HACIENDO BALANCE. EL VATICANO Y LA POSGUERRA

Tras la Segunda Guerra Mundial, el panorama político italiano se vio marcado por la importantísima influencia que adquirió el Partido Comunista. Esta circunstancia amenazó la situación de privilegio que hasta entonces había tenido el Vaticano, que defendió sus intereses con la ayuda de dos aliados muy poderosos: la recién creada Central de Inteligencia Americana (ClA) y el Partido Democratacristiano, estrechamente vinculado con la mafia.

La guerra dejó a Italia en una más que precaria situación económica. Los años de contienda y los combates en suelo italiano que trajo la invasión aliada tuvieron un efecto devastador sobre el tejido empresarial y las infraestructuras del país. Lógicamente, ese efecto se dejó sentir también en las finanzas del Vaticano, ya que a pesar del celo de Bernardino Nogara, que se había esforzado en diversificar e internacionalizar las inversiones de la Santa Sede, lo cierto es que la mayor parte del dinero vaticano estaba invertido en Italia,! sobre todo en empresas y sectores nacionalizados 1 controlados por el fascismo.

 

Afortunadamente, el Vaticano no tenía especiales problemas con las fuerzas de ocupación, si exceptuamos su interés por poner fuera del alcance de la ley a los peores criminales de guerra. A fin de cuentas, la actitud de la Santa Sede había sido suficientemente ambigua como para que los estadounidenses no tuvieran ningún contencioso de gravedad con Pío XII.2

Más importante aún es que el Vaticano conservaba su soberanía pese a la guerra y la ocupación. En ningún momento de la contienda la integridad territorial vaticana se vio comprometida, salvo por alguna bomba aliada caída en la estación de ferrocarril de la Santa Sede.3

 

1. Martín, Malachi, op. cit.

2. Jones, Tobías, The Dark Heart ofitaly, North Point Press, Nueva York, 2003.

3. Woolner, David B. y Kunal, Richard G., FDR, The Vatican, ana the Román Catholic Church in América, 1933-1945 (The Worid of the Roosevelts), Palgrave McMillan, Nueva York. 2003.

 

La principal preocupación de Pío XII durante la posguerra fue mantener ese statu quo y que los acuerdos de Letrán —y con ellos la soberanía de la Santa Sede— permanecieran intactos. Por otro lado, el papa era plenamente consciente del curso que comenzaba a tomar la historia occidental, lo que le llevó a iniciar un proceso de reconciliación con la sociedad seglar. Esto obligó a la Iglesia a abrirse —relativamente— a la realidad de su tiempo, marcada por la guerra fría, la revolución colonial y el fortalecimiento a escala mundial de los planteamientos antiimperialistas y de izquierda.

Otro de los dolores de cabeza que por aquellos días tenía el Vaticano era las políticas marcadamente antirreligiosas que se estaban aplicando en una Unión Soviética más fuerte que nunca tras salir victoriosa de la Segunda Guerra Mundial. La secretaría de Estado vaticana hizo gestiones ante la diplomacia norteamericana para que Estados Unidos intercediera ante Stalin a favor del establecimiento de la libertad de culto en la Unión Soviética, gestión que resultó infructuosa.4

Entre 1945 y 1948 una nueva nación italiana emergió del desastre del fascismo y de la guerra. El 2 de junio de 1946, un referéndum suprimió la monarquía, instaurando en Italia la república: de poco había servido la tardía abdicación de Víctor Manuel III en su hijo Humberto II, cuyo reinado apenas llegó al mes; un año después quedaba aprobada la nueva Constitución. El papa no hizo nada por defender la monarquía italiana. El 29 de mayo de 1946, pocos días antes del referéndum. Pío XII habló con el director de La Civiltá Cattolica y le aseguró que no era contrario a la república, saliendo como garante de la misma ante los miembros más escépticos de la jerarquía eclesiástica:

Mirad los concordatos firmados con los lánder alemanes inmediatamente después de la guerra, mirad la república de Weimar en Alemania [...]. Ved cómo un Estado regido por una forma republi cana y con un fuerte partido de centro ha firmado concordatos satisfactorios. Si esto ha pasado en Alemania, también puede pasar en Italia, que tiene una tradición afín a la alemana.

Los democratacristianos, los comunistas y los socialistas se convirtieron en los principales partidos políticos del país. Los co munistas habían desempeñado un importantísimo papel en la resistencia, y un eventual gobierno de este signo era la única preo cupación del Vaticano en cuanto a una posible variación del Tratado de Letrán.

4. Tittman, Haroíd H., Inside the Vatican of Pius XII: The Memoir of an American Diplomat During Worid War 11, Image Books, Nueva York, 2004.


