TERCERA
PARTE
LA CUESTIÓN MÁS VASTA
EL
ENIGMA EJEMPLAR DE LOS AKPALLUS
Los trabajos de Chklovski, el soviético, y de Sagan, el americano. -
«No nos llevaremos nuestras fronteras al cielo.» - Sobre la
pluralidad de mundos habitados. - Los sueños de Tsiolkovski. -
¿Contactos interestelares? - ¿Visitantes venidos del espacio? -
Calma y ortografía. - Una posibilidad diferente de cero. - La
Hipótesis de Chklovski y de Sagan. - Lo que contó Beroso. -
Descripción de Oannes. Un maestro con escafandra. - Los relatos. -
Ese singular Próximo Oriente. - Retorno a Platón. - No hay que
confundir los latidos del corazón con el ruido de los zuecos.
Y sin embargo...
Incluso en las publicaciones dirigidas en principio a un vasto
público, la crítica de las ideas y de los libros, acaparada por
insolentes universitarios mundanos, es, entre nosotros, como una
conversación entre mandarines que se desarrollase a ojos cerrados.
Por eso pasó inadvertida la asombrosa y rica obra de Chklovski,
miembro director
del Instituto de Astronomía de la Universidad de Moscú, publicada en
francés en 1967.
Sin embargo, por su cantidad de información, por su
rigor científico, por la audacia de las hipótesis y la inmensidad de
la visión sugerida, era la obra más ilustradora que podía escribirse
sobre la vida y la razón en el Universo. Este libro impresionaba la
mente por su enorme libertad. Chklovski ignoró las limitaciones del
especialista, los prejuicios doctrinales y políticos. Colocó sus
razonamientos de ciencia estricta bajo el patrocinio de los poetas y
de los visionarios.
Podía verse el despliegue de una inteligencia en
esa cultura de mañana, aumentada y unificada por la conquista del
espacio, que hacía decir a Clarke:
«No nos llevaremos nuestras
fronteras al cielo.»
Cuando recibió la obra en ruso, Carl Sagan, profesor de Astronomía
en Harvard y director del Observatorio de Astrofísica de Cambridge,
Massachusetts, se apresuró a hacerla traducir por Paula Fern. Su
lectura le sugirió una gran cantidad de reflexiones incidentales o
complementarias. Escribió a Chklovski, proponiéndole una edición
americana en colaboración.
«Desgraciadamente -le respondió el
soviético-, tenemos menos probabilidades de reunirnos para trabajar
juntos, que de recibir un día la visita de seres extraterrestres.»
Sagan publicó la obra, alternando el texto de su colega ruso con sus
propias notas. Tal fue la primera y hasta hoy única obra escrita por
dos grandes sabios del Este y de Occidente sobre el proyecto más
maravilloso de nuestro tiempo: establecer contacto con otras
inteligencias en el cosmos. Esta edición americana fue dedicada a la
memoria del que fue nuestro amigo J. B. S. Haldane, biólogo y
ciudadano del mundo, miembro de la Academia de Ciencias de los
Estados Unidos y de la Academia de la Unión Soviética, y miembro de
la Orden del Delfín, muerto en la india.
Se inicia con estos versos
de una oda de Píndaro:
Hay una raza de hombres, hay una raza de Dioses.
Cada una de ellas saca su aliento vital
de la misma madre, pero sus poderes son diversos, de suerte que unos no son nada y los otros son los dueños del cielo luminoso que es su ciudadela para siempre.
Sin embargo, todos nosotros
participamos de la gran inteligencia; tenemos un poco de la fuerza de los inmortales,
aunque no sepamos lo que el día nos tiene reservado,
lo que el destino nos tiene preparado para antes de que cierre la noche.
He aquí la introducción de Chklovski:
«La idea de que la existencia de seres dotados de razón no se limita
a la Tierra, sino que es un fenómeno ampliamente extendido en una
multitud de otros mundos, apareció en un pasado muy remoto, cuando
la Astronomía estaba aún en sus comienzos. Es muy verosímil que sus
raíces arranquen de los cultos primitivos, que "vitalizan" cosas y
fenómenos. La religión budista contiene nociones bastante vagas
sobre la pluralidad de mundos habitados, en el marco de la teoría
idealista de la transmigración de las almas. Según esta concepción,
el Sol, la Luna y las estrellas son los lugares a los que emigran
las almas de los muertos antes de alcanzar la beatitud del nirvana.
»Los progresos de la Astronomía dieron una base más concreta y más
científica a la idea de la pluralidad de mundos habitados. La
mayoría de los filósofos griegos, idealistas o materialistas, no
consideraban la Tierra como el único hogar de la inteligencia. Sólo
podemos inclinarnos ante su intuición genial, si consideramos el
nivel en que se encontraba entonces la Ciencia. Así, Tales, fundador
de la escuela jónica, enseñó que las estrellas estaban hechas de la
misma materia que la Tierra. Anaximandro afirmó que los mundos nacen
y se destruyen. En opinión de Anaxágoras, uno de los primeros
defensores del heliocentrismo, la Luna estaba habitada. Veía en los
"gérmenes de vida", dispersos por todas partes, el origen de todo lo
viviente.
»En el curso de los siglos siguientes, y hasta nuestra época,
diversos sabios y filósofos han adoptado la idea de la "panspermia»,
según la cual la vida ha existido siempre. La religión cristiana
aceptó con bastante rapidez el concepto de los "gérmenes de vida".
»La escuela materialista de Epicuro defendió la pluralidad de mundos
habitados, que imaginaba, por lo demás, semejantes a nuestra Tierra.
Mitrodoro, por ejemplo, pensaba que "considerar la Tierra como el
único mundo poblado en el espacio sin límites era una tontería tan
imperdonable como afirmar que, en un inmenso campo sembrado, puede
brotar una sola espiga". Es interesante observar que los partidarios
de esta doctrina entendían por "mundos" no sólo los planetas, sino
también toda clase de cuerpos celestes desparramados en la extensión
infinita del Universo.
