Las Palabras del Señor Enki

 

 

Sinopsis de la Tercera Tablilla

Alalu transmite las noticias a Nibiru, reclama la realeza Anu, asombrado, plantea el asunto ante el consejo real Enlil, el Hijo Principal de Anu, sugiere una verificación in situ Ea, el Primogénito de Anu y yerno de Alalu, es elegido en cambio
Ea equipa con ingenio el barco celestial para el viaje
La nave espacial, pilotada por Anzu, lleva a cincuenta héroes
Superando los peligros, los nibiruanos se estremecen ante la visión de la Tierra
Dirigidos por Alalu, amerizan y ganan la costa Eridú, Hogar Lejos del Hogar, se tunda en siete días
Comienza la extracción de oro de las aguas
Aunque la cantidad es minúscula, Nibiru exige la entrega
Abgal, un piloto, elige la nave espacial de Alalu para el viaje
Se descubren armas nucleares prohibidas en la nave espacial
Ea y Abgal sacan las Armas de Terror y las ocultan
Conexión Tierra-Marte (representación hacia el 2500 a.C.)


 

LA TERCERA TABLILLA

¡La suerte de Nibiru está en mis manos; mis condiciones debes escuchar!
Ésas fueron las palabras de Alalu, de la oscura Tierra a Nibiru las transmitió el Hablador.
Cuando las palabras de Alalu a Anu, el rey, le fueron comunicadas,
Anu se asombró; se asombraron también los consejeros, los sabios quedaron sorprendidos.
¿Alalu no está muerto?, se preguntaban entre sí. ¿Es que podía estar vivo en otro mundo?, se decían con incredulidad.


¿No se había ocultado en Nibiru, habiendo ido con el carro hasta un lugar ignoto?
Se convocó a los comandantes de los carros, los sabios reflexionaron sobre las palabras transmitidas.
Las palabras no llegaron desde Nibiru; se dijeron desde más allá del Brazalete Repujado, ésta fue su conclusión, y esto se le reportó al rey, Anu.
Anu quedó aturdido; reflexionó sobre lo sucedido.
Que se le envíen palabras de reconocimiento a Alalu, dijo a los reunidos.


En el Lugar de los Carros Celestiales se dio la orden, a Alalu palabras le fueron dichas: Anu, el rey, te envía sus saludos; se complace en saber que te encuentras bien; no había razón para que te fueras de Nibiru, en el corazón de Anu no hay enemistad; Si realmente has encontrado el oro de la salvación, ¡que Nibiru se salve!
Las palabras de Anu llegaron al carro de Alalu; Alalu las respondió con rapidez:
Si vuestro salvador he de ser, para vuestras vidas salvar, convocad a los príncipes en asamblea, ¡declarad suprema mi ascendencia!


¡Que los comandantes me conviertan en su líder, que se inclinen ante mis órdenes!
¡Que el consejo me nombre rey, para sustituir a Anu en el trono! Cuando las palabras de Alalu se escucharon en Nibiru, grande fue la consternación. ¿Cómo se podía deponer a Anu?, se preguntaban los consejeros. ¿Y si no era cierto lo que contaba Alalu? ¿Y si era una artimaña? ¿Dónde está su asilo? ¿De verdad ha encontrado oro? Reunieron a los sabios, pidieron el consejo de los doctos e instruidos. El más anciano de ellos habló: ¡Yo fui el maestro de Alalu!, dijo. Él había escuchado con atención las enseñanzas del Principio, de la Batalla Celestial había aprendido; del monstruo acuoso Tiamat y de sus venas doradas adquirió conocimientos;
si realmente ha ido más allá del Brazalete Repujado, ¡en la Tierra, el séptimo planeta, está su asilo!
En la asamblea, un príncipe tomó la palabra; era un hijo de Anu, del vientre de Antu, la esposa de Anu, había surgido.


Enlil era su nombre, que quiere decir Señor del Mandato. Palabras de cautela estaba pronunciando: Alalu no puede hablar de condiciones. Las calamidades fueron su obra, y perdió el trono en combate singular.
Si es cierto que ha encontrado oro en Tiamat, hacen falta pruebas de ello; ¿habrá suficiente oro para proteger nuestra atmósfera? ¿Cómo lo traeremos hasta Nibiru a través del Brazalete Repujado? Así habló Enlil, el hijo de Anu; y otras muchas preguntas formuló también. Muchas pruebas hacían falta, muchas respuestas se precisaban, coincidieron todos. Se le transmitieron a Alalu las palabras de la asamblea, una respuesta se
exigió.


