PRÓLOGO DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Un resistente francés, un enemigo de los nazis y que por tanto luchó contra
Alemania, da a conocer en esta obra lo que fueron los campos de concentración de
Buchenwald y Dora. Paul Rassinier ha sido el primero en manifestar, con
brillante forma literaria, la verdad sobre el régimen de vida y los horrores de
ambos campos. A su impresionante relato le sigue, como segunda parte del libro,
una dura crítica de los principales testimonios sobre los campos alemanes.
Es evidente que un libro de este tipo, no puede aislarse del problema político
general que planteó la segunda guerra mundial. Al iniciarse en 1945 la
«domesticación» del europeo, entró en vigor el axioma de que Alemania era la
responsable exclusiva del conflicto. A los dieciséis años de las hostilidades,
se ha producido una auténtica revolución copernicana en los estudios históricos
sobre ese período. Y en este han colaborado en especial los historiadores de los
países que triunfaron. Sobresalen entre ellos Charles Callan Tansill con su obra
Back Door to War, Harry Elmer Barnes (Perpetual War for Perpetual Peace),
William H. Chamberlin, almirante Theobald, Charles A. Beard, James A. Farley,
John B. Flint, general Wedemeyer, Benoist Mechin, Liddel Hart, Emrys Hughes,
Henry Coston, F. J. P. Veale, etc. Destaca en sus obras la gran responsabilidad
de Roosevelt y de Churchill en el conflicto, llegando en su mayoría a la
conclusión que escuetamente recogió James Forrestal, secretario de Defensa de
los Estados Unidos, en su obra The Forrestal Diaries:
«Ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia causa de una guerra, si no hubiese sido por la constante presión de Washington. Bullit dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían; Kennedy replicó que ellos lo harían y que invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra.»
La tesis del aniquilamiento total del enemigo, iniciada durante la guerra y fomentada después, estuvo íntimamente ligada a la propaganda de crueldades. El profesor Friedrich Grimm, cuenta en su obra Politische Justiz la visita que le hizo en 1945 un representante de los aliados. Al exponer Grimm los métodos de la propaganda aliada y el empleo científico de la mentira que en ella se hacía, su interlocutor le respondió:
«-- Veo que estoy ante un experto. Ahora quiero decirle también quién soy yo. No soy catedrático de Universidad. Pertenezco a la Central de la que me ha hablado usted. Desde hace meses cultivo esto que usted ha descrito tan justamente: propaganda de atrocidades ~ con ello hemos ganado la victoria total.
Yo le repliqué:
-- Lo sé, y ahora tienen que cesar.
El me respondió:
-- ¡No, ahora es precisamente cuando empezamos! Nosotros continuaremos esta propaganda de atrocidades, la aumentaremos hasta que nadie acepte una palabra favorable hacia los alemanes, hasta que sea totalmente destruida la simpatía que ustedes han tenido en otros países, y hasta que los mismos alemanes vayan a parar a tal confusión que ya no sepan lo que hacen.»
Este tipo de propaganda, en el que se mezcla un litro de verdad por cada diez de
mentiras, llega al subconsciente del individuo, a sus instintos. La explotación
racional de los campos de concentración alemanes ayuda así, en gran manera, a
impedir la reunificación de este país y mantenerle arrinconado en el ghetto de la
venganza.
Sobra decir que de los campos de concentración aliados apenas se ha dicho algo.
A pesar de ser tan numerosos como los alemanes. En Francia, mientras a las
fuerzas germanas les bastaron dos campos - Struthof y Schirmeck - para internar
a los resistentes y otros enemigos, los liberadores de 1944 además de dejar
ambos en funcionamiento y de tener las cárceles llenas, instalaron otros nueve
campos de concentración más en la Alsacia-Lorena.
Rassinier, en este libro escrito para franceses, da a conocer los horrores de
Buchenwald y Dora durante el período alemán. Pero liberado en 1945, no pudo
conocer directamente el terror que siguió imperando en Buchenwald a partir de la
victoria aliada, y que dejando tras de sí a 18.000 cadáveres alemanes sólo
terminó en febrero de 1950. Los últimos ocupantes fueron ejecutados o
trasladados a las prisiones de la zona oriental, y el comando de enterradores
desapareció en la Unión Soviética. Algo parecido sucedió con Dachau, donde -
según el Süddeutsche Zeitung - fueron internados 25.000 alemanes.
