CAPÍTULO IV
UN PUERTO DE SALVACIÓN, ANTESALA DE LA MUERTE


Cuando, el 28 de julio de 1943, llegó el primer convoy a la entrada del túnel, en los campos de remolacha, no se habló de instalar ninguna enfermería. Sólo se habían enviado presos de Buchenwald considerados como de buena salud y no estaba previsto que pudiesen caer enfermos inmediatamente: en caso de que se produjese tal eventualidad, no obstante los de la S S. tenían orden de tomar en consideración solamente los casos graves, notificarlos por mediode un mensajero y esperar la decisión. Naturalmente, los de la S.S. nunca descubrieron enfermedades graves: todo el que haya sido soldado comprenderá este fácilmente.

Aquel año hizo un tiempo de perros. Llovía, llovía. La pulmonía y la pleuresía se presentaron: tuvieron buena condiciones entre estas debilitadas víctimas, mojadas a lo largo del día y que, por la noche, dormían aún en las húmedas cavidades de la roca. En ocho días, los infelices estaban aquejados por lo que a la S.S. le parecía una pequeña fiebre, complicada finalmente sin que ellos supiesen exactamente el porqué. El reglamento preveía que no se estaba enfermo por debajo de los 39,5 grados, caso en el cual se podía disfrutar de un "Schonung" o dispensa del trabajo: en tanto que no se alcanzase esta temperatura, se estaba astricto al trabajo, y cuando se llegaba a ella significaba la muerte.

Vino también lo que llamamos la disentería, pero que no era en realidad más que una diarrea incontenible. Un buen día, sin razón aparente, sentía uno trastornos digestivos que se transformaban rápidamente en una intolerancia total: por la alimentación

[107] (invariablemente nabos rehogados y pan de mala calidad) y la intemperie (una lluvia o un resfriado durante la digestión). Ningún remedio: había que esperar a que parase - sin comer -. Esto duraba ocho, diez o quince días, según la capacidad de resistencia del enfermo, que se debilitaba, acababa por caer, sin tener fuerzas para moverse, ni siquiera para hacer sus necesidades, y después era arrebatado por una fiebre combinada. Esta enfermedad, afortunadamente más fácil de localizar que la pulmonía o la pleuresía, decidió a los de la S.S. a tomar medidas para contenerla con los medios posibles: ordenaron la construcción de un "Bude", en el que eran admitidos los diarreicos, a medida que había plazas disponibles, en unos cuartos adecuados pero sin temperatura acondicionada.

El Bude podía contener unas treinta personas: rápidamente hubo cincuenta, cien y más candidates, aumentando su número sin cesar a medida que llegaban nuevos convoys de Buchenwald y el campo se extendía. Generalmente, los diarreicos eran enviados allí en el último período y allí morían. Estaban aglomerados en el suelo, encajados los unos los otros, olvidándose por debajo: era una peste. Hasta tal punto que, por motivos de higiene, la S.S. encargó a la primera H-Führung de designar un Pfleger o enfermero para disciplinar a los enfermos y ayudarles a mantenerse limpios. El puesto fue confiado a un verde - ¡naturalmente! - de profesión carpintero y condenado por asesinato: ¡ fue una buena faena!

Durante todo el día, se formaba la cola a la entrada del Bude: el Pfleger, con la porra en la mano, calmaba a los impacientes. De vez en cuando era sacado un cadáver de la hediondez y dejaba una plaza libre que era tomada al asalto. El número de diarreicos no hacía más que aumentar: habiendo advertido la S.S. que el Pfleger estaba por debajo de su tarea, éste hizo valer que era demasiado trabajo para uno solo y se le asignó un ayudante al que la S.S. exigió que participase en las tareas. El puesto recayó en un médico holandés empleado hasta entonces en el transporte de material, desde la estación al túnel. A partir de este momento el Bude se humanizó, el Pfleger pasó a ser Kapo y el holandés trabajó bajo sus órdenes haciendo prodigios de diplomacia: logró salvar a un diarreico y tuvo buen cuidado de disimular la curación para conservarle junto a él como enfermero. Con gran refuerzo de carbón vegetal, la diarrea fue contenida, la S.S. se dio por satisfecha, el

[108] Bude pudo servir para otra cosa: había nacido la primera enfermería.

