02. EL HADO TIENE DOCE ESTACIONES
Hace tiempo que los expertos reconocen que, en el folklore de las
diversas naciones, el mismo tema, el mismo relato básico, aparece y
vuelve a aparecer bajo diferentes guisas, nombres y localidades.
Quizá por eso no resulte sorprendente que la piedra de basalto
tallada en la cual se representa a Gilgamesh luchando con los leones
se descubriera cerca de un pueblo que lleva por nombre Ein Samsum,
el «Manantial de Sansón», pues, como se recordará, Sansón también
luchó y mató a un león con las manos desnudas. Esto fue unos dos mil
años después de Gilgamesh, y ciertamente no en los Altos del Golán.
Entonces, ¿es sólo una coincidencia el nombre del pueblo, o es el
persistente recuerdo de un visitante llamado Gilgamesh convertido en
Sansón?
Pero aún más significativa es la relación con el rey Keret. Aunque
no se especifica el lugar del relato cananeo, son muchos los que
suponen (entre ellos, Cyrus H. Gordon, Notes on the Legend of Keret)
que el nombre combinado del rey y de su capital identificarían de
hecho a la isla de Creta. Allí, según las leyendas cretenses y
griegas, comenzó la civilización cuando el Dios Zeus vio a Europa,
la hermosa hija del rey de Fenicia (la actual Líbano) y, tomando la
forma de un toro, la raptó y, con ella al lomo, cruzó a nado el
Mediterráneo hasta la isla de Creta. Allí tuvieron tres hijos, entre
ellos Minos, aquel que con el tiempo se relacionaría con el comienzo
de la civilización cretense.
Frustrado en sus aspiraciones al trono, Minos apeló a Poseidón, Dios
de los mares, para que
le concediera una señal del favor divino. En respuesta, Poseidón
hizo que un toro divino, de
un blanco puro, surgiera del mar. Minos prometió ofrecer en
sacrificio el hermoso toro al Dios, pero quedó tan cautivado con él
que, en vez de eso, lo guardó para sí. Como castigo, el Dios hizo
que la esposa del rey se enamorara del toro y se apareara con él; el
descendiente fue el legendario Minotauro, una criatura medio hombre,
medio toro. Entonces, Minos le encargo al divino artesano Dédalo que
construyera, en la capital cretense de Knossos, un laberinto
subterráneo del cual el hombre-toro fuera incapaz de escapar: el
Laberinto.
Una enorme escultura de piedra de los cuernos de un toro recibe al
visitante en las ruinas excavadas de Knossos, pero no los restos del
Laberinto. Sin embargo, no se ha olvidado su recuerdo y su forma
circular, con muros circulares concéntricos, con pasajes bloqueados
por radiales .
Ciertamente, recuerda al trazado del emplazamiento del Golán, y nos
hace volver a la
Epopeya de Gilgamesh y al encuentro de los héroes
con el Toro del Cielo.
Según cuenta la epopeya, en la última noche antes de intentar entrar
en el Bosque de Cedros, Gilgamesh vio elevarse atronadora una nave
espacial en un llameante ascenso, desde el Lugar de Aterrizaje. A la
mañana siguiente, encontraron la entrada al recinto prohibido; pero,
justo cuando iban a entrar, un guardián robótico les cerró el paso.
Era «poderoso, sus dientes como los dientes de un dragón, su cara
como la de un feroz león, avanzaba como una avalancha de aguas». Un
«rayo irradiante» emanaba de su frente, «devorando árboles y
arbustos»; «de su fuerza asesina, nadie podía escapar».
Al ver el apuro en el que se encontraban
Gilgamesh y Enkidu,
Utu/Shamash «bajó desde los cielos para hablar con los héroes».
Les
aconsejó que no corrieran, sino que se acercaran al monstruo tan
Pronto como el Dios lanzara un viento arremolinado, con cuyo polvo
cegaría al guardián. En cuanto esto sucedió, Enkidu lo golpeó y lo
mató. Los artistas de la antigüedad representaron en sellos
cilindricos a Gilgamesh, a Enkidu y a Utu/Shamash junto con el
amenazador robot; esta representación recuerda la descripción
bíblica de los «ángeles con la espada torbellino» que Dios puso en
la entrada del Jardín del Edén para asegurarse de que Adán y Eva no
volverían a entrar.
El combate fue observado también por Inanna (conocida más tarde como
Ishtar), la hermana gemela de Utu/Shamash. Tenía un gran historial
de seducción de varones humanos para que pasaran la noche con ella,
una noche a la que rara vez sobrevivían. Cautivada por la belleza de
Gilgamesh mientras se bañaba desnudo en un río cercano o una
cascada, Ishtar le invitó:
«¡Ven, Gilgamesh, sé mi amante!» Pero, conocedor de su historial,
declinó la invitación.
