8 - LAS GUERRAS DE LA PIRÁMIDE
«En el año 363, Su Majestad Ra, el santo, el Halcón del Horizonte,
el Inmortal que vive para siempre, estaba en el país de Khenn.
Estaba acompañado por sus guerreros, pues los enemigos habían
conspirado contra su señor... Horus, el Medidor Alado, llegó a la
barca de Ra. Él le dijo a su antepasado: 'Oh, Halcón del Horizonte,
he visto al enemigo conspirando contra tu Señorío, para arrebatarte
la Corona Luminosa'... Entonces, Ra, el santo, el Halcón del
Horizonte, le dijo a Horus, el Medidor Alado: 'Noble vastago de Ra,
mi descendiente: Ve rápido, derriba al enemigo al que has visto'».
Así comienza un relato inscrito en las paredes del templo de la
antigua ciudad egipcia de Edfú. Creemos que es la historia de lo que
sólo pudo denominarse la Primera Guerra de la Pirámide, una guerra
que tuvo sus raíces en la interminable lucha por el control de la
Tierra y de sus instalaciones espaciales, y en los tejemanejes de
los Grandes Anunnaki, especialmente de Enki/Ptah y de su hijo
Ra/Marduk.
Según Manetón, Ptah entregó el dominio de Egipto después de reinar
9.000 años; pero el reinado de Ra se interrumpió tras sólo 1.000
años -debido al Diluvio, según nuestras conclusiones. Después,
durante 700 años, vino el reinado de Shu, que ayudó a Ra a
«controlar los cielos de la Tierra», y los 500 años de remado de Geb
(«El Que Amontona la Tierra»). Fue en aquella época, hacia el 10000 a.C,
cuando se construyeron las instalaciones espaciales, el espaciopuerto del Sinaí y las pirámides de Gizeh.
Aunque se supone que la península del Sinaí, donde se construyo el
espaciopuerto, y las pirámides de Gizeh se mantuvieron neutrales
bajo la égida de Ninharsag, resulta dudoso que los constructores de
estas instalaciones -Enki y sus descendientes- tuvieran realmente la
intención de renunciar a su control. Existe un texto sumerio, que
comienza con una descripción idílica, al que los expertos han
llamado el «Mito del Paraíso».
Su título original fue
Enki y
Ninharsag, y consiste, de hecho, en una historia acerca de las
relaciones amorosas, por motivaciones políticas, mantenidas entre
ambos; el relato del pacto al que llegaron Enki y su hermanastra
Ninharsag acerca del control de Egipto y de la península del Sinaí
-de las pirámides y del espaciopuerto.
La acción de la historia se sitúa después de la división de la
Tierra entre los anunnaki, cuando se le concedió Tilmun (la
península del Sinaí) a Ninharsag y Egipto al clan de
Enki.
Según el
texto sumerio, Enki cruzó los lagos pantanosos que separaban Egipto
de la península del Sinaí y fue hasta la solitaria Ninharsag para
entregarse a una orgía de amor:
A la que estaba sola, a la Dama de la Vida, señora del país,
Enki fue hasta la sabia Dama de la Vida.
Hizo que su falo regara los diques;
hizo que su falo sumergiera los juncos...
Derramó su semen dentro de la gran dama de los anunnaki,
derramó su semen en el vientre de Ninharsag; ella recogió el semen en su útero, el semen de Enki.
Lo que Enki buscaba en realidad era tener un hijo con su
hermanastra, pero el vástago fue una niña. Entonces, Enki le hizo el
amor a ésta tan pronto se hizo «joven y hermosa», y más tarde a su
nieta. Como consecuencia de estas actividades sexuales, nacieron un
total de ocho dioses, seis hembras y dos varones.
Enfurecida por el
incesto, Ninharsag utilizó sus conocimientos médicos para hacer
enfermar a Enki. Los anunnaki que estaban con él rogaron por su
vida, pero Ninharsag estaba decidida:
«¡No lo miraré con el 'Ojo de
la Vida' hasta que haya muerto!».
Satisfecho, al ver que al fin Enki había sido detenido,
Ninurta, que
había ido a Tilmun para una inspección, volvió a Mesopotamia para
dar cuenta de los acontecimientos en una reunión a la que asistieron Enlil, Nanna/Sin, Utu/Shamash e Inanna/Ishtar. No dándose por
satisfecho, Enlil le ordenó a Ninurta que volviera a Tilmun y que
trajera a Ninharsag con él.
Pero, mientras tanto, Ninharsag se
sintió culpable por lo que le había hecho a su hermano y cambió de
opinión.
«Ninharsag sentó a Enki junto a su vulva y le dijo:
'Hermano mío ¿qué te duele?'».
Tras ser curado por ella, Enki le
propuso como partir juntos los señoríos de Egipto y del Sinaí,
asignando tareas, cónyuges y territorios a los ocho dioses jóvenes:
¡Que Abu sea quien domine las plantas;
que Nintulla sea el señor de Magan; que Ninsutu se case con Ninazu;
que Ninskashi sea la que satisfaga a los sedientos; que Nazi se case con Nindara;
que Azimua se case con Ningishzida;
que Nintu sea la reina de los
meses; que Enshag sea el señor de Tilmun!