En efecto, el holandés consiguió que en las plazas que habían dejado disponibles los diarreicos, se admitiesen en el Bude los casos declarados de pulmonía y pleuresía, a partir de 38 grados de temperatura: ¡al precio de qué discusiones con su Kapo! Incluso afirmaba que con un poco de carbón, era posible cuidar eficazmente las diarreas, si eran tratadas a tiempo, sin necesidad de hospitalización, y que así se podía dejar sitio para las pulmonías y las pleuresías. El duelo fue homérico. Un médico de la S.S., que había sido destinado al campo y había llegado en noviembre acompañando a un convoy, tras permanecer mucho tiempo indiferente a este conflicto que le divertía, terminó por dar la razón al holandés: se emprendió la construcción de un bloque, pues el Bude rápidamente resultó demasiado exiguo.

Después llegó el turno a las nefritis. La nefritis era inherente a la vida del campo: la subalimentación, las permanencias de pie excesivamente largas, las consecuencias de las intemperies, las pulmonías, las pleuresías, la sal gema - la única que había en Alemania - de la que los cocineros hacían un uso inmoderado y que puede ser nociva por no contener yodo. Los edemas formaban legión, todos tenían las piernas más o menos hinchadas.

-- Esto pasa - se decía -, es la sal la que lo produce.

Y no se tomaba en cuenta. Cuando se trataba de un edema común, solía pasar. Cuando el edema era consecuencia de la nefritis, llevaba un día a una crisis de uremia.

El holandés consiguió que también fuesen hospitalizados los nefriticos: fue preciso construir otro bloque.

Después llegó el turno a los tuberculosos, y así sucesivamente.

Tanto y de tal manera que, el 1 de junio de 1944, la enfermería comprende los bloques 16, 17, 38, 39, 126, 127 y 128, agrupados en la cima de la colina. Se pueden alojar en ellos 1.500 enfermos a razón de uno por cama, o sea una décima parte de la población del campo. Cada bloque está dividido en salas, en las que son reunidas las enfermedades similares.

El bloque 16 es el centro administrativo de todo el sistema. El holandés ha sido nombrado médico-jefe. Entretanto, la S.S. ha reemplazado al Lagerältester verde por uno rojo y ha habido una gran lucha en la H-Führung. El Kapo de la enfermería ha sido la primera víctima del Lagerältester: se las han arreglado para

[109] sorprenderle cuando estaba a punto de robar la alimentación de sus enfermos. En represalia, se le ha enviado a Ellrich, y ha sido reemplazado por Pröll.


* * *

Pröll es un joven alemán de 27 a 28 años. En 1934, tenía la intención de ser médico. Hijo de comunista y comunista él mismo, fue detenido cuando era todavía casi un niño. Lleva diez años en diversos campos.

Enviado primeramente a Dachau, sobrevivió a los rigores del naciente campo gracias a su juventud: la S.S., así como los detenidos, generalmente no se ensañaban sobre los niños; los primeros por una especie de regresión ante la inocencia indudable, los segundos por una ternura particular que les alimentaba la esperanza de ver convertirse a aquéllos en invertidos. Gracias a esta doble circunstancia, Pröll logró infiltrarse en la enfermería como Pfleger, y permanecer allí algunos años, hasta ser enviado a Mauthausen con este título. La Häftlingsführung verde de Mauthausen pronto se desembarazó de él en provecho de Auschwitz que le incluyó en el primer convoy que partió para Natzweiler. Fue en Natzweiler donde tuvo su mayor permanencia: fue Kapo del Lagerkommando y adjunto del Lagerältester. Los presos, pocos en verdad, que le conocieron en este campo, eran unánimes en declarar que nunca habían visto un animal semejante. Una revolución de palacio en la H-Führung de Natzweiler determinó su envío a Buchenwald, de donde fue reexpedido a Dora como hombre de confianza de los comunistas y Kapo de la enfermería.

