comprenderéis que el Bien y el Mal son
irreales. Que las promesas de salvación que
pregonan vuestras iglesias no son otra cosa que astutos chantajes
para lograr la sumisión de los humanos; es
decir, el poder...
-Algunas iglesias son buenas... -replicó Nietihw.
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El median le miró con aquellos ojos negros y brillantes como la
noche y la hija de la raza azul creyó distinguir
en ellos una sombra de piedad.
-¡Las iglesias...! ¡Querida amiga! Escucha a mis leales. Ellos, como
yo, conocen el pasado, el presente y el
futuro del corazón de IURANCHA...
Otro de los medianes, el que tomaba asiento a la izquierda de
Belzebú, atendió el ruego de su jefe y,
poniéndose en pie, habló así a los prisioneros:
-Mi nombre es Harab. He dedicado mi tiempo a conocer el pasado, el
presente y también el futuro de lo que
vosotros llamáis iglesias. Y esto es lo que he visto....En un
principio pobló IURANCHA una Humanidad
primitiva.
Adoraba al rayo y se postraba temerosa ante el Sol y la Luna.
Unos hombres pintarrajeados, cargados de máscaras y plumas danzaban
en torno al fuego, invocando al dios
de la lluvia, solicitando indulgencia del dios de los vientos y la
protección del dios de los muertos. Aquellos
hechiceros fueron temidos y servidos por los humanos, sus esclavos.
Fue la religión del miedo.
Busqué después en el presente. La Humanidad (vosotros) no teme ya
las fuerzas de la Naturaleza. El progreso
ha dado paso a una nueva forma de religión: la de la mente. Un sin
fin de iglesias pugna por la posesión
exclusiva de la Verdad. Todas disponen de su propia Teología y basan
su existencia en el principio dogmático
e indiscutible de la autoridad.
Millones de seres humanos aceptan sin discusión el cobijo de tales
religiones, que piden, a cambio, una ciega y
total sumisión. Perfectamente establecidas y cristalizadas, estas
iglesias son el refugio más cómodo para
aquellas mentes que se ven asaltadas por las dudas y la
incertidumbre. El precio a pagar es el de la docilidad y
asentimiento intelectual a unos principios, ritos y dogmas que, a
pesar de su infantilismo y fosilización, son
tenidos y considerados como revelaciones divinas, manifestaciones
sagradas y camino de perfección.
Al frente de tales iglesias (lo sabéis) hay cientos de miles de
nuevos hechiceros, empeñados, sobre todo, en la
vigilancia y mantenimiento de ese principio de autoridad.
Ciertamente, no danzan alrededor del fuego ni
fustigan a sus fieles con el látigo, aunque hubo un tiempo en que
quemaban, torturaban y encarcelaban en
nombre de Dios. Hoy, su tiranía es más cruel y agotadora: utilizan
la oscura magia de palabras como fe o
salvación para desmoronar cualquier intento de libertad y de
búsqueda espiritual. Es la religión del dogma...
Sínuhé tuvo que reconocer que Harab había hablado con verdad. Y
esperó impaciente su vaticinio sobre la
religión del futuro.
-Dirigí después mi mirada hacia adelante. Y mi corazón se sintió
aliviado: no vi iglesias ni religiones. La
Humanidad, en su incesante avance, había comprendido que la
penetración y siempre parcial conocimiento de
las realidades eternas nacen.únicamente por el espíritu y de la mano
de la experiencia personal.
Las ceremonias, supersticiones, los hechiceros y las rígidas
estructuras eclesiásticas habían desaparecido,
dejando paso a la apasionante aventura de la búsqueda personal. Los
hombres tímidos, vacilantes y temerosos
de antaño eran audaces e incansables viajeros hacia sí mismos, en
constante y vivificante evolución. Del
letargo de las tradiciones se pasará a la más prometedora de las
experiencias: el encuentro de la Verdad por y
en el hombre mismo. Será la religión del Espíritu...
Tanto Nietihw como Sinuhé compartían las palabras de Harab, mitad
realidad, mitad quimera. Pero sus
reflexiones fueron interrumpidas por Belzebú:
-¡Las iglesias!... ¿Es que acaso habéis llegado hasta aquí por
ellas?
