12 - PRELUDIOS DEL DESASTRE


La información relativa a los últimos años de la Era de Ishtar nos llegan a través de numerosos textos. Todos juntos, nos revelan una sucesión de acontecimientos dramáticos e increíbles:

  • la usurpación de los poderes supremos por parte de una diosa

  • la profanación del Santo de los Santos de Enlil en Nippur

  • la entrada de un ejército humano en la Cuarta Región

  • la invasión de Egipto

  • la aparición de los dioses africanos en los dominios asiáticos,

...hechos y sucesos que hubieran sido impensables anteriormente; agitaciones entre los dioses, que ofrecieron el escenario sobre el cual los soberanos humanos jugaron sus papeles, y sobre el que se derramó sin misericordia la sangre humana.

Enfrentada al resurgimiento de su antiguo adversario, Inanna no podía simplemente darse por vencida, cualquiera que fuera el precio. Poniendo en el trono de Sargón primero a uno de sus hijos y después a otro, enrolando en sus campañas a los reyes vasallos de las tierras montañosas orientales, peleó como una leona enfurecida por su tambaleante imperio,

«haciendo llover llamas sobre la tierra... atacando como una agresiva tormenta».

 

«Se te conoce por la destrucción que hiciste de los países rebeldes», entonaba una hija de Sargón en un quejumbroso poema; «se te conoce por masacrar a sus gentes»... por volverte «contra la ciudad que dijo 'esta tierra no es tuya'», por hacer que «sus ríos corrieran rojos de sangre».

Durante más de dos años, Inanna llevó el caos por todas partes, hasta que los dioses decidieron que la única manera de detener la carnicería era obligar a Marduk a volver al exilio. Tras su regreso a Babilonia, cuando Sargón intentó llevarse parte de su sagrada tierra -un hecho cuyo simbolismo estaba enraizado en acontecimientos legendarios-, Marduk fortificó la ciudad y, con particular ingenio, mejoró el sistema de aguas subterráneas, haciéndola invulnerable a los asedios.

 

Incapaces de -o no estando dispuestos a- sacar a Marduk por la fuerza, los anunnaki recurrieron al hermano de Marduk, Nergal, y le pidieron que «ahuyentara a Marduk de la sede divina» en Babilonia.

Tenemos constancia de estos acontecimientos por un texto al que los expertos llaman La Epopeya de Erra, pues, en él, el antiguo cronista llama a Nergal ER.RA -epíteto de algún modo despectivo, pues significa «El Siervo de Ra». Es un texto al que hubiera sido mejor llamarle El Relato de los Pecados de Nergal, pues responsabiliza a Nergal de toda una cadena de acontecimientos que llevaron a un catastrófico final; pero es una fuente valiosísima para que podamos conocer y comprender los preludios del desastre.

Tras aceptar la misión, Nergal/Erra fue a Mesopotamia para hablar cara a cara con Marduk. Una vez en Mesopotamia, se detuvo primero en Erek, «la ciudad de Anu, el rey de todos los dioses», pero, claro está, también el sitio donde tomar partido por Inanna/Ishtar.

 

Al llegar a Babilonia, «en el Esagil, el templo del Cielo y la Tierra, entró y se presentó ante Marduk». Los antiguos artistas recogieron tan trascendental encuentro (Fig. 81); en él, se representa a ambos dioses aferrados a sus armas, pero Marduk, con casco, de pie en una plataforma, ofrece una especie de símbolo de bienvenida a su hermano.

Fig. 81
 

Combinando la alabanza con la reprensión, Erra le reconoció a Marduk todo lo maravilloso que había hecho por Babilonia, y en especial las obras hidráulicas, que habían hecho que la reputación de Marduk «brillara como una estrella en los cielos», pero que había privado de sus aguas a otra ciudades.

 

Por otra parte, al coronarse en Babilonia, «encendiendo su sagrado recinto», había enfurecido al resto de dioses; «la morada de Anu con la oscuridad cubre». Como conclusión, le dijo a Marduk que no podía ir en contra de la voluntad del resto de los anunnaki, y que, ciertamente, no podía enfrentarse a la voluntad de Anu.

Pero Marduk, citando los cambios que se habían hecho en la Tierra después del Diluvio, le dijo que no tenía más remedio que llevar sus asuntos por sí mismo:

Después del Diluvio,
los decretos del Cielo y la Tierra se habían extraviado.

Las ciudades de los dioses en la amplia Tierra
cambiaron;
No se llevaron de vuelta a sus ubicaciones...


Cuando las vuelvo a medir, del mal me disgusto;
Si no se devuelven a sus lugares [originales],
la existencia de la humanidad se ve disminuida...


Tengo que reconstruir mi residencia
que el Diluvio arrasó;
su nombre [debo] volver a pronunciar.

Entre los trastornos postdiluvianos que disgustaban a Marduk había algunos errores del mismo Erra, en lo referente a determinados artefactos divinos -«el instrumento de dar órdenes, el Oráculo de los Dioses; el signo de la realeza, el Sagrado Cetro que da brillantez al Señorío... ¿Dónde está la Piedra Radiante que lo desintegra todo?», preguntó Marduk.

 

Si se le forzaba a irse, dijo Marduk,

«el día que yo deje mi asiento, dejará de subir agua del pozo... las aguas ya no subirán... el brillante día [se tornará] en oscuridad... crecerá la confusión-soplarán los vientos de la sequía... la enfermedad se extenderá».

Después de algunas conversaciones, Erra le ofreció a Marduk devolverle «los artefactos del Cielo y la Tierra», si Marduk estaba dispuesto a ir personalmente al Mundo Inferior a recogerlos; y respecto a las «obras» en Babilonia, le aseguró a Marduk que no había nada de qué preocuparse:

él (Erra) entraría en la Casa de Marduk sólo para «erigir los Toros de Anu y Enlil a tu puerta» -estatuas de Toros Alados como las que, ciertamente, se encuentran en lo que fueron los templos-, pero que no haría nada por trastocar las obras hidráulicas.

Marduk escuchó esto;
La promesa, dada por Erra, consideró favorable.
De modo que bajó de su asiento,
y al País de las Minas, morada de los anunnaki,
se encaminó.

Persuadido de este modo, Marduk accedió a dejar Babilonia. Pero, tan pronto se fue, Nergal rompió su palabra. Incapaz de poner freno a su curiosidad, Nergal/Erra se aventuró a entrar en el Gigunu, la misteriosa cámara subterránea que Marduk tanto insistiera en proteger; y Erra hizo que perdiera su «Brillantez» (fuente radiante de energía).

 

Acto seguido, tal como había advertido Marduk, «el día se tornó en oscuridad», «la corriente de agua se sumió en el desconcierto», y pronto «las tierras quedaron desoladas, el pueblo condenado a perecer».