LA AMENAZA ROJA
Los comunistas italianos eran fuertes y no sentían especial cariño hacia el Vaticano. Su líder y fundador, Palmiro Togliatti, tenía una biografía muy intensa: detenido en varias ocasiones durante el fascismo, huyó a Francia en 1926. Fue secretario general del Partido Comunista italiano desde 1927 y uno de los secretarios del Komintern, actuando en España bajo los seudónimos de Alfredo y Ercole Ercoli. Pasó la mayor parte de la guerra en Moscú como invitado personal de Stalin y dirigiendo emisiones radiofónicas a la resistencia italiana. En las elecciones de 1948 se perfilaba como el gran favorito para alzarse con el triunfo.

 

Orador excepcional, hablaba de convertir Italia en la nación de los traba jadores y daba esperanza a un pueblo castigado por la pobreza. Togliatti, que había participado en los gobiernos de concentración nacional previos a la instauración de la república, no sólo suponía un peligro para los intereses diplomáticos del Vaticano en Italia, sino también para los económicos, ya que abogaba por la nacionalización de las empresas del Instituto de Reconstrucción Industrial, en las que la Santa Sede tenía importantes inver siones. Además, existía un peligro añadido: el gran número de armas que habían quedado en manos de los antiguos partisanos y que daban a los comunistas un poder que no tenían otras formaciones políticas.

En la nueva Italia, con una más que endeble tradición democrática, el Vaticano iba a tener una influencia decisiva en muchos aspectos políticos.5 Para empezar, Bernardino Nogara, a través de una agencia denominada Acción Católica, dirigida por el doctor Luigi Gedda —uno de los enlaces, junto al cardenal Spellman, entre la CÍA y la Santa Sede—, se encargó de que a la Democracia Cristiana no le faltaran fondos gracias a una financiación procedente de las arcas de la Santa Sede. Claro que siendo el más importante, el Vaticano no era, ni mucho menos, el único mecenas de Acción Católica.

5. Geppert, Dominik, The Postwar Challenge: Cultural, Social and Political Change in Western Europe, 1945-1958 (Studies of the Germán Histórica! Instituto, London), Oxford University Press, Oxford, 2003.

Tanto o más que el papa, el gobierno de Estados Unidos estaba preocupado por el relevante papel del Partido Comunista en la vida política italiana, la organización comunista más importante en ese momento fuera del Imperio soviético. Sabiendo que la Democracia Cristiana era la única baza viable que podían interponer para evitar el eventual ascenso de los comunistas al poder, el gobierno estadounidense envió importantes remesas económicas a Acción Católica.6 Todo este apoyo, más una campaña de reclutamiento casa por casa, se tradujo en que Acción Católica alcanzase en poco tiempo los cinco millones de afiliados.

 

6. Cooney, John, op. cit.



HOLLYWOOD Y LOS CABALLEROS DE MALTA
Mientras, en Estados Unidos la Iglesia católica comenzó una campaña mediante panfletos y homilías dictadas desde los pulpitos en las que se urgía a los italoamericanos a que aconsejasen a sus familiares en Italia que votaran en contra de los comunistas. La campaña democratacristiana contó con el apoyo de celebridades de Hollywood como Frank Sinatra, Bing Crosby o Gary Cooper, que, a través de la radio, pedían abiertamente el voto para el partido de Alcide de Gasperi.

En este empeño también colaboraron los servicios de inteligencia estadounidenses, primero la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) y después, tras la desaparición de este organismo, la CÍA. El papa Pío XII y varios miembros de la curia pidieron a Ja mes Jesús Angleton, jefe de la oficina romana de la OSS, que colaborara con la cruzada anticomunista de la Iglesia y la Democracia Cristiana. Angleton, católico practicante, usó todos los recursos a su alcance para favorecer al partido de la Iglesia. Además, se le había concedido acceso pleno y directo al incomparable servicio de información con que contaba el Vaticano en Italia. Cada párroco y sacerdote informaba sobre las actividades de los comunistas en sus respectivas parroquias. El Vaticano evaluaba la información, se la pasaba a Angleton y éste la enviaba puntualmente a Washington.

Durante los siguientes años, una gran cantidad de dinero pro cedente de los fondos reservados del gobierno norteamericano fue canalizada hacia la Santa Sede bajo el epígrafe de «consolidación de actividades anticomunistas en Europa occidental». Esta operación se realizó gracias a la intermediación del cardenal Francis Spellman, que ya había actuado durante la guerra como mediador entre el Vaticano y la Casa Blanca, en especial durante una infructuosa negociación para evitar el bombardeo de Roma. A petición de los estadounidenses, hizo especial hincapié en que toda la operación estuviera presidida por el mayor de los secretos, ya que la carrera política del presidente Harry Truman podría verse seriamente afectada si en Estados Unidos se supiera que había financiado al Vaticano.