Alalu ponderó el mérito de las palabras, y accedió a transmitir sus secretos; de su viaje y sus peligros hizo en verdad relato.
Del Probador sacó el cristal de sus entrañas, del Tomador de Muestras sacó su corazón de cristal; Insertó los cristales en el Hablador, para transmitir todos los hallazgos.
¡Ahora que se han entregado las pruebas, declaradme rey, inclinaos ante mis órdenes!, exigió severamente.
Los sabios se horrorizaron; ¡con Armas de Terror, Alalu causaría más estragos en Nibiru, con Armas de Terror un sendero había abierto a través del Brazalete!


En el momento Nibiru pase en su vuelta por esa región, ¡Alalu está amasando calamidades!
En el consejo había mucha consternación; alterar la realeza era, ciertamente, un asunto grave.
Anu no sólo era rey por ascendencia: ¡había alcanzado el trono en justa lid!
En la asamblea de los príncipes, un hijo de Anu se levantó para hablar.
Era sabio en todas las materias, entre los sabios se le reconocía.
De los secretos de las aguas era un maestro; E.A, Aquel Cuyo Hogar Es el Agua, era llamado.
De Anu era el Primogénito; con Damkina, la hija de Alalu, estaba casado.
Mi padre por nacimiento es Anu, el rey, dijo Ea; Alalu, por matrimonio, es mi padre.
Llevar al unísono los dos clanes fue la intención de mis desposorios;
¡Dejadme ser el que traiga la unidad en este conflicto!
¡Dejadme ser el emisario de Anu ante Alalu, dejadme ser el que dé soporte a los descubrimientos de Alalu!
Dejad que vaya en viaje a la Tierra en un carro, trazaré un sendero a través del Brazalete con agua, no con fuego.
En la Tierra, dejad que obtenga de las aguas el precioso oro; a Nibiru se enviará de vuelta.


Que Alalu sea rey en la Tierra, un veredicto de los sabios esperar: si Nibiru se salva, que haya una segunda lucha; ¡que ésta determine quién gobernará Nibiru! Los príncipes, los consejeros, los sabios, los comandantes escucharon las palabras de Ea con admiración; estaban llenas de sabiduría, pues encontraban solución al conflicto. ¡Que así sea!, anunció Anu. Que parta Ea, que se ponga a prueba el oro.
¡Lucharé con Alalu por segunda vez, que el vencedor sea rey de Nibiru!


Se le transmitieron a Alalu las palabras de la decisión;
Éste las ponderó y accedió: ¡Que Ea, mi hijo por matrimonio, venga a la Tierra! ¡Que se obtenga oro de las aguas, que se ponga a prueba para la salvación de Nibiru; que una segunda lucha por la realeza se salde entre Anu y yo! ¡Así sea!, decretó Anu en la asamblea.
Enlil hizo una objeción; la palabra del rey era inalterable.
Ea fue al lugar de los carros, con comandantes y sabios consultó. Contempló los peligros de la misión, consideró cómo extraer y traer el oro. Estudió con detenimiento la transmisión de Alalu, y pidió a Alalu más pruebas de los resultados. Diseñó una Tablilla de Destinos para la misión. Si el agua fuera la Fuerza, ¿dónde se podría repostar? ¿Dónde, en el carro, se almacenará? ¿Cómo se convertirá en Fuerza? Toda una vuelta de Nibiru pasó con las reflexiones, un Shar de Nibiru pasó en los preparativos.


Se ha preparado el carro celestial más grande para la misión, se ha calculado su destino de vuelta, una Tablilla de Destino se ha fijado con firmeza; ¡cincuenta héroes harán falta para la misión, para viajar a la Tierra y obtener el oro!


Anu dio su aprobación al viaje; los astrónomos eligieron el momento adecuado para comenzarlo. En el Lugar de los Carros se congregaron las multitudes, llegaron para despedir a los héroes y a su líder. Llevando cascos de Águila, portando cada uno un traje de Pez, los héroes entraron al carro de uno en uno.
El último en embarcar fue Ea; de los congregados se despidió. Se arrodilló ante su padre, Anu, para recibir la bendición del rey. Mi hijo, el Primogénito: un largo viaje has emprendido, para ponerte en peligro por todos nosotros; que tu éxito destierre de Nibiru la calamidad; ¡ve y vuelve con vida! Así hizo Anu para pronunciar una bendición para su hijo, despidiéndose de él.


