¡La suerte de Nibiru está en mis manos; mis condiciones debes
escuchar!
Ésas fueron las palabras de Alalu, de la oscura Tierra a Nibiru las
transmitió el Hablador.
Cuando las palabras de Alalu a Anu, el rey, le fueron comunicadas,
Anu se asombró; se asombraron también los consejeros, los sabios
quedaron sorprendidos.
¿Alalu no está muerto?, se preguntaban entre sí. ¿Es que podía estar
vivo en otro mundo?, se decían con incredulidad.
¿No se había ocultado en Nibiru, habiendo ido con el carro hasta un
lugar ignoto?
Se convocó a los comandantes de los carros, los sabios reflexionaron
sobre las palabras transmitidas.
Las palabras no llegaron desde Nibiru; se dijeron desde más allá del
Brazalete Repujado, ésta fue su conclusión, y esto se le reportó al
rey, Anu.
Anu quedó aturdido; reflexionó sobre lo sucedido.
Que se le envíen palabras de reconocimiento a Alalu, dijo a los
reunidos.
En el Lugar de los Carros Celestiales se dio la orden, a Alalu
palabras le fueron dichas: Anu, el rey, te envía sus saludos; se
complace en saber que te encuentras bien; no había razón para que te
fueras de Nibiru, en el corazón de Anu no hay enemistad; Si
realmente has encontrado el oro de la salvación, ¡que Nibiru se
salve!
Las palabras de Anu llegaron al carro de Alalu; Alalu las respondió
con rapidez:
Si vuestro salvador he de ser, para vuestras vidas salvar, convocad
a los príncipes en asamblea, ¡declarad suprema mi ascendencia!
¡Que los comandantes me conviertan en su líder, que se inclinen ante
mis órdenes!
¡Que el consejo me nombre rey, para sustituir a Anu en el trono!
Cuando las palabras de Alalu se escucharon en Nibiru, grande fue la
consternación. ¿Cómo se podía deponer a Anu?, se preguntaban los
consejeros. ¿Y si no era cierto lo que contaba Alalu? ¿Y si era una
artimaña? ¿Dónde está su asilo? ¿De verdad ha encontrado oro?
Reunieron a los sabios, pidieron el consejo de los doctos e
instruidos. El más anciano de ellos habló: ¡Yo fui el maestro de
Alalu!, dijo. Él había escuchado con atención las enseñanzas del
Principio, de la Batalla
Celestial había aprendido; del monstruo acuoso Tiamat y de sus venas
doradas adquirió conocimientos;
si realmente ha ido más allá del Brazalete Repujado, ¡en la Tierra,
el séptimo planeta, está su asilo!
En la asamblea, un príncipe tomó la palabra; era un hijo de Anu, del
vientre de Antu, la esposa de Anu, había surgido.
Enlil era su nombre, que quiere decir Señor del Mandato. Palabras de
cautela estaba pronunciando: Alalu no puede hablar de condiciones.
Las calamidades fueron su obra, y perdió el trono en combate
singular.
Si es cierto que ha encontrado oro en Tiamat, hacen falta pruebas de
ello; ¿habrá suficiente oro para proteger nuestra atmósfera? ¿Cómo
lo traeremos hasta Nibiru a través del Brazalete Repujado? Así habló
Enlil, el hijo de Anu; y otras muchas preguntas formuló también.
Muchas pruebas hacían falta, muchas respuestas se precisaban,
coincidieron todos. Se le transmitieron a Alalu las palabras de la
asamblea, una respuesta se
exigió.
Alalu ponderó el mérito de las palabras, y accedió a transmitir sus
secretos; de su viaje y sus peligros hizo en verdad relato.
Del Probador sacó el cristal de sus entrañas, del Tomador de
Muestras sacó su corazón de cristal; Insertó los cristales en el
Hablador, para transmitir todos los hallazgos.
¡Ahora que se han entregado las pruebas, declaradme rey, inclinaos
ante mis órdenes!, exigió severamente.
Los sabios se horrorizaron; ¡con Armas de Terror, Alalu causaría más
estragos en Nibiru, con Armas de Terror un sendero había abierto a
través del Brazalete!
En el momento Nibiru pase en su vuelta por esa región, ¡Alalu está
amasando calamidades!
