10 - LAS
CIUDADES DE LOS DIOSES
La historia del primer asentamiento en la Tierra de unos seres
inteligentes es una impresionante saga no menos inspiradora que el
descubrimiento de América o la circunnavegación de la Tierra. Y,
ciertamente, fue algo de la máxima importancia, pues, gracias a esta
aventura, nosotros y nuestras civilizaciones existimos hoy en día.
«La Epopeya de la Creación» nos dice que los «dioses» llegaron a la
Tierra gracias a una decisión deliberada de su líder. La versión
babilonia atribuye la decisión a Marduk, y explica que este dios
esperó hasta que el suelo de la Tierra se secó y endureció lo
suficiente como para permitir el aterrizaje y las operaciones de
construcción. Después, Marduk anunció su decisión al grupo de
astronautas:
En lo profundo de Arriba, donde habéis estado residiendo, «La Regia Casa de Arriba» he levantado. Ahora, una imagen de ésta voy a construir en El Abajo.
Entonces, Marduk explicó su propósito:
Cuando desde los Cielos a la asamblea descendáis, habrá un sitio de descanso por la noche para recibiros a todos. Lo llamaré «Babilonia»- La Puerta de los Dioses
Así pues, la Tierra no iba a ser, meramente, objeto de una visita o
una breve estancia exploratoria; iba a ser «un hogar lejos del
hogar» permanente.
Por viajar a bordo de un planeta que, en sí mismo, ya era una
especie de nave espacial, cruzando los senderos de la mayoría de los
demás planetas, no hay duda de que los nefilim explorarían los
cielos, en primer lugar, desde la superficie de su propio planeta. A
esto, le seguirían exploraciones no tripuladas y, más pronto o más
tarde, lograrían la capacidad necesaria para enviar misiones
tripuladas a otros planetas.
Dado que los nefilim buscaban un «hogar» adicional, debieron pensar
que la Tierra era un lugar favorable. Sus tonos azules serían un
indicio de que tenía agua y aire, sustentadores de vida; sus
marrones revelaban tierra firme; sus verdes, vegetación y una base
para la vida animal. Sin embargo, cuando los nefilim llegaron por
fin a la Tierra, debió de parecerles un tanto diferente de lo que
les hubiera parecido a unos astronautas en la actualidad, pues,
cuando los nefilim llegaron aquí, la Tierra estaba en mitad de una
época glacial, un período que se convertiría en una de las fases más
congelantes y descongelantes del clima en la Tierra.
Primer período glacial -comenzó hace unos 600.000 años. Primer calentamiento (período interglacial) -hace 550.000 años. Segundo período glacial -hace 480.000 a 430.000 años.
Cuando los nefilim llegaron a la Tierra, hace unos 450.000 años,
alrededor de la tercera parte del suelo firme estaba cubierto de
capas de hielo y glaciares. Con tantas aguas de la Tierra heladas,
las lluvias eran escasas, pero no en todas partes. Debido a las
peculiaridades de los patrones de viento y al terreno, entre otras
cosas, algunas zonas de la tierra que en la actualidad están bien
provistas de agua eran estériles entonces, y algunas zonas que en la
actualidad sólo tienen lluvias estacionales, tenían lluvias durante
todo el año por aquel entonces.
Los niveles del mar también eran más bajos, debido a la gran
cantidad de agua capturada como hielo sobre las masas de tierra. Las
evidencias indican que, durante las dos eras glaciales principales,
los niveles del mar estaban entre 180 y 215 metros más bajos que en
la actualidad. De ahí, que hubiera tierra firme donde ahora hay
mares y costas. Donde los ríos seguían corriendo, creaban profundas
gargantas y cañones, si sus cursos les llevaban por terrenos
rocosos; si sus lechos discurrían por terrenos blandos y arcillosos,
llegaban a los mares glaciares a través de inmensas tierras
pantanosas.
Llegando a la Tierra en mitad de una situación climática y
geográfica de este tipo, ¿dónde iban a establecer su primera morada
los nefilim?
Sin duda, buscarían un lugar que tuviera un clima relativamente
templado, donde unos simples refugios fueran suficientes, y donde se
pudieran mover con ropas ligeras, y no con pesados trajes aislantes.
También debieron buscar agua para beber, lavarse y otros propósitos
industriales, así como para el sostenimiento de la vida vegetal y
animal necesarias para la alimentación. Los ríos servirían tanto
para facilitar la irrigación de grandes extensiones de tierra, como
para proporcionar un medio de transporte adecuado.
Sólo una estrechísima zona templada de la Tierra reunía todos estos
requisitos, así como ofrecía los grandes terrenos llanos necesarios
para los aterrizajes. Así pues, los nefilim centraron su atención,
como ahora sabemos, en los tres principales sistemas fluviales y en
sus llanuras: el Nilo, el Indo y el Tigris-Eufrates. Cada una de
estas cuencas fluviales reunía las condiciones necesarias para la
primera colonización; con el tiempo, cada una de ellas se
convertiría en el centro de una antigua civilización.
Los nefilim difícilmente habrían ignorado otra necesidad: una fuente
de combustible y energía. En la Tierra, el petróleo ha sido una
fuente versátil y abundante de energía, calor y luz, así como una
materia prima vital en la elaboración de infinidad de bienes
esenciales. Los nefilim, a juzgar por las prácticas y los registros
sumerios, hicieron un amplio uso del petróleo y de sus derivados, y
sería razonable pensar que, en su búsqueda del habitat más adecuado
en la Tierra, los nefilim prefirieran un lugar rico en petróleo.
Con esto en menté, probablemente dejarían el valle del Indo como
última elección. Al valle del Nilo le darían el segundo lugar;
geológicamente, se encuentra en una importante zona rocosa
sedimentaria, pero el petróleo de la zona se encuentra a cierta
distancia del valle y requiere de una profunda perforación. La
Tierra de los Dos Ríos, Mesopotamia, era, sin duda, el lugar al que
se le dio la primera posición. Uno de los campos petrolíferos más
ricos del mundo se extiende desde el Golfo Pérsico hasta las
montañas donde nacen el Tigris y el Eufrates. Y mientras que, en la
mayoría de los lugares, uno tiene que perforar profundamente para
sacar el crudo, en la antigua Sumer (ahora el sur de Iraq), los
betunes, los alquitranes, las Peces y los asfaltos borboteaban o
manaban en la superficie de forma natural.
