10. EL OMBLIGO DE LA TIERRA
Veinticuatro años antes de la calamidad nuclear se cruzaron dos
senderos, y no por accidente. Uno fue el de un Dios que estaba
convencido de que su Hado se había convertido en Destino; el otro
era el de un hombre cuyo Destino se había convertido en Hado. El
Dios era Marduk; el hombre era Abraham; el lugar donde se cruzaron
sus senderos fue Jarán.
Y uno de los resultados de este cruce perduraría hasta nuestros
tiempos, cuando Babilonia (ahora Iraq) hizo caer misiles de muerte
sobre la tierra de Jerusalén (actualmente Israel).
Por la Biblia sabemos que Abraham pasó un tiempo en Jarán. Por la
autobiografía de Marduk sabemos que éste erró por tierras lejanas y
que terminó en tierras de los hititas. Y nosotros suponemos que el
lugar concreto en el que Marduk pasó esos veinticuatro años fue
Jarán, y lo suponemos por las palabras con las que Marduk comenzaba
su «autobiografía»:
empieza con su pregunta, «¿Hasta cuándo?», dirigiéndosela a ilu
Haranim, los «Dioses de Jarán» (Fig. 66), como Dioses inmediatamente
presentes, y es después cuando pasa a los distantes Grandes Dioses
Que Juzgan.
De hecho, quedarse en Jarán era lo más lógico, puesto que era un
importante centro urbano y religioso, en un cruce de rutas
comerciales, y un nudo de comunicaciones en la frontera de Sumer y
Acad, pero no todavía dentro del mismo Sumer. Jarán era un cuartel
general perfecto para un Dios cuyo hijo estaba levantando a un
ejército de invasión.
Una estancia de veinticuatro años antes de la invasión y
del
holocausto nuclear que tuvo lugar en 2024 a.C. significa que
Marduk
llegó a Jarán en 2048 a.C. Eso, según nuestros cálculos (basados en
una cuidadosa sincronización de datos bíblicos, mesopotámicos y
egipcios), era como seguirle los pasos a Abram/Abraham. Éste nació,
según nuestros cálculos, en 2123 a.C. Todos los movimientos de Téraj
y de su familia, como ya hemos dicho en Las guerras de los Dioses y
los hombres, estuvieron ligados al rápido desarrollo de los
acontecimientos en Ur y en el imperio Sumerio.
La Biblia nos dice
que Abram/Abraham dejó Jarán, siguiendo instrucciones de Dios, a la
edad de 75 años. El año, por tanto, fue el 2048 a.C, ¡el mismo año
en que Marduk llegó a Jarán! Y fue entonces cuando Yahveh, no sólo
«el Señor Dios», «le dijo a Abram:
“Vete de tu patria y de tu lugar
de nacimiento, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te
mostraré”.»
Fue una triple partida: de la patria (Sumer) de Abram y
de su lugar de nacimiento (Nippur), y de la casa de su padre
(Jarán); e iba a un nuevo y poco familiar destino, pues Yahveh tenía
que mostrárselo todavía.
Tomando con él a su esposa, Sarai, y a su sobrino, Lot, Abram fue a
«la tierra de Canaán». Llegando desde el norte (pasando quizá por
donde más tarde pasaría su nieto Jacob), se dirigió rápido hacia el
sur, hasta llegar a un lugar llamado Alon-Moreh, un nombre que
significa literalmente «El roble que señala», al parecer un hito
bien conocido que ningún viajero podía pasar por alto. Para
asegurarse de que estaba yendo en la dirección correcta, Abram se
dispuso a esperar más instrucciones; y «Yahveh se le apareció a
Abram» para confirmarle que estaba en el lugar correcto.
Prosiguiendo, Abram llegó a Beth-El («Morada de Dios») y de nuevo
«invocó el nombre de Yahveh», siguiendo posteriormente sin detenerse
hasta el Négueb («La Sequedad»), la región más meridional de Canaán,
fronteriza con la península del Sinaí.
No se demoró mucho allí. No había demasiada comida en la zona, de
modo que Abram continuó hasta llegar a Egipto. La gente se imagina a
Abraham como a un jefe beduino nómada, que pasara sus días
atendiendo a sus rebaños o repantigado en su tienda. Pero la verdad
es que Abraham tenía que ser mucho más que eso pues, de otro modo,
¿por qué le habría elegido Yahveh para enviarle en una misión
divinamente ordenada? Abraham era descendiente de un linaje de
sacerdotes; y los nombres de su esposa y de la esposa de su hermano,
Sarai («princesa») y Milká («regia») indican una conexión con el
linaje real de Sumer.
En cuanto llegaron a la frontera de Egipto, Abram instruyó a su esposa sobre cómo comportarse cuando fueran
recibidos en la corte del faraón (y más tarde, de vuelta a Canaán,
trató con sus reyes como un igual). Tras una estancia de cinco años
en Egipto, se le ordenó a Abram que volviera al Négueb, y el faraón
le dotó con gran número de hombres y de mujeres para su servicio,
así como con rebaños de ovejas y bueyes, asnos y asnas, y con un
rebaño de los muy preciados camellos. La inclusión de camellos es
significativa, ya que estaban bien adaptados para propósitos
militares en las duras condiciones del desierto.
Se estaba fraguando un conflicto militar, y eso lo sabemos por el
capítulo siguiente del
Génesis (capítulo 14), que trata de la invasión del sur de Canaán
por parte de una coalición
de Reyes del Este (de Sumer y sus protectorados, como Elam, en los
Montes Zagros, que
fue famosa por sus combatientes). Fueron cayendo una ciudad tras
otra, mientras avanzaban
por la Calzada del Rey, rodeaban el mar Muerto y se encaminaban
directamente hacia la península del Sinaí . Pero allí, Abram y sus
hombres armados les bloquearon el camino a los invasores.
Decepcionados, éstos se conformaron con el saqueo de las cinco
ciudades (entre las que estaban Sodoma y Gomorra) de la fértil
llanura al sur del mar Muerto; entre los prisioneros que hicieron
estaba Lot, el sobrino de Abram.
Cuando Abram se enteró de que a su sobrino lo habían hecho cautivo,
persiguió a los invasores con 318 hombres selectos por todo el
camino hacia Damasco. Dado el tiempo que había pasado hasta que un
refugiado de Sodoma le contara a Abram lo de la captura de su
sobrino, tuvo que ser toda una hazaña que Abram diera alcance a los
invasores, que ya estaban en Dan, en el norte de Canaán. Nosotros
creemos que los «jóvenes preparados», como se les llama en el
Génesis, debían formar una sección de caballería sobre camellos (de
una escultura mesopotámica).
«Después de estos sucesos -dice la Biblia (Génesis 15)-, Yahveh le
habló a Abram en una
visión, diciendo: No temas, Abram; Yo soy el que te escuda; tu
recompensa será muy
grande.»