En el consejo había mucha consternación; alterar la realeza era,
ciertamente, un asunto grave.
Anu no sólo era rey por ascendencia: ¡había alcanzado el trono en
justa lid!
En la asamblea de los príncipes, un hijo de Anu se levantó para
hablar.
Era sabio en todas las materias, entre los sabios se le reconocía.
De los secretos de las aguas era un maestro; E.A, Aquel Cuyo Hogar
Es el Agua, era llamado.
De Anu era el Primogénito; con Damkina, la hija de Alalu, estaba
casado.
Mi padre por nacimiento es Anu, el rey, dijo Ea; Alalu, por
matrimonio, es mi padre.
Llevar al unísono los dos clanes fue la intención de mis
desposorios;
¡Dejadme ser el que traiga la unidad en este conflicto!
¡Dejadme ser el emisario de Anu ante Alalu, dejadme ser el que dé
soporte a los descubrimientos de Alalu!
Dejad que vaya en viaje a la Tierra en un carro, trazaré un sendero
a través del Brazalete con agua, no con fuego.
En la Tierra, dejad que obtenga de las aguas el precioso oro; a
Nibiru se enviará de vuelta.
Que Alalu sea rey en la Tierra, un veredicto de los sabios esperar:
si Nibiru se salva, que haya una segunda lucha; ¡que ésta determine
quién gobernará Nibiru! Los príncipes, los consejeros, los sabios,
los comandantes escucharon las palabras de Ea con admiración;
estaban llenas de sabiduría, pues encontraban solución al conflicto.
¡Que así sea!, anunció Anu. Que parta Ea, que se ponga a prueba el
oro.
¡Lucharé con Alalu por segunda vez, que el vencedor sea rey de
Nibiru!
Se le transmitieron a Alalu las palabras de la decisión;
Éste las ponderó y accedió: ¡Que Ea, mi hijo por matrimonio, venga a
la Tierra! ¡Que se obtenga oro de las aguas, que se ponga a prueba
para la salvación de Nibiru; que una segunda lucha por la realeza se
salde entre Anu y yo! ¡Así sea!, decretó Anu en la asamblea.
Enlil hizo una objeción; la palabra del rey era inalterable.
Ea fue al lugar de los carros, con comandantes y sabios consultó.
Contempló los peligros de la misión, consideró cómo extraer y traer
el oro. Estudió con detenimiento la transmisión de Alalu, y pidió a
Alalu más pruebas de los resultados. Diseñó una Tablilla de Destinos
para la misión. Si el agua fuera la Fuerza, ¿dónde se podría
repostar? ¿Dónde, en el carro, se almacenará? ¿Cómo se convertirá en
Fuerza? Toda una vuelta de Nibiru pasó con las reflexiones, un Shar
de Nibiru pasó en los preparativos.
Se ha preparado el carro celestial más grande para la misión, se ha
calculado su destino de vuelta, una Tablilla de Destino se ha fijado
con firmeza; ¡cincuenta héroes harán falta para la misión, para
viajar a la Tierra y obtener el oro!
Anu dio su aprobación al viaje; los astrónomos eligieron el momento
adecuado para comenzarlo. En el Lugar de los Carros se congregaron
las multitudes, llegaron para despedir a los héroes y a su líder.
Llevando cascos de Águila, portando cada uno un traje de Pez, los
héroes entraron al carro de uno en uno.
El último en embarcar fue Ea; de los congregados se despidió. Se
arrodilló ante su padre, Anu, para recibir la bendición del rey. Mi
hijo, el Primogénito: un largo viaje has emprendido, para ponerte en
peligro por todos nosotros; que tu éxito destierre de Nibiru la
calamidad; ¡ve y vuelve con vida! Así hizo Anu para pronunciar una
bendición para su hijo, despidiéndose de él.
La madre de Ea, a la que llamaban Ninul, lo apretó contra su pecho.
¿Por qué, después que me fueras dado como hijo de Anu, él te dotó
con un corazón incansable?
¡Ve y vuelve, recorre sin novedad el peligroso camino!, le dijo
ella.
Con ternura, Ea besó a su esposa, abrazó a Damkina sin palabras.
Enlil estrechó los brazos con su hermanastro. ¡Que seas bendito, que
tengas éxito!, le dijo.
Con el corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de
remontarse.
