4 - SUMER: LA
TIERRA DE LOS DIOSES
No hay duda de que las «palabras de antaño», que durante miles de
años constituyeron la lengua de las enseñanzas superiores y las
escrituras religiosas, era la lengua de Sumer. Y tampoco hay duda de
que los «dioses de antaño» eran los dioses de Sumer; en ninguna
parte se han encontrado registros, relatos, genealogías e historias
de dioses más antiguos que los de Sumer.
Si nombramos y contamos a estos dioses (en sus formas originales
sumerias o en las posteriores acadias, babilonias o asirías), la
lista asciende a centenares. Pero, en el momento en que se les
clasifica, queda claro que aquello no era un amasijo de divinidades.
Estaban encabezados por un panteón de Grandes Dioses, gobernados por
una Asamblea de Deidades, y estaban relacionados entre ellos. En el
momento en que se excluye a sobrinas, sobrinos, nietos y demás,
emerge un grupo de deidades mucho más pequeño y coherente donde cada
una juega un papel, con determinados poderes y responsabilidades.
Los sumerios creían que había dioses que eran «de los cielos». Los
textos que hablan de los tiempos de «antes de que las cosas fueran
creadas» citan a algunos de estos dioses celestiales, como Apsu,
Tiamat, Anshar, Kishar. En ningún momento se dice que estos dioses
aparecieran nunca sobre la Tierra. Y, si miramos más de cerca a
estos «dioses», que existieron antes de que se creara la Tierra, nos
daremos cuenta de que eran los cuerpos celestes que componen nuestro
sistema solar; y, como demostraremos, los así llamados mitos
sumerios referentes a estos seres celestes eran, de hecho, conceptos
cosmológicos precisos y científicamente admisibles sobre la creación
de nuestro sistema solar.
También hubo dioses menores que eran «de la Tierra». Sus centros de
culto eran, en su mayor parte, ciudades de provincias; no eran más
que deidades locales. En el mejor de los casos, estaban encargados
de algunas operaciones limitadas -como, por ejemplo, la diosa
NIN.KASHI («dama-cerveza»), que supervisaba la preparación de
bebidas. De estas deidades no existe ningún relato heroico. No
disponían de armas impresionantes, y los demás dioses no se
estremecían ante sus órdenes. Le recuerdan a uno a aquel grupo de
dioses jóvenes que desfilaban los últimos en la procesión pétrea de
la hitita ciudad de Yazilikaya.
Entre los dos grupos estaban los Dioses del Cielo y de la Tierra,
los llamados «dioses antiguos». Éstos eran los «dioses de antaño» de
los relatos épicos, y, según las creencias sumerias, habían bajado a
la Tierra desde los cielos. No eran simples deidades locales. Eran
dioses nacionales -o, mejor aún, dioses internacionales. Algunos de
ellos estaban presentes y activos en la Tierra, aun antes de que
hubiera Hombres en ella. De hecho, se estimaba que la existencia del
Hombre había sido el resultado de una deliberada empresa creadora
por parte de estos dioses. Eran poderosos, capaces de hazañas que
estaban más allá de las capacidades o de la comprensión de los
mortales. Y, sin embargo, estos dioses no sólo tenían aspecto
humano, sino que, también, comían y bebían como ellos, y exhibían
todo tipo de emociones humanas, desde el amor y el odio hasta la
lealtad y la infidelidad.
Aunque los papeles y la posición jerárquica de algunos de los
principales dioses pudo cambiar con los milenios, algunos de ellos
nunca perdieron su encumbrada posición y su veneración nacional e
internacional. A medida que observemos más de cerca este grupo
central, veremos emerger una dinastía de dioses, una familia divina,
estrechamente relacionados entre ellos y, sin embargo, amargamente
divididos.
A la cabeza de esta familia de Dioses del Cielo y de la Tierra
estaba AN (o Anu en los textos babilonios/asirios). Él era el Gran
Padre de los Dioses, el Rey de los Dioses. Su reino era la
inmensidad de los cielos, y su símbolo era una estrella.
En la escritura pictográfica sumeria, el signo de una estrella tenía
también el significado de An, de «cielos» y de «ser divino» o «dios»
(descendiente de An). Este cuádruple significado del símbolo se
mantuvo a través de las eras, a medida que la escritura pasó de su
forma pictográfica sumeria hasta la cuneiforme acadia y la
estilizada babilonia y asiría.
(Fig. 43)
Desde los primeros tiempos hasta que la escritura cuneiforme se
desvaneció -desde el cuarto milenio a.C. hasta casi la época de
Cristo-, este símbolo precedía los nombres de los dioses, indicando
que el nombre escrito en el texto no era el de un mortal, sino el de
una deidad de origen celeste.
La morada de Anu, y la sede de su Realeza, estaba en los cielos. Ahí
era adonde iban los otros Dioses del Cielo y de la Tierra cuando
necesitaban consejos o favores personales, o donde se reunían en
asamblea para zanjar disputas entre ellos mismos o para tomar
decisiones importantes. Numerosos textos describen el palacio de Anu
(cuyos pórticos estaban custodiados por un dios del Árbol de la
Verdad y un dios del Árbol de la Vida), así como su trono, el modo
en que los demás dioses se aproximaban a él y cómo se sentaban en su
presencia.
Los textos sumerios también recogieron casos en que incluso a los
mortales se les permitió subir a la morada de Anu, la mayoría de las
veces con el objeto de escapar a la mortalidad. Uno de estos relatos
es el de Adapa («modelo de Hombre»). Fue tan perfecto y tan leal al
dios Ea, que le había creado, que Ea lo dispuso todo para que fuera
llevado hasta Anu. Es en ese momento cuando Ea le describió a Adapa
lo que se debía esperar.
Adapa, vas a ir ante Anu, el Rey; tendrás que tomar el camino hacia el Cielo. Cuando hayas ascendido hasta el Cielo, y te hayas acercado al pórtico de Anu, el «Portador de Vida» y el «Cultivador de la Verdad» estarán de pie en el pórtico de Anu.
Guiado por su creador, Adapa «hasta el Cielo fue... ascendió al
Cielo y se acercó al pórtico de Anu». Pero cuando se le ofreció la
posibilidad de hacerse inmortal, Adapa se negó a comer el Pan de la
Vida, pensando que el enfurecido Anu le estaba ofreciendo alimentos
envenenados. Así pues, se le devolvió a la Tierra como sacerdote
ungido, pero todavía mortal.
La afirmación sumeria de que también los humanos podían ascender a
la Morada Divina en los cielos encuentra su eco en los relatos del
Antiguo Testamento sobre el ascenso a los cielos de Enoc y del
profeta Elias.
Aunque Anu vivía en una Morada Celeste, los textos sumerios hablan
de ocasiones en las que bajó a la Tierra -bien en tiempos de alguna
crisis importante o con ocasión de visitas ceremoniales (en las que
iba acompañado por su esposa ANTU), o bien (al menos, una vez) para
celebrar los desposorios de su bisnieta IN.ANNA en la Tierra.
Dado que no vivía de forma permanente en la Tierra, no parecía
necesario darle exclusividad a su propia ciudad o centro de culto; y
la morada, o «alta casa» erigida para él se encontraba en Uruk (la
bíblica Erek), dominio de la diosa Inanna. En la actualidad, en las
ruinas de Uruk, hay un inmenso montículo artificial donde los
arqueólogos han encontrado rastros de la construcción y
reconstrucción de un gran templo, el templo de Anu; aquí se han
descubierto no menos de dieciocho estratos o escalones distintos, lo
cual habla de razones convincentes para mantener el templo en este
sagrado lugar.
Al templo de Anu se le llamó E.ANNA («casa de An»). Pero este
sencillo nombre se le aplicaba a una estructura que, al menos en
algunos de sus niveles, bien merece que la contemplemos. Aquel era,
según los textos sumerios, «el santo E-Anna, el santuario puro».
Según la tradición, los mismos Grandes Dioses «habían dado forma a
sus partes». «Su cornisa era como de cobre», «sus paredes tocaban
las nubes -una noble morada»; «era una Casa de un encanto
irresistible, con un atractivo infinito». Y los textos también dejan
claro el propósito del templo, pues lo llaman «la Casa para
descender del Cielo».
Una tablilla que perteneció a un archivo de Uruk nos aporta luz
cubre la pompa y el boato que acompañaban la llegada de Anu y de su
esposa en una «visita de estado». Debido al deterioro de la
tablilla, solamente podemos leer lo relativo a la segunda mitad de
las ceremonias, cuando Anu y Antu estaban ya sentados en el patio
del templo. Los dioses, «exactamente en el mismo orden que antes»,
formaban entonces una procesión delante y detrás del portador del
cetro. Ahí, el protocolo daba las siguientes instrucciones:
La gente del País encenderá fuegos en sus casas, y ofrecerá banquetes a todos los dioses...
Los guardianes de las ciudades encenderán fuegos en las calles y en las plazas.
La partida de los dos Grandes Dioses también estaba planificada, no
sólo al día sino también al minuto.
En el decimoséptimo día, cuarenta minutos después de salir el sol, se abrirá la puerta ante los dioses Anu y Antu, llegando a su fin su estancia, tras pasar la noche.