En Dora, Pröll se porta como los otros Kapos, ni major ni peor. Inteligente, organiza la enfermería salida del apostolado del holandés, que le considera a pesar de todo como una valiosa ayuda por su competencia. Ciertamente, no obedece siempre los mandatos morales de la medicina: es brutal y, en la composición del ejército de Pfleger que precisa para asegurar la marcha de la empresa, prevalecen las referencias políticas sobre las profesionales. Es así como el herrero Heinz, que era comunista y había logrado infiltrarse en la enfermería ya bajo el reinado del Kapo verde, como Oberpfleger o enfermero mayor, gozó siempre de su total confianza, frente a la opinión de los médicos. Así es como prefiere siempre a no importa gué mozo de cuerda alemán, checo,

[110] ruso o polaco, en vez del estudiante de medicina del que sabe que sus opiniones políticas no concuerdan con las de él. Tiene una gran admiración por los rusos y cierta debilidad por los checos que, según él, fueron abandonados a Hitler por los anglosajones y los franceses, a los que desprecia. Pero es un organizador de primera clase.

En menos de un mes, la enfermería está ordenada bajo los principios de los grandes hospitales: en el bloque 16, la administración, las entradas y los cuidados urgentes; en el 17 y en el 39, medicina general, nefritis y neuritis; en el 38, cirugía; en el 126 pulmonías y pleuresías; en el 127 y 128 los tuberculosos. En cada bloque hay un médico responsable, asistido por un Oberpfleger en cada sala un Pfleger para los cuidados y un Kalfaktor para diversos servicios. Para los enfermos hay literas de sólo dos pisos con jergones de viruta de madera, sábanas y mantas. Hay tres regímenes alimenticios: el "Hauskost" o alimentación semejante en todo a la del campo, para los enfermos que no estén afectados en las vías digestivas; el "Schleimkost" o sopa fina de sémola (sin pan, margarina ni salchichón) para aquellos cuyo estado requiera dicta; y el "Diatkost" que consiste en dos sopas diarias una de ellas azucarada, pan blanco, margarina y confitura pará los que tienen necesidad de un fortificante.

No se puede decir que en la enfermería se esté muy bien cuidado. La S.S.-Führung sólo concede unos pocos medicamentos y Pröll sustrae del cupo todo lo necesario para la H-Führung no dejando filtrar a los enfermos más que aquello de lo que ella no tiene necesidad. Pero se duerme limpio, se reposa y la ración alimenticia, aún en el caso de que no sea de mejor calidad que en el campo, es siempre más abundante. Pröll limita el cumplimiento de su oficio de Kapo a una visita diaria, que acompaña con algunos gritos y golpes distribuidos generosamente entre el personal y los enfermos cogidos en flagrante delito de transgresión de los reglamentos de la enfermería. La vida que se lleva en ella contrastaría con el régimen que impera en el resto del campo si el Pfleger y el Kalfaktor, tanto por celo y fidelidad a las tradiciones como por temor al Kapo, no pusiesen toda su voluntad en procurar hacerla intolerable.

[111]


* * *

Todas las noches, después de pasar lista, se organiza una barahúnda en la entrada del bloque 16. Este comprende, además del aparato administrativo de la enfermería, una "Aussere Ambulanz" y una "Innere Ambulanz". La primera presta los cuidados inmediatos a todos los enfermos o accidentados que no cumplan las condiciones requeridas para ser hospitalizados, la última decide, tras un examen, la hospitalización o no de los otros.

Salvo la gente de la H-Führung, todos los habitantes del campo están enfermos y, en el mundo normal, todos estarían hospitalizados sin excepción y sin dudas, aunque sólo fuese por debilidad general extrema. En el campo todo sucede de otra forma, la debilidad general no cuenta. Sólo se cuida lo que excede de lo común, y aun bajo ciertas condiciones extraterapéuticas, o bien cuando no hay medio de hacerlo de otro modo.