No es de extrañar que Angleton terminara recibiendo una condecoración de la Orden de Malta por los servicios prestados al catolicismo.7 Cabe señalar la estrecha relación que tradicional mente ha habido entre la Orden de Malta y la CÍA, habiendo sido algunos de los más altos directivos de la segunda miembros de la primera. Los directores de la CÍA John McCone y William Casey fueron caballeros de Malta. Al también director de la agencia William Coiby se le ofreció en su día ser caballero, honor que declinó.

7. Baigent, Michael, Leigh, Richard y Lincoln, Henry, El legado mesiánico, mr ediciones, Madrid, 2005.

Originalmente conocidos como los Caballeros del Hospital de San Juan de Jerusalén y como los Caballeros de Rodas, esta orden militar se estableció en Malta después de que el emperador Carlos I les cediera la isla en 1530. En un principio, la Orden de Malta era pacífica y religiosa y se denominaba Orden de San Juan. Estaba compuesta por frailes benedictinos que a mediados del siglo xi daban cobijo a toda clase de enfermos y peregrinos en un hospital de Jerusalén, construido por comerciantes italianos. El beato Gerardo, un italiano procedente de Amaifi, dirigía aquella congregación humanitaria. Su único vestido consistía en una túnica negra (la de los benedictinos) que llevaba cosida una cruz blanca en el pecho. Esa cruz de ocho puntas provenía de un escudo de la ciudad natal del padre Gerardo.

La invasión de la isla por las tropas de Napoleón en 1798 marcó el fin del dominio de los caballeros, que desde entonces han vagado durante dos siglos en una interminable diáspora; son ciudadanos de un Estado sin tierra. En la actualidad, la orden ocupa un discreto edificio en el Vaticano, admite damas al igual que caballeros y ha adoptado el nombre de Soberana Orden Militar de Malta. Durante los siglos xx y xxi, la Orden de Malta ha aglutinado a algunos de los personajes más influyentes de la historia reciente: Franz von Papen, que convenció al presidente Hindenburg de que dimitiera, convirtiendo a Hitler en dirigente de Alemania; el general Reinhard Gehien, una de las piezas clave de los servicios de inteligencia del Tercer Reich, colaborador indispensable en la creación de la CÍA tras la Segunda Guerra Mundial y director de los servicios de inteligencia de la República Federal de Alemania; el general Alexander Haig, uno de los principales diseñadores de la política exterior estadounidense durante las administraciones de Richard Nixon y Ronaid Reagan; Alexander de Marenches, antiguo jefe de los servicios de inteligencia franceses; Otto von Hapsburg, uno de los miembros más influyentes de la nobleza europea; Licio Gelli, Roberto Calvi y Michele Sindona, tres personajes clave en la historia reciente de la Santa Sede de los que se hablará en los próximos capítulos.

Entre sus miembros se cuenta también su majestad el rey don Juan Carlos de Borbón y muchos representantes de la nobleza española, como Hugo 0'Donnell, conde de Lucena, empresarios como Giovanni Agnelli o políticos como Valéry Giscard d'Estaing.

Ni que decir tiene que sería pecar de imprecisión y sensaciona lismo presentar la Orden de Malta como una mera tapadera de la CÍA. La orden realiza una meritoria actividad filantrópica y de obra social por la que es conocida y respetada a escala mundial.
 


LA ALTA MAFIA
En Italia, el ataque al comunismo desde los pulpitos fue mucho más virulento. Se dijo a los feligreses que votar a los comunistas suponía estar en pecado mortal, que era incompatible con la condición de católico e incluso se llegó a negar los sacramentos a quienes no atendiesen las directrices de la Iglesia en este sentido.

Mucho más grave fue la alianza en Sicilia entre la Democracia Cristiana y la mafia, una unión que comenzó a írsele de las manos a los políticos en el momento en que los mafiosos empezaron a hablar el lenguaje que mejor dominaban: el de las pistolas. Cuando los comunistas ganaron las elecciones en Portella della Ginestra, los mafiosos Salvatore Giuliano y Gaspare Pisciotta lideraron un grupo de asesinos cuya misión era dejar bien clara su opinión sobre los resultados electorales. El balance fue una docena de muertos y más de cincuenta heridos. Las elecciones tuvieron que repetirse y, esta vez sí, la Democracia Cristiana se alzó con una más que holgada victoria. Años después, cuando Pisciotta declaraba ante los tribunales, dijo a propósito de la masacre:

«Éramos un solo cuerpo: bandidos, policía y mafia, como Padre, Hijo y Espíritu Santo».8

8. DiFonzo, Luigi, Michele Sindona, el banquero de San Pedro, Planeta, Barcelona, 1984.

 

Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, la mafia se había convertido en un Estado dentro del Estado. Sus tentáculos ya no abarcaban sólo Sicilia, sino casi toda la estructura económica de Italia, y de usar escopetas de cañón re cortado pasaron a disponer de un armamento más expeditivo: revólveres del calibre 357 Magnum, fusiles lanzagranadas, bazukas y cargas explosivas.

