XIII. LA CONSPIRACIÓN DE
LA TIERRA ENTERA
Cuando te sientas conmovido en tu sensibilidad,
las escamas caerán de tus ojos; y con los ojos penetrantes del amor podrás discernir lo que nunca verán tus otros ojos.
FRANCOIS FÉNELON
1651-1715
Victor Hugo profetizó que en el siglo veinte la guerra moriría,
morirían las fronteras y los dogmas, y el hombre viviría.
«Poseerá
cosas más altas que éstas: un país grande, la tierra entera... y una
gran esperanza, todos los cielos. »
Hoy día, ese «país grande, la tierra entera», cuenta ya con millones
de residentes. En su mente y en su corazón, la guerra, las fronteras
y los dogmas han muerto ya realmente. Y están en posesión de esa
gran esperanza de que hablaba Victor Hugo.
Se conocen unos a otros, como los campesinos.
La Tierra Entera es un país sin fronteras, un paradigma de la
humanidad en el que hay espacio suficiente para extranjeros y
tradicionalistas, para todas las formas humanas de conocimiento,
para todos los misterios y todas las culturas. Una terapeuta
familiar dice que a sus clientes no les incita a descubrir quién
tiene o no la razón, sino qué tipo de familia tienen. Este es el
tipo de inventario que estamos comenzando a hacer en la Tierra
Entera. Cada vez que una cultura descubre y aprecia el hallazgo de
otra cultura, cada vez que una persona saborea los talentos o las
excepcionales intuiciones de otra persona, cada vez que recibimos de
buen grado el conocimiento que surge de nuestro propio interior,
estamos contribuyendo a formar el inventario.
Juntos, ricos como somos, podemos hacer cualquier cosa. En nuestro
poder está el poner paz en nuestro propio interior desgarrado, y
también los unos con los otros, curar a nuestro país natal, la
Tierra Entera.
Vemos en torno a nosotros todas las razones que tenemos para decir
No: estructuras sociales fracasadas, tratados rotos, ocasiones
perdidas. Pero, no obstante, sigue estando el Si, la misma búsqueda
obstinada que nos ha conducido de la caverna a la luna en un abrir y
cerrar de ojos de tiempo cósmico.
Una nueva generación de refresco está creciendo en el seno de un
paradigma más amplio; así ha sucedido siempre. En muchas historias
de ciencia-ficción, los adultos quedan excluidos de la
transformación experimentada por la nueva generación. Sus hijos
crecen irremediablemente más allá de ellos mismos, en una realidad
más amplia.
Quienes hemos nacido en el paradigma de una «tierra rota» tenemos
dos opciones: llevarnos a la tumba nuestras viejas concepciones,
como tantas generaciones de científicos que se negaban a admitir que
pudieran existir los meteoritos, los gérmenes, las ondas cerebrales
o las vitaminas, o bien remitir al pasado sin mucho sentimiento
todas las viejas creencias, y adoptar la nueva perspectiva, más
sólida y verdadera.
Podemos ser nuestros propios hijos.
Una nueva mente, un nuevo mundo
Ni siquiera el Renacimiento contenía una promesa de renovación tan
radical; como hemos visto, estamos ligados por los viajes, por la
tecnología, cada vez más conscientes unos de otros, abiertos los
unos a los otros. Cada vez encontramos más gente que se enriquecen y
se dan fuerza mutuamente, cada vez nos hacemos más sensibles al
lugar que nos corresponde en la naturaleza, cada día somos más los
que aprendemos a usar el cerebro para transformar nuestros dolores y
conflictos, y cada vez sentimos un mayor respeto hacia la integridad
del ser como matriz de la salud. A través de los conocimientos y de
la experiencia espiritual de millones de personas, estamos
descubriendo nuestra inagotable capacidad de despertar a un universo
que nos depara inagotablemente nuevas sorpresas.
A primera vista puede parecer una utopía sin los menores visos de
esperanza pretender que el mundo puede resolver su situación
desesperada. Cada año mueren de hambre quince millones de personas,
y muchas más viven en una situación de hambre permanente; cada
noventa segundos, los diversos países del mundo se gastan un millón
de dólares en armamento; la paz es siempre inestable; numerosos
recursos no renovables del planeta han sido saqueados. Y sin embargo
ha habido también avances notables.
Desde el fin de la Segunda
Guerra Mundial, sin ir más lejos, treinta y dos países, que
representan el 40 por ciento de la población mundial, han superado
sus problemas de escasez alimentaria; China está haciéndose
fundamentalmente autosuficiente y ha conseguido controlar el
crecimiento de su población, en otro tiempo abrumador; la
alfabetización ha ganado terreno claramente, lo mismo que el número
de gobiernos salidos del pueblo; la defensa de los derechos humanos
se ha convertido en una obstinada preocupación internacional.
