3. EL REINO DE LOS DIOSES SERPIENTES
Cuando Tenochtitlán alcanzó la grandeza, la capital tolteca de Tula
se recordaba ya como la legendaria Tollan. Y cuando los toltecas
construyeron su ciudad,
Teotihuacán era ya un mito. Su nombre
significa «lugar de los dioses», y eso, según los relatos
conservados, era lo que había sido.
Se dice que hubo una época en que cayeron muchas calamidades sobre
la Tierra y ésta cayó en la oscuridad, pues el sol dejó de aparecer.
Sólo en Teotihuacán había luz, pues una llama divina continuaba
ardiendo allí. Los dioses, preocupados, se reunieron en Teotihuacán,
preguntándose qué se podía hacer. «¿Quién gobernará y dirigirá el
mundo?», se preguntaban entre sí, al verse incapaces de hacer
reaparecer el sol.
Pidieron un voluntario entre los dioses para que saltara dentro de
la llama divina y, con su sacrificio, trajera al sol de vuelta. El
dios Tecuciztecatl se presentó voluntario. Poniéndose su atuendo
reluciente, avanzó hacia la llama; pero, cada vez que se acercaba al
fuego, retrocedía acobardado. Entonces, el dios Nanauatzin se
ofreció voluntario y, sin dudarlo, se lanzó dentro del fuego. Y así,
avergonzado, Tecuciztecatl siguió el ejemplo; pero fue a caer al
borde de las llamas. Mientras los dioses se consumían, el Sol y la
Luna volvieron a aparecer en los cielos.
Pero, aunque ahora se
podían ver, las dos luminarias se quedaron inmóviles en el
firmamento. Según una versión, el Sol comenzó a moverse cuando un
dios le disparó una flecha; otra versión dice que reanudó su curso
después de que el dios del Viento soplara sobre él. Una vez el Sol
volvió a ponerse en marcha, la Luna comenzó a moverse también; y así
se reanudó el ciclo del día y la noche, y la Tierra se salvó.
Este relato está íntimamente relacionado con los monumentos más
famosos de Teotihuacán, la Pirámide del Sol y la Pirámide de la
Luna. Una versión dice que los dioses construyeron las dos pirámides
para conmemorar a los dos dioses que habían sacrificado sus vidas;
otra versión afirma que las pirámides ya existían cuando tuvo lugar
este acontecimiento, y que los dioses saltaron al fuego divino desde
la cúspide de las pirámides.
Sea cual sea la leyenda, el hecho es que la Pirámide del Sol y la
Pirámide de la Luna se elevan aún majestuosamente hasta el día de
hoy. Lo que hace sólo unas décadas no eran más que montículos
cubiertos de vegetación, se ha convertido hoy en una importante
atracción turística, a 48 kilómetros de Ciudad de México.
Elevándose
en un valle circundado por montañas que hacen de telón de fondo en
un escenario eterno (Fig. 10), las pirámides obligan al visitante a
levantar la vista por la pendiente, hasta las montañas que se elevan
a lo lejos y los cielos que se abren por encima. Los monumentos rezuman poder, conocimiento, intención; el escenario habla de un
vínculo consciente de la Tierra con el Cielo. Nadie puede pasar por
alto la sensación de la historia, la presencia de un estremecedor
pasado.
Figura 10
Pero, ¿cuan lejos en el pasado? Los arqueólogos supusieron al
principio que Teotihuacán se había construido en los primeros siglos
de la era cristiana; pero la fecha sigue retrocediendo. Los trabajos
sobre el terreno indican que el centro ceremonial de la ciudad ya
ocupaba 11,52 kilómetros cuadrados hacia el 200 a.C. En la década de
1950, un importante arqueólogo, M. Covarrubias, admitió con
incredulidad que la datación por radiocarbono daba al lugar «la casi
imposible fecha del 900 a.C.» (Iridian Art of México and Central
America).
De hecho, posteriores pruebas de radiocarbono dieron la
fecha de 1474 a.C. (con un pequeño margen de error en una u otra
dirección). Una fecha alrededor de 1400 a.C. se acepta generalmente
hoy en día, que es cuando los olmecas, que pudieron haber sido el
pueblo que construyó en realidad las monumentales estructuras de
Teotihuacán, estaban fundando grandes «centros ceremoniales» por
todo México.
Teotihuacán experimentó varias fases de desarrollo, y sus pirámides
revelan evidencias de unas estructuras internas más antiguas.
Algunos expertos leen en las ruinas un relato que pudo comenzar hace
6.000 años, en el cuarto milenio a.C. Esto se ajustaría,
ciertamente, a las leyendas aztecas que dicen que este Lugar de los
Dioses ya existía en el Cuarto Sol. Después, cuando tuvo lugar el
Día de la Oscuridad, hacia el 1400 a.C, las dos grandes pirámides se
levantaron hasta sus monumentales tamaños.
La Pirámide de la Luna se eleva en el extremo norte de este centro
ceremonial, flanqueada por estructuras auxiliares más pequeñas,
levantándose sobre una gran plaza. Desde ésta, una amplia avenida
discurre en dirección sur hasta donde alcanza la vista; la avenida
también está flanqueada por santuarios, templos y otras estructuras
de perfil bajo, que se cree que pudieron ser tumbas; en
consecuencia, a esta avenida se le dio el nombre de Calzada de los
Muertos. A unos 600 metros en dirección sur se llega a la Pirámide
del Sol, que se eleva en el lado oriental de la calzada (Fig. 11),
más allá de una plaza y de una serie de santuarios y otras
estructuras.
