HACIENDO BALANCE. EL VATICANO Y LA POSGUERRA
Tras la Segunda Guerra Mundial, el panorama político italiano se vio
marcado por la importantísima influencia que adquirió el Partido
Comunista. Esta circunstancia amenazó la situación de privilegio que
hasta entonces había tenido el Vaticano, que defendió sus intereses
con la ayuda de dos aliados muy poderosos: la recién creada
Central de Inteligencia Americana (ClA) y el Partido
Democratacristiano, estrechamente vinculado con la mafia.
La guerra dejó a Italia en una más que precaria situación económica. Los años de contienda y los combates en suelo italiano que
trajo la invasión aliada tuvieron un efecto devastador sobre el tejido empresarial y las infraestructuras del país. Lógicamente, ese
efecto se dejó sentir también en las finanzas del Vaticano, ya que a
pesar del celo de Bernardino Nogara, que se había esforzado en
diversificar e internacionalizar las inversiones de la Santa Sede,
lo cierto es que la mayor parte del dinero vaticano estaba invertido
en Italia,! sobre todo en empresas y sectores nacionalizados 1
controlados por el fascismo.
Afortunadamente, el Vaticano no tenía
especiales problemas con las fuerzas de ocupación, si exceptuamos
su interés por poner fuera del alcance de la ley a los peores
criminales de guerra. A fin de cuentas, la actitud de la Santa Sede
había sido suficientemente ambigua como para que los estadounidenses
no tuvieran ningún contencioso de gravedad con Pío XII.2
Más importante aún es que el Vaticano conservaba su soberanía pese
a la guerra y la ocupación. En ningún momento de la contienda la
integridad territorial vaticana se vio comprometida, salvo por
alguna bomba aliada caída en la estación de ferrocarril de la Santa
Sede.3
1. Martín, Malachi, op. cit.
2. Jones, Tobías, The Dark Heart ofitaly, North Point Press, Nueva
York, 2003.
3. Woolner, David B. y Kunal, Richard G., FDR, The Vatican, ana the
Román Catholic Church in América, 1933-1945 (The Worid of the
Roosevelts), Palgrave McMillan, Nueva York. 2003.
La principal preocupación de Pío XII durante la posguerra fue
mantener ese statu quo y que los acuerdos de Letrán —y con ellos la
soberanía de la Santa Sede— permanecieran intactos. Por otro lado,
el papa era plenamente consciente del curso que comenzaba a tomar
la historia occidental, lo que le llevó a iniciar un proceso de
reconciliación con la sociedad seglar. Esto obligó a la Iglesia a
abrirse —relativamente— a la realidad de su tiempo, marcada por la
guerra fría, la revolución colonial y el fortalecimiento a escala
mundial de los planteamientos antiimperialistas y de izquierda.
Otro de los dolores de cabeza que por aquellos días tenía el
Vaticano era las políticas marcadamente antirreligiosas que se estaban aplicando en una Unión Soviética más fuerte que nunca tras
salir victoriosa de la Segunda Guerra Mundial. La secretaría de
Estado vaticana hizo gestiones ante la diplomacia norteamericana para que Estados Unidos intercediera ante Stalin a favor del
establecimiento de la libertad de culto en la Unión Soviética, gestión que resultó infructuosa.4
Entre 1945 y 1948 una nueva nación italiana emergió del desastre del
fascismo y de la guerra. El 2 de junio de 1946, un referéndum
suprimió la monarquía, instaurando en Italia la república: de poco
había servido la tardía abdicación de Víctor Manuel III en su hijo
Humberto II, cuyo reinado apenas llegó al mes; un año después
quedaba aprobada la nueva Constitución. El papa no hizo nada por
defender la monarquía italiana. El 29 de mayo de 1946, pocos días
antes del referéndum. Pío XII habló con el director de La Civiltá
Cattolica y le aseguró que no era contrario a la república, saliendo
como garante de la misma ante los miembros más escépticos de la
jerarquía eclesiástica:
Mirad los concordatos firmados con los lánder alemanes inmediatamente después de la guerra, mirad la república de Weimar en
Alemania [...]. Ved cómo un Estado regido por una forma republi
cana y con un fuerte partido de centro ha firmado concordatos satisfactorios. Si esto ha pasado en Alemania, también puede pasar en
Italia, que tiene una tradición afín a la alemana.
Los democratacristianos, los comunistas y los socialistas se
convirtieron en los principales partidos políticos del país. Los co
munistas habían desempeñado un importantísimo papel en la resistencia, y un eventual gobierno de este signo era la única preo
cupación del Vaticano en cuanto a una posible variación del Tratado
de Letrán.
4. Tittman, Haroíd H., Inside the Vatican of Pius XII: The Memoir of
an American Diplomat During Worid War 11, Image Books, Nueva York,
2004.
LA AMENAZA ROJA
Los comunistas italianos eran fuertes y no sentían especial cariño
hacia el Vaticano. Su líder y fundador, Palmiro Togliatti, tenía una
biografía muy intensa: detenido en varias ocasiones durante el
fascismo, huyó a Francia en 1926. Fue secretario general del Partido
Comunista italiano desde 1927 y uno de los secretarios del
Komintern, actuando en España bajo los seudónimos de Alfredo y
Ercole Ercoli. Pasó la mayor parte de la guerra en Moscú como
invitado personal de Stalin y dirigiendo emisiones radiofónicas a
la resistencia italiana. En las elecciones de 1948 se perfilaba
como el gran favorito para alzarse con el triunfo.