Aunque el final de esta tablilla está roto, hay otro texto que
describe con toda probabilidad la partida: la comida de la mañana,
los ensalmos, los apretones de manos («agarrarse de las manos») de
los otros dioses. Después, los Grandes Dioses eran llevados a su
punto de partida sobre literas con forma de tronos sobre los hombros
de los funcionarios del templo. Existe una representación asiría de
una procesión de dioses que, si bien es bastante posterior en el
tiempo, nos puede dar una buena idea de la forma en la que Anu y
Antu eran llevados durante su procesión en Uruk.
(Fig. 44)
Se recitaban ensalmos especiales cuando la procesión atravesaba «la
calle de los dioses»; luego, se cantaban otros salmos e himnos
cuando se acercaban «al muelle sagrado» y cuando llegaban «al dique
del barco de Anu». Se procedía a las despedidas y se recitaban y
cantaban más ensalmos aún, «con gestos de levantar las manos».
Después, todos los sacerdotes y funcionarios del templo que habían
llevado a los dioses, dirigidos por el sumo sacerdote, ofrecían una
«oración de partida» especial. «¡Gran Anu, que el Cielo y la Tierra
te bendigan!» entonaban siete veces. Oraban por la bendición de los
siete dioses celestes e invocaban a los dioses que estaban en el
Cielo y a los dioses que estaban en la Tierra. En conclusión, les
daban la despedida a Anu y Antu de este modo:
¡Que los Dioses de lo Profundo y los Dioses de la Morada Divina os bendigan! ¡Que os bendigan a diario, cada día, de cada mes, de cada año!
Entre las miles y miles de representaciones de los antiguos dioses
que se han descubierto, ninguna parece representar a Anu. Y, sin
embargo, nos observa desde cada estatua y cada retrato de cada rey
que ha habido, desde la antigüedad hasta nuestros días. Pues Anu no
era sólo el Gran Rey, Rey de los Dioses, sino también aquel por cuya
gracia los demás podían ser coronados como reyes. Según la tradición
sumeria, la soberanía emanaba de Anu; y el término para designar la
«Realeza» era Anutu («Anu-eza»). Las insignias de Anu eran la tiara
(el divino tocado), el cetro (símbolo del poder) y el báculo
(símbolo de la guía que proporciona el pastor).
En la actualidad, el báculo del pastor se puede encontrar más en
manos de obispos que de reyes, pero la corona y el cetro los siguen
llevando todos aquellos reyes que la Humanidad ha dejado en sus
tronos.
La segunda deidad en poder del panteón sumerio era EN.LIL. Su nombre
significa «señor del espacio aéreo», prototipo y padre de los
posteriores Dioses de las Tormentas que encabezaban los panteones
del mundo antiguo.
Era el hijo mayor de Anu, nacido en la Morada Celeste de su Padre.
Pero, en algún momento de los tiempos más antiguos, descendió a la
Tierra y se convirtió así en el principal Dios del Cielo y la
Tierra. Cuando los dioses se reunían en asamblea en la Morada
Celeste, Enlil presidía las reuniones en compañía de su padre.
Cuando los dioses se reunían en asamblea en la Tierra, se
encontraban en la corte de Enlil, en el recinto divino de Nippur, la
ciudad dedicada a Enlil, además de ser el sitio donde se encontraba
su principal templo, el E.KUR («casa que es como una montaña»).
No sólo los sumerios tenían a Enlil por supremo, sino también los
dioses de Sumer. Éstos le llamaban Soberano de Todas las Tierras, y
dejaban claro que «en el Cielo - él es el Príncipe; En la Tierra -
él es el Jefe». Sus «palabras (mandatos), en las alturas, hacen
temblar los Cielos; abajo, hacen que la Tierra se estremezca»:
Enlil, cuyos mandatos llegan lejos; cuya «palabra» es noble y santa; cuyas declaraciones son invariables; que decreta destinos hasta el distante futuro... Los es de la Tierra se inclinan gustosamente ante él; los dioses Celestiales que están en la Tierra se humillan ante él; Permanecen fielmente junto a él, según las instrucciones.
Enlil, según las creencias sumerias, llegó a la Tierra mucho antes
de que la Tierra se adecuara y se civilizara. Un «Himno a Enlil, el
Caritativo» narra los muchos aspectos de la sociedad y la
civilización que no habrían llegado a existir de no ser por las
instrucciones de Enlil para «ejecutar sus órdenes en todas partes».
No se construirían ciudades, ni se fundarían poblados; no se
construirían establos, ni se levantarían rediles; ni reyes serían
coronados, ni sumos sacerdotes nacidos.
Los textos sumerios dicen también que Enlil llegó a la Tierra antes
de que las «Gentes de Cabeza Negra» -el apodo sumerio para designar
a la Humanidad- fueran creados. Durante estos tiempos previos a la
Humanidad, Enlil levantó Nippur como centro particular suyo o
«puesto de mando», al cual Cielo y Tierra estaban conectados a
través de algún tipo de «enlace». Los textos sumerios llamaban a
este enlace DUR.AN.KI («enlace cielo-tierra») y usaban el lenguaje
poético para relatar las primeras acciones de Enlil en la Tierra:
Enlil, cuando señalaste los poblados divinos en la Tierra, Nippur levantaste como tu propia ciudad. La Ciudad de la Tierra, la noble, tu lugar puro cuya agua es dulce. Fundaste el Dur-An-Ki en el centro de las cuatro esquinas del mundo.
En aquellos primeros días, cuando sólo los dioses habitaban Nippur y
el Hombre aún no había sido creado, Enlil conoció a la diosa que
acabaría convirtiéndose en su esposa. Según una versión, Enlil vio a
su futura novia mientras se estaba bañando en el riachuelo de Nippur
-desnuda. Fue un amor a primera vista, pero no necesariamente con
matrimonio en mente:
El pastor Enlil, que decreta los destinos, el del Brillante Ojo, la vio. El señor le habla a ella de relaciones sexuales; ella no está dispuesta. Enlil le habla a ella de relaciones sexuales; ella no está dispuesta: «Mi vagina es demasiado pequeña (dice ella), no sabe de la cópula; mis labios son demasiado pequeños, no saben besar.»
Pero Enlil no aceptó un no por respuesta. Le reveló a su chambelán
Nushku su ardiente deseo por «la joven doncella», que se llamaba SUD
(«la niñera»), y que vivía con su madre en E.RESH («casa
perfumada»). Nushku le sugirió un paseo en barca y le trajo una
barca Enlil persuadió a Sud para salir a navegar con él y, una vez
estuvieron en la barca, la violó.
El antiguo relato cuenta entonces que, aunque Enlil era el jefe de
los dioses, éstos se enfurecieron tanto por lo que había hecho que
lo detuvieron y lo desterraron al Mundo Inferior. «¡Enlil, el
inmoral!», le gritaban. «¡Vete de la ciudad!» En esta versión, Sud,
embarazada con el hijo de Enlil, siguió a éste y se casó con él.
Otra versión dice que Enlil, arrepentido, buscó a la joven y envió a
su chambelán para que le pidiera a su madre la mano de la hija. De
un modo o de otro, Sud se convirtió en la esposa de Enlil, y éste le
otorgó el título de NIN.LIL («señora del espacio aéreo»).
Pero lo que no sabían ni él ni los dioses que le desterraron es que
no fue Enlil el que sedujo a Ninlil, sino al revés. Lo cierto es que
Ninlil se bañó desnuda en el riachuelo siguiendo las instrucciones
de su , madre, con la esperanza de que Enlil, que solía pasear junto
al arroyo, se percatara de la presencia de Ninlil y deseara
«abrazarte y besarte».
A pesar de la forma en la que se enamoraron, Ninlil fue tenida en
muy alta estima a partir del momento en que Enlil le dio «la prenda
de la señoría». Con una única excepción, que, según creemos, tuvo
que ver con la sucesión dinástica, no se conocen más indiscreciones
de Enlil. Una tablilla votiva encontrada en Nippur muestra a Enlil y
a Ninlil en su templo mientras se les sirven alimentos y bebida. La
tablilla fue encargada por Ur-Enlil, el «Criado de Enlil».
(Fig. 45)
Además de ser jefe de los dioses, a Enlil se le tenía por supremo
Señor de Sumer (a veces llamada, simplemente, «El País») y de las
«Gentes de Cabeza Negra». Un salmo sumerio habla con veneración de
su dios:
El Señor, que conoce el destino de El País, digno de confianza en su profesión; Enlil, que conoce el destino de Sumer, digno de confianza en su profesión; Padre Enlil, Señor de todas las tierras; Padre Enlil, Señor del Mandato Justo; Padre Enlil, pastor de los Cabezas Negras... de la Montaña del Amanecer a la Montaña del Ocaso, no hay otro Señor en la Tierra; sólo tú eres Rey.