* * *
Una de las leyendas de la mitología aliada es la de la muerte de seis millones
de judíos. El estudio estadístico de Rassinier demuestra que el número de
víctimas fue inferior al millón. En esto se aproxima a lo que el Dr. judío
Listojewski, publicó en la revista The Broom de San Diego (California) el 11 de
mayo de 1952:
«Como estadístico me he esforzado durante dos años y medio en averiguar el número de judíos que perecieron durante la época de Hitler. La cifra oscila entre 350.000 y 500.000. Si nosotros los judíos afirmamos que fueron seis millones, esto es una infame mentira.»
Los judíos, como los alemanes, cuando han tenido el poder en sus manos han perdido el sentido de la medida. Por eso aún se puede confiar en que la verdad histórica terminará por imponerse a la mentira política. Que actualmente se sigue mixtificando en este asunto, lo demuestran las informaciones que sobre un proceso que tuvo lugar en Dusseldorf, publicaron tres periódicos alemanes el 19 de septiembre de 1960.
El Bremer Nachrichten escribe:
«Entonces contó Hohn, que en el campo de concentración de Sachsenhausen, además de los talleres y los barracones dormitorios había: la horca, un taller para falsificar dinero, la instalación para el tiro en la nuca, la del gas y el crematorio, en el que según sus recuerdos desaparecieron en una noche DOSCIENTOS seres humanos».
El Frankfurter Allgemeine Zeitung dice lo siguiente:
«A la pregunta sobre la capacidad del crematorio, contestó Hohn: «Sobre la capacidad no puedo dar ninguna información. Sólo sé que en una noche fueron quemados TRESClENTOS.»
El Weser-Kurier del mismo día, informa:
«Al preguntársele sobre la capacidad del crematorio, dijo Hohn: «No puedo dar ninguna información. Sólo sé que una noche fueron sacadas TRES MIL personas, y, sencillamente, por la mañana ya no estaban allí.»
Si estas cosas suceden actualmente, no se extrañe el lector de que en 1945
fueran gaseados seis millones de judíos. Ni de que con un buen número de ellos
se fabricase jabón. Ni de que con sus cabellos se hiciesen colchones para los
submarinos alemanes.
* * *
Rassinier dedica un capítulo al problema de las cámaras de gas, que cada vez
resulta más confuso. Empezó habiendo cámaras en casi todos los campos. Hoy
parece evidente que en Alemania no las hubo, y así lo ha manifestado el juez norteamericano Pinter
que tuvo por misión investigar estos campos. El problema radica actualmente en
las de Polonia. ¿Se exterminó en Auschwitz a seres humanos con gas? Al ocupar
los rusos el campo anunciaron oficialmente la muerte de cuatro millones de
seres, el comandante Hoss «confesó» en prisión dos millones y medio, Reitlinger
habla de 750.000 gaseados como máximo, y las listas oficiales de Auschwitz
recogen algo menos de 300.000 muertos en total. Lo realmente curioso es que la
comisión de la Cruz Roja Internacional que visitó el campo en septiembre de 1944
no descubrió cámaras de gas. El Dr. judío Benedikt Kautsky, que estuvo internado
durante siete años, tres de ellos en Auschwitz, en su libro Teufel und
Verdammte, publicado en Suiza en 1946, dice lo siguiente:
«Yo estuve en los grandes KZ de Alemania. Pero, conforme a la verdad, tengo que estipular que no he encontrado jamás en ningún campo ninguna instalación como cámara de gaseamiento.»
En una sociedad algo más desapasionada que la nuestra, no dejaría de reconocerse
que las cámaras de gas que hubo en algunos campos alemanes no agravan el
problema. Pues no conviene olvidar que en los Estados Unidos se utilizan
oficialmente. Los hornos, cuando aún no había nazis, ya fueron empleados por el
rey David para exterminar a los amonitas. En los de los alemanes y en los de los
cementerios europeos sólo se quemaban y se queman cadáveres, no seres vivos.
La cuestión sólo puede plantearse razonablemente reprobando la muerte de todo
ser humano inocente. Pero lo que produce asombro es que los vencedores de 1945
se nieguen a que los vencidos hagan uso del mismo argumento. Es un hecho
incontrovertible que durante la guerra en especial en 1944 y 1945 -- fueron
asesinados mayor cantidad de alemanes que de judíos.
* * *
En junio del pasado año, Israel anunciaba la captura de Adolf Eichmann.
Evidentemente, la campaña de cruces gamadas en enero había adolecido de muchas
imperfecciones.
