Estos seres aparecen representados, ora de pie en el suelo, ora sobre unos objetos cilíndricos que flotan en el cielo. Según las mismas fuentes, ¡estos bajorrelieves tienen una antigüedad de 45.000 años! He aquí algo que no contradice nuestra tesis. Pero quisiéramos saber cómo ha sido determinada aquella antigüedad.
Existen métodos -termoluminiscencia, paleomagnetismo- para determinar las fechas, cuando no basta el carbono radiactivo. Sin embargo, que nosotros sepamos, estos métodos no han sido nunca aplicados in situ, y, como la Academia de Ciencias de Pekín no contesta las cartas que se le escriben, resulta difícil pronunciarse... Esperemos que la información sea exacta, y consignemos únicamente el hecho de que los mitos chinos aluden frecuentemente a visitantes extraterrestres.
Objetos de bronce de aluminio han sido encontrados en tumbas que datan del siglo II después de J. C. Parece imposible, pero es verdad. No se puede obtener bronce de aluminio sin electrólisis. Sin embargo, los alquimistas chinos lo consiguieron. ¿Con qué procedimiento? Esto es lo que quisiéramos saber. En todo caso, conviene consignar algunos datos sobre la alquimia china.
Utilizaremos la Historia del mundo antiguo, de la UNESCO (tercera parte, edición inglesa). La alquimia china, cuyas raíces habría que buscar en los milenios desconocidos, tuvo por objeto transmutar al adepto, haciéndole adquirir la sabiduría y la inmortalidad corporal; en cambio, la fabricación de oro, a base de un procedimiento de transmutación tradicional, no fue más que una etapa para la obtención de productos capaces de asegurar al adepto la trascendencia de la condición humana. Como establece muy bien la obra de la UNESCO, el oro alquímico no estaba destinado a la venta.
Según las crónicas, los dioses bajados del cielo exigieron la redacción de esta lista. Por consiguiente, los Dioses se interesaban de manera singular por la estructura del globo terrestre. Pero hay, aún, algo más extraordinario. Chang Heng, nacido el año 78 y muerto el año 139, inventó el sismógrafo. Su aparato incluía un péndulo que podía desplazarse en ocho direcciones y hacía funcionar determinados mecanismos.
En la parte exterior del aparato había ocho cabezas de dragón, cada una de las cuales sostenía una bola de bronce. Debajo de cada cabeza, un sapo, con la boca abierta, recogía la bola. De este modo se obtenían indicaciones que permitían situar, con la regla y el compás, el epicentro del terremoto. No cabe la menor duda sobre la existencia de este aparato. Pero quizá no se ha reflexionado bastante sobre su posible interpretación.
Se trata de una aplicación, en el marca de las costumbres y de las artes chinas de la época, de principios científicos avanzados y que presuponen un conocimiento de la estructura de la Tierra, de las matemáticas e incluso de la prolongación de las ondas, cuyo origen se ignora. Todo rastro de esta clase de estudios desaparece después de la dinastía de los Han. ¿Por qué?
Se dice que nombró, para altos cargos, a unos astrónomos que tampoco sabemos si eran personas o entelequias. Muy poco se sabe en Occidente de esta ciencia secreta. Se presume que sirvió, principalmente, para el estudio de un planeta invisible, pero que formaba parte del sistema solar. A partir del siglo XVI antes de J C., se advierte la observación sistemática de los eclipses de sol, que, incluso entonces, parecían muy antiguos, remontándose a fechas difíciles de admitir, porque se refieren a decenas de millares de años.
Sabríamos mucho más si poseyéramos documentos escritos. Pero gran número de éstos fueron destruidos durante la revolución cultural. No la de Mao, sino la de Wang Mang. Wang Mang, llamado el Usurpador, gobernó China desde el año 9 hasta el año 22 de la Era cristiana; hizo la revolución, pero acabó por decretar impuestos tan gravosos, que fue asesinado durante el invierno del año 22 de nuestra Era.