La madre de Ea, a la que llamaban Ninul, lo apretó contra su pecho.
¿Por qué, después que me fueras dado como hijo de Anu, él te dotó con un corazón incansable?
¡Ve y vuelve, recorre sin novedad el peligroso camino!, le dijo ella.
Con ternura, Ea besó a su esposa, abrazó a Damkina sin palabras.
Enlil estrechó los brazos con su hermanastro. ¡Que seas bendito, que tengas éxito!, le dijo.
Con el corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de remontarse.


Viene ahora el relato del viaje hasta el séptimo planeta, y de cómo se inició la leyenda del Diospez que vino de las aguas. Con el corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de remontarse. El asiento de comandante estaba ocupado por Anzu, no por Ea; Anzu, no
Ea, era el comandante del carro; Aquel Que Conoce los Cielos significaba su nombre; para esta tarea se le
había seleccionado especialmente.


Era un príncipe entre los príncipes, de simiente real era su ascendencia. El carro celestial guió con pericia; lo elevó poderosamente de Nibiru, hacia el distante Sol lo dirigió.
Diez leguas, cien leguas el carro recorrió, mil leguas el carro viajó. El pequeño Gaga salió a recibirlos, les transmitió a los héroes la bienvenida. La azulada Antu, hermosa y encantadora, le mostró el camino. Anzu se sintió atraído ante su vista. ¡Examinemos sus aguas!, dijo Anzu. Ea dio la orden de continuar sin detenerse; es un planeta sin retorno, dijo enérgicamente.
Hacia el celestial An, el tercero en la cuenta planetaria, prosiguió el carro. A su lado yacía An, su ejército de lunas se arremolinaban. Los rayos del Probador revelaron la presencia de agua; se le indicó a Ea si era necesario detenerse, Ea dijo que se continuara el viaje, hacia Anshar, el mayor de los príncipes del cielo, se estaba dirigiendo. Pronto pudieron sentir el insidioso tirón de Anshar, y admiraron con temor
sus anillos de colores.


Con pericia, Anzu guió el carro, los demoledores peligros hábilmente evitó. La gigante Kishar, el mayor de los planetas estables, fue el siguiente en encontrarse. La atracción de su red era abrumadora; con gran habilidad, Anzu desvió el rumbo del carro.
Con furia, Kishar estuvo lanzando rayos al carro divino, dirigió su ejército hacia el intruso.
Lentamente, Kishar se alejó, para que el carro se encontrara con el siguiente enemigo: ¡más allá del quinto planeta, el Brazalete Repujado estaba al acecho! Ea ordenó que en su artefacto se fijara un-zumbido, que se preparara el Propulsor de Agua.


Hacia el ejército de rocas giratorias se precipitaba el carro, cada una, como la piedra de una honda, se dirigía ferozmente hacia el carro. La palabra de Ea fue dada; con la fuerza de un millar de héroes, se lanzó la corriente de agua. Una a una, las rocas volvieron la cara; ¡estaban dejando un sendero para el carro!
Pero, mientras una roca huía, otra atacaba en su lugar; ¡una multitud más allá de toda cuenta era su número, un ejército buscando venganza por la división de Tiamat!


Una y otra vez, Ea dio las órdenes para que el Propulsor de Agua mantuviera un-zumbido;
Una y otra vez, se dirigieron corrientes de agua hacia el ejército de rocas;
Una y otra vez, las rocas volvieron sus caras, dejando un sendero para el carro. Y, después, al fin, el sendero quedó claro; ¡el carro podía continuar sin daños!


