5 - LAS GUERRAS DE LOS DIOSES DE ANTAÑO
La primera visita de Anu a la Tierra y las decisiones tomadas
entonces marcaron el rumbo de los acontecimientos en nuestro planeta
durante milenios. Con el tiempo, llevarían a la creación de El Adán
-el Hombre tal como lo conocemos, el Homo sapiens-, aunque también
sembrarían las semillas de futuros conflictos en la Tierra entre
Enlil y Enki, así como entre sus descendientes.
Pero, con anterioridad, tuvieron lugar las insidiosas y amargas
luchas entre la Casa de Anu y la Casa de Alalu, una enemistad que
estalló en la Tierra, en la Guerra de los Titanes. Fue una guerra
que enfrentó a «los dioses que están en el cielo» con los «dioses
que están sobre la oscura Tierra»; y fue, en su fase culminante
final, ¡una sublevación de los igigi!
Sabemos que esto tuvo lugar en los primeros días de la colonización
de la Tierra, después de la primera visita de Anu, y lo sabemos por
el texto de
La Realeza en el Cielo. Al citar a los adversarios, se
refiere a ellos como «los poderosos dioses de antaño, los dioses de
los días de antaño». Después de nombrar a cinco ancestros como «los
padres y las madres de los dioses» que precedieron a Anu y Alalu,
comienza el relato con las usurpaciones al trono de Nibiru, la huida
de Alalu, la visita de Anu a la Tierra y la lucha posterior con
Kumarbi.
El relato del texto de La Realeza en el Cielo tiene su continuación
en otro textos hititas/hurritas que los expertos llaman
colectivamente El Ciclo de Kumarbi. Laboriosamente recompuestos
pedazo a pedazo (y, aún así, tristemente fragmentados), estos textos
se han echo más inteligibles recientemente, gracias al
descubrimiento de fragmentos y versiones adicionales de los que dan
cuenta H. Güterbook (Kumarbi Mythen von Churritischen Kronos) y
H. Otten (Mythen Gotte Kumarbi - Neue Fragmente).
En estos textos no queda claro cuánto tiempo permaneció allí arriba
Kumarbi, después de su combate con Anu. Sabemos que, pasado un
tiempo, y después de que Kumarbi se las apañara para regurgitar las
«piedras» que Anu le había hecho crecer en el vientre, Kumarbi bajó
a la Tierra y, por razones que quizás se expliquen en las partes
perdidas de los textos, fue hasta Ea, en el Abzu.
Los mutilados versículos tratan después de la aparición en escena
del Dios de la Tormenta, Teshub, que, según los sumerios, era
Ishkur/Adad, el hijo menor de Enlil. El Dios de la Tormenta incordia
a Kumarbi habiéndole de los maravillosos objetos y atributos que
cada uno de los dioses le concederá a él, Teshub; entre estos
atributos, estaría la Sabiduría, que le iba a ser arrebatada a
Kumarbi para entregársela a él. «Lleno de furia, Kumarbi fue a
Nippur». Los deteriorados textos no nos dejan saber a qué fue allí,
al cuartel general de Enlil; pero, después de permanecer en la
ciudad durante siete meses, Kumarbi volvió a Ea para consultar con
él.
Ea le sugirió que «ascendiera al cielo» y buscara la ayuda de
Lama,
que era «la madre de los dos dioses» y, por tanto, al parecer, una
matriarca ancestral de ambas dinastías rivales. Con algo de interés
por su parte, Ea se ofreció para transportar a Kumarbi a la Morada
Celeste en su MAR.GID.DA (carro celeste), que los acadios llamaban
Ti-ia-ri-ta, «el vehículo volador». Pero la diosa, al enterarse de
que Ea había llegado sin el permiso de la Asamblea de los Dioses,
envió «vientos relampagueantes» contra la nave espacial de Ea,
obligándoles a regresar a la Tierra.
Pero Kumarbi, en vez de bajar a la superficie del planeta, prefirió
permanecer en órbita con los dioses que los textos hititas/hurritas
llaman Irsirra («Los Que Ven y Orbitan»), los sumerios IGI.GI. Con
tanto tiempo disponible,
«Kumarbi estaba lleno de pensamientos...
los elaboraba en su mente... albergaba ideas para crear
infortunios tramaba males».
En esencia, pensaba que se le debería de
proclamar a él «el padre de todos los dioses», ¡la deidad suprema!
Con el respaldo de los dioses en órbita, los irsirras, Kumarbi «se
puso un calzado veloz en los pies» y bajó a la Tierra, y una vez
allí envió a un emisario al resto de dioses importantes, exigiendo
que se
reconociera su supremacía.
Fue entonces cuando Anu decidió que ya había suficiente. Para vencer
de una vez por todas al nieto de su adversario Alalu, dio orden a su
propio nieto, el «Dios de la Tormenta» Teshub, de que encontrara a
Kumarbi y le diera muerte. Tuvieron lugar feroces batallas entre los
dioses terrestres liderados por Teshub y los dioses celestes
dirigidos por Kumarbi; en una sola batalla, participaron no menos de
setenta dioses, todos ellos montados en carros celestes. Aunque la
mayor parte de las escenas de las batallas se han perdido con el
deterioro de los textos, sabemos que a la postre fue Teshub el que
venció.