Es hora de revisar la saga de Abram hasta este punto y hacerse
algunas preguntas. ¿Por qué se le dijo a Abram que lo dejara todo y
se fuera a un lugar completamente extraño? ¿Qué había de especial en
Canaán? ¿Por qué las prisas para llegar al Négueb, en la frontera de
la península del Sinaí? ¿Por qué la recepción real en Egipto y el
retorno con un ejército y una sección de caballería sobre camellos?
¿Cuál era el objetivo de los invasores del Este? ¿Y por qué su
derrota a manos de Abram es merecedora de la promesa de una «gran
recompensa» por parte de Dios?
Lejos de la habitual imagen de Abram como un pastor nómada, resulta
ser un soberbio líder militar y un actor importante en la escena
internacional. Y proponemos que todo tendría una explicación si
aceptamos la realidad de la presencia de los Anunnaki y tomamos en
consideración el resto de acontecimientos importantes que están
teniendo lugar al mismo tiempo.
El único premio que podía merecer
una guerra internacional, en el mismo momento en que Nabu estaba
organizando combatientes en las tierras del oeste del río Eufrates,
era el espaciopuerto del Sinaí.
Eso fue lo que Abram, aliado con los
hititas y entrenado por éstos en las artes guerreras, fue enviado
apresuradamente a proteger. Ése fue también el motivo para que un
faraón egipcio, en Menfis, temiendo él también una invasión de los
seguidores de Ra/Marduk con base en Tebas, en el sur, dotara a Abram
con la caballería de camellos y un gran número de sirvientes,
hombres y mujeres. Y ése fue el motivo (proteger con éxito la puerta
del espaciopuerto), por el cual Yahveh le aseguró a Abram una gran
recompensa, al tiempo que le prometía protección de futuras
venganzas por parte del bando perdedor.
La Guerra de los Reyes tuvo lugar, según nuestros cálculos, en 2041
a.C. Al año siguiente,
los príncipes del sur capturarían Menfis, en Egipto, y destronarían
al aliado de Abram,
declarando su fidelidad a Amén-Ra, el «oculto» o «invisible»
Ra/Marduk, que entonces aún
estaba en el exilio.
(Después de que Marduk alcanzara la supremacía,
los nuevos soberanos
de Egipto comenzaron a construir en Karnak, un suburbio de la
capital, de Tebas, el templo más grande de Egipto, en honor a
Amón-Ra; en la majestuosa avenida que lleva hasta el templo,
alinearon una serie de esfinges con cabeza de carnero (Fig. 68),
para honrar al Dios cuya era, la Era del Carnero, había llegado).
Pero las cosas no estaban menos agitadas en Sumer y en su imperio.
Los augurios celestiales, entre los que estuvo un eclipse lunar en
2031 a.C, predecían la llegada de alguna calamidad. Bajo la presión
de los guerreros de Nabu, los últimos reyes de Sumer hicieron
retroceder a sus fuerzas y sus puestos avanzados de protección hasta
las cercanías de la capital, Ur. Poco alivio se encontraba en las
súplicas a los Dioses, puesto que ellos mismos estaban sumidos en
una aguda confrontación con Marduk.
Tanto los Dioses como los
hombres miraban a los cielos en busca de señales. Ningún humano, ni
siquiera alguien tan cualificado o escogido como Abram, podía
proteger ya las instalaciones esenciales de los Anunnaki, las
instalaciones del espaciopuerto. Y así, en 2024 a.C, con el
consentimiento del Consejo de los Grandes Dioses, Nergal y Ninurta
utilizaron las armas nucleares para privar a Marduk de su premio.
Todo ello se describe de forma vivida y con detalle en
La Epopeya de Erra; también se cuenta ahí la otra parte del desastre, la de la
destrucción de las «ciudades pecadoras», entre las que estuvieron Sodoma y Gomorra.
A Abram se le advirtió de lo que iba a ocurrir. A petición de él,
dos ángeles del Señor fueron a Sodoma el día antes del ataque
nuclear sobre el espaciopuerto y las ciudades para salvar a Lot y a
su familia. Lot pidió algo de tiempo para reunir a su familia y
persuadió a los dos seres divinos para que pospusieran la
destrucción hasta que él y su familia pudieran llegar a un lugar
seguro en las montañas. Así pues, el suceso no fue una calamidad
natural; fue algo predecible y posponible.
«Abraham se levantó de madrugada y fue al lugar donde había estado
con Yahveh -el día
antes-; y miró hacia Sodoma y Gomorra, y a toda la tierra de la
llanura; y contempló y vio
una humareda elevarse de la tierra, como el humo caliente de una
fogata.»
Siguiendo órdenes de Dios, Abraham se alejó del lugar, acercándose a
la costa. En las montañas al sudeste del Jordán, Lot y sus hijas se
ocultaron temerosos; su madre, que se había rezagado cuando
escapaban de Sodoma, fue vaporizada por la explosión nuclear. (La
traducción habitual de las palabras, de que se convirtió en una
estatua de sal, proviene de una mala interpretación de la palabra
sumeria, que podía significar tanto «sal» como «vapor».)
Convencidos
de que habían presenciado el fin del mundo, las dos hijas de Lot
decidieron que la única forma de que sobreviviera la especie humana
era la de acostarse con su propio padre. Cada una de ellas tuvo un
hijo de esta manera; según la Biblia, ellos fueron los progenitores
de dos tribus del este del río Jordán: los moabitas y los ammonitas.
Y en cuanto a Abraham:
«Dios se acordó de Sara, como había prometido
-(cuando se les apareció con los dos ángeles el año anterior)-, y
Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su ancianidad», y le
llamaron Isaac.
Abraham tenía 100 años en aquel momento; Sara tenía
90.
Habiendo desaparecido el espaciopuerto, la misión de Abraham había
tocado a su fin. Ahora le tocaba a Dios mantener sus términos del
acuerdo. Había establecido una «alianza» con Abraham, un acuerdo por
el cual tenía que darle a él y a sus descendientes, como legado
imperecedero, las tierras que se extendían entre el Arroyo de Egipto
y el río Eufrates. Y ahora, mediante Isaac, había que mantener la
promesa.
Y quedaba también la cuestión de qué hacer con el resto de las
instalaciones espaciales.
Había, a ciencia cierta, dos instalaciones más, además de las del
mismo espaciopuerto. Una era la del Lugar de Aterrizaje, hacia donde
se había encaminado Gilgamesh. La otra era el Centro de Control de
Misiones, que ya no hacía falta, pero que estaba intacto; el
«Ombligo de la Tierra» posdiluviano, que había cumplido la misma
función que el «Ombligo de la Tierra» antediluviano, que había sido
Nippur.