Orador
excepcional, hablaba de convertir Italia en la nación de los traba jadores y daba esperanza a un pueblo castigado por la pobreza.
Togliatti, que había participado en los gobiernos de concentración
nacional previos a la instauración de la república, no sólo suponía
un peligro para los intereses diplomáticos del Vaticano en Italia,
sino también para los económicos, ya que abogaba por la
nacionalización de las empresas del Instituto de Reconstrucción
Industrial, en las que la Santa Sede tenía importantes inver
siones. Además, existía un peligro añadido: el gran número de armas
que habían quedado en manos de los antiguos partisanos y que daban a
los comunistas un poder que no tenían otras formaciones políticas.
En la nueva Italia, con una más que endeble tradición democrática,
el Vaticano iba a tener una influencia decisiva en muchos aspectos
políticos.5 Para empezar, Bernardino Nogara, a través de una agencia
denominada Acción Católica, dirigida por el doctor Luigi Gedda —uno de los enlaces, junto al cardenal Spellman,
entre la CÍA y la Santa Sede—, se encargó de que a la Democracia
Cristiana no le faltaran fondos gracias a una financiación
procedente de las arcas de la Santa Sede. Claro que siendo el más
importante, el Vaticano no era, ni mucho menos, el único mecenas de
Acción Católica.
5. Geppert, Dominik, The Postwar Challenge: Cultural, Social and
Political Change in Western Europe, 1945-1958 (Studies of the Germán
Histórica! Instituto, London), Oxford University Press, Oxford,
2003.
Tanto o más que el papa, el gobierno de Estados Unidos estaba
preocupado por el relevante papel del Partido Comunista en la vida
política italiana, la organización comunista más importante en ese
momento fuera del Imperio soviético. Sabiendo que la Democracia
Cristiana era la única baza viable que podían interponer para
evitar el eventual ascenso de los comunistas al poder, el gobierno
estadounidense envió importantes remesas económicas a Acción
Católica.6 Todo este apoyo, más una campaña de reclutamiento casa
por casa, se tradujo en que Acción Católica alcanzase en poco
tiempo los cinco millones de afiliados.
6. Cooney, John, op. cit.
HOLLYWOOD Y LOS CABALLEROS DE MALTA
Mientras, en Estados Unidos la Iglesia católica comenzó una campaña
mediante panfletos y homilías dictadas desde los pulpitos en las
que se urgía a los italoamericanos a que aconsejasen a sus
familiares en Italia que votaran en contra de los comunistas. La
campaña democratacristiana contó con el apoyo de celebridades de
Hollywood como Frank Sinatra, Bing Crosby o Gary Cooper, que, a
través de la radio, pedían abiertamente el voto para el partido de
Alcide de Gasperi.
En este empeño también colaboraron los servicios de inteligencia
estadounidenses, primero la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS) y después, tras la desaparición de este organismo, la
CÍA. El papa Pío XII y varios miembros de la curia pidieron a Ja
mes Jesús Angleton, jefe de la oficina romana de la OSS, que colaborara con la cruzada anticomunista de la Iglesia y la Democracia Cristiana. Angleton, católico practicante, usó todos los
recursos a su alcance para favorecer al partido de la Iglesia. Además, se le había concedido acceso pleno y directo al incomparable
servicio de información con que contaba el Vaticano en Italia.
Cada párroco y sacerdote informaba sobre las actividades de los
comunistas en sus respectivas parroquias. El Vaticano evaluaba la
información, se la pasaba a Angleton y éste la enviaba puntualmente a Washington.
Durante los siguientes años, una gran cantidad de dinero pro
cedente de los fondos reservados del gobierno norteamericano fue
canalizada hacia la Santa Sede bajo el epígrafe de «consolidación
de actividades anticomunistas en Europa occidental». Esta operación
se realizó gracias a la intermediación del cardenal Francis
Spellman, que ya había actuado durante la guerra como mediador entre
el Vaticano y la Casa Blanca, en especial durante una infructuosa
negociación para evitar el bombardeo de Roma. A petición de los
estadounidenses, hizo especial hincapié en que toda la operación
estuviera presidida por el mayor de los secretos, ya que la
carrera política del presidente Harry Truman podría verse
seriamente afectada si en Estados Unidos se supiera que había
financiado al Vaticano.
No es de extrañar que Angleton terminara recibiendo una
condecoración de la Orden de Malta por los servicios prestados al
catolicismo.7 Cabe señalar la estrecha relación que tradicional
mente ha habido entre la Orden de Malta y la CÍA, habiendo
sido algunos de los más altos directivos de la segunda miembros de
la primera. Los directores de la CÍA John McCone y William Casey
fueron caballeros de Malta. Al también director de la agencia
William Coiby se le ofreció en su día ser caballero, honor que
declinó.
7.
Baigent, Michael, Leigh, Richard y Lincoln, Henry, El legado
mesiánico, mr ediciones, Madrid, 2005.
Originalmente conocidos como los Caballeros del Hospital de San Juan
de Jerusalén y como los Caballeros de Rodas, esta orden militar se
estableció en Malta después de que el emperador Carlos I les cediera
la isla en 1530. En un principio, la Orden de Malta era pacífica y
religiosa y se denominaba Orden de San Juan. Estaba compuesta por
frailes benedictinos que a mediados del siglo xi daban cobijo a toda
clase de enfermos y peregrinos en un hospital de Jerusalén,
construido por comerciantes italianos. El beato Gerardo, un
italiano procedente de Amaifi, dirigía aquella congregación
humanitaria. Su único vestido consistía en una túnica negra (la de
los benedictinos) que llevaba cosida una cruz blanca en el pecho.