El jefe de los rebeldes se alzó, avanzando por tercera vez hacía
Vana y los iuranchianos. Y al llegar frente a
ellos les previno:
-¡Oíd mis palabras, extranjeros! Son esas iglesias las que os
combaten... Pero lo peor está por llegar. Cuando
sepáis la Verdad que guarda el Gran Tesoro y la déis a conocer entre
vuestros hermanos de IURANCHA,
serán esas iglesias las que caerán sobre vosotros con las armas del
desprestigio, del ridículo y de las
maquinaciones subterráneas. ¡Recordadlo!
Nietihw retrocedió a una de sus primeras preguntas:
-¿Qué quieres de nosotros?
-Ya os lo he dicho -repuso Belzebú-. Lo mismo que vosotros de mí...
-¡Habla claro! -terció Sinuhé.
Pero la hija de la raza azul, intuyendo las razones del jefe de los
rebeldes, rogó a su amigo que no interviniera.
Y, contundente y directa, le formuló al median:
-Tú tampoco conoces toda la Verdad... ¿Me equivoco?
Belzebú pareció dudar. En realidad era muy difícil, por no decir
imposible, adivinar o intuir siquiera qué clase de
sentimientos anidaban en aquel ser. La inexpresividad de su rostro,
incapacitado para la sonrisa, para el dolor
o para el reflejo de cualquier otro estado de ánimo, situaba a
Nietihw en clara desventaja..Finalmente, aceptó el
reto:
-Digamos que también nos vemos afectados por el aislamiento de
IURANCHA.
-¿Qué quieres decir? -insistió la mujer.
-Que, para mis leales y para mí, sería de utilidad averiguar en qué
situación exacta se encuentran hoy la
rebelión y aquellos que la defendimos...
Los humanos y Vana estaban en lo cierto. Por primera vez desde que
comparecieran ante el dueño y señor de
la Torre de Amón, la hipótesis discutida en la celda aparecía
ciertamente viable. La cuarentena había frustrado
168
todo intento de comunicación con el exterior y, lógicamente, como el
resto de la Humanidad, los rebeldes
estacionados en IURANCHA habían sufrido también dicho aislamiento
cósmico. Al no conocer, sin embargo, la
naturaleza de tal levantamiento, ni Sinuhé ni Nietihw podían
precisar en qué momento empezaba la falta de
información de sus adversarios. A pesar de ello, decidieron
aprovechar lo que, a primera vista, se presentaba
como una ventaja...
Sinuhé, además, era consciente de que, en aquel lugar, el único
humano marcado con la señal de Micael era
él. Por tanto, podía, o no, satisfacer los deseos de Belzebú. Tal y
como le habían advertido los hombres Pi, él,
y sólo él, se hallaba autorizado para interrogar a la pluma de Thot.
Y, astutamente, como digo, resolvió utilizar
en beneficio propio y de Nietihw aquella doble circunstancia. Pero
había que obrar con extrema cautela. Así
que el miembro de la Escuela de la Sabiduría optó por no precipitar
los acontecimientos.
-Os ofrezco un trato -expuso Belzebú, entrando así en el terreno
deseado por la pareja-. Estamos dispuestos a
franquearos el paso hasta el Gran Tesoro, siempre y cuando tú,
Sinuhé, satisfagas nuestra petición de
interrogar a la pluma...
-¿Interrogar? -intervino el joven simulando no haber comprendido-.
¿Sobre qué?
-Eso se te comunicará a su debido tiempo.
Y Belzebú, guardando silencio, esperó una decisión.
-Hay algo más -planteó Sinuhé, rompiendo la tensa situación-.
Dices que sois los primeros interesados en que esa parte de la
Verdad sobre la rebelión de Lucifer sea
difundida entre los humanos de IURANCHA....-Así es -confirmó el
median.
-Pero ¿quién nos garantiza que, una vez satisfecha tu curiosidad,
nos dejarás partir?
La anciana voz del jefe de los rebeldes retumbó de nuevo en la sala
de las calaveras:
-Tenéis mi promesa.
Nietihw presionó de nuevo el brazo de su amigo, indicándole que
estaba de acuerdo. Pero el investigador no se
mostró conforme.
-Lo siento -sentenció, al tiempo que dirigía su dedo índice hacia el
macabro pavimento-. No es suficiente. Estos
restos humanos hablan contra ti...