En el curso de la revolución, desaparecieron muchísimos textos. Casi doscientos años más tarde, aparecen nuevos documentos, durante el siglo II de la Era cristiana. Entonces vemos surgir, fundándose en una tradición inmemorial, una teoría según la cual los cielos no estaban compuestos de materia, sino que las estrellas y planetas flotaban en un espacio infinito y vacío. Es una teoría que se aproxima a la visión moderna, y absolutamente única en su tiempo.
Comprobamos también, desde el año 5 de la Era cristiana, la existencia de máquinas que imitan el Universo, que siguen una estrella en su movimiento y permiten predecir los eclipses. En el siglo III, la predicción de los eclipses alcanza ya un grado excelente.
Desde el siglo I de nuestra Era se describen imanes en forma de cuchara, que ostentaban un dibujo de la Osa Mayor y se orientaban hacia el Sur. Sin duda tenían una antigüedad respetable, remontándose al período de los alquimistas inmortales, del que no sabemos prácticamente nada.
Cuando el espejo está iluminado por la luz del sol directa, estos altorrelieves, separados de la superficie del espejo por un cristal reflectante, se hacen visibles. En cambio, esto no se produce con luz artificial. Es algo científicamente inexplicable. También se atribuyen otras propiedades a estos espejos: asociados a pares, transmiten las imágenes, como la televisión. Que nosotros sepamos, no se ha hecho ningún experimento para comprobarlo.
Los especialistas de la UNESCO explican que la singularidad de estos espejos se debe a «pequeñas diferencias de curvatura» (?), y se muestran reservados sobre las otras propiedades. Si se pudiese demostrar que estos espejos poseen circuitos impresos y constituyen un modo de comunicación, tendríamos una prueba de la existencia de técnicas avanzadas en la antigua China.
El I Ching, o Libro de las mutaciones, es una obra en la que se consignan metódicamente todas las situaciones en que un ser humano puede encontrarse. Es también un oráculo que permite descubrir la situación en que se halla el interrogador en el momento de formular su interrogación. Para obtener la respuesta, el operador arroja al aire unos palillos y saca un número, correspondiente a la posición de aquellos. Ese número indica una frase del oráculo.
Como en los experimentos parapsicológicos de Rhine y de Soal, existe una violación de las leyes de probabilidades y un traslado del tiempo, del pasado al futuro. Es indiscutible que el oráculo contesta y que sus respuestas son, muchas veces, sensatas. No cabe duda de que, si se hubiese dedicado al I Ching una parte de los recursos que se consagran a investigaciones insignificantes, pero tranquilizadoras, se habría hecho progresar el conocimiento universal.
Y si recapitulamos: fabricación del aluminio, sismografía, astronomía y espacio infinito, síntesis del oro, espejo mágico, I Ching, tendremos que reconocer que había en China una civilización absolutamente original y siempre orientada hacia la técnica.
Según los tradicionalistas, hay que buscar la respuesta en el hecho de que el taoísmo degeneró rápidamente en un conjunto de prácticas de charlatanería, rompiéndose el lazo con los «inmortales- Según los materialistas como Joseph Needham o Alexander Kovda, el proletariado se dejó encadenar, y China perdió la oportunidad de una revolución industrial y de un 1917. Ninguna de estas respuestas es enteramente satisfactoria.
Pero si queremos comprender el orgullo chino
contemporáneo tenemos que remontarnos a las antiguas fuentes y ver
en ellas la razón de una soberbia inmemorial, así como la
justificación inmemorial de la ambición de gobernar el mundo.
Podemos estudiar la historia de la Irlanda antigua buscando un rastro de Numinor. Pero no lo encontramos. Sin embargo, veámosla de todos modos, pues esta historia nos fue transmitida en forma simbólica y, para comprenderla, hay que intentar una especie de psicoanálisis de este simbolismo.