Pero la derrota de Kumarbi no terminó con las luchas. Sabemos por
otros relatos épicos hititas del ciclo de Kumarbi que, antes de
morir, éste se las había ingeniado para embarazar a una diosa de la
montaña con su simiente, hecho que llevaría al nacimiento de su
Vengador, el «Dios de la Piedra» Ullikummi.
En el momento de ocultar
a su maravilloso (o monstruoso) hijo entre los dioses irsirra, le
dio instrucciones para que, cuando creciera, atacara la «hermosa
ciudad de Kummiya», la ciudad de Teshub, «Ataca al Dios de la
Tormenta y hazlo pedazos... ¡abate a todos los dioses del cielo como
a pájaros!» Una vez lograda la victoria, Ullikummi tendría que
«ascender al Cielo a por la Realeza» y tomar por la fuerza el trono
de Nibiru. Después de dar estas instrucciones, Kumarbi desaparece de
la escena.
El niño estuvo oculto durante mucho tiempo. Pero un día, mientras
crecía -alcanzando proporciones gigantescas-, lo vio Utu/Sha-mash
mientras recorría los cielos. Utu acudió presto a la morada de
Teshub para informarle de la aparición del Vengador. Después de
darle a Utu algo de comer y de beber para que se calmara, Teshub le
instó: «monta en tu carro y asciende a los cielos», y no pierdas de
vista a Ullikummi. Después, subió a la Montaña de la Visión para
contemplar por sí mismo al Dios de la Piedra.
«Vio al aterrador Dios
de la Piedra, y golpeó su puño con ira».
Consciente de que no había más alternativa que la batalla,
Teshub
preparó su carro de combate; el texto hitita le llama por su nombre
sumerio ID.DUG.GA, «El Pesado Jinete que Fluye». Las instrucciones
para el equipamiento del carro celeste, para las cuales el texto
hitita empleó básicamente la terminología original sumeria, merecen
una cita.
Se les dijo,
-
que aceleraran el vehículo con el «Gran
Quebrantador»;
-
que pusieran el «Toro» (planta de energía) que
«Enciende» delante y el «Toro para el Imponente Proyectil» en el
extremo final;
-
que instalaran el dispositivo de radar o navegación
«Que Muestra el Camino» en la parte delantera;
-
que activaran los instrumentos con las «Piedras» (minerales) de poderosa energía;
-
que
armaran después el vehículo con el «Atronador de Tormentas»,
cargándolo con no menos de ochocientas «Piedras de Fuego»:
El «Gran Quebrantador» del «Brillante Jinete Principal»
que lo lubriquen con aceite y lo levanten.
El «Toro que Enciende», que lo pongan entre los cuernos.
El «Toro que es un Imponente Proyectil» de la cola
que lo chapen de oro.
«El Que Muestra el Camino» de la parte de delante
que se introduzca y se gire, provisto con poderosas «Piedras» en su interior.
Que saquen el «Atronador de Tormentas» que lanza rocas a 90 estadios,
asegurando las «Piedras de Fuego» con 800... para cubrir.
El «Relámpago Que Centellea Aterradoramente» que lo saquen de su cámara de almacenaje.
¡Que se saque el MAR.GID.DA y se prepare!
«Desde los cielos, de entre las nubes, el Dios de la Tormenta puso
su rostro sobre el Dios de la Piedra».
Tras unos ataques iniciales
infructuosos, Ninurta, el hermano de Teshub/Adad, se unió a las
batallas. Pero el Dios de la Piedra seguía indemne, llevando los
combates hasta las puertas de Kummiya, la ciudad del Dios de la
Tormenta.
En Kummiya, Hebat, la esposa de Teshub, seguía los informes de la
batalla en una cámara interior de la casa del dios. Pero los
proyectiles de Ullikummi
«obligaron a Hebat a dejar la casa, y ya no
pudo seguir oyendo los mensajes de los dioses... ni los mensajes de
Teshub, ni los mensajes de todos los dioses».
Ella dio orden a su
mensajero para que se pusiera «el Calzado Veloz en los pies» y fuera
al lugar donde los dioses estaban reunidos en asamblea, para que le
trajera noticias de la batalla, pues temía que «el Dios de la Piedra
haya dado muerte a mi marido, el noble príncipe».
Pero Teshub no había muerto. Se negó a seguir los consejos de su
asistente, que le sugería que se ocultara en alguna región
montañosa. Dijo: si hago eso, «¡no habrá rey en el Cielo!» Entonces,
decidieron acudir ambos a Ea, en el Abzu, en busca de un oráculo
según «las antiguas tablillas con las palabras del destino».
Al saber que Kumarbi había engendrado un monstruo que estaba fuera
de control, Ea fue a Enlil para advertirle del peligro:
«¡Ullikummi
va a bloquear el Cielo y las sagradas casas de los dioses!»