Lucrecio defendió con ardor la idea de que el
número de los mundos habitados es inconmensurable. En su De Rerum
Natura, escribió:
"Es preciso confesar que hay otras regiones del
espacio, otras tierras distintas de la nuestra, y razas de hombres
diferentes, y otras especies salvajes."
Observemos, de paso, que Lucrecio estaba absolutamente equivocado sobre la naturaleza de las
estrellas, que tomaba por emanaciones brillantes de la Tierra. Por
esto situaba sus mundos poblados de seres inteligentes más allá de
las fronteras del universo visible.
»Después, y esto había de durar un milenio y medio, la victoriosa
religión cristiana haría
de la Tierra el centro del Universo, siguiendo a Tolomeo e
impidiendo profundizar en las teorías de la multiplicidad de mundos
habitados. Fue el gran astrónomo polaco, Copérnico, quien, después
de rebatir el sistema de Tolomeo, mostró por vez primera a la
Humanidad el lugar que realmente le correspondía. Y al "volver la
Tierra al sitio que le tocaba", la posibilidad de vida en otros
planetas recibió un fundamento científico.
Las primeras
observaciones a través del telescopio, gracias a las cuales abrió
Galileo una nueva era en la Astronomía, acuciaron la imaginación de
sus contemporáneos. Se puso en claro que los planetas eran cuerpos
celestes muy parecidos a la Tierra. Y esto condujo, naturalmente, a
formular esta pregunta: Si había en la Luna montañas y valles, ¿por
qué no podía haber ciudades, con habitantes dotados de razón? ¿Por
qué había de ser nuestro Sol el único astro acompañado de una
cohorte de planetas?
El gran pensador italiano
Giordano Bruno
expresó estas atrevidas ideas en forma clara e inequívoca:
"Existe
una infinidad de soles, de tierras que giran alrededor de sus soles
como giran nuestros siete planetas alrededor de nuestro Sol... Seres
vivos habitan esos mundos."
La Iglesia católica se vengó
cruelmente de Bruno: declarado hereje por el Santo Oficio, fue
quemado en Roma, en el Campo dei Fiori, el 17 de febrero de 1600. Este crimen del
clero contra la Ciencia no había de ser el último. Hasta el final
del siglo XVII, la Iglesia católica (lo mismo que las Iglesias
protestantes) no dejó de oponer una enconada resistencia a la teoría
heliocéntrica. Pero, poco a poco, incluso los teólogos comprendieron
la inutilidad de aquella lucha y empezaron a revisar sus posiciones.
En la hora actual, no ven en la existencia de seres en otros
planetas ninguna contradicción con los dogmas de su religión.
»En la segunda mitad del siglo XVII y durante todo el XVIII, sabios,
filósofos y escritores dedicaron gran cantidad de libros al problema
de la vida en el Universo. Citemos a Cyrano de Bergerac, Fontenelle,
Huygens, Voltaire. Sus obras, puramente especulativas, unían a la
profundidad de pensamiento (cosa particularmente cierta en Voltaire)
la elegancia de la forma.
»Tomemos al sabio ruso Lomonosov, tomemos a Kant, a Laplace, a
Herschel, y veremos que la idea de la pluralidad de mundos habitados
se había extendido absolutamente por todas partes, sin que nadie, o
casi nadie, en los medios científicos y filosóficos, se atreviese a
levantarse contra ella. Sólo voces aisladas se oponían al concepto
que hacía de los planetas otros tantos focos de vida, y de vida
consciente. Así, William Whewell, en un libro publicado en 1853,
opina, con cierta audacia para la época (¡los tiempos han
cambiado!), que los planetas están muy lejos de poder ofrecer
albergue a la vida, ya que los mayores están compuestos "de agua, de
gas y de vapores", y los más próximos al Sol "reciben una enorme
cantidad de calor, y el agua no puede conservarse en su superficie."
Demuestra que no puede haber vida en la Luna, idea que tardó mucho
en penetrar en las mentes. En efecto, a fines del siglo XIX, William Pickering afirmaba aún, con absoluta convicción, que las
alteraciones del paisaje lunar se explicaban por los desplazamientos
de grandes masas de insectos... Observemos, de paso, que
posteriormente se resucitó esta hipótesis para aplicarla a Marte...
»El siguiente ejemplo nos mostrará hasta qué punto se había
extendido, en el siglo XVIII y comienzos del XIX, la idea de la
extensión universal de la vida consciente. El célebre astrónomo
inglés Herschel consideraba que el Sol estaba habitado: las manchas
solares eran, para él, como desgarrones en las cegadoras nubes que
envolvían enteramente la superficie oscura del astro; a través de
aquellos, los habitantes del Sol podían admirar la bóveda
estrellada... Y también Newton pensaba que el Sol estaba habitado.
»En la segunda mitad del siglo XIX, el libro de
Flammarion, La
pluralidad de los mundos habitados, alcanzó extraordinaria
popularidad: sólo en Francia, hubo treinta ediciones en veinte años,
y fue traducido a muchos idiomas. Partiendo de posiciones
idealistas, Flammarion consideraba que la vida era el objetivo final
de la formación de los planetas. Escritos con mucha imaginación, en
un estilo vivo aunque un poco rebuscado, sus libros causaron gran
impresión a sus contemporáneos.
Lo que choca más al lector actual es
la desproporción entre la irrisoria cantidad de conocimientos
precisos sobre la naturaleza de los cuerpos celestes (la Astrofísica
acababa de nacer) y el tono rotundo con que el autor afirmaba la
pluralidad de los mundos habitados... Flammarion apelaba más a la
sensibilidad que al razonamiento.