Cada preso es, pues, un cliente más o menos asiduo de la enfermería: ha sido preciso establecer un turno que vuelve de nuevo, por término medio, cada cuatro días.

En primer lugar están los furúnculos. Todo el campo supura, la furunculosis, consecuencia de la falta de carne y de legumbres frescas en la alimentación, hace estragos en estado endémico, tal como el edema común y la nefritis. Seguidamente, están las heridas en las manos, en los pies o en ambas extremidades a la vez. Los chanclos rozan, y frecuentemente es necesario hacer trabajos inesperados con las manos, cuya piel se desgarra con facilidad. Hay, finalmente, los dedos cortados, los brazos o piernas fracturados, etc. Todo esto constituye la clientela de la "Aussere Ambulanz", y, a partir del 1 de junio de 1944, se releva al negro Johnny, cuya competencia como médico acabó por ser de tal modo discutida en la enfermería de Buchenwald, que a pesar de las garantías políticas que había dado (1) nos fue remitido en un transporte. Naturalmente como médico, pero acompañado por una nota en la que se precisaba que era más prudente emplearle como enfermero. Pröll pensó que el lugar indicado para él era la Aussere Ambulanz y le confió la responsabilidad de ella.

[112]

Johnny tiene bajo sus órdenes toda una compañía de Pfleger alemanes, polacos, checos o rusos, que no conocen nada del trabajo que se les ha encargado y que hacen, deshacen y vuelven a hacer las curas a lo que salga. Furúnculos o heridas, sólo tienen un remedio: la pomada. Estos señores tienen ante ellos tarros de pomada de todos los colores: para el mismo caso, ponen seriamente un día la negra, otro la amarilla o la roja, sin que se pueda adivinar la razón interior que ha determinado su elección. ¡Y tenemos una suerte extraordinaria con que todas las pomadas sean antisépticas!

En la "Innere Ambulanz", se presenta la gente que tiene la esperanza de ser hospitalizada. Todas las noches son quinientos o seiscientos, los unos tan enfermos como los otros. A veces hay diez o quince camas disponibles: póngase usted en lugar del médico que debe escoger los diez o quince elegidos... Los otros son despedidos con o sin Schonung; se vuelven a presentar al día siguiente y todos los días hasta que tengan la suerte de ser admitidos: sin contar los que mueren antes de que haya sido dictaminado sobre su caso en la medida de sus deseos.

Yo he conocido a presos que no se presentaban nunca en las duchas porque tenían miedo de verlas vomitar gas (2) en vez de agua. Un día, durante la visita semanal al bloque, los enfermeras les encontraban piojos... Entonces se les hacía sufrir tal tratamiento, a modo de desinfección, que morían a causa de él. De la misma manera, he conocido a quienes no se presentaban nunca en la enfermería: tenían miedo de ser tomados como cobayas o de ser inyectados. Ellos se resistían, se resistían, se resistían contra y respecto a todos los consejos, hasta que una noche el comando llevaba su cadáver a la plaza.

En Dora no había bloque de cobayas ni se practicaban inyecciones. Por otra parte, en general y para todos los campos, las inyecciones no se utilizaban contra la masa de detenidos sine por uno de los dos clanes de la H-Führung contra el otro: los verdes empleaban este medio para desembarazarse elegantemente de un rojo del que sentían subir su estrella al cielo de la S.S., o viceversa.

[113]

* * *

Una feliz coincidencia de circunstancias hizo que yo lograse entrer en la enfermería el 8 de abril de 1944: desde hacía quince días arrastraba febrilmente por el campo un cuerpo que se hinchaba de modo visible.

La hinchazón había comenzado en los tobillos.

-- Ich auch, blöder Hund! (3) - había manifestado mi Kapo.

Y no me quedó más remedio que continuar yendo a cargar las vagonetas del Strassenbau 52. Una mañana, tuve que presentarme en la plaza con el pantalón en el brazo, pues no había logrado ponérmelo.

