LA SOMBRA DE SAN PEDRO. EL NUEVO PODER DE MICHELE SINDONA
Con el paso del tiempo, Michele Sindona fue ganando más y más poder
al amparo del Vaticano. Ya no había nada fuera de su alcance, ni
siquiera el glamour de la industria cinematográfica de Hollywood se
le resistía. Sin embargo, todo su imperio se sustentaba en un en
tramado de estafas e irregularidades, de las que, inevitablemente,
la Santa Sede resultaría salpicada.
Michele Sindona no perdió tiempo en llevar a la práctica su plan
para las finanzas vaticanas, a medio camino entre la evasión fiscal
y el escarmiento al gobierno italiano por atreverse a gravar las
inversiones de la Santa Sede. El momento culminante de esta
operación fue la venta de la Societá Genérale Immobiliare (SGI),
el buque insignia de las empresas del Vaticano, la más grande y, con
diferencia, rentable. La Societá fue una de las piedras maestras
sobre las que Bernardino Nogara edificó la compleja arquitectura de
las finanzas de la Santa Sede en los años treinta. Sindona compró
él mismo la empresa, al doble de su valor de
mercado, con dinero de su banco, la Banca Privata Finanziaria.1
1. Yailop, David, op. cit.
Como suele suceder con los negocios vaticanos, la venta de la SGI se
realizó en el mayor de los secretismos. Sindona estableció que las
acciones de la SGI fueran transferidas en primer lugar al Paribas
Transcontinental de Luxemburgo, un banco subsidiario del Banque de
Paris et des Pay Bas (Paribas), y de ahí, las acciones pasaron a
Fasco AG, la compañía que Sindona había fundado para administrar
el dinero de la mafia. Fue poco después de esto cuando se filtró la
noticia y la prensa se enteró de que la SGI había cambiado de
dueño.
A través de un portavoz, la Santa Sede salió al paso de la información con la siguiente declaración: «Nuestra política es evitar
mantener el control de compañías privadas como se hacía en el pasado. Deseamos mejorar el rendimiento de nuestras inversiones, de
forma equilibrada, por supuesto, para lo cual es fundamental mantener una filosofía de inversión conservadora. No se puede consentir
que la Iglesia pierda su patrimonio en especulaciones». Con esto, la
Iglesia se desvinculaba de la trama y rubricaba su retirada de la
economía italiana. Pero, en realidad, la «especulación» se
mantenía, sólo cambiaba la nacionalidad de las empresas en las que
se invertía. Sindona transfirió la recién adquirida liquidez de la
Santa Sede a multinacionales como Procter & Gamble, General Motors,
Westinghouse, Standard Oil, Colgate, Chase Manhattan o General
Food.
Sindona, que no deseaba hablar con la prensa, no hizo declaraciones a pesar de la insistencia de los periodistas italianos. Lo
más llamativo fue la excusa que esgrimió para mantener su silencio, ya que afirmaba que no podía hablar debido a los acuerdos de
confidencialidad que había contraído con sus clientes, y que revelar
información sobre la operación podría suponer un quebrantamiento
de la ley.
En 1970 la Societá realizó una oferta formal para hacerse con la
mitad de Paramount Pictures y entrar así en el glamouroso negocio
de Hollywood.2 Suponemos que Sindona debió de sentir algún perverso
placer cuando su nueva compañía comenzó el rodaje de El Padrino,
una de las películas capitales de la historia del cine en la que se
trataban asuntos que el financiero dominaba a la perfección.3 Lo que
es menos conocido es que la vida y las peripecias de Sindona bien
pudieron inspirar parte de la trilogía.
EL PADRINO Y SUS AMIGOS
Mientras Francis Ford Coppola y Mario Puzo trabajaban en el guión de
la película en el estudio, una de las comidillas favoritas era la
llegada a la empresa del que seguía siendo asesor económico de la
familia Gambino. El personaje de Sindona comenzó a fascinar a
Coppola, y sería en la tercera parte de la saga donde plasmaría
buena parte de lo que había aprendido sobre este personaje y, muy
especialmente, sobre sus tratos con el Vaticano.4 En El Padrino III,
Michael Corleone se apodera de un importante consorcio propiedad
de la Santa Sede, curiosamente denominado Immobiliare, que pierde
tras el asesinato de un papa que lleva tan sólo un mes como
pontífice. No son estas coincidencias en lo único que la realidad
terminó por parecerse al arte. Resulta irónico que buena parte de
los beneficios de la película definitiva sobre la mafia y su mundo
fueran a parar al mayor entramado mafioso financiero de la historia.