Enfurecida por su insultante rechazo, Ishtar hizo venir al Toro del
Cielo para que matara a Gilgamesh. Huyendo por sus vidas, los dos
héroes se apresuraron a volver a Uruk; pero el Toro del Cielo cayó
sobre ellos a orillas del río Éufrates. En el momento de mayor
peligro, fue de nuevo Enkidu el que se las ingenió para alcanzar y
matar al Toro del Cielo.
Inanna/Ishtar, iracunda, «elevó un lamento al Cielo», exigiendo que
se diera muerte a los dos camaradas. Aunque temporalmente
perdonados, Enkidu murió primero; después, también murió Gilgamesh
(tras un segundo viaje que lo llevó hasta el espaciopuerto de la
península del Sinaí).
¿Qué era el Toro del Cielo, GUD.ANNA en sumerio? Muchos
estudiosos
de la epopeya, como Giorgio de Santillana y Hertha von Dechend en
Hamlet’s Mill, han llegado a la conclusión de que los
acontecimientos de la Epopeya, que tienen lugar en la Tierra, no son
sino una imagen especular de acontecimientos que tenían lugar en el
Cielo. Utu/Shamash es el Sol, Inanna/Ishtar es la que en tiempos
griegos y romanos se llamaría Venus. El amenazador guardián de las
Montañas de los Cedros con el rostro de león es la constelación de
Leo (el León), y el Toro del Cielo sería el grupo celestial de
estrellas que, ¡desde tiempos sumerios!, se ha dado en llamar la
constelación del Toro (Tauro).
De hecho, hay representaciones mesopotámicas con el tema del
León/Toro ; y como remarcara Willy Hartner (The Earliest History of
the Constellations in the Near East), en el cuarto milenio a.C, los
sumerios habrían observado las dos constelaciones en clave de
posiciones zodiacales: la constelación del Toro (Tauro), como la
constelación del equinoccio de primavera, y la constelación del León
(Leo), como la del solsticio de verano.
La atribución de connotaciones zodiacales a los acontecimientos
épicos en la Tierra, tal como los relataron los sumerios, supone que
tenían tales conocimientos celestiales -en el cuarto milenio a.C,
unos tres milenios antes del momento en que se supone que se
agruparon las estrellas en constelaciones y de la introducción de
las doce constelaciones zodiacales por parte de los griegos. De
hecho, los mismos sabios griegos (de Asia Menor) decían que el
conocimiento les llegó a ellos de los «caldeos» de Mesopotamia; y,
tal como atestiguan los textos astronómicos y las representaciones
sumerias, habría que darles a ellos el reconocimiento. Los nombres y
los símbolos de las constelaciones zodiacales han permanecido
inalteradas hasta nuestros tiempos.
Las listas zodiacales sumerias comienzan con Tauro, que era de hecho
la constelación desde la cual se veía salir el Sol en el día del
equinoccio de primavera en el cuarto milenio a.C. En sumerio, se le
llamaba GUD.ANNA («Toro del Cielo» o «Toro Celestial»), el mismo
término utilizado en la Epopeya de Gilgamesh para la criatura divina
que Inanna/Ishtar hizo llamar desde los cielos y a la que dieron
muerte los dos camaradas.
¿Esta matanza representa o simboliza un acontecimiento celestial
real, hacia el 2900 a.C? Aunque no se puede descartar la
posibilidad, el registro histórico indica que los principales
acontecimientos y cambios tuvieron lugar en la Tierra en aquella
época; y la «muerte» del Toro del Cielo representaba un augurio, un
augurio celeste, que predecía o incluso desencadenaba
acontecimientos en la Tierra.
Durante la mayor parte del cuarto milenio a.C, la civilización
sumeria no fue sólo la más
grande en la Tierra, sino también la única. Pero hacia 3100 a.C, la
civilización del Nilo
(Egipto y Nubia) se unió a la de los ríos Éufrates-Tigris.
¿Encontraría expresión esta
división en la Tierra (a la que alude el relato bíblico de la Torre
de Babel y el fin de la era
en la que la Humanidad hablaba una sola lengua) en la descripción,
dentro de la epopeya de
Gilgamesh, del seccionamiento
de la pata delantera del animal por parte de Enkidu? Las
representaciones zodiacales-celestiales egipcias asociaron de hecho
el comienzo de su civilización con el seccionamiento de la parte
delantera de la constelación del Toro.