Los héroes elevaron un grito de alegría; y doble fue la alegría ante la visión del Sol que ahora se revelaba.
En medio del regocijo, Anzu hizo sonar la alarma: para trazar el sendero, se había consumido demasiada agua,
¡no había agua suficiente para alimentar las Piedras ígneas del carro durante el resto del viaje!
En la oscura profundidad, podían ver el sexto planeta, estaba reflejando los rayos del Sol. Hay agua en Lahmu, estaba diciendo Ea. ¿Puedes hacer descender el carro sobre él?, le preguntó a Anzu.
Diestramente, Anzu dirigió el carro hacia Lahmu; al llegar al dios celestial, a su alrededor hizo circundar el carro.
La red del planeta no es grande, su atracción se puede manejar con facilidad, dijo Anzu.
Lahmu merecía ser contemplado, tenía muchos tonos; de blanca nieve era su gorro, de blanca nieve eran sus sandalias.


Rojizo en su mitad, ¡en su mitad lagos y ríos relucían!
Hábilmente, Anzu hizo viajar al carro más despacio, junto a la orilla de un lago lo hizo descender suavemente.
Siguiendo las órdenes, los héroes extendieron Lo Que Aspira Agua, las entrañas del carro se llenaron con las aguas del lago.
Mientras el carro se llenaba de agua, Ea y Anzu examinaron los alrededores.
Con el Probador y el Tomador de Muestras, determinaron todo lo que importa: las aguas eran buenas para beber, había aire suficiente.
Todo se registró en los anales del carro, y se describió la necesidad de desviarse.
Reabastecido su vigor, el carro se remontó, despidiéndose del benévolo Lahmu.


Más allá, el séptimo planeta estaba dando su vuelta; ¡la Tierra y su compañero estaban invitando al carro!
En el asiento del comandante, Anzu estaba sin palabras; Ea también estaba callado.
Delante de ellos estaba su destino, que contenía el oro de la salvación o la perdición de Nibiru.
¡El carro debe frenarse, o perecerá en la gruesa atmósfera de la Tierra!, declaró Anzu a Ea.
¡Haz círculos para frenar alrededor del compañero de la Tierra, la Luna!, le sugirió Ea.
Circundaron la Luna; yacía postrada y llena de cicatrices, tras la victoria de Nibiru en la Batalla Celestial.
Después de frenar así el carro, Anzu lo dirigió hacia el séptimo planeta.


Una vez, dos veces hizo circundar el carro alrededor del globo de la Tierra, aún más cerca de la Tierra Firme lo hizo descender. Había tonos niveos en las dos terceras partes del planeta, de un tono oscuro era su parte media. Podían ver los océanos, podían ver las Tierras Firmes; estaban buscando la señal de la baliza de Alalu.
Donde un océano tocaba tierra seca, donde cuatro ríos eran tragados por los pantanos, balizaba la señal de Alalu.


¡El carro es demasiado pesado y grande para los pantanos!, declaró Anzu. ¡La red de atracción de la Tierra es demasiado poderosa para descender en tierra seca!, anunció Anzu a Ea.
¡Ameriza! ¡Ameriza en las aguas del océano!, le gritó Ea a Anzu. Anzu dio una vuelta más alrededor del planeta; con mucho cuidado, hizo descender el carro hacia el borde del océano. Llenó de aire los pulmones del carro; en las aguas amerizó, no se hundió en las profundidades. En el Hablador se escuchó una voz: ¡Sed bienvenidos a la Tierra!, estaba diciendo Alalu.
Por la transmisión de sus palabras, se determinó la dirección de su paradero. Hacia el lugar dirigió Anzu el carro, flotando como un barco se movía sobre las aguas. Pronto se estrechó el amplio océano, apareciendo tierras secas a ambos lados como dos guardianes.


En la parte izquierda, se elevaban colinas pardas; en la derecha, las montañas elevaban sus cabezas hasta el cielo. Hacia el lugar de Alalu se dirigió el carro, iba flotando sobre las aguas como un barco. Por delante, la tierra seca estaba cubierta de agua, los pantanos sustituían al océano. Anzu dio órdenes a los héroes, les ordenó que se pusieran los trajes de peces. Entonces, se abrió una portezuela del carro, y los héroes descendieron a los pantanos.


Ataron fuertes cuerdas al carro, con las cuerdas tiraron del carro. Las palabras transmitidas por Alalu llegaban con más fuerza. ¡Rápido! ¡Rápido!, estaba diciendo.
Al filo de los pantanos, una visión había que contemplar: reluciendo bajo los rayos del Sol, había un carro de Nibiru; ¡era el barco celestial de Alalu! Los héroes aceleraron sus pasos, hacia el carro de Alalu se apresuraron.


