9 - PAZ EN LA TIERRA
Pero, ¿cómo terminaron las Guerras de la Pirámide?
Terminaron del mismo modo en que terminaron las grandes guerras de
tiempos históricos: con una conferencia de paz; con una reunión de
los bandos en conflicto, como en el Congreso de Viena (1814 -1815),
que redistribuyó el mapa de Europa después de las Guerras
Napoleónicas, o como la Conferencia de Paz de París, que, con el
Tratado de Versalles, terminó con la I Guerra Mundial (1914 -1918).
El primer atisbo de que el conflicto de
los anunnaki terminó de un
modo similar hace unos diez mil años proviene del texto que George
A. Barton encontró inscrito en un cilindro de arcilla roto. Era una
versión acadia de un texto sumerio mucho más antiguo, y Barton llegó
a la conclusión de que aquel cilindro de arcilla lo depositó el
soberano Naram-Sin hacia el 2300 a.C, cuando reparaba la plataforma
del templo de Enlil en Nippur.
Al comparar este texto mesopotámico
con otros textos escritos por los faraones egipcios más o menos en
la misma época, Barton notó que estos últimos «se centraban en el
rey y se interesaban en sus vicisitudes cuando se presentaba ante
los dioses», mientras que el texto mesopotámico «se interesaba en la
comunidad de los dioses»; su tema no lo formaban las aspiraciones
del rey, sino los asuntos de los dioses en sí.
A pesar de los daños que presenta el texto, especialmente al
principio, está claro que los principales dioses se reunieron con
posterioridad a una dura y amarga guerra, y se nos dice que se
encontraron en el Harsag, la montaña del Sinaí hogar de Ninharsag, y
que ella jugó el papel de mediadora. Sin embargo, el autor del texto
no la trata como un personaje verdaderamente neutral, pues una y
otra vez se refiere a ella con el epíteto de Tsir («Serpiente»), lo
que la etiqueta como diosa egipcia/enkita y le transmite con ello
una connotación peyorativa.
La antigua crónica prosigue diciendo que Ninharsag fue primero con
la idea de detener los combates y convocar una conferencia de paz en
el campo de Enlil.
La primera reacción de los enlilitas ante la audaz iniciativa de
Ninharsag fue la de acusarla de prestar ayuda y dar consuelo a los
«demonios». Pero Ninharsag negó la acusación: «Mi Casa es pura»,
respondió. Pero un dios del que no queda clara su identidad le dijo
sarcásticamente:
«¿Acaso la Casa más noble y brillante de todas» -la
Gran Pirámide- «es también pura?».
«De eso no puedo hablar», respondió Ninharsag; «Gibil sigue
haciéndola brillar».
Después de que las primeras acusaciones y explicaciones disiparan en
parte la acritud, se llevó a cabo una ceremonia simbólica de perdón.
En ésta, se utilizaron dos jarras con aguas del Tigris y el
Eufrates, una ceremonia de bautismo simbólico que daba la bienvenida
de nuevo a Ninharsag en Mesopotamia. Enlil la tocó con su «brillante
cetro» y el «poder de ella no se desmoronó».
En el capítulo anterior, ya dimos cuenta de las objeciones de Adad a
una conferencia de paz en lugar de una rendición incondicional.
Pero, entonces, Enlil accedió, diciéndole a la diosa: «Ve, aplaca a
mi hermano». En otro texto, supimos también de qué modo había
cruzado Ninharsag el frente de batalla para lograr un alto el fuego.
Después de sacar a Enki y a sus hijos, Ninharsag los llevó a su
morada en el Harsag. Los dioses enlilitas ya estaban allí,
esperando.
Ninharsag, tras anunciar que actuaba en nombre de «el gran señor
Anu... Anu el Arbitro», llevó a cabo una ceremonia simbólica.
Encendió siete fuegos, uno por cada uno de los dioses reunidos: Enki
y sus dos hijos; y Enlil y sus tres hijos (Ninurta, Adad y Sin).
Y
pronunció un encantamiento mientras encendía cada fuego:
«Una
ofrenda de fuego para Enlil de Nippur... para Ninurta... para
Adad... para Enki, que viene del Abzu... para Nergal, que viene de
Meslam».
Al caer la noche, el lugar resplandecía con las llamas: «la
gran luz que había creado la diosa era como la luz del sol».
Ninharsag apeló entonces a la sabiduría de los dioses y ensalzó las
virtudes de la paz:
«Poderosos son los frutos del dios sabio; el
gran no divino a su vegetación vendrá... cuando rebose, hará [la
tierra] como el jardín de un dios», y habló de la abundancia de
plantas y animales, de trigo y otros cereales, de vides y frutales,
y las ventajas de una «humanidad con tres ramas» que planta,
construye y sirve a los dioses, todo ello para conseguir la paz.
Después de que Ninharsag finalizara su oráculo de paz, Enlil habló.
«Se ha disipado la aflicción de la faz de la Tierra», le dijo a Enki; «se ha levantado la Gran Arma».
Accedió a que Enki recuperara
su morada en Sumer «El E.DIN será lugar para tu Santa Casa», con
suficientes tierras alrededor que den fruto para el templo y para
sembrar campos. Pero Ninurta puso objeciones a esto. «¡No dejes que
venga!», gritó el «príncipe de Enlil».
Una vez más, Ninharsag tomó la palabra. Le recordó a Ninurta todo lo
que él había trabajado, «día y noche con poder», para conseguir que
la tierra se pudiera cultivar y diera pasto para el ganado; le
recordó que él «había puesto los cimientos, llenado [la tierra],
levantado [diques]». Después, los desastres de la guerra lo habían
destruido todo, «todo por completo». «Señor de vida, dios del
fruto», apeló la diosa a él, «¡deja que la buena cerveza se vierta
en doble medida! ¡Haz que abunde la lana!» -¡acepta los términos de
paz!
Abrumado por sus súplicas, Ninurta se ablandó:
«¡Oh madre mía, la
brillante! Prosigue; no retendré la harina... en el reino se
restaurará el jardín... Para dar fin a la aflicción, yo [también]
rogaré con disposición sincera».
Las negociaciones de paz pudieron proseguir; y del texto
Canto la
Canción de la Madre de los Dioses, recogemos el relato del inaudito
encuentro entre los dos dioses guerreros. El primero en dirigirse a
los anunnaki reunidos fue Enki:
Enki dirigió a Enlil palabras de elogio:
«Oh, aquél que es el primero entre los hermanos,
Toro del Cielo, que el destino de la Humanidad sostiene:
en mis tierras se ha extendido la desolación; todos los hogares se han llenado de pesar por tus ataques».
Así pues, el primer punto de la agenda fue el del fin de las
hostilidades -paz en la Tierra- a lo que Enlil accedió de buen
grado, con la condición de que las disputas territoriales se
llevaran a término y los enkitas desocuparan las tierras que,
legalmente, pertenecían a los enlilitas y al pueblo del linaje de
Sem.
Enki accedió a ceder para siempre estos territorios:
«Te concederé la posición de soberano
en la Zona Prohibida de los dioses; ¡el Lugar Radiante, a tu mano confiaré'.».