»A fines del siglo XIX y en el
XX, la antigua hipótesis de la
"panspermia" reapareció, bajo formas nuevas, y alcanzó una amplia
difusión. Según este concepto metafísico, la vida existe en el
Universo desde toda la eternidad. La sustancia viva sólo se engendra
partiendo de la materia inerte, según leyes exactas, y se transmite
de un planeta a otro. Así, según Svante Arrhenius, finos granos de
polvo, impulsados por la presión de la luz, transportan a otros
planetas partículas de materia viva, esporas o bacterias, sin que
éstas pierdan su vitalidad. Cuando encuentran en uno de aquellos
condiciones favorables, las esporas germinan y dan origen a toda la
evolución ulterior de la vida.
»Si, en principio, no se puede negar la posibilidad de esta
transferencia de un planeta a otro, resulta difícil, de momento,
aceptar un mecanismo semejante cuando se trata de sistemas
estelares. Arrhenius pensaba que la presión de la luz puede imprimir
velocidades considerables a los granos de polvo. Pero lo que ahora
sabemos sobre la naturaleza del espacio interestelar, excluye
aquella posibilidad. En fin, la tesis de la eternidad de la vida es
incompatible con la idea que, a base de muchísimas observaciones,
nos hemos formado de
la evolución de las estrellas y de las galaxias. Según esta idea, el
Universo se componía, en el pasado, solamente de hidrógeno, o bien
de hidrógeno y helio; los elementos pesados, sin los cuales es
inconcebible cualquier forma de vida, sólo aparecieron más tarde.
»Además, el desplazamiento hacia el rojo del espectro de las
galaxias hace pensar que, diez o quince mil millones de años atrás,
el estado del Universo hacía poco probable la existencia de vida.
»Ésta pudo, pues, surgir únicamente en ciertas regiones
privilegiadas y en una etapa determinada de la evolución. Por esto,
la tesis principal de la teoría panspérmica nos parece equivocada.
»El ruso Constantin Tsiolkovski, padre de la Astronáutica, fue
ardiente defensor de la pluralidad de mundos habitados. Citaremos
solamente algunas de sus frases:
"¿Se puede concebir que Europa esté
poblada, y no lo estén las otras partes del mundo?"
Y después:
"Los
diversos planetas presentan las diversas fases de la evolución de
los seres vivos. Lo que fue la Humanidad hace algunos años, podemos
saberlo interrogando a los planetas..."
Si la primera cita no hace
más que repetir lo que dijeron filósofos antiguos, la segunda
contiene un pensamiento muy importante que ha sido desarrollado
después. Los pensadores y escritores de los siglos pasados se
imaginaban las civilizaciones de los otros planetas, desde el punto
de vista social, científico y técnico, parecidas a lo que veían
sobre la Tierra en su época. En cuanto a Tsiolkovski, llamó
acertadamente la atención sobre las considerables diferencias de
nivel entre las civilizaciones de los diversos mundos. Sin embargo,
en su época, estas hipótesis no podían ser aún confirmadas por la
Ciencia.
»La historia de las ideas de la pluralidad de mundos habitados está
íntimamente ligada con la de las concepciones cosmogónicas. Así, en
el primer tercio del siglo XX, cuando circuló la hipótesis
cosmogónica de Jeans, según la cual el Sol debe su cortejo de
planetas a una catástrofe cósmica sumamente rara (el "medio choque"
de dos estrellas), la mayoría de los sabios consideraron la vida
como un fenómeno excepcional en el Universo.
Parecía sumamente
improbable que en nuestra galaxia, compuesta de más de cien mil
millones de estrellas, hubiese una sola, además del Sol, que tuviese
un sistema planetario. El hundimiento de la teoría de Jeans, después
de 1930, y el florecimiento de la Astrofísica, casi nos llevan a la
conclusión de que en nuestra galaxia hay una considerable cantidad
de sistemas planetarios, y de que el sistema solar es una regla, más
que una excepción, en el mundo de las estrellas. A pesar de todo,
esta suposición, sumamente probable, no ha sido aún estrictamente
demostrada. .
»Los progresos de la cosmografía estelar contribuyeron y contribuyen
de modo decisivo a la solución del problema de la aparición y la
evolución de la vida en el Universo. En la actualidad, sabemos
distinguir las estrellas jóvenes de las viejas, y sabemos durante
cuánto tiempo irradian una energía lo bastante constante para
conservar la vida en los planetas que se mueven a su alrededor.
En
fin, la cosmogonía estelar permite predecir, para un período
bastante largo, los destinos del Sol, cosa que, evidentemente, tiene
una importancia capital para el futuro de la vida sobre la Tierra.
Vemos, pues, que los diez o quince últimos años de investigación
astrofísica han hecho posible que el problema de la pluralidad de
los mundos habitados sea considerado científicamente.
»Una ofensiva semejante se ha llevado a cabo en los frentes de la
Biología y de la Bioquímica. El problema de la vida es, en gran
parte, químico. ¿De qué manera, y gracias a qué condiciones
externas, pudo producirse la síntesis de las moléculas orgánicas
complejas que condujo a la aparición de las primeras partículas de
materia viva?
Durante los últimos decenios, los bioquímicos
avanzaron considerablemente en este terreno,- apoyándose, sobre
todo, en experimentos de laboratorio. Sin embargo, tenemos la
impresión de que sólo muy recientemente apareció la posibilidad de
abordar el problema del origen de la vida en la Tierra, y, por ende,
en los otros planetas. Empezamos precisamente a levantar una punta
del velo que envuelve el sancta-sanctórum de la sustancia viva: la
herencia.
»Los notables éxitos de la Genética y, sobre todo, el descubrimiento
de la "significación cibernética" de los ácidos desoxirribonucleico
y ribonucleico, vuelve a poner sobre el tapete la definición de la
vida. Se hace cada vez más claro que el problema del origen de la
vida es, en gran parte, un problema genético. Su solución podrá
obtenerse en un futuro bastante próximo, si continúan los progresos
de una ciencia tan joven como es la Biología molecular.