(No por casualidad, los sumerios tenían nombres para todas las
sustancias bituminosas -petróleo, crudos, asfaltos naturales, rocas
asfálticas, alquitranes, asfaltos pirogénicos, masillas, ceras y
peces. Tenían nueve nombres diferentes para los distintos betunes.
En comparación, en la lengua de los antiguos egipcios sólo había dos
de éstos, y en sánscrito, tres.)
El Libro del Génesis describe la morada de Dios en la Tierra -el
Edén- como un lugar de clima templado, cálido aunque aireado, pues
Dios salía a pasear por las tardes para refrescarse con ia brisa.
Era un lugar con buena tierra, que se prestaba para la agricultura y
la horticultura. Obtenía su agua de una red de cuatro ríos. «Y el
nombre del tercer río [era] Hidekel [Tigris]; éste es el que fluye
hacia el este de Asiria; y el cuarto era el Eufrates».
En tanto que las opiniones referentes a la identidad de los dos
primeros ríos, el Pishon («abundante») y el Gihon («el que mana») no
son concluyentes, no existe duda con respecto a los otros dos, el
Tigris y el Eufrates. Algunos estudiosos sitúan el Edén en el norte
de Mesopotamia, donde tienen su origen los dos ríos y dos afluentes
menores; otros (como E. A. Speiser, en The Rivers of Paradisé) creen
que los cuatro ríos convergían en la cabecera del Golfo Pérsico, de
manera que el Edén no estaba en el norte, sino en el sur de
Mesopotamia.
El nombre bíblico Edén es de origen mesopotámico, y proviene del
acadio edinu, que significa «llano». Recordemos que el título
«divino» de los dioses antiguos era DIN.GIR («los justos de los
cohetes»). Un nombre sumerio para la morada de los dioses, E.DIN,
habría significado «hogar de los justos», algo que se habría
adaptado perfectamente a la descripción.
La elección de Mesopotamia vendría probablemente motivada por, al
menos, otra consideración importante. Aunque, con el tiempo, los
nefilim construyeron un espaciopuerto en tierra firme, hay algunas
evidencias que sugieren que, al menos al principio, amerizaban en el
interior de una cápsula herméticamente cerrada. Si éste fue el caso,
Mesopotamia ofrecía la proximidad no a uno, sino a dos mares –el
Océano índico al sur y el Mediterráneo al oeste- de modo que, en
caso de emergencia, el amerizaje no habría dependido de una sola
opción. Como veremos, también era esencial una buena bahía o un
golfo desde donde poder emprender grandes viajes.
En textos y dibujos antiguos, a las naves de los nefilim se les
llamaba inicialmente «barcos celestes». Uno puede imaginar que el
aterrizaje de estos astronautas «marítimos» podría haberse descrito
en los antiguos relatos épicos como la aparición de una especie de
submarino de los cielos en el mar, del cual emergieran unos
«hombres-pez» y desembarcaran.
De hecho, los textos mencionan que algunos de los AB.GAL que
gobernaban las naves espaciales iban vestidos como un pez. En un
texto que habla de los viajes divinos de Ishtar, se nos muestra a
ésta buscando al «Gran gallu» (navegante jefe), que se había ido en
«un barco hundido». Beroso nos transmitió leyendas relativas a
Oannes, el «Ser Dotado de Razón», un dios que apareció desde «el mar
eri-treo que bordeaba Babilonia», en el primer año del descenso del
Reino del Cielo. Beroso informó que, aunque Oannes parecía un pez,
tenía una cabeza humana debajo de la cabeza de pez, y tenía pies
humanos debajo de la cola de pez. «Su voz y su lengua también eran
articulados y humanos».
(Fig. 126)
Los tres historiadores griegos, a través de los cuales sabemos lo
que Beroso escribió, decían que estos hombres-pez divinos aparecían
periódicamente, llegaban a la costa desde el «mar eritreo» -la masa
de agua que conocemos ahora como Mar Arábigo (la parte occidental
del Océano índico).
¿Por qué amerizaban los nefilim en el Océano índico, a cientos de
kilómetros del lugar elegido en Mesopotamia, en vez de en el Golfo
Pérsico, que está mucho más cerca? Las crónicas antiguas confirman
indirectamente nuestra conclusión de que los primeros aterrizajes
tuvieron lugar durante, el segundo período .glacial, cuando el
Golfo. Pérsico de hoy no era un mar, sino una gran extensión de
tierras pantanosas y lagos poco profundos, en los cuales era
imposible el amerizaje.
Después de descender en el Mar Arábigo, los primeros seres
inteligentes en la Tierra se trasladaron a Mesopotamia. Las tierras
pantanosas se extendían más allá de lo que en la actualidad es la
costa. Y allí, al filo de los pantanos, establecieron su primer
asentamiento en nuestro planeta.
Le llamaron E.RI.DU («casa construida en la lejanía»).¡Qué nombre
más apropiado!
Hasta el día de hoy, la palabra persa ordu significa «campamento».
Es una palabra cuyo significado ha echado raíces en todos los
idiomas: a la poblada Tierra se le llama Erde en alemán, Erda en
antiguo alto alemán, Jórdh en islandés, Jord en danés, Airtha en
gótico, Erthe en inglés medio; y volviendo, geográficamente y en el
tiempo, «Tierra» -Earth en inglés- era Aratha o Ereds en arameo, Erd
o Ertz en kurdo, y Eretz en hebreo.
En Eridú, en el sur de Mesopotamia, los nefilim establecieron la
Estación Tierra 1, un solitario puesto avanzado en un planeta medio
congelado.
(Fig. 127)
Los textos sumerios, confirmados por las posteriores traducciones
acadias, hacen una relación de asentamientos originales o «ciudades»
de los nefilim en el orden en el que se fundaron. Incluso, se nos
dice a qué dios se puso al cargo de cada uno de estos asentamientos.
Un texto sumerio, que se cree que fue el original del acadio «Las
Tablillas del Diluvio», dice lo siguiente al respecto de cinco de
las primeras siete ciudades:
Después de que el reino fuera bajado desde el cielo, después de que la sublime corona, el trono del reino fuera bajado desde el cielo, él... perfeccionó los procedimientos, las divinas ordenanzas... Fundó cinco ciudades en lugares puros, les dio sus nombres, las dispuso como centros.