Para comprender la similitud de funciones y, consecuentemente, la
similitud de trazados, deberíamos comparar nuestros esbozos de las
instalaciones espaciales ante y posdiluvianas. Antes del Diluvio,
Nippur, denominada el «Ombligo de la Tierra» debido a que era el
centro de los círculos concéntricos que delineaban el Corredor de
Aterrizaje, hizo el papel de Centro de Control de Misiones. Las
Ciudades de los Dioses cuyos nombres significaban «Ver la Luz Roja»
(Larsa), «Ver la Aureola en el Seis» (Lagash) y «Ver la Aureola
Brillante» (Laraak) señalaban tanto el espaciado equidistante como
el sendero de aterrizaje hacia Sippar («Ciudad Pájaro»), el lugar
del espaciopuerto.
El sendero de aterrizaje, dentro de una Corredor
de Aterrizaje alargado, tenía su base en la punta en los picos
gemelos del Monte Ararat, el rasgo topográfico más prominente de
Oriente Próximo. El espaciopuerto tuvo que construirse exactamente
en el punto donde esa línea intersecaba la línea que discurría hacia
el norte. Así, el Sendero de Aterrizaje formaba un ángulo exacto de
45° con el paralelo geográfico.
Después del Diluvio, cuando se concedieron a la humanidad las tres
Regiones, los Anunnaki conservaron para sí mismos la Cuarta Región,
la península del Sinaí. Allí, en la llanura central, el terreno era
tan llano como duro (un terreno perfecto para los tanques, como han
concluido los ejércitos modernos), a diferencia de la embarrada y
encharcada llanura posdiluviana de Mesopotamia.
Eligiendo de nuevo
los picos gemelos del Ararat como punto de anclaje, los Anunnaki
trazaron un sendero de aterrizaje con el mismo ángulo exacto de 45°
con respecto al paralelo geográfico, el paralelo 30 norte.
Ahí, en la llanura central de la península del Sinaí, donde la línea
diagonal intercepción al paralelo 30, tuvo que estar el
espaciopuerto. Para completar la disposición, hacían falta dos
componentes más:
establecer un nuevo Centro de Control de Misiones, y delinear (y
anclar)
el Corredor de Aterrizaje.
Creemos que el esbozo del Corredor de Aterrizaje tuvo que preceder
a la elección del lugar para el Centro de Control de Misiones.
¿Por qué motivo? Por la existencia del
Lugar de Aterrizaje, en las
Montañas de los Cedros, en el Líbano.
Todo en el folklore, cada leyenda relacionada con el lugar insiste
en la misma afirmación:
que el lugar ya existía antes del Diluvio.
En cuanto los Anunnaki
aterrizaron en la Tierra después del Diluvio sobre los picos del Ararat, tenían ya a su disposición un Lugar de Aterrizaje real,
operativo; no todo un espaciopuerto, pero sí un lugar donde
aterrizar. Todos los textos Sumerios que tratan de la concesión a la
Humanidad de plantas y animales «domesticados» (es decir,
genéticamente alterados) hablan de un laboratorio biogénetico en las
Montañas de los Cedros, donde Enlil cooperaría esta vez con
Enki
para restaurar la vida en la Tierra.
Todas las evidencias
científicas modernas corroboran que el trigo y la cebada, y los
primeros animales domesticados provienen de una región en
particular.
(Aquí, una vez más, los avances modernos en genética se
unen al desfile de corroboraciones. Un estudio publicado en la
revista Science de Noviembre de 1997 determina el lugar donde se
manipuló genéticamente el trigo carraón para crear el «cultivo
inicial» de ocho cereales diferentes: ¡hace unos 11.000 años, en un
rincón particular de Oriente Próximo!)
Había todos los motivos para incluir este lugar, una enorme
plataforma de piedra de construcción ciclópea, en las nuevas
instalaciones espaciales. Y eso, a su vez, determinaría mediante
círculos concéntricos equidistantes la ubicación del Centro de
Control de Misiones.
Para completar las instalaciones espaciales, era necesario anclar el
Corredor de Aterrizaje. En el extremo sudoriental, dos picos
cercanos (uno de los cuales sigue siendo sagrado hasta el día de hoy
con la denominación de Monte Moisés) resultaban adecuados. Pero en
el equidistante borde noroccidental no había picos, sólo una meseta
llana.
Los Anunnaki, que no ningún faraón mortal, construyeron allí
dos montañas artificiales, las dos grandes pirámides de Gizeh (en La
escalera al Cielo ya sugerimos que la tercera pirámide, la más
pequeña, se construyó en primer lugar como modelo a escala). El
trazado se completó con un animal «mitológico» tallado a partir de
la roca nativa: la esfinge. Su mirada discurre exactamente a lo
largo del paralelo 30, hacia el este, hacia el espaciopuerto del
Sinaí.
Éstos fueron los componentes del espaciopuerto posdiluviano de los
Anunnaki en la península del Sinaí, tal como los construyeron hacia
el 10500 a.C. Y cuando fue volado el lugar de aterrizaje y despegue
de la llanura central del Sinaí, los componentes auxiliares del
espaciopuerto quedaron en pie: la Esfinge y las pirámides de Gizeh,
el Lugar de Aterrizaje en las Montañas de los Cedros y el Centro de
Control de Misiones.
El Lugar de Aterrizaje, como sabemos por las aventuras de Gilgamesh,
estaba allí hacia el 2900 a.C. La noche antes de que intentara
entrar, Gilgamesh vio despegar allí una nave espacial. El lugar
siguió existiendo después del Diluvio. Una moneda fenicia representó
vividamente lo que se levantaba encima de la plataforma de piedra .
La enorme plataforma de piedra todavía existe. El lugar se llama
Baalbek, puesto que era el «Lugar Secreto del Norte» del Dios
cananeo Ba’al. En la Biblia, se conocía el lugar como Beth-Shemesh,
«Casa/Morada de Shamash» (el Dios Sol), y estaba dentro de los
dominios del rey Salomón.
Los griegos, después de Alejandro,
llamaron al lugar Heliópolis, que significa «Ciudad de Helios», el
Dios Sol, y construyeron allí templos a Zeus, a su hija Afrodita y a
su hijo, Hermes. Después de ellos, los romanos erigieron templos a
Júpiter, Venus y Mercurio. El templo de Júpiter fue el mayor templo
construido por los romanos en todo su imperio, ya que creían que el
lugar era el emplazamiento oracular más importante del mundo, un
lugar que vaticinaría el Hado de Roma y de su imperio.
Las ruinas de los templos romanos siguen en pie sobre la vasta
plataforma de piedra; y también la plataforma en sí, imperturbable
ante el paso del tiempo y los estragos de la naturaleza y de los
hombres. Su cima plana descansa sobre capas y capas de grandes
bloques de piedra, algunos de los cuales pesan cientos de toneladas.
Famoso desde la antigüedad es el Trilithon, un grupo de tres
colosales bloques de piedra contiguos que forman una hilera
intermedia donde la plataforma tuvo que sostener su mayor impacto de
carga (con un hombre que pasa, para comparar el tamaño). Cada uno de
estos colosales megalitos pesa alrededor de 1.100 toneladas; es un
peso que ninguna maquinaria moderna de construcción puede siquiera
aproximarse a levantar ni mover.