Los sumerios reverenciaban a Enlil tanto por temor como por
gratitud. Era él el que se aseguraba de que las sentencias de la
Asamblea de es en contra de la Humanidad se llevaran a efecto; era
su «viento» el que soplaba tormentas devastadoras contra las
ciudades ofensoras. Era él el que buscaba la destrucción de la
Humanidad cuando el Diluvio, pero también el que, cuando estaba en
paz con el género humano, se convertía en un dios amable que
concedía favores, según un texto sumerio, fue Enlil el que dio a la
Humanidad el conocimiento de la agricultura, junto con el del arado
y el pico.
Enlil elegía también a los reyes que tenían que gobernar a la
Humanidad, no como soberanos, sino como servidores del dios a los
que se les confiaba la administración de las leyes divinas de
justicia. Así pues, los reyes sumerios, acadios y babilonios abrían
sus inscripciones de auto adoración describiendo cómo Enlil les
había llamado a la Realeza. Estas «llamadas» -promulgadas por Enlil
en su propio nombre y en el de su padre, Anu- le concedían
legitimidad al gobernante y delimitaban sus funciones. Incluso
Hammurabi, que reconocía a Marduk como dios nacional de Babilonia,
afirmó en el prefacio de su código legal que «Anu y Enlil me
nombraron para promover el bienestar del pueblo... para hacer que la
justicia prevalezca en la tierra».
Dios del Cielo y de la Tierra, Primogénito de Anu, Dispensador de
Realeza, Jefe Ejecutivo de la Asamblea de Dioses, Padre de Dioses y
Hombres, Dador de la Agricultura, Señor del Espacio Aéreo... estos
eran algunos de los atributos de Enlil que hablaban de su grandeza y
sus poderes. Sus «mandatos llegaban lejos», sus «declaraciones
invariables»; él «decretaba los destinos». Disponía del «enlace
cielo-tierra», y desde su «impresionante ciudad de Nippur» podía
«elevar los rayos que buscan el corazón de todas las tierras» -
«ojos que Pueden explorar todas las tierras».
Sin embargo, era tan humano como cualquier joven capaz de dejarse
seducir por una belleza desnuda; sujeto a leyes morales impuestas
por la comunidad de los dioses, transgresiones que se castigaban con
el destierro; y ni siquiera era inmune a las quejas de los mortales.
Al menos, que se sepa, consta un caso en la que un rey sumerio de Ur
se quejó directamente a la Asamblea de los Dioses de que toda una
serie de males que habían caído sobre Ur y sus gentes podían deberse
al desafortunado hecho de que «Enlil le había dado la realeza a un
hombre indigno... que no era de simiente sumeria».
A medida que avancemos, iremos viendo el papel fundamental que
jugaba Enlil en los asuntos divinos y mortales de la Tierra, y cómo
sus distintos hijos combatieron entre ellos y con otros por la
sucesión divina, dando así origen, sin duda, a relatos posteriores
sobre batallas entre dioses.
El tercer Gran Dios de Sumer fue otro hijo de Anu; tenía dos
nombres, E.A y EN.KI. Al igual que su hermano Enlil, Ea era,
también, un Dios del Cielo y de la Tierra, una deidad de origen
celeste que había bajado a la Tierra.
Su llegada a la Tierra está relacionada en los textos sumerios con
una época en la que las aguas del Golfo Pérsico entraban en tierra
firme mucho más allá de lo que vemos hoy en día, convirtiendo en
pantanosa la parte sur del país. Ea (el nombre significa,
literalmente, «casa-agua»), que era maestro en ingeniería, planificó
y supervisó la construcción de canales, de diques en los ríos, así
como el drenaje de los pantanos. Le encantaba salir a navegar por
estos cursos de agua y, de modo especial, por los pantanos. Como su
nombre indica, las aguas eran su hogar. Construyó su «gran casa» en
la ciudad que fundó, al filo de las tierras pantanosas, una ciudad
llamada HA.A.KI («lugar de los peces-agua»), aunque también fue
conocida como E.RI.DU («hogar de ir desde lejos»).
Ea era «Señor de las Aguas Saladas», los mares y los océanos. Los
textos sumerios hablan repetidamente de una época muy antigua en la
que los tres Grandes Dioses se repartieron los reinos entre ellos.
«Los mares se los dieron a Enki, el Príncipe de la Tierra», dándole
así «el gobierno del Apsu» (lo «Profundo»). Como Señor de los Mares,
Ea construyó barcos que navegaban hasta tierras lejanas, y, en
especial, a lugares desde donde se traían metales preciosos y
piedras semipreciosas.
Los sellos cilíndricos sumerios más antiguos representan a Ea como
un dios rodeado de ríos fluentes en los que, a veces, se veían
peces. Los sellos relacionaban a Ea, como se puede ver aquí, con la
Luna (indicada por su creciente), una relación quizás basada en el
hecho de que la Luna provoca las mareas. No hay duda, en lo
referente a esta imagen astral, de que a Ea se le dio el epíteto de
NIN.IGI.KU («señor brillo-ojo»).
(Fig. 46)
Según los textos sumerios, entre los que se incluye una asombrosa
autobiografía del mismo Ea, éste nació en los cielos y vino a la
Tierra antes de que hubiera ninguna población o civilización sobre
la Tierra. «Cuando me acerqué al país, estaba inundado en gran
parte», afirma. Después, procede a describir la serie de acciones
que emprendió para hacer habitable la tierra: llenó el río Tigris
con frescas «aguas dadoras de vida»; nombró a un dios para que
supervisara la construcción de canales, para hacer navegables el
Tigris y el Éufrates; y descongestionó las tierras pantanosas,
llenándolas de peces y haciendo un refugio para aves de todos los
tipos, y haciendo crecer allí carrizos que pudieran servir como
material de construcción.
Centrándose después en la tierra seca, Ea decía que fue él quien
«dirigió el arado y el yugo... abrió los sagrados surcos...
construyó establos... levantó rediles». Después, el auto adulatorio
texto (llamado por los expertos «Enki y la Ordenación del Mundo»)
dice que fue este dios el que trajo a la Tierra las artes de la
elaboración de ladrillos , de la construcción de moradas y ciudades,
de la metalurgia, etc.
Presentándolo como al mayor benefactor de la Humanidad, como al dios
que trajo la civilización, muchos textos lo tienen también Por el
principal defensor de la Humanidad en los consejos de los dioses. En
los textos sumerios y acadios sobre el Diluvio, donde se deben
buscar los orígenes del relato bíblico, se dice que Ea fue el dios
que, desafiando la decisión de la Asamblea de Dioses, permitió
escapar del desastre a un seguidor de confianza (el «Noé»
mesopotámico).
De hecho, los textos sumerios y acadios, que, como el Antiguo
Testamento, se adhieren a la creencia de que un dios o los dioses
crearon al Hombre por medio de un acto consciente y deliberado,
atribuyen a Ea un papel clave en todo esto. Como científico jefe de
los dioses, fue él el que diseñó el método y el proceso por el cual
debía ser creado el Hombre. Con tal afinidad con la «creación» o
aparición del Hombre, no es de sorprender que fuera Ea el que guió a
Adapa -el «hombre modelo» creado por la «sabiduría» de Ea- a la
morada de Anu en los cielos, desafiando la determinación de los
dioses de negarle la «vida eterna» a la Humanidad.
¿Se puso Ea del lado del Hombre simplemente porque tuvo que ver con
su creación, o hubo algún otro motivo más subjetivo? A medida que
exploremos los textos, nos encontraremos con que los constantes
desafíos de Ea, tanto en temas humanos como divinos, tenían como
objetivo principal el frustrar las decisiones o los planes que
emanaban de Enlil.
Los archivos están repletos de alusiones a los abrasadores celos que
sentía Ea por su hermano Enlil. De hecho, el otro nombre de Ea (y,
quizás, el primero) era EN.KI («señor de la Tierra»), y los textos
que hablan del reparto del mundo entre los tres dioses sugieren que
Ea perdió el dominio de la Tierra en favor de su hermano Enlil por
el simple método de echarlo a suertes.
Los dioses habían estrechado las manos, habían repartido suertes y habían hecho las divisiones. Entonces, Anu subió al Cielo; a Enlil, la Tierra se le sometió. Los mares, rodeados como con un lazo, se le dieron a Enki, el Príncipe de la Tierra.
Aun con la amargura que pudo sentir Ea/Enki con aquel reparto,
parece que esto no hacía más que alimentar un resentimiento
mucho más profundo. La razón nos la da el mismo Enki en su
autobiografía: era él, y no Enlil, el primogénito, según afirma
Enki; era él, por tanto, y no Enlil, el que debía ser heredero de
Anu:
«Mi padre, el rey del universo, me puso delante en el universo... Yo soy la semilla fértil, engendrada por el Gran Toro Salvaje; yo soy el hijo primogénito de Anu. Yo soy el Gran Hermano de los dioses... Yo soy el que nació como primer hijo del divino Anu.»
Si damos por supuesto que los códigos legales que regían la vida de
los mortales en el antiguo Oriente Próximo fueron dados por los
dioses, tendremos que convenir en que las leyes sociales y
familiares que se aplicaban a los hombres eran una copia de aquellas
otras que se aplicaban entre los dioses. Archivos judiciales y
familiares encontrados en sitios como Mari y Nuzi confirman que las
costumbres y las leyes bíblicas por las cuales se guiaban los
patriarcas hebreos eran las mismas leyes a las que se sometían reyes
y nobles por todo el Oriente Próximo de la antigüedad. Los problemas
de sucesión que los patriarcas tuvieron que afrontar son, por tanto,
sumamente esclarecedores.