La alianza con la Democracia Cristiana supuso un verdadero salto de gigante para los mafiosos, a los que se les abrían las puertas de esferas de poder hasta el momento inalcanzables e impensables para ellos. Esto no quiere decir que ni el Vaticano ni los de mocratacristianos apoyaran o estuvieran a favor de los métodos mafiosos, pero sí que comprendían que en Sicilia o colaborabas con la mafia o cualquier pretensión de hacer negocios o política resultaba vana. Fue así como nació la que sería conocida como Alta Mafia o Mafia Política. Llegó un momento en que toda el ala derecha de la Democracia Cristiana estuvo dominada por políticos vinculados con esta organización, una situación que llevó no sólo a la corrupción de la vida política italiana, sino también a la infiltración en la industria y la banca de toda una generación de hombres con flamantes expedientes académicos y fuertes conexiones con la mafia que acabaron por llegar hasta la Santa Sede.

Poco antes de las elecciones de 1948 se convocó, a iniciativa del cardenal Montini, una multitudinaria manifestación que reunió a cientos de miles de católicos en la plaza de San Pedro. Los cronistas de la época narran que la multitud se extendía por via Conciliazione y llegaba hasta la otra orilla del Tíber, al igual que las inmensas colas de fieles que se congregaron en su día para dar el último adiós a Juan Pablo II. Pío XII, más que un discurso o un mensaje pastoral, pronunció una verdadera arenga, más propia de las cruzadas que de la víspera de unas elecciones. Sus palabras llegaron a toda Italia a través de la radio.

Afortunadamente para la Santa Sede, la campaña anticomunista fue un clamoroso éxito y la Democracia Cristiana, bajo la dirección de Alcide de Gasperi, dio la vuelta a todos los pronósticos y accedió al gobierno en 1948, convirtiéndose Togliatti en el líder de la oposición. Giulio Andreotti hablaba de como la victoria había sobrepasado con mucho las expectativas de los propios socialdemócratas: «La victoria fue mucho mayor de lo que esperábamos. Fue la única vez que nosotros, los democratacristianos, tuvimos mayoría absoluta en el Parlamento». La CÍA también sacó sus propias conclusiones de la victoria electoral: «Bien, fue muy gratificante —explica el antiguo agente de la CÍA Mark Wyatt—. Desconocíamos en aquel tiempo que habíamos llevado a cabo la primera acción política, el primer programa encubierto de acción política en la historia de la inteligencia norteamericana, al que seguirían muchos, muchos más».9

 

9. Declaraciones a la CNN.
 


EL MILAGRO ECONÓMICO
De Gasperi era un devoto católico de misa y comunión diana —se definía a sí mismo como «católico, italiano y demócrata, por este orden»—, así que no había peligro de que pusiera en marcha ninguna iniciativa contraria a los intereses del Santo Padre. En una misiva dirigida a la que más tarde se convertiría en su esposa, Francesca Romani, decía: «La personalidad del Cristo viviente me empuja, me esclaviza y me conforta desde que era un niño. Vamos, te quiero conmigo para que experimentes la misma clase de atracción a través de un abismo de luz».10

 

10. Johnson,Paúl, op. cit.

 

Para los comunistas, la lealtad democrática de De Gasperi era inapelable. Había sido un furibundo opositor a Mussolini y por ello había terminado en la cárcel. Tras la firma del Tratado de Letrán fue puesto bajo la custodia de la Santa Sede y desde entonces, y hasta el final de la contienda, estuvo confinado en el Vaticano, desempeñando un puesto de empleado en la biblioteca. Ante el tribunal fascista que le condenó dijo: «Es el mismo concepto de Estado fascista el que no puedo aceptar. Existen derechos naturales sobre los que el Estado no puede pasar». De Gasperi fue uno de los grandes actores de la política italiana hasta su fallecimiento en 1954.