Esa cruz de ocho puntas provenía de un escudo de la ciudad natal del
padre Gerardo.
La invasión de la isla por las tropas de Napoleón en 1798 marcó el
fin del dominio de los caballeros, que desde entonces han vagado
durante dos siglos en una interminable diáspora; son ciudadanos de
un Estado sin tierra. En la actualidad, la orden ocupa un discreto
edificio en el Vaticano, admite damas al igual que caballeros y ha
adoptado el nombre de Soberana Orden Militar de Malta. Durante los
siglos xx y xxi, la Orden de Malta ha aglutinado a algunos de los
personajes más influyentes de la historia reciente: Franz von
Papen, que convenció al presidente Hindenburg de que dimitiera,
convirtiendo a Hitler en dirigente de Alemania; el general Reinhard
Gehien, una de las piezas clave de los servicios de inteligencia del
Tercer Reich, colaborador indispensable en la creación de la CÍA
tras la Segunda Guerra Mundial y director de los servicios de
inteligencia de la República Federal de Alemania; el general
Alexander Haig, uno de los principales diseñadores de la política exterior estadounidense durante
las administraciones de Richard Nixon y Ronaid Reagan; Alexander
de Marenches, antiguo jefe de los servicios de inteligencia
franceses; Otto von Hapsburg, uno de los miembros más influyentes
de la nobleza europea; Licio Gelli, Roberto Calvi y Michele
Sindona, tres personajes clave en la historia reciente de la Santa
Sede de los que se hablará en los próximos capítulos.
Entre sus miembros se cuenta también su majestad el rey don Juan
Carlos de Borbón y muchos representantes de la nobleza española,
como Hugo 0'Donnell, conde de Lucena, empresarios como Giovanni
Agnelli o políticos como Valéry Giscard d'Estaing.
Ni que decir tiene que sería pecar de imprecisión y sensaciona
lismo presentar la Orden de Malta como una mera tapadera de la CÍA.
La orden realiza una meritoria actividad filantrópica y de obra
social por la que es conocida y respetada a escala mundial.
LA ALTA MAFIA
En Italia, el ataque al comunismo desde los pulpitos fue mucho más
virulento. Se dijo a los feligreses que votar a los comunistas
suponía estar en pecado mortal, que era incompatible con la condición de católico e incluso se llegó a negar los sacramentos a
quienes no atendiesen las directrices de la Iglesia en este sentido.
Mucho más grave fue la alianza en Sicilia entre la Democracia
Cristiana y la mafia, una unión que comenzó a írsele de las manos
a los políticos en el momento en que los mafiosos empezaron a hablar
el lenguaje que mejor dominaban: el de las pistolas. Cuando los
comunistas ganaron las elecciones en Portella della Ginestra, los
mafiosos Salvatore Giuliano y Gaspare Pisciotta lideraron un grupo
de asesinos cuya misión era dejar bien clara su opinión sobre los
resultados electorales. El balance fue una docena de muertos y más de cincuenta heridos. Las elecciones tuvieron
que repetirse y, esta vez sí, la Democracia Cristiana se alzó con
una más que holgada victoria. Años después, cuando Pisciotta
declaraba ante los tribunales, dijo a propósito de la masacre:
«Éramos un solo cuerpo: bandidos, policía y mafia, como Padre, Hijo
y Espíritu Santo».8
8. DiFonzo, Luigi, Michele Sindona, el banquero de San Pedro,
Planeta, Barcelona, 1984.
Tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, la
mafia se había convertido en un Estado dentro del Estado. Sus
tentáculos ya no abarcaban sólo Sicilia, sino casi toda la
estructura económica de Italia, y de usar escopetas de cañón re
cortado pasaron a disponer de un armamento más expeditivo:
revólveres del calibre 357 Magnum, fusiles lanzagranadas, bazukas
y cargas explosivas.
La alianza con la Democracia Cristiana supuso un verdadero salto de
gigante para los mafiosos, a los que se les abrían las puertas de
esferas de poder hasta el momento inalcanzables e impensables para
ellos. Esto no quiere decir que ni el Vaticano ni los de
mocratacristianos apoyaran o estuvieran a favor de los métodos
mafiosos, pero sí que comprendían que en Sicilia o colaborabas con
la mafia o cualquier pretensión de hacer negocios o política
resultaba vana. Fue así como nació la que sería conocida como Alta
Mafia o Mafia Política. Llegó un momento en que toda el ala derecha
de la Democracia Cristiana estuvo dominada por políticos
vinculados con esta organización, una situación que llevó no sólo a
la corrupción de la vida política italiana, sino también a la
infiltración en la industria y la banca de toda una generación de
hombres con flamantes expedientes académicos y fuertes conexiones
con la mafia que acabaron por llegar hasta la Santa Sede.
Poco antes de las elecciones de 1948 se convocó, a iniciativa del
cardenal Montini, una multitudinaria manifestación que reunió a cientos de miles de católicos en la plaza de San Pedro. Los
cronistas de la época narran que la multitud se extendía por via
Conciliazione y llegaba hasta la otra orilla del Tíber, al igual que
las inmensas colas de fieles que se congregaron en su día para dar
el último adiós a Juan Pablo II. Pío XII, más que un discurso o un
mensaje pastoral, pronunció una verdadera arenga, más propia de las
cruzadas que de la víspera de unas elecciones. Sus palabras llegaron
a toda Italia a través de la radio.