Los textos teológicos egipcios de Menfis sostienen también que
«vinieron a ser» ocho dioses del corazón, la lengua, los dientes,
los labios y otras partes del cuerpo de Ptah. También en este texto,
al igual que en el mesopotámico, Ptah asigna a estos dioses moradas
y territorios:
«Después de formar a los dioses, hizo ciudades,
estableció regiones, puso a los dioses en sus moradas sagradas;
construyó sus santuarios y estableció sus ofrendas».
Y todo esto lo
hizo «para dar regocijo al corazón de la Señora de la Vida».
Si, como parece, estos relatos tuvieran una base real, las
rivalidades que se engendraran con tan confusos parentescos no
podrían mas que agravarse con los tejemanejes sexuales que se le
atribuyen también a Ra. El más significativo de éstos fue el que
aseguraba que Osiris era realmente hijo de Ra y no de
Geb, concebido
cuando Ra se había unido en un ardid con su propia bisnieta. Y esto,
como ya dijimos, se encuentra en el centro del conflicto entre Osiris y Set.
¿Por qué tenía que codiciar Set el Bajo Egipto, que se le había
concedido a Osiris, cuando a él se le había asignado el Alto Egipto?
Las explicaciones de los egiptólogos se basan en la geografía, en la
fertilidad de la tierra, etc. Pero, como hemos demostrado, había un
factor más; un factor que, desde el punto de vista de los dioses,
era más importante que el número de cosechas que podía dar una
región: la Gran Pirámide y sus compañeras de Gizeh.
Aquél que las
controlara, compartiría el control de las actividades espaciales, de
las idas y venidas de los dioses, del vital enlace de suministros
desde y hacia el Duodécimo Planeta.
Set tuvo éxito en sus ambiciones durante un tiempo, tras superar a
Osiris. Pero «en el año 363» después de la desaparición de Osiris,
el joven Horus se convirtió en el vengador de su padre y lanzó una
ofensiva contra Set -la Primera Guerra de la Pirámide. Como hemos
visto, también fue la primera guerra en la cual los dioses
involucraron a los hombres en sus pugnas.
Apoyado por otros dioses reinantes en África, el vengador Horus comenzó las hostilidades en el Alto Egipto. Ayudándose del
Disco Alado que Toth había diseñado para él, Horus siguió avanzando
hacia el norte, hacia las pirámides.
La principal batalla tuvo lugar
en la «región del agua», en la cadena de lagos que separaba Egipto
de la península del Sinaí, en donde resultaron muertos numerosos
seguidores de Set. Tras fracasar los esfuerzos que otros dioses
hicieron por restablecer la paz, Set y Horus se enfrentaron en un
combate personal en el Sinaí. En el transcurso de la batalla, Set se
ocultó en unos «túneles secretos», en alguna parte de la península;
pero, en otra batalla, perdió los testículos. De manera que el
Consejo de los Dioses le dio la totalidad de Egipto «como
patrimonio... a Horus».
¿Y qué fue de Set, uno de los ocho dioses descendientes de Ptah?
Fue desterrado de Egipto y estableció su morada en tierras
asiáticas, al este, en un lugar que le permitía «hablar claro desde
el cielo». ¿Sería él el dios al que llaman Enshag en el relato
sumerio de Enki y Ninharsag, aquél al cual los amantes asignaron
Tilmun (la península del Sinaí)?
Si así fuera, sería él el dios
egipcio (camita) que extendió sus dominios a la tierra de Sem que,
más tarde, se conocería como Canaán.
Los relatos bíblicos se podrían comprender, así pues, a partir del
resultado de la Primera Guerra de la Pirámide. Y también en esto
habría que encontrar las causas de la Segunda Guerra de la Pirámide.
Después del Diluvio, además del espaciopuerto y de las instalaciones
de orientación y guía, también se hizo necesario reubicar un nuevo
Centro de Control de Misiones, similar al que había existido en Nippur. Hemos demostrado (en
Escalera al Cielo) que la necesidad de
equidistancia desde este centro al resto de instalaciones espaciales
obligó a ubicarlo sobre el Monte Moria («El Monte de la Dirección»),
el centro de la futura ciudad de Jerusalén.
Este lugar, tanto en los textos mesopotámicos como en los bíblicos,
se encontraba ubicado en las tierras de Sem -un dominio de los
enlilitas. Sin embargo, terminó siendo ocupado ilegalmente por el
linaje de Enki, los dioses camitas, y por los descendientes del
camita Canaán.
El Antiguo Testamento se refiere al país del cual Jerusalén se
convertiría con el tiempo en su capital como Canaán, que fue el
nombre del cuarto hijo, el hijo más joven, de Cam. También escogió a
Canaán para descargar sus iras, relegando a sus descendientes a ser
siervos de los descendientes de Sem. La improbable excusa para este
trato fue que Cam -no su hijo Canaán- había visto accidentalmente
los genitales de su padre Noé; de ahí que el Señor hubiera maldecido
a Canaán:
«Maldito sea Canaán; sirviente de sirvientes será entre
sus hermanos... Bendito sea
Yahveh, el dios de Sem; que Canaán sea
sirviente entre ellos».
El relato del Génesis deja muchos aspectos sin explicar. ¿Por qué se
maldijo a Canaán, si fue su padre el accidental trasgresor? ¿Por
qué se le castigó a ser esclavo de Sem y del dios de Sem? ¿Y cómo se
involucraron los dioses en el crimen y en su castigo? Si se lee la
información suplementaria que aparece en el exbíblico Libro de los
Jubileos, queda claro que la verdadera ofensa fue la ocupación
ilegal del territorio de Sem.