Pero, para ceder la Zona Prohibida (la
península del Sinaí con su
espaciopuerto) y el Lugar Radiante (el emplazamiento del Centro de
Control de Misiones, la futura Jerusalén), Enki puso una firme
condición.
A cambio de garantizar a Enlil y a sus descendientes los derechos
eternos sobre aquellas tierras y sitios vitales, ellos tendrían que
reconocer para siempre la soberanía de Enki y de sus descendientes
sobre el complejo de Gizeh.
Enlil accedió, pero no sin una condición: los hijos de Enki que
habían dado lugar a la guerra y habían utilizado la Gran Pirámide
con fines bélicos deberían quedar inhabilitados para gobernar Gizeh,
o todo el Bajo Egipto, por este motivo.
Tras ponderar la condición, Enki aceptó. Y, en aquel momento,
anunció su decisión. El señor de Gizeh y del Bajo Egipto sería uno
de sus jóvenes hijos, casado con una de las diosas que nacieron de
sus relaciones con Ninharsag:
«Para la formidable Casa Que Se Eleva
Como un Montón, designó al príncipe cuya brillante esposa había
nacido de la cohabitación con Tsir [Ninharsag]. Al fuerte príncipe
que es como un íbice maduro designó, y le ordenó que custodiara el
Lugar de la Vida».
Después le concedió al joven dios el exaltado
título de NIN.GISH.ZI.DA («Señor del Artefacto de Vida»).
¿Quién era Ningishzidda? Para los expertos, la información relativa
a él es escasa y confusa. Se le menciona en los textos
mesopotámicos en relación con Enki, Dumuzi y Ninharsag; en la
Lista
de Grandes Dioses se le incluye entre los dioses de África que
siguen a Nergal y Ereshkigal.
Los sumerios lo representaban con el emblema de Enki de las
serpientes entrelazadas y con el signo del Ankh egipcio (Fig. 52 a
b). Sin embargo, veían favorablemente a Ningishzidda; Ninurta
entabló amistad con él y lo invitó a Sumer. En algunos textos se
sugiere que su madre era Ereshkigal, la nieta de Enlil; según
nuestras conclusiones, en realidad era hijo de Enki, concebido
durante el tormentoso viaje de Enki y Ereshkigal al Mundo Inferior.
Como tal, resultaba aceptable para ambos bandos como guardián de los
secretos de las pirámides.
Fig. 52
En un himno, que Ake W. Sjóberg y
E. Bergmann («The Collection of
the Sumerian Temple Hymns») creen que compuso la hija de Sargón de
Acad en el tercer milenio a.G, se ensalzaba la casa-pirámide de
Ningishzidda y se confirmaba su ubicación en Egipto:
Perdurable lugar, montaña luminosa
de hábil modo fundada.
Su oscura cámara oculta es un lugar sobrecogedor;
en un Campo de Supervisión se encuentra.
Aterrador, nadie puede llegar a comprender sus senderos.
En la Tierra del Escudo tu pedestal está estrechamente tejido, como una red de fina malla...
Por la noche te enfrentas a los cielos, tus antiguas medidas son prominentes.
Tu interior conoce el lugar en donde se eleva Utu,
la medida de su anchura es excepcional.
Tu príncipe es el príncipe cuya pura mano está extendida,
cuyo exuberante y abundante cabello cae sobre su espalda- el señor Ningishzidda.
Los versos finales de este himno remarcan por dos veces la ubicación
de esta construcción única: la «Tierra del Escudo». Éste es un
término que equivale al significado acadio del nombre mesopotámico
de Egipto: la Tierra de Magan, «La Tierra del Escudo».
Y en otro
himno, que Sjoberg copió y tradujo (tablilla UET 6/1), se llama a
Ningishzidda «el halcón entre los dioses», una designación habitual
en los textos egipcios para los dioses egipcios, y que sólo se
encuentra en los textos sumerios en una única ocasión, aplicada a
Ninurta, conquistador de las pirámides.
¿Y cómo llamaban los egipcios a este hijo de Enki/Ptah? Su «dios de
la cuerda que mide la Tierra» era Toth; él era, como se cuenta en
los Relatos de los Magos, el que había sido designado para ser
guardián de los secretos de las pirámides de Gizeh. Y, según Manetón, fue
Toth el que sustituyó a Horus en el trono de Egipto;
algo que sucedió hacia el 8670 a.C, justo en el momento en que se
terminó la Segunda Guerra de la Pirámide.
Así pues, los grandes anunnaki, zanjadas las disputas entre ellos,
pusieron de nuevo su atención en los asuntos de la humanidad.
Cuando se leen estos antiguos textos, queda claro que en esta
conferencia de paz no sólo se trató del cese de las hostilidades y
de la redistribución de líneas territoriales vinculantes, ¡sino que
también se sentaron las bases sobre la forma en que las tierras
tendrían que ser pobladas por la humanidad! Aquí vemos que Enki
«puso ante los pies del adversario [Enlil] las ciudades que se le
asignaron»; Enlil, a su vez, «puso ante los pies de su adversario
[Enki] la tierra de Sumer».
Podemos imaginarnos a los dos hermanos frente a frente, Enki, como
siempre, el más preocupado de los dos por la humanidad y su destino.
Después de tratar de las disputas entre los mismos anunnaki, Enki
pasó entonces a tratar del futuro de la humanidad. Con posterioridad
al Diluvio, se les había dado la agricultura y la domesticación de
los animales; ahora había llegado el momento de prever y planificar,
y Enki no desperdició la ocasión.
El antiguo texto bien puede estar describiendo un acto espontáneo:
Enki dibujando en el suelo, «ante los pies de Enlil», un plan para
el establecimiento de asentamientos humanos en sus tierras; tras
aceptar, Enlil responde dibujando «ante los pies de Enki» el plan
para la restauración de las ciudades antediluvianas del sur de
Mesopotamia (Sumer).
Pero Enki puso una condición a la idea de restaurar las ciudades
mesopotámicas de antaño: a él y a sus hijos se les tenía que
permitir moverse libremente por Mesopotamia; y a él, a Enki, se le
tenía que devolver el sitio de Eridú, el santificado lugar de su
primera Estación Tierra. Aceptando sus condiciones, Enlil dijo:
«Que
tu morada se haga eterna en mi tierra; a partir del día en que
vengas a mi presenta, la mesa estará dispuesta, y exhalará
deliciosos aromas para ti».
Enlil expresó la esperanza de que, a
cambio de su hospitalidad, Enki ayudaría a llevar la prosperidad
también a Mesopotamia: «Derrama abundancia sobre el País, cada año
incrementa sus riquezas».
Y con todos estos asuntos zanjados, Enki y sus hijos partieron hacia
sus dominios africanos.
Tras la partida de Enki y de sus hijos, Enlil y los suyos pasaron a
considerar el futuro de sus territorios, tanto los viejos como los
nuevos. La primera crónica, de la que habla Barton, cuenta que, con
el fin de reafirmar el estatus de Ninurta como segundo de Enlil y
superior a sus hermanos, éste le puso al mando del País de Antaño.
Los territorios de Adad en el noroeste se extendieron con un delgado
«dedo» (Líbano) hasta abarcar el Lugar de Aterrizaje de Baalbek.