Nuestra concepción de la Tierra Entera se ha modificado
profundamente. Ahora la vemos como una joya en el espacio, como un
frágil planeta azul. Y hemos comprobado que no tiene fronteras
naturales. No es el globo que estudiábamos en el colegio, con todos
los países pintados en distintos colores. Además, hemos descubierto
también nuestra mutua interdependencia por múltiples caminos. Una
insurrección o una cosecha desastrosa en un país distante pueden
traer como consecuencia algún cambio en nuestra vida cotidiana. Las
viejas actitudes resultan hoy insostenibles. Todos los países se
encuentran implicados económica y ecológicamente unos con otros, y
desde el punto de vista político son una maraña. Los dioses
antiguos, el aislacionismo y el nacionalismo, se tambalean como
viejos artefactos, como las deidades de piedra de la isla de Pascua.
Estamos aprendiendo a enfocar los problemas de otro modo,
conscientes de que la mayor parte de las crisis de nuestro mundo han
sido fruto del antiguo paradigma, de las formas, estructuras y
creencias propias de una concepción obsoleta de la realidad.
Actualmente podemos buscar respuestas fuera del antiguo marco de
referencia; podemos hacer preguntas nuevas, podemos sintetizar,
imaginar. La ciencia nos ha permitido intuir los conjuntos, los
sistemas, y la relación entre el estrés y la transformación. Estamos
aprendiendo a descifrar tendencias, a reconocer los signos tempranos
de un nuevo paradigma más prometedor.
Nos imaginamos toda una serie de posibles escenarios del futuro. Nos
comunicamos los fallos de los sistemas antiguos, lo que nos obliga a
encontrar nuevas formas de resolver los problemas en todas las
áreas. Sensibilizados a la crisis ecológica mundial, estamos
cooperando unos con otros por encima de fronteras y océanos.
Despiertos y alarmados, nos miramos unos a otros en busca de
respuestas.
Y éste puede ser el cambio de paradigma más importante de todos. La
gente está aprendiendo a confiar, y a comunicarse sus cambios de
opinión. La más viable entre las esperanzas que nos auguran un mundo
nuevo consiste en preguntarse si es posible un mundo nuevo. El mero
hecho de preguntárnoslo, la ansiedad que revela, está diciendo que
ello nos preocupa. Y si nos importa, podemos suponer que les importa
a otros también.
El único obstáculo fundamental que impedía la resolución de los
grandes problemas en el pasado era pensar que no se podían resolver,
convicción nacida de la mutua desconfianza. Los psicólogos y
sociólogos aseguran que la mayoría de la gente está mucho más
motivada de lo que solemos pensar los unos de los otros. Por
ejemplo, la mayor parte de los ciudadanos americanos encuestados al
respecto se declaran partidarios del control de armamentos, pero
creen ser una minoría.
Somos como los estudiantes de cierta universidad, que afirmaron en
bloque no creer en la publicidad, aunque pensaban que todos los
demás si creían en ella. Otras investigaciones han demostrado que la
mayoría de la gente cree poseer unas miras más elevadas que «la
mayoría de la gente». Suponen que los demás son menos abiertos,
tienen menor interés por las cosas, están menos dispuestos a
sacrificarse, y son más rígidos. Esa es la suprema ironía: la
defectuosa evaluación que hacemos los unos de los otros.
Como decía
el poeta William Stafford:
Si tú no sabes qué clase de persona soy, y yo no sé la clase de persona que tú eres, puede prevalecer en el mundo la opinión formada por los otros, y así, siguiendo las huellas de un falso dios, podemos perder nuestra estrella
Siguiendo las huellas de un falso dios, hemos considerado como
extraños y enemigos a todos cuantos no alcanzábamos a comprender. No
llegando a comprender unos y otros nuestras respectivas políticas,
culturas y subculturas, a menudo basadas en una diferente visión del
mundo, poníamos recíprocamente en cuestión las motivaciones de los
demás... nos negábamos recíprocamente nuestra respectiva humanidad.
Y hemos dejado de ver lo más evidente: «La mayoría de la gente»
desea vivir en una sociedad en la que no haya guerras, y en la que
todos estemos alimentados, seamos productivos y nos sintamos plenos,
sea cual sea la filosofía que cada uno tenga para llegar ahí.