2.
Dick, Bernard E, Engulfed: The Death of Paramount Pictures ana
the Birth of Corporate Hollywood, University Press of Kentucky,
Lexington (Kentucky), 2001.
3. Tosches, Nick, op. cit.
4. Browne, Nick (editor), Francis Ford Coppola's. The Godfather
Trilogy (Cambridge Film Handbooks), Cambridge University Press,
Nueva York, 2000.
La presencia de Sindona en el cine no fue ni mucho menos casual.
Era amigo y socio de Charles Bludhorn, presidente de Gulf &c
Western, propietaria de Paramount Pictures. Ambos ganaron mucho
dinero con un negocio de compraventa fraudulenta de acciones para
alterar su valor en bolsa. La operación cesó en 1972 tras la
intervención de la comisión estadounidense del mercado de valores.
Simplificando, se podría afirmar que el negocio que mantenían
Sindona y Bludhorn consistía en irse vendiendo mutuamente las mismas
acciones, pero a un precio cada vez más alto para, de esta manera,
generar un mercado artificial. Ambos financieros lograron salir
indemnes de esta historia. Sindona consiguió negociar con las
autoridades estadounidenses un acuerdo gracias al cual él y su socio
se comprometían a terminar con sus actividades ilícitas a cambio
de la retirada de cargos contra ambos. Así se hizo y los dos socios
pudieron disfrutar libremente de los inmensos beneficios generados
por esta operación.
Utilizando técnicas similares, Sindona se convirtió en el virtual
regente del mercado de valores italiano, y muy especialmente de la
bolsa de Milán. Un día cualquiera, el 40 por 100 del volumen de
negocio de la bolsa italiana era propiedad de Michele Sindona. ¿Cómo
lo conseguía? Ilegalmente, por supuesto. Ni siquiera Sindona era
tan rico como para invertir tanto en la bolsa, pero los clientes de
sus bancos sí. Sindona utilizaba sin autorización los depósitos de
aquéllos para realizar toda una compleja serie de operaciones cuyo
fin era alterar el valor de determinadas acciones y enriquecerse
cada vez más.
ESTAFA TRAS ESTAFA
La forma de actuación de Sindona en aquellos años queda per
fectamente ilustrada en la compra de una pequeña empresa química llamada Pachetti. Pachetti era una compañía insignificante
sobre la que Sindona edificó todo un holding, pero un holding
«basura». Pachetti compró una serie de empresas, a cuál más rui
nosa, que la convirtieron en el entramado financiero más atípico de
todos los tiempos. Sin embargo, aquel cajón de sastre contenía un
pequeño diamante oculto en su interior, la opción de compra de la
Banca Católica del Véneto, un prestigioso y saneado banco católico,
por 46,5 millones de dólares. La concesión la había obtenido de su
amigo Paúl Marcinkus.5
Pachetti sirvió de tapadera para algunos de
los arreglos financieros de Sindona hasta que le dejó de ser útil y
la vendió, por medio de complejas operaciones de ingeniería
financiera, a Roberto Calví y su Banco Ambrosiano, que rápidamente
se hizo con la propiedad de la Banca Católica del Véneto. Sindona
obtuvo cuarenta millones de dólares de beneficio, y Calvi y
Marcinkus se repartieron seis millones y medio de comisión.6
5. Cornweil, Rupert, God's bunker: An account of the Ufe and death
of Roberto Calvi, Victor Golancz Limited, Londres, 1984.
6. Hutchison, Robert, Their Kingdom Come: Inside the Secret Worid of
Opus Dei, Thomas Dunne Books, Nueva York, 1997.
En poco tiempo, Calvi sacó importantísimos beneficios de su
asociación ilícita con Sindona. En 1976 el presidente del Banco
Ambrosiano tenía cuatro cuentas numeradas en Suiza con las claves
618934, 619112, Ralrov/G21 y Ehrenkranz. La suma de todas estas
cuentas arrojaba más de cincuenta millones de dólares.
La venta de la Banca Católica del Véneto tuvo una víctima colateral inesperada: el patriarca de Venecia, cardenal Albino Lucia
ni. El banco católico patrocinaba muchas obras pías y de caridad de
la diócesis veneciana, algo que, lógicamente, dejó de ser así nada
más tomar posesión la nueva gerencia. Luciani, que estaba seriamente
contrariado, comenzó a sospechar que en la operación no todo había
sido legal ni ético, así que decidió presentarse en el
despacho de Marcinkus en el IOR.