El
territorio en disputa -al que podríamos llamar el Gran Canaán, desde
la frontera de Egipto por el sur hasta la frontera de Adad por el
norte, incluida la actual Siria- se puso bajo la égida de Nannar y
sus descendientes. A este efecto, «se estableció un decreto»,
sellado, y celebrado con una comida a la que asistieron todos los
dioses enlilitas.
Podemos encontrar una versión más dramática de estos acontecimientos
finales en el texto Canto la Canción de la Madre de los Dioses. Aquí
sabemos que, en aquel momento crucial, estalló con toda su
virulencia la rivalidad entre Ninurta, el heredero legal, por ser
hijo de Enlil y de su hermanastra, y Nannar, el primogénito de Enlil
con su esposa oficial Ninlil.
Se nos dice que Enlil consideraba favorablemente los atributos de
Nannar:
«Un primogénito... de hermoso aspecto, perfecto de miembros,
incomparablemente sabio».
Enlil «lo amaba» porque le había dado a
aquellos dos importantísimos nietos, los gemelos Utu/Shamash e
Inanna/Ishtar; llamó a Nannar SU.EN -«Señor Multiplicador»-, un
simpático epíteto que provenía del nombre acadio/semita de Nannar:
Sin. Pero, por mucho que Enlil intentara favorecer a Nannar, lo
cierto es que el heredero legal era Ninurta; éste era «el principal
guerrero de Enlil», y él había llevado a los enlilitas a la
victoria.
Cuando Enlil vaciló entre Sin y Ninurta, Sin buscó la ayuda de su
esposa Ningal, que apeló a Enlil, así como a su esposa Ninlil, la
madre de Sin:
Él llamó a Ningal al lugar de la decisión,
Suen la invitó para que se acercara.
Una decisión favorable ella pidió del padre...
Enlil sopesó [las palabras de ella]... Ante la madre ella [rogó]...
«Recuerda la infancia», le dijo [a Ninlil]... La madre le abrazó enseguida...
Ella le dijo a Enlil:... «Sigue el deseo de tu corazón»...
¿Acaso alguien podría imaginar el decisivo papel que jugaron las
esposas en unas decisiones que afectarían al destino de dioses y
hombres durante milenios? Sabemos que Ningal acudió en ayuda de su
marido; vemos que obtuvieron el apoyo de Ninlil para persuadir al
vacilante Enlil. Pero, entonces, entró en escena otra gran diosa -y
por sus palabras se tomó una decisión apresurada....
Cuando Ninlil instó a Enlil a que «siguiera su corazón» en lugar de
su cabeza, que prefiriera al primogénito sobre su heredero legal,
«Ninurta abrió la boca y dijo...». La protesta de Ninurta se ha
perdido por los daños de la tablilla, pero, por lo que dice después,
Ninharsag hizo valer su peso en apoyo de su hijo Ninurta:
Ella gritó y se lamentó ante su hermano;
se agitaba como una mujer embarazada, [diciendo:]
«Llamé a mi hermano dentro del Ekur, a mi hermano que me dejó embarazada;
¡a mi hermano invoco!».
Pero la llamada de Ninharsag resultó equívoca. Ella estaba apelando
a Enlil como hermana suya en nombre del hijo (Ninurta) que ella le
había dado; pero su llamada pareció una invocación a Enki.
Enfurecido, Enlil le gritó:
«¿A cuál de tus hermanos estás
invocando? ¿A qué hermano que te dejó embarazada?».
Y tomó la
decisión de favorecer el linaje de Sin. Desde aquel momento, hasta
el día de hoy, al País del Espaciopuerto se le conoció como tierra
de Sin -la península del Sinaí.
Como acto final, Enlil designó a su hijo Sin comandante del Centro
de Control de Misiones:
Llamó a Shamash el nieto de Ninlil.
Lo tomó [de la mano]; en Shulim lo puso.
Fig. 53
Jerusalén -Ur-Shulim, la «Ciudad de Shulim»- se puso bajo el mando
de Shamash. Su nombre, SHULIM, significaba «El Lugar Jerusalén,
Supremo de las Cuatro Regiones», y se le aplicó el emblema sumerio
de las «Cuatro Regiones» (Fig. 53 a), que posiblemente fuera el
precursor del emblema judío: la Estrella de David (Fig. 53 b).
Al suplantar a la Nippur antediluviana como Centro de Control de
Misiones postdiluviano, recibió también el antiguo título de Ombligo
de la Tierra, punto central de la Rejilla Divina que hacía posible
las idas y venidas entre la Tierra y Nibiru. Y, emulando el plano
concéntrico antediluviano centrado en Nippur, el lugar seleccionado
para ser el «Ombligo de la Tierra» -el Monte Moría- se ubicó en la
línea central, la línea de aterrizaje, dentro del corredor de
aterrizaje (Fig. 54), equidistante de la plataforma de aterrizaje de Baalbek (BK) y del mismo espaciopuerto (EP).
Fig. 54
Los dos puntos de anclaje del corredor de aterrizaje también tenían
que ser equidistantes del Centro de Control de Misiones (JM);
pero tuvieron que hacer un cambio en los planos originales, pues Ninurta
había inutilizado la montaña artificial -«Casa Que Es Como una
Montaña», la Gran Pirámide- al desnudarla de sus cristales y sus
equipos. De modo que se tomó la decisión de erigir, todavía con
exactitud en la línea noroeste del corredor pero al norte de Gizeh,
una nueva Ciudad Baliza.
Los egipcios la llamaron la Ciudad de Anu;
su símbolo jeroglífico es una alta torre empinada (Fig. 55) con una
superestructura aún más alta que apunta hacia el cielo como una
flecha. Milenios más tarde, los griegos llamarían a aquel lugar
Heliópolis («Ciudad de Helios», el dios Sol), el mismo nombre que se
le había aplicado a Baalbek. En ambos casos, se trataba de una
traducción de nombres mas antiguos que relacionaban a los dos
lugares con Shamash, «El Que es brillante como el Sol»; de hecho, a
Baalbek se le llamó en la Bibna Beth-Shemesh, Casa de Shamash, o
Heliópolis en griego.
Fig.55
El cambio de emplazamiento de la baliza, desde Gizeh (GZ) a
Heliópolis (HL), en el punto de anclaje noroccidental del corredor
de aterrizaje precisó también de un cambio en el punto de anclaje
sudoriental, para mantener equidistantes los dos puntos de Monte
Moria. Para este propósito, se encontró un monte un poco más bajo
que el Monte Santa Catalina, pero aún en la línea del corredor.
Se
le llamó Monte Umm-Shumar (Monte de la Madre de Sumer -US en el
mapa). Las listas geográficas sumerias citan a las dos montañas
adyacentes de Tilmun como KA HARSAG («El Pico de la Puerta») y
HARSAG ZALA.ZALAG («Pico Que Emite la Brillantez»).
La construcción, el manejo y las operaciones en las instalaciones
aeroespaciales de Tilmun y de Canaán precisaban de nuevas rutas de
abastecimiento y de puestos avanzados de protección. La ruta
marítima a Tilmun se mejoró con el establecimiento de una ciudad
portuaria («Ciudad Tilmun», para distinguirla de la «Tierra de
Tilmun») en la costa este del Mar Rojo, probablemente donde se
encuentra la ciudad portuaria de el-Tor. También creemos que llevó
al establecimiento de la ciudad más antigua del mundo: Jericó, que
se consagró a Sin (Yeriho en hebreo) y a su símbolo celeste, la
Luna.