Engrandecida por Partholon, contará en lo sucesivo con cuatro llanuras y siete nuevos lagos. Los compañeros del príncipe se multiplicaron al cabo de trescientos años eran ya cinco mil. Pero una misteriosa epidemia los aniquiló cuando la fiesta de Beltine, el primero de mayo, al cumplirse el tricentenario de su desembarco. Su sepultura colectiva se encuentra en Tallaght, cerce de Dublín. Mientras tanto, allá por el año 2600 la raza de los «Hijos de Nemed» (cuyo nombre significa «Sagrado»), procedente de Escitia, había puesto pie en la isla, que creían desierta.
Otra masa de invasores desembarcó alrededor del año 2400, el día de Lugnasad (1 de agosto), tercera gran fiesta del año céltico. Los Fir Bolg (¿los «hombres belgas»?) constituían su elemento principal, al que se sumaron diferentes tribus, tales como los Gaileoin (¿«galos»?), y los Fir Dominan (¿«Dummonm de Gran Bretaña»?), pero formando todos una sola raza y una sola dominación. Por último, procedentes de las «Islas del Oeste», donde estudiaban el arte de la magia, llegan los miembros de la Tuatha De Danann, que son de raza divina.
Traen consigo sus talismanes: la espada de Nuada, la lanza de Lug, el caldero de Dagda y la «piedra del destino» de Fâl, que grita cuando se sienta sobre ella el rey legítimo de Irlanda. Estos invasores sucesivos tuvieron que combatir, todos ellos, contra una raza de monstruosos gigantes que moraba al principio en Irlanda. Unos tenían «un solo pie, un solo ojo y una sola mano»; otros tenían cabeza de animal, en su mayoría de cabra.
Estos monstruos eran los Fomoiré (de fo, debajo, y moiré o mahr, demonio hembra, cuyo nombre figura en la palabra francesa cauchemar, pesadilla). En seguida se entabla la lucha entre los Tuatha Dé Danann y los Fir Bolg. La primera batalla se desarrolla en Moytura (Mag Tuireadh, la «Llanura de los pilares», es decir, de los menhires), cerca de Cong, en el actual condado de Mayo. Los Tuatha Dé Danann salen triunfadores.
En el curso de la batalla, su rey, Nuada, pierde la mano derecha. Esta mutilación trae consigo la privación del poder soberano. El hábil curandero Diancecht sustituye el miembro amputado por una mano articulada de plata. Obligado a dimitir, Nuada Mano de Plata es sustituido por Bres («Hermoso»), hijo de Elatha («el saber»), rey de los Fomoiré, y de la Diosa Dé Danann Eriu (diosa anónima de Irlanda).
Las dos razas enemigas se alían por medio del matrimonio. Bres se casa con Brigitte, hija de Dagda, mientras que Cian, hijo de Diancecht, se casa con Ehniu, hija de Balor Malos Ojos. Pero Bres es un tirano odioso. Abruma a sus súbditos con impuestos y gabelas; se burla de Cairbré, hijo de Ogma y el más grande filé (bardo) de Dê Danann. Bres se verá obligado abdicar el poder al cabo de siete años.
Entonces, Nuada vuelve a subir al trono, pues su mano natural ha sido sujetada a su muñeca, gracias a la habilidad y los ensalmos de Miach, otro hijo de Diancecht. Éste, por envidia, hace matar a Miach.
Lug organiza la resistencia de Dê Danann, mientras Goibniu les forja armas y Dincecht hace brotar una fuente maravillosa que cura las heridas y reanima a los guerreros muertos. Pero unos espías fomoiré la descubren y le quitan su eficacia, llenándola de piedras malditas. Después de algunos duelos y escaramuzas, se entabla una gran batalla en la Moytura del norte (llano de Carrowmore, cerca de Sligo).