Impaciente, Ea se puso su traje de pez; en su pecho, el corazón golpeaba como un tambor.
Saltó al pantano, con paso apresurado se dirigió hacia la orilla.
Altas eran las aguas del pantano, el fondo estaba más hondo de lo que esperaba.
Dejó de caminar para nadar, con brazadas audaces avanzó.
Mientras se acercaba a la tierra seca, pudo ver verdes praderas.
Después, sus pies tocaron suelo firme; se puso de pie y siguió caminando.
Delante de él, pudo ver a Alalu, de pie, saludando con las manos vigorosamente.
Alcanzando la orilla, Ea salió de las aguas: ¡estaba sobre la oscura Tierra!
Alalu llegó corriendo hasta él; abrazó con fuerza a su hijo por matrimonio.
¡Bienvenido a un planeta diferente!, le dijo Alalu a Ea.


Viene ahora el relato de cómo se fundó Eridú en la Tierra, de cómo comenzó la cuenta de los siete días. Alalu abrazó a Ea en silencio, con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Ea inclinó su cabeza ante él, en señal de respeto ante su padre por matrimonio.
En los pantanos, los héroes seguían avanzando; otros más se pusieron los trajes de peces, otros más hacia la tierra seca se apresuraban.


¡Mantened a flote el carro!, ordenó Anzu. ¡Ancladlo en las aguas, evitad el fango de la orilla!
Los héroes alcanzaron la orilla, ante Alalu se inclinaron.
Anzu llegó a la orilla, el último en salir del carro.
Se inclinó ante Alalu; con él estrechó los brazos Alalu en señal de bienvenida.


A todos los que habían llegado, Alalu dio palabras de bienvenida. A todos los que estaban reunidos, Ea dio palabras de mandato. ¡Aquí en la Tierra, yo soy el comandante!, les dijo.
En una misión a vida o muerte hemos llegado; ¡en nuestras manos está la suerte de Nibiru!
Miró alrededor, estaba buscando un lugar para acampar. ¡Amontonad tierra, haced montículos allí!, ordenó Ea para levantar un campamento.


A un lugar no lejano estaba señalando, una cabana de cañas erigió por morada para Alalu. Luego, dirigió estas palabras a Anzu: Transmite estas palabras a Nibiru, ¡al rey, mi padre Anu, anuncia la feliz llegada!
No tardó en cambiar el tono de los cielos, del resplandor al rojizo se tornó. Ante sus ojos se reveló una visión nunca antes vista: ¡el Sol, como una esfera roja, estaba desapareciendo en el horizonte! ¡El temor se apoderó de los héroes, temían una Gran Calamidad! Alalu, con palabras risueñas, les confortó diciendo: Es una puesta de Sol, marca el fin de un día en la Tierra. Echaos para un breve descanso; una noche en la Tierra es más corta de lo que podáis imaginar. Antes de lo que podáis esperar, el Sol hará su aparición; ¡será de día en la
Tierra!


Inesperadamente, llegó la oscuridad, y separó los cielos de la Tierra. Los relámpagos rompían la oscuridad, y a los truenos les siguieron las lluvias. Los vientos soplaron sobre las aguas, eran tormentas de un dios extraño. En el carro, los héroes se pusieron en cuclillas; en el carro, los héroes se acurrucaron.
Para ellos, no llegó el descanso; estaban muy agitados. Con los corazones acelerados, esperaban el regreso del Sol. Sonrieron cuando aparecieron sus rayos, contentos y dándose palmadas en la espalda.
Y anocheció y amaneció, fue su primer día en la Tierra. Al romper el día, Ea reflexionó sobre la situación; debía pensar sobre cómo separar las aguas de las aguas. Nombró a Engur señor de las aguas dulces, para que proveyera de aguas potables.


Éste fue a la laguna de la serpiente con Alalu, para valorar sus aguas dulces; ¡La laguna estaba abarrotada de serpientes malignas!, dijo Engur a Ea.
Entonces, Ea contempló los pantanos, sopesando la abundancia de aguas de lluvia.
A Enbilulu lo puso al cargo de los pantanos, se le indicó que señalara los matorrales de cañizos. A Enkimdu se le puso al cargo de la zanja y del dique, para que elaborara una frontera frente a los pantanos, para que hiciera un lugar donde reunir las aguas que llovían del cielo,
Así se separaron las aguas de debajo de las aguas de arriba, se separaron las aguas de los cenagales de las aguas dulces.