Tras la dispersión de la humanidad y la asignación de territorios a
los distintos clanes, el Libro de los Jubileos dice:
«Cam y sus
hijos fueron a la tierra que él iba a ocupar, [la tierra] que se
procuró como parte en el país del sur».
Pero entonces, en el viaje
que les llevaba desde donde se había salvado Noé hasta su lugar
asignado en África,
«Canaán vio la tierra del Líbano [bajando] hasta
el río de Egipto, que era muy buena».
Y así cambió de opinión:
«Él
no fue hasta la tierra de su herencia al oeste del mar [oeste del
Mar Rojo]; [en lugar de esto] vivió en la tierra del Líbano, al este
y al oeste del Jordán».
Tanto su padre como sus hermanos intentaron disuadir a
Canaán de
aquél acto ilegal:
«Y Cam, su padre, y Kus y Misrayim, sus hermanos,
le dijeron: 'Te has asentado en una tierra que no es tuya, y que no
nos ha tocado en suertes; no lo hagas pues, si lo haces, tú y tus
hijos caeréis en la tierra y seréis malditos por sedición; pues por
sedición te has asentado, y por sedición caerán tus hijos, y se te
desarraigará para siempre. No habites en la morada de Sem, pues a
Sem y a sus hijos les correspondió en suertes'».
Le indicaron que, si ocupaba ilegalmente el territorio asignado a
Sem,
«Maldito eres y maldito serás más allá de los hijos de Noé, por
la maldición que nos ata por juramento en la presencia del Santo
Juez y en la presencia de Noé, nuestro padre...».
«Pero Canaán no les escuchó, y vivió en la tierra del Líbano desde
Hamat hasta las puertas de Egipto, él y sus hijos hasta el día de
hoy. Por esta razón es que el país se llamó Canaán».
Por detrás del relato bíblico y pseudoepigráfico de una usurpación
territorial a cargo de un descendiente de Cam debe existir un relato
de usurpación similar a cargo de un descendiente del Dios de Egipto.
No debemos olvidar que la división de tierras y territorios no se
hizo entre pueblos, sino entre dioses; los dioses, no los pueblos,
eran los dueños.
Un pueblo sólo podía asentarse en un territorio
asignado a su dios y sólo podía ocupar el territorio de otro si su
dios había extendido sus dominios hasta aquel territorio, por
acuerdo o por la fuerza. La ocupación ilegal de una región entre el
espaciopuerto del Sinaí y el lugar de aterrizaje de Baalbek por
parte de un descendiente de Cam sólo pudo suceder por haber sido
usurpada por un descendiente de las deidades camitas, por un dios
joven de Egipto.
Y ésta, como hemos visto, fue en realidad la consecuencia de la
Primera Guerra de la Pirámide.
La entrada ilegal de Set en Canaán significaba que todos los lugares
relacionados con el espacio -Gizeh, la península del Sinaí,
Jerusalén- estaban bajo el control de los dioses Enki. Eran
instalaciones a las cuales no podían acceder los enlilitas. Y así,
poco después -300 años más tarde, según creemos-, éstos lanzaron una
ofensiva con el fin de desalojar a los ocupantes ilegales de las
vitales instalaciones espaciales. En varios textos se habla de la
Segunda Guerra de la Pirámide, algunos de ellos escritos en el
original sumerio, otros en versiones acadias y asirías.
Los expertos
se refieren a estos textos con el nombre de los «Mitos de Kur»
-«mitos» de las Tierras Montañosas; y son en realidad
interpretaciones poéticas de las crónicas de la guerra por el
control de las montañas relacionadas con las misiones espaciales
-Monte Moria; el Harsag (Monte Santa Catalina) en el Sinaí; y el
monte artificial, el Ekur (la Gran Pirámide) en Egipto.
En estos textos queda claro que las fuerzas enlilitas fueron
lideradas por Ninurta, el principal guerrero de «Enlil», y que los
primeros encuentros tuvieron lugar en la península del Sinaí. Los
dioses camitas fueron batidos, pero se retiraron para continuar la
guerra desde las tierras montañosas de África. Ninurta aceptó el
reto y, en la segunda fase de la guerra, llevó los combates hasta
las fortalezas de sus enemigos; esta fase supuso unas feroces y
despiadadas batallas. Más tarde, en su fase final, se combatió junto
a la Gran Pirámide, la última e inexpugnable fortaleza de los
oponentes de Ninurta; allí fueron sitiados los dioses camitas, hasta
que se quedaron sin comida y sin agua.
Esta guerra, a la que llamamos Segunda Guerra de la Pirámide, se
conmemoró ampliamente en los registros sumerios, tanto en las
crónicas escritas como en las representaciones gráficas.
En los
himnos a Ninurta hay numerosas referencias a sus hazañas y
acciones heroicas en esta guerra. Gran parte del salmo «Como Anu
Estás Hecho» se dedica a la memoria de la lucha y la victoria final.
Pero la principal y la más directa de las crónicas de la guerra es
el texto épico Lugal-e Ud Melam-bi, mejor cotejado y revisado por
Samuel Geller en Altorientalische Texte und Untersuchungen.