Abraham, privado de sucesión por la aparente esterilidad de su
esposa Sara, tuvo un primogénito con su criada. Sin embargo, este
hijo (Ismael) fue excluido de la sucesión patriarcal tan pronto como
Sara le dio a Abraham un hijo, Isaac.
La esposa de Isaac, Rebeca, quedó embarazada de gemelos.
Técnicamente, el primero en nacer fue Esaú, un sujeto rudo y de
cabello rojizo. Después, agarrando el talón de Esaú, salió Jacob,
más refinado y preferido por Rebeca. Cuando Isaac, anciano y medio
ciego, estaba a punto de anunciar su testamento, Rebeca utilizó un
ardid para que la bendición de la sucesión recayera sobre Jacob en
vez de sobre Esaú.
Por último, los problemas sucesorios de Jacob vinieron como
resultado de que, aunque éste sirvió a Labán durante veinte años
para conseguir la mano de Raquel, Labán le obligó a casarse primero
con la hermana mayor de Raquel, Lía. Fue ésta la que le dio a Jacob
su primer hijo, Rubén, y tuvo más hijos con ella -además de una
hija- y con dos concubinas. Sin embargo, cuando por fin Raquel le
dio su propio primogénito, José, éste se convirtió en el preferido
de Jacob.
A la vista de tales costumbres y leyes de sucesión, uno puede
comprender las conflictivas relaciones entre Enlil y Ea/Enki. Enlil,
según todos los archivos hijo de Anu y de su consorte oficial, Antu,
era el primogénito legal. Pero el angustioso lamento de Enki: «Yo
soy la semilla fértil... Yo soy el primogénito de Anu», debió ser
una declaración de hecho. ¿Quizás era hijo de Anu, pero de otra
diosa que fuera una concubina? El relato de Isaac e Ismael, o la
historia de Esaú y Jacob, pudieron tener un paralelismo previo en la
Morada Celestial.
Aunque Enki parece haber aceptado las prerrogativas sucesorias de
Enlil, algunos expertos ven las evidencias suficientes como para
mostrar una insistente lucha por el poder entre los dos dioses.
Samuel N. Kramer tituló uno de los antiguos textos como «Enki y su
Complejo de Inferioridad». Como veremos más adelante, varios relatos
bíblicos -el de Eva y la serpiente en el Jardín del Edén, o el del
Diluvio- llevan implícitos, en sus versiones originales sumerias,
los desafíos de Enki a los edictos de su hermano.
Parece que, en un momento determinado, Enki decidió que su lucha por
el Trono Divino no tenía sentido, y puso todo su empeño en hacer que
fuera un hijo suyo -en vez de un hijo de Enlil- el sucesor de la
tercera generación. Y esto pretendía lograrlo, al menos en un
principio, con la ayuda de su hermana NIN.HUR.SAG («dama de la
cabeza de la montaña»).
Ella también era hija de Anu, pero, evidentemente, no de Antu, y ahí
radica otra norma de la sucesión. Los estudiosos se han estado
preguntando durante los últimos años por qué tanto Abraham como
Isaac daban cuenta del hecho de que sus respectivas esposas eran
también sus hermanas, una afirmación que provoca una enorme
confusión, dada la prohibición bíblica de mantener relaciones
sexuales con una hermana. Pero, a medida que se iban desenterrando
documentos legales en Mari y Nuzi, fue quedando claro que un hombre
sí que podía casarse con una hermanastra. Y lo que es más, a la hora
de tomar en consideración a los hijos de todas las esposas, el hijo
nacido de tal esposa, al tener un cincuenta por ciento más de
«simiente pura» que el hijo de una esposa sin parentesco, era el
heredero legal, tanto si era el primogénito como si no. Y esto fue,
por cierto, lo que llevó (en Mari y en Nuzi) a la práctica de
adoptar a la esposa preferida como «hermana», con el fin de hacer de
su hijo el heredero legal indiscutible.
Fue con esta hermanastra, Ninhursag, con quien Enki buscó tener un
hijo. Ella también era «de los cielos», habiendo llegado a la Tierra
en tiempos primitivos. Varios textos dicen que, cuando los dioses se
estaban repartiendo la Tierra entre ellos, a ella le dieron la
Tierra de Dilmun -«un lugar puro... una tierra pura... un lugar de
lo más brillante». Un texto al que los estudiosos llaman «Enki y
Ninhursag - un Mito del Paraíso» habla del viaje de Enki a Dilmun
con intenciones conyugales. Ninhursag -el texto lo remarca una y
otra vez- «estaba sola», es decir, soltera y sin compromiso. Aunque
en épocas posteriores se la representaría como a una vieja matrona,
debió de ser muy atractiva de joven, pues el texto nos informa sin
ningún rubor de que, cuando Enki se acercó a ella, su sola visión
«hizo que su pene regara sus represas».
Dando instrucciones para que se les dejara a solas, Enki «derramó el
semen en la matriz de Ninhursag. Ella guardó el semen en su matriz,
el semen de Enki»; y más tarde, «después de nueve meses de
femineidad... ella dio a luz a la orilla de las aguas». Pero resultó
ser una niña. Al no conseguir un heredero varón, Enki se decidió a
hacer el amor con su propia hija. «La abrazó, la besó; Enki derramó
su semen en la matriz». Pero ella, también, le dio una hija.
Entonces, Enki fue a por su nieta y la dejó embarazada también;
pero, una vez más, su descendencia fue femenina. Decidida a detener
estos desmanes, Ninhursag echó una maldición sobre Enki por la cual
éste, tras comer unas plantas, cayó mortalmente enfermo. Sin
embargo, los otros dioses obligaron a Ninhursag a levantar la
maldición.
Mientras que estos hechos tenían mucho que ver con asuntos divinos,
otros relatos de Enki y Ninhursag tienen que ver en gran medida con
asuntos humanos; pues, según los textos sumerios, el Hombre fue
creado por Ninhursag, siguiendo los procesos y las fórmulas que
diseñó Enki. Ella fue la enfermera jefe, la encargada de los
servicios médicos; fue por ese papel que la diosa recibió el nombre
de NIN.TI (<<dama de la vida>>)
(Fig. 47)
Algunos expertos ven en Adapa (el «hombre modelo» de Enki) al
bíblico Adama, o Adán. El doble significado del sumerio TI evoca
también paralelismos bíblicos, pues ti podía significar tanto «vida»
como «costilla», de manera que el nombre de Ninti podía significar
tanto «dama de la vida» como «dama de la costilla». La bíblica Eva
-cuyo nombre significa «vida»- fue creada a partir de una costilla
de Adán, por lo que, también Eva, resultaba ser una «dama de la
vida» y una «dama de la costilla».
Como dadora de vida de dioses y del Hombre, se habló de Ninhursag
como de la Diosa Madre. Se le apodó «Mammu» -la precursora de
«mamá»-, y su símbolo fue el «cortador», el instrumento Que usaban
las comadronas en la antigüedad para cortar el cordón umbilical
después del parto.
(Fig. 48)
Enlil, el hermano y rival de Enki, tuvo la buena fortuna de
conseguir ese «heredero legítimo» a través de su hermana Ninhursag.
El más joven de los dioses en la Tierra que había nacido en los
cielos, tenía por nombre NIN.UR.TA («señor que completa la
fundación»). Fue «el heroico hijo de Enlil que partió con red y
rayos de luz» para luchar por su padre; «el hijo vengador... que
lanzaba rayos de luz».
(Fig. 49) Su esposa BA.U fue también
enfermera o médico; su epíteto era el de «dama que a los muertos
devuelve a la vida».
Las antiguas representaciones de Ninurta le muestran sujetando un
arma única -sin duda, la que podía disparar «rayos de luz». Los
textos antiguos lo aclaman como a un poderoso cazador, un dios
luchador famoso por sus habilidades marciales. Pero su combate más
heroico no lo entabló en nombre de su padre, sino en el suyo propio.
Fue una batalla a gran escala con un dios malvado llamado ZU
(«sabio»), y que tenía como precio nada menos que el lide-razgo de
los dioses en la Tierra; pues Zu había capturado ilegalmente
las insignias y los objetos que Enlil había ostentado como Jefe de
los Dioses.
Las tablillas que describen estos sucesos están en los inicios del
relato, y la narración sólo se hace legible a partir del punto en el
que Zu llega al E-Kur, el templo de Enlil. Parece ser que es
conocido y que debe de ostentar algún rango, pues Enlil le da la
bienvenida, «confiándole la custodia de la entrada a su santuario».
Pero el «malvado Zu» iba a pagar su confianza con una traición, la
de «la sustracción de la Enlildad» -la toma de posesión de los
divinos poderes-«que él albergaba en su corazón».
Para ello, Zu tenía que tomar posesión de determinados objetos,
incluida la mágica Tablilla de los Destinos. El astuto Zu dio con la
oportunidad cuando Enlil se desvistió para meterse en la piscina en
su baño diario, dejando descuidada toda aquella parafernalia.