»La puesta en órbita del primer satélite artificial de fa Tierra por
la Unión Soviética, el 4 de octubre de 1957, abrió una etapa
radicalmente nueva en la historia de la idea de la pluralidad de
mundos habitados. A partir de entonces, el estudio y el dominio del
espacio que rodea la Tierra avanzaron con enorme rapidez, para
culminar en los vuelos de los cosmonautas soviéticos y, después, de
los americanos. Los hombres comprendieron, de pronto, que moraban en
un diminuto planeta sumergido en la inmensidad del espacio cósmico.
Naturalmente, todo el mundo había estudiado un poco de Astronomía en
el colegio (bastante mal enseñada, por cierto) y sabía,
"teóricamente", el lugar que ocupaba la Tierra en el cosmos. Sin
embargo, la actividad práctica continuaba regida por un geocentrismo
espontáneo. Por esto no nos cansaremos de insistir en la conmoción
producida en la conciencia de los hombres en este principio de una
nueva era de la historia humana: la era del estudio directo y, más
adelante, de la conquista del cosmos.
»Así, pues, la cuestión de la existencia de vida en otros mundos
salió del campo de la abstracción para adquirir una significación
concreta. Dentro de unos años, se resolverá experimentalmente en lo
que concierne a los planetas del sistema solar. Se enviarán
"detectores de vida" a la superficie de los planetas, y aquellos nos
informarán, sin error posible, de lo que encuentren en ella. No está
lejos el día en que los astronautas desembarcarán, además de en la
Luna, en Marte y, quizás, incluso en el enigmático y poco
hospitalario Venus, y empezarán a estudiar la vida, si es que
existe, según los mismos métodos empleados por los biólogos en la
Tierra.
»El enorme interés manifestado por el hombre de la calle en lo que
atañe al problema de la vida en el Universo explica la fecundidad de
los trabajos que físicos y astrónomos famosos dedican, con gran
rigor científico, al establecimiento de contactos con los habitantes
inteligentes de los otros sistemas planetarios. Ahora bien, para
tratar este tema es imposible mantenerse aferrado a una
especialidad. Hay que elaborar hipótesis sobre las perspectivas de
evolución de la civilización en muchos miles e incluso millones de
años. Y esto es una tarea delicada y, además, mal definida... Sin
embargo, hay que llevarla a cabo, es muy concreta, y la solución que
se le dé puede ser, en principio, prácticamente comprobada.
»El objeto de este libro es poner al corriente a los lectores no
especializados del estado actual de esta cuestión. Decimos "actual",
porque nuestras ideas sobre la pluralidad de mundos habitados
evoluciona, en este momento, muy de prisa. Además, y a diferencia de
otras obras sobre el mismo tema (como La vida en el Universo, de
Oparín y Fesenkov, y La vida en los otros mundos, de
Spencer Jones),
que estudian, sobre todo, los planetas del sistema solar y, en
especial, Marte y Venus, dedicamos un espacio bastante considerable
a los otros sistemas planetarios. Por último, y que nosotros
sepamos, es la primera vez que se emprende un análisis de la
existencia eventual en el Universo de formas conscientes de vida, y
de posibles contactos entre las civilizaciones separadas por el
espacio intersideral.
»El libro se divide en tres partes. La primera proporciona las bases
astronómicas indispensables para comprender los conceptos actuales
sobre la evolución de las galaxias, de las estrellas y de los
sistemas planetarios. La segunda estudia las condiciones generales
de aparición de la vida en los planetas. Se plantea, también, la
cuestión de la habitabilidad de Marte, de Venus y de los demás
planetas del sistema solar. El final de esta parte contiene una
crítica de las últimas variantes de la teoría de la panspermia.
Por
último, la tercera parte analiza la posibilidad de existencia de
vida consciente en ciertas regiones del Universo. Se centra
principalmente la atención sobre el problema del establecimiento de
contactos entre las civilizaciones de sistemas planetarios
diferentes. Esta tercera parte se distingue de las dos primeras en
que éstas exponen los descubrimientos concretos de la ciencia en
cierto número de campos, mientras que en aquélla predomina,
necesariamente, el elemento hipotético: no tenemos aún ningún
contacto con las civilizaciones de los otros planetas, y no sabemos
cuándo lo estableceremos, ni si llegaremos a establecerlo jamás...
Lo cual no quiere decir que esta parte esté desprovista de todo
contenido científico y sea pura ficción.
Por el contrario, es en
este lugar del libro donde se exponen, con todo el rigor posible,
los recentísimos logros de la Ciencia y de la Técnica, susceptibles
de llegar un día al éxito. Esta parte da, al mismo tiempo, una idea
del poder de la mente humana. A partir de hoy, la Humanidad, por su
actividad concreta, se ha convertido en un factor de importancia
cósmica. ¿Qué no podemos esperar de los siglos venideros?
Mientras tanto,
Chklovski reanuda, por cuenta de una imaginación
científica legítima, los sueños a que se entregaba, a principios de
siglo, un maestrillo provinciano, Constantin Tsiolkovski, que veía
al hombre conquistar el espacio, reorganizando el sistema solar,
domeñando el color y la luz del Sol, abarcando los astros y
«dirigiendo los pequeños planetas como gobernamos nosotros nuestros
caballos».
Imagina también, lo mismo que Sagan, la actividad, en
galaxias remotas, de civilizaciones distintas de la nuestra.
«¿Por
qué no presumir que la actividad de seres inteligentes y
perfectamente organizados puede modificar las propiedades de
sistemas estelares enteros? Los fenómenos extraños que observamos en
el núcleo de las galaxias, empezando por la nuestra, ¿no podrían
atribuirse a la iniciativa de ciertas civilizaciones?
Y, en fin, y
aunque uno vacile en pensarlo, y más aún en escribirlo, ¿no podría
buscarse la causa de la excepcionalmente poderosa irradiación
radioeléctrica de ciertas galaxias (las radiogalaxias) en la
actividad de formas de materia altamente organizada y a las que
incluso resulta difícil llamar inteligentes?»