Si
unos a otros nos consideramos como un obstáculo para avanzar, esta
idea se convierte en el primero y más poderoso obstáculo. La
desconfianza es una profecía que se cumple a sí misma. Nuestra
conciencia, vinculada al antiguo paradigma, se ha encargado de
garantizar el cumplimiento de sus propias sombrías expectativas; es
la imagen negativa y colectiva de nosotros mismos.
Actualmente, a medida que aprendemos a comunicarnos, a medida que
hay cada vez más gente que está transformando sus miedos y se está
sintiendo vinculada al resto de la humanidad, unida a ella en unas
aspiraciones comunes, algunos de los problemas más profundos están
empezando a dar señales de fraccionamiento y esperanza de remisión.
El cambio que estábamos aguardando, una revolución que consiste en
saber confiar adecuadamente, ha comenzado. En vez de ver enemigos
por todas partes, estamos empezando a ver aliados por todos lados.
La universidad del Sur de California organizó una conferencia
internacional con el título «El futuro de Occidente», y hubo algo en
lo que todos estuvieron de acuerdo: el título había sido un error.
Occidente, decían, no puede tener futuro aparte de Oriente. Esta
toma de conciencia puede muy bien ser una señal de lo que Martin
Heidegger llamó,
«la concentración, todavía no manifiesta, de todas
las fatalidades de Occidente... concentración de la que Occidente
solo debe salir para afrontar sus sucesivas decisiones, y poder
convertirse, tal vez, de un modo completamente distinto, en un país
de amanecer, en un Oriente».
Bajo los emblemas y atavíos culturales, yace un mundo totalmente
distinto, afirman los antropólogos. Cuando lo comprendamos, cambiará
de forma radical nuestra idea de la naturaleza humana. Actualmente
nos vemos enfrentados a toda una gama de posibilidades. El «pueblo
global» es una realidad. Estamos unidos por satélites y vuelos
supersónicos, cada año se celebran cuatro mil conferencias
internacionales, hay decenas de millares de compañías
multinacionales, y de organizaciones, boletines y revistas
internacionales, y está surgiendo una especie de pan-cultura
musical, cinematográfica, artística y humorística.
Lewis Thomas
observaba:
"Sin esfuerzo, sin necesidad de prestarle un momento de atención,
somos capaces de cambiar el lenguaje, la música, las formas,
costumbres y entretenimientos, incluso la forma de vestir, en toda
el mundo, en el curso de un año. Se diría que procedemos todos de
acuerdo, sin necesidad de votaciones ni encuestas.
Sencillamente nos
limitamos a seguir pensando a nuestra manera, pasamos la información
en torno a nosotros, intercambiamos códigos disfrazados de arte,
cambiamos de opinión, y nos transformamos.
... Puesta junta, la gran masa que forman las mentes humanas por
toda la tierra parece comportarse como un sistema vivo coherente".
Las redes y pequeños grupos que surgen y proliferan por todo el
mundo operan de una forma muy semejante a como lo hacen las redes de
conexiones en el cerebro humano. Así como unas pocas células pueden
producir un efecto de resonancia en todo el cerebro, introduciendo
un orden en la actividad del conjunto, así también la cooperación
entre esas personas puede ayudar a introducir un principio de
coherencia y de orden, susceptible de cristalizar en una más amplia
transformación. Toda una serie de movimientos, redes y publicaciones
están reuniendo a gente de todo el mundo en torno a una causa común,
y con su tráfico de ideas transformadoras están esparciendo mensajes
de esperanza, sin esperar a que algún gobierno las apruebe. La
transformación no tiene patria.
Estos grupos auto-organizados se parecen muy poco a las viejas
estructuras políticas; se superponen y alían entre sí, y se ayudan
unos a otros, sin generar una estructura de poder convencional. Hay
grupos que se preocupan del medio ambiente, como Les Vertes en
Francia y The Green Alliance en Gran Bretaña, hay grupos feministas,
grupos pacifistas, grupos que defienden los derechos humanos o que
combaten el hambre en el mundo; hay miles de centros y redes que
tienen por base la «nueva conciencia», como Nexus en Estocolmo;
publicaciones, como Alterna en Dinamarca, New Humanities y
New Life
en Gran Bretaña, que sirven de enlace a muchos grupos; se han
celebrado simposiums sobre la conciencia en Finlandia, Brasil,
Sudáfrica, Islandia, Chile, México, Rumania, Italia, Japón, Unión
Soviética.
«El Futuro está en Nuestras Manos», movimiento iniciado en Noruega
en 1974, e inspirado en un libro del mismo título de Erik Damman,
cuenta actualmente con veinte mil miembros en ese país, cuya
población total es de cuatro millones de habitantes. Este
movimiento, que ha crecido con tanta rapidez, persigue «un nuevo
estilo de vida y una mejor distribución de los recursos mundiales».