Numerosos guerreros perecen en el curso de la encarnizada lucha: Endech, hijo de la diosa Domnu, muere a manos de Ogma, que sucumbe a su vez. Balor Malos Ojos fulmina a Nuada con su mirada fatal. Pero Lug, con su honda mágica, hace saltar los ojos a Balor. Vencidos y desmoralizados, los horribles Fomoiré retroceden y son arrojados al mar. Bres cae prisionero, y se rompe la hegemonía de los gigantes en la isla.
Cada una de ellas pide al druida Amergin, consejero-divino de Mile, que ponga su nombre a la isla. La isla recibirá el nombre de Erinn (genitivo de Eriu), porque Eriu formuló su petición en tercer lugar. Después de nuevos y sangrientos combates, en el último de los cuales interviene Manannan, hijo de Llyr (el «Océano»), los tres hijos supervivientes de Mile matan a los reyes Tuatha. Se concierta un tratado de paz; los Tuatha renuncian a Erinn y se retiran al país del Mas Allá, sin más compensación que determinado culto y sacrificios celebrados en memoria suya.
Así debió de empezar la religión en Irlanda.
Nosotros trataremos de llegar hasta Numinor a través del mito. El camino es largo. Empecemos por el principio. En la mitología céltica se observa una cronología exacta y a todas luces racional, fundada en dos principios inseparables: la vida y la muerte, asociadas ambas a la tierra madre.
Existe un paralelismo entre la tierra y el hombre. Éste pasa por tres estados: el nacimiento, la vida y la muerte. En una medalla céltica, cada uno de estos estados está representado por una cabeza de corcel. Las tres cabezas son absolutamente idénticas: hay similitud y una especie de fusión.
Entonces, no había ningún animal, y el suelo proporcionaba una alimentación pobre y escasa. Pero un solitario recibió la visita de espíritus que venían de otra parte. estos le aconsejaron que descendiese a la casa de la madre de los animales marinos. Siguió el consejo, y se sumergió. Trajo de allí (cosa curiosa) piezas de caza y no pescados, y, al propio tiempo, la alegría para sus semejantes.
También puede observarse, entre los celtas, que el señor de los alimentos, Aryaman (etimológicamente, protector é los arios o indoeuropeos), representa un doble papel. En esto se parece un poco a Jano. También existe en el mazdeísmo. Pero su ambigüedad -su benevolencia, opuesta al terror que inspira a veces- no subsiste entre los persas. En la religión de éstos, existen dos fuerzas opuestas: el genio del bien, Ahura Mazda, y el del mal, Ahrimán, que es también poder de las Tinieblas.
También encontramos esta oposición en su arte particularmente en la fachada de los edificios, en que los arquitectos combinaban efectos de luz y de sombra, obtenidos con relieves y concavidades. Muchos monumentos aqueménidas lo atestiguan. Y es permisible imaginar este mismo carácter en los edificios de Numinor.
La luna
ejerce una fuerza en el crecimiento de los vegetales, en los
períodos femeninos y en las mareas. Por otra parte, las fases
creciente y menguante permitieron a los celtas adquirir nociones
precisas de duración y de medida. Debido a esta continuidad inmutable, el oscuro mundo subterráneo, que inspira al principio un terror comprensible, pierde después este aspecto, pues el País de los Muertos es también el Mag Mell: la llanura feliz de los Campos Elíseos, y TIR-NA-N-OG, la tierra de los Jóvenes. Pero, a partir de cierto momento que no se puede precisar, los Dioses subterráneos y acuáticos son remplazados por otros, venidos del espacio.
Parece que esta sustitución indica una conmoción, una conquista. Los invasores son los hijos de MIL, que venció a los TUATHA-de-DANANN. Éstos disfrutaron de inmenso poder durante treinta siglos. Para convencemos de esto, basta con examinar, en las costas de Irlanda, fortalezas o muros de granito que fueron fundidos en un espesor de cincuenta centímetros por un arma singularmente parecida al láser o a una fusión termonuclear. Además, se les atribuye la erección de los megalitos.