Viene ahora el relato del viaje hasta el séptimo planeta, y de cómo
se inició la leyenda del Diospez que vino de las aguas. Con el
corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de
remontarse. El asiento de comandante estaba ocupado por Anzu, no por
Ea; Anzu, no
Ea, era el comandante del carro; Aquel Que Conoce los Cielos
significaba su nombre; para esta tarea se le
había seleccionado especialmente.
Era un príncipe entre los príncipes, de simiente real era su
ascendencia. El carro celestial guió con pericia; lo elevó
poderosamente de Nibiru, hacia el distante Sol lo dirigió.
Diez leguas, cien leguas el carro recorrió, mil leguas el carro
viajó. El pequeño Gaga salió a recibirlos, les transmitió a los
héroes la bienvenida. La azulada Antu, hermosa y encantadora, le
mostró el camino. Anzu se sintió atraído ante su vista. ¡Examinemos
sus aguas!, dijo Anzu. Ea dio la orden de continuar sin detenerse;
es un planeta sin retorno, dijo enérgicamente.
Hacia el celestial An, el tercero en la cuenta planetaria, prosiguió
el carro. A su lado yacía An, su ejército de lunas se arremolinaban.
Los rayos del Probador revelaron la presencia de agua; se le indicó
a Ea si era necesario detenerse, Ea dijo que se continuara el viaje,
hacia Anshar, el mayor de los príncipes del cielo, se estaba
dirigiendo. Pronto pudieron sentir el insidioso tirón de Anshar, y
admiraron con temor
sus anillos de colores.
Con pericia, Anzu guió el carro, los demoledores peligros hábilmente
evitó. La gigante Kishar, el mayor de los planetas estables, fue el
siguiente en encontrarse. La atracción de su red era abrumadora; con
gran habilidad, Anzu desvió el rumbo del carro.
Con furia, Kishar estuvo lanzando rayos al carro divino, dirigió su
ejército hacia el intruso.
Lentamente, Kishar se alejó, para que el carro se encontrara con el
siguiente enemigo: ¡más allá del quinto planeta, el Brazalete
Repujado estaba al acecho! Ea ordenó que en su artefacto se fijara
un-zumbido, que se preparara el Propulsor de Agua.
Hacia el ejército de rocas giratorias se precipitaba el carro, cada
una, como la piedra de una honda, se dirigía ferozmente hacia el
carro. La palabra de Ea fue dada; con la fuerza de un millar de
héroes, se lanzó la corriente de agua. Una a una, las rocas
volvieron la cara; ¡estaban dejando un sendero para el carro!
Pero, mientras una roca huía, otra atacaba en su lugar; ¡una
multitud más allá de toda cuenta era su número, un ejército buscando
venganza por la división de Tiamat!
Una y otra vez, Ea dio las órdenes para que el Propulsor de Agua
mantuviera un-zumbido;
Una y otra vez, se dirigieron corrientes de agua hacia el ejército
de rocas;
Una y otra vez, las rocas volvieron sus caras, dejando un sendero
para el carro. Y, después, al fin, el sendero quedó claro; ¡el carro
podía continuar sin daños!
Los héroes elevaron un grito de alegría; y doble fue la alegría ante
la visión del Sol que ahora se revelaba.
En medio del regocijo, Anzu hizo sonar la alarma: para trazar el
sendero, se había consumido demasiada agua,
¡no había agua suficiente para alimentar las Piedras ígneas del
carro durante el resto del viaje!
En la oscura profundidad, podían ver el sexto planeta, estaba
reflejando los rayos del Sol. Hay agua en Lahmu, estaba diciendo Ea.
¿Puedes hacer descender el carro sobre él?, le preguntó a Anzu.
Diestramente, Anzu dirigió el carro hacia Lahmu; al llegar al dios
celestial, a su alrededor hizo circundar el carro.
La red del planeta no es grande, su atracción se puede manejar con
facilidad, dijo Anzu.
Lahmu merecía ser contemplado, tenía muchos tonos; de blanca nieve
era su gorro, de blanca nieve eran sus sandalias.
Rojizo en su mitad, ¡en su mitad lagos y ríos relucían!
Hábilmente, Anzu hizo viajar al carro más despacio, junto a la
orilla de un lago lo hizo descender suavemente.