Pasando la Pirámide del Sol, y otros 300 metros más al sur, se llega
a la Ciudadela, un cuadrángulo que en su lado oriental tiene la
tercera pirámide de Teotihuacán, la llamada Pirámide de
Quetzal-cóatl. Ahora sabemos que frente a la Ciudadela, al otro lado
de la Calzada de los Muertos, existió un cuadrángulo similar que
hacía las veces de centro laico administrativo y comercial. La
calzada continúa después más hacia el sur; el Proyecto de
Planificación de Teotihuacán, dirigido por Rene Millón en la década
de 1960, dejó sentado que esta calzada norte-sur se extendía a lo
largo de casi 8 kilómetros -más larga que la más grande de las
pistas de aterrizaje de los modernos aeropuertos. A pesar de su
notable longitud, esta amplia avenida discurre recta como una flecha
-toda una hazaña tecnológica en cualquier época.
Un eje este-oeste, perpendicular a la calzada norte-sur, se extendía
al este desde la Ciudadela y al oeste desde el cuadrángulo
administrativo. Los miembros del Proyecto de Planificación de Teotihuacán se encontraron al sur de la Pirámide del Sol
una señal
cincelada en las rocas con la forma de una cruz en el interior de
dos círculos concéntricos; una señal similar se encontró unos tres
kilómetros más al oeste, en la ladera de una montaña.
Una línea que
conectara a simple vista las dos señales indicaría precisamente la
dirección del eje este-oeste, y los otros brazos de las cruces se
corresponderían con la orientación del eje norte-sur. Los
investigadores concluyeron que habían encontrado las señales
utilizadas por los constructores de la ciudad; sin embargo, no
ofrecieron ninguna teoría para explicar de qué medios se valieron en
la antigüedad para trazar realmente la línea entre dos puntos tan
distantes entre sí.
Figura 11
Por diversos motivos, es evidente que el centro ceremonial había
sido orientado y establecido de forma deliberada. El primero de
ellos es que el río San Juan, que fluye por el valle de Teotihuacán,
fue desviado en el punto en el que cruza el centro ceremonial: a
través de canales artificiales, se desvió el río, que iba hacia la
Ciudadela y al cuadrángulo que se abre enfrente, para hacerlo
exactamente paralelo al eje este-oeste y, después, con dos ángulos
rectos exactos, hacerlo girar a lo largo de la avenida que lleva al
oeste.
El segundo hecho que indica una orientación deliberada es que
ninguno de los dos ejes está señalando a los puntos cardinales, sino
que están ligeramente desviados hacia el sudeste en quince grados y
medio (Fig. 11). Los estudios demuestran que esto no fue accidental,
que no se debió a un error de cálculos de los antiguos
constructores. A. F. Aveni (Astronomy in Ancient Mesoamerica), llama
a esto «orientación sagrada» y señala que centros ceremoniales
posteriores (como el de Tula y otros aún más lejanos) respetaron
esta orientación, aunque no tuviera sentido en sus ubicaciones y en
la época en la que se construyeron. La conclusión de sus
investigaciones fue que, en Teotihuacán y en el momento de su
construcción, la orientación se trazó para permitir la observación
del cielo en determinadas fechas clave del calendario.
Zelia Nuttal, en un estudio entregado durante el vigesimosegundo
Congreso Internacional de Americanistas (Roma, 1926), sugirió que la
orientación estaba ajustada al paso del Sol por el cénit del
observador, que tiene lugar dos veces al año, cuando el Sol parece
moverse de norte a sur y viceversa. Si estas observaciones
celestiales eran el objetivo de las pirámides, su forma definitiva
-pirámides escalonadas dotadas de escalinatas que llevaban a unos
supuestos templos de observación en la plataforma superior- tendría
pleno sentido.
Sin embargo, dado que existen fuertes evidencias que
sugieren que lo que nosotros vemos ahora son las capas externas más
tardías de las dos pirámides principales (y tal como las
recompusieron -arbitrariamente- los arqueólogos, además), no se
puede afirmar con seguridad que el objetivo original de estas
pirámides no fuera otro diferente. La posibilidad, incluso la
probabilidad, de que las escalinatas fueran un añadido posterior nos
viene sugerida por el hecho de que el primer tramo de la gran
escalinata de la Pirámide del Sol está ladeado y mal alineado con la
orientación de la pirámide (Fig. 12).
Figura 12
De las tres pirámides de
Teotihuacán, la más pequeña es la pirámide
de Quetzalcóatl, en la Ciudadela. Un añadido posterior fue excavado
parcialmente para revelar la pirámide escalonada original. La
fachada, en parte al descubierto, muestra esculturas decorativas en
las que el símbolo de la serpiente de Quetzalcóatl se alterna con el
estilizado rostro de Tláloc contra un fondo de aguas onduladas (Fig.
13). Esta pirámide se atribuye a época tolteca, y es parecida a
otras muchas de México.
Por el contrario, las dos pirámides más grandes no tienen ningún
tipo de decoración. Son de diferente tamaño y forma, y destacan por
su grandeza y antigüedad. En todo esto, se parecen a las dos grandes
pirámides de Gizeh, que también difieren en todos los aspectos del
resto de pirámides egipcias; las últimas fueron construidas por los
faraones, mientras que las de Gizeh fueron construidas por los
«dioses».
Quizás ocurriera lo mismo en Teotihuacán, en cuyo caso las
evidencias arqueológicas avalarían las leyendas de cómo surgieron la
Pirámide del Sol y la Pirámide de la Luna.
Figura 13
Aunque, con el fin de permitir su uso como observatorios, las dos
grandes pirámides de Teotihuacán se construyeron como pirámides
escalonadas coronadas con plataformas y dotadas de escalinatas (al
igual que los zigurats mesopotámicos), no hay duda de que su
arquitecto estaba familiarizado con las pirámides de Gizeh en Egipto
y, excepto en lo relativo a su forma exterior, emuló la singularidad
de las pirámides de Gizeh.
