14 - CUANDO
LOS DIOSES HUYERON DE LA TIERRA
¿Qué fue aquel Diluvio, cuyas furiosas aguas barrieron la Tierra?
Algunos lo explican en términos de las inundaciones anuales de la
llanura Tigris-Eufrates. Conjeturan que una de tales inundaciones
pudo ser especialmente severa. Campos y ciudades, hombres y animales
fueron barridos por la crecida de las aguas, y los pueblos
primitivos, viendo el acontecimiento como un castigo de los dioses,
propagaron la leyenda del Diluvio.
En uno de sus libros, Excavations at Ur,
Sir Leonard Woolley relata que, en 1929, cuando los trabajos en el Cementerio Real de Ur
estaban tocando a su fin, los trabajadores hicieron un pequeño pozo
en un montículo cercano, cavando a través de una masa de cerámica
rota y de cascotes de ladrillo. Casi un metro más abajo, llegaron a
un nivel de barro endurecido, algo que, habitualmente, marca el
punto donde una civilización ha comenzado. Pero, ¿es que milenios de
vida urbana sólo habían dejado un metro de estratos arqueológicos?
Sir Leonard les pidió a los trabajadores que cavaran todavía más.
Entonces profundizaron otro metro y, luego, metro y medio más.
Seguían sacando «suelo virgen» -barro sin rastros de habitación
humana. Pero, después de cavar a través de casi tres metros y medio
de cieno y barro seco, los trabajadores llegaron a un estrato en el
que empezaron ya a encontrarse trozos de cerámica verde e
instrumentos de sílex. ¡Una civilización más antigua había sido
enterrada bajo tres metros y medio de bario!
Sir Leonard se metió en el hoyo de un salto y examinó la excavación.
Llamó a sus ayudantes, en busca de opiniones. Nadie tenía una teoría
plausible. Después, la esposa de Sir Leonard dijo casi por
casualidad: «¡Pero, si está claro, es el Diluvio!».
Sin embargo, otras delegaciones arqueológicas en Mesopotamia dudaron
de esta maravillosa intuición. El estrato de barro donde no había
rastros de habitación indicaba, efectivamente, una inundación. Pero,
mientras los depósitos de Ur y al-'Ubaid sugerían la inundación
entre el 3500 y el 4000 a.C, un depósito similar descubierto
posteriormente en Kis se estimó que se había formado en los
alrededores del 2800 a.C. La misma fecha (2800 a.C.) se estimó para
unos estratos de barro encontrados en Erek y en Shuruppak, la ciudad
del Noé sumerio. En Nínive, los excavadores encontraron, a una
profundidad de 18 metros, nada menos que trece estratos alternos de
barro y arena ribereña, datados entre el 4000 y el 3000 a.C.
Por tanto, la mayoría de los estudiosos creen que lo que Woolley
encontró fueron los rastros de varias inundaciones locales, algo
frecuente en Mesopotamia, donde las ocasionales lluvias torrenciales
y las crecidas de los dos grandes ríos y sus frecuentes cambios de
curso causan tales estragos. En cuanto a los diferentes estratos de
barro, los expertos han llegado a la conclusión de que no pertenecen
a una gran calamidad, como debió ser el monumental acontecimiento
prehistórico que conocemos como el Diluvio.
El Antiguo Testamento es una obra maestra de brevedad y precisión.
Las palabras siempre están muy bien elegidas para expresar los
significados precisos; los versículos, relevantes; su orden,
intencionado; su longitud, la necesaria. La totalidad de la historia
de la Creación hasta la expulsión de Adán y Eva del Jardín del Edén
se cuenta en 80 versículos. La relación completa de Adán y su
linaje, aun con el relato diferenciado de Caín y su linaje, y Set,
Enós y su linaje, se trata en 58 versículos. Pero el relato de la
Gran Inundación mereció nada menos que 87 versículos. Era, bajo
cualquier criterio editorial, la «historia principal». No era un
mero acontecimiento local, fue una catástrofe que afectó a toda la
Tierra, a toda la Humanidad. Los textos mesopotámicos afirman con
claridad que «los cuatro rincones de la Tierra» se vieron afectados.
Como tal, fue un punto crucial en la prehistoria de Mesopotamia.
Estaban los acontecimientos, las ciudades y la gente de antes del
Diluvio, y los acontecimientos, las ciudades y la gente de después
del Diluvio. Estaban todos los hechos de los dioses y el Reino que
habían hecho descender del Cielo antes de la Gran Inundación, y el
curso de los acontecimientos humanos y divinos cuando el Reino fue
bajado de nuevo a la Tierra después de la Gran Inundación. Era la
gran divisoria del tiempo.
No sólo las largas listas de reyes, sino también los textos
relativos a reyes individuales y a su ascendencia hacían mención al
Diluvio. En uno, por ejemplo, perteneciente a Ur-Ninurta, se
recordaba el Diluvio como un acontecimiento remoto en el tiempo:
En aquel día, en aquel remoto día,
en aquella noche, en aquella remota noche, en aquel año, en aquel remoto año
cuando el Diluvio tuvo lugar.
El rey asirio Assurbanipal, un mecenas de las ciencias que amasó una
inmensa biblioteca de tablillas de arcilla en Nínive, declaró en una
de sus inscripciones conmemorativas que él había encontrado y había
sido capaz de leer «inscripciones en piedra de antes del Diluvio».
En un texto acadio, en el que se habla de los nombres y su origen,
se explica que hay una lista de nombres «de reyes de después del
Diluvio». Un rey era ensalzado por ser «de simiente preservada desde
antes del Diluvio». Y diversos textos científicos citan como fuente
«los sabios de antaño, de antes del Diluvio».
No, el Diluvio no fue un acontecimiento local o una inundación
periódica. Fue, según todos los relatos, un acontecimiento de una
magnitud sin precedentes que sacudió la Tierra, una catástrofe que
ni el Hombre ni los dioses habían experimentado hasta entonces, ni
han experimentado después.
Los textos bíblicos y mesopotámicos que hemos examinado hasta ahora
dejan unos cuantos misterios por resolver. ¿Qué terrible experiencia
sufrió la Humanidad, que hizo que a Noé se le llamará «Respiro», con
la esperanza de que su nacimiento señalara el fin de las penurias?
¿Cuál era el «secreto» que los dioses juraron guardar, y del que se
acusó a Enki de haberlo desvelado? ¿Por qué el lanzamiento de un
vehículo espacial desde Sippar fue la señal para que Utnapistim
entrara y sellara el arca? ¿Dónde estuvieron los dioses mientras las
aguas cubrían hasta la más alta de las montañas? ¿Y por qué
valoraron tanto el sacrificio de carne asada que hizo Noé/Utnapistim?