Y anocheció y amaneció, fue el segundo día en la Tierra.
Cuando el Sol anunció la mañana, los héroes ya estaban llevando a cabo las tareas asignadas. Ea dirigió sus pasos, junto a Alalu, hacia el lugar de hierba y árboles, para examinar todo lo que crece en el huerto, hierbas y frutas según su especie.


A Isimud, su visir, Ea le hizo unas preguntas: ¿Qué planta es ésta? ¿Qué planta es aquélla?, le preguntaba.
Isimud, muy instruido, pudo distinguir los alimentos que crecen bien; arrancó una fruta para Ea, ¡es una planta de miel!, le decía a Ea: ¡Él mismo comió una fruta, Ea estaba comiéndose una fruta!
Del alimento que crece, diferenciado por su bondad, Ea puso al cago al héroe Gurú.
Así se proveyeron los héroes de agua y alimentos; no se hartaban.
Y anocheció y amaneció, fue el tercer día en la Tierra.


El cuarto día cesaron de soplar los vientos, el carro ya no se vio perturbado por las olas.
¡Que se traigan herramientas desde el carro, que se construyan moradas en el campamento!, ordenó Ea.
Ea puso a Kulla al cargo del molde y el ladrillo, para que hiciera ladrillos de arcilla; a Mushdammu se le indicó que pusiera los cimientos, para levantar moradas habitables.


Todo el día estuvo brillando el Sol, una gran luz hubo durante el día. Al anochecer, Kingu, la luna de la Tierra, arrojó en su plenitud una luz pálida sobre la Tierra, una luz menor para gobernar la noche, para ser contado entre los dioses celestiales.


Y anocheció y amaneció, fue el cuarto día en la Tierra. El quinto día, Ea le ordenó a Ningirsig que hiciera un barco de juncos, para tomar la medida de los pantanos, para valorar la extensión de los cenagales.
Ulmash, el que conoce lo que prolifera en las aguas, el que tiene conocimientos de las aves de caza que vuelan, a Ulmash llevó Ea por compañero, para que distinguiera lo bueno de lo malo. De las especies que pululan en las aguas, de las especies que ofrecen sus alas en el cielo, muchas eran desconocidas para Ulmash; su número era desconcertante. Buenas eran las carpas, entre lo malo iban nadando. Ea convocó a Enbilulu, el señor de los pantanos; Ea convocó a Enkimdu, a cargo de la zanja y el dique;
a ellos les dio palabras, para hacer una barrera en los pantanos; para hacer un recinto con cañas y juncos verdes, y separar allí unos peces de otros, una trampa para carpas, que de una red no pudieran escapar, un lugar de cuya trampa no pudiera escapar ningún ave que fuera buena para comer. Así, los héroes se proveerían de pescado y de caza, separando las especies buenas.


Y anocheció y amaneció, fue el quinto día en la Tierra. El sexto día, Ea tuvo en cuenta a las criaturas del huerto. A Enursag se le asignó la tarea de distinguir lo que se arrastra por el suelo de lo que camina sobre pies;
Enursag se asombró de sus especies, de su ferocidad dio cuenta a Ea. Ea convocó a Kulla, a Mushdammu dio órdenes urgentes: ¡Para la noche, las moradas han de estar terminadas, y rodeadas por una valla de protección! Los héroes pusieron manos a la obra, sobre los cimientos se pusieron los ladrillos con rapidez. Los tejados se hicieron de caña, y la valla se levantó con árboles cortados.


Anzu trajo del carro un Rayo-Que-Mata, un Hablador-Que-Transmite-Palabras puso en la morada de Ea; ¡Al anochecer, el campamento estaba terminado! Los héroes se congregaron en su interior por la noche.
Ea, Alalu y Anzu consideraron los hechos; ¡todo lo que se había hecho era en verdad bueno!
Y anocheció y amaneció, el sexto día.
El séptimo día se reunieron los héroes en el campamento,
Ea les dijo estas palabras:
Hemos emprendido un peligroso viaje, hemos recorrido un peligroso camino desde Nibiru hasta el séptimo planeta.