La primera de estas ciudades, ERIDÚ, se la dio a Nudimmud, el líder. La segunda, BAD-TIBIRA, se la dio a Nugig. La tercera, LARAK, se la dio a Pabilsag. La cuarta, SIPPAR, se la dio al héroe Utu. La quinta, SHURUPPAK, se la dio a Sud.
El nombre del dios que bajó el Reino desde el Cielo, planificó el
asentamiento de Eridú y de cuatro ciudades más, y nombró a sus
gobernadores o comandantes, desgraciadamente, se ha perdido. No
obstante, todos los textos concuerdan en que el dios que caminó por
el agua hasta la orilla de los pantanos y dijo «Aquí nos
instalaremos» fue Enki, apodado «Nudimmud» («aquel que hace cosas»)
en el texto.
Los dos nombres de este dios -EN.KI («señor del suelo firme») y E.A
(«cuya casa es el agua»)- eran de lo más apropiados. Eridú, que
quedó como centro de culto y sede del poder de Enki a lo largo de
toda la historia de Mesopotamia, se construyó sobre un terreno
elevado artificialmente por encima de las aguas pantanosas. Las
evidencias se encuentran en un texto llamado (por S. N. Kramer) «El
Mito de Enki y Eridú»:
El señor de la profundidad acuosa, el rey Enki... construyó su casa... En Eridú construyó la Casa de la Ribera del Agua... El rey Enki... ha construido una casa: Eridú, como una montaña, ha elevado desde la tierra; en un buen lugar la ha construido.
Éste y otros textos, en su mayor parte fragmentarios, sugieren que
una de las primeras preocupaciones de los «colonos» en la Tierra
tuvo que ver con lagos poco profundos y ciénagas. «Él trajo...;
estableció la limpieza de los ríos pequeños». El dragado de los
lechos de riachuelos y afluentes para mejorar el flujo de las aguas
se hizo con el propósito de drenar las ciénagas, conseguir agua
limpia y potable, y poner en marcha un sistema de irrigación
controlada. Las narraciones sumerias ofrecen indicios también del
rellenado con tierra o de la construcción de diques para proteger
las primeras casas de las omnipresentes aguas.
Hay un texto, llamado por los expertos el «mito» de «Enki y la
Ordenación de la Tierra», que es uno de los poemas narrativos
sumerios más largos y mejor preservados que se hayan descubierto. El
texto se compone de 470 líneas, de las cuales 375 son perfectamente
legibles. Desgraciadamente, el inicio (unas 50 líneas) está roto.
Los versos que siguen se dedican a la exaltación de Enki y al
establecimiento de sus relaciones con Anu (su padre), la divinidad
jefe, con Ninti (su hermana) y con Enlil (su hermano).
Después de estas introducciones, el mismo Enki «coge el micrófono».
Por fantástico que pueda parecer, lo cierto es que el texto viene a
ser un informe en primera persona en el que Enki relata su llegada a
la Tierra.
«Cuando llegué a la Tierra, estaba todo inundado. Cuando llegué a sus verdes praderas, montones y montículos se levantaron bajo mis órdenes. Construí mi casa en un lugar puro... Mi casa- su sombra se extiende sobre el Pantano de la Serpiente... las carpas agitan sus colas en él entre los pequeños juncos gizi-»
El poema pasa entonces a describir y registrar, en tercera persona ,
los logros de Enki. He aquí algunos versos seleccionados:
El marcó el pantano, puso en él carpa y... -pescado; Marcó el matorral de cañas, puso en él... -juncos y juncos verdes. A Enbilulu, el Inspector de Canales, lo puso al cargo de los pantanos. Fue él el que puso la red para que no escaparan los peces, de cuya trampa no... escapa, de cuyo cepo ningún pájaro escapa, . ... el hijo de ... un dios al que le gustan los peces Enki puso al cargo de los peces y los pájaros.
A Enkimdu, el de la zanja y el dique, Enki lo puso al cargo de la zanja y el dique. Él cuyo ... molde dirige, a Kulla, el hacedor de ladrillos del País, Enki lo puso al cargo del molde y el ladrillo.
El poema enumera otros logros de Enki, entre los que se incluye la
purificación de las aguas del Tigris y la unión (por medio de un
canal) del Tigris y el Eufrates. Su casa, a la orilla del agua,
tenía un embarcadero en el que podían amarrar embarcaciones y balsas
de juncos, y desde el cual podía salir a navegar. No en vano, la
casa se llamó E.ABZU («casa de lo Profundo»). El recinto sagrado de
Enki en Eridú se conoció por este nombre durante milenios.
No hay duda de que Enki y su grupo exploraron las tierras de
alrededor de Eridú, pero parece que preferían viajar por el agua. La
tierra pantanosa, dijo en uno de los textos, «es mi lugar preferido;
extiende sus brazos hacia mí». En otros textos, se mostraba a Enki
navegando por los pantanos en su embarcación, llamada MA.GUR
(literalmente, «barco en el que se da una vuelta»), es decir, un
barco de paseo. Él mismo nos cuenta que su tripulación «remaba al
unísono». En momentos así, se confiesa, «los conjuros y las
canciones sagradas henchían mi Profundidad Acuosa». Hasta se ha
registrado un detalle menor, como el del nombre del capitán del
barco de Enki.
(Fig. 128)
La lista de reyes sumerios indica que Enki y su primer grupo de
nefilim estuvieron solos en la Tierra durante bastante tiempo. Ocho
shar's (28.800 años) pasaron antes de que se nombrara al segundo
comandante o «jefe de asentamiento».
Si examinamos las evidencias astronómicas, nos encontraremos con
algunos aspectos interesantes sobre este asunto. Los expertos se han
mostrado un tanto desconcertados ante la aparente «confusión»
sumeria sobre cuál de los doce signos del zodiaco estaba asociado a
Enki. El signo de la cabra-pez, que representa a la constelación de
Capricornio, estaba relacionado, según parece, con Enki (y, de
hecho, puede explicar el epíteto del fundador de Eridú, A.LU.LIM,
que podría significar «cordero de las aguas relucientes»). Sin
embargo, a Ea/Enki se le solía representar sosteniendo ánforas de
aguas fluentes -el original Portador del Agua, o Acuario; y,
ciertamente, también era el Dios de los Peces, estando relacionado
así con Piscis.
