EL MERCADER EN EL TEMPLO BERNARDINO NOGARA, EL CONSTRUCTOR DE LAS
FINANZAS VATICANAS
El dinero de Mussolini fue sólo el comienzo de un colosal imperio
económico que creció en poco tiempo alrededor de la Santa Sede. El
artífice de este milagro económico fue Bernardino Nogara, un hábil
financiero que no vaciló un instante a la hora de implicar al Vaticano en toda clase de negocios: desde el comercio de armas a las
actividades que, hasta aquel momento, la doctrina católica había
considerado como usura.
Sesenta años de incertidumbre y dificultades habían desaparecido
como por ensalmo. La Iglesia volvía a ser rica. Las ratas abandonaron San Pedro, se pagaron los salarios y se contrató nuevo personal. La pesadilla había quedado atrás. Sin embargo, Pío XI consideraba que su misión no había terminado. El éxito había sido
grande, pero ahora era necesario trabajar para que nunca más se
volviera a dar una situación semejante. Habría sido muy bonito tapar
las goteras e invertir el resto de esa fabulosa cantidad de dinero
en las muchas obras de caridad que dependían de la Iglesia. Habría
sido bonito, pero poco realista. El «papa rey» no sólo necesitaba disponer de un Estado soberano para ser independiente, sino
que debía disponer de unos fondos suficientes que le permitieran
no tener que volver a mendigar favores de nadie.
Para administrar la fortuna obtenida a través del Tratado de Letrán,
el papa creó la Administración Especial de la Santa Sede
(Amministrazione Speciale della Santa Sede),1 al frente de la cual
colocó a Bernardino Nogara. Anteriormente habían existido en el seno
de la Iglesia órganos similares: en 1887 León XIII constituyó una
comisión cuya función consistía en «guardar y administrar los
capitales de las fundaciones pías». En 1904 Pío X modificó este
organismo y, posteriormente, cambió su nombre por el de Comisión
para las Obras de Religión, ampliando su actividad a toda Italia.
Sin embargo, nunca antes en los tiempos modernos se había verificado
una entrada semejante de capital. La recién creada Administración
invirtió el dinero de forma bastante juiciosa: un tercio en
acciones de industrias italianas, otro en inmuebles y un último
tercio en divisas y en oro.
1. Doménech Matilló, Rossend, Marcinkus. Las claves secretas de las
finanzas vaticanas, Ediciones B, Barcelona, 1987.
La decisión del papa de crear una institución para administrar este
dinero en lugar de dejarle esa tarea a alguna de las ya existentes
da a entender dos cosas. Lo primero, que Pío XI no tenía demasiada
confianza en las instituciones financieras que existían en el
Vaticano, algo que, dado el estado de cuentas que había atravesado
la Santa Sede, estaba más que justificado. La otra era que el papa
estaba dispuesto a darle un giro inédito a la administración del
capital vaticano.
Otra consecuencia del Tratado de Letrán es que por primera vez el
Vaticano tuvo que hacer frente a los innumerables problemas que
acarreaba ser una nación pequeña, pero soberana. Así nació el
Governatorato, órgano de gobierno del Estado Ciudad
del Vaticano, que tenía su sede en el palacio del mismo nombre y que
se ocupaba del gobierno interno del Estado: obras públicas, energía,
tráfico, correos y comunicaciones, suministros, etc. El palacio del
Governatorato es un magnífico palacio de estilo renacentista que
mandó construir Pío XI en la cabecera de la basílica de San Pedro.
Aquí se encuentran las oficinas de las diez secretarías o
ministerios del gobierno civil del Vaticano: la de filatelia,
numismática, correos y telégrafos, oficina de información; monumentos, museos y galerías pontificios; servicios técnicos, edificios, instalaciones, mantenimiento, superintendencia, restauración
y teléfonos; Radio Vaticana; servicios económicos; servicios
sanitarios; Observatorio de Castelgandolfo; estudios e investigaciones arqueológicas; dirección de las villas pontificias de Castelgandolfo y servicio civil de vigilancia.
CASI TAN BUENO COMO JESUCRISTO
Sin haber sido sacerdote ni ostentado ninguna dignidad eclesiás
tica, la figura de Bernardino Nogara es, sin duda, una de las más
importantes —y desconocidas— de la historia del catolicismo,
equiparable a la de santos y papas de todas las épocas. De su in
fancia se sabe poco, tan sólo que se educó en una familia muy re
ligiosa, con varios hermanos sacerdotes y uno conservador de los
Museos Vaticanos. Su profesión original era la de ingeniero, que
estudió en el Politécnico de Milán, cuna de algunos de los más
brillantes empresarios italianos de la época. Al finalizar sus estu
dios trabajó en prospecciones de todo el mundo.