Se
convocó la Asamblea de los Grandes Anunnaki. Sin soluciones que
aportar, Ea aún tuvo una: sacar cierto Cortador de Metal de Antaño
del depósito sellado de los «cortadores de piedras», y cortar con él
los pies a Ullikummi, el Dios de la Piedra.
Así consiguieron inmovilizar al Dios de la Piedra y, cuando los
dioses se enteraron de esto, «vinieron al lugar de la asamblea, y
todos los dioses se pusieron a gritar contra Ullikummi». Teshub,
lleno de coraje, saltó sobre su carro y «se llevó al Dios de la
Piedra Ullikummi al mar, y entabló batalla con él».
Pero Ullikummi
seguía desafiante, diciendo:
«¡Destruiré Kummiya, la Casa Sagrada
tomaré, expulsaré a los dioses... al Cielo subiré para asumir la
Realeza!».
Las últimas líneas de esta epopeya hitita están completamente
deterioradas, pero ¿podemos dudar acaso de que lo que nos cuentan no
es otra cosa que el relato sánscrito de la batalla final entre Indra
y el «demonio» Vritra?
Y entonces se pudo contemplar una terrorífica visión,
cuando dios y demonio entablaron combate.
Vritra disparó sus agudos proyectiles,
sus incandescentes rayos y relámpagos...
Después, los relámpagos se pusieron a centellear,
los estremecedores rayos a restallar, lanzados orgullosamente por Indra...
Y pronto el toque de difuntos de la perdición de Vritra
estuvo sonando con los chasquidos y estampidos de la lluvia de hierro de Indra;
Perforado, clavado, aplastado, con un horrible alarido
el agonizante demonio cayó de cabeza...
E Indra le dio muerte con un rayo
entre los hombros.
Creemos que éstas fueron las batallas de los «dioses» y los Titanes
de los relatos griegos. Hasta ahora, nadie ha dado con el
significado de la palabra «Titanes», pero si los relatos tienen un
origen sumerio, y si los nombres de estos dioses eran de origen
sumerio, TI.TA.AN significaría literalmente «Aquéllos Que Viven en
el Cielo» precisamente, la forma de designar a los igigi dirigidos
por Kumarbi; y sus adversarios eran los anunnaki «Que están en la
Tierra».
Ciertamente, los textos sumerios hablan de una antigua batalla a
vida o muerte entre un nieto de Anu y un «demonio» de un clan
diferente; el relato se conoce con el nombre de
El Mito de Zu. Su
héroe es Ninurta, el hijo de Enlil y de su hermanastra Sud; y bien
pudo ser el original a partir del cual se copiaron los relatos hindú
e hitita.
Los acontecimientos descritos en el texto sumerio tienen lugar
después de la visita de Anu a la Tierra. Bajo la jefatura general de
Enlil, los anunnaki se habían asentado para sus tareas en el Abzu y
en Mesopotamia: el mineral se extraía y se transportaba para,
después, fundirlo y refinarlo. Luego, desde el activo espaciopuerto
de Sippar, la lanzadera llevaba los metales preciosos a las
estaciones orbitales operadas por los igigi, desde donde se enviaban
al Planeta Madre a través de naves espaciales que hacían sus visitas
periódicamente.
El complejo sistema de operaciones espaciales -las idas y venidas de
vehículos espaciales y comunicaciones entre la Tierra y Nibiru,
mientras cada planeta seguía su propia órbita- se coordinaba desde
el Centro de Control de Misiones de Enlil en Nippur. Allí, encima de
una plataforma elevada, estaba la sala DIR.GA, la zona más
prohibida, el «santo de los santos» en donde estaban instaladas las
vitales cartas de navegación celestes y los paneles de datos
orbitales: las «Tablillas de los Destinos».
Fue a esta cámara sagrada adonde consiguió acceder un dios llamado
Zu, haciéndose con las vitales tablillas y, con ello, poniendo en
sus manos el destino de los anunnaki de la Tierra y de la misma
Nibiru.
Se consiguió recuperar una buena parte del relato combinando
porciones de las antiguas versiones babilonias y asirías del texto
sumerio. Pero las porciones dañadas guardaban aún el secreto de la
verdadera identidad de Zu, así como la explicación del modo en que
había conseguido el acceso al Dirga. Fue en 1979, cuando dos
expertos
(W. W. Hallo y W. L. Moran) salieron con la respuesta, al
reconstruir el comienzo del antiguo relato gracias a una tablilla
encontrada en la Colección Babilónica de la Universidad de Yale.
En sumerio, el nombre ZU significaba «El Que Conoce», un experto en
cierto conocimiento. Varias referencias al malvado héroe de este
relato como AN.ZU -«El Que Conoce los Cielos»- sugieren una relación
con el programa espacial que enlazaba a la Tierra con Nibiru; y el
ahora recuperado inicio de la crónica nos cuenta, ciertamente, que
Zu, un huérfano, fue adoptado por los astronautas que tripulaban la
lanzadera y las plataformas orbitales, los igigi, aprendiendo de
ellos los secretos de los cielos y del viaje espacial.