Afortunadamente para la Santa Sede, la campaña anticomunista fue
un clamoroso éxito y la Democracia Cristiana, bajo la dirección de
Alcide de Gasperi, dio la vuelta a todos los pronósticos y accedió
al gobierno en 1948, convirtiéndose Togliatti en el líder de la
oposición. Giulio Andreotti hablaba de como la victoria había
sobrepasado con mucho las expectativas de los propios
socialdemócratas: «La victoria fue mucho mayor de lo que esperábamos. Fue la única vez que nosotros, los democratacristianos,
tuvimos mayoría absoluta en el Parlamento». La CÍA también sacó sus
propias conclusiones de la victoria electoral: «Bien, fue muy
gratificante —explica el antiguo agente de la CÍA Mark Wyatt—.
Desconocíamos en aquel tiempo que habíamos llevado a cabo la primera
acción política, el primer programa encubierto de acción política en
la historia de la inteligencia norteamericana, al que seguirían
muchos, muchos más».9
9. Declaraciones a la CNN.
EL MILAGRO ECONÓMICO
De Gasperi era un devoto católico de misa y comunión diana —se
definía a sí mismo como «católico, italiano y demócrata, por este
orden»—, así que no había peligro de que pusiera en
marcha ninguna iniciativa contraria a los intereses del Santo Padre. En una misiva dirigida a la que más tarde se convertiría en su
esposa, Francesca Romani, decía: «La personalidad del Cristo
viviente me empuja, me esclaviza y me conforta desde que era un
niño. Vamos, te quiero conmigo para que experimentes la misma clase
de atracción a través de un abismo de luz».10
10. Johnson,Paúl, op. cit.
Para los comunistas,
la lealtad democrática de De Gasperi era inapelable. Había sido un
furibundo opositor a Mussolini y por ello había terminado en la
cárcel. Tras la firma del Tratado de Letrán fue puesto bajo la
custodia de la Santa Sede y desde entonces, y hasta el final de la
contienda, estuvo confinado en el Vaticano, desempeñando un puesto
de empleado en la biblioteca. Ante el tribunal fascista que le
condenó dijo: «Es el mismo concepto de Estado fascista el que no
puedo aceptar. Existen derechos naturales sobre los que el Estado
no puede pasar». De Gasperi fue uno de los grandes actores de la
política italiana hasta su fallecimiento en 1954.
Puso especial interés en el crecimiento industrial, la reforma
agrícola y en estrechar la colaboración con Estados Unidos y el
Vaticano. Gracias a la importantísima ayuda económica de los
estadounidenses, Italia experimentó una recuperación económica sin
precedentes que se tradujo en un rápido desarrollo industrial y en
un claro aumento del nivel de vida de los italianos. Italia pasó a
formar parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en
1949, de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero en 1951, fue
aceptada como miembro de la ONU en 1954 y entró en el Mercado Común
Europeo en 1958.
Como resultado de los fondos estadounidenses del Plan Marshall,
que fluyeron con total libertad hacia Italia una vez superada la
amenaza de un gobierno comunista, empresas que prácticamente eran propiedad de la Santa Sede, como Italgas, fueron re
flotadas sin coste alguno para las arcas vaticanas. A través de
Italgas, precisamente, el Vaticano se hizo con el control de la
principal empresa telefónica del país, la Societá Finanziaria Tele
fonía. El Vaticano fue, sin lugar a dudas, el mayor y más claro
beneficiario del milagro económico italiano. Las empresas del
Vaticano experimentaron el mismo crecimiento que el producto
interior bruto del país.
La Santa Sede se convirtió, además, en el principal accionista de
algunos de los mayores bancos, como el Banco de Roma, Banca
Commerciale Italiana, Crédito Italiano y el prestigioso Banco
Ambrosiano de Milán. También se hizo con la mayor parte del
accionariado de la prestigiosa Montedison y del consorcio
Finsader, que incluía a la empresa automovilística Alfa Romeo. Se
puede decir, sin temor a ser inexactos, que en aquella época no
había sector de la economía italiana, de la hostelería a la
industria textil, del comercio a la industria editorial, en el que
no estuviesen presentes de forma importante las inversiones del
Vaticano.
Tampoco se descuidó el mercado internacional, el Vaticano se
encontraba presente en el accionariado de firmas como General
Motors, Gulf Oil, Bethlehem Steel, IBM y el conocido complejo
inmobiliario Watergate de Washington, entre otras. Esta última
adquisición se verificó tras una de las mayores operaciones
financieras de la historia vaticana, la toma del control del
gigantesco conglomerado que era la Societá Genérale Immobiliare,
una de las empresas inmobiliarias más importantes del mundo.
Claro que algunas de aquellas inversiones podían resultar
ciertamente embarazosas. Cuando en 1968 Pablo VI invocaba la cólera
de Dios contra los anticonceptivos en su encíclica Humanae vitae,
probablemente no estaba informado de que los intereses económicos
de la Santa Sede incluían la participación en el
Instituto Farmacológico Serono, fabricante de las Lateólas,11 las
pildoras anticonceptivas más consumidas en Italia. Tampoco resultaba fácil de justificar moralmente su participación en el accionariado de Beretta de Armamentos.
11. Yailop, David, op. cit.
De Gasperi apoyó la idea de una confederación europea, con
voluntaria limitación de las soberanías nacionales en su favor.