Toda Mesopotamia se vio afectada, pues Ea/Enki, Sin y Shamash, en sus ciudades, se alarmaron; «estaban enfurecidos [con Erra]». El pueblo le hacía sacrificios a Anu y a Ishtar, pero era en vano: «las fuentes de agua se habían secado». Ea, el padre de Erra, le reprochó:

«Ahora que el Príncipe Marduk se había hecho a un lado, ¿qué has hecho?», y ordenó que una estatua de Erra que estaba lista para ser ubicada en el Esagil, no se le erigiera. «¡Vete de aquí!», le ordenó. «¡Lárgate adonde ningún dios haya ido nunca!».

«Erra se quedó sin voz» sólo por un momento, pero después dijo algunas cosas imprudentes. Enfurecido, hizo pedazos la morada de Marduk, prendió fuego a sus puertas. Y, desafiante, «hizo una señal» cuando iba a partir, anunciando que sus seguidores, no obstante, quedarían atrás: «como guerreros míos que son, no regresarán».

 

Y sucedió así que, cuando Erra volvió a Kutha, los hombres que habían ido con él se quedaron, estableciendo durante mucho tiempo la presencia de Nergal en tierras de Sem; se les asignó una colonia no lejos de Babilonia, quizás como guarnición permanente; en Samaría, en tiempos bíblicos, hubo «gente de Kutha que adora a Nergal»; y hubo un culto oficial a Nergal en Elam, tal como lo evidencia una extraña escultura de bronce (Fig. 82) encontrada allí, en donde se ve a unos adoradores de rasgos inequívocamente africanos realizando una ceremonia de culto en el patio de un templo.

Fig. 82
 

La partida de Marduk de Babilonia puso un fin al conflicto de Ishtar con él; las desavenencias entre Marduk y Nergal, y el hecho de que éste último retuviera su presencia en Asia, llevaron a una alianza no intencionada entre Ishtar y Nergal. Así pues, el destino iba forjando con el tiempo lo que acabaría siendo una cadena de acontecimientos trágicos, que nadie podría haber previsto y que, posiblemente, nadie había deseado, una cadena que llevaría a los anunnaki y a la humanidad aún más cerca de un final definitivo...

Restablecida su autoridad, Inanna reanudó la realeza en Agadé, y puso en el trono al nieto de Sargón, Naram-Sin («el Favorito de Sin»). Viendo en él, al fin, a un verdadero sucesor de Sargón, Inanna le empujó a que buscara la grandeza. Tras un corto período de paz y prosperidad, Inanna incitó a Naram-Sin a embarcarse en la expansión del antiguo imperio, y no tardó en invadir los territorios de otros dioses; pero éstos se mostraron incapaces o poco dispuestos a combatirla:

«Los grandes dioses anunnaki huyen ante ti como murciélagos asustados», se decía en un himno a Inanna; «no podrían permanecer ante tu terrible rostro... no podrían calmar tu furioso corazón».

En algunos relieves aparecidos en los territorios que se anexionó, se representa a Inanna como a la despiadada conquistadora en que se había convertido (Fig. 83).

Al principio de sus campañas, a Inanna aún se le llamaba «Amada de Enlil» y «La que cumple las instrucciones de Anu». Pero, después, su esencia comenzó a cambiar de naturaleza, desde la supresión de las rebeliones hasta un plan calculado para hacerse con la supremacía.

Las crónicas de aquellos tiempos se recogen en dos series de textos, una que trata de la diosa y otra que trata de su representante, Naram-Sin. En ambas, se indica que el primer objetivo prohibido de Inanna fue el Lugar de Aterrizaje de la Montaña de los Cedros.

 

Por su familiaridad con los vuelos, Inanna conocía bastante bien aquel lugar; ella «prendió fuego a las grandes puertas» de la montaña y, tras un breve asedio, obtuvo la rendición de las tropas que la custodiaban: «ellos se disgregaron de buena gana».

Fig. 83
 

Tal como se recoge en las inscripciones de Naram-Sin, Inanna viró después hacia el sur, a lo largo de la costa mediterránea, sometiendo a una ciudad tras otra. No se menciona en concreto la conquista de Jerusalén -el Centro de Control de Misiones-, pero Inanna debió de estar allí también, pues sí que está anotado que fuera a capturar Jericó.

 

Sobre el estratégico cruce del río Jordán y frente a la fortaleza anunnaki de Tell Ghassul, Jericó la ciudad consagrada a Sin-también se había rebelado:

«Dijo no a 'Pertenece al padre que te engendró'; había hecho su promesa solemne, pero se retracto de ella».

El Antiguo Testamento está lleno de admoniciones contra «el extravío de dioses extraños»; el texto sumerio transmite la misma transgresión: El pueblo de Jericó, habiendo dado su promesa solemne de dar culto a Sin, padre de Inanna, dio su fidelidad a otro dios, a un dios extraño.

 

En un sello cilíndrico se representó la rendición de esta «ciudad de las palmeras datileras» a la armada Inanna (Fig. 84).

Fig. 84
 

Al conquistar el sur de Canaán, Inanna se había plantado ante las puertas de la Cuarta Región, la región del Espaciopuerto. Sargón no se había atrevido a cruzar la línea prohibida. Pero Naram-Sin, espoleado por Inanna, sí que lo hizo...

Una crónica real mesopotámica atestigua que Naram-Sin no sólo entró en la península, sino que también siguió adelante para invadir la tierra de Magan (Egipto):

Naram-Sin, descendiente de Sargón, marchó contra la ciudad de Apishal e hizo una brecha en sus murallas, conquistándola. Capturó personalmente a Rish-Adad, rey de Apishal, y al visir de Apishal. Después marchó contra el país de Magan, y capturó personalmente a Mannu-Dannu, rey de Magan.

Por otros detalles se ha confirmado la precisión de la crónica real babilonia mencionada aquí, de manera que no existen motivos para dudar de esta parte, por increíble que parezca, pues supone el paso de un rey humano y un ejército humano por toda la península del Sinaí, la propia región de los dioses.

 

Desde tiempos inmemoriales, existía una ruta comercial entre Asia y África a lo largo de la costa mediterránea de la península, una ruta que los egipcios potenciarían posteriormente con puestos de aprovisionamiento de agua, y también los romanos, al convertirla en su vital Via Maris.

 

Pero los antiguos usuarios de esta ruta se mantenían lejos de la llanura central donde estaba ubicado el Espaciopuerto. Aún así, resulta cuestionable la idea de que Naram-Sin marchara a la cabeza de su ejército a lo largo de la ruta costera. Los arqueólogos han encontrado en Mesopotamia y en Elam vasos de alabastro con diseños egipcios, se identifican (en acadio) a su propietario como

«Naram-Sin, Rey de las Cuatro Regiones; vaso de la Brillante Corona del país de Magan».

El hecho de que Naram-Sin empezara a llamarse a sí mismo «Rey de las Cuatro Regiones» no sólo confirma la conquista de Egipto, sino que también sugiere la inclusión de la península del Sinaí en su esfera de influencia. Inanna, según parece, hizo «algo más que pasar por allí».