Belzebú inclinó su cabeza, siguiendo la dirección del dedo de
Sinuhé. Y al comprender su alusión a los millares
de osamentas marcadas con el 666, se apresuró a replicar:
-Te equivocas una vez más. Esto -dijo, señalando a su vez los muros
y bóveda- sólo forma parte de la historia.
Como ya te anuncié, desde la llegada a IURANCHA del Espíritu de
Verdad, nuestro dominio sobre los
humanos desapareció. Aunque muchas Iglesias sigan creyendo y
pregonando que el poder de Lucifer puede
dominar las mentes y voluntades de los habitantes de la Tierra, eso
concluyó hace dos mil años...
Desgraciadamente, vuestros ministros y dirigentes religiosos
confunden la locura, la debilidad mental o la
maldad propias de muchos iuranchianos con la posesión diabólica o la
influencia del Maligno, como tú le
llamas. Y yo te repito que, desde Pentecostés, ni uno solo de mis
leales tiene acceso a mente humana alguna.
Ni siquiera a las más precarias o degeneradas... Deberíais haber
intuido que la suerte de los humanos de
IURANCHA nos trae sin cuidado... Desde el estallido de la rebelión
en el sistema de Satania, nuestros objetivos
fueron otros... ¿Qué podéis importarnos vosotros, débiles mortales,
cuando está en juego nuestra segunda
muerte?
La pareja presintió que Belzebú era sincero. Pero, ¿qué había
querido decir con lo de la segunda muerte?
-Lo ignoráis todo sobre aquellos críticos tiempos -prosiguió el jefe
de los rebeldes-. Sobre las verdaderas
intenciones de Lucifer y sobre las diferentes clases de seres
celestes y sobrehumanos.que elegimos su
Manifiesto de la Libertad. ¿Con qué derecho y conocimiento puedes
dudar, por tanto, de mí?
Sinuhé fue implacable.
-En mi costado puedes ver la señal y bandera de Micael, Soberano de
Nebadon. Eso, al menos de momento,
nos convierte en adversarios. Sigo exigiendo, por tanto, una
garantía...
Belzebú cayó en otro prolongado silencio. Y tanto Nietihw como
Sinuhé llegaron a pensar que todo estaba
perdido.
-Está bien -repuso al fin el median-. Tendrás esa garantía...
Y volviéndose hacia sus leales, exclamó con fuerte voz:
-¡Samael, Gamaliel, Gamchicot, Harab!... ¡Traedla!
Los cuatro medianes obedecieron. Cruzaron ante los prisioneros,
desapareciendo de la cámara por el gran
portalón que se abría a espaldas de Vana y de los iuranchianos. A
diferencia de lo que sucediera con Belzebú,
los miles de haces cilíndricos que se disparaban en todas
direcciones no se extinguieron al paso de las
criaturas. Estas, sencillamente, los traspasaban como si se tratase
de meros rayos luminosos.
Aunque la espera no fue larga, aquellos minutos resultaron
excitantes para la pareja. Por sus mentes voló un
sin fin de incógnitas. ¿Qué pretendía Belzebú? ¿Es que había alguna
prisionera más en la fortaleza? ¿A qué
podía referirse con aquella enigmática orden?
Cuando los cuatro rebeldes retornaron a la cámara de las calaveras,
Sinuhé percibió cómo su compañera
vibraba de emoción. Pero Nietihw, muda por la sorpresa, no atendió
las sucesivas preguntas del iuranchiano,
que deseaba saber lo que estaba ocurriendo.
Y los leales, con gran solemnidad, entregaron a Belzebú lo que
habían ido a buscar.
El median jefe se dirigió entonces a Sinuhé, pidiéndole que
extendiera sus manos hacia él.
169
Y Sinuhé, sin comprender, obedeció. Acto seguido, la criatura
depositó sobre sus palmas algo que el soror
reconoció instantáneamente.
-¡Nietihw!... ¡Tu corona!.Efectivamente, sobre sus manos destellaban
las siete doradas letras que formaban el
nombre cósmico de la hija de la raza azul. La diadema, robada en la
playa por las golem, se hallaba intacta.
-¿Es suficiente? -les interrogó Belzebú.