Como
todos los textos mesopotámicos, se titula así por el versículo con
el que comienza:
Rey, la gloria de tu día es señorial;
Ninurta, el Primero, poseedor de los Poderes Divinos,
que en mitad de las Tierras Montañosas se adelantó. Como una inundación que no puede ser detenida,
la tierra del enemigo ataste con fuerza como con una faja.
El Primero, que en la batalla entra vehementemente;
héroe, que el Arma Brillante Divina lleva en la mano;
Señor: las Tierras Montañosas subyugaste como a tu criatura.
Ninurta, hijo real, a quien su padre dio poder; héroe: por temor a ti, la ciudad se ha rendido...
Oh poderoso- a la Gran Serpiente, el dios heroico,
arrojaste de todas las montañas.
Al ensalzar así a Ninurta, sus hazañas y su
Arma Brillante, el poema
da cuenta también de la ubicación del conflicto («las Tierras
Montañosas») y de su principal enemigo: «La Gran Serpiente», líder
de las deidades egipcias. El poema sumerio identifica a este
adversario varias veces como Azag (Asag) y en una ocasión se refiere a él
como Ashar, ambos epítetos bien conocidos de Marduk, concretando así
a los dos hijos principales de Enlil y Enki -Ninurta y Marduk- como
los líderes de los ejércitos enfrentados en la Segunda Guerra de la
Pirámide.
La segunda tablilla (una de las trece sobre las que se inscribió el
largo poema) describe la primera batalla. La primera ventaja de
Ninurta se le atribuye tanto a sus armas divinas como a una nueva
nave aérea que se construyó después de que la anterior resultara
destruida en un accidente. Se le llamaba IM.DU.GUD, traducido
habitualmente por «Pájaro de la Tormenta Divina», pero que
literalmente significa «Aquello Que Como una Tormenta Heroica
Corre»; sabemos por diversos textos que la envergadura de sus alas
era de casi 23 metros.
Los arcaicos dibujos lo representan como un «pájaro» mecánico, con
dos superficies de ala apoyadas sobre vigas cruzadas (Fig. 47 a); en
el tren de aterrizaje se ve una serie de aberturas redondas, quizás
entradas de aire para motores a reacción. Esta aeronave, de hace
milenios, no sólo tiene una notable semejanza con los antiguos
biplanos de los inicios de la aviación, sino que también muestra un
increíble parecido con el boceto que hiciera Leonardo da Vinci en
1497, en donde representara su idea de una máquina voladora
propulsada por el hombre (Fig. 47 b).
Fig. 47
El imdugud fue la inspiración del emblema de
Ninurta, una heroica
ave con cabeza de león que se apoya sobre dos leones (Fig. 48) o, en
otros casos, sobre dos toros. Esta «nave construida» -un vehículo
manufacturado- «que en la guerra destruye las principescas moradas»,
es la que Ninurta remontó en el cielo durante las batallas de la
Segunda Guerra de la Pirámide. Y se elevaba tan alto que sus
compañeros lo perdían de vista. Más tarde, según dice el texto, caía
en picado «en su Pájaro Alado, contra las murallas».
«Cuando su
Pájaro se acercaba al suelo, golpeaba la cumbre [de la fortaleza del
enemigo]».
Acosado fuera de sus fortalezas, el Enemigo empezó a retirarse.
Mientras Ninurta mantenía el ataque frontal, Adad recorría el campo
por detrás de las líneas enemigas, destruyendo los suministros de
alimentos del adversario: «En el Abzu, Adad hizo que los peces se
fueran... el ganado dispersó». Y cuando el Enemigo se replegó a las
montañas, los dos dioses «como una avalancha de agua asolaron las
montañas».
A medida que la guerra crecía en su escalada a lo largo del tiempo,
los dos destacados dioses llamaron a otros para que se les unieran.
«Mi señor, ¿por qué no vas a la batalla que se está extendiendo?»,
le preguntaron a un dios cuyo nombre se ha perdido en el dañado
versículo. También se le hizo esta pregunta a Ishtar, pues a ésta se
la menciona por su nombre:
«En el choque de las armas, en las
hazañas de heroísmo, el brazo de Ishtar no vaciló».
«¡Avanza sin
demora! ¡Pisa firmemente sobre la Tierra! ¡En las montañas, te
esperamos!».
«La diosa llevó el arma que brilla señorialmente... un cuerno [para
dirigirla] se hizo».
Cuando la usó contra el enemigo en una hazaña,
«que hasta días distantes» será recordada, «los cielos se volvieron
del color de lana rojiza». El rayo explosivo «despedazó [al
enemigo], con la mano aplastó su corazón».
La siguiente sección del relato, de las tablillas V a VIII, está
demasiado dañada para poderse leer. Los trozos de los versículos
sugieren que, tras la intensificación del ataque propiciada por la
ayuda de Ishtar, se elevó gran llanto y lamento en la tierra del
Enemigo.
«El temor a la Brillantez de Ninurta se difundió por el
país» y sus habitantes tuvieron que utilizar otras cosas en lugar de
trigo y cebada «para moler y hacer harina».