A los astrónomos les resulta difícil explicar cómo los antiguos
observadores del cielo pudieron ver en un grupo de estrellas el
contorno de, digamos, unos peces o de un acarreador de agua. La
respuesta que nos viene a la mente es que los signos del zodiaco no
recibieron sus nombres por la forma que pudiera adoptar un grupo de
estrellas, sino por el epíteto o actividad principal de un dios que
estaría relacionado con el momento en el que el equinoccio vernal
estaba en una zona zodiacal concreta.
Si Enki llegó a la Tierra -como creemos- a finales de una Era de
Piscis, presenció un cambio precesional a Acuario y permaneció
durante un Gran Año (25.920 años) hasta el comienzo de una Era de
Capricornio, entonces Enki fue, ciertamente, el único mando en la
Tierra durante esos supuestos 28.800 años.
El lapso de tiempo del que se habla nos confirma también en la idea
de que los nefilim llegaron a la Tierra en mitad de una era glacial.
El duro trabajo de levantamiento de diques y de excavación de
canales comenzó cuando las condiciones climáticas aún eran severas.
Pero a los pocos shar's de su aterrizaje, el período glacial comenzó
a ceder terreno ante un clima más cálido y lluvioso (hace alrededor
de 430.000 años). Fue entonces cuando los nefilim decidieron
trasladarse tierra adentro y expandir sus asentamientos. Y, así, los
anunnaki (los nefilim de base) nombraron al segundo comandante de
Eridú, A.LAL.GAR («el que trajo descanso en tiempo de lluvia»).
Pero, mientras Enki estaba afrontando las adversidades de un pionero
en la Tierra, Anu y su otro hijo, Enlil, estaban observando los
movimientos desde el Duodécimo Planeta. Los textos mesopotámicos
dejan claro que el que estaba realmente al cargo de la misión Tierra
era Enlil; y tan pronto como se tomó la decisión de seguir adelante
en la misión, Enlil descendió a la Tierra. Para él se construyó EN.KI.DU.NU («Enki cava profundo») una base o asentamiento especial
llamado Larsa. Cuando Enki se hizo cargo, personalmente, de la
plaza, se le apodó ALIM («carnero»), coincidiendo con la «era» de la
constelación zodiacal de Aries.
La fundación de Larsa dio inicio a una nueva fase en la colonización
de la Tierra por parte de los nefilim. Aquello marcó la decisión de
proceder con los trabajos para los cuales habían venido a la Tierra,
algo que precisaba del envío a nuestro planeta de más «mano de
obra», herramientas y equipo, y el retorno de valiosos cargamentos
al Duodécimo Planeta.
Los amerizajes ya no resultaban adecuados para bajar cargas tan
pesadas. Los cambios climáticos hicieron el interior más accesible;
era el momento de llevar el lugar de aterrizaje al centro de
Mesopotamia. En esta coyuntura, Enlil llegó a la Tierra y, desde
Larsa, procedió a levantar un «Centro de Control de la Misión» -un
sofisticado puesto de mando desde el cual los nefilim en la Tierra
podrían coordinar los viajes espaciales a y desde su planeta
materno, dirigir el aterrizaje de lanzaderas y perfeccionar sus
despegues y atraques en la nave espacial que orbitaba la Tierra.
El lugar que eligió Enlil para este propósito, conocido durante
milenios como Nippur, fue llamado por él NIBRU.KI («el cruce de la
Tierra»). (Recordemos que al punto celeste de mayor proximidad del
Duodécimo Planeta a la Tierra se le llamó «Lugar Celeste del
Cruce»). Allí estableció Enlil el DUR.AN.KI, el «enlace
Cielo-Tierra».
La tarea, como es lógico, era compleja y llevaba tiempo. Enlil se
estableció en Larsa durante 6 shar's (21.600 años) mientras Nippur
estaba en construcción. La empresa nippuriana también resultó larga,
como evidencian los apodos zodiacales de Enlil. Simbolizado por el
Carnero (Aries) mientras estuvo en Larsa, se le asoció
posteriormente con el Toro (Tauro). Nippur se fundó en la «era» de
Tauro.
Un poema devocional compuesto como un «Himno a Enlil, el Bondadoso»,
y que glorifica a Enlil, a su consorte Ninlil, a su ciudad Nippur y
a su «noble casa», el E.KUR, nos cuenta muchas cosas de Nippur. En
primer lugar, Enlil tenía allí a su disposición algunos instrumentos
altamente sofisticados: «un 'ojo' elevado que explora la tierra», y
«un rayo elevado que busca el corazón de toda la tierra»-Nippur, nos
dice el poema, estaba protegida con terribles armas: «Su
sola visión inspira temor, pavor»; desde «su exterior, no se puede
acercar ningún dios poderoso». Su «brazo» era una «vasta red», y en
medio de ella se agazapaba un «pájaro de paso veloz», un «pájaro» de
cuya «mano» no podía escapar el malvado. ¿Acaso estaba protegido el
lugar con un rayo de la muerte o con un campo de energía eléctrico?
¿Había en el centro una plataforma para helicópteros, un «pájaro»
tan rápido que uno no podía escapar a su alcance?
En el centro de Nippur, en la cúspide de una plataforma elevada
artificial, estaba el cuartel general de Enlil, el KI.UR («lugar de
la raíz de la Tierra») -el lugar donde el «enlace entre el Cielo y
la Tierra» se elevaba. Éste era el centro de comunicaciones del
Control de la Misión, el lugar desde el cual los anunnaki de la
Tierra se comunicaban con sus camaradas, los IGI.GI («los que dan la
vuelta y ven») de la nave en órbita.
En este centro, dice el antiguo texto, había un «alto pilar que
llegaba hasta el cielo». Este altísimo «pilar», firmemente asentado
en el suelo «como una plataforma que no se puede derribar», era
utilizado por Enlil para «pronunciar su palabra» hacia el cielo. Es
ésta una descripción muy sencilla de una torre de
telecomunicaciones. Cuando la «palabra de Enlil» -sus órdenes-
«llegaba al cielo, se derramaba abundancia en la Tierra». ¡Qué forma
más sencilla de describir el flujo de materiales, alimentos
especiales, medicinas y herramientas que bajaría la lanzadera, una
vez se diera la «palabra» desde Nippur!