Presidente del Movimiento Europeo, trabajó para el Consejo de Europa
e impulsó la Comunidad Europea de Defensa. La victoria de la
Democracia Cristiana y los veinte años que permaneció este partido
en el poder aseguraron al Vaticano que nada variase en el trato de
privilegio que recibía del gobierno italiano. La Santa Sede había
vencido al socialismo, al fascismo y al comunismo. Los políticos y
los regímenes pasaban, pero el Vaticano permanecía inamovible. Es
posible que los Estados Pontificios fueran cosa del pasado, pero, en
cierto modo, el papa volvía a controlar Italia a través de su
brazo político, la Democracia Cristiana.
LA PROFECÍA DE SAN MALAQUÍAS
Mientras todo esto sucedía, el carácter del pontífice se iba haciendo progresivamente más místico y ascético. Sus horas de sueño
se fueron reduciendo al mínimo imprescindible (se cuenta que apenas
dormía cuatro horas al día), trabajaba sin parar, escribiendo a
máquina él mismo sus propios discursos y comunicaciones
apostólicas y recorría los pasillos del Vaticano apagando las luces
a su paso: «No puedo permitirme derrochar los fondos de los fieles»,
solía decir. Su afán economizador le llevó a prohibir que se
pegasen, sellasen o grapasen los sobres que contenían las
comunicaciones internas de la Santa Sede a fin de que pudiesen
ser reutilizados.
Incluso sus últimas voluntades fueron guardadas en
un sobre previamente usado.12 Pasaba buena parte del día orando y
los únicos placeres que se permitía eran las óperas de Wagner y su
canario Gretchen, que cada mañana salía de la jaula y se posaba en
su brazo antes de volar hasta la mesa preparada para el desayuno.
Parecía claro que el pontífice había emprendido el camino de la
santidad. Tanto es así que incluso se produjo un documental, «Pastor
Angelicus», sobre su vida.
12. Frattini, Ene, Secretos vaticanos. De San Pedro a Benedicto XVI,
Edaf, Madrid,
2005.
El título de esta obra es importante,
pues hace referencia al lema que le correspondía a Pío XII según
la profecía de san Malaquías, y el hecho de que no fuera corregido
o desautorizado por el papa nos habla de su creencia en los
vaticinios de este santo irlandés.
San Malaquías nació en Armagh, Irlanda, en 1094. En 1132 fue elevado
a la primacía de Armagh. Se le atribuyen muchos milagros, pero por
lo que más se le recuerda es por su don profetice. La más famosa de
sus profecías es la referente a los papas, aunque no hay certeza de
su autenticidad. Está compuesta de «lemas» para cada uno de los 112
papas, desde Inocencio II, elegido en 1130, hasta el fin del mundo.
Estos lemas descriptivos de los papas pueden referirse a un
símbolo de su país de origen, a su nombre, su escudo de armas, su
talento o cualquier otra cosa. Los lemas correspondientes a los
papas cuyos pontificados se tratan en este libro son:
• 105: Fides intrépida (La fe intrépida). Pío XI (1922-1939).
• 106: Pastor angelicus (Pastor angélico). Pío XII (1939-1958).
• 107: Pastor et nauta (Pastor y navegante). Juan XXIII (1958-1963).
Juan XXIII fue cardenal de Venecia, ciudad de navegantes, y condujo
la Iglesia al n Concilio Vaticano. • 108: Flosflorum (Flor de las flores). Pablo VI (1963-1978). Su
escudo contiene la flor de lis (la flor de las flores). • 109: De medietate lunae (De la media luna). Juan Pablo I
(1978-1978). Su nombre era Albino Luciani (luz blanca). Nació en la
diócesis de Belluno (del latín bella luna). Fue elegido el 26 de
agosto de 1978. La noche del 25 al 26 la luna estaba en media luna.
Murió tras un eclipse lunar. También su nacimiento, su ordenación
sacerdotal y episcopal ocurrieron en noches de media luna. • 110: De labore solis (De la fatiga o trabajo del sol). Juan Pablo
II (1978-2005). Sobrellevó un trabajo extraordinario y extenso. • 111: Gloria olivae (La gloria del olivo). Benedicto XVI (2005).
Toma su nombre de san Benito y Benedicto XV. Los benedictinos
tuvieron una rama llamadados olivetans. Benedicto XV destacó por
sus esfuerzos por lograr la paz durante la Primera Guerra Mundial.
• 112: Petrus romanus (Pedro el romano), que sería el último papa,
ya que en su reinado ocurriría el fin del mundo: «En la persecución
final de la Santa Iglesia romana reinará Petrus Romanus (Pedro el
romano), que alimentará a su rey en medio de muchas tribulaciones.
Después de esto, la ciudad de las siete colinas será destruida y
el temido juez juzgará a su pueblo. El Fin».
Más allá de lo profetizado por san Malaquías, lo cierto es que la
fama de «santo en vida» de Pío XII se iba cimentando día tras día.
Las personas más entusiastas afirmaban que se encontraba rodeado por
el característico «olor de santidad», un perfume —generalmente a
rosas— que se les atribuye a los santos como muestra inequívoca de
su condición. Lo más probable es que el olor que notaban los
visitantes fuera el de los pañuelos impregnados en antiséptico
que, discretamente, le pasaba al pontífice su
ayudante, la madre Pasqualina, que sabía de la condición de hipocondríaco de Pío XII.