Fig. 48
Ante esta ofensiva, las fuerzas enemigas siguieron retirándose hacia
el sur. Fue entonces cuando la guerra se tornó más feroz y
despiadada, cuando Ninurta dirigió a los dioses enlilitas en un
ataque sobre le corazón de los dominios africanos de Nergal y sobre
su ciudad-templo, Meslam. Quemaron la tierra e hicieron que los ríos
se tiñeran de rojo con la sangre de espectadores inocentes -hombres,
mujeres y niños del Abzu.
Los versículos que describen esta parte de la guerra están
deteriorados en las tablillas del texto principal; sin embargo, se
pueden conocer los detalles gracias a otras tablillas fragmentadas
que tratan de cuando Ninurta «asoló el país», una hazaña que le
granjeó el título de «Conquistador de Meslam». En estas batallas,
los atacantes recurrieron a la guerra química. Se nos dice que
Ninurta creó una lluvia de proyectiles venenosos sobre la ciudad,
que «él los catapultó al interior; el veneno, por sí mismo, destruyó
la ciudad».
Los que sobrevivieron al ataque en la ciudad escaparon a las
montañas circundantes. Pero Ninurta,
«con el Arma Que Hiere arrojó
fuego sobre las montañas; el Arma de los Dioses cuyo Diente es
amargo, aplastó a la gente».
También aquí se intuye algún tipo de
guerra química:
El Arma Que Despedaza robó los sentidos;
el Diente los desolló.
Recorrió el país despedazando;
llenó los canales de sangre, en la tierra del Enemigo, para que los perros lamieran como leche.
Abrumado por la inmisericorde acometida,
Azag pidió a sus seguidores
que no ofrecieran resistencia:
«El Enemigo llamó a su mujer y a su
hijo; contra el señor Ninurta no levantó su brazo. Las armas de Kur
se cubrieron de tierra» (es decir, se ocultaron);
«Azag hizo que no
las levantaran».
Ninurta tomó la falta de resistencia como signo de victoria. En un
texto del que informa F. Hrozny («Mythen von dem Gotte Ninib») se
cuenta que Ninurta, tras matar a sus oponentes y tomar la tierra de
Harsag (Sinaí), fue «como un Pájaro» a atacar a los dioses que «se
retiraban detrás de las murallas» en Kur, y los derrotó en las
montañas.
Después, estalló en un canto de victoria:
Mi aterradora Brillantez es poderosa como la de Anu;
¿quién puede levantarse contra ella?
Soy el señor de las altas montañas,
de las montañas que hasta el horizonte elevan sus picos.
En las montañas, soy el dueño.
Pero el canto de victoria fue prematuro. Mediante su táctica de no
resistencia, Azag había escapado a la derrota. La capital sí que
había sido destruida, pero no los líderes del Enemigo. Sobriamente,
el texto del Lugal-e observa:
«Ninurta no había aniquilado al
escorpión de Kur».
Lo que hicieron los dioses del Enemigo fue
retirarse a la Gran Pirámide, donde «el Sabio Artesano» -¿Enki?
¿Toth?- levantó una muralla protectora «que la Brillantez no podía
derribar», un escudo a través del cual no podían penetrar los rayos
mortíferos.
Los detalles de la fase final de esta dramática
Segunda
Guerra de la Pirámide se ven acrecentados por los textos «del otro
bando». Del mismo modo que los seguidores de Ninurta le compusieron
himnos a él, lo mismo hicieron los seguidores de Nergal con éste.
Algunos de los de este último, que también fueron descubiertos por
los arqueólogos, se reunieron en Gebete und Hymnen an Nergal, de
J. Bollenrücher.
Recordando las heroicas hazañas de Nergal en esta guerra, los textos
cuentan que, cuando los otros dioses se vieron cercados dentro del
complejo de Gizeh, Nergal -«Noble Dragón Amado del Ekur»- «de noche
y a hurtadillas», portando terribles armas y acompañado por sus
tenientes, rompió el cerco para llegar a la Gran Pirámide (el Ekur).
Al llegar de noche, entró a través «de las puertas cerradas que se
pueden abrir por sí mismas». Un estruendo de bienvenida le recibió
cuando entró:
¡El divino Nergal, el señor que por la noche se mueve con sigilo,
ha llegado a la batalla!
Hace restallar su látigo,
hace chasquear sus armas... Aquél que es bienvenido,
su poder es inmenso; como un sueño, en la puerta ha aparecido.
¡Divino Nergal, Aquél Que Es Bienvenido: combate al enemigo de Ekur,
pone freno al
Salvaje de Nippur!
Pero las esperanzas de los dioses sitiados no tardarían en
frustrarse. Conocemos más detalles de las últimas fases de esta
guerra a través de otro texto más, recompuesto originalmente por
George A. Barton (Miscellaneous Babylonian Texts) a partir de
fragmentos de un cilindro de arcilla inscrito que se encontró en las
ruinas del templo de Enlil en Nippur.
Cuando Nergal se unió a los defensores de la Gran Pirámide («la Casa
Formidable Que Se Eleva Como un Montón»), fortaleció sus defensas
con diversos cristales emisores de rayos («piedras» minerales)
situados en el interior de la pirámide:
La Piedra-Agua, la Piedra-Vértice,
la... -Piedra, la... ... el señor Nergal aumentó su fuerza.
La puerta de protección él... al cielo su Ojo elevó,
Excavó profundo lo que da vida... ... en la Casa les dio de comer.