Una sorprendente similitud: aunque la
Segunda Pirámide de Gizeh es un poco más baja que la Gran Pirámide,
sus ápices están a la misma altura por encima del nivel del mar
debido a que la Segunda Pirámide se construyó sobre un terreno un
poco más alto; y lo mismo ocurre en Teotihuacán, donde la Pirámide
de la Luna, más pequeña, está construida sobre un terreno que está 9
metros más alto que el de la Pirámide del Sol, dando a las dos
cúspides la misma altura sobre el nivel del mar.
Las similitudes son especialmente obvias entre las dos grandes
pirámides. Ambas se construyeron sobre plataformas artificiales. La
medida de sus lados es casi la misma: alrededor de 230 metros en
Gizeh, alrededor de 227 en Teotihuacán, y esta última encajaría
limpiamente dentro de la primera (Fig. 14).
Aunque estas similitudes y correspondencias nos hablen de un vínculo
oculto entre los dos grupos de pirámides, no hay que ignorar la
existencia de ciertas y considerables diferencias. La Gran Pirámide
de Gizeh se construyó con grandes bloques de piedra, cuidadosamente
tallados, acoplados y encajados sin utilizar argamasa, con un peso
total de 7 millones de toneladas, y con una masa de más de 2.600.000
metros cúbicos. La Pirámide del Sol se construyó con ladrillos de
barro, adobe, guijarros y gravilla, dentro de una funda de toscas
piedras y estuco, con una masa total de solo 283.000 metros cúbicos.
La
Pirámide de Gizeh tiene un complejo interior de corredores,
galerías y cámaras de intrincada y precisa construcción; la pirámide
de Teotihuacán no parece tener estas estructuras interiores. La de
Gizeh se eleva hasta una altura de 146 metros; la Pirámide del Sol
(incluido el antiguo templo superior) sólo 76 metros. La Gran
Pirámide tiene cuatro lados triangulares que surgen con el difícil
ángulo de 52 grados; las dos de Teotihuacán están compuestas de
niveles que descansan uno sobre otro, con lados que se inclinan
hacia dentro para guardar la estabilidad, comenzando con una
inclinación de 43,5 grados.
Figura 14
Éstas son diferencias significativas que reflejan las diferentes
épocas y objetivos de cada grupo de pirámides. Pero en esta última
diferencia se encuentra, hasta ahora ignorada por todos los
investigadores anteriores, la clave para la solución de algunos
enigmas.
El más que empinado ángulo de 52 grados se consiguió en Egipto sólo
en las pirámides de Gizeh, que ni fueron construidas por Keops ni
por ningún otro faraón (como demostramos en libros previos de Las
crónicas de la Tierra), sino por los dioses del antiguo Oriente
Próximo, como balizas para el aterrizaje en su espaciopuerto de la
península del Sinaí. El resto de pirámides egipcias -menores, más
pequeñas, deterioradas o derruidas- sí fueron construidas por los
faraones, milenios más tarde, intentando emular la «escalera al
cielo» de los dioses. Pero ninguno consiguió el ángulo perfecto de
52 grados, y cada vez que lo intentaron, el intento terminó en
catástrofe.
La lección quedó aprendida cuando el faraón Snefru (hacia el 2650
a.C.) se agarró a la gloria de los monumentos. En un brillante
análisis de los ancestrales acontecimientos, K. Mendelssohn (The
Riddle of the Pyramids) sugirió que los arquitectos de Snefru estaban
construyendo su segunda pirámide en Dahshur cuando la primera,
construida en Maidum con los 52 grados de ángulo, se les cayó.
Entonces, los arquitectos cambiaron a toda prisa el ángulo de la
pirámide de Dahshur, que estaba a mitad de construcción, hasta los
43,5 grados, dándole a la pirámide la forma, y así el nombre, de La
Pirámide Curva (Fig. 15a). Empeñado aún en dejar tras de sí una
verdadera pirámide, Snefru se puso a construir una tercera en sus
cercanías; se le llamó la Pirámide Roja, por el color de sus
piedras, y se levanta con un ángulo seguro de 43½ grados (Fig.
15b).
Pero en esta retirada hasta la seguridad de los 43,5 grados, los
arquitectos de Snefru habían recurrido de hecho a la decisión que
tomara el faraón Zoser más de un siglo antes, hacia el 2700 a.C. Su
pirámide, la más antigua de las faraónicas que aún sigue en pie (en
Sakkara), era una pirámide escalonada que se elevaba en seis niveles
(Fig. 15c), con un accesible ángulo de 43,5 grados.
Figura 15
¿Es sólo una coincidencia que la Pirámide del Sol y la Gran Pirámide
de Gizeh tengan las mismas medidas de base? Quizás. ¿Es sólo por
casualidad que el ángulo exacto de 43,5 grados que adoptara el
faraón Zoser y perfeccionara en su pirámide escalonada fuera el
mismo seguido en Teotihuacán? Lo dudamos. Mientras que un arquitecto
no muy sofisticado podría conseguir un ángulo poco inclinado,
digamos de 45 grados, simplemente dividiendo en dos un ángulo recto
(90 grados), el ángulo de 43,5 grados se obtuvo en Egipto a través
de una sofisticada adaptación del número Pi (alrededor de 3,1416),
que es la relación de la circunferencia de un círculo con su
diámetro.
El ángulo de 52 grados de las pirámides de Gizeh precisaba de cierta
familiaridad con este número; se conseguía al darle a la pirámide
una altura (A) igual a la mitad del lado (L) dividida por pi y
multiplicada por cuatro (230 / 2 = 115 / 3,14 = 36,6 x 4 = 146
metros de altura). El ángulo de 43,5 grados se conseguía al reducir
la altura desde un múltiplo final de cuatro a un múltiplo de tres.