Siguiendo las órdenes, los héroes extendieron Lo Que Aspira Agua,
las entrañas del carro se llenaron con las aguas del lago.
Mientras el carro se llenaba de agua, Ea y Anzu examinaron los
alrededores.
Con el Probador y el Tomador de Muestras, determinaron todo lo que
importa: las aguas eran buenas para beber, había aire suficiente.
Todo se registró en los anales del carro, y se describió la
necesidad de desviarse.
Reabastecido su vigor, el carro se remontó, despidiéndose del
benévolo Lahmu.
Más allá, el séptimo planeta estaba dando su vuelta; ¡la Tierra y su
compañero estaban invitando al carro!
En el asiento del comandante, Anzu estaba sin palabras; Ea también
estaba callado.
Delante de ellos estaba su destino, que contenía el oro de la
salvación o la perdición de Nibiru.
¡El carro debe frenarse, o perecerá en la gruesa atmósfera de la
Tierra!, declaró Anzu a Ea.
¡Haz círculos para frenar alrededor del compañero de la Tierra, la
Luna!, le sugirió Ea.
Circundaron la Luna; yacía postrada y llena de cicatrices, tras la
victoria de Nibiru en la Batalla Celestial.
Después de frenar así el carro, Anzu lo dirigió hacia el séptimo
planeta.
Una vez, dos veces hizo circundar el carro alrededor del globo de la
Tierra, aún más cerca de la Tierra Firme lo hizo descender. Había
tonos niveos en las dos terceras partes del planeta, de un tono
oscuro era su parte media. Podían ver los océanos, podían ver las
Tierras Firmes; estaban buscando la señal de la baliza de Alalu.
Donde un océano tocaba tierra seca, donde cuatro ríos eran tragados
por los pantanos, balizaba la señal de Alalu.
¡El carro es demasiado pesado y grande para los pantanos!, declaró
Anzu. ¡La red de atracción de la Tierra es demasiado poderosa para
descender en tierra seca!, anunció Anzu a Ea.
¡Ameriza! ¡Ameriza en las aguas del océano!, le gritó Ea a Anzu.
Anzu dio una vuelta más alrededor del planeta; con mucho cuidado,
hizo descender el carro hacia el borde del océano. Llenó de aire los
pulmones del carro; en las aguas amerizó, no se hundió en las
profundidades. En el Hablador se escuchó una voz: ¡Sed bienvenidos a
la Tierra!, estaba diciendo Alalu.
Por la transmisión de sus palabras, se determinó la dirección de su
paradero. Hacia el lugar dirigió Anzu el carro, flotando como un
barco se movía sobre las aguas. Pronto se estrechó el amplio océano,
apareciendo tierras secas a ambos lados como dos guardianes.
En la parte izquierda, se elevaban colinas pardas; en la derecha,
las montañas elevaban sus cabezas hasta el cielo. Hacia el lugar de
Alalu se dirigió el carro, iba flotando sobre las aguas como un
barco. Por delante, la tierra seca estaba cubierta de agua, los
pantanos sustituían al océano. Anzu dio órdenes a los héroes, les
ordenó que se pusieran los trajes de peces. Entonces, se abrió una
portezuela del carro, y los héroes descendieron a los pantanos.
Ataron fuertes cuerdas al carro, con las cuerdas tiraron del carro.
Las palabras transmitidas por Alalu llegaban con más fuerza.
¡Rápido! ¡Rápido!, estaba diciendo.
Al filo de los pantanos, una visión había que contemplar: reluciendo
bajo los rayos del Sol, había un carro de Nibiru; ¡era el barco
celestial de Alalu! Los héroes aceleraron sus pasos, hacia el carro
de Alalu se apresuraron.
Impaciente, Ea se puso su traje de pez; en su pecho, el corazón
golpeaba como un tambor.
Saltó al pantano, con paso apresurado se dirigió hacia la orilla.
Altas eran las aguas del pantano, el fondo estaba más hondo de lo
que esperaba.
Dejó de caminar para nadar, con brazadas audaces avanzó.
Mientras se acercaba a la tierra seca, pudo ver verdes praderas.
Después, sus pies tocaron suelo firme; se puso de pie y siguió
caminando.
Delante de él, pudo ver a Alalu, de pie, saludando con las manos
vigorosamente.