Puso especial interés en el crecimiento industrial, la reforma agrícola y en estrechar la colaboración con Estados Unidos y el Vaticano. Gracias a la importantísima ayuda económica de los estadounidenses, Italia experimentó una recuperación económica sin precedentes que se tradujo en un rápido desarrollo industrial y en un claro aumento del nivel de vida de los italianos. Italia pasó a formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en 1949, de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951, fue aceptada como miembro de la ONU en 1954 y entró en el Mercado Común Europeo en 1958.

Como resultado de los fondos estadounidenses del Plan Marshall, que fluyeron con total libertad hacia Italia una vez superada la amenaza de un gobierno comunista, empresas que prácticamente eran propiedad de la Santa Sede, como Italgas, fueron re flotadas sin coste alguno para las arcas vaticanas. A través de Italgas, precisamente, el Vaticano se hizo con el control de la principal empresa telefónica del país, la Societá Finanziaria Tele fonía. El Vaticano fue, sin lugar a dudas, el mayor y más claro beneficiario del milagro económico italiano. Las empresas del Vaticano experimentaron el mismo crecimiento que el producto interior bruto del país.

La Santa Sede se convirtió, además, en el principal accionista de algunos de los mayores bancos, como el Banco de Roma, Banca Commerciale Italiana, Crédito Italiano y el prestigioso Banco Ambrosiano de Milán. También se hizo con la mayor parte del accionariado de la prestigiosa Montedison y del consorcio Finsader, que incluía a la empresa automovilística Alfa Romeo. Se puede decir, sin temor a ser inexactos, que en aquella época no había sector de la economía italiana, de la hostelería a la industria textil, del comercio a la industria editorial, en el que no estuviesen presentes de forma importante las inversiones del Vaticano.

Tampoco se descuidó el mercado internacional, el Vaticano se encontraba presente en el accionariado de firmas como General Motors, Gulf Oil, Bethlehem Steel, IBM y el conocido complejo inmobiliario Watergate de Washington, entre otras. Esta última adquisición se verificó tras una de las mayores operaciones financieras de la historia vaticana, la toma del control del gigantesco conglomerado que era la Societá Genérale Immobiliare, una de las empresas inmobiliarias más importantes del mundo.

Claro que algunas de aquellas inversiones podían resultar ciertamente embarazosas. Cuando en 1968 Pablo VI invocaba la cólera de Dios contra los anticonceptivos en su encíclica Humanae vitae, probablemente no estaba informado de que los intereses económicos de la Santa Sede incluían la participación en el Instituto Farmacológico Serono, fabricante de las Lateólas,11 las pildoras anticonceptivas más consumidas en Italia. Tampoco resultaba fácil de justificar moralmente su participación en el accionariado de Beretta de Armamentos.

 

11. Yailop, David, op. cit.

De Gasperi apoyó la idea de una confederación europea, con voluntaria limitación de las soberanías nacionales en su favor. Presidente del Movimiento Europeo, trabajó para el Consejo de Europa e impulsó la Comunidad Europea de Defensa. La victoria de la Democracia Cristiana y los veinte años que permaneció este partido en el poder aseguraron al Vaticano que nada variase en el trato de privilegio que recibía del gobierno italiano. La Santa Sede había vencido al socialismo, al fascismo y al comunismo. Los políticos y los regímenes pasaban, pero el Vaticano permanecía inamovible. Es posible que los Estados Pontificios fueran cosa del pasado, pero, en cierto modo, el papa volvía a controlar Italia a través de su brazo político, la Democracia Cristiana.
 


LA PROFECÍA DE SAN MALAQUÍAS
Mientras todo esto sucedía, el carácter del pontífice se iba haciendo progresivamente más místico y ascético. Sus horas de sueño se fueron reduciendo al mínimo imprescindible (se cuenta que apenas dormía cuatro horas al día), trabajaba sin parar, escribiendo a máquina él mismo sus propios discursos y comunicaciones apostólicas y recorría los pasillos del Vaticano apagando las luces a su paso: «No puedo permitirme derrochar los fondos de los fieles», solía decir. Su afán economizador le llevó a prohibir que se pegasen, sellasen o grapasen los sobres que contenían las comunicaciones internas de la Santa Sede a fin de que pudiesen ser reutilizados.

 

Incluso sus últimas voluntades fueron guardadas en un sobre previamente usado.12 Pasaba buena parte del día orando y los únicos placeres que se permitía eran las óperas de Wagner y su canario Gretchen, que cada mañana salía de la jaula y se posaba en su brazo antes de volar hasta la mesa preparada para el desayuno. Parecía claro que el pontífice había emprendido el camino de la santidad. Tanto es así que incluso se produjo un documental, «Pastor Angelicus», sobre su vida.