-- Blöder Hund - dijo mi Kapo -, du bist verrückt! Geh' mal zum Revier! (4)

Y firmó esta orden con unos vigorosos puñetazos. Era el 3 de abril.

En la enfermería me encontré entre el griterío. Tras una hora de espera, me llegó el turno para pasar ante el médico.

-- Sólo tienes 37,8 grados, es imposible hospitalizarte: tres días de Schonung. Permanece tumbado en el bloque con las piernas al aire, ya pasará. Si no pasa, vuelves.

En lo tocante al reposo, estuve empleado durante tres días por los despiadados Stubendienst en las faenas de limpieza del bloque. Al expirar el plazo, me volví a presentar en un estado sensiblemente agravado.

-- Ciertamente, sería preciso hospitalizarte - me dijo el médico -, pero no hay más que tres plazas vacantes y sois por lo menos trescientos candidatos, entre los cuales hay quienes están en un estado peor que el tuyo. Todavía tres días de Schonung: luego vuelves...

Sentí entrar en mí la certidumbre del crematorio. Resignado, volví al bloque, donde me esperaba mi primer paquete gracias al cual pude obtener de los Stubendienst que me dejasen tendido en la cama en vez de emplearme en las faenas.

El 8 de abril, cuando me llegó el turnoe para volverme a presentar, un paquete de cigarrillos me clasificó entre los tres o cuatro elegidos. Lo peor en mi caso, es que no encontré anormal el hecho. Antes de alcanzar la cama que me fue concedida, tuve

[114] aún que depositar en la entrada mis ropas y las botas, que naturalmente fueron robadas durante mi estancia, y pasar bajo una ducha individual que un Kalfaktor polaco mantuvo tan fría como pudo.

La ducha era la última formalidad que había que cumplir. Estaba previsto que fuese caliente, pero cuando no se trataba de un checo, polaco o alemán, el Kalfaktor juraba por todos los dioses que el aparato estaba descompuesto. El número de hospitalizados por pulmonía o pleuresía que perecieron de esto es incalculable.

He permanecido seis veces en la enfermería: del 8 al 27 de abril, del 5 de mayo al 30 de agosto, del 7 de septiembre al 2 de octubre, del 10 de octubre al 3 de noviembre, del 6 de noviembre al 23 de diciembre y del 10 de marzo de 1945 hasta la liberación. Desde la primera, perdí de vista a Fernando, que fue enviado en un transporte a Ellrich, donde murió...

Yo estaba enfermo, este es evidente, incluso gravemente enfermo pues lo estoy todavía, pero...


* * *

La vida en la enfermería está minuciosamente reglamentada. Todos los días, nos despertamos a las 5,30, una hora después de levantarse los del campo. Aseo: en cualquier grupo de enfermos al que se pertenezca, con 40 grados de fiebre como con 37 grados, es preciso levantarse, ir al lavabo, y después al volver hacer la cama. En principio, el Pfleger y el Kalfaktor están allí para ayudar a los que no pueden, pero, salvo en raros excepciones, se limitan a exigir de los enfermos, bajo la amenaza de los golpes, que se ocupen ellos mismos de estos cuidados.

Cuando está terminado este primer trabajo, el Pfleger toma las temperaturas mientras que el Kalfaktor limpia la sala con agua.

Hacia las siete, el médico del bloque pasa entre las camas, mira las hojas de temperatura, escucha las observaciones del Pfleger, las quejas de los enfermos, dice unas palabras a cada uno y ordena los cuidados particulares o los medicamentos a tomar durante el día. Si el médico no es polaco, alemán, ni checo, suele ser generalmente un hombre bueno y comprensivo. Quizá demasiado confiado en el Pfleger, que aprecia a los enfermos en función de sus opiniones políticas, nacionalidad. profesión o paquetes que reciben,

[115] pero a pesar de todo aquél raramente se deja influenciar por éste en el mal sentido, aunque siempre lo sea en el bueno. Un enfermo grave arriesga a veces una pregunta:

-- Krematorium?