Alcanzando la orilla, Ea salió de las aguas: ¡estaba sobre la oscura
Tierra!
Alalu llegó corriendo hasta él; abrazó con fuerza a su hijo por
matrimonio.
¡Bienvenido a un planeta diferente!, le dijo Alalu a Ea.
Viene ahora el relato de cómo se fundó Eridú en la Tierra, de cómo
comenzó la cuenta de los siete días. Alalu abrazó a Ea en silencio,
con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Ea inclinó su cabeza ante él, en señal de respeto ante su padre por
matrimonio.
En los pantanos, los héroes seguían avanzando; otros más se pusieron
los trajes de peces, otros más hacia la tierra seca se apresuraban.
¡Mantened a flote el carro!, ordenó Anzu. ¡Ancladlo en las aguas,
evitad el fango de la orilla!
Los héroes alcanzaron la orilla, ante Alalu se inclinaron.
Anzu llegó a la orilla, el último en salir del carro.
Se inclinó ante Alalu; con él estrechó los brazos Alalu en señal de
bienvenida.
A todos los que habían llegado, Alalu dio palabras de bienvenida. A
todos los que estaban reunidos, Ea dio palabras de mandato. ¡Aquí en
la Tierra, yo soy el comandante!, les dijo.
En una misión a vida o muerte hemos llegado; ¡en nuestras manos está
la suerte de Nibiru!
Miró alrededor, estaba buscando un lugar para acampar. ¡Amontonad
tierra, haced montículos allí!, ordenó Ea para levantar un
campamento.
A un lugar no lejano estaba señalando, una cabana de cañas erigió
por morada para Alalu. Luego, dirigió estas palabras a Anzu:
Transmite estas palabras a Nibiru, ¡al rey, mi padre Anu, anuncia la
feliz llegada!
No tardó en cambiar el tono de los cielos, del resplandor al rojizo
se tornó. Ante sus ojos se reveló una visión nunca antes vista: ¡el
Sol, como una esfera roja, estaba desapareciendo en el horizonte!
¡El temor se apoderó de los héroes, temían una Gran Calamidad!
Alalu, con palabras risueñas, les confortó diciendo: Es una puesta
de Sol, marca el fin de un día en la Tierra. Echaos para un breve
descanso; una noche en la Tierra es más corta de lo que podáis
imaginar. Antes de lo que podáis esperar, el Sol hará su aparición;
¡será de día en la
Tierra!
Inesperadamente, llegó la oscuridad, y separó los cielos de la
Tierra. Los relámpagos rompían la oscuridad, y a los truenos les
siguieron las lluvias. Los vientos soplaron sobre las aguas, eran
tormentas de un dios extraño. En el carro, los héroes se pusieron en
cuclillas; en el carro, los héroes se acurrucaron.
Para ellos, no llegó el descanso; estaban muy agitados. Con los
corazones acelerados, esperaban el regreso del Sol. Sonrieron cuando
aparecieron sus rayos, contentos y dándose palmadas en la espalda.
Y anocheció y amaneció, fue su primer día en la Tierra. Al romper el
día, Ea reflexionó sobre la situación; debía pensar sobre cómo
separar las aguas de las aguas. Nombró a Engur señor de las aguas
dulces, para que proveyera de aguas potables.
Éste fue a la laguna de la serpiente con Alalu, para valorar sus
aguas dulces; ¡La laguna estaba abarrotada de serpientes malignas!,
dijo Engur a Ea.
Entonces, Ea contempló los pantanos, sopesando la abundancia de
aguas de lluvia.
A Enbilulu lo puso al cargo de los pantanos, se le indicó que
señalara los matorrales de cañizos. A Enkimdu se le puso al cargo de
la zanja y del dique, para que elaborara una frontera frente a los
pantanos, para que hiciera un lugar donde reunir las aguas que
llovían del cielo,
Así se separaron las aguas de debajo de las aguas de arriba, se
separaron las aguas de los cenagales de las aguas dulces.
Y anocheció y amaneció, fue el segundo día en la Tierra.
Cuando el Sol anunció la mañana, los héroes ya estaban llevando a
cabo las tareas asignadas. Ea dirigió sus pasos, junto a Alalu,
hacia el lugar de hierba y árboles, para examinar todo lo que crece
en el huerto, hierbas y frutas según su especie.