Como ya explicamos en La guerra de los Dioses y los hombres,
Inanna/Ishtar esperaba en
aquella época convertirse en señora de la nueva civilización, pero
literal y simbólicamente
se le quitó de las manos. Se la aplacó en parte cuando se puso bajo
su égida una tercera
civilización, la del Valle del Indo, hacia el 2900 a.C
Si para los Dioses habían sido significativos los augurios celestes,
mucho más lo habían sido para los mortales en la Tierra; de ello da
fe el hado que cayó sobre los dos camaradas.
Enkidu, un ser creado de forma artificial, murió como un mortal. Y
Gilgamesh, dos terceras
partes divino, no pudo escapar de la muerte. Aunque hizo un segundo
viaje, en el que tuvo
que afrontar penurias y peligros, y a pesar de haber encontrado la
Planta de la Imperecedera
Juventud, volvió a Uruk con las manos vacías.
Según la Lista de los
Reyes Sumerios,
«el
divino Gilgamesh, cuyo padre era humano, el sumo sacerdote del
recinto del templo, gobernó durante 126 años; Urlugal, hijo de
Gilgamesh, reinó después de él».
Casi podemos escuchar al hijo de Gilgamesh llorando, como lo
hicieron los hijos del rey Keret:
«¿Cómo puede un descendiente de El, el
Misericordioso, morir? ¿Es que va a morir alguien que es
divino?»
Pero Gilgamesh, aunque más que un semidiós, se enredó con
su Hado. Suya fue la Era del Toro, y él lo mató; y su Hado, un Hado
hecho en el Cielo, pasó de ser una oportunidad para la inmortalidad
a la de la muerte de un mortal.
Mil años después de la probable estancia de Gilgamesh en el
emplazamiento del Golán, otro antiguo VIP visitó el lugar, un VIP
que vio también el Hado escrito en las constelaciones zodiacales.
Fue Jacob, el nieto de Abraham; y la época fue, según nuestros
cálculos, en los alrededores del 1900 a.C.
Una pregunta que se suele ignorar respecto a las construcciones
megalíticas que hay por
todo el globo es: ¿por qué las levantaron donde las levantaron?
Obviamente, su ubicación
tiene que ver con su propósito concreto. Las grandes pirámides de
Gizeh, lo hemos sugerido
en nuestros escritos, servían de anclajes para un Corredor de
Aterrizaje que llevaba al
espaciopuerto de la península del Sinaí, y se emplazaron con toda
precisión debido a ese
vínculo con el paralelo treinta norte. Stonehenge, lo han sugerido
importantes astrónomos,
se erigió donde está porque es exactamente allí donde sus funciones
astronómicas pueden
combinar tanto las observaciones solares como las lunares.
En tanto
no salga a la luz algo
más sobre los Círculos del Golán, la razón más probable para que
estén donde están es que
se encuentran sobre una de las pocas vías de enlace que conectaban
dos importantes rutas
internacionales (tanto de la antigüedad como de hoy en día): la
Calzada del Rey, que corre a
lo largo de las colinas que hay al este del río Jordán, y el Camino
del Mar, que corre por el
oeste, a lo largo de las costas del mar Mediterráneo (mapa).
Las dos
rutas conectaban Mesopotamia y Egipto, Asia y África, fuera para el
comercio pacífico o fuera para las invasiones militares. Los enlaces
entre ambas rutas venían dictados por la geografía y la topografía.
En el emplazamiento del Golán, el cruce se podía hacer por ambos
lados del mar de Galilea (lago Genesaret o Kinnereth); el preferido,
entonces y ahora, es el del norte, donde el puente ha conservado su
antiguo nombre : El Puente de las Hijas de Jacob.
Así pues, el emplazamiento del Golán estaba ubicado donde los
viajeros de diferentes naciones y procedencias pudieran detenerse y
explorar los cielos en busca de augurios, en busca de pistas
referentes a sus Hados, quizás para reunirse en un lugar neutral
porque era sagrado, y negociar allí declaraciones de guerra o paz.
Basándonos en datos bíblicos y mesopotámicos, creemos que Jacob tuvo
que utilizar para esto el emplazamiento. La historia comienza dos siglos antes, en Sumer, y no comienza con
el abuelo de Jacob, Abraham, sino con su bisabuelo, Téraj. Su nombre
sugiere que era un sacerdote oracular (Tirhu); el gusto de la
familia por ser conocidos como pueblo Ibri (hebreo) nos indica que
se consideraban nippurianos (gente de la ciudad de Nippur, que en
Sumerio se escribía NI.IBRU, «La Hermosa/Placentera Morada del
Cruce»). Centro religioso y científico de Sumer, Nippur fue el lugar
del DUR.AN.KI, el «Enlace Cielo-Tierra», ubicado en el recinto
sagrado de la ciudad. Fue el punto focal para la conservación, el
estudio y la interpretación de conocimientos astronómicos,
calendáricos y celestiales acumulados; y el padre de Abraham, Téraj,
fue uno de sus sacerdotes.