-- Ja, sicher... Drei, vier Tage (5)

Hay risas. El pasa sin preocuparse del efecto producido en el interesado por su respuesta. Llega a la última cama, abandona la sala; se acabó, no se le volverá a ver más durante el día: hasta mañana.

A las 9, distribución de medicamentos. Esto va muy de prisa. Los medicamentos son el reposo o la dieta - de vez en cuando una tableta de aspirina o de piramidón concedidas muy parcamente.

A las 11, la sopa. El Pfleger y el Kalfaktor comen opíparamente, se sirven de cada dieta y distribuyen el resto entre los enfermos: esto no es grave, queda bastante para asegurar una mediana ración reglamentaria a todos, incluso para dar un pequeño suplemento a los amigos.

Por la tarde, se duerme la siesta hasta las 16, después de lo cual siguen su curso las conversaciones hasta la toma de temperatura y el apagamiento de las luces. Sólo son interrompidas cuando, al pasar bajo nuestras ventanas, retienen especialmente nuestra atención las largas filas de cadáveres que lleva la gente del Totenkommando al crematorio.

Algunos favorecidos, entre los que estoy, reciben paquetes: están un poco más desvalijados que en el campo porque pasan por un intermediario más antes de llegar al destinatario. El tabaco que contienen no es entregado: se deposita en la entrada, pero los Pfleger son complacientes y, mediante una razonable retribución, un reparto equitativo, también se puede recibir el tabaco y ser autorizado a fumar a escondidas. Por el mismo procedimiento, repartiendo el resto, se logra del Pfleger que prepare fraudulentamente las temperaturas y se prolonga la estancia de uno en la enfermería.

En verano, se duerme la siesta al aire libre, bajo las hayas: los comandos que trabajan en el interior del campo nos miran con envidia y tememos en igual proporción la hora del restablecimiento que nos devolverá junto a ellos.

[116]


* * *

En octubre de 1944, sólo se admite muy raramente a los diarreicos en la enfermería: todas las tardes se presentan en el bloque 16, se les sacia de carbón vegetal y se les despide. Suele suceder que el mal pasa. También suele suceder que persista más allá de los ocho días calculados, que se complique con una fiebre cualquiera, y entonces, son hospitalizados en la medida que lo permitan las conjeturas de todo tipo.

Están reunidos en el bloque 17, sala 8, en la que el Pfleger es el ruso Iván, que dice ser "Dozent" de la Facultad de Medicina de Charkov, y el Kalfaktor, el polaco Stadjeck. La sala 8 es el infierno de la enfermería: todos los días suministra dos, tres o cuatro cadáveres al crematorio.

Para todo diarreico que entra, el médico ordena, además del carbón, un régimen de dieta vigilada: comer muy poco, de ser posible nada, y ninguna bebida. Aconseja a Iván no dar nada el primer día y repartir al día siguiente un litro de sopa en dos o tres veces, y así progresivamente, hasta que el retorno a la ración completa viene determinado por la desaparición del mal. Pero Iván considera que es Pfleger para cuidarse él y no a los enfermos: en todo caso, seguir los consejos es un trabajo muy penoso para él, y fuera de lugar en un campo de concentración; juzga más sencillo aplicar la dieta absoluta, repartirse con Stadjeck las raciones de los enfermos, nutrirse abundantemente de ellas y comerciar con el resto. Los desdichados no comen pues nada, absolutamente nada: al tercer día, salvo pocas excepciones, se encuentran en tal estado que no pueden levantarse más y hacen sus necesidades por debajo, pues Stadjeck tiene otras casas que hacer antes de llevarles el bacín cuando lo piden. Desde entonces están condenados a muerte.