Cierto que considera
argumentos que nos conducirían «a la triste corroboración de nuestra
casi soledad en el Universo».
Pero los rechaza.
«Sí -dice-,
esperemos que no sea así, y que los "prodigios cósmicos" que
observamos sean prodigios de la inteligencia a través de los mundos
y prueba de la existencia de "amos del luminoso cielo, que es su
fortaleza perdurable".»
Ahora bien, si en la actualidad podemos considerar unas perspectivas
tan fabulosas, se plantea una cuestión: ¿Habrá recibido nuestro
planeta, en un pasado relativamente próximo, la visita de
astronautas venidos de otros sistemas planetarios? Chklovski
considera válida la hipótesis. Sagan le apoya, aporta nuevos
elementos y desarrolla particularmente este punto.
Cuando, en 1960, en El retorno de los brujos, y después, en 1961, en
Planète, nos hicimos eco de los estudios del investigador soviético
Agrest sobre este tema, tanto los buenos intelectuales racionalistas
franceses como los cristianos se echaron a reír. Recordamos que
Louis Aragon nos envió al cuerno... asegurando que el tal señor
Agrest era un simpático farsante, y que sólo por benevolencia
toleraba la Unión de Escritores Soviéticos los vaticinios de los
locos inofensivos. El R. P. Dubarle dijo, despectivamente: ¡ahora
nos vienen con teología-ficción!
Los trabajos de Agrest datan de
1959. En 1967, Carl Sagan y Chklovski declararon conjuntamente:
«La
manera en que el señor Agrest plantea el problema nos parece
absolutamente sensata y merece un análisis minucioso.»
La idea esencial de Agrest es la siguiente.
Supongamos que unos
astronautas llegaron a nuestra Tierra y encontraron hombres en ella.
Un acontecimiento tan fuera de lo corriente tenía forzosamente que
dejar huellas en las leyendas y en los mitos. Estos seres, dotados a
sus ojos de un poder sobrenatural, serían considerados por los
primitivos como de naturaleza divina, y los mitos otorgarían un
papel especial al cielo del que habían venido y al que habían vuelto
aquellos visitantes enigmáticos.
Los «visitantes celestes» pudieron
enseñar a los terrícolas ciertas técnicas y ciertos rudimentos
científicos. Sabemos que los mitos y las leyendas nacidos antes de
la aparición de la escritura poseen un gran valor histórico. Así,
podemos actualmente reconstruir una gran parte de la historia precolonial de los pueblos del África Negra, que no tenían
escritura, valiéndonos del folklore, de las leyendas y de los mitos.
Carl Sagan añade este ejemplo: en 1875, los indios del noroeste de
América vieron desembarcar a La Pérouse. Un siglo más tarde, el
análisis de las leyendas inspiradas por aquel acontecimiento
permiten reconstruir la llegada del navegante e incluso el aspecto
de sus barcos.
Agrest interpreta pasajes de la Biblia: ve, en la destrucción de
Sodoma y Gomorra, los efectos de una explosión nuclear; en la
ascensión de Enoch, un secuestro de los visitantes; etcétera. Se
comprende la ingenua utilización que puede hacer de esto el
dogmatismo materialista: reducir la idea de divinidad al recuerdo
del paso por la Tierra de un La Pérouse venido de las estrellas.
Este fomento del ateísmo, que no contraría al yogui, complace al
comisario...
En la actualidad, sabemos también que este sistema de interpretación
permitió a «investigadores» poco escrupulosos una hermosa carrera en
el terreno de la chanza. Nosotros no nos oponemos en absoluto a la
chanza, pues no alardeamos de poseer la verdad, no tomamos la
Ciencia por una vaca sagrada, y preferimos la muerte al oficio de
censores. Además, el amor a la música abarca también las coplas. Y,
en fin, nunca se insistirá bastante en que, sin la chanza, uno se
asfixia.
Pero, desde
El retorno de los brujos, ha proliferado toda
una literatura sobre este tema. Nosotros no avalamos a nuestros
dudosos epígonos.
«Que nosotros sepamos -declara Chklovski-, no
existe un solo monumento material de la pasada cultura en que
podamos ver, fundamentalmente, una alusión a seres pensantes venidos
del cosmos.»
Nosotros opinamos lo mismo. Es muy posible, por
ejemplo, que el famoso fresco sahariano del Tassili, que representa
un «marciano» con escafandra (imágenes inferiores), haya sido abusivamente utilizado (un
poco por nosotros y un mucho por otros) como demostración.
Sin
embargo, seguimos pensando, como Sagan y su colega ruso,
«que las
investigaciones encaminadas en este sentido no son absurdas ni
anticientíficas. Sólo es preciso no perder la sangre fría».
Y, ya
que se trata de descifrar, «¡Calma y ortografía», como dicen los
Pies Niquelados...
¿Seremos visitados? ¿Lo hemos sido ya?
Lo cierto es que Sagan
pretende establecer
la frecuencia probable. Calcula que el número de civilizaciones
técnicamente desarrolladas, existentes simultáneamente en la
galaxia, podría ser del orden del 106. La duración de tales
civilizaciones sería de diez a la séptima potencia años. «Lo cual
-observa Chklovski- me parece optimista.»
Sagan conjetura que estas
civilizaciones estudian el cosmos siguiendo un plan que excluye la
repetición de una visita. Si cada civilización envía, cada año
terrestre, una nave interestelar de investigación, el intervalo
medio entre dos visitas de la región de una sola y misma estrella
será igual a 105 años. En cuanto al intervalo medio entre dos
visitas de un solo y mismo sistema planetario (por ejemplo, el
nuestro), que albergue formas razonables de vida, podemos adoptar,
en el cuadro de las hipótesis de Sagan, la cifra de algunos miles de
años.