Hacia el 2100 a.C, Téraj fue trasladado a
Ur. La época es un período
que los sumeriólogos
conocen como Ur III , dado que fue entonces cuando Ur se convirtió,
por tercera vez, no
sólo en la capital de Sumer, y no sólo de una entidad política
expandida llamada Sumer y
Acad, sino también de un imperio virtual que floreció y se mantuvo
unido no por la fuerza
de las armas, sino por una cultura superior, un panteón unificado
(lo cual se conoce como
religión), una administración capaz y, no menos importante, un
comercio floreciente. Ur fue
también el centro de culto del Dios lunar Nannar (conocido
posteriormente entre los pueblos
semitas como Sin).
El rápido desarrollo de los acontecimientos en Sumer y su mundo
desencadenaron, en primer lugar, el traslado de Téraj a Ur y,
después, a una distante ciudad
llamada Jarán. Situada a orillas del Alto Eufrates y sus afluentes,
la ciudad constituía un
importante cruce de caminos y puesto de comercio (lo cual viene
indicado por su nombre, que significa caravansar). Fundada por
mercaderes Sumerios, Jarán alardeaba también de tener un gran templo
dedicado al Dios Luna, hasta tal punto que se vio a la ciudad como
una «Ur lejos de Ur».
En estos traslados, Téraj llevó consigo a su familia. En la mudanza
a Jarán se vieron implicados Abram (que es como entonces se le
llamaba), el primogénito de Téraj; un hijo llamado Najor; las
esposas de los dos hijos, Saray (que posteriormente se llamaría
Sara) y Mil ká; y el nieto de Téraj, Lot, hijo del hermano de
Abraham, Harán, que había muerto en Ur. Vivieron allí, en Jarán,
«muchos años» según la Biblia, y allí fue donde murió Téraj, cuanto
tenía 205 años de edad.
Fue después de esto que Dios le dijo a Abram:
«Vete de tu tierra y
de tu patria, y de la morada de tu padre, a la tierra que yo te
mostraré... Allí haré de ti una gran nación, y te bendeciré y haré
grande tu nombre.»
Y Abram tomó a Saray, su esposa, y a Lot, su
sobrino, y a toda la gente de su casa y todas sus pertenencias, y
fue a la Tierra de Canaán, «y Abram tenía setenta y cinco años
cuando partió de Jarán». Su hermano Najor quedó atrás, con su
familia, en Jarán.
Siguiendo las instrucciones divinas, Abram se movió con rapidez en
Canaán hasta establecer una base en el Négueb, la árida región de
Canaán fronteriza con la península del Sinaí. En una visita a
Egipto, fue recibido en la corte del faraón; de vuelta a Canaán,
tuvo tratos con los soberanos de la zona. Después, representó un
papel en un conflicto internacional, conocido en la Biblia (Génesis
14) como la Guerra de los Reyes. Fue después de esto que Dios le
prometió a Abram que su «simiente» heredaría y gobernaría las
tierras entre el Arroyo de Egipto y el río Éufrates. Dudando de la
promesa, Abram señaló que él y su esposa no tenían hijos. Dios le
dijo a Abram que no se preocupara.
«Mira a los cielos -le dijo- y
cuenta las estrellas si puedes... así de numerosa será tu simiente.»
Pero Saray siguió estéril aún después de eso.
Así, por sugerencia de ella, Abram durmió con su sirvienta Agar, que
le dio un hijo, Ismael. Y luego, milagrosamente (después de la
destrucción de Sodoma y Gomorra, cuando los nombres de la pareja se
cambiaron por los de Abraham y Sara), Abraham, a la edad de cien
años, tuvo un hijo con su mujer Sara, de noventa. Aunque no era el
primogénito, el hijo de Sara, Isaac, era el heredero legítimo según
las normas sumerias de sucesión que seguía el patriarca, pues era
hijo de la hermanastra de su padre:
«La hija de mi padre, pero no de
mi madre», dijo Abraham de Sara (Génesis 20,12).
Sucedió después de la muerte de Sara, su compañera de toda la vida,
que Abraham, «viejo y
avanzado en años» (137 años, según nuestros cálculos) comenzó a
preocuparse por su
soltero hijo Isaac. Temiendo que Isaac terminara casándose con una
cananea, envió a su
mayordomo a Jarán, para que encontrara una novia para Isaac de entre
los familiares que
habían quedado allí. Al llegar al pueblo donde vivía Najor, se
encontró con Rebeca en el
pozo, que resultó ser la nieta de Najor y terminó yendo a Canaán
para convertirse en la esposa de Isaac.