Sea de ello lo que fuere, los Dioses solares hicieron inclinar la lanza del lado del fuego y por consiguiente, la muerte, considerada desde otro ángulo. En efecto, si en las grandes civilizaciones de Asia y de Grecia el sol tiene, sobre todo, la condición de creador-fertilizador, y simboliza la victoria del espíritu sobre la materia, su ocaso guarda también relación con la decadencia y la desaparición; y así, si engendra al hombre, lo devora también. Sin embargo, Lug, el más importante Dios solar, representa, sobre todo, un papel benéfico y posee grandes cualidades. Es señor indiscutible de las artes, tanto de la paz como de la guerra.
Recibe el título de Sahildanach (literalmente, politécnico, herrero, carpintero, poeta, campeón, historiador, hechicero). Desempeña todas las actividades superiores de la tribu. Posee una lanza mágica, que hiere por sí sola al enemigo que amenaza al Dios. Su arco es el arco iris y en Irlanda, la Vía Láctea recibe el nombre de «Cadena de Lug». En cambio, el brillo de su rostro impide que se le pueda mirar a la cara lo cual recuerda el fenómeno que la Biblia denomina «la Gloria del Señor», y la ciencia-ficción «los Grandes Galácticos».
También tiene algunos rasgos de Mercurio y, por otra parte, no hay que olvidar los desastrosos efectos de la claridad y de la luz en ciertos mitos griegos, como el de Icaro, en Creta.
Éstas, por ser esotéricas, se presentan envueltas en misterio. «El hombre de la multitud no recibirá el conocimiento», escribió Taliesin. Además, algunos manuscritos fueron puestos a buen recaudo, ya fuese para que no se divulgasen, ya para librarle de los invasores y de las depredaciones de los ladrones.
De vez en cuando, oímos hablar de un «escondrijo» o de un depósito de manuscritos, descubierto por casualidad o como consecuencia de minuciosas búsquedas. Uno de los autores de la presente obra estuvo a punto de encontrar uno de estos escondrijos mientras, en 1938, realizaba, en Rennes, investigaciones sobre el culto de Alkar-az.
Pero, en definitiva, le fue negado el acceso. Numerosos investigadores, en el curso le los últimos siglos, trataron de interpretar la abundante literatura céltica. Algunos especialistas, como G. Dottin, dedicaron varios libros al análisis y al comentario literario e histórico de los textos que han llegado hasta nosotros. Ya hemos dicho, al principio de este capítulo, que otros se inspiraron en diferentes temas, como el de Numinor.
Y algunos, en fin, los desnaturalizaron lastimosamente. Tales exageraciones se deben, quizás, a que, durante largo tiempo, se desdeñó el estudio de esta civilización anterior a la llegada de los griegos a Europa occidental y a la conquista romana.
Los helenistas
y los latinistas se esforzaron desaforadamente, -durante siglos, en
negar toda aportación por parte de los pueblos conquistados, o en
reducir al mínimo sus méritos y el interés de los enigmas, que,
durante dos milenios, no han hecho más que complicarse. Los
historiadores menospreciaron a los celtas hasta el punto de
confundirlos a menudo con los cimbros, que, a pesar de haberse
aliado con los celtas y teutones, tuvieron un origen completamente
distinto. Esta conspiración prosigue aún en nuestros días, por miedo a empañar el brillo de la cultura dispensada a las Galias por Julio César y sus sucesores, y también por los evangelizadores cristianos. Afortunadamente, algunos investigadores ajenos al ostracismo, han intentado, sobre todo a partir del siglo XIX, reconstituir, al menos fragmentariamente, la civilización que nos permite creer en la existencia de Numinor, o situarla con exactitud.