Pero, ¿quién pudo hacer eso en la antigüedad? Las leyendas locales
dicen: los gigantes. Los gigantes no sólo pusieron esos bloques de
piedra donde están, sino que también los extrajeron, los tallaron y
los transportaron desde una distancia de alrededor de un kilómetro y
medio; y esto es seguro, porque se ha encontrado la cantera. En
ella, uno de esos colosales bloques de piedra sobresale de la
ladera, a medio extraer; hay un hombre sentado sobre el bloque, y
parece una mosca sobre un cubito de hielo.
Las pirámides de Gizeh todavía siguen en pie, desafiando todas las
explicaciones tradicionales, instando a los egiptólogos a aceptar
que fueron construidas milenios antes que los faraones, y no por
alguno de ellos. La esfinge todavía sigue mirando exactamente hacia
el este, a lo largo del paralelo 30, guardando para sí misma sus
secretos; quizás, incluso, los secretos de El Libro de Thot.
¿Y qué hay del Centro de Control de Misiones?
Y, también allí, una gran plataforma sagrada descansa sobre unos
colosales bloques de piedra que ningún hombre ni máquina alguna de
la antigüedad pudo haber movido, levantado o puesto en su lugar.
En los registros bíblicos de las idas y venidas de Abraham por
Canaán hay dos digresiones aparentemente innecesarias; en ambos
casos, el lugar de la digresión fue el sitio de la futura Jerusalén.
En la primera ocasión, se da cuenta de la digresión como un epílogo
a la historia de la Guerra de los Reyes. Tras alcanzar y derrotar a
los invasores en el norte, cerca de Damasco, Abraham volvió a Canaán
con los cautivos y el botín:
Y el rey de Sodoma le salió al encuentro,
a su regreso, tras batir a Kedorlaomer y a los reyes que estaban con él,
al Valle de Shavé, que es el valle del rey. Y Melquisedec, el rey de Salem,
y éste era sacerdote ante el Dios Altísimo, sacó pan y vino,
y lo bendijo, diciendo: «Bendito sea Abram ante el Dios Altísimo,
Creador del Cielo y la Tierra; y bendito sea el Dios Altísimo,
que entregó a tus enemigos en tus manos.»
Melquisedec, cuyo nombre significaba en hebreo exactamente lo mismo
que en acadio Sharru-kin, «Rey Justo», le ofreció a Abraham que se
guardara el diezmo de todo el botín recuperado. El rey de Sodoma fue
más generoso: «Conserva todas las riquezas -dijo-, sólo devuélveme a
los cautivos.» Pero Abraham no se quedaría nada; jurando por
«Yahveh, el Dios Altísimo, Creador del Cielo y la Tierra», dijo que
no se quedaría ni la correa de un zapato (Génesis, capítulo 14).
(Los expertos han debatido durante mucho tiempo, y sin duda alguna
siguen haciéndolo, sobre si Abraham juró por el «Dios Altísimo» de
Melquisedec, o si quiso decir: «No, Yahveh es el Dios Altísimo por
el cual yo juro.»)
Ésta es la primera vez que se hace una alusión en la Biblia a
Jerusalén, llamada aquí Salem. Que ésta sea una referencia de la que
posteriormente se conocería como Jerusalén no sólo se basa en
antiguas tradiciones, sino también en la identificación evidente del
Salmo 76,3. En general, se acepta que el nombre completo, Yeru-Shalem en hebreo, significaba «La ciudad de Salem», siendo
Salem el nombre de una deidad.
Sin embargo, algunos sugieren que el
nombre pudo significar también «Fundada por Salem». Y también se
podría argüir que la palabra Shalem no era un nombre, ni siquiera un
sustantivo, sino un adjetivo, que significaría «completo», «sin
defecto». Esto haría que el nombre del lugar significara «el Lugar
Perfecto». O, si Salem era el nombre de una deidad, podría
significar el lugar de «El que es perfecto».
Tanto si honraba a un Dios, si fue fundada por un Dios o si era el
Lugar Perfecto, Salem/Jerusalén se emplazó en el sitio más
improbable, al menos en lo que concierne a las ciudades del hombre.
Se emplazó en medio de unas montañas áridas, no en un cruce de
caminos de interés comercial o militar, ni cerca de fuente alguna de
alimentos o de agua. De hecho, era un lugar casi por completo
carente de agua, y el adecuado suministro de agua potable fue
siempre el principal problema y la mayor vulnerabilidad de
Jerusalén. Salem/ Jerusalén no es la protagonista ni en las
migraciones de Abraham, ni en la ruta de la invasión desde el este,
ni en su persecución de los invasores.
Entonces, ¿por qué desviarse
para celebrar una victoria (desviarse, podríamos decir, hasta un
lugar «dejado de la mano de Dios»), salvo que el lugar no estuviera
en modo alguno dejado de la mano de Dios? Era un lugar (el único
lugar en Canaán) donde estaba ubicado un sacerdote que servía al
Dios Altísimo. Y la pregunta es: ¿por qué allí? ¿Qué había de
especial en aquel lugar?
La segunda digresión aparentemente
innecesaria tuvo que ver con la prueba de devoción que Dios le
impuso a Abraham. Abram ya había llevado a cabo su misión en Canaán.
Dios ya le había prometido que su recompensa sería grande, que Él
mismo lo protegería. Ya había tenido lugar el milagro del hijo, del
heredero legal, en una extrema ancianidad; el nombre de Abram había
cambiado a Abraham, «Padre de una multitud de naciones».
Les fue
prometida una tierra a él y a sus descendientes; esta promesa se
incluyó en una alianza que implicaba un ritual mágico. Sodoma y
Gomorra habían sido destruidas, y todo estaba dispuesto para que
Abraham y su hijo disfrutaran de la paz y la tranquilidad a la que
sin duda se habían hecho acreedores.
Entonces, de súbito,
«fue después de todas esas cosas -dice la
Biblia (Génesis, capítulo 22)-, que Dios puso a prueba a Abraham»,
diciéndole que fuera a determinado lugar y que sacrificara allí a su
hijo amado:
Toma contigo a tu hijo Isaac, a tu único hijo, al cual amas, y vete
a la Tierra de Moriah; y ofrécelo allí como sacrificio en uno de los
montes, el que yo te señalaré.
La Biblia no explica por qué decidió Dios poner a prueba a Abraham
de aquél modo tan
insufrible. Abraham, dispuesto a llevar a cabo la orden divina,
descubrió justo a tiempo que
no era más que una prueba de su devoción: un ángel del Señor le
señaló un carnero atrapado entre unos arbustos, y le dijo que el que
tenía que ser sacrificado era el carnero, no Isaac.
Pero, ¿para qué
la prueba, si no era necesaria en absoluto, ni se llevaba a cabo
allí donde Abraham e Isaac vivían, cerca de Beersheba? ¿Para qué
emprender un viaje de tres días? ¿Para qué ir a esa parte de Canaán
que Dios identificó como la Tierra de Moriah, para localizar allí un
monte específico, que Dios mismo señalaría, para realizar allí la
prueba?