Desconcertados, ninguno de los humanos supo qué contestar.
Nietihw seguía fascinada ante la visión de su casi olvidada corona.
Sinuhé, por su Parte, con la diadema
temblando entre sus dedos, luchaba por descubrir el posible alcance
de aquel gesto. Era muy probable que si
su compañera volvía a lucir sobre las sienes la poderosa arma, la
situación de ambos cambiase radicalmente.
Pero la desconfianza continuaba latiendo en su corazón.
Y el señor de la Torre de Amón, adelantándose a tales suspicacias,
añadió, dirigiéndose a Sinuhé:
-Haz lo que estás pensando. Corona de nuevo a tu compañera y
devuélvele su auténtica personalidad... A
partir de ese momento, tanto ella como tú seréis libres de abandonar
mi mundo.
El iuranchiano, rogó entonces a Nietihw que se situara frente a él.
Y sin poder disimular su emoción, elevó la
diadema, buscando la cabeza de la hija de la raza azul.
Cuando el nombre cósmico quedó sólidamente encajado, Nietihw sufrió
la misma transformación que
experimentara en el bosque, entre la niebla rojiza: de su cuerpo
surgieron miles de cortos rayos blancos y, tras
lanzar un desgarrador grito, cayó desmayada.
Y al igual que ocurriera en Sotillo, uno de los medianes que asistía
a la escena, se precipitó hacia ella, evitando
que se desplomara sobre las osamentas. Era Vana.
Sinuhé, alarmado por el alarido de su amiga, se lanzó igualmente
hacia ella, comprobando estupefacto cómo
su cuerpo -aparentemente sin vida- era sostenido por el proscrito.
-¡Nietihw!...
La mujer no respondió a las dolorosas llamadas de su compañero.
Y Sinuhé, convencido de la muerte de la hija de la raza azul, sintió
cómo una oleada de rabia ascendía desde
sus entrañas..Con el rostro desencajado buscó a Belzebú, dispuesto a
hacerle pagar por aquella traición.
Braceó en el vacío, derribando a algunos de los guardianes y, cuando
acertó a dirigirse hacia el punto en el que
permanecía el jefe de los rebeldes, su rostro fue a estrellarse
contra algo firme y duro como el acero. Aturdido
por el golpe tanteó a su alrededor, descubriendo que se hallaba
enjaulado. Sus manos fueron aferrándose, uno
tras otro, a una veintena de gruesos barrotes que se levantaban
desde el suelo.
En el momento mismo en que el impulsivo soror se dirigía hacia el
impertérrito Belzebú, varios de los haces
negros y rojos que brotaban de los orificios de las calaveras le
cortaron el paso, convertidos en sólidas barras.
El miembro de la Gran Logia las golpeó una y otra vez, comprobando
que formaban un cerrado círculo a su
alrededor.
Aquello -pensó Sinuhé-venía a confirmar sus sospechas: aquel maldito
rebelde había puesto fin a su
compañera..., y a sus esperanzas de culminar la misión.
Y presa de una profunda agitación, con las manos crispadas sobre los
barrotes, maldijo a Belzebú.
Sus imprecaciones, sin embargo, se vieron súbitamente interrumpidas.
Alguien, con gran delicadeza, había
depositado unos dedos sobre sus labios. Sinuhé, atónito, creyó
reconocer aquella cálida mano... Alargó los
brazos entre las barras que le encarcelaban y sus dedos fueron a
topar con los cabellos y el rostro de Nietihw.
-Sí -exclamó la mujer, buscando tranquilizar a su trastornado
amigo-, soy yo... Sin duda, has olvi dado que ya
me sucedió esto la primera vez que recibí mi nombre cósmico...
En efecto, recordó aquel desvanecimiento en la niebla, preludio de
su no menos misterioso traslado al mundo
en que ahora se movían.
-Entonces -balbuceó el iuranchiano-, tu cuerpo...
-Sí, se ha hecho transparente, tal y como ocurrió mientras conservé
la corona.
Y Nietihw, haciendo una señal a Belzebú, le pidió que le liberase,
al tiempo que, tomando las manos de su
amigo, le anunciaba:.-No temas, Sinuhé... Y dispónte para la última
maravilla de esta primera parte de nuestra
misión.