La acción comienza cuando los igigi, «reunidos desde todas partes»,
deciden apelar a Enlil, quejándose de que, «hasta el momento, no se
les había construido un lugar de descanso». Es decir, simplemente no
había instalaciones en la Tierra para el descanso y el recreo de los
igigi, un lugar donde relajarse de los rigores del espacio y de la
ingravidez. Como portavoz de sus quejas, eligieron a Zu, y le
enviaron al centro de Enlil en Nippur.
Enlil, «el padre de los dioses, en el Dur-An-Ki, le vio, y meditó
sobre lo que decían [los igigi]». Mientras «ponderaba en su mente»
la petición, «examinó más de cerca al celeste Zu». Después de todo,
¿quién era este emisario, que no era uno de los astronautas y, sin
embargo, llevaba su uniforme?
Mientras crecían sus sospechas, Ea,
sabedor del verdadero parentesco de Zu, intervino, sugiriendo a
Enlil que la decisión acerca de las peticiones de los igigi se podía
posponer si se retenía a Zu en el cuartel general de Enlil.
«Déjale
entrar a tu servicio», le dijo Ea a Enlil; «en el santuario, en lo
más interior, deja que sea el que bloquee el camino».
A lo que dijo Ea el dios [Enlil] consintió.
En el santuario, Zu ocupó su posición... La entrada de la cámara
Enlil le asignó.
Y así fue como, con la connivencia de Ea, un dios rival,
un
descendiente secreto de Alalu, consiguió entrar en la cámara más
prohibida y crucial de Enlil. En el texto se nos dice que, allí Zu,
«observaba constantemente a Enlil, le padre de los dioses, el dios
del Enlace-Cielo-Tierra... constantemente contemplaba su celeste
Tablilla de los Destinos».
Y no tardó en dar forma a un plan:
«Concibió en su corazón quitarle la Enlildad»:
Cogeré la celeste Tablilla de los Destinos;
los decretos de los dioses gobernaré; estableceré mi trono,
seré el amo de los Decretos Celestiales: ¡A los igigi en su espacio comandaré!
«Una vez tramada así la agresión en su corazón», Zu encontró la
oportunidad un día en que Enlil fue a darse un baño refrescante.
«Tomó la Tablilla de los Destinos en sus manos» y en su Ave «huyó a
lugar seguro en la HUR.SAG.MU» («Montaña de las Cámaras del cielo»).
Tan pronto sucedió esto, todo quedó detenido:
Se suspendieron las fórmulas
divinas; se desvaneció la brillantez luminosa; quedó el silencio.
En el espacio, los igigi estaban confundidos; el resplandor del santuario había desaparecido.
Al principio, «el padre Enlil se quedó sin palabras». Cuando las
comunicaciones se restablecieron, «los dioses de la Tierra se
reunieron uno a uno con las noticias». Anu, en Nibiru, también fue
informado. Estaba claro que Zu debía ser capturado y que la Tablilla
de los Destinos debía volver al Dir-Ga. Pero, ¿quién lo haría?
Se
acercaron varios de los jóvenes dioses, conocidos por su valor. Pero
ninguno se atrevía a seguir la pista de Zu hasta la distante
montaña, pues ahora era tan poderoso como Enlil, al haber robado
también la «Brillantez» de Enlil; «y el que se opone a él se
convertirá en arcilla... ante su Brillantez, los dioses se
consumen».
Entonces, Ninurta, el heredero legal de Enlil, dio un paso al frente
para llevar a cabo la empresa, pues, como su madre Sud había
señalado, Zu no sólo le arrebataba a Enlil la «Enlildad», sino
también a Ninurta.
Fue ella la que le aconsejó que atacara a Zu en su escondite
montañoso, también con el arma de la «Brillantez», pero que lo
hiciera si conseguía acercarse a Zu oculto tras una pantalla de
polvo. Para conseguir esto, ella le prestó a Ninurta sus propios
«siete torbellinos que levantan el polvo».
Con su «coraje para la batalla afianzado», Ninurta se encaminó al
Monte Hazzi -la montaña que nos encontramos en los relatos de
Kumarbi-, donde enganchó a su carro las siete armas, los torbellinos
que levantan el polvo, y partió en busca de Zu «para entablar un
terrorífico combate, una fiera batalla»:
Zu y Ninurta se encontraron en la ladera de la montaña.
Cuando Zu lo percibió, estalló en furia. Con su Brillantez,
hizo que la montaña brillara como con la luz del día;
Soltó los rayos en su furia.
Sin poder identificar a su agresor debido a la tormenta de polvo,
Zu
le gritó a Ninurta:
«¡Me he apropiado de toda Autoridad, los
decretos de los dioses los dirijo yo [ahora]! ¿Quién eres tú que
vienes a luchar conmigo? ¡Explícate!»
Pero Ninurta prosiguió su «agresivo avance» contra
Zu, diciendo que
había sido designado por el mismo Anu para detener a Zu y devolver
la Tablilla de los Destinos. Al oír esto, Zu cortó su Brillantez, y
«el rostro de la montaña se cubrió de oscuridad». Sin temor, Ninurta
«entró en la penumbra». Del «pecho» de su vehículo, lanzó un
Relámpago, «pero el disparo no se pudo acercar a Zu; y volvió». Con
los poderes que Zu había logrado, ningún rayo se podía «acercar a su
cuerpo».