La edad de Jericó es un enigma que viene desconcertando a los
expertos desde hace tiempo. Éstos dividen a grandes rasgos el
progreso del hombre (que se expandió desde Oriente Próximo) en la
época del Mesolítico («Edad de Piedra Media»), que vio la
introducción de la agricultura y de la domesticación de los animales
hacia el 11000 a.C; el Neolítico («Edad de Piedra Nueva»), 3.600
años más tarde, que trajo con ella las poblaciones y la cerámica; y,
por último, la civilización urbana de Sumer, una vez más 3.600 años
después. Sin embargo, ahí estaba Jericó: un centro urbano ocupado y
construido por unos desconocidos en algún momento de los alrededores
del 8500 a.C, cuando el hombre no había aprendido siquiera a vivir
en un pueblo...
Pero los enigmas que plantea Jericó no tienen que ver sólo con su
edad, sino también con lo que los arqueólogos han encontrado
allí -las casas, construidas sobre cimientos de piedra, disponían de
puertas con jambas de madera; y las paredes estaban pulcramente
enyesadas y pintadas de rojo, rosa y otros colores -a veces, incluso
cubiertas con murales.
Pulcros hogares y pilas aparecieron
incrustados en los blancos suelos enyesados, suelos que se solían
decorar con diversos diseños. Los muertos eran enterrados a veces
bajo los suelos -enterrados pero no olvidados: al menos se
encontraron diez cráneos que se habían rellenado con yeso para
recrear los rasgos del fallecido (Fig. 56).
Fig. 56
Según todos, estos
rasgos resultan más finos y avanzados que los de los habituales
habitantes del Mediterráneo de aquella época. Y todo esto estaba
protegido por una imponente muralla que rodeaba la ciudad (¡milenios
antes de Jesús!). Se levantó en mitad de una zanja de más de nueve
metros de anchura y dos metros de profundidad, excavada en la roca
«sin la ayuda de picos ni azadas» (James Mellaart, Earliest
Civilizations of the Near East). Hubo «un desarrollo explosivo... un
desarrollo espectacular cuyas causas», dice Mellaart, «aún nos
resultan desconocidas».
El enigma de la Jericó prehistórica se agrava con las evidencias de
sus redondos silos de grano, uno de los cuales se encontró todavía
parcialmente en pie. En una cálida depresión cercana al Mar Muerto,
a 250 metros bajo el nivel del mar, en un inhóspito lugar inadecuado
para el cultivo de los cereales, se encontraron evidencias de la
abundancia de provisiones y del almacenaje continuo de trigo y de
cebada. ¿Quién pudo construir esta avanzada ciudad en época tan
remota? ¿Y quién vivió en este lugar, a quién sirvió como ciudad
almacén fortificada?
En nuestra opinión, la solución a este enigma se encuentra en la
cronología de los «dioses», no de los hombres. Se encuentra en el
hecho de que este increíble primer asentamiento urbano de Jericó
(entre el 8500
a.C. y el 7000 a.C.) se corresponde exactamente con el período que,
según Manetón, comprendió el reinado de Toth en Egipto (entre el
8670 y el 7100 a.C).
Su ascenso al trono, como ya vimos por los
textos mesopotámicos, siguió a la Conferencia de Paz. Los textos
egipcios dicen de su ascenso que se pronunció «en presencia de los Determinadores de Anu, después de la noche de la batalla» y después
de que él ayudara «a derrotar al Viento Tormentoso» (Adad) «y al
Torbellino» (Ninurta), y de ayudar más tarde a «hacer la paz entre
los dos combatientes».
El período que los egipcios asociaban con el reinado de Toth fue una
época de paz entre los dioses, cuando más poblaciones establecieron
los anunnaki en relación con la construcción y la protección de las
nuevas instalaciones espaciales.
La ruta marítima a Egipto y Tilmun, a través del Mar Rojo, tenía que
ser apoyada por una ruta terrestre que permitiera conectar
Mesopotamia con el Centro de Control de Misiones y el
Espaciopuerto. Desde tiempo inmemorial, esta ruta terrestre llevaba
desde el río Eufrates hasta el importante punto de Harran, en la
región del río Balikh. Desde aquí, el viajero tenía que elegir entre
proseguir hacia el sur y llegar a la costa mediterránea -el camino
al que los romanos llamarían Vía Maris («El Camino del Mar»)- o
continuar por la ribera oriental del Jordán, a lo largo de la
igualmente famosa Calzada del Rey.
La primera era la ruta más corta
a Egipto; la última podía llevar al Golfo de Eilat, al Mar Rojo,
Arabia y África, así como a la península del Sinaí; también podía
llevar a la ribera occidental del Jordán a través de diversos puntos
de cruce. Era la ruta por la cual se traía el oro africano.
El más vital de estos cruces, el que llevaba directamente al Centro
de Control de Misiones de Jerusalén, era el punto de cruce de
Jericó. Por allí cruzarían los israelitas el Jordán para entrar en
la Tierra Prometida, y sugerimos que fue allí donde, milenios antes,
los anunnaki establecieron una ciudad que protegiera el punto de
cruce y que ofreciera provisiones a los viajeros para que
continuaran su viaje. Hasta que el hombre lo convirtió en su hogar,
Jericó no fue más que un puesto avanzado de los dioses.
¿Acaso los anunnaki construirían una población sólo en la ribera
occidental del Jordán, dejando la ribera oriental, la más
importante, la de la Calzada del Rey, desprotegida? Resulta
razonable pensar que debió haber otra población en el lado opuesto,
en la ribera oriental del Jordán. Y, de hecho, esa población se ha
encontrado, aunque no es demasiado conocida fuera de círculos
arqueológicos; y lo que se descubrió allí es aún más sorprendente
que lo descubierto en Jericó.
Este enigmático lugar fue descubierto en 1929 por una misión
arqueológica organizada por el Instituto Bíblico Pontificio del
Vaticano. Los arqueólogos, dirigidos por Alexis Mallon, se
sorprendieron por el alto nivel de la civilización que se encontraron
allí. Hasta el nivel más antiguo de habitación (hacia el 7500 a.C.)
estaba pavimentado con ladrillos, y aunque el período en que estuvo
poblado iba desde el final de la Edad de Piedra hasta la Edad del
Bronce, los arqueólogos se sorprendieron al ver que en todos los
niveles se revelaba la misma civilización.
A este lugar se le dio en llamar Tell Ghassul, por el nombre de la
colina en la que se halló, dado que su nombre antiguo es aún
desconocido. Evidentemente, controlaba, junto con otras poblaciones
satélites, el vital punto de cruce y la calzada que llevaba hasta
él, una vía que aún hoy en día se sigue utilizando para llegar al
Puente Allenby (Fig. 57).