A medida que vayamos descubriendo las respuestas a éstas y otras
preguntas, veremos que el Diluvio no fue un castigo premeditado,
producido por los dioses por voluntad propia. Descubriremos que,
aunque el Diluvio fue un acontecimiento previsible, también fue
inevitable, una calamidad natural en la cual los dioses no
representaron un papel activo, sino pasivo. También mostraremos que
el secreto que los dioses juraron no revelar era una conspiración
contra la Humanidad, consistente en reservarse la información que
tenían respecto a la próxima avalancha de agua, de modo que,
mientras los nefilim se salvaban, la Humanidad pereciera.
Gran parte de los conocimientos que tenemos ahora sobre el Diluvio y
los acontecimientos que lo precedieron provienen del texto «Cuando
los dioses». En él,
el héroe del Diluvio se llama Atra-Hasis.
En el fragmento sobre el Diluvio que hay en «La Epopeya de Gilgamesh»,
Enki llama a Utnapistim «extremadamente sabio», que es lo que, en
acadio, significa atra-hasis.
Los expertos tenían la teoría de que los textos en los que Atra-Hasis
es el héroe podían formar parte de una historia anterior del
Diluvio, concretamente sumeria. Con el tiempo, se descubrieron las
suficientes tablillas babilonias, asirías, cananeas e, incluso,
sumerias originales como para permitir un importante reensamblaje de
la epopeya de Atra-Hasis, un trabajo maestro cuyos principales
artífices fueron W. G. Lambert y A. R. Millard (Atra-Hasis: The
Babylonian Story of the Flood).
Tras describir el duro trabajo de los anunnaki, su motín y la
subsiguiente creación del Trabajador Primitivo, la epopeya relata
cómo comenzó el Hombre a procrear y a multiplicarse (cosa que
también sabemos por la versión bíblica). Con el tiempo, la Humanidad
empezó a disgustar a Enlil.
La tierra se extendía, la gente se multiplicaba; en la tierra, como toros salvajes yacían. El dios se molestó con sus uniones; el dios Enlil oía sus declaraciones, y dijo a los grandes dioses: «Las declaraciones de la Humanidad se han hecho agobiantes; sus uniones no me dejan dormir».
Entonces, Enlil -una vez más, en el papel de perseguidor de la
Humanidad- ordenó un castigo. Ahora, uno esperaría leer algo sobre
la llegada del Diluvio, pero no. Sorprendentemente, Enlil no llegaba
siquiera a mencionar un Diluvio ni ninguna ordalía acuática similar.
En vez de esto, pidió que se diezmara a la Humanidad con la peste y
otras enfermedades.
Las versiones acadia y asiria de la epopeya hablan de los «dolores,
mareos, resfriados, fiebre», así como de las «enfermedades, plagas y
peste» que afligieron a la Humanidad y a su ganado después de la
petición de Enlil de un castigo. Pero los planes de Enlil no
funcionaron. Resultó que «el que era extremadamente sabio» -Atra-Hasis-era
alguien especialmente cercano al dios Enki. Contando su propia
historia en algunas de las versiones, dice: «Yo soy Atra-Hasis;
vivía en el templo de Ea, mi señor». Con «su mente atenta a su Señor
Enki», Atra-Hasis apeló a él para que desmontara el plan de su
hermano Enlil:
«Ea, Oh Señor, la Humanidad gime; la furia de los dioses consume la tierra. ¡Y, sin embargo, tú eres el que nos ha creado! ¡Que cesen los dolores, los mareos, los resfriados, la fiebre!».
Hasta que no se encontraron más tablillas rotas, no supimos cuál
había sido el consejo de Enki. Éste dijo algo de «...que aparezca en
la tierra». Fuera lo que fuera, funcionó. Poco después, Enlil se
quejó amargamente a los dioses de que «la población no ha
disminuido; ¡son más numerosos que antes!».
Entonces, se puso a esbozar el exterminio de la Humanidad a través
del hambre. «¡Que se le corten los suministros a la gente; que sus
vientres carezcan de frutas y vegetales!» La hambruna tenía que
acaecer a través de las fuerzas de la naturaleza, por escasez de
lluvia y falta de irrigación.
Que las lluvias del dios de la lluvia se retengan arriba; abajo, que las aguas no salgan de sus fuentes. Que el viento sople y reseque el suelo; que las nubes se espesen, pero que retengan su aguacero.
Incluso las fuentes de alimentación marinas tenían que desaparecer.
A Enki se le ordenó que «pasara el cerrojo y atrancara el mar», y
que «guardara» sus alimentos lejos de la gente.
La sequía no tardó en difundir la devastación.
Desde arriba, el calor no era... Abajo, las aguas no surgían de sus fuentes. La matriz de la Tierra no daba frutos; la vegetación no crecía... Los negros campos se hicieron blancos; la amplia llanura se asfixió con sal.
La hambruna resultante causó estragos entre la gente, y la situación
fue empeorando con el paso del tiempo. Los textos mesopotámicos
hablan de una devastación creciente a lo largo de seis sha-at-tam's
-un término que algunos traducen como «años», pero que literalmente
significa «pasos»-, y, como la versión asiria aclara, «un año de Anu»:
Durante un sha-at-tam ellos comieron la hierba de la tierra. Durante el segundo sha-at-tam sufrieron la venganza. El tercer sha-at-tam llegó; sus rasgos se vieron alterados por el hambre, sus rostros estaban incrustados... estaban viviendo al borde de la muerte. Cuando el cuarto sha-at-tam llegó, sus rostros parecían verdes; caminaban encorvados por las calles; su ancho [¿hombros?] se hizo estrecho.
Para el quinto «paso», la vida humana comenzó a deteriorarse. Las
madres cerraban las puertas a sus propias hijas hambrientas. Las
hijas espiaban a sus madres para ver si ocultaban comida. Para el
sexto «paso», había un canibalismo desenfrenado.
Cuando el sexto sha-at-tam llegó
se preparaban a la hija para la comida; al hijo se preparaban como alimento...
Una casa devoraba a la otra.
Los textos hablan de la insistente intercesión de Atra-Hasis ante su
dios Enki. «En la casa de su dios... puso el pie;... todos los días
lloraba, trayendo oblaciones por la mañana... invocaba el nombre de
su dios», buscando la ayuda de Enki para detener la hambruna.
Sin embargo, Enki debía sentirse ligado a la decisión de las otras
deidades, pues, en un primer momento, no respondió. Es bastante
posible que, incluso, se ocultara de su fiel adorador, que dejara el
templo y saliera a navegar por sus amados pantanos. «Cuando el
pueblo estaba viviendo al filo de la muerte», Atra-Hasis «puso su
lecho de cara al río». Pero no hubo respuesta.