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La nueva, mejor organizada, ya ha ofrecido algunos resultados. Estos culminarán
con el próximo «proceso», empleando este término para designar esa situación
confusa en la que se mezcla un acto de venganza - raptores, acusadores y jueces
serán los mismos judíos - y una lucha política interna entre Nahum Goldmann y el
Congreso Mundial Judío por una parte, y por otra el Mapai con Ben Gurion y
Ben
Zwi a su frente.
Una obra maestra de propaganda que denuncia la faceta exterior del «proceso»
Eichmann, son las palabras del comandante de policía Abraham Selinger en Tel-Aviv:
«Con el proceso contra Eichmann, nosotros no sólo queremos sentenciar al más cruel enemigo del pueblo judío, sino refrescar también la memoria del mundo sobre los crímenes nazis contra los judíos. Los recuerdos de Eichmann, que él pone por escrito en su celda, demostrarán también la participación de los árabes en estos crímenes y la indiferencia de los aliados.»
Sólo se ha olvidado Abraham de recoger un aspecto: el económico. Los 16.000.000.000 de marcos con los que la República federal alemana indemniza a Israel, constituyen la principal fuente de ingresos de este país y posibilitan su subsistencia. El Detroit Free Press del 23 de mayo de 1960 ha divulgado las palabras que dijo Ben Gurion a un amigo después de la entrevista que tuvo con Adenauer en Nueva York:
«La diferencia entre Adenauer y Hitler es la siguiente: Hitler sabía que los judíos recibirían el dominio del mundo, por eso mató a seis millones de ellos. Adenauer sabe que los judíos recibirán el dominio del mundo, por eso desea unirse a nosotros.»
Pocas personas dirigieron durante la guerra la «cuestión judía» en ambos bandos
contendientes. Himmler murió en una forma que aún está por aclarar. El Dr. Kasztner, en el proceso de Tel-Aviv en 1954, tuvo la desgracia de decir entre
otras casas - que Saly Mayer, presidente del American Joint Committee
(organización de los judíos de Estados Unidos) había intervenido ante el gobierno suizo para que no abriese sus fronteras a los
judíos que Alemania quiso poner en libertad durante la guerra. El Dr. Kasztner,
como es sabido, fue asesinado durante el proceso. Eichmann y Ben Gurion están en
Israel.
Que Eichmann debe limitarse a hablar de ciertas cuestiones, parece evidente
después de las irritadas protestas de Ben Gurion a que fuese un tribunal
internacional el que le juzgase. Israel, en resumen, va a participar más
activamente en la política mundial. Y aunque no parezca muy seguro lo que
afirmaba Le Monde el 25 de mayo de 1960:
«Desde hacía tiempo, varias policías coordinadas por lnterpol seguían el rastro de Eichmann...»
no es de extrañar que un órgano judío de Buenos Aires dijese el 11 de julio del mismo año:
«El Congreso Mundial Judío pide que sea movilizada la Interpol para la represión del antisemitismo. La Interpol debe investigar la procedencia de todos los incidentes antisemíticos y detener inmediatamente a todos los elementos antisemitas y neonazis, así como a todos los neofascistas.»
En los Protocolos de los Sabios de Sión tales cosas sólo se insinuaban. Mientras tanto, el escritor judío Ben Hecht, ya famoso en la TV norteamericana por sus entrevistas con el tema de «Dios y la homosexualidad», ha podido decir por la American Broadcasting Corp:
«Yo profeso un odio contra los alemanes, con sus carnosos cogotes, con sus ojos inexpresivos, y con un hueco frío en su corazón que sólo puede ser calentado por medio del asesinato...»
Y según daba a conocer una publicación católica de St. Benedict (Oregon) en 1959, Ben Hecht, en una de sus obras sobre perversidades, asesinatos por placer, morfinismo, etc., en A Jew in Love, escribe lo siguiente:
«Uno de los hechos más exquisitos que la plebe haya podido realizar, fue la crucifixión de Jesucristo. Desde el punto de vista espiritual fue una gesta brillante. Pero hay que reconocer que la masa actúa sin capacidad suficiente. Si yo hubiera sido encargado de la crucifixión de Cristo, habría actuado de otra manera. Le habría enviado a Roma y le hubiese echado como despojos a los leones. Del cuerpo en carne picada nunca se hubiera podido hacer un redentor.»