En ambos casos, hacía falta conocer pi; y no existe absolutamente
nada que indique que los pueblos de Mesoamérica lo conocieran. ¿Cómo
puede ser, entonces, que el ángulo de 43,5 grados aparezca en las
estructuras de estas dos singulares pirámides de Teotihuacán, si no
es a través de alguien familiarizado con las construcciones de las
pirámides egipcias?
Excepto la Gran Pirámide de Gizeh, las pirámides egipcias sólo
tenían un pasadizo inferior (véase Fig. 15), que normalmente
comenzaba en o cerca del borde de la base de la pirámide y
continuaba bajo ella. ¿Habría que atribuir a una mera coincidencia
la existencia de tal pasadizo bajo la Pirámide del Sol?
El descubrimiento, accidental, tuvo lugar en 1971, tras una época de
lluvias torrenciales. Justo enfrente de la escalinata central de la
pirámide, se descubrió una cavidad subterránea. En ella, había unos
antiguos escalones que llevaban, unos seis metros más abajo, a la
entrada de un pasadizo horizontal. Los investigadores llegaron a la
conclusión de que se trataba de una cueva natural que había sido
artificialmente agrandada y perfeccionada, discurriendo bajo el
lecho de roca sobre el que se asentaba la pirámide.
Es evidente que
la cueva original se transformó de forma intencionada, ya que el
techo estaba hecho de pesados bloques de piedra y las paredes del
túnel estaban enlucidas con yeso. En varios puntos a lo largo de
este pasadizo subterráneo, las paredes de adobe se desvían en
ángulos agudos.
A casi 46 metros de la antigua escalinata, del túnel surgen dos
cámaras laterales alargadas, como dos alas extendidas; es un punto
que se encuentra exactamente debajo del primer nivel de la pirámide.
Desde aquí, el pasadizo subterráneo, normalmente de algo más de dos
metros de alto, continúa durante otros 60 metros; en su parte más
profunda, la construcción se hace más compleja, con la utilización
de diversos materiales; los suelos, colocados por segmentos, eran de
factura humana; había también tuberías de drenaje para propósitos
aún desconocidos (quizá conectadas con una corriente subterránea
ahora extinta).
Por último, el túnel termina bajo el cuarto nivel de
la pirámide, en una zona vaciada que parece una hoja de trébol,
sostenida por columnas de adobe y losas de basalto.
¿Cuál era el propósito de esta compleja estructura subterránea? Dado
que las paredes tenían brechas anteriores al descubrimiento en
tiempos modernos, no nos es posible decir si los restos de vasijas
de arcilla, las hojas de obsidiana y las cenizas de carbón
aparecidos allí pertenecen a la fase primitiva de uso del túnel.
Pero la cuestión de lo que, además de la observación del cielo, se
hacía en Teotihuacán, se ha visto agravada con la realización de
otros descubrimientos.
La Calzada de los Muertos parece extenderse como una pista ancha y
lisa desde la plaza de la Pirámide de la Luna hacia el horizonte
sur; pero, en realidad, su liso curso se ve interrumpido en una
sección situada entre la Pirámide del Sol y el río San Juan. La
pendiente total desde la Pirámide de la Luna hasta la Pirámide del
Sol está aún más acentuada en esta sección de la Calzada, y un
examen sobre el terreno indica con toda claridad que esta pendiente
se logró gracias a un corte deliberado en la roca virgen; en total,
la caída desde la Pirámide de la Luna hasta un punto más allá de la
Ciudadela es de casi treinta metros.
Aquí se crearon seis segmentos
para levantar una serie de paredes dobles en perpendicular al curso
de la Calzada. La corriente quizá comenzara en la Pirámide de la
Luna (donde se encontró un túnel subterráneo que la circundaba),
enlazando de algún modo con el túnel subterráneo de la Pirámide del
Sol. La cadena de compartimentos podría retener o dejar ir el agua
de uno a otro, hasta que al final el agua llegaría al desvío
canalizado del río San Juan.
¿Sería esta corriente artificial el
motivo para decorar la fachada de la Pirámide de Quetzalcóatl con
aguas onduladas, en un lugar de tierra adentro, a centenares de
kilómetros de cualquier mar?
La relación de este lugar del interior con el agua parece
confirmarse con el descubrimiento de una enorme estatua de
Chalchiuhtli-cue, diosa del agua y esposa de Tláloc, dios de la
lluvia. La estatua (Fig. 16), que se exhibe en la actualidad en el
Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, se encontró de
pie en el centro de la plaza que hay frente a la Pirámide de la
Luna.
En sus representaciones pictóricas, la diosa, cuyo nombre
significa «Dama de las Aguas», se la mostraba normalmente con una
falda de jade decorada con caparazones de caracolas. Sus adornos
consistían en unos pendientes de turquesa y un collar de jade o de
otras piedras verde azuladas, del cual colgaba un medallón de oro.
La estatua repite el mismo atuendo y elementos decorativos, y parece
que también estaba adornada con el mismo colgante de oro, incrustado
en una cavidad, que fue sustraído por los ladrones.
En sus
representaciones pictóricas se la suele ver con una corona de
serpientes, o adornada con ellas de algún otro modo, indicando con
ello su pertenencia a esa dinastía de dioses serpientes de los
mexicanos.
Figura 16
¿Acaso Teotihuacán se diseñó y se construyó como una especie de
central hidráulica en donde se utilizaba el agua para algún proceso
tecnológico? Antes de responder a esta pregunta, permítanos que
hagamos mención de otro desconcertante descubrimiento hecho allí.