Stadjeck se pone a vigilar más especialmente la cama del desdichado al que acaba de rehusar el bacín. De pronto siente el olor y entra el furor. Empieza por administrar una fuerte paliza al delincuente, después le saca de su lecho, le empuja al lavabo contiguo, y allí, una buena ducha muy fría, pues la enfermería debe permanecer limpia y a los enfermos que no quieren lavarse es necesario que se les lave... Luego, desatándose en imprecaciones, Stadjeck se lleva la sábana y la manta de la cama y cambia el jergón: el enfermo, apenas se ha recostado de nuevo, prosigue con

[117] los cólicos, vuelve a pedir el bacín que se le niega, lo hace por debajo, es pasado de nuevo bajo la ducha fría, y así consecutivamente. Veinticuatro haras después, generalmente, está muerto.

Desde la mañana hasta la noche, se oyen los gritos y las súplicas de los desgraciados que son metidos en la ducha fría por el polaco Stadjeck. Dos o tres voces, durante la operación han pasado cerca el Kapo o algún médico. Han abierto la puerta. Stadjeck ha dado por explicación:

-- Er hat sein Bett ganz besch... Dieser blöde Hund ist so faul... habe kein warmes Wasser! (6)

El Kapo o el médico han vuelto a cerrar la puerta y se han marchado sin decir nada.

Pues, ciertamente, la explicación era inatacable: es necesario lavar a los enfermos incapaces de hacerlo por sí mismos, y cuando no se tiene agua caliente...


* * *

En la enfermería se está al corriente, poco más o menos, de los acontecimientos de la guerra. Llegan los diarios alemanes, en especial el Völkische Beobachter, y todo el personal escucha regularmente la radio. Evidentemente sólo se tienen las noticias oficiales, pero se las tiene rápidamente y esto ya es algo.

También se está al corriente de lo que pasa en los otros campos: unos infelices que han estado en dos o tres campos antes de venir a parar a Dora, cuentan a lo largo de la jornada la vida que han llevado en ellos. Así es como se conocen los horrores de Sachsenhausen, Auschwitz, Mauthausen, Oranienburg, etc. Es así cómo también se sabe que existen campos muy humanos.

En agosto, el alemán Helmuth fue mi vecino de cama durante unos diez días. Venía directamente de Lichterfelde, cerca de Berlín. En este campo estaban 900 y, vigilados por la Wehrmacht, procedían a limpiar de escombros los barrios bombardeados: doce haras de trabajo, como en todas partes, pero tres comidas al día y las tres abundantes (sopa, carne, legumbres, frecuentemente vino), sin Kapos ni H-Führung, en consecuencia sin golpes. Una vida dura, pero muy soportable. Un día, se pidieron especialistas: Helmuth era ajustador, se levantó, le enviaron al túnel de Dora

[118] donde se le puso en las manos el perforador de roca. Ocho días después escupía sangre.

Anteriormente, había visto llegar a mi lado a un preso que pasó un mes en Wieda y me contó que los 1.500 ocupantes de este campo no eran demasiado infelices. Naturalmente se trabajaba y se comía poco, pero se vivía en familia: el domingo por la tarde, los habitantes del pueblo iban a bailar a las afueras del campo al son de los acordeones de los internados, mantenían con ellos amistosas conversaciones e incluso les llevaban víveres. Parece ser que esto no duró mucho, que la S.S. se dio cuenta de ello y en menos de dos meses Wieda se volvió tan duro e inhumano como Dora.

Pero, por lo demás, la mayoría de la gente que llega de otros sitios no cuenta más que casas horribles, y entre ellas las más pavorosas son las de Ellrich. Nos llegan en un estado inimaginable y no hay más que verlos para estar persuadido de que no inventan nada. Cuando se habla de los campos de concentración, se citan Buchenwald, Dachau, Auschwitz, y esto es una injusticia: en 1944-45 era el turno de Ellrich el peor de todos. Allí no había alojamiento, vestido ni alimentación, tampoco enfermería, y sólo se era empleado en trabajos de explanación bajo la vigilancia de la escoria de los verdes, de los rojos y de la S.S.