Veinte años después de casados, Rebeca tuvo gemelos, Esaú y Jacob.
Esaú fue el primero en casarse, tomando dos esposas, dos muchachas
hititas que «fueron una fuente de pesares para Isaac y para Rebeca».
No se detallan los problemas en la Biblia, pero la relación entre la
madre y las nueras era tan mala que Rebeca le dijo a Isaac:
«Estoy
disgustada con la vida a causa de las mujeres hititas; si Jacob se
casara también con una mujer hitita, de entre las mujeres de la
región, ¿qué tendría de bueno la vida para mí?»
De modo que Isaac
llamó a Jacob y le dio instrucciones para que fuera a Jarán, a la
familia de su madre, a encontrar allí una novia. Siguiendo las
palabras de su padre, «Jacob dejó Beersheba y partió hacia Jarán».
Del viaje de Jacob desde el sur de Canaán hasta la distante Jarán,
la Biblia sólo da cuenta de un episodio, aunque muy significativo.
Fue la visión que tuvo Jacob en la noche, «cuando llegó a cierto
lugar», de una escalera hasta el cielo sobre la cual ascendían y
descendían los Ángeles del Señor. Al despertar, Jacob se dio cuenta
de que había llegado a «un lugar de los Elohim y un pórtico al
cielo». Marcó el lugar, levantando allí una piedra conmemorativa, y
lo llamó Beth-El -«La Casa de El»-, el Señor. Y después, por una
ruta que no se especifica, continuó hasta Jarán.
En las inmediaciones de la ciudad, vio a los pastores reunir los
rebaños en un pozo, en el campo. Se dirigió a ellos y les preguntó
si conocían a Labán, el hermano de su madre. Los pastores le dijeron
que sí, que le conocían, y he aquí que dio en llegar su hija Raquel,
con su rebaño. Rompiendo a llorar, Jacob se presentó como el hijo de
Rebeca, tía de ella. En cuanto Labán se enteró de las noticias,
también él llegó corriendo, abrazó y besó a su sobrino, y lo invitó
a quedarse con él y a que conociera a su otra hija, Lía, la mayor.
Claro está que el padre tenía en mente el matrimonio de la hija,
pero Jacob se había enamorado de Raquel, y se ofreció para trabajar
para Labán durante siete años como dote. Pero en la noche de bodas,
después del banquete, Labán sustituyó a Lía por Raquel en el lecho
nupcial...
Cuando, a la mañana siguiente, Jacob descubrió la identidad de la
novia, Labán se mostró confundido. Aquí, le dijo, no casamos a la
hija más joven antes que a la mayor; ¿por qué no trabajas otros
siete años y te casas también con Raquel? Enamorado aún de Raquel,
Jacob aceptó. Pasados siete años, se casó con Raquel; pero el astuto
Labán retendría al buen trabajador y mejor pastor que era Jacob y no
le dejaría ir. Para impedir que Jacob se fuera, le dejó que tuviera
sus propios rebaños; pero cuanto mejor le iba a Jacob, más se
quejaban de envidia los hijos de Labán.
Y así, en una ocasión en que Labán y sus hijos habían salido para
esquilar sus rebaños de
ovejas, Jacob reunió a sus mujeres, a sus hijos y a sus rebaños y
huyó de Jarán.
«Y cruzó el
río -el Éufrates- y se encaminó hacia el monte de Gilead.»
«Al tercer día, le dijeron a Labán que Jacob había escapado; demodo
que tomó a sus
parientes consigo y salió en persecución deJacob; y siete días
después le dio alcance en la
montaña de Gilead.»
Gilad -«El Montón de Piedras Imperecedero», en hebreo-
¡el emplazamiento del observatorio circular en el Golán!
El encuentro comenzó con un amargo intercambio de acusaciones
recíprocas, pero terminó con un tratado de paz. A la manera de los
tratados fronterizos de la época, Jacob eligió una piedra y la
erigió para que fuera un Pilar Testimonial, para marcar los límites
más allá de los cuales Labán no cruzaría a los dominios de Jacob, ni
Jacob cruzaría a los dominios de Labán. Estas piedras limítrofes,
llamadas Kudurru en acadio debido a sus cimas redondeadas, se han
descubierto en diversos emplazamientos de Oriente Próximo. Como
norma, se inscribían en ellas los detalles del tratado, y se incluía
la invocación de los Dioses de cada lado como testigos y garantes.
Respetando la costumbre, Labán invocó a «el Dios de Abraham y los
Dioses de Najor» para garantizar el tratado. Con aprensión, Jacob
«juró por el temor de su padre Isaac».