(En las crónicas egipcias, también se recoge una invasión extranjera en los tiempos de Naram-Sin. En ellas, se describe un período de desorden y caos. Según un papiro, que los egiptólogos conocen como Las Admoniciones de Ipuwer, «Han entrado extranjeros en Egipto... los nacidos elevados están llenos de lamentos». Fue un período que vio el traslado del centro de culto y de la realeza desde Menfis-Heliópolis, en el norte, hasta Tebas, en el sur. Los expertos llaman al siglo del desorden «Primer Período Intermedio», que siguió al colapso de la VI dinastía faraónica.)

¿Cómo pudo Inanna meterse, de forma aparentemente inmune, en la península del Sinaí e invadir Egipto sin la oposición de los dioses de Egipto?

La respuesta se encuentra en un aspecto de las inscripciones de Naram-Sin que tiene desconcertados a los expertos: la aparente veneración de este soberano mesopotámico por el dios africano Nergal. Aunque parezca no tener ningún sentido, el hecho es que el largo texto conocido como The Kuthean Legend of Naram-Sin (o, como se le llama en ocasiones, The King of Kutha Text) atestigua que Naram-Sin fue hasta Kutha, el centro de culto de Nergal en África, y erigió allí una estela a la cual fijó una tablilla de marfil inscrita con el relato de su extraña visita, todo para rendir homenaje a Nergal.

El reconocimiento por parte de Naram-Sin del poder y la influencia de Nergal bastante más allá de África viene atestiguado por el hecho de que, en los tratados hechos entre Naram-Sin y los gobernantes provinciales de Elam, se cite a Nergal entre los dioses testigos.

 

Y en una inscripción que trata de la marcha de Naram-Sin sobre la Montaña de los Cedros, en Líbano, el rey reconoce a Nergal (en vez de a Ishkur/Adad) como al que ha hecho posible aquel logro:

Aunque, desde la era de la soberanía del hombre, ningún rey había destruido nunca Arman y Ebla, el dios Nergal le abrió el camino al poderoso Naram-Sin. Él le dio Arman y Ebla, le regaló los Amaños, la Montaña de los Cedros y el Mar Superior.

La desconcertante aparición de Nergal como una influyente deidad asiática, y la audaz marcha del representante de Inanna, Naram-Sin, sobre Egipto -todo ello violaciones del status quo de las Cuatro Regiones establecidas después de las Guerras de la Pirámide-, tienen una explicación: mientras Marduk tenía su atención puesta en Babilonia, Nergal asumió un papel preeminente en Egipto. Más tarde, tras persuadir a Marduk para que abandonara Mesopotamia sin luchar, la amigable despedida se convirtió en agria enemistad entre los dos hermanos.

Y esto llevó a una alianza entre Nergal e Inanna; pero, en la medida en que se defendían uno a otro, no tardaron en encontrarse con la oposición del resto de dioses. En Nippur se celebró una asamblea de los dioses para tratar de las negativas consecuencias de las hazañas de Inanna; incluso Enki coincidió en que había ido demasiado lejos. Y Enlil promulgó un decreto para su detención y juicio. Sabemos de estos acontecimientos por una crónica a la que los expertos titulan La Maldición de Agadé.

 

Tras llegar a la conclusión de que Inanna se les había ido de las manos, se promulgó contra ella «la palabra del Ekur» (el sagrado recinto de Enlil en Nippur). Pero Inanna no esperó a ser arrestada y sometida a juicio; dejó su templo y escapó de Agadé:

La «palabra del Ekur» estaba sobre Agadé como un silencio mortal;
toda Agadé estaba temblando,
el terror invadía su templo de Ulmash; la que vivía allí,
dejó la ciudad. La doncella abandonó su cámara;
la sagrada Inanna abandonó su santuario en Agadé.

Cuando por fin llegó la delegación de grandes dioses a Agadé, encontraron el templo vacío; todo lo que podían hacer era desnudar el templo de sus atributos de poder:

No en cinco días, no en diez días,
la corona del señorío, la tiara de la Realeza,
el trono dado para gobernar
Ninurta llevó a su templo;
Utu se llevó la «Elocuencia» de la ciudad;
Enki retiró su «Sabiduría».

Su Magnificencia, que podía alcanzar el Cielo,
se la llevó Anu al medio del Cielo.

«La realeza de Agadé se postró, su futuro era extremadamente amargo». Después, «Naram-Sin tuvo una visión», una comunicación de su diosa, Inanna. «La guardó para sí, no le puso palabras, no habló con nadie de aquello... Naram-Sin permaneció a la espera durante siete años».

¿Acaso Inanna recurrió a Nergal durante los siete años en que desapareció de Agadé? El texto no nos da la respuesta, pero creemos que aquél era el único refugio disponible para Inanna, lejos de la ira de Enlil. Los acontecimientos posteriores sugieren que Inanna -aún más audaz que antes, y más ambiciosa que nunca- debió obtener el respaldo de, al menos, uno de los dioses principales; y éste no pudo ser otro mas que Nergal. Así, sería algo más que una suposición el pensar que Inanna se ocultó en el africano Mundo Inferior de Nergal.

¿Y no terminarían ambos, hablando de la situación, revisando los acontecimientos pasados y discutiendo acerca del futuro, forjando una nueva alianza que pudiera reestablecer los dominios divinos? Era factible un Nuevo Orden, pues Inanna estaba haciendo añicos el Viejo Orden Divino sobre la Tierra. En un texto cuyo antiguo título era Reina de Todos los ME, se reconoce que Inanna decidió desafiar deliberadamente la autoridad de Anu y de Enlil, abolió sus normas y regulaciones, y se declaró Deidad Suprema, «Gran Reina de Reinas».

 

Anunciando que ella «se había hecho más grande que la madre que le había dado a luz... incluso más grande que Anu», demostró sus declaraciones con hazañas, y tomó el E-Anna («Casa de Anu») en Erek, dispuesta a desmantelar este símbolo de la autoridad de Anu:

Una mujer detuvo a la realeza celeste...
cambió por completo las normas del Sagrado Anu,
sin temer al gran Anu.

Tomó el E-Anna de Anu
la Casa de irresistible encanto, de perdurable atractivo-
Sobre aquella Casa llevó la destrucción;
Inanna atacó a su pueblo y los hizo cautivos.

El golpe de estado contra Anu fue acompañado por un ataque paralelo sobre la sede y los símbolos de autoridad de Enlil. Esta tarea se la asignó Inanna a Naram-Sin; su ataque al Ekur de Nippur y la resultante caída de Agadé se detallan en el texto de La Maldición de Agadé. Por él nos enteramos que, tras sus siete años de espera, Naram-Sin recibió otros oráculos y acto seguido «cambió su línea de acción».

 

Tras recibir las nuevas órdenes:

Desobedeció la palabra de Enlil,
aplastó a todos aquéllos que habían servido a Enlil,
movilizó a sus tropas, y
como un héroe acostumbrado a someter
puso su mano sobre el Ekur.

Tras ocupar la ciudad, aparentemente sin defensas, «como un bandido la saqueó». Después, fue al Ekur, en el recinto sagrado,

«levantando grandes escaleras contra la Casa».

Arrasando a su paso, entró en el Santo de los Santos: «la gente vio por fin el lugar sagrado, una cámara que sabían sin luz; los acadios vieron los recipientes sagrados del dios»; Naram-Sin «los arrojó al fuego».