Al igual que en el primer caso, tenía que haber algo especial en el
lugar elegido. Se nos dice (Génesis 22,4) que, «al tercer día,
Abraham elevó los ojos y vio el lugar desde la distancia». La región
era rica, si es que era rica en algo, en montañas áridas; de cerca,
y ciertamente desde la distancia, todas parecían iguales. Sin
embargo, Abraham reconoció aquel monte en particular «desde la
distancia». Algo tendría que haber allí que lo distinguiera de todos
los demás montes. Tanto que, cuando terminó su calvario, le puso al
lugar un nombre largo tiempo recordado: El Monte Donde Yahveh Es
Visto. Como queda claro en 2 Crónicas 3,1, el Monte Moriah fue la
cima de Jerusalén sobre la cual se construiría tiempo después el
Templo.
Para cuando Jerusalén se convirtió en una ciudad, ésta abarcaba tres
montes. Nombrados desde el noreste hasta el suroeste, fueron
-
el
Monte Zophim («Monte de los Observadores», llamado ahora Monte
Scopus)
-
el Monte Moriah («Monte de la Dirección, de la Indicación»)
en el centro
-
el Monte Sión («Monte de la
Señal»)
Son éstas
denominaciones de funciones que traen a la mente los nombres de las
funciones de la ciudades baliza de los Anunnaki que marcaban Nippur
y el Sendero de Aterrizaje cuando el espaciopuerto estaba en
Mesopotamia.
Las leyendas judías dicen que Abraham reconoció el Monte Moriah
desde la distancia debido a que vio sobre él «un pilar de fuego que
iba de la Tierra al Cielo, y una espesa nube en la cual era visible
la Gloria de Dios». Este lenguaje resulta casi idéntico a la
descripción bíblica de la presencia del Señor sobre el Monte Sinaí
durante el Éxodo. Pero, dejando a un lado la tradición popular, lo
que creemos que vio Abraham y que le identificó el monte como
diferente, que lo distinguía de todos los demás allí, fue la gran
plataforma que había sobre él.
Una plataforma que, aunque más pequeña que el Lugar de Aterrizaje de Baalbek, formaba parte también de las instalaciones espaciales de
los Anunnaki. Pues sostenemos que Jerusalén, antes de convertirse en
Jerusalén, fue el Centro de Control de Misiones posdiluviano.
Y, al igual que en Baalbek, esa plataforma, aún existe.
La razón (para la primera) y el propósito (de la segunda) digresión
se nos aclaran de este modo. La culminación de la misión de Abraham
vino marcada por una celebración formal, con bendición sacerdotal
incluida y ceremonia del pan y el vino, en un lugar (el único lugar
de Canaán) conectado directamente con la presencia de los Elohim.
El
segundo desvío pretendía poner a prueba las cualidades de Abraham
para un estatus elegido después de la destrucción del espaciopuerto
y del resultante desmantelamiento de las instalaciones del Centro de
Control de Misiones; y para renovar allí la alianza, en presencia
del sucesor de Abraham, Isaac. De hecho, la renovación de la divina
promesa siguió inmediatamente después de la prueba:
Y el Ángel de Yahveh llamó a Abraham por segunda vez
desde los cielos, diciendo, ésta es la palabra de Yahveh:
«Éste es mi juramento: Por haber hecho esto,
y no haberme negado tu hijo, tu único, te colmaré de bendiciones
y multiplicaré muchísimo tu simiente... Y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la Tierra.»
Al renovar el juramento divino en este sitio en particular, el sitio
en sí (terreno sagrado desde entonces) se convirtió en parte y
parcela de la herencia de Abraham el hebreo y sus descendientes.
La Promesa Divina a Abraham, Dios ya se lo había dicho, se haría
realidad con el paso del tiempo y tras la servidumbre en tierra
extranjera durante cuatrocientos años. Dicho todo, sería mil años
más tarde cuando los descendientes de Abraham tomarían posesión del
monte sagrado, de Monte Moriah. Cuando los israelitas llegaron a
Canaán después del Éxodo, se encontraron con que la tribu de los
jebuseos se había instalado al sur del monte sagrado, y les dejaron
estar, puesto que aún no había llegado el tiempo para la toma de
posesión de aquel sacro lugar.
Tan singular premio le correspondió
al rey David, quien hacia el 1000 a.C, mil años después de haber
sido puesto a prueba Abraham, capturó la población jebusea y
trasladó la capital desde Hebrón hasta lo que se ha dado en llamar
en la Biblia la Ciudad de David.
Es importante percatarse de que la población jebusea que capturó
David, y su nueva capital,
no era en modo alguno «Jerusalén», como se suele creer, ni siquiera
lo era la amurallada
«Ciudad Vieja». La zona que David capturó, y que luego se conocería
como Ciudad de David, fue el Monte Sión, no el Monte Moriah.
Incluso, cuando el sucesor de David, Salomón, extendió la ciudad
hacia el norte, hasta una zona llamada Ofel, se detuvo antes de
invadir esta singular zona del norte. Creemos que esto indica que la
sagrada plataforma, que se extendía desde allí hacia el norte sobre
el Monte Moriah, ya existía en la época de David y de Salomón.
La población jebusea, por tanto, no estaba sobre el Monte Moriah y
su plataforma, sino bastante más al sur. (La habitación humana en
las cercanías -pero no dentro- de un recinto sagrado era común en
los «centros de culto» mesopotámicos, como en Ur o, incluso, en la
Nippur de Enlil, como se muestra en un mapa de Nippur que se
descubrió dibujado sobre tablillas de arcilla.)
Una de las primeras cosas que hizo David fue trasladar el Arca de la
Alianza desde su última ubicación temporal hasta la capital, como
preparativo para su emplazamiento en una Casa de Yahveh adecuada que
David planeaba erigir. Pero ese honor, según le dijo el profeta
Natán, no sería suyo a cuenta de la sangre derramada por sus manos
en las guerras nacionales y en sus conflictos personales; el honor,
se le dijo, sería para su hijo Salomón.
Todo lo que se le permitió
hacer mientras tanto fue erigir un altar; el lugar exacto de ese
altar se lo mostró a David un «Ángel de Yahveh, de pie entre el
Cielo y la Tierra», que señalaba el lugar con una espada desnuda.
También se le mostró un Tavnit, un modelo a escala del futuro
templo, y se le dieron detalladas instrucciones arquitectónicas,
que, llegado el momento, David le transmitió a Salomón en una
ceremonia pública, diciendo:
Todo esto, escrito por Su mano,
me hizo comprender Yahveh,
de todas
las obras del Tavnit.
Se puede juzgar hasta dónde llegaban
los detalles de las especificaciones para el templo y sus diversas
secciones, así como los utensilios del ritual, en 1 Crónicas
28,11-19.