Después, le dio su propio toque a la ocasión y al lugar:
Y Jacob dijo a sus hijos: Reunid piedras; y ellos reunieron piedras y
las dispusieron en un montón...Y Jacob llamó al montón de
piedras Gal’ed.
Por un mero cambio de pronunciación, de
Gilad a Gal-Ed, Jacob cambió
el significado del nombre, de su antiguo «El Montón de Piedras
Imperecedero» a «El Montón de Piedras del Testimonio».
¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que ese lugar era el de
los círculos del Golán? Creemos que aquí se encuentra la convincente
pista final: ¡en su juramento del tratado, Jacob describe el lugar
también como Ha-Mitzpeh -el Observatorio!
El Libro de los Jubileos, un libro extrabíblico que recontaba los
relatos bíblicos a partir de diversas fuentes antiguas, añadía una
nota final al acontecimiento relatado: «Y Jacob hizo allí un montón
para un testigo, de ahí que el nombre del lugar fuera:
“El Montón
del Testigo”; pero con anterioridad solían llamar al país de Gilead
el País de los Repha’im».
Y así volvemos al enigmático emplazamiento del Golán y a su apodo de
Gilgal Repha’im.
Las piedras limítrofes Kudurru que se han encontrado en Oriente
Próximo llevan, como norma, no sólo los términos del acuerdo y los
nombres de los Dioses invocados como garantes, sino también los
símbolos celestiales de los Dioses, a veces del Sol, la Luna y los
planetas, a veces de las constelaciones zodiacales (como en la Fig.
13), las doce. Pues ésa, desde los primitivos tiempos de Sumer, era
la cuenta (doce) de las constelaciones zodiacales, tal como
evidencian sus nombres:
-
GUD.ANNA Toro Celestial (Tauro)
-
MASH.TAB.BA Gemelos (Géminis)
-
DUB Pinzas, Tenazas (Cáncer)
-
UR.GULA León (Leo)
-
AB.SIN Cuyo Padre Era Sin («la Doncella» = Virgo)
-
ZI.BA.AN.NA Hado Celestial («la Balanza» = Libra)
-
GIR.TAB Lo Que Clava y Corta (Escorpión)
-
PA.BIL el Defensor («el Arquero» = Sagitario)
-
SUHUR.MASH Cabra-Pez (Capricornio)
-
GU Señor de las Aguas (Acuario)
-
SIM.MAH Peces (Piscis)
-
KU.MAL Morador del Campo (el Carnero = Aries)
Aunque no todos los símbolos que representan las doce constelaciones
zodiacales han sobrevivido desde tiempos sumerios, ni siquiera
babilónicos, sí que se han encontrado en monumentos egipcios, con
idénticos nombres y representaciones.
¿Dudaría alguien de que Abraham, hijo del sacerdote-astrónomo Téraj,
estuviera al
corriente de las doce casas zodiacales cuando Dios le dijo que
observara los cielos y viera
en ellos el futuro? Como las estrellas que observas en los cielos,
así será tu descendencia, le
dijo Dios a Abraham; y cuando nació su primer hijo, el que tuviera
con la sirvienta Agar,
Dios bendijo al muchacho, Ismael («Por Dios Oído»), con esta
profecía:
En cuanto a
Ismael: También le he escuchado. Con esto lo bendigo: Le haré fecundo y
lo multiplicaré
sobremanera; de él nacerán doce jefes, la suya será una gran nación.
Génesis 17,20
Con esa bendición profética, relacionada con los cielos estrellados,
tal como los observaba
Abraham, aparece en la Biblia por vez primera el número doce y su
trascendencia. Después,
se cuenta (Génesis 25) que los hijos de Ismael, cada uno de ellos
jefe de un estado tribal,
fueron doce; y, haciendo una relación de ellos por sus nombres, la
Biblia resalta:
«Esos
fueron los hijos de Ismael, según sus cortes y fortalezas; doce
jefes de otras tantas naciones.»
Sus dominios se extendían por toda
Arabia y las tierras desérticas del norte.
La siguiente ocasión en la que la Biblia emplea el número doce es en
la relación de los doce hijos de Jacob, en el momento en que vuelve
al estado de su padre en Hebrón. «Y el número de los hijos de Jacob
era doce», afirma la Biblia en el Génesis 35, haciendo una lista por
los nombres con los que luego nos familiarizaríamos como nombres de
las Doce Tribus de Israel:
-
Seis de Lía:
Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zebulón
-
Dos de Raquel:
José y Benjamín
-
Dos de Bilhá, la sirvienta de Raquel:
Dan y Neftalí.