«Atracó grandes barcos al muelle, junto a la Casa de Enlil, y se llevó las posesiones de la ciudad».

El horrible sacrilegio se había llevado a cabo.

Enlil -no se dice por dónde estaba, pero está claro que lejos de Nippur- «elevó los ojos» y vio la destrucción de Nippur y la profanación del Ekur.

«Debido a que su amado Ekur había sido atacado», ordenó a las hordas de Gutium -una tierra montañosa al nordeste de Mesopotamia- que atacaran Acad y la devastaran. Éstos cayeron sobre Acad y sus ciudades «en ingente número, como langostas-nada escapó a sus brazos».

 

«El que dormía en el tejado, murió en el tejado; el que dormía dentro de la casa, no tuvo entierro... se aplastaron cabezas, se aplastaron bocas... la sangre de los traidores corría sobre la sangre de los fieles».

Una y otra vez, el resto de dioses intercedió ante Enlil: «maldice a Agadé con una maldición siniestra», decían, pero deja que sobrevivan el resto de ciudades y de pueblos. Cuando, por fin, Enlil accedió, ocho grandes dioses se unieron para maldecir a Agadé, «la ciudad que se atrevió a asaltar el Ekur». «¡Y he aquí», dice el antiguo cronista, «que Agadé fue destruida!»

 

Los dioses decretaron que Agadé fuera borrada de la faz de la Tierra; y, a diferencia de otras ciudades que, tras ser destruidas, fueron reconstruidas y rehabitadas, Agadé quedó desolada para siempre.

Con respecto a Inanna, fueron sus padres al fin los que «aplacaron su corazón», pero los textos no dicen lo que sucedió exactamente. Sin embargo, sí que nos cuentan que su padre, Nannar, salió a buscarla para traerla de vuelta a Sumer, mientras,

«su madre Ningal profería oraciones por ella, y la recibió a su regreso a las puertas del templo». «¡Suficientes, más que suficientes innovaciones, Oh gran reina!» los dioses y el pueblo le suplicaron: «y la principal Reina, en su asamblea, aceptó la oración».

La Era de Ishtar había terminado.

Las evidencias textuales sugieren que Enlil y Ninurta estaban lejos de Mesopotamia cuando Naram-Sin atacó Nippur. Pero las hordas que barrieron Acad desde las montañas eran «las hordas de Enlil», y muy probablemente fue Ninurta el que las dirigió por la gran llanura mesopotámica.

Las Listas de los Reyes Sumerios llaman Gutium al país del cual vinieron los invasores, un lugar de las montañas del nordeste de Mesopotamia. En la Leyenda de Naram-Sin se les llama los Umman-Manda (posiblemente, «Hordas de los Lejanos/Fuertes Hermanos»), que vinieron de «campamentos en la morada de Enlil» situada «en las montañas cuya ciudad los dioses habían construido».

 

Los versos del texto sugieren que se trataba de descendientes de soldados que habían acompañado a Enmerkar en sus distantes viajes, que «mataron a su anfitrión» y fueron castigados por Utu/Shamash a permanecer en el exilio. Para entonces, las tribus, grandes en número, y dirigidas por siete jefes hermanos bajo las órdenes de Enlil, arrasaron Mesopotamia y «se arrojaron contra el pueblo que en Nippur había asesinado».

Por un tiempo, los débiles sucesores de Naram-Sin intentaron mantener un gobierno central, mientras las hordas iban arrasando ciudad tras ciudad. Esta confusa situación se describe en las Listas de los Reyes Sumerios con la afirmación:

«¿Quién era rey? ¿Quién no era rey? ¿Era rey Irgigi? ¿Era rey Nanum? ¿Era rey Imi? ¿Era rey Elulu?».

Al final, los gutios se hicieron con el control de todo Sumer y Acad;

«las hordas de Gutium se llevaron la Realeza».

Los gutios dominaron Mesopotamia durante noventa años y cuarenta días. No designaron una nueva capital para ellos, y parece que fue Lagash -la única ciudad sumeria que escapó al saqueo de los invasores- la que les sirvió como cuartel general.

 

Desde su sede en Lagash, Ninurta asumió el lento proceso de reconstrucción de la agricultura y, principalmente, del sistema de irrigación, deteriorado tras el incidente Erra/Marduk. Constituye un capítulo de la historia de Sumer que podríamos denominar la Era de Ninurta.

El punto central de aquella era fue Lagash, una ciudad que tuvo su inicio en el «sagrado recinto» (el Girsu) de Ninurta y de su Pájaro Negro Divino. Pero, a medida que crecía el alboroto entre los humanos y las ambiciones divinas, Ninurta fue convirtiendo a Lagash en el principal centro sumerio, su principal morada, junto con su esposa Bau/Gula (Fig. 85), donde pudieran practicarse sus ideas acerca de la ley y el orden, y sus ideales de moralidad y justicia.

 

Para ayudarle en estas tareas, Ninurta designó virreyes en Lagash, y les encargó la administración y la defensa de la ciudad-estado.

Fig. 85
 

La historia de Lagash (en la actualidad, Tello) nos habla de una dinastía cuyo reinado -ininterrumpido durante medio milenio- comenzó tres siglos antes del ascenso de Sargón. Lagash, una isla de estabilidad armada en un entorno cada vez más violento, fue también un gran centro de la cultura sumeria.

 

Mientras que las festividades religiosas sumerias emanaban de Nippur, en Lagash tuvieron su origen las festividades relacionadas con el calendario agrícola, como la Fiesta de los Primeros Frutos.

 

Sus escribas y eruditos perfeccionaron la lengua sumeria, y sus gobernantes, a los cuales concedió Ninurta el título de «Gobernador Justo», juraban un código de justicia y moralidad.

Fig. 86
 

Destacado entre los primeros gobernantes de la larga dinastía de Lagash, estuvo uno llamado Ur-Nanshe (hacia el 2600 a.G). En las ruinas de Lagash se encontraron más de cincuenta de sus inscripciones; en ellas, se recoge el traslado de materiales de construcción para el Girsu, entre los que se incluían maderas especiales de Tilmun para el mobiliario del templo.

 

También se describen ingentes obras de irrigación, de excavación de canales y de elevación de diques. En una de sus tablillas, se representa a Ur-Nanshe encabezando un equipo de construcción, no mostrándose reacio a llevar a cabo algún trabajo físico por sí mismo (Fig. 86).

 

Los cuarenta virreyes conocidos que le siguieron dejaron constancia escrita de sus logros en la agricultura, la construcción, la legislación social y las reformas éticas -logros materiales y morales que harían sentirse orgulloso a cualquier gobierno.

Pero Lagash no sólo había escapado a los estragos de los años turbulentos de Sargón y Naram-Sin gracias a ser el «centro cultural» de Ninurta, sino también (y principalmente) gracias a las proezas militares de su pueblo. Ninurta, siendo el «Principal Guerrero de Enlil», se aseguraba de que aquéllos a los que seleccionaba para gobernar Lagash fueran militarmente competentes.