A la entrada del santuario, que él había estado observando, Zu espera el comienzo del día. Cuando Enlil se estaba lavando con agua pura, habiéndose quitado la corona y habiéndola depositado en el trono, Zu cogió en sus manos la Tablilla de los Destinos, se llevó la Enlildad.
Mientras Zu estaba huyendo en su MU (traducido «nombre», pero indica
una máquina voladora) hasta un escondrijo lejano, las consecuencias
de su audaz acción comenzaron a tener efecto.
Se suspendieron las Fórmulas Divinas; la quietud se esparció por todas partes; el silencio se impuso... La brillantez del Santuario se desvaneció.
«El Padre Enlil enmudeció». «Los dioses de la tierra se fueron
reuniendo uno a uno con las noticias». El asunto era tan grave que
incluso se informó a Anu en su Morada Celestial. Anu analizó la
situación y concluyó que Zu tenía que ser capturado para que
devolviera las fórmulas. Volviéndose «a los dioses, sus hijos», Anu
preguntó: «¿Cuál de los dioses castigará a Zu? ¡Su nombre será el
más grande de todos!»
Varios dioses, conocidos por su valor, fueron convocados. Pero todos
ellos señalaron que, habiéndose hecho con la Tablilla de los
Destinos, Zu poseía ahora los mismo poderes que Enlil, de modo que
«el que se le enfrente se convertirá en arcilla». Entonces, Ea tuvo
una gran idea: ¿Por qué no llamar a Ninurta para que acepte tan
desesperado combate?
Los dioses reunidos se percataron de la ingeniosa picardía de Ea.
Estaba claro que las posibilidades de que la sucesión cayera en su
propia descendencia se incrementarían si Zu era derrotado; pero
también resultaría beneficiado si Ninurta resultaba muerto en el
proceso. Para sorpresa de los dioses, Ninhursag (en los textos
llamada NIN.MAH -«gran dama») se mostró de acuerdo, y, dirigiéndose
a su hijo Ninurta, le explicó que Zu no sólo le había robado a Enlil
la Enlildad, sino también a él. «Con chillidos de dolor di a luz»,
gritó, y fue ella la que «aseguré para mi hermano y para Anu» la
continuidad de la «Realeza del Cielo». Para que sus dolores no
fueran en vano, Ninurta tenía que salir y luchar por la victoria:
Lanza tu ofensiva... captura al fugitivo Zu... Que tu aterradora ofensiva se ensañe con él... ¡Córtale la garganta! ¡Vence a Zu!... Que tus siete Vientos del mal vayan contra él... Genera todo el Torbellino para atacarle... Que tu Resplandor vaya contra él... Que tus Vientos lleven sus Alas hasta un lugar secreto... Que la soberanía vuelva a Ekur; que las Fórmulas Divinas vuelvan al padre que te engendró.
Las diversas versiones de este relato épico nos proporcionan,
después, emocionantes descripciones de la batalla que vino a
continuación. Ninurta le disparó «flechas» a Zu, pero «las flechas
no se podían acercar al cuerpo de Zu... mientras llevara en la mano
la Tablilla de los Destinos de los dioses». Las armas lanzadas «se
detenían en mitad» de su vuelo. Pero, mientras se desarrollaba la
incierta batalla, Ea le aconsejó a Ninurta que añadiera un til-lum a
sus armas, y que le disparara en los «piñones», o pequeñas ruedas
dentadas, de las «alas» de Zu. Siguiendo su consejo, y gritando «Ala
con ala», Ninurta disparó el til-lum en los piñones de Zu. Así
alcanzado, los piñones empezaron a desmontarse y las «alas» de Zu
cayeron dando vueltas. Zu fue vencido, y las Tablillas del Destino
volvieron a Enlil.
¿Quién era Zu? ¿Era, como algunos expertos sostienen, un «ave
mitológica»? Evidentemente, podía volar, pero también puede hacerlo
hoy en día cualquier persona que coja un avión, o cualquier
astronauta que se suba a una nave espacial. También Ninurta podía
volar, tan hábilmente como Zu (y, quizás, mejor). Pero él no era un
ave de ninguna clase, como dejan patente muchas representaciones que
han quedado de él, solo o con su consorte BA.U (llamada también
GULA). Más bien, volaba con la ayuda de una extraordinaria «ave»,
que se guardaba en el recinto sagrado (el GIR.SU) de la ciudad de
Lagash.
Zu no era un «ave»; parece ser que tenía a su disposición un «ave»
en la que pudo huir para esconderse. Más bien, fue desde dentro de
estas «aves» que los dioses se enfrentaron en su batalla en el
cielo. Y no debería de haber duda en cuanto a la naturaleza del arma
que, finalmente, hirió al «pájaro» de Zu. Llamada TIL en sumerio y
til-lum en asirio, se escribía pictóricamente así:>--->-- , y debió
significar entonces lo que til significa, hoy en día, en hebreo:
«misil».
Así pues, Zu era un dios -uno de los dioses que intrigó para usurpar
la Enlildad; un dios al que Ninurta, como legítimo sucesor, tenía
todos los motivos para combatir.
¿Quién era Zu? ¿No sería MAR.DUK («hijo del montículo Puro»), el
primogénito de Enki y de su esposa DAM.KI.NA, impaciente por
apropiarse, mediante un ardid, de algo que no era legalmente suyo?
Existen razones para creer que, no habiendo podido tener un hijo con
su hermana para generar así un contendiente legal para la En-lildad,
Enki echó mano de su hijo Marduk. De hecho, cuando a comienzos del
segundo milenio a.C. toda la zona de Oriente Próximo se vio sacudida
por grandes agitaciones sociales y militares, Marduk fue elevado en
Babilonia al estatus de dios nacional de Sumer y Acad. A Marduk se
le proclamó Rey de los Dioses, en lugar de Enlil, y se requirió al
resto de dioses que le prometieran fidelidad a él y que fueran a
residir en Babilonia, donde sus actividades podrían ser fácilmente
supervisables.
(Fig. 50)
Esta usurpación de la Enlildad (mucho después del incidente con Zu)
vino acompañada por un importante esfuerzo babilonio por falsificar
los antiguos textos. Se reescribieron y se alteraron los textos más
importantes para hacer aparecer a Marduk como Señor de los Cielos,
el Creador, el Benefactor, el Héroe, en vez de Anu, Enlil o,
incluso, Ninurta. Entre los textos alterados estaba el «Relato de
Zu»; y, según la versión babilonia, fue Marduk (no Ninurta) el que
luchó con Zu. En esta versión, Marduk alardeó: «Mahasti moh il Zu»
(«He aplastado el cráneo del dios Zu»). Así pues, Zu no pudo haber
sido Marduk.
Ni tampoco hubiera tenido sentido que Enki, «Dios de las Ciencias»,
le hubiera dado indicaciones a Ninurta en cuanto a la elección y uso
de la mejor arma, si el oponente hubiera sido su propio hijo,
Marduk. Enki, a juzgar por su conducta, así como por su
recomendación a Ninurta de «corta la garganta de Zu», esperaba ganar
algo con el combate, ya que no le importaba quién perdiera. La única
conclusión lógica es que también Zu debía de ser, de algún modo, un
contendiente legal para la Enlildad.
Esto sólo nos sugiere a un dios: Nanna, el primogénito de Enlil, el
que tuvo con su consorte oficial, Ninlil. Pues, si Ninurta fuera
eliminado, Nanna sería el siguiente en la línea sucesoria.
Nanna (diminutivo de NAN.NAR -«el brillante») nos resulta más
conocido por su nombre acadio (o «semita»): Sin.
Como primogénito de Enlil, se le concedió la soberanía sobre la más
conocida ciudad-estado de Sumer, UR («La Ciudad»). Su templo en Ur
recibió el nombre de E.GISH.NU.GAL («casa de la semilla del trono»).
Desde esa morada, Nanna y su consorte NIN.GAL («gran dama») llevaban
los asuntos de la ciudad y sus gentes con gran benevolencia. El
pueblo de Ur sentía un gran afecto por sus divinos soberanos,
llamando amorosamente a su dios «Padre Nanna», así como con otros
apodos cariñosos.
La gente atribuía la prosperidad de Ur a Nanna. Shulgi, un
gobernante de Ur (por la gracia del dios) de finales del tercer
milenio a.C, describía la «casa» de Nanna como «un gran establo
henchido de abundancia», un «lugar opulento de ofrendas de pan»,
donde se multiplicaban las ovejas y se sacrificaban bueyes, un lugar
de dulce música donde sonaban el pandero y el tambor.
Bajo la administración de su dios protector, Nanna, Ur se convirtió
en el granero de Sumer, el suministrador de grano, así como de
ovejas y ganado vacuno, de templos de todas partes. Un «Lamento por
la Destrucción de Ur» nos informa, en negativo, de lo que pudo ser
Ur antes de su hundimiento:
En los graneros de Nanna no había grano. Las comidas nocturnas de los dioses se suprimieron; en sus grandes comedores, se terminaron el vino y la miel... En el noble horno del templo, ya no se preparaban bueyes y ovejas; el rumor ha cesado en el gran Sitio de los Grilletes de Nanna: la casa donde se gritaban las órdenes para el buey- su silencio es sobrecogedor... El agobiante mortero y su mano yacen inertes...