¿Qué había querido decir con aquellas palabras? ¿La última
maravilla? ¿Es que la búsqueda de los archivos
secretos de IURANCHA tocaba a su fin?
Sinuhé se resistía a creerlo. Además, aunque así fuera, ante él se
presentaba otro obstáculo que parecía
insalvable. Aunque lograra interrogar a la pluma de Thot sobre las
verdades en torno a la rebelión de Lucifer y
sus consecuencias en la Tierra, ¿cómo recibir las respuestas estando
ciego?
Cuando los barrotes que le enjaulaban recobraron su primitiva
naturaleza, convirtiéndose en luz, Sinuhé
percibió una cierta agitación en la sala. Escuchó pasos precipitados
que cruzaban ante él, alejándose y, por
último, sintió una mano -la de Nietihw- que tiraba de su persona.
La mujer no volvió a hablarle y él, por su parte, con el incómodo
recuerdo de su violenta acción contra Belzebú,
se refugió igualmente en un mutismo total.
No tardó en verificar que acababan de abandonar la cámara de las
calaveras y que se dirigían, a través de la
rampa en espiral, hacia lo más alto de la torre. La comitiva, en
esta ocasión, iba precedida por el jefe de los
medianes.
La andadura desde la quinta a la sexta y última mastaba del fortín
fue breve. Al alcanzar el final de la empinada
rampa, Belzebú se detuvo frente a un muro ligeramente convexo, en el
que moría el estrecho corredor y que,
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teniendo en cuenta la configuración de la Torre de Amón, debía
corresponder a la base de la plataforma o
terraza circular que coronaba la fortaleza.
Allí, en aquella pared -construida también con decenas de calaveras,
anárquicamente distribuidas-, no había
puerta alguna. Tampoco el pasadizo que les había llevado hasta lo
alto del cuartel general de los rebeldes
presentaba acceso u orificio por el que, quizá, penetrar en la
enigmática y postrera mastaba.
A una indicación del median-jefe, los guardianes retrocedieron,
situándose por detrás de la pareja. Vana y dos
de los diez medianes que parecían formar el Estado Mayor, tomaron
posiciones entre su jefe y los
iurarichianos. El resto se unió al grupo de centinelas, cerrando así
el paso por la rampa..Golab, Vana y Samael,
de espaldas a Nietihw, no fueron obstáculo para que Nietihw, atenta
a cuanto sucedía y considerablemente
más alta que todos ellos, notara cómo Belzebú se deshacía de la
cadena de oro que colgaba sobre su pecho,
manipulando la llave.
La hija de la raza azul no pudo precisar la maniobra exacta del
median, pero, teniendo en cuenta los
movimientos de sus dedos, hubiera jurado que procedía al giro de una
serie de ruedecillas dentadas situadas
en el extremo de la mencionada llave.
Al concluir, dirigió la llave hacia uno de los cráneos situado a la
altura de su cabeza, introduciendo las ruedas
que hacían las veces de dientes por el hueco de las fosas nasales.
Nietihw descubrió entonces que aquella
osamenta era la única, de todas las adosadas al muro, que no
ostentaba el número de la Bestia en su frente...
Belzebú, como si estuviera ante una cerradura común y corriente, la
hizo girar en el sentido de las agujas del
reloj, hasta completar una media vuelta.
El silencio se hizo más acusado y el median, sin pérdida de tiempo,
retiró la llave de la insólita cerradura,
haciendo pasar la cadena por su monstruosa cabeza. En ese instante,
corno una exhalación y procedente del
fondo del corredor, el símbolo escarlata del Yang-Yin cruzó por
encima de los presentes, hasta detenerse a
escasos centímetros de la calavera.
Sinuhé y el resto del grupo escucharon entonces un ruido, similar al
que produciría un caótico entrechocar de
cráneos humanos.
Una ligera presión de la mano de Nietihw sobre la de su amigo, le
hizo comprender que algo estaba
sucediendo...
Al poco, aquel seco y estridente retumbar de calaveras fue cediendo,
hasta desaparecer.
-¡Sinuhé!... ¡Dios mío!
La exclamación de la hija de la raza azul contribuyó a elevar la
tensión emocional del iuranchiario. ¿Qué había
ocurrido?