Tras su período en la industria minera, Nogara pasó a encargarse
de la delegación en Estambul de la Banca Commerciale Italiana, la
Societá Commerciale d'0rientale, con rango de vicepresidente. Fue
aquí donde empezó a dar muestras de una habilidad diplomática poco
común, siendo su gestión del agrado tanto de
las tropas de ocupación británicas como de los propios turcos.
Posteriormente se trasladó a Alemania para dirigir la reestructu
ración y saneamiento del Reichbank. Fue durante ese período cuando
se afianzó como banquero, realizando una serie de audaces
operaciones de ingeniería financiera que fueron la admiración de
propios y extraños.2
2. Martin, Malachi, op. cit.
Nogara acudía a misa a diario e interrumpía su jornada laboral
para la oración del ángelus y del rosario. Muchos de los que
trabajaban a su lado creían erróneamente que era sacerdote. Además
de brillante banquero, Nogara tenía en el Vaticano fama de uommo di
fiducia (hombre de confianza), era una persona sumamente discreta
y diligente a la que se le podían encargar tareas delicadas y/o
confidenciales. (Era un secreto a voces que había asesorado a
Gasparri en los aspectos estrictamente económicos del Tratado de
Letrán.) Además, era milanos como el papa.
Desde que fue elegido en 1922, Pío XI había intentado rodearse de
un grupo de milaneses en cuya lealtad pudiera confiar al cien por
cien: el maestro de cámara Caccia-Dominioni, su hermano, el conde
Ratti, Giuseppe Colombo y Adelaida Coara, prominentes miembros de
la organización Acción Católica. Este favoritismo fue en aumento
cuando el papa estuvo en condiciones de iniciar obras dentro y fuera
de la Santa Sede, cuyas contratas iban a parar casi
indefectiblemente a empresas de Milán, circunstancia que incluso fue
reflejada en su día por el embajador británico en el Vaticano. El
arquitecto milanos Giuseppe Momo recibió los encargos de tres de
las construcciones más ambiciosas de este nuevo período: el palacio
del Governatorato —del que ya hemos hablado—, la estación de
ferrocarril y el colegio etíope.
Los colaboradores de Nogara le consideraban un sujeto un poco
amanerado. Siempre iba sobria pero impecablemente vestido y su característica más notable era una inteligencia fuera de lo
común: hablaba con fluidez ocho idiomas, tenía una memoria fotográfica y una enorme capacidad de cálculo mental.
La reunión en la que Nogara accedió a hacerse cargo de la
Administración Especial de la Santa Sede es tal vez una de las po
cas que no figuran registradas en el calendario papal. Para aceptar, tan sólo le puso una condición a Pío XI: en ningún momento
tendría que atenerse a criterios doctrinales o religiosos a la hora
de realizar sus inversiones, ni habría clérigos en la institución.
Aparte, no se le pondría ninguna traba para invertir en cualquier
país que decidiese. Una vez logrados sus propósitos, Nogara abandonó
la tradicional política económica vaticana de tener «todos los
huevos en la misma cesta» y diversificó sus inversiones en
diferentes entidades bancarias, incluidas algunas suizas y
francesas, que pasaron a estar representadas en el staff de la Administración Especial.
El cuartel general de la Administración Especial de la Santa Sede
fue ubicado en la cuarta planta del palacio de Letrán, muy cerca de
los apartamentos papales. El trabajo de Nogara fue considerado de
tan vital importancia que se convirtió en el único funcionario del
Vaticano que tenía total libertad para acceder al pontífice a
cualquier hora del día. Durante 1930, la Administración Especial
operó en el máximo secreto y con una plantilla muy reducida, que en
ningún momento excedió las dos docenas de empleados. Nogara mismo
pasó a fijar su residencia en el propio Vaticano, concretamente en
un apartamento que a tal efecto le fue habilitado en el palacio del
Governatorato.
El único propósito de la organización sería generar beneficios para
restaurar el, durante tanto tiempo perdido, poder temporal de la
Iglesia.3 Nogara mantuvo su puesto hasta 1954, pero siguió
aconsejando al Vaticano hasta su muerte, en 1958. El cardenal
Spellman, con motivo del fallecimiento, dijo en 1959: «Después de
Jesucristo, lo mejor que le ha sucedido a la Iglesia ha sido Ber
nardino Nogara».4
3. Chernow, Ron, op. cit.
4. Yailop, David, En nombre de Dios, Planeta, Barcelona, 1984.
LA USURA NO ES TAN MALA
Hasta la fecha, la Iglesia había mantenido la prohibición oficial de
la usura (todas las ganancias obtenidas de prestar dinero eran
canalizadas hacia la Iglesia mediante prestamistas no cristianos que
trabajaban a comisión a cambio de adelantar el dinero del Vaticano).