A lo largo del tercer segmento que se encuentra debajo de la
Pirámide del Sol, las excavaciones de una serie de cámaras
subterráneas interconectadas revelaron que algunos de los pisos
estaban cubiertos con una gruesa lámina de mica. Es ésta una
silicona cuyas propiedades especiales la hacen resistente al agua,
al calor y a la corriente eléctrica. De ahí que se la haya utilizado
como aislante en diversos procesos químicos, en aplicaciones
eléctricas y electrónicas, y, en épocas recientes, en tecnología
nuclear y espacial.
Las singulares propiedades de la mica dependen en cierta medida de
los rastros que pueda tener de otros minerales y, por tanto, de su
origen geográfico. Según la opinión de los expertos, la mica
encontrada en Teotihuacán es de un tipo que sólo se puede encontrar
en el lejano Brasil. También se han encontrado rastros de esta mica
en los restos sacados de los distintos pisos o niveles de la
Pirámide del Sol, cuando fue descubierta a principios de este siglo.
¿Qué uso se le pudo dar a este material aislante en Teotihuacán?
Nos da la impresión de que la presencia del Señor y la Señora del
Agua, junto con la principal deidad Quetzalcóatl, la avenida en
pendiente, todas esas estructuras, cámaras subterráneas y túneles,
la desviación del curso del río, las secciones subterráneas con sus
desagües, y los compartimientos bajo tierra forrados de mica, eran,
todos ellos, componentes de una planta concebida científicamente
para la separación, el refinado o la purificación de sustancias
minerales.
Tanto si es a mediados del primer milenio a.C, como si, más
probablemente, fuera a mediados del segundo milenio a.C, alguien
familiarizado con los secretos de la construcción de pirámides llegó
a este valle; e, igualmente entendido en ciencias físicas, creo, a
partir de los materiales disponibles en la zona, una sofisticada
planta procesadora. ¿Sería alguien que buscaba oro, como el
colgante de la Dama del Agua podría sugerir, o algún otro mineral
aún más raro?
Y si no era el hombre, ¿serían sus dioses, tal como las leyendas
relativas a
Teotihuacán y su mismo nombre vienen sugiriendo desde
siempre?
¿Quiénes, además de los dioses, fueron los moradores originales de
Teotihaucán? ¿Quiénes llevaron las piedras y la argamasa para
levantar sus primeras pirámides? ¿Quiénes canalizaron las aguas y
operaron los desagües?
Los que aceptan que Teotihuacán no es más antigua que unos cuantos
siglos antes de Cristo tienen una respuesta muy simple: los
tol-tecas. Los que se inclinan por unos inicios mucho más antiguos
han comenzado a señalar a los olmecas, un enigmático pueblo que
emergió en la escena de América Central a mediados del segundo
milenio a.C. Pero los mismos olmecas plantean muchos enigmas, pues
parecen haber sido negros africanos; y esto también es anatema para
aquellos que, simplemente, no pueden aceptar que hace milenios
hubiera viajes transatlánticos.
Aún cuando el origen de Teotihuacán y de sus constructores esté
envuelto en el misterio, es casi seguro que, en los siglos
anteriores a la era cristiana, gentes de etnia tolteca comenzaron a
llegar a la zona. Realizando en principio faenas de tipo manual,
poco a poco aprendieron los oficios de la ciudad y adoptaron la
cultura de sus maestros, inclusive la escritura pictográfica, los
secretos de la orfebrería, el conocimiento de la astronomía y el
calendario, y el culto a los dioses.
Hacia el 200 a.C, fueran
quienes fueran los que gobernaran Teotihuacán, recogieron los
trastos y se fueron, y el lugar se convirtió en una ciudad tolteca.
Durante siglos, fue famosa por sus herramientas, armas y objetos de
obsidiana, y su influencia cultural y religiosa se extendió
ampliamente. Más tarde, unos mil años después de haber llegado, los
toltecas recogieron los bártulos y se fueron. Nadie sabe por qué;
pero la salida fue total, y Teotihuacán se convirtió en un lugar
desolado, vivo sólo en los recuerdos de un pasado glorioso.
Algunos creen que este acontecimiento coincidió con la fundación de
Tollan como nueva capital de los toltecas, hacia el 700 d.C. Lugar
de asentamiento humano durante milenios a orillas del río Tula,
Tollan fue construida por los toltecas como una mini-Teoti-huacán.
Los códices y la tradición popular hablan de Tollan como de una
legendaria ciudad, centro de artes y oficios, esplendorosa con sus
palacios y sus templos, resplandeciente de oro y piedras preciosas.
Pero durante mucho tiempo los expertos pusieron en duda su
existencia... Y ahora se sabe, más allá de toda duda, que Tollan sí
que existió, en un lugar llamado en la actualidad Tula, a unos 80
kilómetros al noroeste de Ciudad de México.
El redescubrimiento de Tollan comenzó a finales del siglo XIX, y el
inicio del proceso está asociado principalmente a la figura de la
viajera francesa Désiré Charnay (Les anciennes villes du nouveau
monde). Pero no fue hasta la década de 1940 cuando comenzaron los
trabajos serios de excavación, bajo la dirección del arqueólogo
mexicano Jorge R. Acosta. Las obras de excavación y restauración se
concentraron en el principal recinto ceremonial, que recibió el
nombre de Tula Grande; trabajos posteriores, como los de los equipos
de la Universidad de Mississippi, ampliaron la zona de excavaciones.
Los descubrimientos no sólo confirmaron la existencia de la ciudad,
sino también su historia, tal como se contaba en varios códices,
especialmente en el conocido como Anales de Cuauhtitlán. Ahora se
sabe que Tollan estuvo gobernada por una dinastía de
reyes-sacerdotes que afirmaban ser descendientes del dios Quetzalcóatl, y de ahí que, además de su propio nombre, llevaran
también el del dios como patronímico -costumbre que también se daba
entre los faraones egipcios.