 

Uno de ellos, Eannatum, del que se han encontrado inscripciones y estelas, era un victorioso general, maestro en táctica. En las estelas, se le muestra sobre un carro de guerra -un vehículo militar cuya introducción se suele atribuir a épocas posteriores; también se ven tropas con cascos en formaciones cerradas (Fig. 87).

En sus comentarios al respecto, Maurice Lambert (La Période Pre-Sargonique) dijo que «esta infantería de lanceros, protegidos por escuderos, le dio al ejército de Lagash una defensa más sólida y un ataque más rápido y versátil».

 

Las resultantes victorias de Eannatum llegaron a impresionar a Inanna/Ishtar, tanto que se llegó a enamorar de él; y

«debido a que amaba a Eannatum, ella le dio la realeza sobre Kis, además del gobierno de Lagash».

Con esto, Eannatum se convirtió en LU.GAL («Gran Hombre») de Sumer; y manteniendo al país bajo control militar, hizo que prevalecieran la ley y el orden.

 

Irónicamente, el período caótico que había precedido a Sargón de Agadé encontró en Lagash no a un fuerte jefe militar, sino a un reformador social llamado Urukagina. Éste consagró sus esfuerzos a la reactivación moral y a la introducción de leyes basadas en la bondad y la justicia, más que en un concepto de crimen-castigo. Con él, Lagash se mostró demasiado débil para mantener la ley y el orden en el país.

 

Su debilidad permitió a Inanna llevar al ambicioso Lugal-zagesi de Umma a Erek, en un intento por restablecer su dominio a escala nacional. Pero los errores de Lugal-zagesi llevaron (como ya hemos dicho) a su caída a manos de Sargón, la nueva elección de Inanna.

Fig. 87
 

A lo largo de todo el período de supremacía de Agadé, siguió habiendo gobernadores en Lagash; incluso el gran Sargón bordeó Lagash y la dejó intacta. Y escapó a la destrucción y la ocupación a lo largo de la turbulenta época de Naram-Sin, principalmente por ser una formidable fortaleza militar, fortificada y refortificada para soportar todos los ataques. Por una inscripción de Ur-Bau, virrey de Lagash en la época de Naram-Sin, sabemos que aquél recibió instrucciones de Ninurta para que reforzara las murallas del Girsu y para que fortaleciera el recinto de la aeronave Imdugud.

 

Ur-Bau «compactó el suelo para que fuera como una piedra... coció arcilla para que fuera como el metal», y en la plataforma del Imdugud «reemplazó el viejo suelo con unos nuevos cimientos», reforzados con enormes vigas de madera y piedras traídas de muy lejos.

Cuando los gutios dejaron Mesopotamia -hacia el 2160 a.C-, Lagash tuvo un nuevo florecimiento y engendró a algunos de los más preclaros y conocidos gobernantes. De ellos, uno de los más conocidos, por sus largas inscripciones y sus muchas estatuas, fue Gudea, que reinó durante el siglo XXII a.C. La suya fue una época de paz y prosperidad; en sus crónicas no se habla de ejércitos y guerras, sino de comercio y reconstrucción. Coronó sus actividades con la construcción de un nuevo y magnífico templo para Ninurta, en una inmensa ampliación del Girsu.

 

Según las inscripciones de Gudea, «el Señor del Girsu» se le apareció en una visión, de pie junto a su Pájaro Negro Divino. El dios le expresó su deseo de que se le construyera un nuevo E.NINNU («Casa del Cincuenta» -rango numérico de Ninurta). A Gudea se le dieron dos series de instrucciones divinas: una por parte de una diosa que en una mano «tenía la tablilla de la estrella favorable de los cielos», y en la otra «tenía un punzón sagrado» con el que indicaba a Gudea «el planeta favorable» en cuya dirección había que orientar el templo.

 

La otra serie de instrucciones se las dio un dios al cual no reconoció Gudea, pero que resultó ser Ningishzidda. Este le entregó a Gudea una tablilla hecha de una piedra preciosa; «contenía el plano de un templo». En una de sus estatuas, se representa a Gudea sentado, con esta tablilla sobre las rodillas y el punzón divino junto a ésta (Fig. 88).

Fig. 88

 

Gudea admite que necesitó la ayuda de los adivinos y los «buscadores de secretos» para comprender el plano del templo. Y era, tal como han descubierto recientes investigadores, un ingenioso plano arquitectónico de uno-en-siete para la construcción de un zigurat como una pirámide de siete pisos. La estructura disponía también de una plataforma sólidamente reforzada para el aterrizaje del vehículo aéreo de Ninurta.

La participación de Ningishzidda en la planificación del E-Ninnu iba más allá de lo meramente arquitectónico, como lo demuestra el hecho de que en el Girsu se incluyera un santuario especial para este dios. A Ningishzidda, hijo de Enki, relacionado con la curación y los poderes mágicos, se le valora en las inscripciones sumerias por conocer cómo asegurar los cimientos de los templos; él era «el gran dios que sostiene los planos». Como ya hemos sugerido, Ningishzidda no era otro que Thot, el dios egipcio de los poderes mágicos que fue designado como custodio de los planos secretos de las pirámides de Gizeh.

Conviene recordar que Ninurta se había llevado algunas de las «piedras» del interior de la Gran Pirámide al finalizar las Guerras de la Pirámide. Ahora, tras los frustrados intentos de Inanna y de Marduk por dominar sobre dioses y hombres, Ninurta deseaba reafirmar su «Rango de Cincuenta» con la erección de una pirámide escalonada para sí mismo en Lagash, un edificio que fuera conocido como la «Casa del Cincuenta».

 

Creemos que éste fue el motivo de que Ninurta invitara a ir a Mesopotamia a Ningishzidda/Thot, para que le diseñara una pirámide, no de inmensos bloques de piedra como en Egipto, sino de humildes ladrillos de arcilla de Mesopotamia.

La estancia de Ningishzidda en Sumer y su colaboración con Ninurta no sólo se conmemoraron con los santuarios dedicados al dios visitante, sino también en numerosas representaciones artísticas, algunas de las cuales se descubrieron durante los sesenta años de trabajos arqueológicos en Tello.

 

En una de éstas (Fig. 89 a), se combinó el emblema del Pájaro Divino de Ninurta con las serpientes de Ningishzidda; en otra (Fig. 89 b), se representó a Ninurta como a una Esfinge egipcia.

Fig. 89
 

La época de Gudea y de la colaboración Ninurta-Ningishzidda coincide con el llamado Primer Período Intermedio de Egipto, cuando los reyes de la IX y X dinastías (2160 a 2040 a.C.) abandonaron el culto a Osiris y Horus y trasladaron la capital desde Menfis hasta una ciudad que los griegos llamarían posteriormente Heracleópolis. La salida de Thot de Egipto quizás fuera como consecuencia de los trastornos que tenían lugar allí, al igual que su posterior desaparición de Sumer.

 

Ningishzidda (por citar a E. D. van Burén, The God Ningiz-zidd) era «un dios que salió de la oscuridad en tiempos de Gudea», sólo para convertirse en un «dios fantasma» y un mero recuerdo en tiempos posteriores (babilónicos y asirios).