-
Y dos de Zilpá, la sirvienta de Lía:Gad y Aser.
Sin embargo, hay un tejemaneje en esta lista, pues no era ésta la
relación original de los doce hijos que volvieron con Jacob a
Canaán: Benjamín, el más joven, nació de Raquel cuando ya la familia
había vuelto a Canaán, en Belén, donde murió mientras daba a luz.
Sin embargo, el número de los hijos de Jacob era doce antes de esto,
dado que el último vástago, nacido de Lía, fue una hija, Dina. La
lista, quizás por algo más que una coincidencia, estaba compuesta
así de once varones y una hembra, hecho que se corresponde con la
lista de las constelaciones zodiacales, que está compuesta por una
hembra (Virgo, la Virgen) y once «varones».
Las implicaciones zodiacales de los doce hijos de Jacob (renombrado
Israel después de haber luchado con un ser divino cuando cruzaba el
río Jordán) se pueden discernir en dos ocasiones en la posterior
narración bíblica. La primera, cuando José, un maestro en tener e
interpretar sueños-augurios, alardeaba ante sus hermanos de que
había soñado que el Sol, la Luna (el anciano Jacob y Lía) y once
Kokhavim se postraban ante él. Esta palabra se traduce normalmente
como «estrellas», pero el término (proveniente del acadio) servía
igualmente para designar a las constelaciones. Con José, el total
sumaba doce. La implicación de que la suya era una constelación
superior fastidiaba enormemente a sus hermanos.
La segunda vez fue cuando Jacob, viejo y moribundo, llamó a sus doce
hijos para bendecirles y predecirles el futuro. Conocidas como la
Profecía de Jacob, las últimas palabras del patriarca comienzan
relacionando al hijo mayor, Rubén, con Az, la constelación zodiacal
de Aries (que, por entonces, era la constelación del equinoccio de
primavera, en lugar de la de Tauro). Simeón y Leví fueron agrupados
como los Gemelos, Géminis. Dado que habían matado a muchos hombres
cuando vengaron la violación de su hermana, Jacob profetizó que se
dispersarían entre las otras tribus y que perderían sus propios
dominios. Judá fue comparado con un León (Leo) y visto como el
poseedor del cetro real, una predicción de la realeza de Judea.
Zabulón fue visto como el Morador de los Mares (Acuario), en lo cual
se convirtió de hecho. Las predicciones del futuro tribal de los
hijos prosiguieron, vinculando nombre y símbolo con las
constelaciones zodiacales. Los últimos fueron los hijos de Raquel: a
José se le representó como al Arquero (Sagitario); y al último,
Benjamín, por haber sustituido a su hermana Dina (Virgo), se le
describió como un depredador que se alimenta de los demás.
La estricta adhesión al número doce, emulando las doce casas del
zodiaco, supuso otro tejemaneje que normalmente pasa desapercibido.
Después del Éxodo y de la división de la Tierra Prometida entre las
Doce Tribus, volvieron a hacerse algunas redisposiciones. De
repente, la relación de las Doce Tribus que compartían territorios
incluye a los dos hijos de José (que habían nacido en Egipto),
Manasés y Efraím. No obstante, la lista sigue siendo de doce; pues,
como había profetizado Jacob, las tribus de Simeón y de Leví no
tuvieron parte en las distribuciones territoriales y, como se había
predicho, se dispersaron entre las otras tribus.
El requisito (la
santidad) de los Doce Celestiales se había preservado de nuevo.
Los arqueólogos que excavan en las ruinas de las sinagogas judías de
Tierra Santa se quedan a veces estupefactos al encontrarse con los
suelos de las sinagogas decorados con un círculo zodiacal de las
doce constelaciones, representado con sus símbolos tradicionales
(Fig. 15). Tienden a ver los hallazgos como aberraciones resultantes
de las influencias griegas y romanas de los siglos previos al
cristianismo. Esta actitud, que surge de la creencia de que esa
práctica estaba prohibida por el Antiguo Testamento, ignora los
hechos históricos: la familiaridad de los hebreos con las
constelaciones zodiacales y su vinculación con las predicciones de
futuro, con el Hado.
Durante muchas generaciones, hasta nuestros días, en las bodas
judías, o cuando un niño es circuncidado, se han podido escuchar los
gritos de ¡Mazal-tov! ¡Mazal-tov!. Pregúntele a cualquiera lo que
significa, y la respuesta será: significa «buena Suerte», que la
pareja o el niño tengan buena suerte.
Sin embargo, pocos se percatan de que, si bien es lo que se pretende
con ello, no es lo que la frase significa. Mazal-tov significa,
literalmente, «una buena/favorable constelación zodiacal». Este
término proviene del acadio (la primera lengua semita o lengua
madre), en el cual Manzalu significa «estación»: la estación
zodiacal en la cual se veía «estacionarse» al Sol en el día de la
boda o del nacimiento.