Fue en la enfermería donde conocí a Jacques Gallier, llamado Jacky, payaso de circo en Medrano. Era fuerte entre los fuertes. Cuando uno se lamentaba de los rigores de la vida del campo, él respondía invariablemente:

-- Yo he pasado dos años y medio en Calvi, (7) comprende. Desde entonces estoy acostumbrado. --Y continuaba--: Amigo, en Calvi la cosa era igual: el mismo trabajo, la misma alimentación insuficiente, allí sólo había de menos los golpes, pero había hierros y el mitard, (8) entonces ...

Champale, el marino del mar Negro que había pasado cinco años en Clairvaux, apenas le desmentía, y en cuanto a mí, que en otro tiempo fui testigo de la vida de los "alegres" en Africa, me solía preguntar si no tenían razón. (9)

[119]


* * *

El 23 de diciembre, salí de la enfermería con la firme intención de no volver a poner más los pies en ella. Se habían producido diverses incidentes.

En julio, Pröll se había inyectado a sí mismo en el brazo cianuro de potasio. Nunca se supo el porqué: corrió el romor de que estaba en vísperas de ser detenido y a punto de ser ahorcado por complot. Fue reemplazado por Heinz, el herrero comunista.

Heinz era una bestia: un día, sorprendió a punto de humedecerse los labios a un enfermo febril a quien le había sido probibida el agua, y le molió a paIos hasta que le produjo la muerte. Se le consideraba capaz de todo: en el bloque de cirugía se dedicaba a operar del apéndice - a espaldas del cirujano responsable, el checo Cespiva... Se contaba que, en los primeros tiempos de la enfermería, bajo el reinado del Kapo verde, había cuidado a un argelino que se aplastó el brazo entre dos vagones en el túnel: había deshuesado la articulación de la espalda, como un carnicero lo habría hecho con un jamón, y en vez de anestesiar previamente a su víctima la había machacado previamente a puñetazos... Un año después, aún resonaba la enfermería entera a causa de los gritos del desdichado.

Y además se contaban marchas otras cosas. En todo caso los enfermos no se sentían en seguridad junte a él. En lo que a mí me concierne, un día, a finales de septiembre, pasó cerca de mi cama con Cespiva y decidió que, para curarme, era preciso que se me amputase el riñón derecho. Inmediatamente rogué a uno de mis camaradas, atacado por otra enfermedad, que orinase en mi lugar, lo que me sirvió, al obtenerse un análisis negativo, tal como deseaba, para ser devuelto al comando. No pudiendo resistir el trabajo, tuve que volverme a presentar en la enfermería unos días después - el tiempo justo para dejar pasar el temporal -, y fui fácilmente readmitido.

Todo marchó bien hasta diciembre, fecha en la cual Heinz fue detenido a su vez por complot, como su predecesor, y reemplazado por un polaco. En la misma redada de la S.S. figuraban: Cespiva, cierto número de Pfleger, entre ellos el abogado Boyer de Marsella, y diversas personalidades del campo. Tampoco se supo nunca el porqué, pero es verosímil que fue por haber hecho circular

[120] noticias sobre la guerra que, según decían, tomaban de la radio extranjera, escuchada clandestinamente, y que los de la S.S. juzgaron subversivas.

Con el nuevo Kapo los polacos invadieron la enfermería y nuevos médicos fueron colocados al trente de los bloques: el nuestro era un polaco ignorante. A su llegada, decidió que la nefritis era una consecuencia de la mala dentición y dio la orden de arrancar todos los dientes a los nefríticos. El dentisto fue llamado urgentemente y comenzó a ejecutar sin comprender, pero extrañándose y protestando. Con el fin de salvar mis dientes, me las arreglé de nuevo para salir de la enfermería con un volante de "leichte Arbeit" o trabajo ligero.

La casualidad, con unas circunstancias excepcionalmente favorables, quiso que yo fuese destinado como Schwung (ordenanza) del S.S. Oberscharführer (10) que mandaba la compañía de perros.

A mi regreso a la vida en común, encontré el campo muy cambiado.

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