La frecuencia es, aquí, de unos 5.500 años. Si «la Historia
empieza en Sumer» y si esta historia nació de una visita, debemos
esperar un próximo desembarco. Pero, si, como escribe el astrónomo
americano, «parece probable que la Tierra haya recibido, en muchas
ocasiones, visitas de civilizaciones galácticas, y probablemente 104
durante la era geológica», ¿por qué no encontramos ninguna huella
formal?
Hay tres respuestas a esto.
-
Primera: la arqueología
científica no ha hecho más que empezar, nos reserva sin duda muchas
sorpresas, y la idea de una cosmohistória puede abrir nuevos caminos
de investigación.
-
Segunda: encontramos huellas en la memoria de los
hombres, en las leyendas y los mitos, pero aún no hemos estudiado
éstos con amplia curiosidad. Sagan aporta una demostración de esto
al referirse a la leyenda de los Akpallus, sobre la que volveremos
dentro de poco.
-
Tercera: el contacto con seres tan primitivos como
los terrícolas de los antiguos milenios no justificaba la
instalación de una base. Esta base podría estar en la cara oculta de
la Luna, y nosotros sólo encontraremos la tarjeta de visita de los
galácticos cuando hayamos alcanzado el suficiente nivel tecnológico.
Drake y Clarke llegaron a sugerir la posibilidad de que una
civilización extraterrestre hubiese depositado un avisador
automático, un sistema de alarma que iluminaría el espacio
interestelar cuando el nivel técnico local alcanzase determinado
grado. Función de semejante avisador podría ser, por ejemplo, el
análisis del contenido de elementos radiactivos de la atmósfera
terrestre.
Un aumento de los radioisótopos atmosféricos, provocado
por repetidos experimentos nucleares, podría, en este caso, hacer
funcionar la alarma. Y, en esta Tierra, cada día más pletórica de
radiaciones nuevas, tal vez se ha producido ya la señal.
Sagan
escribe:
«A cuarenta años luz de la Tierra, las noticias referentes
a una civilización técnica reciente vuelan ya entre las estrellas.
Si hay, allá, seres que escrutan los cielos, en espera de que
aparezca una civilización técnica avanzada en nuestra región del
espacio, conocerán nuestro saber, para bien o para mal. Y tal vez
dentro de algunos .siglos recibiremos algún emisario. Deseo que,
cuando lleguen los visitantes de la remota estrella, hayamos
progresado aún más y no lo hayamos destruido todo.»
Chklovski, más escéptico o menos lírico, considerando el abismo del
tiempo pasado, reconoce que “hay una posibilidad diferente de cero
de que la Tierra haya recibido visitantes del espacio».
Y añade:
«Lo mismo que Agrest, Sagan dirige su atención a las leyendas y a
los mitos. Hace particular hincapié en la epopeya sumeria, que
relata las apariciones regulares, en las aguas del Golfo Pérsico, de
seres extraños que enseñaban a los hombres oficios y ciencias. Es
posible que estos sucesos tuviesen lugar no lejos de la ciudad
sumeria de Eridu, aproximadamente en la primera mitad del cuarto
milenio antes de nuestra Era.»
«Antes de nuestra Era» es la manera
marxista de decir antes de J. C. Esto nos hace pensar en las etapas
históricas de Un mundo feliz, de Huxléy; antes de Ford y después de
Ford... Pero volvamos a lo nuestro. Carl Sagan comprueba, apoyándose
en sus investigaciones,
una ruptura muy clara en la historia de la
cultura sumeria, que pasó bruscamente de una estancada barbarie a un
brillante florecimiento de sus ciudades, a la construcción de
complejos canales de irrigación, al desarrollo de la Astronomía y de
las Matemáticas.
En realidad, nada sabemos de los orígenes de la
civilización sumeria. René Alleau, erudito francés, formula una
hipótesis sorprendente: los sumerios no vinieron de la tierra, sino
del mar. Habían vivido mucho tiempo en el océano, en aglomeraciones
de pueblos-almadías, y sólo después de un encuentro, en las aguas,
con seres superiores venidos del espacio, pasaron a la tierra,
construyeron sus ciudades y desarrollaron la civilización que
aquellos les habían enseñado.
Esta idea se funda en la leyenda de
los Akpallus, estudiada por Carl Sagan.
«En mi opinión -declara Chklovski--, las hipótesis de Agrest y de
Sagan no se contradicen. Agrest presenta una interpretación de los
textos bíblicos. Pero estos textos tienen profundas raíces
babilónicas. Los babilonios, los asirios y los persas fueron
sucesores de las civilizaciones sumeria y acadia. No se puede, pues,
excluir que estos textos bíblicos y los mitos anteriores a Babilonia
reflejen unos mismos acontecimientos. Desde luego, no podríamos
aportar pruebas científicas bastantes acerca de esto. Pero no por
ello tales hipótesis dejan de ser merecedoras de atención.
La hipótesis de Sagan es ésta:
unos visitantes extraterrestres,
provistos de escafandras y a bordo de una nave espacial que se posó
en el mar, vinieron a traer a los hombres los rudimentos del
conocimiento. Estos hombres fundaron Sumer. La Humanidad había de
conservar, durante largo tiempo, el recuerdo de unos seres medio
hombres, medio peces (el casco; la armadura, que recuerda el brillo
de las escamas, y el aparato respiratorio, como una cola que
prolongase el cuerpo), que había llegado de un exterior desconocido,
para comunicar el saber. El signo de pez, que había de distinguir
más tarde a los iniciados del Próximo Oriente, está tal vez
relacionado con este recuerdo fabuloso.
Existen tres versiones relativas a los Akpallus, que datan de las
épocas clásicas; pero todas ellas tienen su origen en Beroso, que
fue sacerdote de Baal-Marduk en Babilonia, en tiempos de Alejandro
Magno. Beroso pudo tener acceso a testimonios cuneiformes y
pictográficos de varios miles de años de antigüedad. Recuerdos de la
enseñanza de Beroso nutren los textos clásicos, y Sagan se refiere
principalmente a los escritos griegos y latinos recogidos en los
Antiguos fragmentos de Cory, citando la edición revisada y corregida
de 1870.