Los arqueólogos ya se percataron de la
estratégica ubicación de Tell Ghassul cuando comenzaron a excavar
sus ruinas:
«Desde la cima de la colina, se tiene una interesante
panorámica de todas las tierras de alrededor: el Jordán al oeste,
como una línea oscura; al noroeste, el collado de la antigua Jericó;
y más allá de éste, las montañas de Judea, con Beth-El y el Monte de
los Olivos de Jerusalén. Belén está tapada por el Monte el-Muntar,
pero se pueden ver las alturas de Tekoah y los alrededores de
Hebrón»
(A. Mallon, R. Koeppel y
R. Neuville, Teleilat Ghassul, Compte Rendu des Fouilles de
l'Institut Biblique Pontifical).
Hacia el norte, no hay obstáculos a
la vista en unos cincuenta kilómetros; hacia el este, se puede ver
el Monte Moab y las estribaciones del Monte Nebo; hacia el sur, «más
allá del espejo del Mar Muerto, se puede ver la montaña de sal,
Monte Sodoma».
Los principales restos descubiertos en Tell Ghassul cubren un
Período durante el cual estuvo ocupada por una avanzada
civilización, desde antes del 4000 a.C. hasta los alrededores del
2000 a.C, cuando el lugar fue repentinamente abandonado. Los objetos
y el sistema de irrigación, de mayor nivel que el que predominaba
en la región, convencieron a los arqueólogos de que sus pobladores
habían llegado desde Mesopotamia.
Fig. 57
De los tres collados que forman la colina, dos parece que se
utilizaron como zona de viviendas y uno como zona de trabajo. Este
último estaba subdividido en segmentos rectangulares, dentro de los
cuales había «hoyos» circulares, normalmente por parejas.
No parece
que fueran hogares para la preparación de los alimentos, dada su
profusión y el hecho de que vayan emparejados (¿para qué iban a
querer seis u ocho de estos hoyos en un solo compartimiento?), sino
también porque algunos de ellos eran cilíndricos y profundizaban
excesivamente en la tierra.
En combinación con éstos, se encontraron
unas enigmáticas «franjas de ceniza» (Fig. 58), restos de algún tipo
de material combustible, que se cubría con arena fina y tierra, para
formar así el cimiento de otra capa de estas «franjas de ceniza».
Fig. 58
En la superficie, el suelo estaba cubierto de guijarros, restos de
rocas despedazadas por una fuerza que también las había oscurecido.
Entre los objetos encontrados había un objeto pequeño y circular
hecho de arcilla cocida (Fig. 59), modelado con precisión para algún
propósito técnico desconocido.
Pero los misterios se acrecentaron en las zonas residenciales. Allí,
los muros de las rectangulares casas habían caído como si hubieran
sido golpeados por una fuerza repentina a nivel del suelo, a
consecuencia de lo cual las partes superiores de las paredes habían
caído limpiamente hacia dentro.
Fig. 59
Gracias a tan pulcro derrumbe, fue posible recomponer algunos de los
sorprendentes murales que fueron pintados y repintados en aquellas
paredes. En uno de ellos, una malla con forma de jaula forjaba una
ilusión tridimensional sobre el objeto creado en la pared.
En una de
las casas, parecía que todas las paredes habían sido pintadas con
una u otra escena; en otra, habían construido un diván empotrado de
tal forma que el dueño, estando reclinado, podía contemplar el mural
que cubría toda la pared de enfrente. En éste, se representó a una
hilera de gente -los dos primeros iban sentados en tronos- yendo
hacia (o dando la bienvenida a) otra persona, que da la impresión de
salir de un objeto que emite rayos.
Los arqueólogos que descubrieron estos murales durante las
excavaciones de 1931-32 y 1932-33 llegaron a la conclusión de que el
objeto radiante se parecía a una «estrella» de lo más inusual que se
había encontrado pintada en otra construcción.
Era una «estrella» de
ocho puntas dentro de otra «estrella» de ocho puntas más grande, que
culminaba en un estallido de ocho rayos (Fig. 60). El preciso
dibujo, compuesto a partir de diversas formas geométricas, fue
artísticamente elaborado en negro, rojo, blanco, gris y tonos
intermedios; y, según el análisis químico, las pinturas utilizadas
no eran sustancias naturales, sino sofisticados compuestos de entre
doce y dieciocho minerales.
Fig. 60
Los descubridores del mural supusieron que aquella «estrella» de
ocho puntas tenía algún «significado religioso», señalando que la
estrella de ocho puntas, que representaba al planeta Venus, era el
símbolo celeste de Ishtar. Sin embargo, lo cierto es que no existen
evidencias de culto religioso alguno, ni tampoco se han encontrado
en Tell Ghassul «objetos de culto», estatuillas de dioses ni nada
por el estilo, lo que constituye otra anomalía del lugar.
Esto
indicaría, según nos parece, que no estuvo habitado por adoradores,
sino por aquéllos que eran objeto de adoración: los «dioses» de la
antigüedad,
los anunnaki.
De hecho, nos podemos encontrar con un dibujo similar en el mismo
Washington D.C. Se puede contemplar en el vestíbulo de la sede de la
National Geographic Society; es un mosaico en el suelo que
representa la rosa de los vientos y que denota el interés de esta
sociedad en los cuatro puntos cardinales de la Tierra y en sus
puntos intermedios (este, noreste; norte, noroeste; oeste, sudoeste;
sur, sureste). Y creemos que fue esto también lo que los antiguos
pintores tenían en mente: indicar su relación, y la del lugar, con
las cuatro regiones de la Tierra.
La idea de que la «estrella» radiante no tenía un significado
sagrado viene reforzada también por la falta de devoción que denotan
los graffitis que la circundan. En éstos (Fig. 60), se representan
construcciones de gruesos muros, aletas de peces, pájaros, alas, un
barco e, incluso (según sugieren algunos), un dragón marino (en la
esquina superior izquierda); en estos graffitis, se observan
distintos tonos de amarillos y marrones, además de los colores ya
mencionados.
Una atención especial merecen dos figuras en las que se ven unos
grandes «ojos». De esto sabemos algo más, pues estas figuras se
encontraron pintadas también, a mayor escala y con mayor detalle, en
las paredes de otras casas. Estos objetos tenían un aspecto esférico
u oval, con diversas capas en la parte superior, pintadas en blanco
y negro. En el centro había dos grandes «ojos», unos perfectos
discos negros dentro de círculos blancos. En la base, se veían dos
(¿o cuatro?) soportes extendidos en rojo; por entre estas patas
mecánicas, sobresalía un artilugio bulboso (Fig. 61).
Fig. 61
¿Qué eran estos objetos? ¿No serían los «Torbellinos» de los textos
de Oriente Próximo (incluido el Antiguo Testamento), los «Platillos
Volantes» de los anunnaki? Los murales, los hoyos circulares,
las franjas de cenizas, los ennegrecidos guijarros, la ubicación del
lugar, todo lo que se ha descubierto y, probablemente, lo mucho que
queda, hablan de Tell Ghassul como de un bastión y base de
suministros de las aeronaves de patrulla de los anunnaki.
El punto de cruce entre Tell Ghassul y Jericó jugó un papel
importante y milagroso en diversos acontecimientos bíblicos, un
hecho que pudo potenciar el interés del Vaticano por aquel lugar.
Fue allí donde el profeta Elias atravesó el río (hacia la ribera
oriental) con el fin de concertar una cita -¿en Tell Ghassul?- para
que «un carro de fuego... en un Torbellino» lo elevara a las
alturas.