La Era de Ninurta en Sumer, que va desde la invasión de los gutic hasta el final del posterior período de reconstrucción, no fue más que un interludio. Morador de las montañas de corazón, Ninurta no tardo en recorrer los cielos de nuevo en su Pájaro Negro Divino, para visitar sus escabrosos dominios del nordeste e incluso más allá. Perfeccionando constantemente las artes marciales de sus montañeses les dio movilidad a través de la introducción de la caballería, extendiendo así sus movimientos a centenares, incluso miles de kilómetros.

Ninurta había vuelto a Mesopotamia a petición de Enlil, para que pusiera fin al sacrilegio perpetrado por Naram-Sin y a las revueltas provocadas por Inanna. Restablecidas la paz y la prosperidad, Ninurta se ausentó una vez más de Sumer; y, sin darse nunca por vencida, Inanna aprovechó su ausencia para reconquistar la realeza para Erek.

Su intento duró unos cuantos años, pues Anu y Enlil no toleraron este nuevo desmán. Pero el relato de estos hechos, contenido en el enigmático texto de una tablilla parcialmente rota y catalogada como Assur-13955, es de lo más fascinante; se lee como una antigua leyenda de Excalibur (la espada mágica del rey Arturo, que estaba clavada en una roca y sólo podía extraerla el que fuera elegido para ser rey); y arroja luz sobre los acontecimientos precedentes, incluido el incidente por el cual Sargón ofendió a Marduk.

Por este texto nos enteramos que cuando,

«se hizo descender del Cielo la Realeza» para que se iniciara en Kis, Anu y Enlil establecieron allí un «Pabellón del Cielo».

«En sus cimientos, para los días venideros», implantaron el SHU.HA.DA.KU -un objeto hecho de una aleación de metales cuyo nombre se traduce literalmente por «Suprema Arma Fuerte y Brillante».

Este objeto divino se llevó a Erek cuando la realeza se transfirió de Kis a Erek; y se iba llevando de aquí para allá a medida que la realeza iba de aquí para allá, pero sólo cuando el cambio venía decretado por los Grandes Dioses.

Según esta costumbre, Sargón llevó el objeto a Agadé. Pero Marduk protestó, porque Agadé era una ciudad de nuevo cuño y no una de las ciudades seleccionadas por «los grandes dioses del Cielo y de la Tierra» para ser capitales reales. Los dioses que habían elegido a Agadé -Inanna y sus aliados- eran, según la opinión de Marduk, «rebeldes, dioses que llevan ropas impuras».

Para solucionar este defecto, Sargón fue a Babilonia, al lugar donde estaba ubicado el «suelo sagrado». La idea consistía en llevarse algo de ese suelo «a un lugar frente a Agadé», para implantar allí el Arma Divina y legitimizar así su presencia en Agadé. Fue para castigar esto, según afirman los textos, que Marduk instigó las rebeliones contra Sargón y le infligió aquél «no poder descansar» (algunos toman el término como «insomnio») que le llevó a la muerte.

En el enigmático texto leemos más tarde que, durante la ocupación gutia que siguió al reinado de Naram-Sin, el objeto divino permaneció intacto «junto a las obras de represa de aguas», porque «ellos no sabían cómo cumplir con las normas referentes al artefacto divino». Fue entonces que Marduk argumentó que el objeto tenía que permanecer en el lugar que se le había asignado, «sin ser abierto» y «sin ser ofrecido a ningún dios», hasta que «los dioses que trajeron la destrucción hagan la restitución».

 

Pero cuando Inanna vio la ocasión de restablecer la realeza en Erek, el rey que ella había elegido, Utu-Hegal, «se hizo con el Shuhadaku en su lugar de descanso; en sus manos lo tomó» -aunque «el fin de la restitución aún no había tenido lugar». Sin autorización, Utu-Hegal «levantó el arma contra la ciudad que estaba asediando». Tan pronto como hizo esto, cayó muerto. «El río se llevó su cuerpo hundido».

Las ausencias de Ninurta de Sumer, y el frustrado intento de Inanna por recuperar la realeza para Erek, le indicaron a Enlil que el tema del gobierno divino de Sumer no podía estar por más tiempo sin zanjar; y el candidato más adecuado para la tarea era Nannar/Sin.

A lo largo de tan turbulento período, Nannar se había visto ensombrecido por contendientes por la supremacía más agresivos, incluida su propia hija, Inanna. Ahora, se le daba por fin la oportunidad de asumir el estatus que le correspondía como primogénito (en la Tierra) de Enlil. La era que siguió -llamémosle Era de Nannar- fue una de las más gloriosas en los anales de Sumer; y también fue el último florecimiento de esta gran cultura.

Su primera empresa fue la de convertir su ciudad, Ur, en una gran metrópolis, capital de un vasto imperio. Designando un nuevo linaje de soberanos, conocidos entre los expertos como la Tercera Dinastía de Ur, Nannar alcanzó cotas sin precedentes para su capital y para la civilización sumeria, tanto en avances materiales como culturales.

 

Desde un inmenso zigurat que dominaba la amurallada ciudad (Fig. 90) -un zigurat cuyas ruinas aún se elevan poderosamente sobre la llanura mesopotámica después de cuatro mil años-, Nannar y su esposa Ningal tomaban parte activa en los asuntos de estado.

Fig. 90

 

Asistidos por una jerarquía de sacerdotes y funcionarios (encabezados por el rey, Fig. 91), dirigieron la agricultura de la ciudad hasta convertirla en el granero de Sumer; también marcaron el rumbo de la ganadería ovina hasta hacer de Ur el centro de la lana y las prendas de vestir de todo el antiguo Oriente Próximo; y desarrollaron el comercio exterior terrestre y acuático hasta el punto que los mercaderes de Ur fueran famosos durante milenios.

Fig. 91

 

Para servir a tan próspero comercio y a tan lejanas conexiones, así como para mejorar las defensas de la ciudad, la muralla que rodeaba a ésta fue rodeada a su vez por un canal navegable que se utilizaba desde dos puertos -un Puerto Oeste y un Puerto Norte-, con un canal interior que conectaba a ambos y, a su vez, separaba el recinto sagrado, el palacio y el barrio administrativo de las zonas residenciales y comerciales de la ciudad (Fig. 92).

 

Era una ciudad cuyas blancas casas -muchas de ellas de varias plantas (Fig. 93)- brillaban como perlas en la distancia; de calles rectas y anchas, con muchos santuarios en sus cruces; una ciudad de gente trabajadora, con una administración eficaz; una ciudad de gente piadosa, que nunca dejaba de rezar a sus benévolas deidades.

Fig.92

Fig. 93
 

El primer soberano de la Tercera Dinastía de Ur, Ur-Nammu («El Gozo de Ur») no era un simple mortal: era semidivino, siendo su madre la diosa Ninsun. Sus largas crónicas afirman que, tan pronto como «Anu y Enlil le entregaron la realeza a Nannar en Ur», y Ur-Nammu fue elegido para ser el «Pastor Justo» del pueblo, los dioses le ordenaron a éste que instituyera una nueva reactivación moral.