Las barcas de las ofrendas ya no llevan ofrendas... No llevan ofrendas de pan a Enlil en Nippur. El río de Ur está vacío, ya no hay gabarras en él... No hay pies que recorran sus riberas; grandes hierbas crecen allí.
Otro lamento, donde se duele por los «rebaños que han sido
entregados al viento», por los abandonados establos, por los
pastores y vaqueros que se fueron, es de lo más inusual: no fue
escrito por la gente de Ur, sino por el mismo dios Nanna y su esposa
Ningal. Estos y otros lamentos sobre la caída de Ur desvelan el
trauma de un suceso inusual. Los textos sumerios nos informan que
Nanna y Ningal dejaron la ciudad antes de que su ruina fuera
completa. Fue una salida precipitada, descrita de forma conmovedora.
Nanna, que amaba su ciudad, partió de la ciudad. Sin, que amaba a Ur, no pudo seguir en su Casa. Ningal... huyendo de su ciudad por territorio enemigo, se puso precipitadamente un vestido, partió de su Casa.
La caída de Ur y el exilio de sus dioses se explicó en los lamentos
como la consecuencia de una decisión deliberada de Anu y Enlil. Fue
a estos dos a los que Nanna apeló para que cesara el castigo.
Que Anu, el rey de los dioses, pronuncie: «Es suficiente»; Que Enlil, el rey de las tierras, decrete un destino favorable.
Apelando directamente a Enlil, «Sin llevó su dolido corazón a su
padre; hizo una reverencia ante Enlil, el padre que le engendró» y
le imploró:
Oh, padre mío que me engendraste, ¿hasta cuándo verás con hostilidad mi reparación? ¿Hasta cuándo?... Sobre el corazón oprimido que tú has hecho vacilar como una llama, por favor, deposita una mirada amable.
, En ninguna parte desvelan los lamentos la causa de la ira de Anu y
de Enlil. Pero, si Nanna era Zu, el castigo habría justificado su
crimen por usurpación. Pero, de verdad, ¿era Zu?
Ciertamente, pudo haber sido Zu, porque Zu poseía algún tipo de
máquina voladora -el «ave» en la cual escapó y con la cual combatió
a Ninurta. Los salmos sumerios hablan con adoración de su «Barco del
Cielo».
Padre Nannar, Señor de Ur... cuya gloria en el sagrado Barco del Cielo está... Señor, hijo primogénito de Enlil. Cuando en el Barco del Cielo asciendes, tú eres glorioso. Enlil ha adornado tu mano con un cetro eterno cuando, sobre Ur, en el Barco Sagrado te subes.
Existen evidencias adicionales. El otro nombre de Nanna, Sin, se
deriva de SU.EN, que era otra forma de pronunciar ZU.EN. El mismo
significado complejo de una palabra de dos sílabas se podía obtener
poniendo las sílabas en cualquier orden: ZU.EN y EN.ZU eran palabras
«espejo» una de otra. Nanna/Sin como ZU.EN no era otro que EN.ZU
(«señor Zu»). Así pues, tenemos que llegar a la conclusión de que
fue él el que intentó hacerse con la Enlildad.
Ahora podemos comprender por qué, a pesar de la sugerencia de Ea, el
señor Zu (Sin) fue castigado, no con la ejecución, sino con el
exilio. Tanto los textos sumerios como las evidencias arqueológicas
indican que Sin y su esposa huyeron a Jarán, la ciudad hurrita
protegida por varios ríos y terrenos montañosos. Vale la pena
apuntar que, cuando el clan de Abraham, dirigido por su padre,
Téraj, dejó Ur, también se dirigieron a Jarán, donde estuvieron por
muchos años en su camino hacia la Tierra Prometida.
Aunque Ur siguió siendo durante todo el tiempo una ciudad dedicada a
Nanna/Sin, Jarán debió ser su residencia durante bastante tiempo,
pues se hizo a semejanza de Ur; sus templos, sus edificios y sus
calles eran casi exactamente iguales. André Parrot (Abraham et son
temps) resume las similitudes diciendo que «todas las evidencias
indican que el culto de Jarán no fue más que una réplica exacta del
de Ur».
Cuando se descubrió el templo de Sin en Jarán -construido y
reconstruido a lo largo del milenio-, durante unas excavaciones que
duraron más de cincuenta años, se encontraron dos estelas (dos
pilares de piedra conmemorativos) en los que sólo había una
inscripción. Era un registro dictado por Adadguppi, una suma
sacerdotisa de Sin, sobre cómo rezaba y organizaba el retorno de
Sin, pues, algún tiempo antes,
Sin, el rey de todos los dioses, se enfureció con su ciudad y su templo, y subió al Cielo.
El hecho de que Sin, disgustado o desesperado, simplemente, «hiciera
las maletas» y subiera al Cielo» viene corroborado por otras
inscripciones. En éstas, se nos cuenta que el rey asirio
Assurbanipal recobró de ciertos enemigos un sagrado «sello
cilindrico del más costoso jaspe» y que «lo mejoró dibujando sobre
él una imagen de Sin». Después, inscribió sobre la sagrada piedra
«un elogio a Sin, y lo colgó alrededor del cuello de la imagen de
Sin». Ese sello pétreo de Sin debió de ser una reliquia de antaño,
pues se dice más adelante que «es el sello en el cual su rostro fue
dañado en aquellos días, durante la destrucción llevada a cabo por
el enemigo».
Se cree que la suma sacerdotisa, que había nacido durante el reinado
de Assurbanipal, era también de sangre real. En sus súplicas a Sin,
le proponía un práctico «acuerdo»: restablecer los poderes de Sin
sobre sus adversarios a cambio de ayudar al hijo de ella, Nabunaid,
a convertirse en soberano de Sumer y Acad. Los archivos históricos
confirman que, en el año 555 a.C, Nabunaid, entonces comandante de
los ejércitos babilonios, fue nombrado por sus colegas militares
para el trono. Para esto, se decía que había sido ayudado
directamente por Sin. Sucedió, según nos dicen las inscripciones de
Nabunaid, «en el primer día de su aparición» que Sin, utilizando «el
arma de Anu», fue capaz de «tocar con un rayo de luz» los cielos y
aplastar a los enemigos abajo en la Tierra.
Nabunaid mantuvo la promesa que su madre había hecho al dios.
Reconstruyó el templo de Sin, el E.HUL.HUL («casa de la gran
alegría»), y declaró a Sin como Dios Supremo. Es entonces cuando Sin
pudo haber tomado en sus manos «el poder del cargo de Anu, esgrimir
todo el poder del cargo de Enlil, asumir el poder del cargo de Ea,
tomando así en sus propias manos todos los Poderes Celestiales».
Así, derrotando al usurpador Marduk, incluso haciéndose con los
poderes del padre de Marduk, Ea, Sin asumía el título de «Creciente
Divino» y establecía su reputación como el llamado Dios Luna.
¿Cómo pudo Sin, del que se dice que había vuelto al Cielo
disgustado, realizar tales hazañas de vuelta a la Tierra?
Nabunaid, al confirmar que Sin se había «olvidado de su ira... y
había decidido volver al templo Ehulhul», confirmó el milagro. Un
milagro «que no ha sucedido en el País desde los días de antaño»
había tenido lugar: una deidad «ha bajado del Cielo».
Éste es el gran milagro de Sin, que no ha sucedido en el País desde los días de antaño; Que la gente del País no ha visto, ni ha escrito sobre tablillas de arcilla, para conservarlo para siempre: que Sin, Señor de todos los dioses y diosas, residiendo en el Cielo, ha bajado desde el Cielo.
Lamentablemente, no se aportan detalles del lugar y la manera en la
cual Sin aterrizó de regreso a la Tierra. Pero sabemos que fue en
los campos que rodean Jarán que Jacob, en su viaje desde Canaán para
encontrar una novia en el «viejo país», vio «una escalera apoyada en
tierra, y cuya cima tocaba los cielos, y he aquí que los ángeles del
Señor subían y bajaban por ella».
Al mismo tiempo que Nabunaid restauraba los poderes y los templos de
Nanna/Sin, restauró también los templos y el culto de los hijos
gemelos de Sin, IN.ANNA («dama de Anu») y UTU («el
resplandeciente»).
Ambos eran hijos de Sin y de su esposa oficial, Ningal, siendo, así,
por nacimiento, miembros de la Dinastía Divina. Inanna era,
técnicamente, la primogénita, pero su hermano gemelo, Utu, era el
hijo primogénito, y, por tanto, el heredero dinástico legal. A
diferencia de la rivalidad que existía en el caso, similar, de Esaú
y Jacob, los dos niños divinos crecieron muy unidos entre sí.
Compartían experiencias y aventuras, se ayudaban mutuamente, y
cuando Inanna tuvo que elegir marido entre dos dioses, fue a su
hermano en busca de consejo.