Diversos concilios, como el de Nicea (325) u Orleáns (538),
condenaron severamente la práctica del préstamo con interés. El
III Concilio de Letrán (1179) fue mucho más lejos, decretando la
excomunión de los usureros y la prohibición de que fueran enterrados
en terreno sagrado. En el momento del Tratado de Letrán, la
definición de usura fue modificada para pasar a significar 'el
préstamo de dinero con tarifas desorbitadas'.
Nogara tuvo vía libre a todo tipo de transacciones financieras,
incluida la especulación bursátil y la participación en el accionariado de compañías cuyas actividades colisionaban con las enseñanzas doctrinales de la Iglesia, desde fabricantes de armamento a
preservativos. Todo ello podía ser condenado desde los pulpitos,
pero sus dividendos, gracias a las actividades de Nogara,
contribuían a llenar las arcas de San Pedro.
Mucho de lo que sabemos de Bernardino Nogara nos ha llegado a
través de su propio puño y letra. Los comúnmente llamados Diarios
de Bernardina Nogara son, en realidad, un detallado y minucioso
registro de todas y cada una de las audiencias que
mantuvo con Pío XI entre 1931 y 1939, que fueron muchas, ya que el
pontífice y el financiero tenían por costumbre verse al menos una
vez cada diez días. Para hacernos una idea de la importancia de
Nogara, baste decir que sólo había cuatro personas en el Vaticano
que se entrevistaban con el papa más a menudo que Nogara: el
secretario de Estado, el subsecretario de Estado, el sostituto
(sustituto del secretario de Estado) y el secretario del Santo
Oficio (la actual Congregación para la Doctrina de la Fe). Gracias a
los diarios de Nogara sabemos no sólo del contenido de estas
conversaciones, sino de la naturaleza de las inversiones y
operaciones financieras del Vaticano durante aquel período.
El primer problema al que tuvo que enfrentarse Nogara al ocupar su
cargo fue el del cobro de la cantidad acordada con el gobierno
italiano. Como buen financiero, sabía que el pago inminente de una
suma tan importante colocaría de forma inmediata los presupuestos
nacionales italianos en números rojos,5 así que decidió posponer el
pago hasta el 1 de julio. Aun así, buena parte de la opinión pública
italiana, y no pocos políticos, temían la posible
desestabilización económica que podría traer consigo el pago al
Vaticano. Finalmente, Bonaldo Stringher, gobernador del Banco de
Italia, convenció a Nogara para que el pago se realizase
escalonadamente entre junio de 1929 y diciembre de 1930. Pese a
todo, los mercados bursátiles italianos se resintieron.
Aunque la gestión de Nogara internacionalizó las finanzas de la
Santa Sede, Italia continuó siendo su territorio de actuación
prioritario. El Vaticano se convirtió en uno de los motores de la
economía italiana. Se calcula, por ejemplo, que tan sólo las ope
raciones inmobiliarias que se emprendieron en el Vaticano y sus
alrededores en 1930 generaron unos tres mil empleos directos.6
5. La cantidad acordada en el Tratado de Letrán suponía un 3,7 por
100 del presupuesto italiano de aquel ejercicio.
6. «Due giorni in Vaticano», La Stampa, 16 de noviembre de 1931.
EL MILAGRO DEL DINERO
Una de las operaciones más exitosas de Nogara fue la compra de
Italgas, compañía energética propiedad de Rinaldo Panzarasa, que
estaba pasando una aguda crisis financiera. Bajo la nueva di
rección del Vaticano, pronto las llamas de Italgas calentaron los
hogares, iglesias y burdeles de treinta y seis ciudades italianas.7
A Italgas le siguieron la Societá Italiana della Viscosa, La
Supertessile, la Societá Meridionale Industrie Tessili y La
Cisaraion, que fueron unidas en el holding CISA-Viscosa, que dirigió
el barón Francesco María Odesso.