Fue en aquella zona en la que, al término del éxodo
israelita desde Egipto, Moisés, al haberle denegado el Señor la
entrada en Canaán,
«subió desde la llanura de Moab» -la zona de
Tell
Ghassul- «al Monte Nebo, hasta su cumbre más alta, que domina
Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: desde Gilead hasta Dan,
y la tierra de Neftalí, y el país de Efraín y Manases, y toda la
tierra de Judea hasta el Mediterráneo; y el Negeb y el valle de
Jericó, la ciudad de las palmeras datileras».
Es la descripción de
una visión que se corresponde con la que vieron los arqueólogos
desde la cumbre de Tell Ghassul.
El mismo cruce del río, bajo la dirección de Josué, supuso el
milagroso retroceso de las aguas del Jordán, bajo el influjo del
Arca Sagrada y su contenido. Fue entonces,
«cuando Josué estaba
cerca de Jericó, que elevó los ojos y he aquí que había un hombre
frente a él con una espada en la mano; y Josué fue a él y le dijo:
'¿Estás con nosotros o con nuestros enemigos?', y éste dijo: 'Nada
de eso; soy un capitán de las huestes del Señor'. Y Josué cayó sobre
su rostro en el suelo y se postró, y le dijo: '¿Qué le dice mi señor
a su sirviente?', y el capitán de las huestes de Yahveh le dijo a
Josué: 'Descálzate, pues el lugar en el que te encuentras está
prohibido'».
Después, el capitán de
las tropas de Yahveh le informó de los planes
del Señor para la conquista de Jericó. Le dijo que no intentara
asaltar sus murallas por la fuerza, sino que diera siete vueltas a
las murallas con el Arca de la Alianza, y que, al séptimo día, los
sacerdotes hicieran sonar las trompetas y el pueblo levantara un
gran griterío, cuando se les ordenara.
«Y las murallas de Jericó
cayeron».
También Jacob, al cruzar el Jordán de noche a su regreso a Canaán
desde Harran, se tropezó con «un hombre», y ambos lucharon hasta el
amanecer, momento en el cual Jacob se dio cuenta de que su
contrincante era una deidad;
«y Jacob le llamó al lugar Peni-El ('El
Rostro de Dios'), pues he visto a dios cara a cara y he
sobrevivido».
De hecho, el Antiguo Testamento dice con toda claridad que en
tiempos antiguos hubo poblaciones de los anunnaki en los accesos más
importantes a la península del Sinaí y a Jerusalén. A Hebrón, la
ciudad que custodiaba la ruta entre Jerusalén y el Sinaí,
«se le
llamaba antiguamente Kiryat Arba («Fortaleza de Arba»); fue un Gran
Hombre («rey») entre los Anakim»
(Josué, 14:15).
Los descendientes
de los Anakim, se nos diría más adelante, todavía moraban en la
región durante la conquista israelita de Canaán; y existen multitud
de referencias bíblicas a las moradas de los Anakim en la ribera
oriental del Jordán.
¿Quiénes eran estos Anakim? Este término se traduce habitualmente
como «gigantes», la misma traducción que se le daba al término
bíblico Nefilim. Pero ya hemos demostrado sin lugar a dudas que, por
Nefilim («Aquéllos Que Bajaron»), el Antiguo Testamento se refería
al «Pueblo de las Naves Voladoras».
Nos atrevemos a sugerir que los Anakim no eran otros que los
Anunnaki.
Hasta ahora, nadie se ha percatado de que los 3.650 años que Manetón
le asignó al reinado de los «semidioses» que pertenecieron a la
dinastía de Toth resulta una cifra altamente significativa, pues
solo se diferencia en 50 años de los 3.600 de la órbita de Nibiru,
el Planeta materno de los anunnaki.
Venimos sosteniendo que no fue accidental que el progreso de la
humanidad desde la Edad de Piedra hasta la elevada civilización de
Sumer tuviera lugar a intervalos de 3.600 años -hacia el 11000, el
7400 y el 3800 a.C. Fue como si, en cada ocasión, «una mano
misteriosa tomara al Hombre de su declive y lo elevara a un nivel
superior de cultura, conocimientos y civilización», escribimos en El Duodécimo Planeta; y sostenemos que cada uno de estos casos
coincidió con los momentos en que los anunnaki podían ir y venir
entre la Tierra y Nibiru.
Estos avances se difundieron desde el núcleo mesopotámico a todo el
mundo antiguo; y la egipcia «Era de los semidioses» (descendientes
de la cohabitación de dioses y humanos) -entre el 7100 y el 3450
a.C, según Manetón- coincide incuestionablemente con el período
Neolítico en Egipto.
Podemos suponer que el destino de la humanidad y las relaciones de
los dioses con ésta eran temas de discusión entre los Grandes
Anunnaki, los «siete que decretan». Sabemos con certeza que
tales deliberaciones tuvieron lugar antes del repentino, y por otra
parte inexplicable, florecimiento de la civilización sumeria, ¡pues
los sumerios nos han dejado anotaciones de estas discusiones!
Cuando comenzó la reconstrucción de Sumer, lo primero en volverse a
construir fueron las Ciudades de Antaño, pero ya no sólo como
Ciudades de los Dioses, pues a la humanidad se le permitió estar a
partir de entonces en estos centros urbanos para cuidar, en
representación de los dioses, de los campos, las huertas y los
ganados de los alrededores, y para estar al servicio de los dioses
de todas las formas imaginables: no sólo como cocineros u horneros,
artesanos y tejedores, sino también como sacerdotes, músicos,
artistas y prostitutas del templo.
La primera ciudad que se reestableció fue Eridú. Como había sido la
primera población en la Tierra de Enki, se le dio de nuevo a
perpetuidad. Su santuario inicial allí (Fig. 62) -una maravilla de
la arquitectura en aquellos primitivos días- se elevaría y crecería
con el tiempo hasta convertirse en un magnífico templo-morada, el
E.EN.GUR.RA («Casa del Señor Cuyo Retorno Es Triunfante»), adornado
con oro, plata y metales preciosos del Mundo Inferior, y protegido
por el «Toro del Cielo».
Nippur se reestableció para Enlil y Ninlil;
allí se elevó un nuevo Ekur («Casa Montaña» -Fig. 63), equipada esta
vez no como Centro de Control de Misiones, sino con terroríficas
armas -«el Elevado Ojo que explora la tierra»; y «el Elevado Rayo»,
que penetra todo. En su zona sagrada también se albergaba el
«Pájaro de rápido paso» de Enlil, de cuya «garra nadie podía
escapar».
Fig. 62
En un «Himno a Eridú», recogido y traducido por
A. Falkenstein
(Sumer, vol. VII), se describe el viaje que realizó Enki para
asistir a una reunión de todos los grandes dioses, con ocasión de
una visita de Anu a la Tierra, para una de aquellas deliberaciones
que determinaban el destino de dioses y hombres cada 3.600 años.
Después de algunas celebraciones, cuando «los dioses habían
degustado la intoxicante bebida, el vino preparado por los hombres»,
llegó el momento de las solemnes decisiones.
«Anu se sentó en el
sitio de honor; cerca de él, se sentó Enlil; Ninharsag se sentó
sobre el brazo de un sillón».