Aquélla no fue una reunión en
términos cordiales y marcó una antipatía inmediata entre ambos. Marcinkus se permitió tratar con brusquedad a Luciani, diciéndole
que como patriarca de Venecia debería ocuparse de la salud es
piritual de su rebaño y dejar los asuntos económicos de la Santa
Sede en manos de quienes realmente entendían del asunto. Lo que no
sabía Marcinkus es que estaba hablando con quien años después, en
1978, se convertiría en el papa Juan Pablo I.
En 1971 uno de los clientes estafados por Sindona en el asunto
Pachetti, un hombre apellidado Jacometti, tuvo el valor de hacer
pública su situación en una rueda de prensa que suscitó con
siderable revuelo y constituyó la primera grieta en la hasta
entonces intachable reputación financiera de Sindona. Cuando estalló
el escándalo, Sindona se encontraba en Madrid negociando la
adquisición del Banco Industrial.
El financiero se defendió
afirmando que Jacometti no era más que un cliente que se negaba a
devolver un préstamo de medio millón de dólares. Sin embargo, el
daño ya estaba hecho. La bolsa es un entorno en el que las
apariencias cuentan casi tanto como la realidad, y ni la realidad
ni las apariencias de Michele Sindona inspiraban demasiada
confianza. Para intentar paliar esta circunstancia, Licio Gelli me
dió para que su hermano masón Sindona adquiriera la agencia de
noticias AIPE.
No es la única cosa positiva que Sindona sacó de su pertenencia a
P2. Allí conoció a otros personajes influyentes, como el propio
Roberto Calvi. Todo ello le abrió nuevas puertas, cada vez más
influyentes, en todo el mundo, sobre todo en Estados Unidos, donde
ya contaba con contactos muy poderosos. Uno de los más destacados
era David Kennedy, secretario del Tesoro con Richard Nixon y
presidente del Continental Illinois National Bank & Trust Company.
Ambos habían sido presentados a principios de los sesenta por Dan
Porco, uno de los socios norteamericanos de Sindona.
Kennedy cayó cautivo del encanto natural de Sindona, quedando
sellada la amistad entre ambos cuando el Continental Illinois adquirió el 20 por 100 de la fraudulenta Banca Privata Finanziaria.
para devolverle el favor, Sindona nombró a Kennedy presidente de
Fasco AG. Así las cosas, y como cabía suponer, el gobierno italiano
terminó demandando, el 29 de enero de 1982, a Kennedy en Estados
Unidos por sus operaciones fraudulentas y logró que fuera condenado
al pago de una indemnización de cincuenta y cuatro millones de
dólares.
Es muy probable que a través de Kennedy Sindona conociese al
mismísimo Richard Nixon, con quien comió en diversas ocasiones. Al
parecer, Nixon apreciaba mucho el talento del italiano y lo
recomendaba a sus amistades como el asesor financiero perfecto. Sin
embargo, esta opinión debió de variar cuando acaeció
un incidente en el que Sindona a punto estuvo de meter en un aprieto
a Nixon. Todo ocurrió en 1972, cuando Sindona se presentó en el
despacho de Maurice Stans, el recaudador de fondos para la campaña
de Nixon, portando un maletín que contenía un millón de dólares en
efectivo. Stans, muy a su pesar, tuvo que rechazarlo cuando
Sindona insistió en que debía tratarse como un regalo anónimo, algo
estrictamente prohibido por la legislación electoral estadounidense.