La visión de una Humanidad hambrienta y desintegrada, de padres que
se comían a sus propios hijos, trajo finalmente lo inevitable: otro
enfrentamiento entre Enki y Enlil. En el séptimo «paso», cuando los
hombres y las mujeres que quedaban eran «como fantasmas de los
muertos», recibieron un mensaje de Enki. «Haced un gran ruido en la
tierra», dijo. Enviad heraldos que ordenen a toda la gente: «No
veneréis a vuestros dioses, no recéis a vuestras diosas». ¡Que haya
desobediencia total!
Bajo la tapadera de este alboroto, Enki planeaba una acción más
concreta. Los textos, bastante fragmentados en este punto, desvelan
que Enki convocó una asamblea secreta de «ancianos» en su templo.
«Ellos entraron... tomaron consejo en la Casa de Enki». En primer
lugar, Enki se exoneró contándoles lo mucho que se había opuesto a
los actos de los demás dioses. Después, esbozó un plan de acción
que, de algún modo, tenía que ver con su mando sobre los mares y el
Mundo Inferior.
Podemos recoger los detalles clandestinos del plan a partir de unos
versículos fragmentarios: «Por la noche... después de que él...»
alguien tenía que estar «a la orilla del río» a determinada hora,
quizás para esperar el regreso de Enki desde el Mundo Inferior. De
allí, Enki «trajo a los guerreros del agua» -quizás también algunos
de los terrestres que eran Trabajadores Primitivos en las minas. En
el momento acordado, se cursaron las órdenes: «¡Vamos!... la
orden...»
A pesar de todas las líneas que se han perdido, podemos suponer lo
que sucedió a partir de la reacción de Enlil. «Estaba lleno de ira».
Convocó la Asamblea de Dioses y envió a su alguacil para que trajera
a Enki. Después, se levantó y acusó a su hermano de romper los
planes de vigilancia y contención:
Todos nosotros, Grandes Anunnaki, llegamos juntos a una decisión... Ordené que, en el Pájaro del Cielo, Adad vigilaría las regiones superiores; que Sin y Nergal vigilarían las regiones medias de la Tierra; que el cerrojo, la barrera del mar, tú [Enki] vigilarías con tus cohetes. ¡Pero tú has dejado pasar provisiones para la gente!
Enlil acusó a su hermano de romper el «cerrojo del mar». Pero Enki
negó que aquello hubiera ocurrido con su consentimiento:
El cerrojo, la barrera del mar, guardé con mis cohetes. [Pero] cuando... escapó de mí... una miríada de pescado... desapareció; ellos rompieron el cerrojo... ellos mataron a los guardianes del mar.
Enki afirmó que había capturado a los culpables y que los había
castigado, pero Enlil no se dio por satisfecho. Pidió que Enki
«dejara de alimentar a su gente», que ya no suministrara «raciones
de cereales con las que la gente rebosa de salud». La reacción de
Enki fue asombrosa:
El dios se hartó de la sesión;
en la Asamblea de los Dioses, la risa le venció.
Podemos imaginarnos el pandemónium que se organizó. Enlil estaba
furioso. Hubo acalorados intercambios con Enki y gritos. «¡No deja
de calumniar!» Cuando la Asamblea recuperó por fin el orden, Enlil
recuperó la palabra de nuevo. Les recordó a sus colegas y
subordinados que había sido una decisión unánime. Hizo un repaso de
los acontecimientos que habían llevado a la creación del Trabajador
Primitivo, y recordó las muchas veces que Enki había «roto la
norma».
Pero, dijo, aún había una posibilidad para condenar a la Humanidad.
Una «inundación exterminadora» estaba al caer. La catástrofe que se
avecinaba debía mantenerse en secreto, a resguardo del pueblo. Pidió
a los miembros de la Asamblea que se comprometieran a guardar el
secreto y, lo que es más importante, que «el príncipe Enki se
comprometa con un juramento».
Enlil abrió la boca para hablar y se dirigió a la Asamblea de todos los dioses: «¡Vamos, todos, y prestemos juramento sobre la Inundación Exterminadora!». Anu juró primero; Enlil juró; sus hijos juraron con él.
Al principio, Enki se negó a prestar juramento. «¿Por qué me quieres
comprometer con un juramento?», preguntó. «¿Acaso voy a levantar mis
manos contra mis propios humanos?» Pero, al final, fue
obligado a pronunciar el juramento. Uno de los textos dice,
específicamente, «Anu, Enlil, Enki y Ninhursag, los dioses del Cielo
y la Tierra, han prestado juramento». La suerte estaba echada.
¿Cuál fue el juramento al que se comprometió Enki? Tal como decidió
interpretarlo, Enki juró que no revelaría al pueblo el secreto del
Diluvio que se avecinaba; pero, ¿acaso no podía contárselo a una
pared? Hizo que Atra-Hasis fuera al templo, e hizo que se pusiera
detrás de un biombo. Después, Enki fingió que hablaba con el biombo, no con su devoto terrestre. «Biombo de junco», dijo:
«Presta atención a mis instrucciones. En todos los lugares habitados, sobre las ciudades, una tormenta asolará. Ésa será la destrucción de la simiente de la Humanidad... Éste es el último fallo, la palabra de la Asamblea de los dioses, la palabra dicha por Anu, Enlil y Ninhursag».
(Este subterfugio explica el argumento que expondría Enki más tarde,
cuando se descubrió que Noé/Utnapistim había sobrevivido, al decir
que él no había roto su juramento -al decir que aquel terrestre
«extremadamente sabio», (atra-hasis), había descubierto el secreto
del Diluvio por sí mismo, a través de la correcta interpretación de
los signos.) Existen sellos en los que se ve a un asistente
sosteniendo el biombo mientras Ea -como Dios Serpiente- revela el
secreto a Atra-Hasis.
(Fig. 160)
El consejo que le dio Enki a su fiel sirviente fue que construyera
una nave, pero éste le dijo: «Yo nunca he construido un barco...
hazme un plano en el suelo para que pueda verlo», y entonces Enki le
dio las instrucciones precisas sobre las medidas que debía tener y
sobre su construcción. Acostumbrados a las historias bíblicas, nos
imaginamos el «arca» como un barco muy grande, con cubiertas y
superestructuras. Pero el término bíblico teba proviene de la raíz
«hundido», por lo que hay que llegar a la conclusión de que Enki le
dio instrucciones a su Noe para que construyera un barco sumergible,
un submarino.