El papa usaba estos pañuelos para no
contagiarse con ningún germen durante las audiencias. Otra cosa era
su fobia a las moscas, de las que pensaba que eran los agentes
transmisores de la práctica totalidad de las enfermedades conocidas. Los visitantes de la Santa Sede se sorprendían al descubrir que no había rincón ni instalación que no contase con su trampa
de papel matamoscas, colocada por orden expresa del pontífice. Por
añadidura, los médicos del Vaticano tuvieron que bregar con dolores
de muelas imaginados, arritmias inventadas, cólicos y anemias que
aparecían y desaparecían con la misma facilidad, etc.
Pío XII falleció el 9 de octubre de 1958. Las exequias se vieron
ensombrecidas por la rapidísima putrefacción del cadáver, que dio
lugar a toda suerte de escenas grotescas y desagradables durante los
funerales. Unas semanas más tarde, moría Bernardino Nogara. Este
último fallecimiento apenas fue recogido por la prensa, aunque en
términos de importancia para la historia vaticana era equiparable
al del propio papa.
Regresar al Indice
EL PAPA QUE NO FUE «GREGORIO XVII» Y JUAN XXIII
El brevísimo pontificado de Juan XXIII, apenas cinco años de la
historia de la Iglesia, sorprende por el brusco giro de timón que
supuso en lo que hasta el momento había sido la política del
Vaticano. Este giro, sin duda, no se habría producido de haber
ganado la elección el que era máximo favorito, el cardenal Giuseppe
Siri, que habría subido al trono de San Pedro con el nombre de
Gregorio XVII,
Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto di Monte en 1881. Cursó
estudios en su ciudad natal y en Roma, y fue ordenado sacerdote en
1904. Fue sargento médico y capellán durante la Primera Guerra
Mundial, y en 1921 pasó a trabajar en la Sociedad para la
Propagación de la Fe, que ayudó a reorganizar. Su carrera ascendente
dentro de la Iglesia le llevó a ser designado embajador del papa
en Bulgaria, y más tarde fue destinado como delegado apostólico a
Turquía y Grecia. No obstante, tenía fama de ser excesivamente
progresista (era bien conocida su postura favorable a los
matrimonios mixtos entre católicos y no católicos). Presente en la
Hungría ocupada por los nazis durante la Segunda
Guerra Mundial, ayudó a la evacuación de la población judía
perseguida. Antes de acabar la guerra, en 1944, fue nombrado
nuncio en Francia.
A partir de ese momento comienza a cimentarse su leyenda de
persona afable y hábil diplomático. Estando de nuncio en París se
encontró con el rabino principal de Francia, hombre fornido al igual
que el cardenal, ante la puerta de un ascensor estrecho, en el que
era imposible que cupiesen ambos. «Después de usted», le dijo
cortésmente el rabino. «De ninguna manera», le contestó el nuncio
Roncalli, «por favor, usted el primero». Así siguió un interminable
intercambio de cortesías hasta que Roncalli terminó diciendo: «Es
necesario que suba usted antes que yo, ya que siempre va delante el
Antiguo Testamento, y, sólo después, el
Nuevo Testamento».
Pero el periplo francés de Roncalli dio para mucho más que para
aventuras jocosas. En Francia trabó amistad con algunos personajes
clave de la política francesa de la época, como el líder del
Partido Comunista, Maurice Thorez, y el líder del partido radical,
Edouard Herriot. Su entendimiento fácil con los políticos de
izquierda le convertía en el hombre perfecto a la hora de plantearse
un hipotético acercamiento entre la Iglesia y el comunismo.
En 1953 era cardenal y arzobispo de Venecia, lo que le colocaba en
una situación inmejorable de cara a la sucesión de Pío XII. Había
seguido manteniendo sus mal disimuladas simpatías hacia los
políticos de izquierdas, en especial en Italia, lo que le valió la
enemistad de importantes personajes de la «nobleza negra», las
familias de rancio abolengo que llevaban siglos medrando a la
sombra del Vaticano. Entre éstos destacaba el conde Della Torre,
director de L'Osservatore Romano, el diario de la Santa Sede.
Los
servicios de inteligencia estadounidenses también miraban con recelo
las simpatías del cardenal Roncalli. Tampoco era ningún secreto que
Roncalli estaba muy lejos de la idea original de Pío XII sobre quién debería ser su sucesor. En este sentido,
el candidato del papa había sido siempre el cardenal Siri.1 De hecho, Siri es el protagonista de una teoría de la conspiración sumamente popular entre los católicos ultraconservadores, según la
cual él, y no Roncalli, habría sido elegido papa durante el cónclave celebrado en 1958.
HUMO BLANCO... PERO SIN PAPA
Tras la muerte de Pío XII el principal candidato a la sucesión era
Giuseppe Siri, arzobispo de Genova muy conocido por sus posturas
esencialmente conservadoras. Además, había sido amigo íntimo de
Bernardino Nogara y, por tanto, estaba familiarizado con las
intrincadas complejidades que rodeaban las finanzas vaticanas.
El cónclave para la elección del nuevo papa duró cuatro días y seis
votaciones, tras las cuales una indistinguible voluta de humo
grisáceo anunció al mundo la buena nueva. Sin embargo, antes de eso
habían ocurrido acontecimientos poco comunes durante el desarrollo
del cónclave. Dos días antes, el 26 de octubre de 1958, el humo
blanco que anunciaba la noticia de la elección papal fue visto
emerger de la chimenea de la Capilla Sixtina. Pero transcurrieron
los minutos y ningún papa salió a los balcones a impartir su
bendición. Esta curiosa circunstancia fue dada a conocer tanto por
las radios como por los corresponsales de prensa que aquel día se
arremolinaban en torno a la plaza de San Pedro.