A Isimud, su visir, Ea le hizo unas preguntas: ¿Qué planta es ésta?
¿Qué planta es aquélla?, le preguntaba.
Isimud, muy instruido, pudo distinguir los alimentos que crecen
bien; arrancó una fruta para Ea, ¡es una planta de miel!, le decía a
Ea: ¡Él mismo comió una fruta, Ea estaba comiéndose una fruta!
Del alimento que crece, diferenciado por su bondad, Ea puso al cago
al héroe Gurú.
Así se proveyeron los héroes de agua y alimentos; no se hartaban.
Y anocheció y amaneció, fue el tercer día en la Tierra.
El cuarto día cesaron de soplar los vientos, el carro ya no se vio
perturbado por las olas.
¡Que se traigan herramientas desde el carro, que se construyan
moradas en el campamento!, ordenó Ea.
Ea puso a Kulla al cargo del molde y el ladrillo, para que hiciera
ladrillos de arcilla; a Mushdammu se le indicó que pusiera los
cimientos, para levantar moradas habitables.
Todo el día estuvo brillando el Sol, una gran luz hubo durante el
día. Al anochecer, Kingu, la luna de la Tierra, arrojó en su
plenitud una luz pálida sobre la Tierra, una luz menor para gobernar
la noche, para ser contado entre los dioses celestiales.
Y anocheció y amaneció, fue el cuarto día en la Tierra. El quinto
día, Ea le ordenó a Ningirsig que hiciera un barco de juncos, para
tomar la medida de los pantanos, para valorar la extensión de los
cenagales.
Ulmash, el que conoce lo que prolifera en las aguas, el que tiene
conocimientos de las aves de caza que vuelan, a Ulmash llevó Ea por
compañero, para que distinguiera lo bueno de lo malo. De las
especies que pululan en las aguas, de las especies que ofrecen sus
alas en el cielo, muchas eran desconocidas para Ulmash; su número
era desconcertante. Buenas eran las carpas, entre lo malo iban
nadando. Ea convocó a Enbilulu, el señor de los pantanos; Ea convocó
a Enkimdu, a cargo de la zanja y el dique;
a ellos les dio palabras, para hacer una barrera en los pantanos;
para hacer un recinto con cañas y juncos verdes, y separar allí unos
peces de otros, una trampa para carpas, que de una red no pudieran
escapar, un lugar de cuya trampa no pudiera escapar ningún ave que
fuera buena para comer. Así, los héroes se proveerían de pescado y
de caza, separando las especies buenas.
Y anocheció y amaneció, fue el quinto día en la Tierra. El sexto
día, Ea tuvo en cuenta a las criaturas del huerto. A Enursag se le
asignó la tarea de distinguir lo que se arrastra por el suelo de lo
que camina sobre pies;
Enursag se asombró de sus especies, de su ferocidad dio cuenta a Ea.
Ea convocó a Kulla, a Mushdammu dio órdenes urgentes: ¡Para la
noche, las moradas han de estar terminadas, y rodeadas por una valla
de protección! Los héroes pusieron manos a la obra, sobre los
cimientos se pusieron los ladrillos con rapidez. Los tejados se
hicieron de caña, y la valla se levantó con árboles cortados.
Anzu trajo del carro un Rayo-Que-Mata, un
Hablador-Que-Transmite-Palabras puso en la morada de Ea; ¡Al
anochecer, el campamento estaba terminado! Los héroes se congregaron
en su interior por la noche.
Ea, Alalu y Anzu consideraron los hechos; ¡todo lo que se había
hecho era en verdad bueno!
Y anocheció y amaneció, el sexto día.
El séptimo día se reunieron los héroes en el campamento,
Ea les dijo estas palabras:
Hemos emprendido un peligroso viaje, hemos recorrido un peligroso
camino desde Nibiru hasta el séptimo planeta.
A la Tierra hemos llegado sin novedad, muchas cosas buenas hemos
conseguido, hemos establecido un campamento.
¡Que este día sea de descanso; a partir de ahora, el séptimo día
será siempre de descanso!
¡Que a partir de ahora se le llame a este lugar Eridú, Hogar en la
Lejanía será su significado!
¡Que se mantenga una promesa, que Alalu sea declarado comandante de
Eridú!
Los héroes así reunidos, gritaron al unísono los acuerdos.