El texto acadio dice que Enki hablaba de un barco «techado por
encima y por debajo», herméticamente sellado con «brea dura». No
tenían que haber cubiertas ni aberturas, «de modo que el sol no
viera el interior». Tenía que ser un barco «como un barco del Apsu»,
un Sulili; y éste es el término que se utiliza en la actualidad, en
hebreo, Soleleth, para identificar un submarino.
«Que el barco», dijo Enki, «sea un MA.GUR.GUR» -«un barco que pueda
darse la vuelta y caer». Lo cierto es que sólo un barco así podía
haber sobrevivido a una avalancha de aguas tan arrolladora.
La versión de Atra-Hasis, al igual que las demás, reitera que,
aunque la calamidad estaba a siete días vista, la gente no era
consciente de lo que se avecinaba. Atra-Hasis utilizó la excusa de
que la «nave del Apsu» que estaba construyendo le iba a permitir ir
a la morada de Enki, evitando así la ira de Enlil. Y la excusa fue
aceptada sin más, pues las cosas estaban realmente mal. El padre de
Noé había tenido la esperanza de que su nacimiento señalara el fin
del largo tiempo de sufrimiento que habían padecido. El problema del
pueblo era la sequía -la ausencia de lluvia, la escasez de agua.
¿Quién, en su sano juicio, habría pensado que estaba a punto de
perecer en una avalancha de agua?
No obstante, aunque los seres humanos no podían leer las señales,
los nefilim sí que podían. Para ellos, el Diluvio no era un
acontecimiento repentino; aunque era inevitable, ellos detectaron su
llegada. El plan de los dioses para destruir a la Humanidad ya no
descansaba en un papel activo, sino pasivo. Ellos no provocaron el
Diluvio; ellos, simplemente, se confabularon para que los terrestres
no se enteraran de su llegada.
Sin embargo, conscientes de la inminente calamidad y de su impacto
global, los nefilim tomaron las medidas oportunas para poner a salvo
sus pellejos. Estando la Tierra a punto de ser engullida por las
aguas, no tenían más que una dirección de salida: hacia el cielo.
Cuando la tormenta que precedió al Diluvio comenzó a rugir, los
nefilim im se subieron a su lanzadera y permanecieron en órbita
terrestre hasta que las aguas comenzaron a descender.
El día del Diluvio, como mostraremos ahora, fue el día en que los
dioses huyeron de la Tierra.
La señal que tenía que esperar Utnapistim para reunirse con los
demás en el arca y sellarla era ésta:
Cuando Shamash, que da la orden del temblor al anochecer, haga caer una lluvia de erupciones- ¡sube a bordo del barco y atranca la entrada!
Como sabemos, Shamash tenía a su cargo el espaciopuerto de Sippar.
No nos cabe la menor duda de que Enki dio instrucciones a Utnapistim
para que vigilara la primera señal de lanzamientos espaciales en
Sippar. Shuruppak, que es donde vivía Utnapistim, estaba sólo a 18
beru (unos 180 kilómetros) al sur de Sippar. Dado que los
lanzamientos debían tener lugar al anochecer, no habría problemas
para ver la «lluvia de erupciones» que harían «caer» las naves
espaciales.
Aunque los nefilim estaban preparados para el Diluvio, su llegada
fue una experiencia aterradora. «El ruido del Diluvio... hizo
temblar a los dioses». Pero, cuando llegó el momento de dejar la
Tierra, los dioses, «dando la vuelta, ascendieron a los cielos de
Anu». La versión asiría de Atra-Hasis dice que los dioses utilizaron
el rukub ilani («carro de los dioses») para escapar de la Tierra.
«Los Anunnaki elevaron» sus naves espaciales, como antorchas,
«iluminando la tierra con su resplandor».
En órbita alrededor de la Tierra, los nefilim vieron una escena de
la destrucción que les afectó profundamente. Los textos del
Gilgamesh nos cuentan que, cuando la tormenta creció en intensidad,
no sólo «uno no podía ver a su compañero», sino que «tampoco se
podía reconocer a la gente desde los cielos». Apiñados en su nave
espacial, los dioses se, esforzaban por ver lo que estaba sucediendo
en el planeta del cual acababan de despegar.
Los dioses se encogieron como perros,
se agacharon contra la pared exterior. Ishtar gritó como una mujer de parto: «Los días de antaño se han convertido en barro».... Los dioses anunnaki lloraban con ella. Los dioses, abatidos todos, se sentaron y lloraron; tenían los labios apretados... uno y todos.
Los textos de Atra-Hasis repiten el mismo tema. Los dioses, mientras
huían, pudieron ver la destrucción también. Pero la situación dentro
de sus propias naves tampoco era muy estimulante. Parece ser que
tuvieron que repartirse entre varias naves espaciales; la Tablilla
III de la epopeya de Atra-Hasis describe las condiciones a bordo de
una nave donde los anunnaki compartían alojamiento con la Diosa
Madre.
Los Anunnaki, grandes dioses, se fueron sentando sedientos, hambrientos... Ninti lloró y dejó salir sus emociones; lloraba y aliviaba sus sentimientos. Los dioses lloraban con ella por la tierra. Ella estaba abrumada por el dolor, tenía sed de cerveza. Donde ella se había sentado, se sentaron los dioses llorando; amontonándose como ovejas en un abrevadero. Tenían los labios febriles por la sed, y sufrían retortijones a causa del hambre.
La misma Diosa Madre, Ninhursag, estaba conmocionada por tan
completa devastación, y se lamentaba por lo que estaba viendo:
La Diosa vio y lloró...
tenía los labios cubiertos de calenturas... «Mis criaturas se han convertido como en moscas- llenan los ríos como libélulas, el retumbante mar se ha llevado su
paternidad».
Pero, ¿cómo podía salvar su propia vida mientras la Humanidad, la
que había ayudado a crear, estaba muriendo? ¿Cómo podía haber dejado
la Tierra?, se preguntaba.
«¿Debo ascender al Cielo, para residir en la Casa de las Ofrendas, donde Anu, el Señor, me ha ordenado ir?»
Las órdenes de los nefilim eran claras: abandonad la Tierra,
«ascended al Cielo». Fue la vez en la que el Duodécimo Planeta
estuvo más cerca de la Tierra, dentro del cinturón de asteroides (el
«Cielo»), como lo sugiere el hecho de que Anu fuera capaz de asistir
personalmente a las cruciales conversaciones que tuvieron lugar poco
antes del Diluvio.
Enlil y Ninurta -acompañados quizás por la élite de los anunnaki,
aquellos que habían ocupado Nippur- estaban en una nave espacial,
planeando, sin duda, volver a encontrarse con la nave principal.