1. Cooney, John, op. cit.
La Guardia Suiza fue desplegada para rendir honores al recién
elegido pontífice. La muchedumbre, incluso, pudo ver a los car
denales tras las ventanas del palacio Apostólico, algo no permitido si el cónclave todavía se encuentra reunido. Durante unos minutos todos pensaron que el nuevo papa había sido elegido, y el
nombre de Giuseppe Siri estaba en boca de todos. Éste es el in
forme emitido al respecto por la agencia Associated Press el 27 de
octubre de 1958:
Los cardenales votaron el domingo sin llegar a elegir a un nuevo
papa. Una señal de humo mezclado hizo parecer, durante alrededor de
media hora, que el sucesor de Pío XII había sido elegido. Los
200.000 romanos y turistas que abarrotaban la plaza de San Pedro
estuvieron seguros de que la Iglesia tenía un nuevo pontífice.
Millones de personas que escuchaban la radio a través de toda
Italia y Europa tampoco albergaban dudas. Oyeron al portavoz del
Vaticano gritar exultante: «Ha sido elegido Papa».
Las escenas vividas alrededor del Vaticano eran de una confusión
increíble. El humo blanco de la pequeña chimenea es la señal tradicional que anuncia la elección de un nuevo Papa. El humo negro in
dica que aún no se ha llegado a un acuerdo. Dos veces durante el día
el humo salió de la chimenea. A mediodía, el humo, al principio,
salió blanco pero rápidamente se tornó indiscutiblemente negro. Ésta
era la prueba de que los cardenales no habían podido elegir en las
dos primeras votaciones. Al anochecer, el humo blanco salió de la
delgada chimenea durante cinco minutos. Para todo el mundo ésta fue
la prueba de que ya había un sucesor para Pío XII.
Las nubes de humo fueron iluminadas por los reflectores que enfocaban la chimenea de la Capilla Sixtina. «Bianco\ Bianco\», gritó
la muchedumbre.
Radio Vaticana anunció que el humo era blanco. El presentador
declaró que, probablemente, los cardenales estaban realizando en ese
momento los ritos de adoración para el nuevo supremo pontífice.
Radio Vaticana insistió durante mucho tiempo en que el humo era
blanco.
Incluso los altos funcionarios del Vaticano, Callón di Vignale,
gobernador del cónclave, y Sigismondo Chigi, comisario del mismo, se apresuraron a tomar las posiciones que les estaban asigna
das. La Guardia Palatina fue llamada y se les ordenó prepararse para
ir a la basílica de San Pedro, ante el anuncio del nombre del nuevo
Papa. Pero antes de que alcanzaran la plaza se les mandó que
regresaran a sus cuarteles. La Guardia Suiza también fue alertada.
Chigi, en una entrevista concedida a la radio italiana, dijo que la
incertidumbre reinaba en el palacio. Agregó que esta confusión persistió no sólo después de que se hubiera disipado el humo sino incluso después de que se recibiera confirmación desde dentro del propio cónclave de que era humo negro lo que se había pretendido
soltar. Dijo que había estado en otros tres cónclaves y nunca antes
había visto un humo de color tan variado como el de ese domingo.
Informó a los periodistas que intentaría hablar con los cardenales
sobre la confusión del humo con la esperanza de que algo se pudiera
hacer de cara al lunes para que no se repitiera la situación.
Los sacerdotes y todos los que trabajaban en el recinto del Vaticano vieron el humo blanco. Comenzaron a prorrumpir en vítores.
Agitaban de modo entusiasta sus pañuelos y las siluetas de los conclavistas —los ayudantes de los cardenales— les respondían desde
detrás de las ventanas del palacio Apostólico. Posiblemente ellos
también creían que se había elegido al Papa.
La muchedumbre aguardaba en la agonía del suspense. Por lo común,
cualquier Papa elegido aparecería en el balcón en el plazo de veinte
minutos. La multitud esperó una media hora y comenzó a preguntarse
si el humo era realmente negro o blanco. La duda se extendió
rápidamente. Muchos comenzaron a alejarse, pero aún reinaba la
confusión y el desconcierto. Los medios de comunicación de todo el
mundo ya habían propagado la noticia de que se había elegido a un
nuevo pontífice.
Miles de llamadas telefónicas se recibieron en el Vaticano, saturando la centralita. Según pasaba el tiempo y las dudas aumenta
ban, todos se formulaban la misma pregunta: «¿Negro o blanco?».