Subraya la necesidad de que los países industrializados limiten sus
niveles de consumo y busca la forma de incrementar el nivel de vida
de los países del tercer mundo. Según una encuesta nacional, el 50
por ciento de la población noruega apoya los objetivos del
movimiento, el 75 por ciento piensa que el nivel de su país es
excesivamente alto, y el 80 por ciento teme que el crecimiento
económico continuado pueda conducir a un estilo de vida cada vez más
materializado y lleno de tensiones.
El movimiento se nutre de las energías que le proporcionan sus
bases. Segmentado en pequeños grupos locales, cada uno establece su
estrategia específica en la prosecución de los objetivos colectivos.
En 1978 surgió en Suecia un movimiento parecido, y en Dinamarca está
preparándose otro en la actualidad.
Este tipo de movimientos sociales trasciende las fronteras
nacionales tradicionales: franceses y alemanes se han unido en
manifestaciones de protesta contra la instalación de plantas de
energía nuclear. Johann Quanier, director de la revista británica
New Humanity, ha podido decir:
«Hoy en día se están trenzando en
Europa diversos cabos de libre pensamiento; a pesar de los
conflictos, las diferencias y las tensiones existentes, su
territorio se presta hoy muy especialmente a la aparición del nuevo
mareo político-espiritual».
Para Aurelio Peccei, fundador del
Club de Roma, tales grupos
representan,
«la levadura del cambio... esos miles de grupos
espontáneos de gente, dispersos, que surgen aquí y allá como
anticuerpos en un organismo enfermo».
El organizador de un grupo
pacifista contaba lo importante que había sido para él descubrir
estas redes y su sentido de una «inminente transformación del
mundo». Muchos pensadores brillantes y creativos se han afiliado
internacionalmente, para intentar ofrecer una síntesis intelectual
que sirva de apoyo a la nueva concepción planetaria. Para ellos, más
que de imaginar un escenario, uno de los muchos futuros posibles, de
lo que se trata es de asumir una responsabilidad. Las alternativas
son inimaginables.
La Threshold Foundation, con base en Suiza, ha afirmado su intención
de contribuir a la transición hacia una cultura planetaria, de,
«favorecer un cambio de paradigma, un nuevo modelo del universo, en
el que el arte, la religión, la filosofía y la ciencia converjan», y
de promover la idea de que «existimos en un cosmos, en el que los
numerosos niveles de realidad forman un todo único y sagrado».
Del poder a la paz
Estamos cambiando porque necesitamos hacerlo.
A lo largo de la historia, los esfuerzos se han dirigido a terminar
o a prevenir las guerras. Si hablamos definido la salud en términos
negativos, como ausencia de enfermedades, también definíamos la paz
como ausencia de conflictos. Pero la paz es algo más fundamental que
sólo eso. La paz es un estado mental, no un estado de la nación. Si
no hay transformación personal, todo el mundo quedará anclado para
siempre en el conflicto.
Si nos limitamos al concepto negativo del viejo paradigma, como
forma de evitar la guerra, más que encender la luz estamos
reforzando la oscuridad. Si enfocamos el problema de otro modo, como
fomentar lo comunitario, la salud, la innovación, el
autodescubrimiento, el proponerse objetivos, ya estamos con ello
creando las condiciones de la paz. En un ambiente rico, creativo y
significativo, no cabe la hostilidad.
La guerra es impensable en una
sociedad compuesta de personas autónomas, que han descubierto la
interconexión de toda la humanidad, que no tienen miedo de otras
ideas ni de otras culturas, que saben que toda revolución comienza
en el interior y que no se puede imponer a nadie el propio modelo de
conocimiento.
Las protestas contra la guerra de Vietnam en los Estados Unidos
supusieron un punto de giro decisivo, como alcanzar la mayoría de
edad, a partir del momento en que, efectivamente, millones de
personas proclamaron que no se puede obligar a un pueblo autónomo a
hacer una guerra en la que no cree.
En los últimos años ha habido
otros fenómenos igualmente significativos: la marcha sobre Colonia
de quince mil alemanes para oponerse a un nuevo brote de nazismo y
para expresar su sentimiento individual por el holocausto...
Católicos y protestantes que arriesgan sus vidas para abrazarse
sobre un puente en Irlanda del Norte, y prometerse unos a otros
luchar en favor de la paz... El movimiento israelí «Paz ahora»,
iniciado por combatientes que piden: «Dadle una oportunidad a la
paz» («Give peace a chance!»).