En este Centro de Control sobre una plataforma elevada, la «noble
(elevada) casa» de Enlil, había una misteriosa cámara llamada
DIR.GA:
Tan misteriosa como las Aguas distantes, como el Cénit Celeste. Entre sus... emblemas, los emblemas de las estrellas. El ME lo lleva hasta la perfección. Sus palabras son para el pronunciamiento... Sus palabras son graciosos oráculos.
¿Qué era la DIR.GA? Una fractura en la antigua tablilla nos ha
privado de más datos, pero su nombre habla por sí mismo, pues
significa «la oscura cámara con forma de corona», un lugar donde se
conservaban los mapas de las estrellas, donde se hacían
predicciones, donde el me (las comunicaciones de los astronautas) se
recibían y se transmitían. La descripción nos recuerda al Control de
la Misión en Houston, Texas, monitorizando a los astronautas en sus
misiones lunares, amplificando sus comunicaciones, siguiendo sus
cursos en el cielo estrellado, dándoles «graciosos oráculos» de
guía.
Podríamos recordar aquí el relato del dios Zu, que llegó al
santuario de Enlil y se llevó la Tablilla de los Destinos, tras lo
cual «se suspendió la emisión de órdenes ... la sagrada cámara
interior perdió su brillo ... se extendió la quietud ... el silencio
se impuso».
En «La Epopeya de la Creación», los «destinos» de los dioses
planetarios eran sus órbitas. Sería razonable suponer que la
Tablilla de los Destinos, que resultaba tan vital para las funciones
del «Centro de Control de la Misión» de Enlil, controlara también
las órbitas y los planes de vuelo de las naves espaciales que
mantenían el «enlace» entre el Cielo y la Tierra. Quizás fuera la
vital «caja negra» que contenía los programas de ordenador que
guiaban a las naves espaciales, y que, sin la cual, el contacto
entre los nefilim en la Tierra y su conexión con el Planeta Madre se
interrumpía.
La mayoría de los expertos toma el nombre de EN.LIL como «señor del
viento», lo cual encaja con la teoría de que los antiguos
«personificaban» los elementos de la naturaleza y asignaban a un
dios la responsabilidad de los vientos y las tormentas. Sin embargo,
algunos expertos han sugerido ya que, en este caso, el término LIL
no significa viento tormentoso de la naturaleza, sino el «viento»
que sale de la boca -un pronunciamiento, una orden, una comunicación
hablada. Una vez más, los arcaicos pictogramas sumerios del término
EN -concretamente, tal como se aplicaba en Enlil- y del término LIL
arrojan luz sobre el tema, pues lo que vemos es una estructura con
una alta torre de antenas que se eleva de ella, así como un
artilugio que se parece mucho a las redes de un radar gigante de los
que se construyen hoy para capturar y emitir señales -la «vasta red»
descrita en los textos.
(Fig. 129)
En Bad-Tibira, fundada como centro industrial, Enlil puso al mando a
su hijo Nannar/Sin; los textos hablan de él en la lista de las
ciudades como de NU.GÍG («el del cielo nocturno»). Ahí, según
creemos, nacieron los gemelos Inanna/Ishtar y Utu/Shamash -un
acontecimiento señalado por asociar a su padre Nannar con la
siguiente constelación zodiacal, Géminis (los Gemelos). Como dios
entrenado en cohetería, a Shamash se le asignó la constelación GIR
(que significa tanto «cohete» como la «pinza del cangrejo», o
Cáncer), seguido por Ishtar y el León (Leo), sobre cuyo lomo se la
solía representar.
De la hermana de Enlil y Enki, de «la enfermera» Ninhursag (SUD),
tampoco se olvidaron. Enlil puso a su cargo Shuruppak, el centró
médico de los nefilim -un acontecimiento marcado por la asignación
de su constelación «La Doncella» (Virgo).
Mientras se fundaban estos centros, la finalización de Nippur vino
seguida por la construcción del espaciopuerto de los nefilim en la
Tierra. Los textos dejan claro que Nippur era el lugar donde las
«palabras» -las órdenes- se pronunciaban; allí, cuando «Enlil
ordenaba: '¡Hacia el cielo!'... al cual los brillos se elevaban como
un cohete celeste». Pero la acción tenía lugar «donde Shamash se
eleva», y ese lugar -el «Cabo Kennedy» de los nefilim- era Sippar,
la ciudad de la que se encargaba el Jefe de las Águilas, donde los
cohetes de varias fases se elevaban dentro de su enclave especial,
dentro del «recinto sagrado».
Cuando Shamash maduró para tomar el mando de los Cohetes ígneos y,
con el tiempo, convertirse también en el Dios de la Justicia, se le
asignaron las constelaciones de Escorpio y de Libra (Balanza).
Completando la lista de las siete primeras Ciudades de los Dioses y
su correspondencia con las doce constelaciones del zodiaco estaba
Larak, donde Enlil puso al mando a su hijo Ninurta. Las listas de
las ciudades le llaman PA.BIL.SAG («gran protector»), que es el
mismo nombre que recibía la constelación de Sagitario.
Sería poco realista pensar que las siete primeras Ciudades de los
Dioses se fundaron sin ton ni son. Estos «dioses», que eran capaces
de viajar por el espacio, situaron los primeros asentamientos de
acuerdo con un plan definido, sirviendo a una necesidad vital: poder
aterrizar en la Tierra y poder abandonarla para volver a su planeta.
¿Cuál era el plan maestro?
Mientras buscamos una respuesta, nos haremos una pregunta: ¿Cuál es
el origen del símbolo astronómico y astrológico de la Tierra, un
círculo dividido en dos por una cruz en ángulo recto -el símbolo que
utilizamos para identificar un «objetivo»?
Este símbolo se remonta a los orígenes de la astronomía y la
astrología en Sumer, y es idéntico al jeroglífico egipcio que
significa «lugar»:
¿Es esto una coincidencia, o una evidencia significativa?
¿Aterrizaban los nefilim en la Tierra sobre imponiendo sobre su
imagen o mapa algún tipo de «objetivo»?
Los nefilim eran forasteros en la Tierra. Mientras exploraban su
superficie desde el espacio, debieron prestar especial atención a
las montañas y a las cordilleras. Éstas debían representar cierto
riesgo durante los aterrizajes y los despegues, pero también podían
servir como puntos de referencia para la navegación. Si, mientras
volaban por encima del Océano índico, los nefilim miraban hacia la
Tierra entre los ríos que habían elegido para sus primeros esfuerzos
colonizadores, verían un punto de referencia incontestable: el Monte
Ararat.