Encontramos en ella tres relatos.
Relato de Alejandro Polilihistor:
En el primer libro referente a la historia de Babilonia,
Beroso
declara haber vivido en tiempos de Alejandro, hijo de Filipo.
Menciona escritos conservados en Babilonia y relativos a un ciclo de
quince decenas de milenios. Estos escritos referían la historia de
los cielos y del mar, el nacimiento de la Humanidad, así como la
historia de los que detentaban los poderes soberanos. Beroso
describe Babilonia como un país que se extendía desde el Tigris
hasta el Éufrates y en el que abundaban el trigo, la cebada y el
sésamo.
En los lagos, se encontraban las raíces llamadas
gongae,
comestibles y equivalentes a la cebada en cuanto a valor nutritivo.
También había palmeras, manzanos y la mayor parte de frutos, peces y
aves que nos son conocidos. La parte de Babilonia que lindara con
Arabia era árida; en la que se extendía al otro lado, había fértiles
valles. En aquella época, Babilonia atraía a los heterogéneos
pueblos de Caldea, qué vivían sin ley ni orden, como las bestias de
los campos.
En el transcurso del «primer año«, apareció un animal dotado de
inteligencia llamado Ganes, procedente del Golfo Pérsico (referencia
al relato de Apolodoro). El cuerpo del animal era parecido al de un
pez. Poseía bajo su cabeza de pez., una segunda cabeza. Tenía pies
humanos, pero cola de pez. Su voz y su lenguaje eran articulados.
Esta criatura hablaba con los hombres durante el día, pero no comía.
Les inició en la escritura, en las ciencias y en las distintas
artes.
Les enseñó a construir casas, a levantar templos, a practicar
el derecho y a utilizar los principios del conocimiento geométrico.
Les enseñó también a distinguir los granos de la tierra y a
recolectar los frutos. En una palabra, les inculcó todo lo que podía
contribuir a suavizar sus costumbres y a humanizarlos. En aquel
momento, su enseñanza era hasta tal punto universal, que no pudo ser
perfeccionada de manera sensible. Al ponerse el sol, aquella
criatura se sumergía en el mar, para pasar la noche «en las
profundidades». Porque era «una criatura anfibia».
Después, hubo otros animales parecidos a
Oanes. Beroso promete
hablar de ellos cuando refiera la historia de los reyes.
Relato de Abideno:
Se refiere a la sabiduría de los caldeos. Se dice, en él, que el
primer rey del país fue Alorus, que afirmaba haber sido designado
por Dios para ser pastor de su pueblo; reinó diez saris. Actualmente
se calcula que un sarus equivale a tres mil seiscientos años; un
neros, a seiscientos años, y un sosos, a sesenta años. Después de
él, reinó Alaparus, durante tres saris.
Le sucedió Amilarus, de
Pantibiblon, y reinó por espacio de treinta saris; en su tiempo, una
criatura parecida a Oanes, pero mitad deruonio, llamado Annedotus,
volvió a surgir del mar. Después, Ammenon, de Pantibiblon, que reinó
durante doce saris. Le sucedió Megalarus, también de Pantibiblon,
cuyo reinado fue de dieciocho saris.
A continuación, Daos, el pastor
oriundo de Pantibiblon, gobernó durante diez saris; en su época,
cuatro personajes de doble cara surgieron del mar; se llamaban
Euedocus, Eneugamus, Eneubulos y Anementus. Vino después Anodaphus,
del tiempo de Euedoreschus. Y le siguieron otros reyes, el último de
los cuales fue Sisithrus (Xisuthrus). Hubo en total, diez reyes, y
la duración de su reinado fue de ciento veinte saris...
Relato de Apolodoro:
He aquí -dice Apolodoro- la historia tal como nos la transmitió
Beroso. Éste nos dice que el primer rey fue el caldeo Alorus, de
Babilonia: reinó durante diez saris; después, vinieron Alaparus y
Amelon, oriundos de Pantibiblon; después Animenon de Caldea, en
tiempos del cual apareció el Annedotus Musarus Oanes, procedente del
Golfo Pérsico (Alejandro Polihistor, anticipando el acontecimiento,
afirma que tuvo lugar durante el primer año.
En cambio, según el
relato de Apolodoro, se trata de cuarenta saris, aunque Abideno no
sitúa la aparición del segundo Annedotus hasta después de veintiséis
saris). Le sucedió Magalarus de Pantibiblon, quien reinó durante
dieciocho saris; después, vino el pastor Daonus, de Pantibiblon, que
reinó por espacio de diez saris; en su tiempo (afirma) apareció,
procedente del Golfo Pérsico, el cuarto Ànnedotus, que tenía la
misma forma que los anteriores, o sea un aspecto que era en parte de
pez y en parte de hombre.
Después, Euedoreschus, de Pantibiblon,
reinó durante dieciocho saris. Durante su reinado, apareció otro
personaje, llamado Odacon. Venía, como el anterior, del Golfo
Pérsico, y tenía la misma forma complicada, mezcla de pez y de
hombre. (Todos -dice Apolodoro- refirieron con detalle, según las
circunstancias, lo que les enseñó Oanes. Abideno no menciona estas
apariciones.)
Después, reinó Amempsinus de Laranchae, y, como era el
octavo en el orden sucesorio, gobernó durante diez saris. Después,
vino Otiartes, caldeo nacido en Laranchae, que reinó durante ocho
saris.
Después de la muerte de Otiartes, su hijo Xisuthrus reinó durante
dieciocho saris. Fue entonces cuando se produjo el Gran Diluvio...
Relato ulterior de Alejandro Polihistor
Después de la muerte de Ardates, su hijo Xisuthrus le sucedió,
reinando durante dieciocho saris. En esta época tuvo lugar el Gran
Diluvio, cuya historia es relatada en la forma siguiente: El Dios
Cronos se apareció en sueños a Xisuthrus y le hizo saber que habría
un diluvio el día decimoquinto del mes de Daesia, y que la Humanidad
sería destruida.