 

Los casi tres siglos que habían pasado desde que Urukagina de La-gash reactivara la moral habían presenciado el auge y la caída de Acad, la desobediencia a la autoridad de Anu y la profanación del Ekur de Enlil.

 

La injusticia, la opresión y la inmoralidad se habían convertido en materia común. En Ur, bajo Ur-Nammu, Enlil intentó, una vez más, llevar a la humanidad lejos de «malos caminos», hacia un rumbo de «justicia». Proclamando un nuevo código de justicia y de conducta social, Ur-Nammu «estableció la igualdad en la tierra, prohibió la maldición, terminó con la violencia y los conflictos».

Con unas expectativas tan altas en este Nuevo Comienzo, Enlil confió por vez primera la custodia de Nippur a Nannar, y le dio a Ur-Nammu las instrucciones necesarias para la reconstrucción del Ekur (destruido por Naram-Sin). Ur-Nammu señaló la ocasión erigiendo una estela, en donde se le mostraba llevando las herramientas y el cesto de un constructor (Fig. 94).

 

Cuando se terminaron las obras, Enlil y Ninlil volvieron a Nippur para residir en su morada de siempre. «Enlil y Ninlil eran felices allí», afirma una inscripción sumeria.

Fig. 94

 

El Retorno-a-los-Caminos-Justos no sólo implicaba una mayor justicia social entre el pueblo, sino también el adecuado culto a los dioses. A tal efecto, Ur-Nammu, además de las grandes obras de Ur, restauró y amplió también los edificios consagrados a Anu e Inanna en Erek, a Ninsun (su madre) en Ur, a Utu en Larsa, a Ninharsag en Adab; también hizo algunas reparaciones en Eridú, la ciudad de Enki.

 

Es llamativa la ausencia en la lista de la Lagash de Ninurta y la Babilonia de Marduk.

Las reformas sociales de Ur-Nammu y los logros de Ur en el comercio y la industria han llevado a los expertos a ver la época de la Tercera Dinastía no sólo como un período de prosperidad, sino también de paz.

 

Así pues, el desconcierto fue grande cuando encontraron en las ruinas de Ur dos tableros que se representaban las actividades de los ciudadanos -uno era un Tablero de la Paz, y el otro, sorprendentemente, un Tablero de la Guerra (Fig. 95). La imagen del pueblo de Ur como guerreros entrenados y listos para el combate resultaba totalmente fuera de lugar.

Fig. 95

 

Sin embargo, los hechos, tal como lo demuestran las evidencias arqueológicas de armas, atuendos militares y carros de guerra, así como numerosas inscripciones, desmienten la imagen de pacifismo. De hecho, una de las primeras acciones de Ur-Nammu fue la de someter Lagash y matar a su gobernador, para después ocupar otras siete ciudades.

La necesidad de medidas militares no se limitó a las fases iniciales del ascenso de Nannar y de Ur. Sabemos por algunas inscripciones que después de que Ur y Sumer «disfrutaran de días de prosperidad [y] se regocijaran grandemente con Ur-Nammu», después de que éste reconstruyera el Ekur en Nippur, Enlil le encontró digno de sostener el Arma Divina; con ella, Ur-Nammu iba a someter las «ciudades malvadas» en «tierras extranjeras»:

El Arma Divina,
que en tierras hostiles
amontona en pilas a los rebeldes,
a Ur-Nammu, el Pastor,
Él, el Señor Enlil, le ha dado;
como un toro para aplastar la tierra extranjera,
como un león para atrapar;
para destruir las ciudades malvadas,
limpiarlas de oposición al Elevado.

Son palabras con reminiscencias de profecías bíblicas de ira divina, por medio de reyes mortales, contra «ciudades malvadas» y «pueblos pecadores»; revelan que, por debajo del manto de la prosperidad, se ocultaban nuevas guerras entre los dioses -una contienda por la fidelidad de las masas de la humanidad.

Lo triste del caso es que el mismo Ur-Nammu, tras convertirse en un poderoso guerrero, «El Poder de Nannar», encontró una trágica muerte en el campo de batalla.

«El país enemigo se sublevó, el país enemigo actuó de forma hostil»; en una batalla en ese anónimo aunque distante país, el carro de Ur-Nammu quedó atascado en el lodo; Ur-Nammu cayó de él; «el carro, como una tormenta, se abalanzó sobre él», dejándolo bajo, «abandonado en el campo de batalla como una jarra aplastada». La tragedia se agravó cuando el barco que traía su cadáver de regreso a Sumer «se hundió en un lugar desconocido; las olas lo engulleron, con él [Ur-Nammu] a bordo».

Cuando llegó la noticia a Ur, se elevó un gran lamento; el pueblo no podía comprender cómo el Pastor Justo, el que había sido justo con el pueblo y veraz con los dioses, podía haber tenido tan desgraciado final.

No podían comprender por qué

«el Señor Nannar no lo sostuvo en su mano, por qué Inanna, Dama del Cielo, no puso su noble brazo alrededor de su cabeza, por qué el valeroso Utu no le ayudó» -¿Por qué se habían «mantenido al margen» estos dioses cuando se determinó el amargo destino de Ur-Nammu?

Sin duda, fue una traición de los grandes dioses:

¡Cómo se ha cambiado el destino del héroe!
Anu alteró su santa palabra...
Enlil cambió con engaño el fallo de su destino...

La forma en la cual murió Ur-Nammu (2096 a.C.) pudo influir en la conducta de su sucesor, al cual se le puede aplicar el menosprecio bíblico de un rey que «se prostituyó» e «hizo cosas malvadas a ojos del Señor». Se llamaba Shulgi, y había nacido bajo los auspicios divinos: fue el mismo Nannar el que lo dispuso todo para que el niño fuera concebido en el santuario de Enlil en Nippur, a través de la unión entre Ur-Nammu y la suma sacerdotisa de Enlil, para que «un pequeño 'Enlil'... un hijo adecuado para la realeza y el trono, fuera concebido».

Este nuevo rey comenzó su largo reinado intentando mantener unido su vasto imperio a través de medios pacíficos y de la reconciliación religiosa. Tan pronto como ascendió al trono, se embarcó en la construcción (o reconstrucción) de un templo para Ninurta en Nippur; esto le permitió declarar a Ur y a Nippur como «Ciudades Hermanas».

 

Después, construyó un barco -al que le puso el nombre de Ninlil- y navegó hasta la «Tierra del Vuelo por la Vida». Sus poemas indican que se imaginaba a sí mismo como un segundo Gilgamesh, siguiendo las huellas del antiguo rey hasta la «Tierra de los Vivos» -hasta la península del Sinaí.

Tras desembarcar en «El Lugar de la Rampa» (o «Lugar de Tierra-rellena»), Shulgi construyó un altar a Nannar. Prosiguió su viaje por tierra hasta llegar a Harsag -la Alta Montaña de Ninharsag en el sur del Sinaí-, y, también allí, contruyó un altar. Recorriendo la península, llegó al lugar llamado BAD.GAL.DINGIR (Dur-Mah-Ilu en acadio), «El Gran Lugar Fortificado de los Dioses».