Tras un reciente congreso, celebrado en Viena, sobre el papel de las
mujeres en la paz mundial, Patricia Mische escribía que,
«la
transformación se ha puesto ya lentamente en marcha entre individuos
y grupos que, en una profunda demostración de su humanidad, están
descubriendo los lazos que les unen con gentes de todo el mundo».
¿Puede darse marcha atrás a la carrera armamentística? Según ella,
«una cuestión previa sería "¿Pueden cambiar su mente y su corazón
los pueblos y las naciones?"».
Los participantes en el congreso
parecían ser un testimonio viviente de que la respuesta es Sí. A la
clausura del congreso, una de las participantes pidió, entre una
salva tumultuosa de aplausos, que en las sucesivas conferencias que
se organizasen no se debería pedir a los que hablasen que se
identificasen por su nacionalidad.
«Yo estoy aquí como ciudadana
planetaria», dijo, «y estos problemas nos afectan a todos.»
En la serie de monografías que lleva por título
The Whole Earth
Papers, James Baines ha descrito las características de un
«paradigma de poder» y un «paradigma de paz». Hemos vivido durante
siglos bajo el paradigma de poder, sistema de creencias basado en la
independencia y la dominación. Sin embargo, a su lado, siempre han
estado los componentes del paradigma de paz: una sociedad basada en
la creatividad, la libertad, la democracia y la espiritualidad.
Para
promover un cambio global, decía Baines, podemos crear ahora una
«trama de refuerzo»: dirigentes que se sientan a gusto en medio de
la incertidumbre, incremento de la conciencia colectiva acerca de
las contradicciones inherentes al paradigma de poder, modelos
atractivos de los nuevos estilos de vida, tecnología adecuada,
técnicas para desarrollar la conciencia y alcanzar el despertar
espiritual. Una vez que estas ideas fragüen de forma coherente en un
nuevo paradigma basado en la transformación, podremos ver que la
humanidad no sólo es parte de la creación, sino también
administradora de la misma, «producto y a la vez instrumento de la
evolución».
No necesitamos esperar a que alguien nos dirija. Podemos empezar a
introducir el cambio en cualquier punto de un sistema complejo: la
vida humana, la familia, la nación. A nivel individual, podemos
crear un ambiente transformativo para los demás, ofreciéndoles
nuestra amistad y confianza. Una familia, o una comunidad cálida
puede conseguir que un extraño se sienta a gusto en ella. La
sociedad puede encontrar la manera de fomentar el crecimiento y la
renovación entre sus miembros. Podemos empezar en cualquier parte,
en todas partes. «Tengamos paz, comenzando por mí», dice el texto de
una pegatina. Tengamos salud, relacionémonos, aprendamos, usemos
correctamente el poder, tengamos un trabajo con sentido...
Transformémonos, comenzando por mí.
Los comienzos son siempre invisibles, un movimiento interior, una
revolución en la conciencia. Como las opciones humanas son
misteriosas y sagradas, nadie puede garantizar la transformación de
la sociedad. Pero existen razones para confiar en el proceso. La
transformación es poderosa, gratificante, natural. Y promete lo que
la mayor parte de la gente desea. Tal vez sea esa la razón por la
que la sociedad transformada existe ya como una premonición en la
mente de millones de personas.
Es el «algún día» que siempre han
esperado nuestros mitos. La palabra «nuevo», que se usa con tanta
frecuencia (nueva medicina, nueva política, nueva espiritualidad) no
se refiere tanto a algo moderno, cuanto a algo inminente, esperado
desde hace mucho tiempo.
El mundo nuevo es el viejo... transformado.
Abolir el hambre, un cambio de paradigma
A lo largo de la historia, los movimientos en favor de un cambio
social han operado siempre de forma muy semejante. Líderes
paternalistas que convencen a la gente de la necesidad de cambiar, y
que a continuación los reclutan para tareas concretas, diciéndoles
qué y cuándo es lo que tienen que hacer. Los nuevos movimientos
sociales operan desde un concepto diferente de lo que el hombre
puede hacer: se tiene la convicción de que las personas, una vez
alcanzan el convencimiento profundo de que es necesario un cambio,
pueden encontrar soluciones partiendo de su propio compromiso y de
su propia creatividad.
El movimiento a gran escala les ofrece su
inspiración, les ayuda en sus esfuerzos y les proporciona
información, pero no dirige ni especifica esos esfuerzos desde su
propia estructura.