Potenciadas así las defensas de la pirámide,
Ninurta recurrió a otra
táctica. Pidió a Utu/Shamash que cortara el suministro de agua de la
pirámide manipulando la «corriente acuática» que discurre cerca de
sus cimientos. Aquí, el texto está demasiado mutilado como para
permitirnos conocer los detalles, pero parece ser que la táctica
consiguió su objetivo.
Apiñados en su última fortaleza, sin comida ni agua, los dioses
sitiados hicieron cuanto pudieron para protegerse de sus atacantes.
Hasta entonces, a pesar de la ferocidad de las batallas, ningún dios
importante había caído en los combates.
Pero ahora, uno de los
dioses jóvenes -creemos que Horus- al intentar salir a
hurtadillas de la Gran Pirámide disfrazado de carnero, fue alcanzado
por el Arma Brillante de Ninurta y perdió la visión de sus ojos. Un Dios de
Antaño suplicó entonces a Ninharsag -reputada por sus milagros
médicos- que salvara la vida del joven dios:
Cuando llegó la Asesina Brillantez;
la plataforma de la Casa resistió el señor.
A Ninharsag se invocó:
«... el arma... mi descendiente con la muerte está maldito...».
Otros textos sumerios dicen de este joven dios, «descendiente que no
conoce a su padre», un epíteto que le encajaría a Horus, que nació
después de la muerte de su padre. En La Leyenda del Carnero,
perteneciente a la tradición popular egipcia, se nos dice que Horus
resultó herido en los ojos cuando un dios «sopló fuego» sobre él.
Entonces, respondiendo a la «invocación», Ninharsag decidió
intervenir para detener el combate.
La novena tablilla del Lugal-e comienza con las palabras de Ninharsag al comandante enlilita, su propio hijo Ninurta,
«el hijo
de Enlil... el Legítimo Heredero que nació de la esposa-hermana».
En
unos versículos acusadores, la diosa le anuncia su decisión de
cruzar las líneas de combate y dar fin a las hostilidades:
A la Casa Donde la Medición de Cuerda comienza,
donde Asar elevó sus ojos a Anu, iré.
La cuerda cortaré,
por el bien de los dioses guerreros.
Su destino era la «Casa Donde la Medición de Cuerda comienza», ¡la
Gran Pirámide!
En un principio, Ninurta se quedó estupefacto con su decisión de
«entrar sola en la tierra del Enemigo»; pero, cuando se sobrepuso,
le proporcionó «ropas que le hicieran no tener miedo» (¿de la
radiación dejada por los rayos?).
Cuando la diosa se aproximó a la
pirámide, se dirigió a Enki: «Ella le grita... ella le suplica». La
conversación se perdió con las fracturas de la tablilla, pero Enki
aceptó rendir la pirámide ante ella:
De la Casa que es como un montón,
la que yo elevé como una pila, tú puedes ser su dueña.
Sin embargo, había una condición: la rendición estaba sujeta a una
resolución final del conflicto en tanto no llegara «el momento
determinante del destino». Con la promesa de transmitir las
condiciones de Enki, Ninharsag fue hasta Enlil.
Los acontecimientos que siguieron se hallan registrados en parte en
el Lugal-e y en parte en otros textos fragmentarios. Pero donde se
describen con mayor dramatismo es en un texto titulado Canto la
Canción de la Madre de los Dioses. De este texto, que sobrevivió en
gran medida gracias a haber sido copiado y recopiado por todo el
Oriente Próximo de la antigüedad, habló por primera vez P. Dhorme en
su estudio La Souveraine des Dieux. Es un texto poético de alabanza
a Ninmah (la «Gran Dama») y su papel como Mammi («Madre de los
Dioses») a ambos lados de las líneas de combate.
Comenzando con una llamada para que escuchen «los camaradas en armas
y los combatientes», el poema habla brevemente de la contienda y de
sus participantes, así como de su escalada, casi global. En un bando
estaban «el primogénito de Ninmah» (Ninurta) y Adad, a los que no
tardaron en unirse Sin y, más tarde, Inanna/Ishtar.
En el otro,
estaba Nergal, un dios del que se dice que es «el Noble y Poderoso»
-Ra/Marduk- y el «Dios de las dos Grandes Casas» (las dos grandes
pirámides de Gizeh) que había intentado escapar camuflado con una
piel de carnero: Horus.
Afirmando que actuaba con la aprobación de Anu, Ninharsag llevó a
Enlil la rendición ofrecida por Enki. Se encontró con él en
presencia de Adad (mientras que Ninurta seguía en el campo de
batalla). «¡Oh, escuchad mis súplicas!» rogó ella a los dos dioses
mientras les explicaba sus ideas. Adad se mostró inflexible en un
principio:
Presentándose allí, a la Madre,
Adad dijo así:
«Estamos esperando la victoria.
Las fuerzas enemigas están derrotadas. No han podido soportar el temblor de la tierra».
Si la diosa quiere que cesen las hostilidades, dijo Adad, que
discuta sobre la base de que los enlilitas están a punto de vencer:
«Levántate y ve -habla con el enemigo. Que asista a las discusiones para evitar el ataque».
Enlil, con un lenguaje menos contundente, apoyó la sugerencia:
Enlil abrió la boca; en la asamblea de los dioses dijo:
«En vista de que Anu ha reunido a los dioses en la montaña,
para detener la guerra y traer la paz, y ha enviado a la Madre de los Dioses
para que me suplique- Que la Madre de los Dioses actúe de emisaria».