Mientras se prolongó el macabro entrechocar de osamentas, en el muro
fue abriéndose una serie de huecos.
Seis en total. Pero aquellos orificios tenían algo especial. Cada
uno correspondía a.una silueta humana. Mejor
dicho, a dos, de formas y dimensiones humanas y a otras cuatro,
mucho más pequeñas.
Nietihw identificó y asoció aquellas seis perforaciones en el muro
de las calaveras con otras tantas figuras,
similares a las de cuatro medianes y dos humanos..., casi iguales a
Sinuhé y a ella misma. Los seis perfiles se
alineaban a lo largo de la pared, arrancando desde el pie mismo del
muro.
Desde el instante en que quedaron abiertas, por las seis brechas
surgió una cálida luz rojiza que, de haber
podido, habría sido reconocida al momento por Sinuhé.
Y digo que dos de aquellas siluetas eran casi idénticas a las de
Nietihw y Sinuhé porque los contornoscoincidían con los volúmenes de
ambos, a excepción de los correspondientes a las cabezas. Éstos
resultaban
enormes y desproporcionados, a semejanza de los cuatro restantes.
Belzebú contempló satisfecho cómo el disco se introducía por una de
las aberturas y, dando media vuelta,
invitó a sus tres hermanos a imitar al símbolo del universo.
Sin dudarlo, los medianes avanzaron hacia tres de las cuatro
siluetas abiertas entre las osamentas y que, como
decía, se ajustaban matemáticamente a sus respectivos perfiles. Y
ante el asombro de la hija de la raza azul,
cruzaron el muro...
El jefe de la Torre de Amón, advirtiendo la sorpresa en los ojos de
la mujer le mostró la llave y, señalando las
ruedecillas dentadas, aclaró:
-No te alarmes. Sólo yo dispongo de la llave para permitir el acceso
al interior de la Sala de Thot. Para
franquear el muro sagrado es imprescindible proporcionar primero a
la llave los nombres de aquellos que
deban hacerlo. E instantáneamente, como habrás observado, se
registra la dislocación. Cada una de esas
siluetas -concluyó Belzebú- tiene las medidas exactas del aura del
individuo elegido... Al igual que sucede con
vuestras huellas dactilares, no hay dos auras iguales. En
consecuencia, la entrada en la Cámara del Gran
Tesoro queda reducida y restringida a quienes yo designe.
Nietihw, al igual que Sinuhé, sabia que la misteriosa e invisible
radiación energética que emanan todos los
cuerpos vivos adquiere en los seres humanos unas muy especiales
características, según el grado de bondad
e, incluso, de salud de.cada persona. Y ese halo, de acuerdo con
estos parámetros, llega a alcanzar
proporciones importantes en torno a la cabeza.
Ahora sí entendía por qué las dos siluetas más altas presentaban
unos contornos tan enormes a la altura de
los cráneos...
El jefe de los rebeldes, tomando a Sinuhé por los brazos, le condujo
hasta el hueco que, al parecer,
correspondía a su aura, El investigador, al percibir las ásperas
manos del median, se resistió. Pero Nietihw le
tranquilizó, pidiéndole que obedeciera.
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Una vez frente a su silueta, Belzebú le empujó suavemente,
obligándole a caminar. Y Sinuhé, como sucediera
con Golab, Vana y Samael, desapareció al otro lado del muro.
La hija de la raza azul, a requerimiento del median, siguió los
pasos de su compañero, cruzando la pared por el
hueco abierto entre las calaveras y que correspondía al perfil de su
aura. Por último, el jefe de los rebeldes hizo
lo propio. Y al momento, el silencio del corredor de aquella última
mastaba de la Torre de Amón se vio
nuevamente alterado por el entrechocar de cráneos.
Y los seis mágicos orificios se cerraron...
-¡Sinuhé, la pluma de Thot!
Nietihw, maravillada ante lo que acababa de surgir ante sus ojos, no
prestó atención al fulminante cierre de las
siluetas.
Nada más ingresar en la llamada Sala del Gran Tesoro, reconoció el
lugar, merced a la descripción hecha por
su amigo de la cámara acorazada de Dalamachia, el primitivo y
legítimo recinto que guardara los archivos
secretos de IURANCHA hasta la irrupción de Horembeb.