Palabras de acuerdo pronunció Alalu, después rindió gran homenaje a
Ea:
¡Que se le dé un segundo nombre a Ea, que se le llame Nudimmud, el
Hábil Forjador!
Al unísono, los héroes anunciaron el acuerdo.
Y anocheció y amaneció, el séptimo día.
Viene ahora el relato de cómo comenzó la búsqueda de oro, y de cómo
los planes en Nibiru no proporcionaban la salvación a Nibiru. Tras
establecerse el campamento de Eridú y después de saciarse los héroes
de alimento, Ea comenzó la tarea de obtener oro de las aguas.
En el carro, se levantaron las Piedras de Fuego, y cobró vida el
Gran Crujidor; esde el carro, se extendió Lo Que Succiona Agua, se
insertó en las aguas pantanosas.
Las aguas se introdujeron en un recipiente de cristales, de las
aguas, los cristales del recipiente extrajeron todo lo que había de
metal.
Después, desde el recipiente, Lo Que Escupe escupió las aguas a la
laguna de los peces; así se recogían en el recipiente los metales
que había en las aguas. El artefacto de Ea era ingenioso, ¡en
verdad, era un Hábil Forjador! Durante seis días de la Tierra se
introdujeron aguas pantanosas, se escupieron aguas pantanosas; ¡en
el recipiente se recogían los metales! El séptimo día, Ea y Alalu
examinaron los metales; de muchas clases eran los metales que había
en el recipiente. Había hierro, había mucho cobre; el oro no era
abundante. En el carro otro recipiente, el ingenioso artefacto de
Nudimmud, los metales se separaron según tipos, se llevaron a la
orilla por clases. Así trabajaron los héroes durante seis días; al
séptimo día descansaron. Durante seis días, los recipientes de
cristal se llenaron y se vaciaron, el séptimo día se hizo cuenta de
los metales. Había hierro y había cobre, y otros metales también; de
oro, se había acumulado el montón más pequeño. Por la noche, la Luna
subía y bajaba; a su vuelta, Ea le puso el nombre de Mes.
Al comienzo del Mes, seis días se mostraban sus cuernos luminosos,
con su media corona se anunciaba el séptimo día; era un día de
descanso. A mitad de camino, la Luna se distinguía por su plenitud;
después, se detenía para empezar a decrecer. Con el curso del Sol,
iba apareciendo la vuelta de la Luna, iba revelando su rostro con la
vuelta de la Tierra. Ea estaba fascinado con los movimientos de la
Luna, contemplaba su atracción como Kingu a Ki:
¿A qué propósito servía esa atracción? ¿Qué señal celeste estaba
dando? Mes llamó Ea a la vuelta de la Luna, le dio el nombre de Mes
a su vuelta. Por un Mes, por dos meses, se separaron las aguas en el
carro; el Sol, cada seis meses, daba a la Tierra otra estación;
Invierno y Verano las llamó Ea.
Hubo Invierno y hubo Verano; y Ea llamó Año de la Tierra a toda la
vuelta
Al finalizar el Año se hizo cuenta del oro acumulado; no había mucho
para enviar a Nibiru.
¡Las aguas de las ciénagas son insuficientes, que se traslade el
carro a lo profundo del océano!, así dijo Ea.
Se soltó el carro de sus amarras, de vuelta de donde llegó se
volvió. Se elevaron con mucho cuidado los recipientes de cristal,
las aguas saladas pasaron a través de ellos.
Se separaron los metales por clases; ¡entre ellos centelleaba el
oro!
Desde el carro, Ea transmitió a Nibiru palabra de los
acontecimientos; para
Anu fue agradable de escuchar.
En su predestinada vuelta, Nibiru estaba volviendo a la morada del
Sol, en su vuelta de Shar, Nibiru se estaba aproximando a la Tierra.
Ansiosamente, Anu preguntó por el oro. ¿Hay suficiente para enviarlo
a Nibiru?, preguntó.
¡Ay!, no se había recogido suficiente oro de las aguas; ¡Que pase
otro Shar, que se doble la cantidad!, le aconsejó Ea a Anu. Se
siguió obteniendo oro de las aguas del océano; el corazón de Ea se
llenaba de aprensión.