Y así,
«la batalla se detuvo, el conflicto cesó; las armas se
detenían en mitad de la montaña; no vencieron a Zu».
Decepcionado, Ninurta le pidió a su hermano menor
Ishkur/ Adad que
pidiera consejo a Enlil.
«Ishkur, el príncipe, tomó el informe; las
noticias de la batalla le dio a Enlil».
Enlil dio instrucciones a Ishkur para que volviera y le dijera a
Ninurta:
«¡No cedas en la batalla; demuestra tu fuerza!»
Algo más
práctico, Enlil le envió a Ninurta un tiüu - un proyectil (escrito
pictográficamente así: → ) - para atacar al Tormentador que
dispara los proyectiles. Dijo que Ninurta debía aproximarse entonces
en su «Ave Torbellino» tan cerca como fuera posible hasta el Ave de
Zu, hasta que estuvieran «ala con ala». Entonces, debería apuntar el
proyectil a los «piñones» del Torbellino de Zu y,
«deja que el
proyectil vuele como un relámpago; cuando la Ardiente Brillantez
devore los piñones, sus alas vibrarán como mariposas, y Zu será
vencido».
Las escenas de la batalla final se perdieron en todas las tablillas,
pero sabemos que en el combate participó más de un «Torbellino». Los
fragmentos de las copias, encontradas en las ruinas de un archivo
hitita, en un lugar llamado ahora Sultan-Tepe, nos dicen que Ninurta
dispuso «siete torbellinos que levantan el polvo», armó su carro con
«111 Vientos», y atacó a Zu tal como le sugirió su padre.
«La tierra
tembló... el [ilegible] se oscureció, los cielos se hicieron
negros... los piñones de Zu se vencieron».
Zu fue capturado y
llevado ante Enlil en Nippur; la Tablilla de los Destinos se
reinstaló donde tenía que estar; «el Señorío entró de nuevo en el
Ekur; las Fórmulas Divinas fueron devueltas».
Fig. 26
Zu fue juzgado por un tribunal de guerra compuesto por los Siete
Grandes Anunnaki; se le encontró culpable y fue sentenciado a
muerte; Ninurta, el que le había vencido, «le cortó la garganta».
Muchas representaciones se han encontrado en donde se muestra la
escena del juicio, en la cual Zu, debido a su relación con los
astronautas igigi, va vestido como un ave. Un antiquísimo relieve
encontrado en el centro de Mesopotamia ilustra la ejecución de Zu.
Aquí, se ve a Zu -que pertenecía a aquéllos «Que Observan y Ven»-
como un demonio con un ojo extra en la frente (Fig. 26).
La derrota de Zu quedó en la memoria de los anunnaki como una gran
liberación. Y quizás debido a la idea de que el espíritu de Zu
-símbolo de la traición, la duplicidad y todos los males en
general- persiste en provocar desgracias y sufrimiento, el juicio y
la ejecución de Zu se transmitió a la humanidad, de generación en
generación, en forma de un elaborado ritual. En esta conmemoración
anual, se elegía un toro en representación de Zu y se le sacrificaba
por sus malas acciones.
Se han encontrado largas instrucciones para el ritual tanto en
versiones babilonias como asirías, indicadoras todas ellas de su
primitivo origen sumerio. Después de unos largos preparativos, se
llevaba al templo «un gran toro, un toro fuerte de los que hollan
por limpios pastos», y se le purificaba el primer día de determinado
mes.
Después, a través de una caña, se susurraba en el oído
izquierdo del toro: «Toro, tú eres el culpable Zu»; y en el oído
derecho: «Toro, tú has sido elegido para el rito y las ceremonias».
El decimoquinto día, se llevaba al toro ante las imágenes de «los
Siete Dioses Que Juzgan» y los símbolos de los doce cuerpos celestes
del Sistema Solar.
Se representaba entonces el juicio de Zu. Se postraba al toro ante
Enlil, «el Gran Pastor». El sacerdote acusador recitaba unas
retóricas preguntas acusatorias, como si se dirigiera a Enlil: ¿Cómo
pudiste darle «el tesoro guardado» al enemigo? ¿Cómo pudiste dejarle
venir y morar en el «lugar puro»? ¿Cómo pudo entrar en tus lugares?
Más tarde, la representación invocaba a Ea y a otros dioses para
suplicar a Enlil que se calmara, pues Ninurta se había adelantado y
le había preguntado a su padre: «¡Apunta mis manos en la dirección
correcta! ¡Dame las órdenes correctas!».
Después de este recital de las evidencias dadas en el juicio, se
pronunciaba el fallo, y cuando se sacrificaba al toro, de acuerdo
con unas instrucciones detalladas, los sacerdotes recitaban el
veredicto del toro: el higado se herviría en un cuenco sacrificial;
la piel y los músculos se quemarían en el interior del templo; pero
su «malvada lengua quedaría en el exterior».