Algunos de estos reyes-sacerdotes fueron guerreros, e intentaron
expandir la soberanía tolteca; otros estuvieron más interesados en
la fe. En la segunda mitad del siglo X d.C, el soberano era Ce Acatl Topiltzin-Quetzalcóatl; su nombre y su
época son seguros debido a que un retrato suyo, que lleva una fecha
equivalente al 968 d.C, aún se puede ver grabado en una roca que
domina la ciudad.
Fue en esta época cuando estalló un conflicto religioso entre los
toltecas; parece que tuvo que ver con la exigencia de parte del
sacerdocio de introducir sacrificios humanos con el fin de pacificar
al dios de la guerra. En el 987 d.C, Topiltzin-Quetzalcóatl y sus
seguidores dejaron Tollan y emigraron hacia el este, emulando la
legendaria partida del divino Quetzalcóatl, y se asentaron en
Yucatán.
Dos siglos después, las catástrofes naturales y los ataques de otros
pueblos consiguieron someter a los toltecas. Las catástrofes se
tuvieron por señales de la ira divina, que profetizaban la caída de
la ciudad. El cronista Sahagún comenta que, al final, el soberano,
que muchos creen que se llamaba Huemac pero que también llevaba el
patronímico de Quetzalcóatl, convenció a los toltecas para abandonar
Tollan.
«Y así, por orden suya, se fueron, aunque habían vivido allí
muchos años y habían construido grandes y hermosas casa y templos y
palacios... Al final, tenían que partir, dejar sus casas, sus
tierras, su ciudad y sus riquezas, y dado que no podían llevar con
ellos toda su riqueza, enterraron muchas cosas, y aún hoy algunos de
ellos las están sacando de debajo del suelo, y no sin admiración por
su belleza y artesanía.»
Y así fue que en 1168 d.C, o en sus alrededores, Tollan se convirtió
en una ciudad desolada, abandonada a la podredumbre y la
destrucción. Se dice que cuando el primer jefe azteca puso sus ojos
sobre las ruinas de la ciudad, lloró amargamente. Las fuerzas
destructoras de la naturaleza habían recibido la ayuda de diversos
invasores, merodeadores y ladrones que profanaron los templos,
derruyeron los monumentos y destrozaron todo lo que aún quedaba en
pie. Y así, Tollan, arrasada y olvidada, se convirtió en no más que
una leyenda.
Lo que se sabe de Tollan ocho siglos después da prueba de lo
adecuado de su nombre, que significa «lugar de muchos barrios»; pues
parece que estaba compuesta de muchos barrios y recintos que
ocupaban alrededor de 18 kilómetros cuadrados. Como en Teotihuacán
(ala que intentaron emular sus arquitectos), el corazón de Tollan
era un recinto sagrado que se extendía a lo largo de un eje
norte-sur de alrededor de un kilómetro y medio de longitud; estaba
flanqueado por unos grupos ceremoniales con una orientación
este-oeste, perpendicular al eje norte-sur. Como ya hemos dicho, la
orientación la daba la «inclinación sagrada» de Teotihuacán, aunque
en aquella época y en la ubicación geográfica de Tollan ya no tenía
sentido en términos astronómicos.
En lo que pudo haber sido el límite norte del recinto sagrado, se
encontraron los restos de una estructura extraña. Por delante, era
algo parecido a una pirámide escalonada regular, con su escalinata;
pero en la parte de detrás, la estructura era circular, y estaba
coronada probablemente por una torre. Este edificio pudo servir de
observatorio; y, ciertamente, pudo servir de modelo para el
posterior templo azteca de Quetzalcóatl en Tenochtitlán, así como
para otras pirámides observatorio circulares de otros lugares de
México.
El principal recinto ceremonial, a algo más de un kilómetro hacia el
sur, se ubicó alrededor de una gran plaza cuadrada central, en medio
de la cual se levantaba el Gran Altar. El templo principal se
elevaba en la cúspide de una gran pirámide de cinco niveles en el
lado oriental de la plaza. En la parte norte, una pirámide más
pequeña, también de cinco niveles, servía de plataforma elevada para
otro templo; estaba flanqueada por edificios de múltiples cámaras
que muestran señales de fuego y que podrían haber servido para algún
propósito industrial.
Cerrando el lado sur de la plaza, había unos
edificios o vestíbulos alargados cuyos techos descansaban sobre
hileras de pilares. Una cancha para el sagrado juego de pelota del
tlachtli completaba el cuadrado de la plaza por el oeste (Fig. 17,
reconstrucción de un dibujante sugerida por el arqueólogo P. Salazar
Ortegón).
Figura 17
Entre este complejo principal de Tula Grande y el límite norte del
recinto sagrado, existían como es natural varias estructuras y
grupos de edificios; también se excavó otra cancha. En los complejos
particulares y por todo el recinto, se encontraron muchas estatuas
de piedra. Entre éstas, no sólo había estatuas de animales, como la
del familiar coyote y la del no tan familiar tigre, sino también las
de un semidiós reclinado llamado Chacmool (Fig. 18).
Los toltecas
también esculpían estatuas de sus jefes, a los que solían
representar como hombres de baja estatura. A otros, ataviados como
guerreros y con el arma atl-atl (una espada curva o lanzadera de
flechas) en la mano izquierda, se les representó en relieve sobre
columnas cuadradas (Fig. 19a), tanto de perfil como vistos desde
detrás (Fig. 19b).