Anu llamó al orden a la reunión, «y les dijo así a los anunnaki»:
¡Grandes dioses que habéis venido hasta aquí,
Annuna-dioses, que al Tribunal de la Asamblea habéis venido!
Mi hijo se ha construido una Casa; el señor Enki Eridú como la montaña sobre la Tierra ha levantado;
su Casa, en un hermoso lugar ha construido.
Al lugar, Eridú, no puede entrar nadie sin ser invitado...
En su santuario, desde el Abzu las Fórmulas Divinas ha depositado Enki.
Fig. 63
Esto llevó las deliberaciones hasta el punto clave de la agenda: las
quejas de Enlil de que Enki estaba negando a los otros dioses las
«Fórmulas Divinas» -el conocimiento de más de un centenar de
aspectos de la civilización-, confinando el progreso a Eridú y a su
pueblo nada más.
(Es un hecho arqueológicamente confirmado que
Eridú
fue la ciudad postdiluviana más antigua de Sumer, el origen de la
civilización sumeria.)
Fue entonces cuando se decidió que Enki debía
compartir las Fórmulas Divinas con el resto de dioses, para que
también ellos pudieran establecer y reestablecer sus centros
urbanos: la civilización se tenía que conceder a la totalidad de Sumer.
Cuando terminó la parte oficial de las deliberaciones, los dioses
que estaban en la Tierra les dieron una sorpresa a sus visitantes
celestes. Mitad de camino entre Nippur y Eridú habían construido un
recinto sagrado en honor a Anu; una morada que había recibido el
nombre de E.ANNA -«Casa de Anu».
Antes de dejar la Tierra para volver a su planeta madre, Anu y
Antu,
su esposa, pasaron la noche en su templo terrestre; fue una ocasión
marcada por la pompa y el boato. Cuando llegaron a la nueva ciudad
-que después se conocería como Uruk (la bíblica Erek)- los dioses
les acompañaron en procesión hasta el templo. Mientras se preparaba
una suntuosa cena, Anu, sentado en un trono, conversaba con los
dioses varones; Antu, acompañada por las diosas, se cambiaba de ropa
en la sección del templo llamada «Casa del Lecho Dorado».
Los sacerdotes y otros asistentes del templo servían «vino y buen
aceite», mientras se sacrificaba «un toro y un carnero para Anu,
Antu y todos los dioses». Pero el banquete se retrasó hasta que
estuvo lo suficientemente oscuro como para ver los planetas:
«Júpiter, Venus, Mercurio, Saturno, Marte y la Luna -tan pronto como
aparecieran».
Con esto, y tras el ceremonial lavado de manos, se
sirvió la primera parte de la cena:
«Carne de toro, carne de
carnero, pollo... así como una excelente cerveza y un buen vino».
Después, se hizo una pausa para el punto culminante de la noche.
Mientras un grupo de sacerdotes se ponía a cantar el himno «Kakkab
Anu etellu shamame», «El Planeta de Anu se Eleva en los Cielos», un
sacerdote subía hasta «lo más alto de la torre del templo» para
observar en los cielos la aparición del Planeta de Anu, Nibiru. En
el momento esperado, y en el lugar de los cielos previsto, apareció
el planeta.
Acto seguido, los sacerdotes se pusieron a cantar las
composiciones «Al Que Gana Brillo, el Planeta Celestial del Señor Anu» y «La Imagen del Creador Ha Surgido». Se encendía una hoguera
como señal, y mientras las noticias se difundían de un puesto de
observación a otro, se iban encendiendo hogueras en un puesto tras
otro. Antes de terminar la noche, todo el país estaba iluminado.
Por la mañana, se ofrecieron oraciones de agradecimiento en la
capilla del templo, y en una secuencia llena de ceremonia y
simbolismo, los visitantes celestes iniciaron su partida. «Anu se
va», cantaban los sacerdotes; «Anu, gran rey del Cielo y la Tierra,
te pedimos tu bendición». Después de que Anu diera las solicitadas
bendiciones, la procesión bajó por la «Calle de los Dioses» hasta el
«Lugar de la barca de Anu». Allí hubo más oraciones, y se entonó un
himno en una capilla llamada «Construye la Vida en la Tierra».
Entonces llegó el momento en que los que se quedaban bendijeran a la
pareja que partía, y se recitaron los siguientes versos:
¡Gran Anu, que el Cielo y la Tierra te bendigan!
¡Que los dioses Enlil, Ea y Ninmah te bendigan! ¡Que los dioses Sin y Shamash te bendigan...
¡Que los dioses Nergal y Ninurta te bendigan... ¡Que los igigi que están en el cielo
y los anunnaki que están en la
Tierra
te bendigan! ¡Que los dioses del Abzu y los dioses de la tierra santa te bendigan!
Y, después, Anu y Antu partieron hacia el espaciopuerto, en el día
decimoséptimo de su visita a la Tierra, según afirma una tablilla
encontrada en los archivos de Uruk. La trascendental visita había
terminado. Sus decisiones abrieron el camino para el establecimiento
de nuevas ciudades, además de las de Antaño. La primera y principal
de ellas fue Kis.
Se puso bajo el control de Ninurta, el «Hijo
Principal de Enlil», que la convirtió en la primera capital
administrativa de Sumer. Para Nannar/Sin, el «Primogénito de Enlil»,
se estableció el nuevo centro urbano de Ur («La Ciudad»); un lugar
que se convertiría en el corazón económico de Sumer.
Se tomaron otras decisiones en lo relativo a la nueva era de
desarrollo de la humanidad y de sus relaciones con los anunnaki. En
los textos sumerios podemos leer, en lo concerniente al
trascendental cónclave que lanzó la gran civilización de Sumer, que
«los grandes anunnaki que decretan el destino» decidieron que los
dioses «eran demasiado elevados para la Humanidad».
El término
utilizado -elu en acadio- significa exactamente eso: «Elevados»; de
él procede el babilonio, asirio, hebreo y ugarítico El, el término
al cual los griegos dieron la connotación de «dios».
Los anunnaki consideraron necesario dar a la humanidad la «Realeza»
como intermediaria entre ellos y la ciudadanía humana. Todos los
registros sumerios atestiguan que esta importante decisión se tomó
durante la visita de Anu, en el Consejo de los Grandes Dioses.
En un
texto acadio (la Fábula del Tamarisco y la Palmera Datilera) se
describe la reunión que había tenido lugar «en días muy lejanos, en
tiempos pasados»:
Los dioses del país, Anu, Enlil y Enki,
convocaron una asamblea.
Enlil y los dioses hicieron consejo;
entre ellos estaba sentado Shamash; entre ellos estaba también Ninmah.
En aquella época, «aún no había realeza en la tierra; los dioses
eran los que gobernaban». Pero el Gran Consejo decidió cambiar
aquello y conceder la realeza a la humanidad. Todas las fuentes
sumerias coinciden en que la primera ciudad real fue Kis.
Los
hombres a los que designó Enlil como reyes recibieron el nombre de
LU.GAL, «Hombre Poderoso». Nos encontramos con el mismo registro en
el Antiguo Testamento (Génesis 10): cuando la humanidad estaba
estableciendo sus reinos:
Kis engendró a Nemrod; él fue el primero en ser un Hombre Poderoso en el País...
y los comienzos de su reino: Babel, Erek y Acad, todas ellas en la tierra de Senaar [Sumer].