TODOS CONTENTOS
En uno de los informes definitivos de la comisión del Parlamento
italiano que investigó en su día las actividades de Sindona se dice:
«La venta de la Societá Genérale Immobiliare (SGI, sociedad de
bienes raíces del Vaticano) señala el punto de partida de la
desmovilización financiera vaticana y de la relación, cada vez más
estrecha, entre el Istituto per le Opere di Religione (IOR) y el
sistema Sindona». Las autoridades italianas comprendieron
muy pronto que tras esta monumental operación económica no sólo
estaba la imparable ambición del banquero, sino que existía una
nueva alianza entre éste y la Santa Sede:
El efecto de la alianza, quizá convertida en simbiosis, entre el Vaticano y Sindona es doble; por una parte, legitima a Sindona en los
ámbitos interno e internacional, lo que le permite avanzar hacia su
objetivo de crear un imperio financiero; por otra, está el poder adquirido por Sindona ante las autoridades italianas, que ya no le
consideran como un banquero privado, sino como la sombra de San
Pedro. Este trasfondo es, sin duda, una de las claves para
comprender el sistema de poder de Sindona.7
A Michele Sindona la vida le sonreía. Cuando en 1972 se mudó de
Milán a Ginebra, ya figuraba como uno de los hombres más ricos del
mundo. El 17 de febrero de 1972, el Wall Street Journal le
equiparaba al Howard Hughes de Italia. En enero de 1974, John Volpe,
el embajador estadounidense en Italia, le invistió con el título
de «hombre del año» en una ceremonia que se celebró en el Grand
Hotel de Roma. Haberse convertido en «la sombra de San Pedro»
ofreció a Sindona la posibilidad real de ser el arbitro inapelable
de la economía italiana, y muy en especial de sus recovecos más
sórdidos, como los relacionados con la fuga de capitales:
Sus bancos, es decir, la Banca Unione y la Banca Privata Finan
ziaria, de cuya fusión nace en 1974 la Banca Privata Italiana, se
dedican a la exportación de capitales por cuenta de grandes,
medianos y pequeños empresarios y profesionales liberales, aterrados
por la progresiva depreciación de la lira.8
7.
Doménech Matilló, Rossend, op. cit.
8.
Ibid.
Sindona no era el único beneficiado de estas operaciones. La Santa
Sede también veía incrementado su patrimonio con cada intervención
del banquero. Lo que no se sabía en el Vaticano es que buena parte
de este dinero procedía de los amaños personales de Sindona y sus
socios sicilianos. De esta forma, Sindona siguió comprando a
precio de oro, una a una, todas las grandes empresas italianas
propiedad del Vaticano (como Condotte d'Acqua, la compañía
italiana de suministro de agua, y Cerámica Pozzi, una compañía
química y de cerámicas).9 Pablo VI pudo respirar tranquilo cuando su
socio económico adquirió los laboratorios Sereno, alejando definitivamente a la Santa Sede del negocio de los anticonceptivos.
9. DiFonzo, Luigi, op. cit.
EL PRECIO DEL PECADO
El gobierno italiano pronto comenzó a sufrir los rigores del escarmiento de Sindona y Pablo VI. En Italia se produjo una de las
mayores crisis económicas de su historia. El desempleo y la inflación se dispararon. La moneda perdía valor día a día.
Fue más o menos por aquellos días cuando Sindona, a pesar de estar
felizmente casado desde hacía muchos años, vivió un apasionado
romance con una estadounidense llamada Laura Turner. Se trataba de
una mujer muy inteligente y de gran belleza que había trabajado en
las empresas de Sindona. Destacaba por su cabello muy corto y sus
grandes ojos color avellana. Siempre habló de Sindona en los
términos más elogiosos, definiéndole como el único hombre del que
nunca se había aburrido:
Michele tenía un tremendo coraje [...]. Era un gran campeón, un
maravilloso amante y una persona amable con sus amigos. Pero, al
mismo tiempo, estaba destinado a ser algo parecido a un dios. No
vivía bajo las leyes y la moral de los otros. ¿Cómo podría? Él
estaba por encima de todos nosotros. Él era una fantasía hecha
realidad. Era como el Padrino.10
Laura sabía que su amante sólo la utilizaba para el placer y para
librarse de las tensiones de su ajetreada vida. Aun así, ella estaba
agradecida por haber compartido sus pensamientos y «la energía que
le rodeaba». Consideraba a Sindona como un hombre con un papel que
cumplir, con un destino, cuya misión era cambiar el curso de la
historia. Posiblemente lo que tanto admiraba Laura era un perfil
psicológico que reflejaba, uno por uno, todos los síntomas de la
psicopatía: una amoralidad total en la que los conceptos del bien y
del mal carecen de significado, y una falta total de remordimientos.
Pocos o ninguno debió de sentir cuando, en su calidad de asesor
financiero de la Santa Sede, recomendó a su amigo Marcinkus que
buena parte de la gran cantidad de dinero líquido del que disponía
en ese momento el IOR tras la venta de sus empresas italianas
fuera invertido en su banco suizo, el Banque de Financement en
Ginebra. Marcinkus aceptó, convirtiendo, sabiéndolo o sin saberlo,
al Vaticano en copropietario de una de las mayores «lavadoras» de
dinero negro del planeta. Eso sí, ahora aquel dinero invertido en
Suiza podría beneficiarse de la creativa contabilidad de los
empleados de Sindona.