Un macizo volcánico extinto, el Ararat domina la meseta de Armenia,
donde, en la actualidad, se encuentran las fronteras de Turquía,
Irán y Armenia. Se eleva en los lados este y norte hasta los 900
metros de altitud, y en el noroeste hasta los 1.500 metros. El
macizo tiene unos cuarenta kilómetros de diámetro, un inmenso
torreón que emerge de la superficie de la Tierra.
Otros rasgos lo hacen resaltar no sólo en el horizonte, sino también
desde la altura, desde los cielos. En primer lugar, está situado
casi a mitad de camino entre dos lagos, el Lago Van y el Lago Sevan.
En segundo lugar, dos picos se elevan desde el alto macizo: el
Pequeño Ararat (3.900 metros de altitud) y el Gran Ararat (5.100
metros -más de 5 kilómetros de alto). Ninguna otra montaña rivaliza
con las solitarias alturas de estos dos picos, que están
permanentemente cubiertos de nieve. Son como dos brillantes balizas
entre los dos lagos que, a la luz del día, actúan como reflectores
gigantes.
Tenemos razones para creer que los nefilim eligieron su lugar de
aterrizaje coordinando un meridiano norte-sur con un punto de
referencia inequívoco y una conveniente situación fluvial. En el
norte de Mesopotamia, los fácilmente identificables picos gemelos
del Ararat serían un punto de referencia obvio. Un meridiano trazado
a través del centro del doble Ararat cortaría por la mitad el
Eufrates. Ése era el objetivo -el lugar seleccionado para el
espaciopuerto.
(Fig. 130)
¿Se podría aterrizar y despegar fácilmente de allí?
La respuesta es Sí. El lugar elegido se encuentra en una llanura;
las cordilleras que rodean Mesopotamia se encuentran a una distancia
sustancial. Las más altas (al este, al nordeste y al norte) no
interferirían con una lanzadera espacial que entrase desde el
sudeste.
¿Era accesible el lugar? Es decir, ¿se podían sacar de allí
astronautas y materiales sin demasiadas complicaciones?
Una vez más, la respuesta es Sí. El lugar era de fácil acceso por
tierra y, a través del Eufrates, también por agua.
Y, lo más importante: ¿Había en las cercanías alguna fuente de
energía, de combustible que permitiera disponer de luz y de fuerza?
La respuesta es un enfático Sí. La curva del río Eufrates donde se
estableció Sippar era una de las fuentes más ricas de la antigüedad
en betunes de superficie, productos del petróleo que manaban a
través de pozos naturales y que se podían recoger de la superficie
sin tener que cavar o perforar.
Podemos imaginarnos a Enlil, rodeado por sus tenientes en el puesto
de mando de la nave espacial, trazando la cruz dentro del círculo en
un mapa. Quizás preguntara «¿Qué nombre le daremos al lugar?»
«¿Por qué no Sippar?», podría haber respondido alguien.
En los idiomas de Oriente Próximo, este nombre significa «ave».
Sippar era el lugar donde las Águilas volvían al nido.
¿Cómo tomarían tierra en Sippar las lanzaderas espaciales?
Podemos visualizar a uno de aquellos navegantes del espacio anotando
la mejor ruta. A la izquierda tenían el Eufrates, y la meseta
montañosa al oeste de él; a la derecha, el Tigris, y los montes
Zagros al este de él. Si la nave tenía que aproximarse a Sippar con
un fácil ángulo de 45 grados con respecto al meridiano del Ararat,
su rumbo le llevaría sin ningún tipo de complicación entre estas dos
peligrosas áreas. Además, llegando a tierra con este ángulo,
pasaría, más al sur, por encima de la punta rocosa de Arabia, aunque
a gran altitud, y comenzaría a planear en sus maniobras de
aproximación sobre las aguas del Golfo Pérsico. Tanto al ir como al
venir, la nave se vería libre de todo tipo de obstáculos, tanto en
su campo de visión como en sus comunicaciones con el Control de la
Misión en Nippur.
El teniente de Enlil podría hacer entonces un rápido esbozo -un
triángulo de aguas y montañas a cada lado, apuntando como una flecha
hacia Sippar. Una «X» marcaría Nippur, en el centro.
(Fig. 131)
Por increíble que parezca, este esbozo no lo hicimos nosotros; este
dibujo estaba grabado en un objeto de cerámica desenterrado en Susa,
en un estrato datado en los alrededores del 3200 a.C. Nos trae a la
mente el planisferio que describía la ruta y el plan de vuelo, que
estaba basado en segmentos de 45 grados.
El establecimiento de asentamientos en la Tierra no es algo que los
nefilim hicieran a la buena de Dios. Se estudiaron todas las
alternativas, se evaluaron todos los recursos, se tuvieron en cuenta
todos los riesgos; por otra parte, los mismos planos de cada
asentamiento se trazaron con sumo cuidado para que todo se adaptara
al patrón final, cuyo objetivo era perfilar el rumbo para la toma de
tierra en Sippar.
Nadie ha intentado ver con anterioridad un plan maestro en la
dispersión de los asentamientos sumerios. Pero, si echamos un
vistazo a las siete primeras ciudades que se fundaron, nos
encontraremos con que Bad-Tibira, Shuruppak y Nippur están en una
línea que corre, precisamente, en un ángulo de 45 grados con
respecto al meridiano de Ararat, ¡y que la línea cruzaba el
meridiano exactamente en Sippar! Las otras dos ciudades cuyos
emplazamientos conocemos,
Eridú y Larsa, se encuentran también en otra línea recta que cruza a
la primera línea y al meridiano del Ararat, también en Sippar.
Guiándonos por el antiguo esbozo, que hacía de Nippur el centro de
un círculo, y dibujando círculos concéntricos desde Nippur a través
de las distintas ciudades, nos encontramos con que otra antigua
población sumeria, Lagash, estaba situada exactamente en uno de
estos círculos -en una línea equidistante de la línea de los 45
grados, como la línea Eridú-Larsa-Sippar. La posición de Lagash es
un reflejo simétrico de la de Larsa.