Y volviéndose a su hermana, dijo en tono conciliador:
«¡Ve, aplaca a mi hermano! ¡Démosle una oportunidad para la Vida;
que salga de detrás de su atrancada puerta!»
Haciendo como se le había sugerido, Ninharsag «fue a buscar a su
hermano, puso sus súplicas ante el dios». Le dijo que su vida y la
de sus hijos estaban aseguradas: «por las estrellas ella le dio una
señal». Ante las dudas de Enki, ella le dijo tiernamente: «Ven, deja
que te saque». Y cuando salió, le dio su mano a ella...
La diosa le llevó a él, y a los demás defensores de la Gran Pirámide
hasta el Harsag, su morada. Ninurta y sus guerreros observaron la
partida de los enkitas.
Y la enorme e inexpugnable estructura quedó vacía, en silencio.
En la actualidad, los que visitan la Gran Pirámide encuentran sus
cámaras y sus pasadizos desnudos y vacíos; su compleja estructura
interna parece no tener ningún propósito; sus hornacinas y sus
recovecos parecen absurdos.
Y así ha sido desde que los primeros hombres entraron en la
pirámide. Pero no fue así cuando Ninurta entró en ella -hacia el
8670 a.C, según nuestros cálculos. Ninurta entró, dicen los textos
sumerios, «en el lugar radiante» rendido por sus defensores. Y lo
que hizo después de entrar no sólo cambió la Gran Pirámide por
dentro y por fuera, sino también el curso de los asuntos humanos.
Cuando Ninurta entró en la «Casa Que Es Como una Montaña», debió
sorprenderse de lo que encontró dentro. Concebida por Enki/Ptah,
planificada por Ra/Marduk, construida por Geb, equipada por
Toth y
defendida por Nergal, ¿qué misterios de tecnología espacial
albergaría?, ¿qué secretos de inexpugnable defensa guardaría?
En la lisa y aparentemente sólida cara norte de la pirámide, una
piedra giratoria se abrió para mostrar la entrada, protegida por los
inmensos bloques de piedra diagonales, tal como lo describía el
texto laudatorio a Ninharsag. Un pasadizo descendente recto llevaba
a unas cámaras de servicio inferiores en donde Ninurta pudo ver un
pozo que habían excavado los defensores buscando agua.
Pero su
interés se centró en los pasadizos y cámaras superiores; allí
estaban dispuestas las «piedras» mágicas -minerales y cristales,
unos terrestres, otros celestiales, algunos de un aspecto que él
nunca había visto. De ellos se emitía una pulsación radiante para
guiar a los astronautas y también las radiaciones que defendían la
estructura.
Acompañado por el Maestro Jefe en Minerales, Ninurta inspeccionó la
disposición de «piedras» e instrumentos. Se detuvo delante de cada
uno de ellos y determinó su destino: ser destruido, llevárselo para
ser expuesto o instalarlo como instrumento en cualquier otra parte.
Tenemos constancia de estos «destinos», y de la orden por la cual Ninurta fue detenido por las piedras, gracias al texto inscrito en
las
tablillas 10 a 13 del poema épico Lugal-e. Siguiendo este texto,
e interpretándolo correctamente, es como se puede comprender por fin
el misterio de la finalidad y la función de los muchos rasgos de la
estructura interna de la pirámide.
Tras recorrer el pasadizo ascendente, Ninurta llegó al punto en el
que la imponente Gran Galería se encuentra con el pasadizo
horizontal. Ninurta siguió este pasadizo en primer lugar, llegando a
una gran cámara de techo amensulado. Llamada la «vulva» en el poema
de Ninhursag, el eje de esta cámara se encuentra exactamente en el
centro de la línea este-oeste de la pirámide.
Su emisión («una
efusión que es como un león que nadie se atreve a atacar») provenía
de una piedra encajada en una hornacina que se había tallado en el
muro oriental (Fig. 49). Era la Piedra SHAM («Destino»). Era el
corazón pulsante de la pirámide, y emitía una radiación roja que
Ninurta «vio en la oscuridad».
Pero a Ninurta le pareció aberrante,
pues durante la batalla, cuando él se elevaba, el «gran poder» de
esta piedra se utilizó «para agarrarme y matarme, siguiendo un
rastro que mata al capturarme». Ordenó que «se retire... se ponga
aparte... y que se destruya por completo».
Fig. 49
Tras volver al punto de encuentro con la Gran Galería,
Ninurta le
echó un vistazo a ésta (Fig. 45). Pero con lo ingeniosa y compleja
que resultaba toda la pirámide, esta galería era sobrecogedora por
lo inusual de su visión. Comparada con los pasadizos, bajos y
estrechos, la Gran Galería se elevaba en lo alto (más de ocho metros
y medio) en siete niveles superpuestos que iban aproximando cada vez
más las paredes.
El techo también se había construido con secciones
inclinadas, con un ángulo tal que no ejerciera presión sobre el
segmento inferior de las imponentes paredes. Mientras que en los
estrechos pasadizos «sólo brillaba una mortecina luz verde», la Gran
Galería resplandecía con luces multicolores -«la bóveda es como un arcoiris, la oscuridad termina allí».