Más tarde, los
sacerdotes, representando los papeles de los demás dioses, entonaban
un himno de alabanza a Ninurta:
¡Lava tus manos, lava tus manos!
¡Tú eres ahora como Enlil, lava tus manos! Tú eres como Enlil [sobre] la Tierra;
¡Que todos los dioses se
regocijen en ti!
Cuando los dioses buscaban un voluntario para luchar con Zu,
prometieron a quien le venciera: Tu nombre será el más grande
en la Asamblea de los Grandes Dioses; entre los dioses, tus hermanos,
no tendrás igual; ¡Glorificado ante los dioses y poderoso será tu nombre!
Tras la victoria de Ninurta, la promesa tenía que cumplirse. Pero en
ella estaba la semilla de futuras luchas entre los dioses: Ninurta
era, ciertamente, el Heredero Legal de Enlil, pero en Nibiru, no en
la Tierra. Ahora, como el ritual conmemorativo del templo deja
claro, se le había hecho «como Enlil -en la Tierra». Sabemos por
otros textos que tratan de los dioses de Sumer y Acad que su orden
jerárquico se expresaba también numéricamente.
A Anu se le dio el
número más alto del sistema sexagesimal sumerio, el 60. Su Heredero
Legal, Enlil, tenía el rango de 50; el primogénito (y heredero en
caso de morir Enlil), Ea, era el 40. Pero ahora, tal como atestigua
la enigmática afirmación de que Ninurta se había hecho «como Enlil»,
también a él se le daba el rango de 50.
El final del texto ritual del templo, parcialmente mutilado,
contiene los siguientes versículos legibles:
«Oh Marduk, por tu rey
pronuncia las palabras: '¡Yo renuncio!' Oh Adad, por tu rey
pronuncia las palabras: '¡Yo renuncio!'»
Podemos sospechar con
bastante certeza que en las líneas desaparecidas habría una renuncia
similar por parte de Sin en sus reivindicaciones de realeza entre
los dioses y un reconocimiento de la Enlildad de Ninurta.
Fig. 27
Sabemos
que, a partir de entonces, Sin, el primogénito de Enlil en la
Tierra, ostentaría el rango de 30; su hijo, Shamash, el de 20; su
hija, Ishtar, el de 15; e Ishkur (Adad en acadio) el rango de 10.
(No hay registros acerca del rango numérico de Marduk.)
La conspiración de Zu y sus malvados planes pervivieron también en
la memoria de la humanidad, llevando al temor por los demonios con
forma de ave que podían traer aflicciones y pestes (Fig. 27).
A
algunos de estos demonios se les llamó Lillu, un término que jugaba
con un doble significado «aullar» y «de la noche»; a su femenina
líder, Littitu -Litith- se la representaba como una diosa desnuda,
con alas y pies de pájaro (Fig. 28). Se han encontrado muchos textos
shurpu («purificación por el fuego») que no eran más que fórmulas
para encantamientos contra estos malos espíritus -precursores de la
brujería y la magia que prevalecerían durante milenios.
Fig. 28
A pesar de los votos solemnes dados tras la
derrota de Zu para
honrar y respetar la supremacía de Enlil y la posición de Ninurta
como segundo en el mando, los factores básicos causantes de la
rivalidad y de las disputas siguieron presentes, saliendo a la luz
de vez en cuando a lo largo de los milenios que siguieron. Siendo
conscientes de que esto iba a ocurrir, Anu y Enlil proporcionaron a
Ninurta armas nuevas y maravillosas.
Anu le dio el SHAR.UR («Cazador
Supremo») y el SHAR.GAZ («Golpeador Supremo»); Enlil le dio varias
armas, de las cuales la singular IB -un arma con «cincuenta cabezas
asesinas»- fue la más terrorífica, por lo que las crónicas harían
referencia a Ninurta como «El Señor del Ib». Así dotado, Ninurta se
convirtió en el «Primer Guerrero de Enlil», listo para repeler todo
desafío a la Enlildad.
El siguiente de tales desafíos llegó en la forma de un motín de los
anunnaki que trabajaban en las minas de oro del Abzu. El motín, y
los acontecimientos que llevaron a él y lo siguieron, se describen
con detalle en un texto al que los expertos llaman
La Epopeya de Atra-Hasis, toda una
Crónica de la Tierra que, por otra parte,
registra los acontecimientos que llevaron a la creación del Homo sapiens -del
Hombre, tal como lo conocemos.
El texto nos dice que tras la vuelta de Anu a Nibiru y la división
de la Tierra entre Enlil y Enki, los anunnaki trabajaron en las
minas del Abzu durante «cuarenta períodos» -cuarenta órbitas de su
planeta, o 144.000 años terrestres. Pero el trabajo era difícil y
agotador:
«dentro de las montañas... en los profundos pozos... los
anunnaki sufrían su duro trabajo; su trabajo era excesivo, durante
cuarenta períodos».
Las operaciones mineras en las profundas entrañas de la tierra no se
interrumpían nunca: los anunnaki «sufrían su trabajo día y noche».