Precisamente esa capacidad de los individuos para generar un amplio
cambio social es la base sobre la que se apoya el proyecto Hambre
(Hunger Project), organización internacional de caridad, fundada por
Werner Erhard en 1977, con sede central en San Francisco. El
objetivo del Hunger Project es acelerar la solución del problema
mundial del hambre, actuando de catalizador. Constituye un esfuerzo
intenso y sofisticado, a gran escala, para tratar de provocar un
rápido cambio de paradigma, "hacer llegar el tiempo de una idea",
como dicen los organizadores del proyecto.
Resulta instructivo
examinar los éxitos alcanzados por el proyecto, y los malentendidos
a que ha dado lugar. El Hunger Project parte de la convicción de que
las soluciones no residen en crear más programas ni otros nuevos.
Según la opinión de las autoridades e instituciones mejor
informadas, la capacidad técnica de acabar con el hambre en el plazo
de dos décadas existe ya. El hambre sigue existiendo a causa del
convencimiento del antiguo paradigma de que no es posible alimentar
a toda la población mundial.
En menos de dos años, setecientas cincuenta mil personas de muy
diversos países han ofrecido su compromiso personal para ayudar a
acabar con el hambre en el mundo para 1997; el enrolamiento en el
Hunger Project está creciendo a razón de más de sesenta mil personas
cada mes. Se han invertido tres millones de dólares expresamente
para aumentar la conciencia pública de las trágicas proporciones del
problema, de sus posibles soluciones, y de las formas cómo
individuos y grupos pueden acelerar el fin del hambre y de la
insuficiencia de alimentación1.
El Hunger Project no pretende hacer la competencia a otras
organizaciones más antiguas que pretenden el mismo fin; al revés:
proporciona publicidad a sus actividades y exhorta a sus afiliados a
que las sostengan. El proyecto trata de asociar a sus esfuerzos a
todas las partes interesadas. Justo antes de la creación de la
fundación, una delegación entre cuyos miembros se encontraban
expertos en la distribución mundial de alimentos, visitó al primer
ministro de la India. Los consejeros del proyecto representan a
muchas naciones y otras organizaciones existentes sobre el problema
del hambre; Arturo Tanco, presidente del Consejo Mundial de
Alimentación, es uno de ellos. Han dado a la publicidad datos
gubernamentales, como los del informe relativo a los medios para
acabar con el hambre, elaborado por la National Academy of Sciences.
Para crear un sentimiento de urgencia, el proyecto se sirve del
poder del símbolo y de la metáfora, y, así, describe el tributo de
muertes ocurridas a consecuencia del hambre como «una Hiroshima cada
tres días». En una carrera de relevos organizada por el Hunger
Project, en la que un millar de corredores llevó el testigo desde Maine hasta la Casa Blanca, no se pidió al gobierno que resolviera
el problema. Más bien su mensaje hablaba de su propio compromiso en
ayudar a acabar con el hambre y la infra alimentación. El proyecto
utiliza como metáforas a modelos tomados de la naturaleza y a
descubrimientos científicos; por ejemplo, el «holograma» es «un todo
dentro de otro todo».
El proyecto es «una serie de todos». A todo el
que se apunta se le anima a que cree «su propia forma de
participación». Algunos ayunan, y contribuyen al proyecto con lo que
habrían gastado en comida. Muchos comercios han entregado la
recaudación de un día. Un equipo de cuarenta corredores generó
donativos por valor de seiscientos veinticinco mil dólares, por
correr en el maratón de Boston en 1979, durante cuyo recorrido se
les sumaron en la carrera dos mil trescientos espectadores.
Ochenta
y ocho estudiantes de un colegio de California organizaron un
maratón de patinaje y recaudaron seiscientos dólares; como deseaban
destinar sus fondos a los «pescadores», el Hunger Project les puso
en contacto con Alimentos para el Hambre, organización de ayuda
directa a los refugiados.
A todo el que se apunta al proyecto se le anima a que traiga a otras
personas. A los nuevos miembros se les explica cómo captar el
interés de clubs, directivas escolares, parlamentarios; cómo
redactar cartas; cómo presentarse en público. Y se les pide que se
conviertan en enseñantes a su vez. Los seminarios destacan la
influencia que puede ejercer el compromiso de una sola persona, como
un hombre de La Rochelle, Nueva York, que consiguió que se apuntaran
al movimiento el alcalde, el inspector general de enseñanza, el
concejal de urbanismo, el gobernador y el subgobernador; y una mujer
de Honolulu, que arrastró consigo a toda la delegación del congreso,
al gobernador y a la mayoría de los parlamentarios de su Estado.
A
su requerimiento, el gobernador proclamó una Semana del Hambre, y
los parlamentarios aprobaron una resolución que pretendía fomentar
la investigación de la agricultura hawaiana para ayudar a disminuir
el hambre en el mundo. Una pareja de Massachusetts consiguió enrolar
a cincuenta mil personas.