En el cuarto año de su reinado (480 años después del comienzo del
Éxodo, dice la Biblia), Salomón comenzó la construcción del Templo,
«sobre el Monte Moriah, como se le había mostrado a su padre,
David».
Mientras se traían maderas de los cedros del Líbano, se importaba el
oro más puro de Ofir y se extraía y se fundía el cobre para los
lavabos especificados en las famosas minas del rey Salomón, había
que erigir la estructura en sí con «piedras talladas y cinceladas,
grandes y costosas piedras».
Los sillares de piedra tuvieron que prepararse y tallarse según el
tamaño y la forma deseados en otra parte, ya que la construcción
estaba sujeta a una estricta prohibición contra el uso de cualquier
herramienta de hierro para el Templo. Así, los bloques de piedra
tuvieron que ser transportados y ubicados en el lugar sólo para su
montaje.
«Y la Casa, cuando estaba en construcción, se hizo de
piedra, lista ya antes de ser llevada hasta allí; de modo que no
hubo martillo ni sierra, ni ninguna herramienta de hierro en la Casa
mientras se estuvo construyendo»
(1 Reyes 6,7)
Llevó siete años finalizar la construcción del Templo y equiparlo
con todos los utensilios
del ritual. Después, en la siguiente celebración del Año Nuevo («en
el séptimo mes»), el
rey, los sacerdotes y todo el pueblo presenciaron el traslado del
Arca de la Alianza hasta su
lugar permanente, en el Santo de los Santos del Templo.
«No había
nada en el Arca, salvo
las dos tablillas de piedra que Moisés había puesto en su interior»
en el Monte Sinaí.
En
cuanto el Arca estuvo en su lugar, bajo los querubines alados, «una
nube llenó la Casa de
Yahveh», obligando a los sacerdotes a salir apresuradamente.
Después, Salomón, de pie
ante el altar que había en el patio, oró a Dios «que mora en el
cielo» para que viniera y
residiera en esta Casa. Fue más tarde, por la noche, cuando Yahveh
se le apareció a
Salomón en un sueño y le prometió una presencia divina: «Mis ojos y
mi corazón estarán en
ella para siempre.»
El Templo se dividió en tres partes, a las cuales se entraba
mediante un gran pórtico flanqueado por dos pilares especialmente
diseñados. La parte frontal recibió el nombre de Ulam («Vestíbulo»);
la parte más grande, la del medio, era el Ekhal, término hebreo que
proviene del Sumerio E.GAL («Gran Morada»). Separada de ésta
mediante una pantalla, estaba la parte más profunda, el Santo de los
Santos. Se le llamó Dvir, literalmente: El Orador, pues guardaba el
Arca de la Alianza con los dos querubines sobre ella de entre los
cuales Dios le hablaba a Moisés durante el Éxodo. El gran altar y
los lavabos estaban en el patio, no dentro del Templo.
Los datos y las referencias bíblicas, las tradiciones antiguas y las
evidencias arqueológicas no dejan lugar a dudas de que el Templo que
construyó Salomón (el Primer Templo) se levantaba sobre la gran
plataforma de piedra que todavía corona el Monte Moriah (también
conocido como el Monte Santo, Monte del Señor o Monte del Templo).
Dadas las dimensiones del Templo y el tamaño de la plataforma,
existe un acuerdo general sobre dónde se levantaba el Templo, y
sobre el hecho de que el Arca de la Alianza, dentro del Santo de los
Santos, estaba emplazada sobre un afloramiento rocoso, una Roca
Sagrada que, según firmes tradiciones, era la roca sobre la que
Abraham estuvo a punto de sacrificar a Isaac.
En las escrituras
judías, la roca recibió el nombre de Even Sheti’yah, «Piedra de
Fundación», pues fue a partir de esa piedra que «todo el mundo se
tejió». El profeta Ezequiel (38,12) la identificó como el Ombligo de
la Tierra.
Esta tradición estaba tan arraigada, que los artistas
cristianos de la Edad Media representaron el lugar como el Ombligo
de la Tierra y siguieron haciéndolo así aún después del
descubrimiento de América .
El Templo que construyera Salomón (el Primer Templo) lo destruyó el
rey babilonio
Nabucodonosor en 576 a.G, y lo reconstruyeron los exiliados judíos a
su regreso de
Babilonia 70 años después. Este Templo, conocido como el Segundo
Templo, fue sustancialmente mejorado y agrandado con posterioridad,
en tiempos del rey de Judea Herodes, entre el 36 y el 4 a.C.
Pero el
Segundo Templo siguió en todas sus fases el trazado, la ubicación y
la situación originales del Santo de los Santos sobre la Roca
Sagrada. Y cuando los musulmanes conquistaron Jerusalén en el siglo VII d.C, proclamaron que
Mahoma había ascendido a los cielos en una
visita nocturna desde aquella Roca Sagrada, y salvaguardaron el
lugar construyendo sobre él la Cúpula de la Roca, para protegerlo y
magnificarlo.
Geológicamente, la roca es un afloramiento de la roca natural
subyacente, que sobresale por encima del nivel de la plataforma de
piedra entre 1.50 y 1.80 metros (la superficie es desigual). Pero es
un «afloramiento» de lo más extraño y en más de un sentido. La cara
visible está tallada y conformada, con un grado de precisión
impresionante, para formar receptáculos rectangulares, alargados,
horizontales y verticales, y hornacinas de diversas profundidades y
tamaños.
Lo que sólo se suponía desde hace ya mucho tiempo (p. ej.
Hugo Gressman, Altorientalische Bilder zum Alten Testameni) se ha
confirmado en investigaciones recientes (como la de Leen Ritmeyer,
Locating the Original Temple Mount): el Arca de la Alianza y los
muros del Santo de los Santos estuvieron situados en el punto de la
superficie de la roca donde está el corte largo y recto y otras
hornacinas.
Lo que suponen estos hallazgos es que los cortes y las hornacinas de
la superficie de la roca se remontan al menos a la época del Primer
Templo. Sin embargo, no se dice nada en absoluto en los pasajes
relevantes de la Biblia sobre cortes en la roca de este calibre por
parte de Salomón; de hecho, habría sido imposible, ¡debido a la
estricta prohibición del uso de herramientas de metal en el Monte!
El enigma de la Roca Sagrada y de lo que se elevó encima de ella se
hace aún más grande al pensar lo que pudo haber bajo ella. La roca
no es un simple afloramiento, ¡Está hueca!
De hecho, con el permiso necesario, uno puede bajar por un tramo de
escaleras construidas
por las autoridades musulmanas que llevan a una caverna cuyo techo
rocoso es la parte de la
Roca Sagrada que sobresale del suelo. En esta caverna, que no se
sabe con certeza si es
natural o no, hay también profundas hornacinas y receptáculos, tanto
en las paredes de roca
como en el suelo (algo que se podía ver antes de que cubrieran el
suelo con alfombras de
oración).