Pero los demás dioses no estaban tan resueltos. Obligados a
abandonar la Tierra, se habían dado cuenta, de pronto, del apego que
habían llegado a sentir por el planeta y por sus habitantes. En una
nave, Ninhursag y su grupo de anunnaki debatían los méritos de las
órdenes que había dado Anu. En otra, Ishtar gritaba: «Los días de
antaño se han convertido en barro»; los anunnaki que estaban en su
nave «lloraban con ella».
Enki, obviamente, estaba también en otra nave o, de lo contrario,
habría descubierto a los demás que se las había ingeniado para
salvar la simiente de la Humanidad. Sin duda, tenía motivos para
sentirse menos pesimista, pues las evidencias sugieren que también
había planeado el encuentro en el Ararat.
Las versiones antiguas parecen dar a entender que, simplemente, el
arca fue llevada hasta la región del Ararat por las aguas
torrenciales, que la «tormenta-sur» habría llevado al barco hacia el
norte. Pero los textos mesopotámicos reiteran que
Atra-Hasis/Utnapistim llevó consigo un «Barquero» llamado
Puzúr-Árnurri («occidental que conoce los secretos»). A él, el Noé
mesopotámico «le cedió la estructura, junto con su contenido» en
cuanto se desató la tormenta. ¿Para qué necesitaba a un
experimentado navegante, a menos que fuera " para llevar el arca
hasta un destino concreto?
Como ya hemos visto, los nefilim utilizaban los picos de Ararat como
puntos de referencia desde el principio. Siendo las cumbres más
altas en esa parte del globo, esperarían que fuera lo primero en
reaparecer sobre el manto de agua. Y, dado que Enki, «El Sabio, el
Omnisciente», podía suponer esto, nos atrevemos a conjeturar que dio
instrucciones a su sirviente para llevar el arca hacia el Ararat,
planeando el encuentro desde un principio.
La versión del Diluvio de Beroso, según la cuenta el griego Abideno,
dice: «Cronos le reveló a Sisithros que iba a haber un Diluvio en el
decimoquinto día de Daisios [el segundo mes], y le ordenó que
ocultase en Sippar, la ciudad de Shamash, todos los escritos que
pudiera. Sisithros llevó a cabo lo que se le dijo, inmediatamente
después salió navegando en dirección a Armenia y, acto seguido,
sucedió lo que el dios había anunciado».
Beroso repite los detalles referentes a la liberación de las aves.
Cuando Sisithros (que es atra-asis al revés) iba a ser llevado por
los dioses a su morada, explicó al resto de la gente del arca que se
encontraban en ese momento «en Armenia» y que tenían que volver (a
pie) a Babilonia. En esta versión, no sólo nos encontramos con la
relación con Sippar, el espaciopuerto, sino también con la
confirmación de que Sisithros recibió instrucciones para «navegar
inmediatamente hasta Armenia» -al país del Ararat.
Tan pronto como Atra-Hasis tocó tierra, sacrificó algunos animales y
los asó al fuego. No es de sorprender que los exhaustos y
hambrientos dioses «acudieron como moscas a la ofrenda». De pronto,
se dieron cuenta de que el Hombre, el alimento que éste cultivaba y
el ganado que criaba eran esenciales. «Cuando, por fin, Enlil llegó
y vio el arca, montó en cólera». Pero la lógica de la situación y la
persuasión de Enki prevalecieron; Enlil hizo las paces con los
restos de la Humanidad y se llevó a Atra-Hasis/Utnapistim en su nave
a la Morada Eterna de los Dioses.
Otro factor que pudo pesar en la rápida decisión de hacer las paces
con la Humanidad pudo ser la progresiva retirada de las aguas del
Diluvio y la aparición de tierra seca y de vegetación sobre ella. Ya
hemos visto que los nefilim supieron con antelación que se
aproximaba una calamidad; pero aquello era tan singular en su
experiencia que temieron que la Tierra quedara inhabitable para
siempre. Cuando aterrizaron en el Ararat, vieron que éste no era el
caso. La Tierra seguía siendo habitable y, para vivir en ella,
necesitarían al hombre.
¿Qué fue aquella catástrofe, previsible pero inevitable? Una clave
importante para desentrañar el misterio del Diluvio es darse cuenta
de que no fue un acontecimiento único y repentino, sino la
culminación de una cadena de acontecimientos.
Unas atípicas plagas afectaron a hombres y animales, y una grave
sequía precedió a la ordalía de agua; un proceso que duró, según las
fuentes mesopotámicas, siete «pasos», o shar's. Estos fenómenos sólo
podrían estar justificados por importantes cambios climáticos. Estos
cambios habían estado relacionados con las periódicas glaciaciones y
épocas interglaciales que habían dominado el pasado inmediato del
planeta. La reducción de las precipitaciones, el descenso del nivel
del agua en mares y lagos, y la desecación de las fuentes de agua
subterránea eran las señales de identidad de una glaciación
inminente. Dado que el Diluvio, que terminó abruptamente con estos
trastornos, vino seguido por la civilización sumeria y el actual
período postglacial, la glaciación en cuestión sólo pudo ser la
última.
Nuestra conclusión es que los acontecimientos del Diluvio nos hablan
del último período glacial de la Tierra y de su catastrófico final.
Perforando las cubiertas de hielo del Ártico y el Antártico, los
científicos han podido medir el oxígeno atrapado en las distintas
capas y han podido valorar, a partir de ello, el clima que ha
imperado en los últimos milenios. Las muestras recogidas del fondo
de los mares, como, por ejemplo, las recogidas en el Golfo de
México, en las que se mide la proliferación o la disminución de vida
marina, les permite estimar también las temperaturas de las
distintas épocas del pasado. Basándose en estos descubrimientos, los
científicos aseguran ahora que el último período glacial comenzó
hace unos 75.000 años y experimentó un minicalentamiento hace unos
40.000 años. Hace alrededor de 38.000 años, sobrevino un período más
duro, más frío y seco. Y después, hace unos 13.000 años, el período
glacial terminó abruptamente, dando entrada a nuestro actual clima
suave.
Poniendo en línea la información bíblica y sumeria, nos encontramos
con que los momentos duros, la «maldición de la Tierra», comenzó en
la época del padre de Noé, Lámek. Su esperanza en que el nacimiento
de Noé («respiro») marcara el fin de las penurias se cumplió de un
modo inesperado, a través del catastrófico Diluvio.