Una luz rojiza brotaba de cada una de las seis altas y pulidas
paredes que formaban aquel hexágono. Se
trataba de una exacta réplica de la sala a la que había sido
conducido Sinuhé y en la que, como se recordará,
le aguardaban los hombres Sangik. Había, sin embargo, dos grandes
diferencias. La primera -la menos
importante, aparentemente-, se hallaba en el techo del hexágono.
Éste, a gran altura también sobre el
refulgente pavimento de orocalcum, presentaba una especie de cúpula
transparente por la que entraba parte
de aquella luminosidad amarillenta que había rodeado al iuranchiano
mientras luchaba por penetrar en la
fortaleza. La segunda, que.había provocado la admiración de la hija
de la raza azul, consistía en una columna
de mármol blanco, que se levantaba en el centro geométrico del
hexágono.
-¡La pluma...! -repitió la mujer, aproximándose al increíble objeto
que flotaba majestuoso a escasos centímetros
sobre la plancha dorada que remataba dicho pedestal.
Sinuhé, consciente de que, al fin, habían llegado a los ansiados
archivos secretos, había caído en una
profunda postración. No era aquélla la situación que había imaginado
para tan decisivo momento. Privado de la
visión, no podía imaginar siquiera cómo era y en qué consistía el
Gran Tesoro. Y a pesar de la contagiosa
alegría que traslucían las exclamaciones de Nietihw, sus ánimos
flaquearon.
La hija de la raza azul no tardó en captar la intensa desolación que
ahogaba a su hermano. Y olvidándose de la
columna, acudió hasta el muro en cuyas proximidades se había
detenido el iuranchiano. Tomándole de la
mano le guió hasta el centro del hexágono. Allí, alrededor del
pedestal, se habían congregado los cuatro
medianes, absortos ante la pluma de Thot...
-Sinuhé -trató de animarle la mujer-, yo seguiré viendo por ti...
Ten confianza.
A continuación, dominada por la emoción, Nietihw pasó a describirle
el Gran Tesoro.
Ante ellos, efectivamente, se hallaba la pluma de la que ya le había
hablado Amen, el Kheri Heb. Pero el
sobrenombre de pluma no guardaba relación aparente alguna con su
aspecto externo. Sobre la columna
aparecía una esfera de medio metro de diámetro, de una transparencia
sin igual, inmóvil y flotando a unos dos
dedos de la superficie del pedestal. En su interior, con una
inclinación de veinte o veinticinco grados sobre el
eje de la esfera, flotaba también una delicada varilla, igualmente
transparente como el cristal. Y alrededor de
ésta, todo un derroche de armonía y belleza: cientos de diminutas
esferas azules -de apenas medio centímetro
de diámetro cada una-, girando por parejas en órbitas paralelas
entre sí. El movimiento de las esferitas, de
izquierda a derecha, se registraba a una velocidad sumamente lenta.
En el polo superior de la fascinante esfera, Nietihw pudo leer:
IURANCHA: 606 DE SATANIA..Sin poder resistir su curiosidad,
interrogó al jefe de los medianes sobre aquella
inscripción.
-Así figura nuestro planeta en los archivos del universo –repuso
Belzebú.
-¿Qué es esto? -inquirió la hija de la raza azul sin dar tregua a su
interlocutor.
-Esas pequeñas esferas -le señaló- suman 303 cadenas dobles de
cristales de titanio. En ellas, aunque te
parezca mentira, está contenida toda la historia de IURANCHA, desde
su más remoto origen. No tiene sentido
que os confunda con el mecanismo de su prodigioso funcionamiento.
Sabed únicamente que el
almacenamiento de esos trillones de datos está fundamentado en la
alteración (a voluntad) del estado cuántico
de la corteza electrónica de cada uno de los átomos del titanio. Esa
excitación convierte a los cuatrillones de
átomos que reúne cada esfera en portadores, acumuladores y
clasificadores de un número casi infinito de
mensajes... -Y Belzebú, señalando hacia la cúpula, añadió-: Mensajes
o informaciones aportados por los
responsables del Gran Tesoro (los llamados serafines archivistas),
en el lenguaje universal: el de los números.