Le ordenó, pues, que escribiese una historia de los
orígenes, los progresos y el fin último de todas las cosas, hasta
nuestros días; que enterrase estas notas en Sippara, en la Ciudad
del Sol; que construyese un barco y se llevase a sus amigos y
parientes.
Por último, le mandó que embarcase todo lo necesario para
el mantenimiento de la vida, que recogiese todas las especies
animales, tanto las que volaban como las que corrían por la tierra,
y que se confiase a las profundas aguas... Al preguntarle al Dios
hasta donde debía ir, éste le respondió: «Hasta donde están los
dioses.»
En estos fragmentos se afirma claramente el origen no humano de la
civilización sumeria. Una serie de criaturas extrañas se manifiesta
en el curso de varias generaciones. Oanes y los otros Akpallus
aparecen como «animales dotados de razón», o, mejor dicho, como
seres inteligentes, de forma humanoide, provistos de casco y
caparazón, de un «cuerpo doble». Tal vez se trataba de visitantes
venidos de un planeta enteramente cubierto por las aguas. En un
cilindro asirio, vemos al Akpallu llevando unos aparatos sobre la
espalda y acompañado de un delfín.
Alejandro Polihistor da fe de un repentino florecimiento de la
civilización después del paso de Oanes, cosa que concuerda con las
observaciones de la arqueología sumeria.
El sumerólogo Thorkild
Jacobsen, de la Universidad de Harvard, escribe:
«Súbitamente, cambia el panorama. La civilización mesopotámica, que
estaba sumida en la oscuridad, se cristaliza. La trama fundamental,
el armazón en el interior del cual tenía Mesopotamia que vivir, que
formular las más profundas preguntas, que valorarse y valorar el
Universo para siglos Venideros, estallaron de vida y cumplieron su
fin».
Cierto que, después de los trabajos de Jacobsen, se han
descubierto en Mesopotamia restos de ciudades aún más antiguas, lo
cual hace presumir una evolución más lenta. Sin embargo, persiste el
misterio de los visitantes, reforzado por el estudio de los sellos
cilíndricos asirios, en los que Sagan cree descifrar el Sol rodeado
de nueve planetas, con dos planetas más pequeños en uno de los
lados, así como otras representaciones de sistemas que muestran un
número variado de planetas para cada estrella. La idea de los
planetas girando alrededor del Sol y las estrellas no aparecen hasta Copérnico, aunque encontremos algunas especulaciones precoces de
este orden entre los griegos.
La particular densidad de acontecimientos inexplicables, referidos
por las leyendas del Próximo Oriente, plantea un problema. La
Arqueología ha puesto al descubierto vestigios de tecnología, como
el horno de reverbero de Ezeón Gober, en Israel, o el bloque de
vidrio de tres toneladas enterrado cerca de Haifa.
La aparición, en
esta región del mundo de técnicas, de ideas nuevas, de religiones,
como si se tratase del crisol de la historia humana, suscita la
siguiente pregunta:
Sagan imagina cinco orígenes posibles de los visitantes:
Y concluye:
«Historias
como la leyenda de Oanes, y las figuras y textos más antiguos
concernientes a la aparición de las primeras civilizaciones
terrestres (interpretados, hasta hoy, exclusivamente como mitos o
desvaríos da la imaginación primitiva), merecerían estudios críticos
más amplios que los realizados hasta la actualidad. Estos estudios
no deberían rechazar una rama de investigación relativa a contactos
directos con una civilización extraterrestre.»
Hemos llegado, sin duda, a una fase de riqueza y de poder que
empieza a permitirnos la más amplia investigación de nuestro pasado
remoto.
Y Platón parece dirigirse a nosotros, cuando escribe en
Critias:
«Sin duda los nombres de estos autóctonos fueron salvados del
olvido, mientras se oscurecía el recuerdo de su obra, como
consecuencia tanto de la desaparición de los que habían recibido su
tradición como de la longitud del tiempo transcurrido. En efecto,
siempre, después de los hundimientos y los diluvios, lo que quedaba
de la especie humana sobrevivía en estado inculto, teniendo
conocimiento únicamente de los nombres de los príncipes que habían
reinado en el país, y muy poco sobre su obra.
Por esto les gustaba
dar estos nombres a sus hijos, aunque ignoraban los méritos de estos
hombres del pasado y las leyes que habían promulgado, a excepción de
algunas tradiciones oscuras y relativas a cada uno de ellos.
Desprovistos como estaban, ellos y sus hijos, durante muchas
generaciones, de las cosas necesarias para, la existencia, absorta
la mente en estas cosas que les faltaban, y tomándolas como único
tema de sus conversaciones, no se preocupaban con lo que había
ocurrido con anterioridad, ni de los acontecimientos de un pasado
remoto.
En realidad, el estudio de las leyendas, las investigaciones
relativas a la Antigüedad, fueron dos cosas que, con el ocio,
entraron simultáneamente en las ciudades, desde el momento en que
éstas vieron aseguradas, por algunos años, las necesidades de la
existencia; pero no antes.»
Estas dos cosas que entran en nuestras ciudades, tal vez nos harán
sensibles a una circulación entre los tiempos sumergidos y los
tiempos aún por venir; tal vez nos enseñarán que nuestro enorme
esfuerzo por surcar el cielo corresponde a un afán antiquísimo y
heroico de continuar la conversación. Tal vez veremos nuestros
orígenes y nuestros fines como los dos momentos de una relación con
la vida y la inteligencia del Universo.
Naturalmente, cuando
pensamos en estas cosas, cuando buscamos las posibilidades del
futuro, debemos tener muy presente el proverbio chino:
«El que
espera a un jinete debe cuidar muy bien de no confundir el ruido de
las pezuñas con los latidos de su corazón.»
Pero es preciso que la
esperanza haga latir con fuerza el corazón.
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