No han faltado nunca en el pueblo judío ejemplos de extraordinaria nobleza. Sin
tener que remontarnos dos mil años atrás, en febrero de 1960, el gran rabino
Goldstein acusó a las organizaciones sionistas de fomentar el antisemitismo. Un
mes antes, la organización mundial hebrea Kna'anim denunció a los políticos y
organizaciones judías cuya peligrosa política puede llevar en el futuro a
nuevos progroms antisemíticos. No es, pues, de extrañar que centenares de
alemanes expresasen su admiración al rabino Goldstein, asegurándole que si todos
los judíos hubieran sido como él nunca habría habido antisemitismo en Alemania.
El «proceso» Eichmann dará a conocer la línea política que seguirá Israel en el
próximo futuro. En el periódico O Globo de Río de Janeiro - cuyo director,
Hertert Moses, judío, dirige igualmente la Asociación de la Prensa brasileña -
aparecieron estas prudentes palabras:
«Israel comete un error si cree que el odio y la venganza consolidarán su existencia política y le abrirán, mejor que la fraternidad y el perdón, las vías del porvenir y del respeto universal.»
* * *
Con razones semejantes a aquellas por las que se acusa a Eichmann de la muerte
de seis millones de judíos, un recalcitrante nazi que pensase que Roosevelt y
Churchill iniciaron la segunda guerra mundial, podría afirmar que ellos son los
responsables de la muerte de 52 millones de seres.
Eichmann es un genocida porque transportó varios centenares de miles de judíos a
los campos. Harry Salomón Truman, que exterminó a 94.620 japoneses en unas
horas, parece ser que no lo es, pues, al cumplir sus 75 años de edad, dijo que
de la única cosa injusta de la que tenía que arrepentirse en su vida era de
haberse casado a los 30 años. Si en Dachau mueren unas 25.000 personas en doce
años es un genocidio; si los angloamericanos al destruir el «seudo arte europeo
de baratija» matan en un por de días de 200.000 a 300.000 habitantes de Dresde y
refugiados que dormían en las calles, se considera como una «operación de
castigo». Los partisanos que matan a 55.810 soldados alemanes --estadística
checa-- son unos héroes; los alemanes que con arreglo a las convenciones
internacionales fusilan a esos partisanos o los envían a los campos de
concentración son unos bárbaros dignos de aparecer como tales en el cine. Un
judío inocente que muere por hambre o en una cámara de gas evidentemente es
asesinado, un hamburgués que arde vivo en un bombardeo con fósforo constituye un
lamentable episodio de la guerra. Por ello, como los vencidos fueron los malos,
nadie podría pensar en juzgar al mariscal Harris por las 80.000 bombas de
fósforo y millones de otros tipos que lanzó sobre Hamburgo entre el 24 y el 27
de julio de 1943, y por los 55.000 muertos que causó el bombardeo.
Pocos son ya los que no conocen en la actualidad la historia de la pantalla que
parece ser hizo con piel tatuada el comandante de Buchenwald, y que--aunque no
apareció--le costó a Koc eI ser juzgado y ejecutado por un tribunal de la S.S.
¿Y qué hacían mientras tanto los norteamericanos? Veamos lo que nos dice uno de
ellos, el corresponsal de guerra Edgar L. Jones, en el número de febrero de 1946
de la revista The Atlantic Monthly:
«Nosotros creemos actuar más noble y moralmente que otros pueblos, y, en consecuencia, el estar en major situación para decidir lo que es justo en el mundo y lo que no lo es. ¿Cómo cree la población civil que hemos hecho nosotros la guerra? Nosotros hemos matado a sangre fría a los prisioneros, hemos convertido los hospitales de campaña en polvo y cenizas, hemos hundido lanchas de salvamento, hemos matado o herido a la población civil enemiga, hemos rematado a los heridos, hemos arrojado en una fosa a los moribundos con los muertos. En el Pacífico hemos roto los cráneos de nuestros enemigos, los hemos cocido para hacer objetos de mesa para nuestras novias, y hemos escopleado sus huesos para hacer cortaplumas... Nosotros hemos mutilado los cadáveres de enemigos muertos, les hemos cortado las orejas y arrancado los dientes de oro para tener "Souvenirs"...»
Que los aliados nunca aceptaron el dar explicaciones sobre sus genocidios, lo demostraron los ingleses cuando entregaron hace unos años al gobierno de Adenauer la prisión de Hameln. Al hacer unas reparaciones, los alemanes encontraron los cadáveres de unos 200 compatriotas suyos de cuya muerte era responsable la «justicia» militar británica. Inglaterra se negó no sólo a responder de esas ejecuciones sino incluso a facilitar los nombres de las víctimas. Este método, que estuvo muy en boga a partir de 1945, y del cual trata documentadamente el profesor de la Universidad de Barcelona Llorens Borrás en su obra Crímenes de guerra, le hace recordar a uno aquel famoso parte que un alcalde de Aragón envió al gobierno durante los turbulentos días de la regencia de María Cristina de Borbón:
«En este pueblo continúa la matanza de frailes en medio del mayor orden».