Muchos estudiosos creen que los diez patriarcas bíblicos
antediluvianos (desde Adán hasta Noé) son, de algún modo, homólogos
de /los diez soberanos antediluvianos de las listas de reyes
sumerios. Estas listas no le aplican los títulos divinos de DIN.GIR
o EN a los dos últimos de esos diez, y tratan a Ziusundra/Utnapistim
y a su padre, Ubar-Tutu, como hombres. Los dos últimos son los
homólogos de Noé y de su padre, Lámek; y, según las listas sumerias,
entre los dos reinaron un total de 64.800 años, hasta que tuvo lugar
el Diluvio. El último período glacial, desde hace 75.000 hasta hace
13.000 años, duró 62.000 años. Dado que las penurias comenzaron
cuando Ubar-tutu/Lámek ya estaba reinando, esos 62.000 encajan
perfectamente con los 64.800.
Además, las condiciones más duras se prolongaron, según la epopeya
de Atra-Hasis, durante siete shar's, es decir, 25.200 años. Los
científicos han descubierto evidencias de un período extremadamente
duro entre hace 38.000 y 13.000 años, es decir, un lapso de 25.000
años. Una vez más, las evidencias mesopotámicas y los
descubrimientos de los científicos actuales se corroboran entre sí.
Nuestro esfuerzo por desentrañar el misterio del Diluvio, por tanto,
se concentra en los cambios climáticos de la Tierra y, en
particular, en el colapso abrupto del período glacial que tuvo lugar
hace unos 13.000 años.
¿Qué pudo causar un repentino cambio climático de tal magnitud?
De las muchas teorías que han avanzado los científicos, nos intriga
la sugerida por el Dr. John T. Hollín, de la Universidad de Maine.
El Dr. Hollin sostiene que la capa de hielo de la Antártida se rompe
periódicamente y se desliza en el mar, ¡creando una repentina y
gigantesca marea!
Esta hipótesis -aceptada y ampliada por otros- sugiere que, a medida
que la capa de hielo se va haciendo más y más gruesa, no sólo atrapa
más calor de la Tierra debajo de la capa de hielo, sino que también
crea en su fondo (debido a la presión y a la fricción) una capa
medio derretida y, de ahí, resbaladiza, que actúa como un lubricante
entre la gruesa capa de hielo de arriba y la tierra sólida de abajo,
provocando que la primera se deslice, más pronto o más tarde, en el
océano circundante.
Hollin calculó que, sólo con que la mitad de la actual capa de hielo
de la Antártida (que, en promedio, tiene más de kilómetro y medio de
grosor) se deslizara en los mares del sur, la inmensa marea que
provocaría elevaría el nivel de todos los mares del globo en unos 18
metros, inundando ciudades costeras y tierras bajas.
En 1964, A. T. Wilson, de la Universidad Victoria, en Nueva Zelanda,
ofreció la teoría de que los períodos glaciales terminaron
abruptamente con deslizamientos como éstos sucedidos no sólo en el
Antártico, sino también en el Ártico. Creemos que los distintos
textos y los hechos reunidos justifican la conclusión de que el
Diluvio fue el resultado del deslizamiento en las aguas del
Antartico de miles de millones de toneladas de hielo, trayendo con
ello el fin repentino de la última gradación.
El súbito acontecimiento desencadenó una inmensa marea. Comenzando
con las aguas del Antártico, se extendió hacia el norte por los
océanos Atlántico, Pacífico e índico. El abrupto cambio de
temperatura debió crear unas violentas tormentas acompañadas por
torrentes de lluvia. Moviéndose más rápido que las aguas, las
tormentas, las nubes y el oscurecimiento de los cielos debieron
anunciar la avalancha de agua que se aproximaba.
Ése es exactamente el fenómeno que se describe en los textos
antiguos.
Tal como le había ordenado Enki, Atra-Hasis hizo subir a todos al
arca mientras él se quedaba fuera para esperar la señal para subir a
bordo y sellar la nave. Dándonos un detalle de «interés humano», el
antiguo texto nos cuenta que Atra-Hasis, a pesar de habérsele
ordenado quedarse fuera de la nave, «entraba y salía; no podía estar
sentado, no podía agacharse... su corazón estaba roto; estuvo
vomitando bilis». Pero, entonces,
... la Luna desapareció... El aspecto del tiempo cambió; las lluvias rugieron en las nubes... Los vientos se hicieron salvajes... ... el Diluvio estaba en camino, su fuerza cayó sobre la gente como una batalla; Una persona no veía a otra, no eran reconocibles en la destrucción. El Diluvio bramó como un toro; los vientos gimieron como un asno salvaje. La oscuridad era densa; no se podía ver el Sol.
«La Epopeya de Gilgamesh» es muy específica en lo relativo a la
dirección de la cual vino la tormenta: vino del sur. Nubes, vientos,
lluvia y oscuridad precedieron, sin duda, a la marea que echó abajo,
en primer lugar, «los puestos de Nergal» en el Mundo Inferior:
Con el fulgor de la aurora
una nube negra se elevó en el horizonte; en su interior, el dios de las tormentas tronaba- Todo lo que había sido luminoso
se tornó oscuridad- Durante un día sopló la tormenta del sur, ganando velocidad mientras soplaba, sumergiendo las montañas...
Seis días y seis noches sopló el viento mientras la Tormenta del Sur barría la tierra.
Cuando llegó el séptimo día, el Diluvio de la Tormenta del Sur amainó.
Las referencias a la «tormenta del sur», al «viento del sur»,
indican con claridad la dirección desde la cual llegó el Diluvio,
sus nubes y vientos, los «heraldos de la tormenta», moviéndose
«sobre colinas y llanuras» hasta alcanzar Mesopotamia. Ciertamente,
una tormenta y una avalancha de agua originadas en el Antartico
alcanzarían Mesopotamia a través del Océano índico después de
engullir las colinas de Arabia, inundando más tarde la llanura del
Tigris y el Eufrates. «La Epopeya de Gilgamesh» nos dice también
que, antes de que la gente y la tierra quedaran sumergidos, las
«represas de la tierra seca» y sus diques fueron «destrozados»: el
litoral continental resultó arrollado y barrido.
La versión bíblica del Diluvio dice que saltaron «las fuentes del
Gran Abismo» antes de que se abrieran «las compuertas del cielo». En
primer lugar, las aguas del «Gran Abismo» (qué nombre más
descriptivo para los mares más meridionales, los mares helados del
Antartico) se liberaron de su gélida reclusión; sólo entonces
comenzaron las lluvias a caer del cielo.
Esta confirmación de nuestra manera de entender el Diluvio se
repite, al revés, cuando el Diluvio amaina. En primer lugar, las
«Fuentes del Abismo [se] cerraron»; después, la lluvia «fue
arrestada de los cielos».