Mientras el texto bíblico dice que las tres primeras capitales
fueron Kis, Babilonia y Erek, las Listas de los Reyes Sumerios
afirman que la Realeza se trasladó de Kis a Erek y, luego, a
Ur,
omitiendo cualquier mención a Babilonia. Esta aparente discrepancia
tiene un motivo: creemos que tiene que ver con el incidente de la
Torre de Babel (Babilonia), que el Antiguo Testamento registra con
no poco detalle.
Creemos que fue un incidente que tuvo que ver con
la insistencia de Marduk en que debía ser él, en vez de Nannar, el
que debía poseer la siguiente capital de Sumer. Está claro que
sucedió durante el reasentamiento en la llanura de Sumer (la bíblica
Senaar), cuando se estaban construyendo nuevos centros urbanos:
Y mientras viajaban desde el este,
encontraron un valle en el País de Senaar y se asentaron allí.
Y se dijeron unos a otros:
«Hagamos ladrillos, y cozámoslos al fuego»;
y los ladrillos les sirvieron como piedra, y el betún les sirvió de
argamasa.
Fue entonces cuando un instigador anónimo propuso el proyecto
provocó el incidente:
«Venid, construyámonos una ciudad, y una torre
cuya cúspide alcance los cielos».
«Y Yahveh bajó a ver la ciudad y la torre que los humanos estaban
construyendo»;
Y dijo a sus anónimos colegas: «Esto no es más que el
comienzo de sus empresas; de ahora en adelante, nada de lo que se
propongan hacer les será imposible».
Y Yahveh les dijo a sus
colegas: «Venid, bajemos y confundamos su lenguaje, para que no se
entiendan entre ellos».
Y el Señor «los desperdigó desde allí por
toda la faz de la Tierra, y ellos dejaron de construir la ciudad».
Es un dogma de los recuerdos históricos sumerios que hubo un tiempo
en que la humanidad «hablaba al unísono». Y también afirman que la
confusión de lenguajes, junto con la dispersión de la humanidad, fue
una decisión deliberada de los dioses. Al igual que el Antiguo
Testamento, los escritos de Beroso daban cuenta de que,
«los dioses
introdujeron gran diversidad de lenguas entre los hombres, que hasta
aquel momento habían hablado todos el mismo lenguaje».
Al igual que
en el relato bíblico, las historias de Beroso relacionan la
diversificación de lenguas y la dispersión de la humanidad con el
incidente de la Torre de Babel:
«Cuando todos los hombres hablaban
la misma lengua, algunos entre ellos se propusieron erigir una
grande y elevada torre que les permitiera trepar hasta el cielo.
Pero el Señor, enviando un torbellino, confundió sus intenciones, y
le dio a cada tribu un lenguaje propio».
La conformidad de los relatos sugiere la existencia de una fuente
común más antigua de la que obtuvieron su información tanto los
compiladores del Antiguo Testamento como Beroso. Aunque se acepta en
términos generales que este texto original no se ha encontrado
todavía, lo cierto es que George Smith, en su primera publicación de
1876, dio cuenta del descubrimiento, en la biblioteca de Assurbanipal en Nínive, de «un mutilado relato de parte de la
historia de la Torre»; y llegó a la conclusión de que el relato se
escribió originalmente en dos tablillas; en la que él encontró
(K-3657), había seis columnas de texto cuneiforme; pero sólo pudo
recomponer fragmentos de cuatro columnas.
Indudablemente, es una
versión acadia del relato sumerio de la Torre de Babel; y queda
claro allí que el incidente no lo provocaron los seres humanos sino
los mismos dioses. Los seres humanos no fueron más que unas
marionetas en el forcejeo.
Recompuesto por George Smith, y retraducido por W. S. C. Boscawen
en las Transactions of the Society of Biblical Archaeology (vol. '
V), el relato comienza con la identificación del instigador; no
obstante, los daños en las líneas borraron el nombre.
«Los
pensamientos» del corazón de este dios «eran malvados; contra el
Padre de los Dioses [Enlil] estaba enfrentado».
Para lograr sus
malvados propósitos, «corrompió a la gente de Babilonia para que
pecara», induciendo a «grandes y pequeños para que se mezclaran en
el montículo».
Cuando la pecaminosa obra llamó la atención de «el señor del
Montículo Puro» -ya identificado como Enlil en el
cuento del Ganado
y el Cereal-, Enlil,
«al Cielo y sobre la Tierra habló... Elevó su
corazón al Señor de los Dioses, Anu, su padre; su corazón solicitaba
una orden. También elevó en aquel momento [¿su corazón? ¿su voz?] a
Damkina».
Sabemos bien que ésta era la madre de Marduk, por lo que
todas las pistas le señalan a él como el instigador. Pero Damkina
permaneció a su lado: «Con mi hijo asciendo...», dijo ésta. En el
incompleto versículo que sigue, Damkina afirma que «su número» -¿su
rango numérico?- estaba por tratar.
Más tarde, la porción legible de la columna III trata de los
esfuerzos de Enlil por hacer desistir al grupo rebelde de sus
planes. Elevándose en un Torbellino, «Nunamnir [Enlil] del cielo a
la tierra habló; [pero] por su sendero no fueron; se enfrentaron
violentamente contra él». Cuando Enlil «vio esto, descendió a la
tierra». Pero ni siquiera su presencia en el lugar cambió nada. En
la última columna, leemos que «al no conseguir un alto de los
dioses», no tuvo más elección que recurrir a la fuerza:
A su torre fortaleza, en la noche,
dio absoluto fin.
En su furia, una orden dio también:
una gran dispersión fue su decisión.
Dio la orden de que se confundieran sus designios.
...la carrera de ellos detuvo.
El antiguo escriba mesopotámico terminó el
relato de la Torre de
Babel con un amargo recuerdo: debido a que ellos «contra los dioses
se rebelaron con violencia, violentamente lloraron por Babilonia;
mucho lloraron».
La versión bíblica también cita a Babel (Babilonia en hebreo) como
el lugar donde tuvo lugar el incidente. El nombre es significativo,
pues en el original acadio -Bab-Ili- significa «Puerta de los
Dioses», el lugar por el cual los dioses entraban y salían de Sumer.
Fue allí, según la narración bíblica, donde los conspiradores
planearon construir «una torre cuya cúspide alcance los cielos». Las
palabras son idénticas a las que componen el nombre del zigurat (una
pirámide de siete niveles) que fue el rasgo dominante de la antigua
Babilonia (Fig. 64): E.SAG.ILA, «Casa Cuya Cúspide esta Elevada».
Fig. 64
Los textos bíblicos y mesopotámicos, basados indudablemente en una
crónica original sumeria, nos cuentan así el mismo incidente: el
intento frustrado de Marduk por evitar la transferencia de la
realeza desde Kis a Erek y Ur, ciudades destinadas a ser centros de
poder de Nannar/Sin y sus hijos, y por hacerse con la soberanía para
su propia ciudad, Babilonia.
Sin embargo, en su intento, Marduk puso en marcha una cadena de
acontecimientos repletos de tragedias.
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