Entre los más decididos defensores del Hunger Project se cuentan los
reclusos. Un recluso del correccional de San Luis Obispo,
California, llegó a apuntar a mil quinientos de los dos mil
cuatrocientos compañeros internos. Otro recluso de Leavenworth no se
limitó a participar en el proyecto; él y otros siete compañeros
pusieron en común su dinero para hacerse cargo de dos niños
vietnamitas a través de la organización Salvad a los Niños. Una
reclusa que cumplía una condena de larga duración en la
penitenciaría de mujeres de Virginia, decía:
«Las mujeres aquí se
amargan y se vuelven escépticas, encerradas entre estos muros. Día
tras día resulta aplastante. Al final te das por vencida y te
cierras en ti misma... Yo he podido darme cuenta que el Hunger
Project es un modo de salir de la trampa, al poder llegar a otros
ayudándoles».
Hasta ahora, como pensábamos que no podíamos hacer nada en favor de
los millones de personas que mueren de hambre, la mayoría tratábamos
de no pensar en ellos; pero esa negativa también ha tenido su
precio. El Hunger Project subraya un principio clave para la
transformación: la necesidad de afrontar lo que sabemos nos duele.
"Nos hemos dejado entumecer hasta el punto de no sentir dolor.
Necesitamos dormimos para protegernos del horror de saber que en
cada minuto mueren veintiocho personas, niños en su mayoría,
veintiocho personas que no son diferentes de ti o de mí o de
nuestros hijos, salvo que nosotros tenemos qué comer y ellos no.
Hemos apagado nuestra conciencia y nuestra vitalidad hasta un nivel
en que ya no nos molesta. Ahora bien, si nos preguntamos si nos
cuesta algo el dejar que mueran de hambre millones de personas, la
respuesta es que Sí. Nos cuesta nuestra vitalidad".
Al cabo de un año de lanzamiento del proyecto, se habían organizado
noventa comisiones en trece países. Muchas personalidades hablaron
en favor de la causa, a veces sin referirse expresamente al
proyecto, algo así como las estrellas de cine que ayudaban a vender
bonos para financiar la guerra en los años cuarenta. El cantante
John Denver hizo un documental sobre el hambre en el mundo.
En una
entrevista en un periódico dijo:
«Hemos llegado a un punto en este
planeta, en que vamos a tener que cambiar de actitud en la forma de
entregarnos a la vida. Hasta ahora ha sido: "Si este fuese el último
puñado de trigo, mi misma supervivencia depende de que lo guarde
para mí y para los míos". Ahora es tiempo de que cambiemos a este
otro: "Mi supervivencia depende de que lo comparta contigo. Si no es
suficiente para mí, mi supervivencia sigue dependiendo de que lo
comparta contigo"».
Denver, que ahora pertenece a la Comisión Presidencial sobre el
Hambre en el Mundo, escribió para el Hunger Project «Quiero vivir»,
canción que da título al álbum que consiguió el disco de oro. Su
tema afirma: estamos a las puertas de terminar con el hambre y las
guerras. «Es sólo una idea, pero sé que su tiempo ha llegado. »
El actor Dick Gregory ha dado una imagen plástica del proyecto:
"Cuándo la gente me pregunta, «Bueno, ¿qué es lo que piensa que va a
pasar con toda esa gente que pasa hambre?», Yo les doy el tipo de
respuesta que le da el jefe de bomberos al reportero de televisión
cuando hay un incendio en un bosque y está fuera de control: "No
tenemos nada que hacer. A menos que cambie el viento, no podremos
salvarlo".
Por un tiempo parecía que no íbamos a poder hacerlo a menos que
cambiase el viento. Pero, sorteando el peligro, conseguí marchar en
busca de lo que hace que cambien los vientos. El Hunger Project es
ese cambio de viento".
A cuantos se alistan en el proyecto se les señala un punto clave:
cuando ya no haya hambre en el mundo, éste no será sólo diferente,
sino que se habrá transformado. Y quienes participan en él serán
transformados por su propia participación, hablando de su compromiso
a sus amigos, familiares y compañeros de trabajo, incluso si se
sienten molestos, y buscando su respuesta.
Volver a elegir
La Conspiración de Acuario trata también de aplacar otro tipo de
hambre: de sentido, de conexión, de plenitud. Y cada uno de nosotros
es «todo el proyecto», el núcleo de una masa crítica, un gerente de
la transformación del mundo.