Inanna y Utu habían nacido en tiempos inmemoriales, cuando sólo los
dioses habitaban la Tierra. La ciudad-dominio de Utu, Sippar, estaba
entre las primeras ciudades que habían establecido los dioses en
Sumer. Nabunaid decía en una inscripción que, cuando emprendió la
reconstrucción del templo de Utu, E.BABBARA («casa
resplandeciente»), en Sippar:
Busqué su antigua plataforma-cimiento, y profundicé dieciocho codos en el suelo. Utu, el Gran Señor de Ebabbara... me mostró personalmente la plataforma-cimiento de Naram-Sin, hijo de Sargón, que durante 3.200 años ningún rey antes que yo había visto.
Cuando la civilización floreció en Sumer, y el Hombre se unió a los
dioses en el País Entre los Ríos, Utu estaba relacionado,
principalmente, con la ley y la justicia. Varios códigos legales
primitivos, aparte de acogerse a Anu y a Enlil, se presentaron
también en busca de aceptación y adhesión, porque fueron promulgados
«de acuerdo con la palabra verdadera de Utu». El rey babilonio
Hammurabi inscribió su código legal en una estela en cuya parte
superior se le representó a él recibiendo las leyes de manos del
dios.
(Fig. 51)
Muchas tablillas descubiertas en Sippar atestiguan la reputación de
la ciudad en tiempos antiguos como lugar de leyes justas y buenas.
Algunos textos representan al mismo Utu juzgando a dioses y hombres;
Sippar fue, de hecho, la sede del «tribunal supremo» de Sumer.
La justicia por la que abogaba Utu recuerda al Sermón de la Montaña
que se registró en el Nuevo Testamento. Una «tablilla de sabiduría»
sugería que el siguiente comportamiento complacía a Utu:
Ni siquiera hagas daño a tu oponente; al que te haga mal recompénsale con bien. Hasta a tu enemigo, que se haga justicia... No dejes que tu corazón sea inducido a hacer el mal... Al que pida limosna, dale alimentos para comer, dale vino para beber... Sé servicial; haz el bien.
Por garantizar la justicia e impedir la opresión -y, quizás, por
otras razones, como veremos más adelante-, Utu fue considerado el
protector de los viajeros. Sin embargo, los epítetos más habituales
y duraderos que se le aplicaron a Utu tenían que ver con su
resplandor. Desde tiempos muy antiguos, se le llamó Babbar («el
resplandeciente»). Era «Utu, el que derrama una gran luz», el que
«ilumina Cielo y Tierra».
Hammurabi, en su inscripción, llama al dios por su nombre aca-dio,
Shamash, que en lenguas semitas significa «Sol». De ahí, que los
expertos aceptaran que Utu/Shamash fuera el mesopotámico Dios Sol.
Más adelante, mostraremos que, aunque a este dios se le asignara el
Sol como homólogo celeste, hubo otro motivo para afirmar que
«derramaba una brillante luz» cuando llevaba a cabo las tareas que
le había asignado su abuelo Enlil.
Del mismo modo en que los códigos legales y los archivos judiciales
son los certificados humanos de la presencia real entre las antiguas
gentes de Mesopotamia de una deidad llamada Utu/Shamash, existen
también innumerables inscripciones, textos, ensalmos, oráculos,
oraciones y representaciones que atestiguan la existencia y la
presencia física de la diosa Inanna, cuyo nombre acadio era Ishtar.
Un rey de Mesopotamia del siglo xiii a.C. decía haber reconstruido
su templo en la ciudad de su hermano, Sippar, sobre unos cimientos
que, en aquel momento, tenían ochocientos años de antigüedad. Pero
en su ciudad central, Uruk, los relatos sobre ella se remontaban a
los tiempos de antaño.
Conocida por los romanos como Venus, por los griegos como Afrodita,
Astarté para los cananeos y los hebreos, Ishtar o Eshdar para los
asirios, babilonios, hititas y otros pueblos de la antigüedad,
Inanna ,Innin o Ninni para los acadios y los sumerios, o por otros
de sus muchos apodos o epítetos, ella fue, en todas las épocas, la
Diosa de la Guerra y la Diosa del Amor, una mujer feroz y hermosa
que, aun siendo nada más que la bisnieta de Anu, se ganó por sí
misma y para sí misma un lugar importante entre los Grandes Dioses
del Cielo y de la Tierra.
Como una diosa joven que era, al menos en apariencia, tenía asignado
un dominio en una tierra lejana al este de Sumer, la Tierra de
Aratta. Fue allí donde «la noble, Inanna, reina de todo el país»,
tuvo su «casa». Pero Inanna tenía ambiciones mayores. En la ciudad
de Uruk se erguía el gran templo de Anu, ocupado por éste sólo
durante sus ocasionales visitas de estado a la Tierra; e Inanna puso
sus ojos en esta sede del poder.
Las listas de reyes sumerios dicen que el primer soberano no divino
de Uruk fue Meshkiaggasher, hijo del dios Ütu a través de una madre
humana. A él le sucedió su hijo Énrnerkar, un gran rey sumerio
Inanna, por tanto, era la tía abuela de Enmerkar; y no tuvo
demasiadas dificultades para persuadir a su sobrino nieto de que
ella debía ser en verdad la diosa de Uruk, más que de la remota
Aratta.
Un largo y fascinante texto llamado «Enmerkar y el Señor de Aratta»
dice que Enmerkar envió emisarios a Aratta, utilizando todos los
argumentos posibles en una «guerra de nervios», para obligar a
Aratta a someterse, porque «el señor Enmerkar, que es el servidor de
Inanna, la hizo reina de la Casa de Anu». El poco claro final del
relato épico insinúa un final feliz: aunque Inanna se mudó a Uruk,
«no abandonó su Casa en Aratta». Que terminara convirtiéndose en una
«diosa itinerante» tampoco sería improbable, pues Inanna/Ishtar se
la conoce en otros textos por ser una arriesgada viajera.
La ocupación del templo de Anu en Uruk no podría haber tenido lugar
sin el conocimiento y el consentimiento de éste; y los textos nos
dan unas marcadas pistas sobre cómo se obtuvo ese consentimiento.
Inanna no tardó en ser conocida como «Anunitum», un apodo que
significa «amada de Anu». A ella se refieren en los textos como «la
sagrada amante de Anu»; y de todo esto se desprende que Inanna no
sólo compartió el templo de Anu, sino también su cama -cada vez que
venía a Uruk, o en las ocasiones en que ella subía a su Morada
Celestial.
Después de maniobrar hasta conseguir la posición de diosa de Uruk y
señora del templo de Anu, Ishtar recurrió al fraude para potenciar
la posición de Uruk, así como sus propios poderes. Lejos, Eufrates
abajo, estaba la antigua ciudad de Eridú -el centro de Enki. Siendo
conocedora de los grandes conocimientos del dios en todo tipo de
artes y ciencias de la civilización, Inanna tomó la decisión de
rogar, pedir prestados o robar estos secretos. Intentando utilizar,
obviamente, sus «encantos personales», Inanna se las ingenió para
visitar a su tío abuelo, Enki, a solas. Este hecho no le pasó
desapercibido a Enki, que instruyó a su maestresala para que
preparara cena para dos.
Ven Isimud, mi maestresala, escucha mis instrucciones; te he de decir algo, ten en cuenta mis palabras: La doncella, completamente sola, ha dirigido sus pasos hacia el
Abzu... Que la doncella entre en el Abzu de Eridú, dale de comer pasteles de cebada con mantequilla, escánciale agua fría que refresque su corazón, dale de beber cerveza...
Feliz y bebido, Enki estaba preparado para hacer cualquier cosa que
le pidiese Inanna, y ésta, audazmente, le pidió las fórmulas
divinas, que eran la base de una elevada civilización. Enki le dio
alrededor de un centenar de ellas, entre las que estaban las
fórmulas divinas pertenecientes al señorío supremo, la Realeza, las
funciones sacerdotales, las armas, los procedimientos legales, la
escribanía, el trabajo de la madera e, incluso, el conocimiento de
los instrumentos musicales y de la prostitución del templo. Para
cuando Enki despertó y se dio cuenta de lo que había hecho, Inanna
ya estaba volviendo a Uruk. Enki ordenó perseguirla con sus
«terribles armas», pero fue en vano, pues Inanna se había ido a toda
velocidad en su «Barco del Cielo».
Con bastante frecuencia, se representa a Ishtar como a una diosa
desnuda; haciendo gala de su belleza, hay veces en que incluso se la
representaba levantándose las faldas para mostrar las partes bajas
de su anatomía.
(Fig. 52)
Gilgamesh, soberano de Uruk alrededor del 2900 a.C, en parte humano
y en parte divino, por ser hijo de hombre y diosa, también fue
objeto de la seducción de Inanna, aun cuando, por aquel entonces,
ella ya tenía un esposo oficial. Habiéndose lavado después de una
batalla y habiéndose puesto «un manto con flecos, sujeto con una
faja»,
La gloriosa Ishtar posó sus ojos en su belleza. «¡Ven, Gilgamesh, sé tu mi amante! Ven, dame tu fruto. Tú serás mi macho, yo seré tu hembra.»