Ningún tribunal del mundo ha exigido cuentas para lo que sucedió en los procesos
de Nuremberg - «la mayor caza del hombre que conoce la Historia», ha dicho Eden
- ni por los millones de seres que padecieron la desnazificación, ni por los
belgas que a los dieciséis años de terminada la guerra siguen en las mazmorras
de este país por el delito de haberse alistado como a voluntarios en el frente
del Este. Caso notable de la «justicia política aliada, lo constituye el del
comandante alemán Walter Reder, que gravemente enfermo está encarcelado en Gaeta
(Italia) acusado de haber fusilado a centenares de habitantes de Marzabotto. Se
ha demostrado plenamente que él jamás estuvo en Marzabotto, y que en dicha
localidad nunca hubo tal matanza. Altas jerarquías de la Iglesia italiana, del
Vaticano, de la resistencia y 280.000 firmas de soldados de varios países europeos han pedido en vano su libertad. Reder no puede ser puesto
en libertad porque la «justicia» aliada siempre tiene razón.
* * *
La S. S., algunos de cuyos miembros tuvieron que encargarse de la vigilancia de
gran parte de los campos de concentración, ha sido un blanco predilecto de la
propaganda aliada. De poco sirvió el que antes de la guerra varios de sus
generales protestasen por el empleo de estas milicias para la vigilancia de
presos. Y menor efecto aún tuvo en 1945 la afirmación del inspector y
Sturmbannführer Morgen, de que ni Auschwitz ni otros campos de exterminio en
Polonia estaban administrados por la S. S.
Rassinier refiere que sus funciones se limitaban casi exclusivamente a la
vigilancia exterior. También señala algunos excesos de estas tropas. Que la
situación no fue idéntica en todos los campos, ha sido dado a conocer por el ex
internado Theodor Koester en el semanario Deutsche Wochenzeitung de Hannover.
Koester, que estuvo siete años en los KZ de Buchenwald y Gross Rosen, cuenta que
al acercarse las tropas rusas en febrero de 1945 a este último campo, los
soldados de la S. S. entregaron a los presos fusiles, pistolas ametralladoras y
puños antitanques, y añade:
«... los soldados de la S. S. ya no eran nuestros enemigos, eran nuestros camaradas... Y entonces, cerca de Rohnstock, luchamos los ex internados del campo de manera tan valiente junto a la S.S., que cerca de la mitad cayeron en combate... Entre estos presos estaba un vienés que había luchado en España, varios franceses y muchos comunistas alemanes; se encontraban entre nosotros más de veinte polacos que hubieran podido desertar inmediatamente, pero que precisamente combatieron los más exasperados... En su amargura pensaban en la traición del general ruso Plokossowshi (septiembre de 1944) ante Varsovia. Pero nosotros pensábamos en las mujeres y muchachas ultrajadas, en los ancianos apaleados.»
En las 38 divisiones de la S.S. combatieron 900.000 soldados. De ellos cayeron
más de 360.000 - principalmente en los frentes de Francia y Rusia -, y en 1959
se daban todavía por desaparecidos otros 42.000 más.
El esfuerzo común que esto supuso, se ve con claridad en la composición de las
fuerzas de la S.S. que defendieron Berlín en 1945.
Cuando el ejército rojo rompió el frente del Oder, en abril de 1945, quedaban en
la capital del Reich los restos de las siguientes divisiones de la S. S.: 4.a
Div. acorazada «Nederland», 11 Div. acorazada «Nordland», 15 Div. de granaderos
de la S. S. («Letonia núm. 1»), 32 Div. acorazada «30. Januar» y la 33 Div. de
granaderos «Charlemagne».
Las dos primeras divisiones estaban integradas por belgas, holandeses, daneses y
suecos; la División «Charlemagne» por franceses, suizos y españoles; estonianos
y letones formaban la 15 División y los jóvenes de la región del Siebenburg y de
las Academias militares de la S. S. estaban en la «30. Januar». El 23 de abril
quedaron todas bajo el mando del comandante general Mohncke. Cuando casa por
casa y entre ruinas llegaron los rusos al Tiergarten, los letones con el
S.S.-Obersturmführer Neilands se fortificaron en el Unter den Linden; los
franceses, bajo el mando del S.S.Hauptsturmführer Fenet, formaron grupos
especializados anticarros; y el S. S.Hauptsturmführer Roca, con fuerzas
estonianas y españolas, defendió la línea en torno a la Wilhelmstrasse.