También se ve lo que parece una abertura a un oscuro
túnel; pero qué es aquello y
adonde lleva es un secreto muy bien guardado por los musulmanes.
Algunos viajeros del
siglo XIX afirmaban que esta caverna no es la única cavidad bajo la
superficie relacionada
con la Roca Sagrada; decían que había aún otra cavidad por debajo de
ésta. Investigadores
israelíes, a los que se les impide fanáticamente el paso en la zona,
han determinado, con la
ayuda de tecnología de sonar y de radar de penetración de tierra,
que ciertamente existe otra
cavidad mayor bajo la Roca Sagrada.
Estas misteriosas cavidades no
sólo han disparado las
especulaciones referentes a los posibles tesoros del Templo, o a los
archivos del Templo
que pudieron haberse ocultado allí, cuando el Primer y el Segundo
Templo estaban a punto
de ser invadidos y destruidos. Se especula incluso con que el Arca
de la Alianza, que la
Biblia deja de mencionar después de que el faraón egipcio Sheshak
saqueara (pero no
destruyera) el Templo hacia el 950 a.C, pudiera haberse ocultado
allí. Eso, de momento,
tendrá que seguir siendo sólo una especulación.
Lo que sí es cierto,
no obstante, es que el salmista y los profetas bíblicos se referían
a esta Roca Sagrada cuando utilizaban el término de «Roca de Israel»
como eufemismo de «Yahveh». Y el profeta Isaías (30,29), hablando
del tiempo futuro de redención universal en el Día del Señor,
profetizaba que las naciones de la Tierra llegarán a Jerusalén para
alabar al Señor «en el Monte de Yahveh, en la Roca de Israel».
El
Monte del Templo está cubierto con una plataforma de piedra
horizontal, de forma rectangular ligeramente imperfecta (debido a
los contornos del terreno), cuyo tamaño es de alrededor de 490 por
270 metros, para una superficie totalmente pavimentada de piedra de
cerca de 140.000 metros cuadrados.
Aunque se cree que la actual
plataforma tiene secciones, en el extremo sur y posiblemente también
en el norte, que se le añadieron entre la construcción del Primer
Templo y la destrucción del Segundo Templo, lo que es seguro es que
la mole de la plataforma es original; ciertamente es así en lo
referente a la porción ligeramente elevada, donde está situada la
Roca Sagrada (y, por tanto, la Cúpula de la Roca).
Como muestran los lados visibles de los muros de contención de la
plataforma, y como han revelado excavaciones más recientes, el lecho
de roca natural del Monte Moriah tiene una considerable inclinación
de norte a sur. Aunque nadie puede decir con certeza cuál era el
tamaño de la plataforma en la época de Salomón, ni puede estimar con
exactitud la profundidad de las pendientes que hubo que rellenar,
una suposición arbitraria de una plataforma que midiera sólo dos
terceras partes de lo que mide ésta y con una profundidad media de
18 metros (mucho menos en el norte, mucho más en el sur), precisaría
de 1.700.000 metros cúbicos de conglomerado (tierra y piedras). Una
construcción verdaderamente imponente, la que habría que llevar a
cabo.
Sin embargo, en ninguna parte en la Biblia se hace siquiera una
mención o una insinuación de tal empresa. Las instrucciones para el
Primer Templo llenan páginas y páginas en la Biblia; se da cada
pequeño detalle, se precisan las medidas hasta un grado
sorprendente, dónde se debería de prescribir este o aquel utensilio
o artefacto, se especifica la longitud que debían tener las pértigas
con las que se transportaba el Arca, y así una y otra vez. Pero todo
esto se aplica a la Casa de Yahveh. Ni una palabra acerca de la
plataforma sobre la cual se iba a elevar; y eso sólo podía
significar que la plataforma ya estaba allí, que no había necesidad
de construirla.
En completo contraste con esta ausencia de mención, destacan las
repetidas referencias en 2 Samuel y 1 Reyes al Millo, literalmente
«el relleno», un proyecto iniciado por el rey David y continuado por
Salomón para rellenar parte de las pendientes de la esquina
suroriental de la plataforma sagrada y permitir así que la Ciudad de
David se extendiera hacia el norte, acercándose a la antigua
plataforma. Evidentemente, los dos reyes se sentían bastante
orgullosos de tal logro, y se aseguraron de que quedara registrado
en las crónicas reales.
(Excavaciones recientes en esa zona indican,
no obstante, que lo que se hizo fue elevar el nivel de la pendiente
construyendo una serie de terrazas de tamaño decreciente a medida
que se elevaban; eso era mucho más fácil que rodear previamente toda
la zona de expansión con unos altos muros de contención y rellenar
el hueco con conglomerado.)
Este contraste corrobora sin duda la conclusión de que ni David ni
Salomón construyeron la enorme plataforma sobre el Monte Moriah, con
sus inmensos muros de contención y la ingente cantidad de relleno
requerido. Todas las evidencias sugieren que la plataforma existía
ya antes incluso de que se contemplara la idea de construir el
Templo.
¿Quién construyó entonces la plataforma, con las ingentes obras de
tierra y piedras que supone? Evidentemente, nuestra respuesta es:
los mismos maestros constructores que hicieron la plataforma de
Baalbek (y, también, la enorme plataforma, exactamente emplazada,
sobre la cual se eleva la Gran Pirámide de Gizeh).
La gran plataforma que cubre el Monte del Templo está rodeada de
muros que sirven tanto de muros de contención como de
fortificaciones. La Biblia dice que Salomón construyó muros así, al
igual que los reyes de Judea que vinieron después de él. Hay
secciones visibles de los muros, especialmente en los lados
meridional y oriental, en los que se ven construcciones de diversos
períodos posteriores. Invariablemente, las hiladas inferiores (y,
por tanto, las más antiguas) están construidas con bloques de piedra
más grandes y mejor conformados.
De estos muros, sólo el Muro
Occidental, por tradición y como lo confirma la arqueología, se ha
conservado como un remanente actual de la época del Primer Templo;
al menos, en las hiladas inferiores, donde los sillares (bloques de
piedra perfectamente tallados y conformados) son los más grandes.
Durante casi dos milenios, desde la destrucción del Segundo Templo,
los judíos se han agarrado a este remanente, dando culto aquí,
rezándole a Dios, buscando socorro personal insertando trozos de
papel con peticiones a Dios entre los sillares, llorando la
destrucción del Templo y la dispersión del pueblo judío; hasta tal
punto que, con el tiempo, los cruzados y otros conquistadores de
Jerusalén le dieron al Muro Occidental el sobrenombre de «Muro de
las Lamentaciones».
Hasta la reunificación de Jerusalén por parte de Israel en 1967, el
Muro Occidental no era más que una franja de muro, con unos treinta
metros apretujados entre viviendas. Delante se había dejado un
estrecho espacio para los que oraban, y a ambos lados, las casas,
amontonadas, invadían el Monte Santo. Cuando se quitaron éstas,
surgió una gran plaza delante del Muro Occidental, y quedó al
descubierto en toda su extensión hasta la esquina sur.