Tras la primera y gigantesca marea, las aguas aún «iban y venían» en
inmensas olas. Después, las aguas comenzaron a «retroceder», y
«fueron menos» después de 150 días, cuando el arca se posó entre los
picos del Ararat. La avalancha de agua, viniendo desde los mares del
sur, volvió a los mares del sur.
¿Cómo pudieron predecir los nefilim cuándo se iba a desencadenar el
Diluvio en la Antártida?
Sabemos que los textos mesopotámicos relacionan el Diluvio y los
cambios climáticos que lo precedieron con siete «pasos», algo que,
indudablemente, tiene que ver con el tránsito periódico del
Duodécimo Planeta por las inmediaciones de la Tierra. Sabemos que,
incluso la Luna, el pequeño satélite de la Tierra, ejerce la
suficiente atracción gravitatoria como para provocar las mareas.
Tanto los textos mesopotámicos como los bíblicos describían de qué
forma se sacudía la Tierra cada vez que el Señor Celestial pasaba
por sus inmediaciones. ¿Pudo suceder que los nefilim, al observar
los cambios climáticos y la inestabilidad de la capa de hielo
antartica, se dieran cuenta de que, con el siguiente «paso» del
Duodécimo Planeta, se desencadenaría la inevitable catástrofe?
Los antiguos textos demuestran que así fue como sucedió.
El más extraordinario de esos textos es uno que tiene unas treinta
líneas inscritas, con una escritura cuneiforme en miniatura, en
ambos lados de una tablilla de arcilla de poco más de dos
centímetros de larga. Fue desenterrada en Assur, pero la profusión
de palabras su-merias en el texto acadio no deja lugar a dudas sobre
su origen sumerio. El Dr. Erich Ebeling determinó que era un himno
que se recitaba en la Casa de los Muertos, de ahí que incluyera este
texto en su obra maestra (Tod und Leben) sobre la muerte y la
resurrección en la antigua Mesopotamia.
Sin embargo, un minucioso examen nos demuestra que la composición
«invocaba los nombres» del Señor Celestial, el Duodécimo Planeta. En
él, se elabora el significado de los distintos epítetos,
relacionándolos con el paso del planeta por el lugar de la batalla
con Tiamat -¡un tránsito que provoca el Diluvio!
El texto comienza anunciando que, a pesar de todo su poder y tamaño,
el planeta («el héroe»), no obstante, orbita al Sol. El Diluvio era
el «arma» de este planeta.
Su arma es el Diluvio; Dios cuya Arma trae la muerte a los malvados. Supremo, Supremo, Ungido... Quien, como el Sol, cruza las tierras; el Sol, su dios, él teme.
Pronunciando el «primer nombre» del planeta -que, desgraciadamente,
es ilegible- el texto describe su paso cerca de Júpiter, hacia el
lugar de la batalla con Tiamat:
Primer Nombre:... el que repujó la banda circular; el que partió en dos a la Ocupadora, echándola. Señor, que en el tiempo de Akiti dentro del lugar de la batalla de Tiamat reposa... Cuya simiente son los hijos de Babilonia; que no puede ser perturbado por el planeta Júpiter; que por su fulgor creará.
Al acercarse, al Duodécimo Planeta se le llama SHILIG.LU.DIG («líder
poderoso de los jubilosos planetas»). Se encuentra ahora muy cerca
de Marte: «Con el brillo del dios [planeta] Anu dios [planeta] Lahmu
se viste». Entonces, soltó el Diluvio sobre la Tierra:
Éste es el nombre del Señor que desde el segundo mes hasta el mes de Addar las aguas ha espoleado.
La elaboración de los dos nombres del texto ofrece una importante
información en cuanto al calendario. El Duodécimo Planeta pasó por
Júpiter y se acercó a la Tierra «en el tiempo de Akiti», cuando
comenzaba el Año Nuevo mesopotámico. Durante el segundo mes estuvo
muy cerca de Marte. Después, «desde el segundo mes hasta el mes de
Addar» (el duodécimo mes), soltó el Diluvio sobre la Tierra.
Esto está perfectamente de acuerdo con el relato bíblico, que dice
que «las fuentes del gran abismo saltaron» en el decimoséptimo día
del segundo mes. El arca descansó en el Ararat en el séptimo mes;
otra tierra seca era visible en el décimo mes; y el Diluvio terminó
en el duodécimo mes -pues fue en «el primer día del primer mes» del
siguiente año cuando Noé abrió la ventanilla del arca.
Al pasar a la segunda fase del Diluvio, cuando las aguas comenzaron
a descender, el texto llama al planeta SHUL.PA.KUN.E.
Héroe, Señor Vigilante, que reúnes las aguas; que manando aguas purificas al justo y al malvado; que en la montaña de los picos gemelos detuviste el... ... pez, río, río; la inundación se detuvo. En la tierra montañosa, sobre un árbol, el ave descansó. Día que... dijo.
A pesar de que algunas líneas son ilegibles por estar deteriorada la
tablilla, los paralelismos con los relatos del Diluvio bíblico y los
mesopotámicos son evidentes: la inundación había cesado, el arca se
había «detenido» en la montaña de los picos gemelos; los ríos
comenzaron a fluir de nuevo desde las cimas de las montañas y a
llevar agua hacia el océano; se veían peces; se soltó un ave del
arca. La ordalía había pasado.
El Duodécimo Planeta había pasado su «cruce». Se había acercado a la
Tierra y se alejaba, acompañado por sus satélites:
Cuando el sabio grite: «¡Inundación! »- es el dios Nibiru [«Planeta del Cruce»]; es el Héroe, el planeta de cuatro cabezas. El dios, cuya arma es la Tormenta de la Inundación, volverá; a su lugar de descanso bajará él mismo.
(El planeta, alejándose, afirma el texto, volvió a cruzar el sendero
de Saturno en el mes de Ululu, el sexto mes del año.)
El Antiguo Testamento se refiere con frecuencia al momento en que el
Señor hizo que la Tierra se cubriera con las aguas del abismo. El
Salmo 29 describe la «visita» así como el «retorno» de las «grandes
aguas» por el Señor:
Al Señor, vosotros hijos de los dioses,
dad la gloria, reconoced el poder... El sonido del Señor está sobre las aguas;
el Dios de gloria, el Señor, tronó sobre las grandes aguas...
El sonido del Señor es poderoso, el sonido del Señor es majestuoso;
el sonido del Señor partió los cedros... Hace bailar como un novillo al [Monte del] Líbano,
y hace brincar al [Monte] Sirión como un toro joven.
El sonido del Señor enciende llamaradas; el sonido del Señor sacudió el desierto...