La relación de una casa zodiacal con el Hado de uno está en boga con
la astrología
horoscópica, que comienza por establecer (a través de la fecha de
nacimiento) cuál es el
signo de uno: un Piscis, un Cáncer o cualquier otra de las doce
constelaciones zodiacales. Volviendo atrás, podríamos decir que, de
acuerdo con la Profecía de Jacob, Judá era un Leo, Gad un Escorpión
y Neftalí un Capricornio.
La observación de los cielos en busca de indicaciones de los hados,
trabajo llevado a cabo por todo un ejército de
sacerdotes-astrónomos, asumió un papel crucial en las decisiones
reales durante los tiempos de Babilonia. El hado del rey, el hado de
la tierra y de las naciones se adivinaba por la posición de los
planetas en una constelación zodiacal concreta. Las decisiones reales esperaban la palabra de los
sacerdotes-astrónomos. ¿Estaba la Luna,
esperada en Sagitario, oscurecida por las nubes? ¿El cometa visto en
Tauro se había
trasladado a otra constelación? ¿Cuál era el significado para el rey
o para el país de la observación de que, en la misma noche, Júpiter
se elevara en Sagitario, Mercurio en Géminis y Saturno en Escorpión?
Anotaciones que requirieron literalmente centenares de tablillas
revelan que aquellos fenómenos celestes se interpretaban para
predecir invasiones, hambrunas, inundaciones, inquietudes civiles o,
por otra parte, una larga vida para el rey, una dinastía estable, la
victoria en la guerra o la prosperidad. La mayoría de las
anotaciones de estas observaciones se escribieron en prosa simple
sobre tablillas de arcilla; en ocasiones, los almanaques
astrológicos, a modo de manuales horoscópicos, se ilustraban con los
símbolos de las constelaciones zodiacales relevantes. En todos los
casos, se consideraba que el Hado venía indicado por los cielos.
La astrología horoscópica de hoy se remonta hasta más allá de los
babilonios, los «caldeos» de los informes griegos. A la par del
calendario de doce meses, la noción de que el Hado y el Zodiaco son
dos aspectos del mismo curso de acontecimientos comenzó,
indudablemente, al menos cuando comenzó el calendario, en Nippur, en
el 3760 a.C. (que es cuando comienza la cuenta del calendario
judío). Según nuestra opinión, se puede constatar la antigüedad de
esta vinculación por uno de los nombres sumerios de las
constelaciones, el de ZI.BA.AN.NA.
Este término, que se entiende que
significa «Hado Celestial», significa literalmente «Decisión-Vida en
los cielos», así como «Balanza Celestial de la Vida». Fue éste un
concepto que se registró en Egipto en
El Libro de los Muertos; se
creía que la esperanza de uno en la otra vida eterna dependía del
peso de su corazón en el Día del Juicio. La escena quedó
magníficamente reflejada en el Papiro de Ani, donde se muestra al
Dios Anubis pesando el corazón en una balanza, y al Dios
Thot, el
Escriba Divino, tomando nota del resultado.
En la tradición judía, hay un enigma sin resolver: ¿por qué el Señor
bíblico eligió el séptimo mes, Tishrei, como el mes en el cual
comenzar el Año Nuevo hebreo, en vez de comenzarlo en el mes que se
contaba en Mesopotamia como primer mes, Nissan? Si se debió, como se
ha sugerido para explicarlo, al deseo de marcar una clara ruptura
con la veneración mesopotámica a las estrellas y los planetas, ¿por
qué le siguen llamando el séptimo mes y no lo renumeran como el
primer mes que es?
Nos da la impresión de que la verdad es la opuesta, y de que la
respuesta se encuentra en el nombre de la constelación ZI.BA.AN.NA y en su connotación de la
Balanza del Hado. Creemos que la
pista crucial es el vínculo calendárico con el zodiaco. En la época
del Éxodo (a mediados del segundo milenio a.C), la primera
constelación, la del equinoccio de primavera, era Aries, ya no era
Tauro.
Y comenzando por Aries, la constelación de la Balanza
Celestial de la Vida era, de hecho, la séptima. El mes en el cual el
Año Nuevo judío tenía que comenzar, el mes en el cual se decidiría
en el cielo quién tenía que vivir y quién morir, quién tenía que
estar sano y quién enfermo, ser rico o pobre, feliz o desdichado,
era el mes correspondiente al mes zodiacal de la Balanza Celestial.
Y en los cielos, el Hado tenía doce estaciones.
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