Y, por
primera vez en casi dos mil años, se pudo observar que los muros de
contención se extendían hacia abajo tanto como lo que sobresalían
por encima de lo que se había considerado que era el nivel del
suelo. Como sugerían las hasta entonces porciones visibles del «Muro
de las Lamentaciones», las hiladas inferiores eran más grandes,
estaban mejor conformadas y eran, cómo no, mucho más antiguas.
La extensión del Muro Occidental hacia el norte atraía con sus
misterios y con la promesa de antiguos secretos.
En la década de 1860, el capitán Charles Wilson exploró allí una
arcada (que todavía lleva
su nombre) que llevaba hacia el norte hasta un pasaje parecido a un
túnel, y hacia el oeste
hasta una serie de cámaras con arcos y bóvedas. Al quitar las
viviendas intrusas, se
descubrió que el actual nivel de la calle se encuentra por encima de
varios niveles, ahora
subterráneos, de construcciones antiguas entre las que había más
pasajes y arcadas. ¿Hasta dónde llegaría todo eso por abajo y hacia
el norte? Ése era un misterio que los arqueólogos israelíes
comenzaron por fin a abordar.
Y, al final, lo que descubrieron fue absolutamente increíble.
Utilizando datos de la Biblia, del Libro de los Macabeos y de los
escritos del historiador judeorromano Josefo (y teniendo en cuenta
incluso una leyenda medieval que decía que el rey David conocía un
modo de subir al Monte desde el oeste), los arqueólogos israelíes
llegaron a la conclusión de que el Arco de Wilson era la entrada a
lo que debió de haber sido en tiempos primitivos una calle al aire
libre que discurría a lo largo del Muro Occidental, y que el Muro,
en sí, se extendía hacia el norte decenas y decenas de metros. La
laboriosa extracción de los escombros, que confirmó esta suposición,
llevó a la apertura en 1996 del «Túnel Arqueológico» (un
acontecimiento que provocó titulares en los periódicos por más de un
motivo).
El Túnel del Muro Occidental, que se extiende a lo largo de casi 500
metros, desde su inicio en el Arco de Wilson hasta su salida en la
Vía Dolorosa (por donde Jesús pasó llevando la cruz), desvela y
atraviesa restos de calles, túneles de agua, estanques, arcadas,
construcciones y plazas de mercado de tiempos bizantinos, romanos,
herodianos, hasmoneanos y bíblicos. La experiencia de recorrer el
túnel, muy por debajo del nivel del suelo, es tan emocionante y
espeluznante como lo sería la de ser transportados en una máquina
del tiempo hacia atrás en el pasado.
A todo lo largo del túnel, el visitante puede ver (y tocar) el
verdadero muro de contención occidental de los tiempos más
primitivos. Hiladas que habían estado ocultas durante milenios han
quedado al descubierto. En la sección más septentrional del túnel,
queda a la vista el lecho de roca natural que se inclina hacia
arriba. Pero la sorpresa mayúscula, tanto para el visitante como
para los arqueólogos, se halla en la sección más meridional del muro
descubierto:
Allí, en el antiguo nivel de la calle pero aún no en la hilada más
baja del fondo, se emplazaron unos enormes bloques de piedra y,
encima de ellos, ¡cuatro colosales bloques de varios centenares de
toneladas cada uno!
En esta parte del Muro Occidental hay una sección que está compuesta
por bloques de
piedra extraordinarios de 3,35 metros de altura, alrededor del doble
de los inusualmente
grandes bloques que conforman el nivel inferior. Sólo cuatro de
estos bloques de piedra
componen la sección; uno de ellos tiene unos colosales 12,8 metros
de largo. Otro mide
12,2 metros de largo, y un tercero más de 7,5 metros. El radar de
penetración de tierra y
otros sondeos indican que la profundidad de estas piedras es de 4,3
metros. Por lo tanto, la
mayor de las tres tiene una masa de piedra de alrededor de 184
metros cúbicos, ¡y pesa alrededor de 600 toneladas! La segunda, un
poco más pequeña, pesa unas 570 toneladas, y la tercera alrededor de
355 toneladas.
Se trata de tamaños y pesos colosales bajo cualquier concepto; los
bloques utilizados en la construcción de la Gran Pirámide de Gizeh
tienen un promedio de 2.5 toneladas cada uno, con un peso máximo de
alrededor de 15 toneladas. De hecho, la única comparación que nos
viene a la mente son los tres Trilithons de la gran plataforma de
piedra de Baalbek, que también forman una hilada por encima de otros
bloques de piedra más pequeños, aunque también colosales.
¿Quién pudo haber colocado estos gigantescos bloques de piedra, y
para qué?
Dado que los bloques de piedra están mellados en sus márgenes, los
arqueólogos suponen que son de la época del Segundo Templo (o más
concretamente del período herodiano, siglo I a.C). Pero incluso
aquellos que sostienen que la plataforma de piedra original era más
pequeña que la actual coinciden en afirmar que la porción central
que rodea la Piedra Sagrada, y a la cual pertenece el enorme muro de
contención, está ahí desde la época del Primer Templo. En aquel
momento, la prohibición de utilizar herramientas de hierro (que se
remonta a la época de Josué) se hacía cumplir estrictamente.
Todos
los bloques de piedra que utilizara Salomón, sin excepción, se
extrajeron, se tallaron, se conformaron y se prepararon en algún
otro sitio antes de trasladarlos hasta el lugar, donde únicamente se
montaron. Y que éste es el caso respecto a los colosales bloques de
piedra en discusión lo evidencia aún más el hecho de no forman parte
de la roca nativa, pues se hallan bien por encima de ella y tienen
un matiz sensiblemente diferente. (De hecho, los últimos
descubrimientos al oeste de Jerusalén sugieren que podrían haber
venido de una cantera de aquella zona.)
De qué modo fueron
transportados y elevados hasta el nivel requerido para después
ubicarlos en el emplazamiento necesario siguen siendo cuestiones que
los arqueólogos son incapaces de responder.
Sin embargo, sí que se ha ofrecido una respuesta a la pregunta de
para qué. El arqueólogo jefe del lugar, Dan Bahat comentó en
Biblical Archaeology Review:
«Creemos que al otro lado (el oriental)
del muro occidental, en ese lugar, bajo el Monte del Templo, hay una
enorme sala; nuestra teoría es que la Hilada Maestra (que es como se
le ha llegado a conocer esta sección) se instaló para soportar y
hacer de contrafuerte de una bóveda interior».
La sección con los enormes bloques de piedra se halla ligeramente al
sur del emplazamiento de la Piedra Sagrada.
Por lo tanto, sugerir,
como sugerimos, que esta enorme sección era necesaria por los duros
impactos relacionados con la función del lugar como Centro de
Control de Misiones, con sus equipos instalados sobre y dentro de la
Roca Sagrada, parece después de todo la única explicación plausible.
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