Aunque la posición de LA.RA.AK («viendo el halo brillante») sigue
siendo desconocida, el lugar lógico para ella estaría en el Punto 5,
dado que, lógicamente, tuvo que haber allí una Ciudad de los Dioses,
para completar la serie de ciudades en la ruta de vuelo central a
intervalos de seis beru: Bad-Tibira, Shuruppak, Nippur, Larak,
Sippar.
(Fig. 132)
Las dos líneas exteriores que flanquean la línea central que
atraviesa Nippur, se desvían 6 grados a cada lado de ésta, actuando
como bordes sudoeste y nordeste de la ruta de vuelo central. No por
casualidad, el nombre de LA.AR.SA significaba «viendo la luz roja»,
y LA.AG.ASH significaba «viendo el halo en seis». Las ciudades que
se encontraban a lo largo de cada línea estaban, de hecho, a seis
beru (aproximadamente, sesenta kilómetros) de distancia entre ellas.
Creemos que este era el plan maestro de los nefilim. Después de
elegir la mejor situación para su espaciopuerto (Sippar), situaron
el resto de asentamientos según un patrón que perfilaba la ruta de
vuelo para llegar a él. En el centro, pusieron Nippur, donde estaba
situado el «enlace Cielo-Tierra».
El hombre no podrá volver a ver ni las Ciudades de los Dioses
originales ni sus ruinas, pues fueron destruidas por el Diluvio que
barrería la Tierra tiempo después. Pero podemos saber mucho de ellas
gracias a que el deber sagrado de los reyes mesopotámicos era
reconstruir una y otra vez los recintos sagrados, exactamente en el
mismo lugar y según los planos originales. Los reconstructores
subrayaron su escrupulosa observancia de los planos originales en
las dedicatorias inscritas, como se puede ver en una de ellas,
(descubierta por Layard):
El imperecedero plano del terreno,
aquel al cual, para el futuro, la construcción determinó [he seguido]. Es el que lleva los dibujos de los Tiempos de Antaño y las anotaciones del Cielo Superior.
Si, como sugerimos, Lagash era una de las ciudades que sirvieron
como baliza de aterrizaje, gran parte de la información que nos
proporciona Gudea desde el tercer milenio a.C. tendrá sentido. Gudea
escribió que, cuando Ninurta le dio instrucciones para reconstruir
el sagrado recinto, otro dios que le acompañaba le dio los planos
arquitectónicos (dibujados en una tablilla de arcilla), y una diosa
(que había «viajado entre el Cielo y la Tierra» en su «cámara») le
mostró un mapa celeste y le dio instrucciones sobre los
alineamientos astronómicos de la estructura.
Además del «pájaro negro divino», en el recinto sagrado se instaló
también «el ojo terrible» del dios («el gran rayo que somete al
mundo a su poder») y el «controlador del mundo» (cuyo sonido podía
«reverberar en todas partes»). Por último, cuando se terminó la
estructura, se elevó sobre ella el «emblema de Utu», mirando «hacia
el lugar elevado de Utu» -hacia el espaciopuerto de Sippar. Todos
estos objetos brillantes eran importantes para las operaciones del
espaciopuerto, pues el mismo Utu «apareció muy contento» para
inspeccionar las instalaciones cuando estuvieron terminadas.
Las representaciones sumerias primitivas suelen mostrar enormes
estructuras, construidas en las épocas más primitivas con juncos y
madera, que se levantaban en los campos entre el ganado que pastaba.
La suposición común de que esas estructuras debían ser establos para
el ganado se contradice con los pilares que, invariablemente, se ven
sobresaliendo de los tejados de las estructuras.
El propósito de estos pilares, como se puede ver, era el de dar
soporte a uno o más pares de «anillos», cuya función se desconoce.
Pero, aunque estas estructuras se levantaran en los campos, habría
que preguntarse si en realidad se hicieron para alojar ganado. Los
pictogramas sumerios
(Fig. 133) representan la palabra DUR, o TUR
(que significa «morada», «lugar de reunión») dibujando lo que, sin
ninguna duda, representa a las mismas estructuras que se muestran en
los sellos cilíndricos, pero dejando claro que el principal rasgo de
la estructura no era el «cobertizo», sino las antenas.
En la entrada
de los templos y dentro del recinto sagrado de los dioses también se
ponían pilares con «anillos». Así pues, no era ésta una costumbre
exclusiva del campo.
¿No serían estos objetos antenas conectadas a un equipo emisor? ¿No
serían los anillos emisores de radar, situados en los campos para
guiar a la lanzadera que llegaba? ¿Y no serían dispositivos de
escáner aquellos pilares con algo parecido a un ojo, los «ojos que
todo lo ven» de los dioses de los que muchos textos hablaban?
Sabemos que el equipo al que todos estos dispositivos estaban
conectados era transportable, pues en algunos sellos sumerios se
representan «objetos divinos» con forma de caja que son llevados en
embarcaciones o montados en animales de carga que, es de suponer,
llevarían esos objetos tierra adentro después de la descarga de los
barcos.
(Fig. 134)
Estas «cajas negras», por su aspecto, nos traen a la mente el Arca
de la Alianza que construyera Moisés siguiendo las instrucciones de
Dios. El cofre estaba hecho de madera, revestida de oro por ambos
lados -dos superficies conductoras de la electricidad aisladas por
la madera que había entre ellas. El kapporeth, también de oro, se
colocaba encima del cofre y se sostenía con dos querubines de oro
macizo. No está clara la naturaleza del kapporeth (que, según
especulan los expertos, significaría «cubierta»), pero este
versículo del Éxodo sugiere su propósito: «Me dirigiré a ti desde
arriba del Kapporeth, de entre los dos querubines».
La idea de que el Arca de la Alianza fuera, principalmente, una caja
de comunicaciones alimentada eléctricamente se fortalece pe las
instrucciones dadas en lo relativo a su transporte. Había que
llevarla con dos largas varas de madera que debían pasar a través de
cuatro anillos de oro. Nadie debía tocar el cofre en sí, y en cierta
ocasión en que un israelita lo hizo, cayó muerto al instante -como
si hubiera sido fulminado por una descarga eléctrica de alto
voltaje.