 

12. Frattini, Ene, Secretos vaticanos. De San Pedro a Benedicto XVI, Edaf, Madrid, 2005.

 

El título de esta obra es importante, pues hace referencia al lema que le correspondía a Pío XII según la profecía de san Malaquías, y el hecho de que no fuera corregido o desautorizado por el papa nos habla de su creencia en los vaticinios de este santo irlandés.

San Malaquías nació en Armagh, Irlanda, en 1094. En 1132 fue elevado a la primacía de Armagh. Se le atribuyen muchos milagros, pero por lo que más se le recuerda es por su don profetice. La más famosa de sus profecías es la referente a los papas, aunque no hay certeza de su autenticidad. Está compuesta de «lemas» para cada uno de los 112 papas, desde Inocencio II, elegido en 1130, hasta el fin del mundo. Estos lemas descriptivos de los papas pueden referirse a un símbolo de su país de origen, a su nombre, su escudo de armas, su talento o cualquier otra cosa. Los lemas correspondientes a los papas cuyos pontificados se tratan en este libro son:

• 105: Fides intrépida (La fe intrépida). Pío XI (1922-1939).
• 106: Pastor angelicus (Pastor angélico). Pío XII (1939-1958).
• 107: Pastor et nauta (Pastor y navegante). Juan XXIII (1958-1963). Juan XXIII fue cardenal de Venecia, ciudad de navegantes, y condujo la Iglesia al n Concilio Vaticano.
• 108: Flosflorum (Flor de las flores). Pablo VI (1963-1978). Su escudo contiene la flor de lis (la flor de las flores).
• 109: De medietate lunae (De la media luna). Juan Pablo I (1978-1978). Su nombre era Albino Luciani (luz blanca). Nació en la diócesis de Belluno (del latín bella luna). Fue elegido el 26 de agosto de 1978. La noche del 25 al 26 la luna estaba en media luna. Murió tras un eclipse lunar. También su nacimiento, su ordenación sacerdotal y episcopal ocurrieron en noches de media luna.
• 110: De labore solis (De la fatiga o trabajo del sol). Juan Pablo II (1978-2005). Sobrellevó un trabajo extraordinario y extenso.
• 111: Gloria olivae (La gloria del olivo). Benedicto XVI (2005). Toma su nombre de san Benito y Benedicto XV. Los benedictinos tuvieron una rama llamadados olivetans. Benedicto XV destacó por sus esfuerzos por lograr la paz durante la Primera Guerra Mundial.
• 112: Petrus romanus (Pedro el romano), que sería el último papa, ya que en su reinado ocurriría el fin del mundo: «En la persecución final de la Santa Iglesia romana reinará Petrus Romanus (Pedro el romano), que alimentará a su rey en medio de muchas tribulaciones. Después de esto, la ciudad de las siete colinas será destruida y el temido juez juzgará a su pueblo. El Fin».

Más allá de lo profetizado por san Malaquías, lo cierto es que la fama de «santo en vida» de Pío XII se iba cimentando día tras día. Las personas más entusiastas afirmaban que se encontraba rodeado por el característico «olor de santidad», un perfume —generalmente a rosas— que se les atribuye a los santos como muestra inequívoca de su condición. Lo más probable es que el olor que notaban los visitantes fuera el de los pañuelos impregnados en antiséptico que, discretamente, le pasaba al pontífice su ayudante, la madre Pasqualina, que sabía de la condición de hipocondríaco de Pío XII.

 

El papa usaba estos pañuelos para no contagiarse con ningún germen durante las audiencias. Otra cosa era su fobia a las moscas, de las que pensaba que eran los agentes transmisores de la práctica totalidad de las enfermedades conocidas. Los visitantes de la Santa Sede se sorprendían al descubrir que no había rincón ni instalación que no contase con su trampa de papel matamoscas, colocada por orden expresa del pontífice. Por añadidura, los médicos del Vaticano tuvieron que bregar con dolores de muelas imaginados, arritmias inventadas, cólicos y anemias que aparecían y desaparecían con la misma facilidad, etc.

Pío XII falleció el 9 de octubre de 1958. Las exequias se vieron ensombrecidas por la rapidísima putrefacción del cadáver, que dio lugar a toda suerte de escenas grotescas y desagradables durante los funerales. Unas semanas más tarde, moría Bernardino Nogara. Este último fallecimiento apenas fue recogido por la prensa, aunque en términos de importancia para la historia vaticana era equiparable al del propio papa.