A la Tierra hemos llegado sin novedad, muchas cosas buenas hemos conseguido, hemos establecido un campamento.
¡Que este día sea de descanso; a partir de ahora, el séptimo día será siempre de descanso!
¡Que a partir de ahora se le llame a este lugar Eridú, Hogar en la Lejanía será su significado!
¡Que se mantenga una promesa, que Alalu sea declarado comandante de Eridú!
Los héroes así reunidos, gritaron al unísono los acuerdos.
Palabras de acuerdo pronunció Alalu, después rindió gran homenaje a Ea:
¡Que se le dé un segundo nombre a Ea, que se le llame Nudimmud, el Hábil Forjador!
Al unísono, los héroes anunciaron el acuerdo.
Y anocheció y amaneció, el séptimo día.


Viene ahora el relato de cómo comenzó la búsqueda de oro, y de cómo los planes en Nibiru no proporcionaban la salvación a Nibiru. Tras establecerse el campamento de Eridú y después de saciarse los héroes de alimento, Ea comenzó la tarea de obtener oro de las aguas.
En el carro, se levantaron las Piedras de Fuego, y cobró vida el Gran Crujidor; esde el carro, se extendió Lo Que Succiona Agua, se insertó en las aguas pantanosas.
Las aguas se introdujeron en un recipiente de cristales, de las aguas, los cristales del recipiente extrajeron todo lo que había de metal.


Después, desde el recipiente, Lo Que Escupe escupió las aguas a la laguna de los peces; así se recogían en el recipiente los metales que había en las aguas. El artefacto de Ea era ingenioso, ¡en verdad, era un Hábil Forjador! Durante seis días de la Tierra se introdujeron aguas pantanosas, se escupieron aguas pantanosas; ¡en el recipiente se recogían los metales! El séptimo día, Ea y Alalu examinaron los metales; de muchas clases eran los metales que había en el recipiente. Había hierro, había mucho cobre; el oro no era abundante. En el carro otro recipiente, el ingenioso artefacto de Nudimmud, los metales se separaron según tipos, se llevaron a la orilla por clases. Así trabajaron los héroes durante seis días; al séptimo día descansaron. Durante seis días, los recipientes de cristal se llenaron y se vaciaron, el séptimo día se hizo cuenta de los metales. Había hierro y había cobre, y otros metales también; de oro, se había acumulado el montón más pequeño. Por la noche, la Luna subía y bajaba; a su vuelta, Ea le puso el nombre de Mes.


Al comienzo del Mes, seis días se mostraban sus cuernos luminosos, con su media corona se anunciaba el séptimo día; era un día de descanso. A mitad de camino, la Luna se distinguía por su plenitud; después, se detenía para empezar a decrecer. Con el curso del Sol, iba apareciendo la vuelta de la Luna, iba revelando su rostro con la vuelta de la Tierra. Ea estaba fascinado con los movimientos de la Luna, contemplaba su atracción como Kingu a Ki:
¿A qué propósito servía esa atracción? ¿Qué señal celeste estaba dando? Mes llamó Ea a la vuelta de la Luna, le dio el nombre de Mes a su vuelta. Por un Mes, por dos meses, se separaron las aguas en el carro; el Sol, cada seis meses, daba a la Tierra otra estación; Invierno y Verano las llamó Ea.


Hubo Invierno y hubo Verano; y Ea llamó Año de la Tierra a toda la vuelta
Al finalizar el Año se hizo cuenta del oro acumulado; no había mucho para enviar a Nibiru.
¡Las aguas de las ciénagas son insuficientes, que se traslade el carro a lo profundo del océano!, así dijo Ea.
Se soltó el carro de sus amarras, de vuelta de donde llegó se volvió. Se elevaron con mucho cuidado los recipientes de cristal, las aguas saladas pasaron a través de ellos.
Se separaron los metales por clases; ¡entre ellos centelleaba el oro!
Desde el carro, Ea transmitió a Nibiru palabra de los acontecimientos; para
Anu fue agradable de escuchar.


En su predestinada vuelta, Nibiru estaba volviendo a la morada del Sol, en su vuelta de Shar, Nibiru se estaba aproximando a la Tierra.
Ansiosamente, Anu preguntó por el oro. ¿Hay suficiente para enviarlo a Nibiru?, preguntó.
¡Ay!, no se había recogido suficiente oro de las aguas; ¡Que pase otro Shar, que se doble la cantidad!, le aconsejó Ea a Anu. Se siguió obteniendo oro de las aguas del océano; el corazón de Ea se llenaba de aprensión.