10. Ibid.
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ALTAS FINANZAS, ALTOS DELITOS. LA INCREÍBLE HISTORIA DE LOS BONOS
FALSOS
Lo que hemos relatado hasta ahora sobre los asuntos financieros de
la Santa Sede puede resultar moralmente reprobable, pero no
delictivo. Esto iba a cambiar a principios de los setenta, cuando el
Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión y el arzobispo
Marcinkus se vieron implicados en una investigación de las auto
ridades federales estadounidenses respecto a un sórdido asunto de
falsificación de bonos.
A comienzos de la década de los setenta hubo un relevo genera
cional en la mafia. Lucky Luciano y Vito Genovese salieron de la
escena pública, siendo su lugar ocupado por Matteo de Lorenzo, Tío
Marty. De Lorenzo no era un jovencito, tenía por aquel entonces 62
años. Bajito y rechoncho, su cara afable y su predisposición a las
bromas habían conducido a más de un error fatal sobre la verdadera
peligrosidad de aquel hombre. Tío Marty constituía en sí mismo el
estereotipo del italoamericano: amante de los placeres de la vida y
siempre de buen humor. Pero la verdad era muy distinta.
Tras las
bromas y las exageradas muestras
de afecto se escondía uno de los capos más peligrosos de Estados
Unidos. Sonreía mucho, es cierto, pero también podía ordenar una
ejecución sin que aquella sonrisa se borrara de su cara. Durante
treinta años había luchado como soldado de a pie en las in
terminables guerras mafiosas. Los olores de la pólvora y la sangre
no le eran desconocidos. Habiendo empezado desde lo más bajo,
conocía todos los negocios de la mafia, los legales y los ilegales.
Uno de los hombres de confianza de Tío Marry era Vincent Rizzo (a
modo de anécdota diremos que su caracterización fue recogida en el
segundo episodio de la conocida serie de televisión Los Soprano),
que el 29 de junio de 1971 se reunió en el Hotel Churchill de
Londres con Leopold Ledi, un eficaz y discreto intermediario
financiero austríaco con un oscuro pasado de asuntos ilegales.1
Ambos hombres se conocieron gracias a la mediación del
omnipresente Michele Sindona, que estaba preparando un gran negocio
para el nuevo capo de la familia Genovese. Los dos intermediarios
estaban negociando la compra por parte del Vaticano, presuntamente
representado por Ledi, de mil millones de dólares en valores
falsificados, que serían proporcionados por el siempre complaciente
Tío Marty a través de Rizzo.
No obstante, Rizzo no estaba demasiado contento con aquella
operación. Colaborar con el Vaticano para colocar valores financieros falsificados no era su idea de un negocio claro, pero todo
aquello había venido de parte de Michele Sindona, uno de los hombres
fuertes de la familia y banquero del papa, así que no había por qué
dudar de que la Santa Sede estaba conforme con todo aquello.
1.
Hammer, Richard,
Vatican Connection: The Astonishing Account of a
Billion Dallar Counterfeit Stock Deal between the Mafia and the
Church, Holt, Rinehart &c Winston, Nueva York, 1982. (Buena parte de
la información aportada en este capítulo procede de la magnífica
investigación de Richard Hammer, antiguo reportero del New York
Times.)
DOS TIPOS DUROS
Pese a sus reticencias, Vincent Rizzo era, sin lugar a dudas, el
hombre indicado para aquel trabajo. Se trataba de un viejo
conocido del Departamento de Policía de Nueva York, donde el
expediente que contenía sus antecedentes delictivos ocupaba una
voluminosa carpeta. En su juventud había sido un ratero y ladrón de
coches de poca monta, pero con el paso de los años sus delitos
fueron cobrando importancia: contrabando, extorsión, posesión
ilícita de armas, pequeños fraudes y estafas monetarias. Sin
embargo, todo aquello representaba el pasado. Desde hacía muchos
años, Rizzo era uno de los prestamistas más conocidos y temidos de
Manhattan. Muchos habían recurrido a él, desde jugadores sin
suerte a importantes empresarios, y por elevada que fuera la
cantidad solicitada Rizzo siempre disponía de ella, a cambio de un
precio.
En cuanto a sus métodos, eran los habituales en estas circunstancias. Si el pago se demoraba más de la cuenta, una pareja de
fornidos cobradores se lo recordaba al moroso. Al segundo retraso,
los emisarios le dejaban al deudor algún que otro recuerdo doloroso
para ayudarle a meditar sobre la conveniencia de pagar a tiempo. Si
la deuda seguía sin saldarse, se daba por concluida, ya que, por lo
general, no había nadie vivo para pagarla. Con el tiempo, la
ambición de Rizzo le llevó a explorar nuevos campos en los que
probar su talento, como el tráfico de armas o de divisas y bonos
al portador falsificados.