Aparte de esto, Nogara y sus hombres se sentaron durante un breve
período en los consejos de administración de las compañías
italianas más importantes, como el Istituto de Crédito Fondiciario
(un banco), Assicurazioni Generalli (la compañía de seguros más
importante de Italia), la Societá Italiana per le Strade Ferrate
Meridionalli (que desde la nacionalización de los ferrocarriles
italianos en 1907 era un importante holding de industrias eléctricas
y electrónicas), el Istituto Romano di Beni Stabili (una compañía
inmobiliaria), la Societá Eleptrica ed Electrochimica della Caffaro
(electricidad e industria química), la Societá per 1'Industria
Premolifera (petroquímica), la Societá Mineraria e Metallurgica di
Pertusola (minas), la Societá Adriatica di Eleptricitá (suministro
eléctrico) y Cartiere Burgo (una importante industria papelera).
Para sí mismo, Nogara se reservó la presidencia de una de las
compañías constructoras de más relieve del mundo, la Societá
Genérale Immobiliare (SGI).
7. Cooney, John, op. cit.
Pero Nogara no sólo era un hábil financiero, sino un extraor
dinario diplomático que convenció al Duce de que la Administración
Especial de la Santa Sede, por muchas empresas que poseyera, venía a ser una especie de obra social de la Iglesia, por lo que
las exenciones fiscales recogidas en las cláusulas 29, 30 y 31 del
concordato debían serle aplicadas sin restricción.8
8. Burguess, Anthony, Earthly Powers, Carroll & Graf Publishers,
Nueva York 1994.
La habilidad negociadora de Nogara frente al gobierno italiano
parecía no tener límite. Tras el crack de 1929, gran parte de las
inversiones vaticanas en diversas entidades bancarias —el Banco de
Roma, el Banco dello Spirito Santo y el Sardinian Land Credit
principalmente— corrían un serio peligro. Nogara consiguió vender
los intereses del Vaticano en estas entidades a un organismo
gubernamental: el Istituto di Ricostruzione Industríale (una
institución creada por el fascismo y que serviría de modelo para el
Instituto Nacional de Industria español) no a su depreciado valor
actual, sino por su valor original. El Vaticano obtuvo de esta
operación unos 630 millones de dólares que salieron directamente
del gobierno italiano.
Estas nuevas concesiones financieras de Mussolini no se debían en
absoluto a la generosidad del dictador. La donación de Letrán había
convertido al Vaticano en uno de los arbitros de la economía
italiana, y Mussolini sabía que cualquier signo de inestabilidad
en la Santa Sede podría precipitar una crisis financiera. Algún
autor ha mencionado además que Nogara era amigo personal de
Mussolini, aunque sobre este particular no existe evidencia sólida
alguna.
En 1935 Italia invadió Etiopía y las empresas controladas por Nogara
y financiadas por el Vaticano (Reggiane, Compagnia Nazionale
Aeronáutica y Breda) se convirtieron en los principales proveedores
de armas y municiones del Ejército italiano. Incluso se ha apuntado
que el papa financió personalmente la invasión mediante un préstamo.
Para aquel entonces, el Vaticano ya había
multiplicado de forma sorprendente el monto de la donación ori
ginal de Mussolini. Anthony Burguess lo describe de forma muy
gráfica: «La velocidad a la que el Vaticano se había enriquecido era
positivamente obscena, tan innatural como una filmación a cámara
rápida en la que se ve en pocos segundos cómo una semilla de
mostaza se convierte en un árbol con pájaros cantando en sus
ramas».9
9. Ibid.
Nogara había edificado un impresionante edificio financiero que
hacía que verdaderos ríos de dinero fluyeran hacia Roma desde todos
los rincones del país. Uno de los temas en los que había puesto
mayor cuidado era en sustraer todo este monumental flujo de
riquezas al escrutinio público. Para ello, creó un complejo
entramado de bancos y compañías de forma que el dinero nunca iba
directamente hacía la Santa Sede, sino que terminaba en depósitos
secretos de bancos suizos. Sólo Bernardino Nogara, el papa y un
puñado más de personas conocían el verdadero alcance de las
riquezas del Vaticano. Los demás se tenían que contentar con
conjeturar con cifras que la mayor parte de las ocasiones estaban
muy lejos de una realidad tan imponente que resultaba difícil de
imaginar.
Con todo, y siendo muy importante, el imperio de Nogara no iba a ser
ni mucho menos la única fuente de financiación en este nuevo y
próspero Vaticano. En Alemania, aquel Adolf Hitler que con tan
buenos ojos había visto el acuerdo entre Mussolini y la Santa Sede
se había convertido en canciller y estaba sumamente interesado en
llegar a un acuerdo con el Vaticano. No en vano, el que antaño fue
nuncio en Alemania estaba destinado a ser pronto el nuevo papa.
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