Se extrajeron partes del carro, con ellas se montó una cámara
celeste. Abgal, el que sabe pilotar, fue asignado al cargo de la
cámara celeste; Ea se remontaba a diario en el aire con Abgal en la
cámara celeste, para descubrir los secretos de la Tierra.
Se construyó un recinto para la cámara celeste, se puso junto al
carro de Alalu: Ea estudiaba a diario los cristales en el carro de
Alalu, para comprender lo que por sus rayos se descubría; ¿De dónde
viene el oro?, preguntó a Alalu. ¿Dónde en la Tierra están las venas
doradas de Tiamat?
Ea se remontó en el aire con Abgal en la cámara celeste, para
conocer la Tierra y sus secretos.
Vagaron sobre las grandes montañas, grandes ríos vieron en los
valles; estepas y bosques se extendían bajo ellos, miles de leguas
recorrieron.
Tomaron nota de vastas tierras separadas por océanos, con el Rayo
Que Explora penetraron los suelos.
La impaciencia crecía en Nibiru. ¿Puede ofrecer protección el oro?,
crecía el clamor. ¡Reunid el oro, cuando se acerque Nibiru tendréis
que entregarlo!, ordenó Anu a Ea. ¡Reparad el carro de Alalu,
disponedlo para que vuelva a Nibiru, para que esté dispuesto cuando
termine el Shar!, dijo así Anu. Ea obedeció las palabras de su
padre, el rey; se puso a reflexionar sobre la reparación del carro
de Alalu.
Una noche en la que aterrizaron la cámara celeste junto al carro,
entró en éste con Abgal, para llevar a cabo una acción secreta en la
oscuridad.
Las Armas de Terror, las siete, sacaron del carro; las llevaron a la
cámara celeste, dentro de la cámara celeste las escondieron. Al
amanecer, Ea y Abgal se remontaron en el cielo con la cámara
celeste, con dirección a otra tierra.
Allí, en un lugar secreto, Ea ocultó las armas; en una cueva, un
lugar desconocido, las almacenó. Después, Ea dio a Anzu palabras de
mandato, le indicó que reparara el carro de Alalu, que lo dispusiera
para volver a Nibiru, que estuviera listo para cuando terminara el
Shar.
Anzu, muy experto en los asuntos de los carros, se puso manos a la
obra; hizo que sus propulsores zumbaran de nuevo, tuvo mucha cuenta
de sus tablillas; ¡pero no tardó en descubrir la ausencia de las
Armas de Terror! Anzu gritó enfurecido; Ea le dio explicación de su
ocultación: ¡Es un peligro utilizar estas armas!, dijo Ea. ¡Jamás
deben ser armadas ni en los cielos ni en las Tierras Firmes! ¡Sin
ellas, será peligroso atravesar el Brazalete Repujado!, dijo Anzu.
¡Sin ellas, y sin los Propulsores de Agua, hay peligro de que no
resista! Alalu, comandante de Eridú, consideró las palabras de Ea, a
las palabras de Anzu prestó atención: ¡Las palabras de Ea quedan
atestiguadas por el Consejo de Nibiru!, dijo Alalu;
Pero, si no regresa el carro, ¡Nibiru estará perdido!
Abgal, el que sabe pilotar, se adelantó audazmente hacia los
líderes.
¡Yo seré el piloto, afrontaré los peligros valerosamente!, dijo.
Así se tomó la decisión: ¡Abgal será el piloto, Anzu se quedará en
la Tierra!
En Nibiru, los astrónomos contemplaron los destinos de los dioses
celestiales, eligieron el día oportuno.
Se llevaron cestadas de oro al carro de Alalu;
Abgal entró en la parte delantera del carro, ocupó el asiento del
comandante.
Ea le dio una Tablilla de Destino de su propio carro;
¡Será para ti Lo-Que-Muestra-El-Camino, con ella encontrarás un
camino abierto!
Abgal levantó las Piedras de Fuego del carro; su zumbido cautivaba
como la música.
Dio vida al Gran Crujidor del carro, arrojando un resplandor rojizo.
Ea y Alalu, junto con la multitud de héroes estaban de pie
alrededor, le estaban dando la despedida.
Después, con un rugido, el carro se elevó hacia los cielos, ¡a los
cielos ascendió!
A Nibiru se transmitieron palabras del ascenso; en Nibiru había
mucha expectación.