Pero, a medida que los pozos se iban haciendo más profundos y el
trabajo se iba haciendo más y más duro, también iba creciendo la
insatisfacción: «Se quejaban, murmuraban, gruñían en las
excavaciones».
Para ayudar a mantener la disciplina, Enlil envió a Ninurta
al Abzu,
pero esto tensó aún más las relaciones con Enki. Entonces, Enlil
decidió ir al Abzu en persona, para evaluar la situación. ¡Y los
descontentos anunnaki aprovecharon la ocasión para amotinarse! La
crónica del Atra-Hasis, con un lenguaje tan vivido como el de un
moderno periodista, describe sin ambigüedades, en algo más de 150
líneas de texto, lo que sucedió a continuación: cuando los anunnaki
rebeldes prendieron fuego a sus herramientas y, en mitad de la
noche, marcharon sobre la morada de Enlil gritando,
«¡Vamos a
matarle... Rompamos el yugo!»; cuando un anónimo líder les recordó
que Enlil era el «Oficial en Jefe de los Tiempos Antiguos» y
aconsejó que se negociara; y cuando Enlil, enfurecido, tomó sus
armas pero, también a él le recordó su chambelán: «Mi señor, éstos
son tus hijos...».
Enlil, prisionero en sus propias estancias, envió un mensaje a
Anu
pidiéndole que viniera a la Tierra. Cuando Anu llegó, los Grandes
Anunnaki se reunieron en consejo de guerra. «Enki, Soberano del
Abzu, también estaba presente». Enlil exigía saber quién había sido
el instigador del motín, invocando para él la pena de muerte. Al no
conseguir el apoyo de Anu, Enlil ofreció su dimisión, diciéndole a
Anu: «Noble, quítame el cargo, quítame el poder. Al Cielo ascenderé
contigo». Pero Anu, calmando a Enlil, pidió comprensión para las
fatigas de los mineros.
Haciendo acopio de coraje, Enki «abrió la boca y se dirigió a los
dioses». Apoyando las palabras de Anu, propuso una solución:
mientras la Oficial Médico Jefe, su hermana
Sud, estuviera allí, en
el Abzu, con ellos:
Creemos a un Trabajador Primitivo;
y dejemos que lleve el yugo...
¡Que el Trabajador lleve la carga de los dioses,
que lleve él el yugo!
En las siguientes cien líneas del texto del Atra-Hasis, y otros
varios textos de la «Creación del Hombre» que se han descubierto en
distintos estados de conservación, se nos cuenta con sorprendente
detalle el relato de la creación del Homo sapiens a través de la
ingeniería genética. Para lograr esta hazaña, Enki sugirió que un
«Ser que existe ya» -una mujer simio- se utilizara para crear el
Lulu Amelu l «El Trabajador Mixto»), «atando» a los seres menos
evolucionados «el molde de los dioses».
La diosa Sud purificó la
«esencia» de un Joven varón anunnaki y la mezcló con el óvulo de una
mujer simio. Después, el óvulo fertilizado se implantó en la matriz
de una hembra anunnaki para la gestación. Cuando nació la «criatura
mixta», Sud la levantó en alto y gritó: «¡Lo he creado! ¡Mis manos
lo han hecho!»
El «Trabajador Primitivo» -Homo sapiens- había visto la luz. Sucedió
hace unos 300.000 años, y tuvo lugar a través de una hazaña de
ingeniería genética y de técnicas de implante de embriones que, en
la actualidad, la misma humanidad está comenzando a emplear.
Indudablemente, había habido un largo proceso de evolución, pero los
anunnaki introdujeron entonces su mano en el proceso y dieron un
salto evolutivo, «creándonos» antes de lo que hubiera sido de
esperar en una evolución natural. Los expertos han estado buscando
durante mucho tiempo el «eslabón perdido» de la evolución del
hombre, pero los textos sumerios revelan que el «eslabón perdido»
fue una hazaña de manipulación genética realizada en un
laboratorio...
Y no fue una hazaña que se llevara a cabo en un
instante. Los textos dejan claro que, para alcanzar lo que deseaban,
el «modelo perfecto» del Trabajador Primitivo, a los anunnaki les
llevó un considerable número de pruebas de ensayo y error.
Pero, una
vez conseguido, se puso en marcha el proceso de producción en masa:
a catorce «diosas del nacimiento» se les implantaron los óvulos
genéticamente manipulados de mujeres simios, siete engendraron
varones y siete engendraron hembras. En cuanto crecieron, se les
puso a trabajar en las minas, y a medida que aumentaban su número,
asumían cada vez más trabajos físicos en el Abzu.
Sin embargo, no tardaría en tener lugar un choque armado entre Enlil
y Enki, a cuenta de estos mismos obreros esclavizados. Cuanto más
aumentaba la producción de mineral en el Abzu, mayor era el trabajo
de carga de los anunnaki que operaban en las instalaciones de
Mesopotamia. El clima era más suave, las lluvias más abundantes, y
los ríos de Mesopotamia se desbordaban constantemente.