Se extrajeron partes del carro, con ellas se montó una cámara celeste. Abgal, el que sabe pilotar, fue asignado al cargo de la cámara celeste; Ea se remontaba a diario en el aire con Abgal en la cámara celeste, para descubrir los secretos de la Tierra.


Se construyó un recinto para la cámara celeste, se puso junto al carro de Alalu: Ea estudiaba a diario los cristales en el carro de Alalu, para comprender lo que por sus rayos se descubría; ¿De dónde viene el oro?, preguntó a Alalu. ¿Dónde en la Tierra están las venas doradas de Tiamat?
Ea se remontó en el aire con Abgal en la cámara celeste, para conocer la Tierra y sus secretos.
Vagaron sobre las grandes montañas, grandes ríos vieron en los valles; estepas y bosques se extendían bajo ellos, miles de leguas recorrieron.


Tomaron nota de vastas tierras separadas por océanos, con el Rayo Que Explora penetraron los suelos.
La impaciencia crecía en Nibiru. ¿Puede ofrecer protección el oro?, crecía el clamor. ¡Reunid el oro, cuando se acerque Nibiru tendréis que entregarlo!, ordenó Anu a Ea. ¡Reparad el carro de Alalu, disponedlo para que vuelva a Nibiru, para que esté dispuesto cuando termine el Shar!, dijo así Anu. Ea obedeció las palabras de su padre, el rey; se puso a reflexionar sobre la reparación del carro de Alalu.
Una noche en la que aterrizaron la cámara celeste junto al carro, entró en éste con Abgal, para llevar a cabo una acción secreta en la oscuridad.


Las Armas de Terror, las siete, sacaron del carro; las llevaron a la cámara celeste, dentro de la cámara celeste las escondieron. Al amanecer, Ea y Abgal se remontaron en el cielo con la cámara celeste, con dirección a otra tierra.


Allí, en un lugar secreto, Ea ocultó las armas; en una cueva, un lugar desconocido, las almacenó. Después, Ea dio a Anzu palabras de mandato, le indicó que reparara el carro de Alalu, que lo dispusiera para volver a Nibiru, que estuviera listo para cuando terminara el Shar.
Anzu, muy experto en los asuntos de los carros, se puso manos a la obra; hizo que sus propulsores zumbaran de nuevo, tuvo mucha cuenta de sus tablillas; ¡pero no tardó en descubrir la ausencia de las Armas de Terror! Anzu gritó enfurecido; Ea le dio explicación de su ocultación: ¡Es un peligro utilizar estas armas!, dijo Ea. ¡Jamás deben ser armadas ni en los cielos ni en las Tierras Firmes! ¡Sin ellas, será peligroso atravesar el Brazalete Repujado!, dijo Anzu. ¡Sin ellas, y sin los Propulsores de Agua, hay peligro de que no resista! Alalu, comandante de Eridú, consideró las palabras de Ea, a las palabras de Anzu prestó atención: ¡Las palabras de Ea quedan atestiguadas por el Consejo de Nibiru!, dijo Alalu;
Pero, si no regresa el carro, ¡Nibiru estará perdido!


Abgal, el que sabe pilotar, se adelantó audazmente hacia los líderes.
¡Yo seré el piloto, afrontaré los peligros valerosamente!, dijo.
Así se tomó la decisión: ¡Abgal será el piloto, Anzu se quedará en la Tierra!
En Nibiru, los astrónomos contemplaron los destinos de los dioses celestiales, eligieron el día oportuno.
Se llevaron cestadas de oro al carro de Alalu;
Abgal entró en la parte delantera del carro, ocupó el asiento del comandante.
Ea le dio una Tablilla de Destino de su propio carro;
¡Será para ti Lo-Que-Muestra-El-Camino, con ella encontrarás un camino abierto!


Abgal levantó las Piedras de Fuego del carro; su zumbido cautivaba como la música.
Dio vida al Gran Crujidor del carro, arrojando un resplandor rojizo.
Ea y Alalu, junto con la multitud de héroes estaban de pie alrededor, le estaban dando la despedida.
Después, con un rugido, el carro se elevó hacia los cielos, ¡a los cielos ascendió!
A Nibiru se transmitieron palabras del ascenso; en Nibiru había mucha expectación.

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