Figura 18
Cuando se comenzó con el trabajo arqueológico metódico y sostenido
en la década de 1940 bajo la dirección de Jorge R. Acosta, se
dirigió la atención a la Gran Pirámide, que, frente al Gran Altar,
tenía un obvio objetivo astronómico. Con el tiempo, los arqueólogos
comenzaron a preguntarse por qué los indígenas de la zona se
referían al desolado montículo como El Tesoro; pero cuando, tras
comenzar las excavaciones, se encontraron con varios objetos de oro,
los trabajadores insistieron en que la pirámide se elevaba sobre un
«campo de oro» y se negaron a proseguir con el trabajo.
«Sea
realidad o superstición -escribió Acosta-, lo cierto es que el
trabajo se detuvo y ya nunca se volvió a retomar.»
Entonces, el trabajo se concentró en la pirámide más pequeña, a la
que en un principio se le llamó Pirámide de la Luna, después
Pirámide «B» y, por último, Pirámide de Quetzalcóatl. La designación
proviene principalmente del largo nombre con que los nativos
identificaban al montículo, que significa «Señor de la Estrella de
la Mañana», supuestamente, uno de los epítetos de Quetzalcóatl, y de
los restos de enyesados de colores y bajorrelieves que adornaban los
niveles de la pirámide, evidenciando que sus ricas decoraciones
estaban dominadas por el motivo de la Serpiente Emplumada.
Los
arqueólogos creían también que había dos columnas redondas de
piedra, de las que se habían encontrado varios fragmentos, que
estaban talladas con la imagen de la Serpiente Emplumada, y que se
elevaban como pilares del pórtico de la entrada del templo que había
en la cúspide de la pirámide.
Figura 19
El mayor tesoro arqueológico oculto se encontró cuando los equipos
de Acosta se dieron cuenta de que el lado norte de esta pirámide
había sido alterado en época prehispánica. Algo parecido a una rampa
parecía haberse agregado en mitad de este lado en lugar de la
pendiente escalonada. Excavando allí, los arqueólogos se encontraron
con que había una zanja en este lado de la pirámide, que alcanzaba
bastante profundidad en su interior; y resultó que la zanja, que era
tan alta como la pirámide, se había utilizado para enterrar en ella
gran número de esculturas de piedra.
Cuando se sacaron, se pusieron
de pie y se encajaron, se hizo evidente que eran partes de las dos
columnas redondas del pórtico, de cuatro columnas cuadradas que se
creía que habían sostenido el techo del templo de la pirámide, y de
cuatro colosales estatuas de aspecto humano de más de cuatro metros
y medio de altura, que acabarían siendo conocidas como los Atlantes
(Fig. 20).
Éstas imágenes, que se cree que también hicieron las
veces de cariátides (esculturas utilizadas como pilastras para
sostener el techo o sus vigas), fueron re-erigidas por los
arqueólogos en la cima de la pirámide cuando terminaron las obras de
restauración. Cada uno de los Atlantes (como se ve en la Fig. 21)
consta de cuatro secciones, que se tallaron de forma que encajaran.
Figura 20
Figura 21
La sección superior conforma la cabeza de la estatua, que lleva un
tocado de plumas, sujetas con una banda decorada con símbolos de
estrellas; dos objetos alargados cubren las orejas. Los rasgos
faciales no son fácilmente identificables y, hasta ahora, han hecho
inútil la comparación con cualquier grupo racial conocido; pero,
aunque las cuatro caras tienen la misma expresión facial remota, un
examen de cerca demuestra que son ligeramente diferentes e
individuales.
El torso está compuesto por dos secciones. El principal rasgo de la
sección superior o del pecho es una gruesa coraza cuya forma se ha
comparado con la de una mariposa. La parte inferior del torso tiene
su rasgo principal en la zona posterior; es un disco con un rostro
humano en el centro, rodeado por símbolos aún no descifrados y, en
opinión de algunos, una «corona» de dos serpientes entrelazadas. La
sección de abajo del todo otorga muslos, piernas y pies -con
sandalias- a los gigantes. Una cinta sostiene en su lugar estos
aditamentos; bandas en los brazos, ajorcas y taparrabos completan el
elaborado atuendo (véase Fig. 21).
¿A quiénes representan estas estatuas gigantes? Sus descubridores
las llamaron «ídolos», convencidos de que representaban a las
deidades. Autores populares les llamaron Atlantes, lo cual suponía
que pudieran haber sido los descendientes de la Diosa Atlatona, «la
que brilla en el agua», o que pudieran haber venido de
la legendaria
Atlántida.
Los expertos, menos imaginativos, los ven simplemente
como guerreros toltecas, que sostienen en la mano izquierda un
manojo de flechas, y un atl-atl en la mano derecha. Pero esta
interpretación posiblemente no es correcta, pues las «flechas» de la
mano izquierda no son rectas, sino curvas; y hemos visto que el arma
de la mano izquierda era el atl-atl. Al mismo tiempo, el arma que
tienen en la mano derecha (Fig. 22 a) no es curva, como debería ser
el atl-atl; ¿qué es, entonces?
Este instrumento más bien parece una pistola en su funda, sostenida
con dos dedos. Una interesante teoría sugiere que no se trataba de
un arma, sino de una herramienta, una «pistola de plasma», según
propuso Gerardo Levet (Misión fatal). Levet descubrió que una de las
pilastras cuadradas que representaban a jefes toltecas tenía,
grabada en la esquina superior izquierda (Fig. 22b), la imagen de
una persona con un zurrón a la espalda y con la herramienta en
cuestión en la mano; ésta la usa como un lanzallamas para dar forma
a la piedra (Fig. 22c).
Esta herramienta es, incuestionablemente, el
mismo instrumento que sostienen los gigantes en su mano derecha. Levet sugiere que era una «pistola» de alta energía que se utilizaba
para tallar y grabar las piedras, e indica que estas antorchas
termorreactoras se utilizaron en nuestros tiempos para esculpir el
gigantesco monumento de la Montaña de Piedra de Georgia.