El interlocutor de Rizzo en el Hotel Churchill no era tampoco
alguien cuya biografía fuera desdeñable. Leopoíd Ledi era el con
trapunto perfecto del rudo prestamista Rizzo. Se trataba de un
elegante austríaco de hablar pausado y modales inmejorables que, al
igual que Rizzo, también tenía un grueso expediente en la Interpol.
Sus orígenes eran humildes, de hecho trabajó algún tiempo como
carnicero y vendiendo unas brochas que él mismo patentó. Sin
embargo, se trataba de uno de esos hombres que al
final deben su fortuna o desgracia a una notable intrepidez.
A lo
largo de los años se las había ingeniado para amasar una considerable fortuna mediante negocios como el contrabando de armas, el
tráfico de drogas y los fraudes financieros, lo que le sirvió para
hacerse con una agenda de contactos en Italia que incluía todas las
esferas de la sociedad, desde el crimen organizado hasta la
política. Sus mejores amigos italianos incluían a Mario Foligni,
presidente de la compañía aseguradora Nuova Sirce, Tomasso Amato, el
abogado que se había convertido en el ángel de la guarda de los
mejores falsificadores europeos, ya fuera de obras de arte o
documentos financieros, y Remigio Begni, uno de los brokers con
menos escrúpulos de Roma.
Uno de los integrantes de este trío, Mario Foligni, estaba muy bien
relacionado en los círculos vaticanos, aquellos con los que Ledi
deseaba hacer negocios. En su entrada a los círculos internos del
Vaticano también influyó su relación con Heinrich Sauter, un
conocido «conseguidor» de la Santa Sede por cuya casa de la vía
Cassia pasaban a diario hombres de negocios en busca de
oportunidades.
Por medio de ambos, Ledi conoció a importantes
dignatarios de la Santa Sede, como el cardenal Giovanni Benelli,
sostituto de la secretaría de Estado con acceso casi diario a Pablo
VI, el cardenal Egidio Vagnozzi, jefe de la oficina de asuntos
económicos del Vaticano, el cardenal Amieto Giovanni Cicognani,
secretario de Estado emérito, y el cardenal Eugéne Tisserant, decano
del colegio de cardenales. Se ha barajado la hipótesis de que
durante aquella época Ledi trabajase para la Santa Alianza, el
servicio secreto del Vaticano.
REUNIÓN CONFIDENCIAL
Como parte de su acercamiento al mundo de los cardenales, Ledi
invitó a muchos de ellos a pasar temporadas de descanso en su
lujosa finca austríaca. Durante meses, y con mucha paciencia, el
traficante se fue ganando la confianza de sus nuevos amigos, muchos de los cuales no desconocían su turbio pasado. Así fue discurriendo todo hasta que un día la paciencia de Ledi dio sus frutos. Entre 1968 y 1969 comenzó a hacer trabajos de poca importancia
para el Vaticano, fundamentalmente en el campo de la compraventa de
obras de arte bajo la supervisión de Benelli, pero su gran
oportunidad llegaría poco después, cuando el cardenal Tisserant en
persona convocó a Ledi a su despacho para tratar un tema delicado
y urgente que requería la máxima discreción.
Durante mucho tiempo, Ledi guardó celosamente el contenido de aquella entrevista, hasta
que fue interrogado por el agente del FBI Richard Tamarro y el
detective del Departamento de Policía de Nueva York Joe Coffey.
Gracias a este interrogatorio y a la propia autobiografía de Ledi
podemos conocer lo acontecido aquel día en el despacho del
cardenal. Al parecer, éste le confesó que las finanzas de la Santa
Sede no estaban atravesando por su mejor momento. Había un agujero
considerable del que Tisserant culpaba a la mala gestión del
arzobispo Paúl Marcinkus, que habría perdido millones de dólares
de la Santa Sede en una serie de desastrosas inversiones.