Según Eugène Pictard, que muestra, empero, una gran reserva y se adelanta a las tesis de Broca y de Dieterle, la cuna de los pueblos célticos, el Harz, estuvo en Bohemia y Moravia. En el curso del segundo milenio (sin duda en sus comienzos), emigraron y se dividieron. Al cabo de muchos siglos, algunas ramas llegaron incluso a Asia Menor, donde los griegos les dieron el nombre de gálatas (de donde procede el nombre de un barrio de Estambul, en el que se establecieron algunos de ellos). También observaremos que fundaron, en el corazón de Anatolia, la aldea de Ancira, actualmente Ankara.
La lengua se divide muy pronto en dos grupos: de una parte, el celta o el gaélico; de otra, el kyniers o belga. El gaélico se hablaba sobre todo en las tierras altas de Escocia y en Irlanda, y sus dialectos se diferenciaron progresivamente. Pero, a pesar de la distancia, encontramos numerosas raíces de éstos en el pahlavi e incluso en el persa moderno. Citaremos un ejemplo: Eyber o Aber significa agua en gaélico, que se dice âb en farsi.
Pero así como se ha puesto en duda su cultura, su organización militar perfeccionada ha despertado gran atención. Su caballería, sus carros de guerra, sus campos atrincherados y, sobre todo sus sables de hierro, infundían terror a sus enemigos. Esto ocurría allá por el año 1000 antes de J. C.
Semejante organización militar presupone un tecnología. Sin embargo, a juzgar por la poca importancia que les otorgan los historiadores, los celtas no hicieron ningún aporte a las ciencias y a las técnicas. Por lo menos, resulta curioso. La obra de la UNESCO dice por ejemplo en una nota, que los caballos de los ejércitos celtas llevaron herraduras desde el principio. La fabricación en serie de herraduras, ya que debió tratarse de decenas de millares, presupone toda una industria, sobre la cual quisiéramos tener algunos detalles.
Conocemos una aldea, La Tène, que fue centro
de cultura celta. Pero esta aldea, que data de 500 años antes de J.
C., o sea, de al menos dos mil años después del período que nos
interesa, se encuentra en Suiza. No es probable que tengamos que
buscar allí a Numinor, que, según parece, era puerto de mar...
Después de lo cual, este celtismo se transforma en la civilización de La Tène, cuyo centro, según acabamos de decir, se encuentra en Suiza.
Así como utilizaron en seguida el hierro para herrarlos, sustituyeron sus primitivos útiles de piedra y de sílex por otros de metal. Pero, incluso en aquella época, siguieron abriendo pozos de mina de sílex, como los que se han encontrado en Spiennes, Bélgica, muy bien conservados, de más de diez metros de profundidad y con galerías y estrechos pasadizos, por los que apenas podía deslizarse un hombre provisto de sus herramientas.
Sus herreros conocían procedimientos de temple que daban a sus armas una dureza extraordinaria. También trabajaban la plata y sabían la manera de batirla. Ahora bien, todos estos trabajos presuponen una organización asociativa y, por ende, centros urbanos o, al menos, aglomeraciones importantes.
Indudablemente, se había superado la fase de las chozas de barro. Después de las ciudades lacustres, de casas montadas sobre pilotes, debió de haber ciudades próximas a las importantes necrópolis constituidas parcialmente por los monumentos megalíticos. Éstos se encuentran en todo el contorno de los mares del Norte y del océano Atlántico, también en la Europa central.
En sus funciones culturales estaban asistidos por los bardos, cantores de himnos litúrgicos, que celebraban el culto de los héroes. Gozaban, además, de un poder oculto, y, según se dice, realizaban prodigios en comunicación con las fuerzas espirituales del más allá. Pues creían en la inmortalidad del alma y en la metempsícosis, y pronunciaban profecías, aunque esto incumbía tal vez a las druidesas, de las que sabemos poca cosa.
Los oubages, adivinos y sacrificadores, les prestaban igualmente su concurso. Pero el sacrificio no equivalía, como se tiende a creer, a una inmolación. Era consentido e incluso ambicionado. Se trata, nos dice Jean Markale,
El último grado es, naturalmente, la muerte, a la que se abandona el iniciado, sin duda como los hinduistas que se hacían aplastar por las ruedas del carro de Jarjenatte, en la India.