Después de una media hora, las radios se limitaban a comentar que la
respuesta seguía siendo incierta. Sólo una vez cumplido el tiempo en
el que el nuevo Papa debería haber aparecido en el balcón sobre la
plaza de San Pedro, se pudo estar seguro de que la votación tendría
que reanudarse el lunes a las 10 de la mañana.2
2. The Houston Post, 27 de octubre de 1958.
«GREGORIO XVII»
Según los defensores de la teoría de la conspiración, a la cabeza de
los cuales se encuentra el antiguo asesor del FBI Paúl L. Williams,3 toda esta confusión no se habría debido a un malentendido, sino a la elección efectiva durante aquella votación del cardenal Giuseppe Sin como papa, del que incluso se sabría el nombre que
iba a elegir: Gregorio XVII. Sin embargo, un grupo de cardenales
progresistas habría detenido la proclamación de Siri como pontífice
alegando que su elección como papa supondría un baño de sangre en la
Europa del Este. Para sostener esta teoría, cuyo fin habría que
buscarlo en los intentos de los sectores ultraconservadores de la
Iglesia de restarle legitimidad a las reformas de Juan XXIII,
Williams se remite a diversos documentos desclasificados del
Departamento de Estado estadounidense.4
La llegada de Juan XXIII a la Santa Sede supuso un auténtico cambio
de rumbo. Angelo Roncalli se comportó siempre como un pastor, es
decir, como un hombre en contacto directo con los demás y con sus
problemas. Como papa rompió con todos los aislamientos: del
pontífice con la curia, de la curia con la Iglesia y de la Iglesia
con el mundo. El nuevo papa fue saludado con satisfacción desde el Kremlin, donde le veían como un «genuino socialista» con «manos de campesino».5
3.
Williams, Paúl L., The Vahean Exposed: Money, Murder, ana the
Mafia, Prometheus Books, Nueva York, 2003.
4. Ibid.
5. Manhattan, Avro, Murder in the Vatican, op. cit.
La noche en que fue elegido papa, Juan XXIII le pidió al cardenal
Nasalli que se quedara con él a cenar. Éste le respondió: «San
tidad, la costumbre es que los papas coman solos». «Comprendo»,
replicó Roncalli, «que como papa tampoco van a dejarme hacer lo que
me apetezca». «¿Puedo traer champán, Santidad?», le preguntó
Nasalli. Y Juan XXIII contestó: «Sí, sí, espero que al menos eso no
esté prohibido. Y, por favor, no me llame Santidad, que cada vez que
lo dice me parece que me está tomando el pelo».
El nuevo papa pronto empezó a sufrir de frecuentes y violentas
pesadillas fruto de las presiones de su cargo.6 Lo cual no es de
extrañar, ya que en los primeros cien días de su pontificado tomó
una serie de decisiones verdaderamente cruciales para el devenir de
la Iglesia, como la de tener que escoger a alguien para el cargo de
secretario de Estado —vacante desde 1944—, que finalmente recayó en
el cardenal Domenico Tardini. Sin embargo, su decisión más
significativa fue la convocatoria del II Concilio Vaticano, hecha
pública el 25 de enero de 1959, tan sólo 89 días después de su
elección como papa. También asombró a la curia al afirmar que la
cruzada contra el comunismo había fracasado largamente, y ordenó a
los obispos italianos que se mantuvieran «políticamente neutrales».
La CÍA vio con espanto y preocupación como el papa ordenaba que el
libre acceso al Vaticano de los agentes estadounidenses debía cesar.
El temor de los norteamericanos se incrementó cuando supieron que
Juan XXIII había comenzado a sembrar las semillas de una política de
acercamiento al Este de Europa e intentaba un cauteloso diálogo
con Nikita Krushchev, el líder soviético.
6. Frattini, Eric,op.cit.
AGGIORNAMENTO
De igual forma, Juan XXIII inició una eficaz purga que alejó del
Vaticano a la vieja guardia de ultraconservadores que habían
constituido la corte de Pío XII. Además, la convocatoria del II
Concilio Vaticano supuso uno de los mayores impulsos reformadores
de la historia de la Iglesia. El concilio constó de cuatro se
siones: la primera de ellas la presidió el propio Juan XXIII en el
otoño de 1962. (El papa no pudo ver la conclusión de sus trabajos,
ya que falleció un año después.) Eas otras tres sesiones fueron
convocadas y presididas por su sucesor. Pablo VI, que clausuró el
concilio en 1965.
El II Concilio Vaticano fue el gran acontecimiento de la era moderna
en el ámbito de la Iglesia católica. Se pretendió que fuera un
aggiornamento (puesta al día) de la Iglesia, renovando los elementos
que más necesidad tuvieran de ello y revisando el fondo y la forma
de todas sus actividades.
En el campo de las relaciones del Vaticano con la política italiana, el breve pontificado de Juan XXIII supuso un vuelco definitivo en la situación. Durante este período el Partido Democratacristiano perdió definitivamente la posición de privilegio que
había ostentado desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la
muerte de Pío XII. En este caso, no estamos hablando de un apoyo
meramente ideológico o espiritual, sino también económico. El
nuevo pontífice no estaba ni mucho menos tan predispuesto como su
predecesor a colaborar con la CÍA en el propósito de convertir a
la Democracia Cristiana en el dique de contención del comunismo
italiano. Ello, unido a otros factores, desembocó en la dimisión, el
2 de febrero de 1962, del primer ministro Amintore Fanfani, que
dejaría paso a un gabinete de coalición entre la Democracia
Cristiana y los socialistas de Pietro Nenni. Dio comienzo así una
etapa de la política italiana conocida como la apertura alla
sinistra (apertura a la izquierda), caracterizada por una sucesión de gobiernos de coalición entre democratacristianos e izquierdistas moderados.7
Las elecciones generales celebradas en Italia el 28 de abril de 1963
supusieron un descalabro para la Democracia Cristiana, que perdió 13
escaños, mientras que reafirmó el poder del Partido Comunista, que
vio incrementada su cuenta electoral en 25 escaños, lo que le
convirtió en una fuerza que empezó a ser tenida muy en cuenta a
partir de ese momento en la política italiana.
7.
Stearns, Peter N., The Encyclopedia of Worid History, Houghton
Muffín ComPany, Nueva York, 2001.
Regresar al Indice
|