Pero Gilgamesh sabía con quién estaba tratando. «¿A cuál de tus
amantes amaste para siempre?», le preguntó. «¿Cuál de tus
acompañantes te complació en todo momento?» Y, recitando una larga
lista de sus amoríos, Gilgamesh se negó a complacerla.
Con el transcurso del tiempo, a medida que asumía rangos más
elevados en el panteón, y con la responsabilidad de los asuntos de
estado, Inanna/Ishtar comenzó a mostrar más cualidades marciales, y
a menudo se la representó como una Diosa de la Guerra, armada hasta
los dientes.
(Fig. 53)
Las inscripciones dejadas por los reyes asirios relatan cómo iban a
la guerra por ella y bajo sus órdenes, cómo les aconsejaba
directamente cuándo esperar y cuándo atacar, cómo, en ocasiones,
marchaba a la cabeza de los ejércitos, y cómo, en al menos una
ocasión, concedió una teofanía y se apareció ante todas las tropas.
A cambio de su lealtad, ella les prometía a los reyes larga vida y
éxito. «Desde una Cámara Dorada en los cielos te vigilaré», les
aseguraba.
¿Acaso se convirtió en una amargada guerrera debido a que, también
ella, pasó por malos momentos con el ascenso de Marduk a la
supremacía? Nabunaid dice en una de sus inscripciones: «Inanna de
Uruk, la exaltada princesa que moraba en una nao dorada, que montaba
sobre un carro de batalla del cual tiraban siete leones -los
habitantes de Uruk cambiaron su culto durante el gobierno del rey
Erba-Marduk, quitaron su nao y soltaron su tiro». Inanna, según
informaba Nabunaid, «tuvo que dejar, enfurecida, el E-Anna, y
permaneció desde entonces en un lugar indecoroso» (que no nombra).
(Fig. 54)
Buscando, quizás, combinar el amor con el poder, la muy cortejada
Inanna eligió a su marido, DU.MU.ZI, un hijo menor de Enki. Muchos
textos antiguos tratan de los amores y las peleas de ambos. Algunos
de ellos son canciones de amor de gran belleza y vivida sexualidad.
Otros nos cuentan cómo Ishtar, a la vuelta de uno de sus viajes, se
encontró a Dumuzi divirtiéndose en su ausencia. Ella se las compuso
para capturarlo y hacerlo desaparecer en el Mundo Inferior -un
dominio gobernado por su hermana RESH.KLGAL y su consorte NER.GAL.
Algunos de los textos súmenos y acadios más famosos tratan del viaje
de Ishtar al Mundo Inferior en busca de su desterrado amado.
De los seis hijos conocidos de Enki, tres fueron protagonistas de
distintos relatos sumerios: el primogénito Marduk, que, con el
tiempo, usurpó la supremacía; Nergal, que se convirtió en soberano
del Mundo Inferior; y Dumuzi, que se casó con Inanna/Ishtar.
Enlil también tuvo tres hijos que jugaron importantes papeles tanto
en asuntos divinos como humanos: Ninurta, que, por ser hijo de Enlil
y de su hermana Ninhursag, era su sucesor legal; Nanna/Sin,
primogénito de Enlil con su esposa oficial Ninlil; y un hijo menor
de Ninlil llamado ISH.KUR («montañoso», «lejana tierra montañosa»),
al que, con más frecuencia, se le llamaba Adad («amado»).
Como hermano de Sin y tío de Utu e Inanna, Adad parece haberse
sentido más en casa con ellos que en su propia casa. Los textos
sumerios los sitúan juntos constantemente. En las ceremonias
relacionadas con la visita de Anu a Uruk también se habla de los
cuatro como un grupo. Un texto, en el que se describe la entrada en
la corte de Anu, afirma que a la sala del trono se llegaba a través
del «pórtico de Sin, Shamash, Adad e Ishtar». Otro texto, publicado
por primera vez por V. K. Shileiko (Academia Rusa de la Historia de
las Culturas), describe poéticamente a los cuatro mientras se
retiran juntos por la noche.
Entre Adad e Ishtar parece haber habido la mayor de las afinidades,
e incluso se les suele representar a los dos juntos, como en este
relieve en el que se muestra a un soberano asirio que es bendecido
por Adad (que sostiene el anillo y el rayo) y por Ishtar, que sujeta
su arco. (La tercera deidad está demasiado mutilada como para ser
identificada.)
(Fig. 55)
¿Fue esta «afinidad» algo más que una relación platónica, a la vista
del «talante» de Ishtar? Conviene señalar que en el bíblico Cantar
de los Cantares, la juguetona muchacha llama a su amante dod
-palabra que significa tanto «amante» como «tío». Por tanto, ¿se le
dio a Ishkur el nombre de Adad -una derivación de la palabra sumeria
DA.DA- debido a que el tío era el amante?
Pero Ishkur no era sólo un playboy; era un dios poderoso, dotado por
su padre Enlil con los poderes y prerrogativas de un dios de las
tormentas. Como tal, se le reverenció como el hurrita/hitita Teshub
y el urarteo Teshubu («el que sopla el viento»), el amorita Ramanu
(«tronador»), el cananeo Ragimu («el que envía el granizo»), el
indoeuropeo Buriash («hacedor de luz»), el semita Meir («el que
ilumina» los cielos).
(Fig. 56)
Una lista de dioses que se conserva en el Museo Británico, según
Hans Schlobies (Der Akkadische Wettergott in Mesopotamien), aclara
que Ishkur era, ciertamente, un señor divino en tierras muy lejanas
de Sumer y Acad. Como los textos sumerios revelan, esto no fue un
accidente. Parece ser que Enlil envió deliberadamente a su hijo
menor para que se convirtiera en la «Deidad Residente» en las
tierras montañosas del norte y el oeste de Mesopotamia.
¿Por qué Enlil alejó de Nippur a su hijo más joven y amado? Se han
encontrado diversos relatos épicos sumerios en los que se habla de
las discusiones e, incluso, de las sangrientas luchas entre los
dioses más jóvenes. En muchos sellos cilindricos se representan
escenas de dioses combatiendo entre sí
(Fig. 57); da la impresión de
que la rivalidad original entre Enki y Enlil siguió adelante y se
intensificó entre sus hijos, con ocasionales enfrentamientos también
entre hermanos -un relato divino de Caín y Abel. Algunas de estas
batallas se llevaron a cabo contra una deidad llamada Kur -con toda
probabilidad, Ishkur/Adad. Esto podría explicar por qué Enlil estimó
oportuno conceder a su hijo menor un lejano dominio, para mantenerle
al margen de las peligrosas batallas sucesorias.
La posición de los hijos de Anu, Enlil y Enki, y de sus
descendientes, en el linaje dinástico emerge con toda claridad a
través de un dispositivo sumerio único: la asignación de un rango
numérico a ciertos dioses. El descubrimiento de este sistema revela
también la afimación en el Gran Círculo de Dioses del Cielo y de la
Tierra en el momento del florecimiento de la civilización sumeria.
Nos encontraremos con que este Panteón Supremo estaba compuesto por
doce deidades.
La primera pista de que se estaba aplicando un sistema numérico
criptográfico a los Grandes Dioses llegó con el descubrimiento de
que los nombres de los dioses Sin, Shamash e Ishtar eran a veces
sustituidos en los textos por los números 30,20 y 15
respectivamente. La unidad más alta del sistema sexagesimal sumerio
-el 60- se le asignaba a Anu; Enlil «era» el 50; Enki, el 40; y
Adad, el 10. El número 10 y sus seis múltiplos dentro del número
principal 60 se les asignaban a deidades masculinas, y parecería
plausible que los números terminados en 5 se les asignaran a
deidades femeninas. A partir de aquí, nos encontramos con la
siguiente tabla criptográfica:
Masculino 60 - Anu 50 - Enlil 40 - Ea/Enki 30 - Nanna/Sin 20 - Utu/Shamash 10
- Ishkur/Adad
6 deidades masculinas
Femenino 55 - Antu 45 - Ninlil 35 - Ninki 25 - Ningal 15 - Inanna/Ishtar 5 –
Ninhursag
6 deidades femeninas
No debería de sorprendernos que a Ninurta se le asignara el número
50, como a su padre. En otras palabras, su rango dinástico se
transmitía en un mensaje criptográfico: si Enlil se va, tú, Ninurta,
ocupas su lugar; pero, hasta entonces, no eres uno de los Doce, pues
el rango del «50» está ocupado.
Tampoco debería de sorprendernos saber que, cuando usurpó la
Enlildad, Marduk insistiera en que los dioses le otorgaran «los
cincuenta nombres», dando a entender que el rango del «50» ahora era
suyo.
Hubo otros muchos dioses en Sumer -hijos, nietos, sobrinas y
sobrinos de los Grandes Dioses; hubo también varios centenares de
dioses «de base», llamados anunnaki, a los que se les asignaban -por
decirlo así- «tareas generales». Pero sólo doce componían el Gran
Círculo. Ellos, sus relaciones familiares y, por encima de todo, la
línea de sucesión dinástica se pueden consultar mejor si los
observamos en un diagrama:
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