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EL PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII» Y JUAN XXIII


El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de la historia de la Iglesia, sorprende por el brusco giro de timón que supuso en lo que hasta el momento había sido la política del Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría producido de haber ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal Giuseppe Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de Gregorio XVII,

Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en 1904. Fue sargento médico y capellán durante la Primera Guerra Mundial, y en 1921 pasó a trabajar en la Sociedad para la Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del papa en Bulgaria, y más tarde fue destinado como delegado apostólico a Turquía y Grecia. No obstante, tenía fama de ser excesivamente progresista (era bien conocida su postura favorable a los matrimonios mixtos entre católicos y no católicos). Presente en la Hungría ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía perseguida. Antes de acabar la guerra, en 1944, fue nombrado nuncio en Francia.

A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se encontró con el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual que el cardenal, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que era imposible que cupiesen ambos. «Después de usted», le dijo cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le contestó el nuncio Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un interminable intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el Antiguo Testamento, y, sólo después, el Nuevo Testamento».

Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que para aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes clave de la política francesa de la época, como el líder del Partido Comunista, Maurice Thorez, y el líder del partido radical, Edouard Herriot. Su entendimiento fácil con los políticos de izquierda le convertía en el hombre perfecto a la hora de plantearse un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo.

En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le colocaba en una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los políticos de izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la enemistad de importantes personajes de la «nobleza negra», las familias de rancio abolengo que llevaban siglos medrando a la sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della Torre, director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.

 

Los servicios de inteligencia estadounidenses también miraban con recelo las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún secreto que Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre quién debería ser su sucesor. En este sentido, el candidato del papa había sido siempre el cardenal Siri.1 De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según la cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave celebrado en 1958.
 


HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión era Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de Bernardino Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las intrincadas complejidades que rodeaban las finanzas vaticanas.

El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Pero transcurrieron los minutos y ningún papa salió a los balcones a impartir su bendición. Esta curiosa circunstancia fue dada a conocer tanto por las radios como por los corresponsales de prensa que aquel día se arremolinaban en torno a la plaza de San Pedro.

 

1. Cooney, John, op. cit.

La Guardia Suiza fue desplegada para rendir honores al recién elegido pontífice. La muchedumbre, incluso, pudo ver a los car denales tras las ventanas del palacio Apostólico, algo no permitido si el cónclave todavía se encuentra reunido. Durante unos minutos todos pensaron que el nuevo papa había sido elegido, y el nombre de Giuseppe Siri estaba en boca de todos. Éste es el in forme emitido al respecto por la agencia Associated Press el 27 de octubre de 1958:

Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un nuevo papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de media hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los 200.000 romanos y turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice. Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda Italia y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del Vaticano gritar exultante: «Ha sido elegido Papa».

Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in dica que aún no se ha llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día el humo salió de la chimenea. A mediodía, el humo, al principio, salió blanco pero rápidamente se tornó indiscutiblemente negro. Ésta era la prueba de que los cardenales no habían podido elegir en las dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco salió de la delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII.

Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que enfocaban la chimenea de la Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó la muchedumbre.

Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El presentador declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en ese momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice. Radio Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era blanco.

Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di Vignale, gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna das. La Guardia Palatina fue llamada y se les ordenó prepararse para ir a la basílica de San Pedro, ante el anuncio del nombre del nuevo Papa. Pero antes de que alcanzaran la plaza se les mandó que regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza también fue alertada.

Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo que la incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo negro lo que se había pretendido soltar. Dijo que había estado en otros tres cónclaves y nunca antes había visto un humo de color tan variado como el de ese domingo. Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera hacer de cara al lunes para que no se repitiera la situación.

Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores. Agitaban de modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes de los cardenales— les respondían desde detrás de las ventanas del palacio Apostólico. Posiblemente ellos también creían que se había elegido al Papa.

La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo común, cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse si el humo era realmente negro o blanco. La duda se extendió rápidamente. Muchos comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la confusión y el desconcierto. Los medios de comunicación de todo el mundo ya habían propagado la noticia de que se había elegido a un nuevo pontífice.

Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano, saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumenta ban, todos se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?».

Después de una media hora, las radios se limitaban a comentar que la respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el tiempo en el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría que reanudarse el lunes a las 10 de la mañana.2

 

2. The Houston Post, 27 de octubre de 1958.
 


«GREGORIO XVII»
Según los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de los cuales se encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams,3 toda esta confusión no se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella votación del cardenal Giuseppe Sin como papa, del que incluso se sabría el nombre que iba a elegir: Gregorio XVII. Sin embargo, un grupo de cardenales progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice alegando que su elección como papa supondría un baño de sangre en la Europa del Este. Para sostener esta teoría, cuyo fin habría que buscarlo en los intentos de los sectores ultraconservadores de la Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII, Williams se remite a diversos documentos desclasificados del Departamento de Estado estadounidense.4

La llegada de Juan XXIII a la Santa Sede supuso un auténtico cambio de rumbo. Angelo Roncalli se comportó siempre como un pastor, es decir, como un hombre en contacto directo con los demás y con sus problemas. Como papa rompió con todos los aislamientos: del pontífice con la curia, de la curia con la Iglesia y de la Iglesia con el mundo. El nuevo papa fue saludado con satisfacción desde el Kremlin, donde le veían como un «genuino socialista» con «manos de campesino».5

3. Williams, Paúl L., The Vahean Exposed: Money, Murder, ana the Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003.