Tisserant, que sabía que Ledi era un hombre de recursos curtido en
los más oscuros suburbios de la economía, decidió reunirse con él
para contarle el problema y buscar una solución. Por supuesto, en
la mente de Ledi había muchas soluciones viables e imaginativas para
solucionar el problema de la Santa Sede, aunque lo que era dudoso
es que alguna de ellas pudiera interesar a la Iglesia, ya que, por
desgracia, todas eran ilegales. Pese a todo, Tisserant dejó claro
que, tal vez, el Vaticano podría estar dispuesto a transigir mucho
más de lo que imaginaba Ledi:
—¿No tenemos entonces ninguna idea, mi amigo de Viena? Estoy
seguro de que un hombre de su experiencia y contactos debe de
conocer alguna forma de obtener valores que puedan ayudar al Va
ticano en su presente situación.
—¿De qué clase de valores estamos hablando?
—Valores de primera clase, por supuesto, acciones y bonos de grandes
compañías americanas.
—Eso estaría muy bien, desde luego, pero esa clase de valores son
extremadamente caros y muy complicados de conseguir.
—¿También si son falsos?
La sugerencia del cardenal dejó a Ledi estupefacto. Aquello era lo
último que podía esperar de ese hombre de larga barba blanca que más
bien parecía un santo. Instintivamente, Ledi miró con suspicacia a
su alrededor; luego recordó dónde se encontraba: en un despacho
del Vaticano, allí no habría micrófonos ocultos ni se abalanzaría
sobre él un pelotón de policías tan pronto como admitiese su
implicación en algo ilegal, así que decidió que había llegado el
momento de hablar seriamente de negocios.
MERCANCÍA DE PRIMERA
—¿De qué cantidad estaríamos hablando?
—Alrededor de mil millones de dólares; para ser exactos 950 millones.
Eso era mucho dinero y muchos bonos falsos. En principio, no debería
ser muy complicado conseguirlos; de cosas peores había salido
airoso anteriormente. No obstante, ciertas cosas no terminaba de
verlas claras. ¿Y si alguien descubriera lo que los cardenales se
traían entre manos? Aquello sería un escándalo de primera. Que una
empresa o una persona como Ledi fuera sorprendido en algo así era
noticia de segunda fila. Se admitiera o no, la picaresca era uno de
los ingredientes del mundo de los negocios. Pero la Iglesia... Aquello no terminaba de convencerle y así
se lo expresó al cardenal.
Éste escuchó las objeciones de Ledi, pero no pareció tomárselas
muy en serio. ¿Quién podría enterarse? ¿El FBI? ¿Las autoridades
monetarias estadounidenses? De ser así, el asunto jamás llegaría a
la prensa y se solucionaría discreta y diplomáticamente entre el
gobierno estadounidense y la Santa Sede. Si en cualquier otro
momento alguien se enterase de la existencia de estos bonos falsos,
¿quién dudaría de que el Vaticano había sido engañado por un grupo
de desaprensivos que, abusando de su buena fe, les habían colocado
aquel material falso?
Ledi comprendió que todo estaba previsto y meditado hasta el último
detalle. Así pues, sólo quedaba por discutir el punto esencial de
cualquier transacción, el precio:
—Para que una operación de este tipo tenga un mínimo de garantías
—explicó Ledi—, los títulos de los que estamos hablando deberían
corresponder a inversiones seguras, los llamados blue chips, con un
valor estable en bolsa y con una tendencia constante al aumento. Así
pues, entre los bonos y acciones que habría que falsificar debe
rían estar los de IBM, Coca-Cola, Chrysler y Boeing. ¿Cuánto estaría
dispuesto a pagar el Vaticano por esta mercancía de «primera clase»?
—El 65 por 100 de su valor nominal, es decir, 625 millones de
dólares, de los cuales habrá que descontar 150 millones en concepto
de comisión para mí y para el arzobispo Marcinkus. Eso nos deja 475
millones para usted y los que proporcionen el material.
El grado de intervención del arzobispo Marcinkus en el escándalo
de los bonos falsificados es todavía hoy materia de controversia
entre los expertos. Para muchos, es incuestionable que como
presidente del IOR tenía que estar al corriente de este trato.
Otros, como Tom Biamonte, el agente del FBI que investigó en Italia
el asunto, están convencidos de la inocencia de Marcinkus.2 (De hecho, la investigación oficial que realizó el FBI exoneró al arzobispo de todos los cargos, lo cual se contradice con la
propia rumorología vaticana, que siempre culpó al arzobispo.)
El hecho es que la mayoría de las historias sobre él [Marcinkus]
proceden del propio Vaticano. Hay allí numerosos individuos siempre dispuestos a contar a los periódicos cualquier basura sin
confirmar. Lo cierto es que la gente que debería defenderle no
movía un dedo porque eran conscientes de su falta de popularidad.