Figura 22
La importancia del descubrimiento de Levet puede ir más allá de su
propia teoría. No hace falta buscar herramientas de alta tecnología
para explicar las tallas de piedra, dado que por toda América
Central se han encontrado tallas y estelas de piedra, creaciones de
los artistas nativos. Por otra parte, la herramienta representada
puede explicar otro enigmático aspecto de Tollan.
Los arqueólogos, después de examinar las profundidades de la
pirámide, tras haber quitado el suelo de la rampa, descubrieron que
la pirámide externa y visible estaba construida sobre otra pirámide
oculta, más antigua, cuyos escalonados niveles se encontraban a
alrededor de dos metros y medio de distancia de cada lado. También
descubrieron las ruinas de unos muros verticales que sugerían la
existencia de cámaras interiores y pasadizos dentro de la pirámide
más antigua (pero no se profundizó en estas pistas).
Se encontraron
con un detalle extraordinario -una tubería de piedra hecha de
secciones tubulares que encajaban a la perfección (Fig. 23), con un
diámetro interior de 45 centímetros. Aquella larga tubería estaba
instalada en el interior de la pirámide, en el mismo ángulo de la
pendiente original, y discurría a través de toda su altura.
Figura 23
Acosta y su equipo supusieron que la tubería habría servido para
drenar el agua de lluvia; pero esto se podría haber hecho sin una
instalación interna tan complicada, y con sencillas tuberías de
arcilla, en lugar de con aquellas secciones de piedra esculpidas con
tanta precisión. La posición y la pendiente del extraño, si no
único, artilugio tubular era obviamente parte del plano original de
la pirámide, y se integraba en el objetivo de la estructura.
El
hecho de que las ruinas de los edificios adyacentes, con muchas
cámaras y plantas, sugieran algún proceso industrial, y el hecho
también de que, en la antigüedad el agua del río Tula se canalizara
para que discurriera por estos edificios aumenta las posibilidades
de que en este lugar, al igual que en Teotihuacan, hubiera tenido
lugar algún tipo de proceso de purificación o refinado en un período
ciertamente primitivo.
Lo que viene nos viene a la cabeza ahora es esto: ¿no seria esta
enigmática herramienta un artilugio para romper piedras en busca de
mineral, en lugar de un aparato para tallar la piedra? ¿No seria, en
otras palabras, una sofisticada herramienta de minería?
¿Y no sería oro el mineral que se buscaba?
Que los talantes estuvieran en posesion de herramientas de alta
tecnología hace mas de mil años en el centro de México, plantea la
cuestion de quienes eran. Ciertamente, a juzgar por sus easgos
faciales, no eran de America Central; y probablemente eran «dioses»,
y no hombres mortales, si el tamaño de las estatuas es un indicio de
veneración, pues junto a estas figuras gigantes se erigieron las
columnas cuadradas en las cuales aparecían, a tamaño natural, las
imágenes de los gobernantes toltecas.
El hecho de que, en algún
momento de la época prehispánica, las colosales imágenes fueran
desmontadas, bajadas cuidadosamente a las entrañas de la pirámide y
enterradas allí, supone cierto grado de santidad. De hecho, todo
viene a confirmar la afirmación de Sahagún, citado antes, de que,
cuando los toltecas abandonaron Tollan, «enterraron muchas cosas»,
algunas de las cuales, aún en la época de Sahagún, «se sacaron de
debajo de tierra y no sin admiración por su belleza y artesanía».
Los arqueólogos creen que los cuatro Atlantes se erigían en la cima
de la Pirámide de Quetzalcóatl, dando soporte al techo del templo
que había allí, como si estuvieran sosteniendo un dosel celestial.
Éste es el papel que jugaban en las creencias egipcias los cuatro
hijos de Horus, que sostenían el cielo en los cuatro puntos
cardinales.
Según
El Libro de los Muertos egipcio, eran estos cuatro
dioses, que conectaban Cielo y Tierra, los que acompañaban al faraón
fallecido hasta una escalera sagrada desde donde ascendería al cielo
para la otra vida eterna. Esta «escalera al cielo» se representó
jeroglíficamente como una escalera sencilla o doble, representando
la última una pirámide escalonada (Fig. 24a).
¿Era sólo una
coincidencia que el símbolo de la escalera decorara las paredes
alrededor de la pirámide de Tollan y se convirtiera en el principal
símbolo iconográfico azteca (Fig. 24b)?
Figura 24
En el centro de todo este simbolismo y estas creencias religiosas de
los pueblos nahuatlacas estaba su dios-héroe, dador de todos sus
conocimientos, Quetzalcóatl -«la Serpiente Emplumada». Pero se
podría preguntar: ¿qué era una serpiente «emplumada», si no fuera
una serpiente que, a semejanza de un pájaro, tuviera alas y pudiera
volar?
Y si esto es así, la idea de Quetzalcóatl como «Serpiente Emplumada»
no sería otra que la idea egipcia de la Serpiente Alada (Fig. 25)
que facilitaba la transfiguración del faraón fallecido para el reino
de los dioses imperecederos.
Además de Quetzalcóatl, el panteón náhuatl estaba lleno de deidades
asociadas a las serpientes. Cihuacóatl era la «Serpiente Hembra».
Coatlicue era «la de la falda de serpientes». Chicomecóatl era
«Siete Serpiente». Ehecacoamixtli era «Nube de serpientes del
viento», etc. Al gran dios Tláloc se le representó frecuentemente
con la máscara de una serpiente doble.
Y así, inaceptable como sólo esto podría ser para los expertos
pragmáticos, la mitología, la arqueología y el simbolismo llevan a
la inevitable conclusión de que el centro de México, si no toda
América Central, fue el reino de los dioses Serpiente -los dioses
del antiguo Egipto.
Figura 25
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