En este siglo nos hemos asomado al corazón del átomo. Hemos llegado
a transformarlo, y con él la historia entera para siempre. Pero
también nos hemos asomado al corazón del corazón. Conocemos las
condiciones necesarias para que las mentes cambien. Ahora que
comprendemos la profunda patología de nuestro pasado, podemos crear
nuevas pautas, nuevos paradigmas. «La suma de todos nuestros días es
sólo nuestro comienzo... »
La transformación no es ya comparable con
el rayo, sino con la electricidad. Nos hemos adueñado de una fuerza
más poderosa que la del átomo, digna guardiana de todos nuestros
restantes poderes. La libertad individual la encontramos eligiendo
no ya un destino, sino una dirección. No elegimos el viaje
transformativo porque sepamos a dónde nos va a conducir, sino por
ser el único viaje que tiene sentido. Es el retorno a casa, tanto
tiempo esperado.
«Condéname a mí y no al camino», decía
Tolstoi. «Si
yo conozco el camino de vuelta a mi casa, y voy por él borracho y
tambaleante, ¿prueba eso que el camino no es el adecuado? Si ando
errabundo y tambaleante, ven en mi ayuda... Vosotros sois también
seres humanos, y volvéis también a casa. »
Los países del mundo, decía Tocqueville, son como viajeros en el
bosque. Aunque ninguno conoce el destino de los demás, sus caminos
les llevan inevitablemente a encontrarse en el centro del bosque. En
este siglo de guerras y crisis planetarias, nos hemos perdido en el
bosque de la más oscura alienación. Una a una, las estrategias
habituales de las naciones-estado, aislamiento, fortificación,
retirada, dominación, han ido quedando sin efecto. Nos sentimos
obligados a adentrarnos más a fondo en el bosque, buscando una vía
de salida más radical que cuantas habíamos imaginado: conseguir
liberarnos con el otro, no del otro. Tras una historia de separación
y desconfianza, convergemos en el claro.
Las metáforas que empleamos para referirnos a la trascendencia
hablan de nosotros con más verdad que nuestras guerras: un claro en
el bosque, el fin del invierno, regadíos en el desierto, la curación
de las heridas, la luz tras la oscuridad, lo que no supone el fin
de todo trabajo, pero sí poner fin a toda derrota.
A lo largo de los siglos, quienes imaginaron una sociedad
transformada sabían que eran pocos relativamente los que compartían
su visión. Como Moisés, podían sentir la brisa de la patria, y
podían verla incluso allá lejos, pero no habitar en ella. No
obstante, animaban a los demás a que convirtieran en realidad ese
futuro posible. Sus sueños son la riqueza de nuestra historia nunca
realizada, el legado que siempre nos ha acompañado en medio de
nuestras guerras y nuestra locura. En un estado ensanchado de conciencia se puede a veces a
experimentar con toda viveza un trauma pasado, y, de forma
retrospectiva e imaginativa, reaccionar frente a él de otra manera.
Tocar la fuente misma de miedos antiguos, es una forma de
expulsarlos. Lo que nos persigue no son tanto los sucesos, cuanto
nuestros temores con respecto a ellos, la imagen paralizante
nosotros mismos que llevamos dentro de nosotros. Volviendo a poner
ante nuestros ojos ese poderoso pasado, y sus mensajes reiterativos
de derrota, podemos transformar el presente y el futuro. Podemos
situarnos de nuevo en el cruce de caminos. Podemos volver a elegir.
En ese sentido, podemos también reaccionar de forma diferente frente
a las tragedias de la historia moderna. Nuestro pasado no es nuestro
potencial. En cualquier momento, siguiendo a los maestros y
sanadores que a lo largo de la historia se han empeñado en
remitirnos al propio ser interior, podemos liberar el futuro. Uno a
uno, podemos volver a elegir, podemos despertar: abandonar la cárcel
de los acondicionamientos, amar, emprender el camino de vuelta a
casa. Conspirar con y en favor de los demás.
El despertar aporta sus propios cometidos, específicos de cada uno
de nosotros, elegidos por cada uno de nosotros. Pienses lo que
pienses sobre ti mismo, y por mucho tiempo que lo hayas creído así,
tú no eres sólo tú. Eres una semilla, una promesa silenciosa. Eres
la conspiración.
1. En respuesta a las críticas de los medios de información que
acusaban de no haber estado dedicando el dinero a comprar alimentos,
los dirigentes del proyecto explicaron en un informe económico: «Si
con un millón de dólares podemos conseguir que los cinco mil
millones que se gastan anualmente en el desarrollo de recursos
alimenticios sea un uno por ciento más efectivo, habremos conseguido
que nuestro dinero rinda un cinco mil por ciento».
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