El Señor al Diluvio [dijo]: «¡Vuelve!». El Señor, como rey, está en el trono para siempre.
En el grandioso Salmo 77 -«Mi voz hacia Dios yo clamo»-, el salmista
recuerda la aparición y la desaparición del Señor en tiempos
primitivos:
He calculado los Días de Antaño, los años de Olam... Recordaré las gestas del Señor, recuerdo tus maravillas en la antigüedad... Tu curso, Oh Señor, está determinado; ningún dios es tan grande como el Señor... Las aguas te vieron, Oh Señor, y se estremecieron; tus raudas chispas salieron. El sonido de tu trueno retumbaba; los relámpagos iluminaron el mundo; la Tierra se agitaba y temblaba. [Entonces] en las aguas iba tu camino, tus senderos en las aguas profundas; y tus huellas desaparecieron, desconocidas.
El Salmo 104, que ensalza las gestas del Señor Celestial, recordaba
el momento en que los océanos arrasaron los continentes y se les
hizo retroceder:
Fijaste la Tierra en constancia, inconmovible para siempre jamás. Con los océanos, como vestido, la cubriste; sobre los montes persistía el agua. Al reprenderlas tú, las aguas huyeron; con el sonido de tu trueno, se alejaron raudas. Saltaron las montañas, bajaron a los valles hasta el lugar que tú les habías asignado. Les pusiste un límite, para que no lo pasaran; para que no vuelvan a cubrir la Tierra.
Las palabras del profeta Amós son aun más explícitas:
Ay de los que ansian el Día del Señor; ¿qué creéis que es? Pues el Día del Señor es oscuridad y no luz... La mañana se convirtió en la sombra de la muerte, el día se hizo oscuro como la noche; las aguas del mar se salieron y se derramaron sobre la faz de la Tierra.
Éstos, por tanto, fueron los acontecimientos que tuvieron lugar «en
los días de antaño». El «Día del Señor» fue el día del Diluvio.
Ya hemos visto que, después de aterrizar en la Tierra, los nefilim
asociaron los primeros reinados en las primeras ciudades con los
signos del Zodiaco -dando a los signos los epítetos de los distintos
dioses con los que estaban relacionados. Ahora, veremos que el texto
descubierto por Ebeling no sólo proporcionaba información a los
hombres, sino también a los nefilim. El Diluvio, nos dice, ocurrió
en la «Era de la constelación del León»:
Supremo, Supremo, Ungido; Señor cuya corona radiante con terror se carga. Planeta supremo: un asiento él ha erigido de cara a la limitada órbita del rojo planeta [Marte]. A diario, dentro del León él está ardiendo; su luz, su brillo declara reinos sobre las tierras.
También podemos comprender ahora un enigmático versículo de los
rituales de Año Nuevo, que dice que fue «la constelación del León la
que midió las aguas del abismo». Estas afirmaciones sitúan el tiempo
del Diluvio dentro de un marco definido, pues, aunque los astrónomos
de hoy en día no pueden determinar con precisión dónde establecían
los súmenos el inicio de una casa zodiacal, la siguiente tabla de la
eras se considera exacta.
60 a.C. a 2100 d.C. 2220 a.C. a 60 a.C. 4380 a.C. a 2220 a.C. 6540 a.C. a 4380 a.C. 8700 a.C. a 6540 a.C. 10.860 a.C. a 8700 a.C.
Era de Piscis Era de Aries Era de Tauro Era de Géminis Era de Cáncer
Era de Leo
Si el Diluvio acaeció en la Era de Leo o, lo que es lo mismo, en
algún momento entre el 10860 a.C. y el 8700 a.C, la fecha del
Diluvio coincide con nuestra tabla temporal: según la ciencia
moderna, la última glaciación terminó abruptamente en el hemisferio
sur hace doce o trece mil años, y en el hemisferio norte uno o dos
mil años
después.
El fenómeno zodiacal de la precesión nos ofrece una corroboración
aun más amplia de nuestras conclusiones. Habíamos concluido antes
que los nefilim llegaron a la Tierra 432.000 años (120 shar's) antes
del Diluvio, en la Era de Piscis. En los términos del ciclo
precesional, 432.000 años comprenden 16 ciclos completos, o Grandes
Años, y más de medio de otro Gran Año, dentro de la «era» de la
constelación de Leo.
Podemos reconstruir ahora la tabla temporal completa para los
acontecimientos de los que se ocupan nuestros descubrimientos.
Hace años ACONTECIMIENTO
-
445.000 Los nefilim, liderados por Enki, llegan a la Tierra desde el
Duodécimo Planeta. Se funda Eridú -Estación Tierra I- en el sur de
Mesopotamia.
-
430.000 Las grandes placas de hielo comienzan a retroceder. El clima
se hace benigno en Oriente Próximo.
-
415.000 Enki se traslada tierra adentro y funda Larsa.
-
400.000 El gran período interglacial se expande por todo el globo.
Enlil llega a la Tierra, funda Nippur como Centro de Control de la
Misión.
Enki establece rutas marítimas hacia el sur de África y organiza
operaciones mineras de extracción de oro.
-
360.000 Los nefilim fundan Bad-Tibira como centro metalúrgico de
fundición y refinado. Se construye Sippar, el espaciopuerto, así como otras ciudades de
los dioses.
-
300.000 El motín de los anunnaki. Enki y Ninhursag crean al Hombre
-el «Trabajador Primitivo».
-
250.000 El «Homo sapiens primitivo» se multiplica y se propaga por
otros continentes.
-
200.000 La vida en la Tierra se retrae durante un nuevo período
glacial.
-
100.000 El clima se caldea de nuevo.
Los hijos de los dioses toman a las hijas del Hombre por esposas.
-
77.000 Ubartutu/Lámek, un humano de parentesco divino, asume la
corona en Shuruppak bajo el patrocinio de Ninhursag.
-
75.000 Comienza la «maldición de la Tierra» -una nueva glaciación.
Tipos regresivos de Hombre vagan por la Tierra.
-
49.000 Comienza el reinado de Ziusudra («Noé»), «fiel servidor» de
Enki.
-
38.000 El duro período climático de los «siete pasos» empieza a
diezmar a la Humanidad. El Hombre de Neanderthal desaparece en
Europa; sólo sobrevive el Hombre de CroMagnon (establecido en
Oriente Próximo). Enlil, desencantado con la Humanidad, busca su exterminio.
-
13.000 Los nefilim, al tanto de la inminente inundación que se
desencadenará con la aproximación del Duodécimo Planeta, se conjuran
para dejar perecer a la Humanidad. El Diluvio arrasa la Tierra,
dando fin súbitamente a la glaciación.
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