4. Ibid.

5. Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.


La noche en que fue elegido papa, Juan XXIII le pidió al cardenal Nasalli que se quedara con él a cenar. Éste le respondió: «San tidad, la costumbre es que los papas coman solos». «Comprendo», replicó Roncalli, «que como papa tampoco van a dejarme hacer lo que me apetezca». «¿Puedo traer champán, Santidad?», le preguntó Nasalli. Y Juan XXIII contestó: «Sí, sí, espero que al menos eso no esté prohibido. Y, por favor, no me llame Santidad, que cada vez que lo dice me parece que me está tomando el pelo».

El nuevo papa pronto empezó a sufrir de frecuentes y violentas pesadillas fruto de las presiones de su cargo.6 Lo cual no es de extrañar, ya que en los primeros cien días de su pontificado tomó una serie de decisiones verdaderamente cruciales para el devenir de la Iglesia, como la de tener que escoger a alguien para el cargo de secretario de Estado —vacante desde 1944—, que finalmente recayó en el cardenal Domenico Tardini. Sin embargo, su decisión más significativa fue la convocatoria del II Concilio Vaticano, hecha pública el 25 de enero de 1959, tan sólo 89 días después de su elección como papa. También asombró a la curia al afirmar que la cruzada contra el comunismo había fracasado largamente, y ordenó a los obispos italianos que se mantuvieran «políticamente neutrales». La CÍA vio con espanto y preocupación como el papa ordenaba que el libre acceso al Vaticano de los agentes estadounidenses debía cesar. El temor de los norteamericanos se incrementó cuando supieron que Juan XXIII había comenzado a sembrar las semillas de una política de acercamiento al Este de Europa e intentaba un cauteloso diálogo con Nikita Krushchev, el líder soviético.


6. Frattini, Eric,op.cit.


AGGIORNAMENTO
De igual forma, Juan XXIII inició una eficaz purga que alejó del Vaticano a la vieja guardia de ultraconservadores que habían constituido la corte de Pío XII. Además, la convocatoria del II Concilio Vaticano supuso uno de los mayores impulsos reformadores de la historia de la Iglesia. El concilio constó de cuatro se siones: la primera de ellas la presidió el propio Juan XXIII en el otoño de 1962. (El papa no pudo ver la conclusión de sus trabajos, ya que falleció un año después.) Eas otras tres sesiones fueron convocadas y presididas por su sucesor. Pablo VI, que clausuró el concilio en 1965.

El II Concilio Vaticano fue el gran acontecimiento de la era moderna en el ámbito de la Iglesia católica. Se pretendió que fuera un aggiornamento (puesta al día) de la Iglesia, renovando los elementos que más necesidad tuvieran de ello y revisando el fondo y la forma de todas sus actividades.

En el campo de las relaciones del Vaticano con la política italiana, el breve pontificado de Juan XXIII supuso un vuelco definitivo en la situación. Durante este período el Partido Democratacristiano perdió definitivamente la posición de privilegio que había ostentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la muerte de Pío XII. En este caso, no estamos hablando de un apoyo meramente ideológico o espiritual, sino también económico. El nuevo pontífice no estaba ni mucho menos tan predispuesto como su predecesor a colaborar con la CÍA en el propósito de convertir a la Democracia Cristiana en el dique de contención del comunismo italiano. Ello, unido a otros factores, desembocó en la dimisión, el 2 de febrero de 1962, del primer ministro Amintore Fanfani, que dejaría paso a un gabinete de coalición entre la Democracia Cristiana y los socialistas de Pietro Nenni. Dio comienzo así una etapa de la política italiana conocida como la apertura alla sinistra (apertura a la izquierda), caracterizada por una sucesión de gobiernos de coalición entre democratacristianos e izquierdistas moderados.7

Las elecciones generales celebradas en Italia el 28 de abril de 1963 supusieron un descalabro para la Democracia Cristiana, que perdió 13 escaños, mientras que reafirmó el poder del Partido Comunista, que vio incrementada su cuenta electoral en 25 escaños, lo que le convirtió en una fuerza que empezó a ser tenida muy en cuenta a partir de ese momento en la política italiana.

7. Stearns, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton Muffín ComPany, Nueva York, 2001.

 

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