Los brillos multicolores los
emitían 27 pares de diversas piedras de cristal dispuestas de modo
uniforme a lo largo de ambos lados de la galería (Fig. 50 a). Estas
piedras resplandecientes estaban ubicadas en unas cavidades que se
habían cortado con precisión en las rampas que corren a lo largo de
la galería, a ambos lados del suelo.
Firmemente sujetas en su lugar,
gracias a una elaborada hornacina en la pared (Fig. 50 b), cada
piedra de cristal emitía una radiación diferente, dándole al lugar
su irisado efecto. De momento, Ninurta pasó entre ellas en su camino
ascendente; para él, tenía prioridad la Gran Cámara superior y su
piedra pulsante.
Figura 50
Al fondo de la Gran Galería, Ninurta llegó a un gran escalón que, a
través de un pasadizo bajo, llevaba a una Antecámara de singular
diseño (Fig. 46). Los tres rastrillos -«el cerrojo, la barra y el
pasador» del poema sumerio- encajados a la perfección en los surcos
de las paredes y el suelo, sellaban herméticamente la Gran Cámara
superior:
«al enemigo no se abre; sólo a Los Que Viven, a ellos se
abre».
Pero ahora, tirando de unas cuerdas, los rastrillos se
elevaron, y Ninurta entró.
Se encontraba ahora en la cámara más prohibida («sagrada») de la
pirámide, desde la cual se «extendía» la «Red» (¿radar?) orientadora
para «inspeccionar Cielo y Tierra». El delicado mecanismo estaba
alojado en un arca de piedra tallada; situado precisamente en el eje
norte-sur de la pirámide, respondía a las vibraciones con una
resonancia como de campana. El corazón de la unidad de orientación
era la Piedra GUG («Determinante de la Dirección»); sus emisiones,
amplificadas por cinco compartimentos huecos construidos sobre la
cámara, se irradiaban al exterior a través de dos canales inclinados
que llevaban a las caras norte y sur de la pirámide. Ninurta ordenó
que se destruyera esta piedra:
«Después, por el destino al que la
había determinado Ninurta, se sacó la piedra Gug de su agujero y se
destruyó aquel día».
Para asegurarse de que nadie pudiera restablecer las funciones de
«Determinante de Dirección» de la pirámide, Ninurta ordenó también
que se quitaran los tres rastrillos. Los primeros en ser retirados
fueron la Piedra SU («Vertical») y la Piedra KA.SHUR.RA
(«Impresionante, Puro Que Abre»). Después, «el héroe subió a la
Piedra SAG.KAL» («Piedra Sólida Que Está Enfrente»).
«Tuvo que
emplear toda su fuerza» para sacarla de los surcos, cortar las
cuerdas que la sostenían y que «fuera a parar al suelo».
Más tarde llegó el turno de las piedras y cristales minerales
situados en la parte superior de las rampas de la Gran Galería.
Mientras bajaba, Ninurta se detuvo ante cada una de ellas para
declarar su destino. Si no hubiera fracturas en las tablillas de
arcilla en las que está escrito el texto, tendríamos los nombres de
aquellas 27 piedras; tal como están sólo se pueden leer 22 nombres.
Ninurta ordenó que varias de ellas
fueran machacadas o pulverizadas; otras, que se podrían utilizar en el nuevo Centro de Control de
Misiones, ordenó que se le dieran a Shamash; y el resto fue llevado
a Mesopotamia para que fueran expuestas en el templo de Ninurta en
Nippur y en otros lugares, como evidencia permanente de la gran
victoria de los enlilitas sobre los dioses Enki.
Ninurta dijo que todo aquello no lo estaba haciendo tan sólo por su
propio bien, sino también por el de las generaciones futuras:
«Que
mis descendientes no tengan temor de ti», dijo refiriéndose a la
Gran Pirámide; «que se decrete la paz».
Por último, quedaba la Piedra Vértice -la piedra de la cúspide de la
pirámide, la Piedra UL («Alta Como El Cielo»):
«Que la descendencia
de la madre no la vea más», ordenó. Y, cuando se lanzó la piedra
para que se estrellara abajo, gritó: «que todos se alejen». Y ya no
hubo más «Piedras» que fueran «anatema» para Ninurta.
Después de esto, los camaradas de Ninurta le animaron a que dejara
el campo de batalla y regresara a casa.
AN DIM DIM.MA, «Como a Anu
Se Te Ha Hecho», le dijeron en alabanza; «La Casa Radiante donde se
inicia la medición de cuerda, la Casa en la tierra que viniste a
conocer, se regocija por haber entrado en ella».
Ahora, vuelve a tu
casa, donde te esperan tu esposa y tu hijo:
«En la ciudad que amas,
en la morada de Nippur, que encuentre descanso tu corazón... que tu
corazón se aplaque».
La Segunda Guerra de la Pirámide había terminado; pero su ferocidad
y sus hazañas, así como la victoria final de Ninurta en las
pirámides de Gizeh, se recordarían durante mucho tiempo en las
epopeyas y en las canciones y en un notable dibujo de un sello
cilíndrico, en donde se ve el Pájaro Divino de Ninurta rodeado por
una corona.
Fig. 51
Y la Gran Pirámide, desnuda y vacía, y sin su piedra de la cúspide,
quedó allí, en pie, como testigo mudo de la derrota de sus
defensores.
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