 

Para entonces, sí que estaba emulando a Gilgamesh, pues Gilgamesh había llegado allí viniendo desde el Mar Muerto, y también se había detenido en aquella entrada, situada entre el Negev y el propio Sinaí, para orar y hacer ofrendas a los dioses. Allí, Shulgi construyó un altar al «Dios Que Juzga».

Fue en el octavo año de su reinado, cuando Shugi inicio su viaje de regreso a Sumer. Su ruta a través del Fértil Creciente comenzó en Canaán y Líbano, donde construyó altares en el «Lugar de los Oráculos Brillantes» y «El Lugar de Nieve-cubierto».

 

Fue un viaje deliberadamente lento, orientado a fortalecer los lazos imperiales con las provincias distantes. Como resultado de este viaje, Shulgi construyó una red de caminos que conservaron la cohesión política y militar del imperio, potenciando también el comercio y la prosperidad.

 

Al conocer personalmente a los jefes locales, Shulgi fortaleció también los lazos con ellos, acordando matrimonios entre ellos y sus Shulgi volvió a Sumer, alardeando de haber aprendido cuatro lenguas extranjeras. Su prestigio imperial estaba en la cúspide y como agradecimiento, construyó un santuario a Nannar/Sin en el recinto sagrado de Nippur.

 

A cambio, se le recompenso con los titulos « Sumo Sacerdotede Anu, Sacerdote de Nannar». Shulgi recogió las dos ceremonias en sus sellos cilíndricos (Figs. 96 y 97).

Fig. 96

Fig. 97
 

Pero, con el paso del tiempo, Shulgi se fue inclinando cada vez más por a los lujos de Ur, y menos por los rigores de las provincias, dejando su gobierno a Grandes Emisarios. Se pasaba el tiempo componiendo himnos de alabanza a sí mismo, imaginándose un semidiós.

 

Sus delirios de grandeza acabaron llamando la atención de la mayor de las seductoras -Inanna. Viendo en ello una nueva oportunidad, invitó a Shulgi a Erek, convirtiéndolo en «un hombre elegido para la vulva de Inanna» y llevándolo al lecho en el mismísimo templo de Anu.

 

Citamos las propias palabras de Shulgi:

Con el valeroso Utu, tan amigo como hermano,
tomé una fuerte bebida
en el templo fundado por Anu.

Mis juglares cantaban para mí las siete canciones de amor.
Inanna, la reina, la vulva del cielo y la tierra,
estaba a mi lado, en el banquete del templo.

Inevitablemente, la intranquilidad fue en aumento, tanto en el interior como fuera del país, y Shulgi buscó apoyo militar en la provincia sudoriental de Elam. Dispuso la boda de una de sus hijas con el virrey de Elam, y le dio como dote la ciudad de Larsa. A cambio, el virrey envió a Sumer sus tropas, para que sirvieran a Shulgi como legión extranjera.

 

Pero, en vez de paz, las tropas elamitas trajeron más guerra, y los anales del reinado de Shulgi hablan de insistentes destrucciones en las provincias del norte. Shulgi intentó mantener su dominio en las provincias occidentales a través de medios pacíficos, y en su trigésimo séptimo año de reinado se recoge un tratado con un rey local llamado Puzur-Ish-Dagan -un nombre de claras connotaciones cananeo-filisteas.

 

Este tratado le permitía a Shulgi reclamar el título de «Rey de las Cuatro Regiones». Pero la paz en el oeste no duró demasiado. En su cuadragésimo primer año (2055 a.C), Shulgi recibió ciertos oráculos de Nannar/Sin, y lanzó una importante expedición militar contra las provincias cananeas. Dos años después, Shulgi pudo proclamar que era «Héroe, Rey de Ur, Soberano de las Cuatro Regiones».

Las evidencias sugieren que se utilizaron tropas elamitas para someter a las provincias, y que estas tropas extranjeras llegaron incluso hasta las puertas del Sinaí. Su comandante se llamaba a sí mismo «favorito del Dios Que Juzga, amado de Inanna, conquistador de Dur-Ilu». Pero, tan pronto como se retiraron las tropas, la inquietud volvió a hacerse presente. En el año 2049 a.C, Shulgi ordenó la construcción de «La Muralla del Oeste» para proteger a Mesopotamia.

Estuvo en el trono un incierto año más; y, aunque hasta el final de su reinado, Shulgi siguió proclamándose «querido de Nannar», ya no era el «elegido» de Anu y de Enlil. Según ellos, «no cumplió con las regulaciones divinas, ensució su justicia». De ahí que decretaran para él la «muerte de un pecador». Era el año 2048 a.C.

El sucesor de Shulgi en el trono de Ur fue su hijo Amar-Sin. Aunque los dos primeros años de su reinado serían recordados por sus guerras, los tres años siguientes fueron de paz. Pero en el sexto año, tuvo que someter una sublevación en el distrito norte de Assur, y en el séptimo -2041 a.C-, hizo falta una importante campaña militar para suprimir cuatro localidades occidentales y «sus tierras».

Parece ser que la campaña no tuvo demasiado éxito, pues no vino seguida por la habitual concesión de títulos de Nannar al rey. En vez de esto, nos encontramos con que Amar-Sin puso su atención en Eridú -¡la ciudad de Enki-, estableciendo allí una residencia real y asumiendo funciones sacerdotales.

 

Este giro en las fidelidades religiosas pudo ser propiciado por el deseo práctico de conseguir el control de los astilleros de Eridú; pues al año siguiente, el noveno, Amar-Sin zarpó en dirección al mismo «Lugar de la Rampa» adonde había ido Shulgi. Pero no fue más allá de la «Tierra del Vuelo por la Vida»: murió por la picadura de un escorpión (o una serpiente).

Le siguió en el trono su hermano, Shu-Sin. Los nueve años de su reinado (2038-2030 a.C), aunque recogen dos incursiones militares contra localidades del norte, se caracterizaron más bien por sus medidas defensivas. Entre éstas se incluyen la fortificación de la Muralla del Oeste contra los amoritas y la construcción de dos barcos: el «Gran Barco» y el «Barco del Abzu». Da la impresión de que Shu-Sin estuviera preparando una huida por mar...

Cuando subió al trono el siguiente (y último) rey de Ur, Ibbi-Sin, invasores del oeste luchaban con los mercenarios elamitas en la misma Mesopotamia. El corazón de Sumer no tardó en verse cercado; los pueblos de Ur y Nippur se apiñaron tras las murallas protectoras, y la influencia de Nannar se redujo a un pequeño enclave.

Esperando entre bastidores estaba, una vez más, Marduk, que, pensando que por fin había llegado su momento para lograr la supremacía, dejó su exilio y llevó a sus seguidores de vuelta a Babilonia.

Y, entonces, se desataron las Armas Terroríficas, y el desastre -como ningún otro desde el Diluvio- sobrevino.

 

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