En efecto: en esta época del invierno, los celtas solían adornar sus casas con muérdago, y en particular la entrada, para implorar la gracia de la prosperidad. Más de mil quinientos años después de que los romanos prohibiesen el druidismo (sobre todo después de haberse convertido al cristianismo), Goethe tuvo noticia de esta tradición, que perduraba en ciertas regiones y particularmente en Alsacia, y habló de ella a sus amigos y, después, la celebró en sus escritos.
Pero el muérdago,
muy raro en Alemania, fue remplazado por la rama de abeto
Inmediatamente, los emigrantes propagaron la costumbre en toda
Europa y en América del Norte. En la actualidad, se ha extendido a
Asia, e incluso en los hogares musulmanes de Teherán se iluminan, el
25 de diciembre, los árboles de Navidad cargados de regalos, sin dar
el menor sentido religioso a esta manifestación que, por lo demás,
es estrictamente profana y simplemente tolerada por la cristiandad.
Cegado por sus triunfos, Numinoë se convirtió en conquistador. Invadió Anjou, Maine y el Vendòmois. Murió el 7 de marzo de 851 y fue enterrado en la abadía de Saint-Sauveur de Redon, fundada bajo su patrocinio por Conwoion, arcediano de Vannes, y que llegó a ser una de las más brillantes abadías bretonas.
Pero
esta cohesión no duraría mucho tiempo. Parece evidente que este Numinoë fue el jefe celta supremo de la época, el Pendragon cuya
autoridad se extendía sobre todo el celtismo y que, por la propia
fuerza de su nombre, pretendía ser de Numinor.
Pero a fines de la Edad del Bronce, o Primer Período de Hallstatt (ap. 530 a. de J. C.) se produjo un nuevo cambio climático. Después de unas lluvias torrenciales, que provocaron inundaciones, las costas de los mares del Norte se anegaron parcialmente y, con ellas, varios puertos del Báltico, de Bretaña, del país de Gales y de Irlanda. Esto permite dar mayor crédito a la leyenda bretona de la ciudad de Ys.
Aunque hay que reconocer que ésta ha llegado hasta nosotros con elementos románticos propios de la tradición medieval, gracias al Lai Graelent-Muer, atribuido a María de Francia, y al Misterio de Saint-Gwendolé, drama bretón armoricano (del siglo XVI).
En efecto, Dahuit sigue siendo pagana. Y, para vivir apartada de la Corte, pide a su padre que le construya una ciudad a orillas del mar. El padre cede, a este capricho, y protege la ciudad con un dique provisto de una puerta de bronce.
En otras, interviene un monstruo (casi siempre marino): el de Loch Ness, en Escocia, o el de la Muerte del Curoi, en Irlanda. También encontramos este tema en Escandinavia. Por ejemplo, Selma Lagerloff refiere, en Nils Holgerson, el castigo infligido a los moradores de Vineta, que vivían entregados a la lujuria. La ciudad es sumergida por las olas. Aunque, cada siglo, emerge por una noche.
La literatura épica abunda también en relatos de una ciudad desierta que aparece ante los ojos de un ejército que la ataca y que después desaparece misteriosamente. O bien de una fortaleza que se desvanece al acercarse un visitante, como Parsifal, que va en busca del Santo Grial. Naturalmente, pueden atribuirse varios sentidos a estas desapariciones.
Los recientes descubrimientos de ciudades tales como Çatal Huyuk o
de los vestigios de Filatosa, permiten, sin embargo, esperar que
Numinor haya existido en realidad y que un día, tal vez próximo, la
descubran los arqueólogos, los espeleólogos o los oceanógrafos, y
aporten, de este modo, una prueba irrefutable del nivel que alcanzó
sin duda la civilización céltica.
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