Si cada uno de esos átomos es susceptible de alcanzar doce o más
estados cuánticos, eso significa que, en
cada nivel, puede codificarse un guarismo, del cero al doce, por
ejemplo. Pero, como os digo, cada una de
esas esferas azules consta de cuatrillones de átomos. Imaginad, por
tanto, la información codificada que
pueden acumular...
Nietihw, fascinada por el constante y pausado rotar de las 606
esferas, hizo ademán de tocar las paredes de la
cristalina burbuja. Pero, indecisa, se contuvo. Y mirando al jefe de
los rebeldes, esperó su consentimiento o
desaprobación. Belzebú, con un movimiento afirmativo de su cabeza,
le dio a entender que podía hacerlo. Y la
hija de la raza azul abrazó la esfera con las palmas de sus manos,
recibiendo una cálida sensación de calor.
-No temas -intervino el median. Es indestructible. –Y dirigiéndose a
Sinuhé, añadió en tono solenme-: Bien, ha
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llegado el gran momento. Aquí está la Verdad por la que tanto has
luchado... Sólo tú puedes interrogar a la
pluma de Thot.
¿Qué deseas conocer?.Era curioso. Por la mente de Sinuhé galopaban
en tropel un sin fin de dudas. Pero su
corazón, bloqueado por la responsabilidad, se estancó.
La misión encomendada a la pareja -al menos aquella primera fase-era
clara y terminante: averiguar los
verdaderos motivos que impulsaron a Lucifer a rebelarse; descubrir
el proceso de la insurrección y las
consecuencias a nivel de IURANCHA, nuestro planeta. Sin embargo,
dudó. ¿Por dónde debía empezar?
Después de una prolongada meditación, optó por aclarar primero un
detalle que no encajaba en aquel
rompecabezas.
-Dime, Belzebú, ¿cómo puedo tener acceso a la Verdad, si,
presumiblemente, esa rebelión se fraguó fuera de
la Tierra?
El median comprendió. E indicando nuevamente la cúpula transparente
que se abría sobre ellos, le tranquilizó:
-Aunque IURANCHA haya perdido todo contacto con el exterior, los
archivistas celestes siguen directamente
enlazados con Jerusem, la capital del sistema. Son los únicos que,
por su trabajo, no se han visto sometidos a
la cuarentena. No temas: la Verdad aquí acumulada está, incluso, por
encima de su lealtad a Micael... Es por
eso que vosotros y yo estamos aquí, dispuestos a conocer la Verdad
desnuda.
-No puedo comprender -intervino de pronto la hija de la raza azul,
señalando las minúsculas esferas azulescómo
toda la historia de IURANCHA y de sus miles de millones de
habitantes puede estar concentrada ahí...
-En el fondo es muy simple -terció el median-. La inmensa
información transmitida y almacenada en tan
pequeño espacio queda resuelta porque los electrones de esos átomos
no están regidos por las leyes del azar,
como habitualmente ocurre con el mundo microfísico. Esas posiciones
son regidas e inspiradas por el espíritu
del Soberano de Nebadon, a través de sus intermediarios, los
archivistas. Los científicos de vuestro tiempo no
lo han descubierto aún, pero lo mismo sucede con el puente o factor
de unión del alma humana con el cuerpo,
alojado en el encéfalo. Ese nexo o enlace, formado por una reducida
colonia de átomos de kriptón, tampoco se
halla sometido al indeterminismo o azar...
Belzebú dio por zanjado el interesante asunto del alma, repitiendo
su pregunta anterior:.-La pluma de Thot
aguarda. ¿Qué deseas conocer?
Nietihw salió nuevamente al paso de la creciente angustia de su
amigo, animándole:
-Recuérdalo. Yo estaré a tu lado... Sólo tienes que preguntar.
Y al fin, siguiendo las instrucciones del señor de la Torre de Amón,
Sinuhé aproximó sus manos a la esfera
flotante. Al tocarla, las paredes de orocalcum del hexágono
perdieron su luminosidad rojiza y el recinto quedó
sumido en la oscuridad.
En lo alto, al otro lado de la cúpula, la atmósfera alimonada
desapareció, siendo sustituida por otra esmeralda.
Y el interior de la mágica burbuja se vio inundado por un resplandor
azul que partía de cada uno de los
incansables 606 cristales esféricos de titanio.
El gran momento, efectivamente, había llegado...
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