Cada vez más,
los anunnaki mesopotámicos tenían que «dragar el río», levantar
diques y ahondar los canales, y no tardaron en exigir ellos también
trabajadores esclavos, «criaturas de luminoso semblante» pero de
espeso cabello negro:
Los anunnaki se presentaron ante Enlil...
Cabezas Negras le pidieron a él.
Gente de Cabezas Negras
que se hagan cargo de las piquetas.
Sabemos de estos acontecimientos por un texto que
Samuel N. Kramer
llamó El Mito de la Piqueta. Aunque algunas de sus partes se han
perdido, se da a entender que Enki se negó a complacer la petición
de Enlil para que le enviara Trabajadores Primitivos a Mesopotamia.
Decidido a llevar el asunto por sí mismo, Enlil llegó al extremo de
desconectar las comunicaciones con el planeta madre:
«En el 'Enlace
Cielo-Tierra' hizo un corte...
ciertamente, se apresuró en desconectar el Cielo de la Tierra».
Después, lanzó un ataque armado contra el País de las Minas.
Los anunnaki del Abzu reunieron a los Trabajadores Primitivos en un
complejo central, reforzando sus murallas contra el inminente
ataque. Pero Enlil diseñó un arma maravillosa, el AL.A.NI («Hacha
Que Genera Energía»), equipada con un «cuerno» y un «agrietador de
tierra» que podía perforar muros y terraplenes. Con estas armas,
Enlil abrió una brecha en las fortificaciones. Al ensanchar la
brecha,
«los Trabajadores Primitivos fueron llevados hacia Enlil,
que contemplaba a los Cabezas Negras fascinado».
A partir de entonces, los Trabajadores Primitivos realizaron los
trabajos físicos en ambos países: en el País de las Minas, «cargaban
con el trabajo y sufrían sus fatigas»; en Mesopotamia,
«con picos y
palas construían casas para los dioses, construían grandes canales;
hacían crecer alimentos para el sustento de los dioses».
Muchos dibujos antiguos, grabados en sellos
cilíndricos, representan
a estos Trabajadores Primitivos en la ejecución de sus tareas,
desnudos como los animales del campo (Fig. 29). Diversos textos
sumerios registran este estadio animalizado del desarrollo humano:
Fig. 29
Cuando fue creada la Humanidad,
no sabían comer el pan, no sabían vestirse, comían plantas con la boca, como las ovejas,
bebían agua de las zanjas...
Sin embargo, ¿por cuánto tiempo más se les podía pedir (u obligar) a
las jóvenes anunnaki que hicieran el papel de «diosas del
nacimiento»? Sin saberlo Enlil, y con la complicidad de Sud,
Enki se
las ingenió para darle a la nueva criatura otra vuelta de tuerca:
otorgar a los seres híbridos -incapaces de procrear, como todos los
híbridos-la capacidad de tener descendencia, el «Conocimiento»
sexual para tener hijos.
El acontecimiento refleja sus ecos en
el
relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín de Edén, y aunque el texto
original sumerio del relato no se ha encontrado todavía, sí que se
han descubierto varias representaciones sumerias del hecho. En
ellas, se muestran diferentes aspectos del relato:
el Árbol de la
Vida, el ofrecimiento de la fruta prohibida, el enfrentamiento que
tuvo lugar a continuación entre el «Señor Dios» y la «Serpiente»,
etc.
Sin embargo, en otras se ve a Eva con una prenda que le tapa el
bajo vientre, mientras Adán sigue aún desnudo (Fig. 30), otro
detalle que aparece en la Biblia.
Fig. 30
Aunque todas estas antiguas representaciones están protagonizadas
por el Dios Serpiente, la ilustración que se reproduce aquí es de
particular interés por cuanto aparece escrito, en sumerio arcaico,
el nombre/epíteto del dios
. La «estrella» significa «dios», y
el símbolo triangular se lee BUR, BURU o BUZUR, con lo que el
nombre/epíteto viene a significar «Dios Que Resuelve Secretos»,
«Dios de las Profundas Minas», y variaciones diversas en esta línea.
La Biblia (en el original hebreo) llama al dios que tentó a Eva
Nahash, y se suele traducir por «Serpiente», pero literalmente
significa «El Que Resuelve Secretos» y «El Que Conoce los Metales»,
paralelos exactos del nombre del dios de la representación sumeria.
Una representación que también resulta de interés porque muestra al
Dios Serpiente atado de manos y pies, dando a entender que Enki fue
arrestado después de su no autorizada acción.
Enfurecido, Enlil ordenó la expulsión de El Adán -el terrestre Homo sapiens- del
E.DIN («La Morada de los Justos»). Una vez liberado de
los asentamientos de los anunnaki, el Hombre comenzó a vagar por la
Tierra.
«Y Adán conoció a Eva su mujer, y ella concibió y dio a luz a
Caín... y dio a luz de nuevo a su hermano Abel».
Los dioses ya no
estarían solos en la Tierra.
No se imaginaban entonces los anunnaki el papel que el
Trabajador
Primitivo jugaría en sus guerras.
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