Es lógico que un equipo tan aparentemente sobrenatural -pues
permitía comunicarse con la divinidad aunque la divinidad estuviera
en algún otro lugar- se convirtiera en objeto de veneración, en un
«símbolo de culto sagrado». Los templos de Lagash, Ur, Mari y
de-otros lugares antiguos tenían, entre sus objetos devocionales,
unos «ídolos ojo». El ejemplo más sobresaliente se encontraba en el
«templo del ojo» de Tell Brak, en el noroeste de Mesopotamia. Este
templo del cuarto milenio a.C. recibió este nombre no sólo por los
centenares de símbolos del «ojo» que se desenterraron allí, sino,
principalmente, porque en el lugar más sagrado del templo sólo había
un altar sobre el que se exponía una enorme piedra con un
«doble-ojo» simbólico.
(Fig. 135)
Muy probablemente, debía ser una simulación del verdadero objeto
divino -el «terrible ojo» de Ninurta, o el del Centro del Control de
la Misión de Enlil en Nippur, acerca del cual un antiguo escriba
dijo: «Su elevado Ojo explora la tierra... Su elevado Rayo busca por
la tierra».
La llanura de Mesopotamia necesitaba, según parece, la elevación de
plataformas sobre las cuales colocar el equipo relacionado con el
espacio. Ni los textos ni las representaciones artísticas dejan duda
de que las estructuras iban desde las más primitivas cabañas de
campo hasta las posteriores plataformas de varios niveles a las que
había que subir por escaleras o rampas que llevaban desde un amplio
nivel inferior hasta un estrecho nivel superior, etc. En la cúspide
del zigurat se construía la verdadera residencia del dios, rodeada
por un amplio patio amurallado donde se albergaban su «pájaro» y sus
«armas». En un zigurat que se representó en un sello cilíndrico no
sólo se muestra la habitual construcción escalonada, sino también
dos «antenas de anillo» con una altura similar a la de tres niveles.
(Fig. 136)
Marduk afirmaba que el zigurat y el recinto del templo de Babilonia
(el E.SAG.IL) se habían construido siguiendo sus instrucciones, de
acuerdo también con «la escritura del Cielo Superior». En una
tablilla (conocida como la Tablilla de Smith), analizada por André
Parrot (Ziggurats et Tour de Babel), se decía que el zigurat de
siete niveles era un cuadrado perfecto, en el que su primer nivel o
base tenía lados de 15 gar cada uno. Cada nivel era más pequeño en
área y en altura, excepto el último nivel (la residencia del dios),
que era de gran altura. Sin embargo, la altura total era otra vez de
15 gar, de modo que no sólo la estructura, al completo, era un
cuadrado perfecto, sino también un cubo perfecto.
El gar empleado en estas medidas era el equivalente a 12 cortos
codos -aproximadamente 6 metros. Dos expertos, H. G. Wood y
L. C. Stecchini, han demostrado que la base sexagesimal sumeria, el número
60, determinaba la totalidad de las principales medidas de los
zigurats mesopotámicos. Así, cada lado medía 3 por 60 codos en su
base, y el total era de 60 gar. Fig. 137
Pero, ¿qué factor determinaba la altura de cada nivel? Stecchini
descubrió que, si se multiplicaba la altura del primer nivel (5.5
gar) por codos dobles, el resultado era de 33, es decir, la latitud
aproximada de Babilonia (32.5 grados Norte). Calculando del mismo
modo, el segundo nivel elevaba el ángulo de observación a los 51
grados, y cada uno de los cuatro niveles siguientes lo elevaba otros
6 grados más. El séptimo nivel se levantaba, así, sobre la cima de
una plataforma elevada a 75 grados por encima del horizonte de la
latitud geográfica de Babilonia. Este último nivel añadía 15 grados
más, permitiéndole al observador un ángulo de 90 grados. Stecchini
llegó a la conclusión de que cada nivel actuaba como la plataforma
de un observatorio astronómico, con una elevación predeterminada en
función del arco del cielo.
Claro está que pudieron haber más consideraciones «ocultas» en estas
medidas. Aunque la elevación de 33 grados no era demasiado precisa
para Babilonia, sí que lo era para Sippar. ¿Había alguna relación
entre los 6 grados de elevación de cada uno de los cuatro niveles y
los 6 beru de las distancias entre las Ciudades de los Dioses?
¿Había alguna relación entre los siete niveles y la situación de los
siete primeros asentamientos, o con la posición de la Tierra como el
séptimo planeta?
G. Martiny (Astronomisches zur babylonischen Tumi) demostró que
estas características de los zigurats los adecuaban para las
observaciones celestes, y que el nivel más alto del zigurat de
Esagila estaba orientado hacia el planeta Shupa (que nosotros hemos
identificado con Plutón) y la constelación de Aries.
(Fig. 138)
Pero, ¿solamente se construyeron zigurats para observar las
estrellas y los planetas, o también estaban pensados para servir a
las naves espaciales de los nefilim? Todos los zigurats estaban
orientados de modo que sus esquinas apuntaban exactamente al norte,
al sur, al este y al oeste. Así pues, sus lados corrían precisamente
en ángulos de 45 grados con respecto a las cuatro direcciones
cardinales. Esto significa que una lanzadera espacial que llegara
para tomar tierra podría seguir ciertos lados de los zigurats a lo
largo, exactamente, de la ruta de vuelo -¡y alcanzar Sippar sin
dificultad!
El nombre acadio/babilonio de estas estructuras, zukiratu,
significaba «tubo del espíritu divino». Los sumerios les llamaban
ESH; este término significaba «supremo» o «lo más alto» -algo que,
de hecho, sí que eran estas estructuras. También podía significar
una entidad numérica relacionada con el aspecto «mensurable» de los
zigurats. Y también significaba «una fuente de calor» («fuego» en
acadio y hebreo).
Ni siquiera los expertos que han tratado el tema sin nuestra
interpretación «espacial» pueden evitar la conclusión de que los
zigurats tenían algún propósito más que el de hacer un edificio de
muchos pisos como morada para un dios. Samuel N. Kramer resumió el
consenso académico así:
«El zigurat, la torre escalonada, que se
convirtió en el sello distintivo de la arquitectura sagrada de
Mesopotamia... pretendía servir de enlace, tanto en un sentido real
como simbólico, entre los dioses en el cielo y los mortales en la
tierra».
Sin embargo, nosotros hemos demostrado que la verdadera función de
estas estructuras era conectar a los dioses en el Cielo con los
dioses -no los mortales- en la Tierra.
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