Finalmente, los últimos defensores de Berlín se concentraron junte a la
Reichskanzlei. En la noche del 2 de mayo, tras la muerte de Hitler, la
Cancillería fue volada por orden de Mohncke.
* * *
Después de haber tratado algunas de las cuestiones que suscita la lectura de La
mentira de Ulises, dejemos la palabra a Paul Rassinier. Su preocupación principal - como nos dijo en cierta ocasión
- la constituye el problema más importante de la política europea: la
reconciliación franco-germana. Ello le movió a escribir este libro, que viene a
confirmar las palabras de Sven Hedin:
«Para decir algo verdadero y justo, nunca es demasiado tarde.»
B. G. M.
Enero 1961.
Dejad decir; dejaos censurar, condenar, encarcelar; dejaos prender, pero
divulgad vuestro pensamiento. Esto no es un derecho, es un deber. Toda verdad es
para todos... Hablar está bien, escribir es mejor; imprimir es cosa excelente...
Si vuestro pensamiento es bueno, se le aprovecha; si es malo, se le corrige, y
se aprovecha todavía. ¿Pero el abuso?... Esta palabra es una tontería; los que
la han inventado, ellos son los que verdaderamente abusan de la prensa,
imprimiendo lo que quieren, engañando, calumniando e impidiendo el responder...
PAUL-LOUIS COURIER.
Escribe como si estuvieses solo en el Universo y no tuvieses nada que temer de
los prejuicios de los hombres.
LA METTRIE
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PREFACIO A LA 5ª EDICIÓN FRANCESA
La presente edición, que es la quinta, difiere del original por su contenido y,
por lo tanto, de su presentación. Pero difiere en poco.
La edición original data de 1950. Pues bien, desde entonces, aunque a
cuentagotas y en medio de una propaganda que, regularmente, les ha hecho decir
lo contrario de lo que decían, han sido publicados nuevos documentos que han
venido a confirmar las tesis del autor. Y si, atendiendo a la demanda, se
quisiera reeditar La mentira de Ulises, sin desmontar el mecanismo de estos
nuevos atentados contra la verdad histórica, esto supondría descalificarse sin
tener apelación. Los más importantes y los más significativos son pues objeto
de los capítulos VI y VII de la segunda parte que, sólo éstos, han sido
añadidos.
A consecuencia de ello, los diversos prefacios e introducciones de las ediciones
precedentes y su conclusión común, se encuentran recogidos en un apéndice cuyo
valor documental ya no es más que bibliográfico. Los primeros, porque, si bien
constituyen un balance de una discusión que hizo época, no es menos evidente
que, si esta discusión tuviese que empezar de nuevo, ellos no le podrían servir
más que de punto de partida o de referencias, al estar provisto el asunto por
los nuevos documentos. La última porque, si se justificaba en la edición
original por la necesidad del autor de precisar bien que sólo había tenido la
intención de abrir un debate y definir sus datos, ya que este debate después de
diez años no parece estar todavía próximo a cerrarse, quizá no es tan necesario ni tan urgente prevenir de esto al lector. No es
indiferente, por lo demás, advertir que esta conclusión se presentaba bajo la
forma de una toma de posición en una controversia que enfrentaba entonces a Sartre y Merleau-Ponty con David Rousset. Ahora bien, si se sabe todavía quienes
son Sartre y Merleau-Ponty, hace ya tiempo que todo el mundo, incluidos ellos
mismos, ha olvidado las inconcebibles trivialidades que ambos, filósofos, y por
consiguiente especialistas en todo a excepción de todas las especialidades,
escribieron sobre la cuestión. ¿Y quién sabe hoy que hubo entonces y existe
todavía un escritor con el nombre de David Rousset? Pero, por otra parte,
suprimir pura y simplemente esta conclusión, hubiera podido ser interpretado
como una renegación. De aquí el lugar que le ha sido asignado en esta edici6n.
Por último, a excepción todavía de un punto y como ruidosamente reclamado por M.
Louis Martin-Chauffier (página 163) ninguna otra modificación ha sido hecha en
la versión original.
P.R.
15 de julio de 1960.
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