Los italianos no le soportaban. El único que le apoyó fue Juan
Pablo II. El Papa acusaba a los periodistas de estar llevando a cabo
un «brutal» ataque contra Marcinkus. Esta es una palabra
especialmente fuerte en italiano y mostraba su profundo desagrado
ante las críticas. Un prominente arzobispo se dirigió una vez al
Papa diciendo: «Hay que tener cuidado con él». El Papa le contestó
con impecable autoridad:
«Dime, si tú fueras criticado con dureza y yo tomara una acción in
mediata, ¿estarías complacido? Mientras no haya algo definitiva
mente probado contra él, permanecerá donde está».
Marcinkus no era popular. Se entendía bastante mejor con la gente
corriente porque era una persona cercana y sabía cómo hablar con
ellos. Ayudó a mucha gente en aquellos días, en especial a sacerdotes y monjas.3
2. Cornweil, John, A Thief in the Night: Life and Death in the
Vatican, Penguin Books, Nueva York, 1989.
3. Ibid.
LA CARTA DE CONFIRMACIÓN
Leopold Ledi sabía que éste era el gran negocio de su vida. Llegó a
la conclusión de que podría sacar cerca de doscientos millones de
dólares de beneficio. Aunque la operación resultase complicada, sabía cómo conseguir ese tipo de material. «Pensé de inmediato
en Ricky Jacobs, de Los Ángeles», un capo mafioso de la familia De
Lorenzo especializado en fraudes económicos.4 Fue el propio Ledi
quien, a la vista de la magnitud de la operación, decidió recurrir
a Vincent Rizzo. Sin embargo, la llegada de aquel austríaco
dispuesto a comprar mil millones en bonos falsos, según decía en
nombre de la Iglesia, levantó muchas suspicacias. Tuvo que
intervenir Michele Sindona para avalar la operación y asegurar que
Ledi aportaría documentación que corroborase ser quien decía ser y
actuar en nombre de quien decía actuar.5
Toda aquella reticencia por parte de los mafiosos era explicable. Un
perfecto desconocido como Ledi se presenta inopinadamente en Nueva
York contando una historia fantástica y proponiendo un negocio que
para el proveedor del material supone una importante inversión
previa. La falsificación no es un negocio fácil, sino que constituye
un arte complejo en el que se barajan muchos factores. Hacen falta
prensas, hábiles artesanos que manejen las planchas, comprar o
producir el tipo de papel exacto al que se pretende falsificar.
Demasiadas molestias y demasiado riesgo si el negocio no es seguro.
Así pues, la intercesión de Sindona era necesaria.
Poco a poco se fueron limando las reticencias y finalmente se acordó
un encuentro preliminar entre ambas partes en terreno neutral. El
lugar escogido fue Londres. Ledi ni tan siquiera hablaba inglés,
por lo que en la reunión del Hotel Churchill se tuvo que recurrir a
los servicios de un intérprete llamado Maurice Ajzen. Ledi acudió a
la reunión acompañado tan sólo del intérprete. Rizzo, por su
parte, acudió con otros tres miembros de la familia.6
4. Clarke, Thurston y Tigue, John J. Jr., Dirty Money: Swiss Banks,
the Mafia, Money Laundering, and White Collar Crime, Simón &
Schuster, Nueva York, 1975.
5. Williams, Paúl L., The Vatican Exposed: Money, Murder, and the
Mafia, op. cit.
6. Ledi, Leopold, Per contó del Vaticano. Rapporti con
il crimine organizzato nel racconto del faccendiere dei monsignori, Tullio
Pironri, Napóles, 1997.
Uno de ellos era Ricky Jacobs. Los otros pasaron por ser simples
matones. Ledi nunca supo que uno de esos matones era Matteo de
Lorenzo, Tío Marty, que había acudido de incógnito para supervisar
la operación.
El recelo, sobre todo por parte de los italoamericanos, podía
percibirse en el ambiente. Sin embargo, Ledi era un hombre experto y
habituado a estas situaciones; sabía dosificar los tiempos. Tenía,
además, un as en la manga. En un momento de la reunión, sacó de su
maletín una carpeta que contenía un documento que tendió a los
proveedores para que lo estudiaran:
Rome, Jun. 29. 1971.
Bajo un membrete de la Sacra Congregazione dei Religiosi, podía
leerse:
A quien pueda interesar: Tras nuestra reunión, que ha tenido lugar en el día de hoy, deseamos confirmar los siguientes puntos:
1) Es nuestra intención comprar la cantidad total de la mercancía
hasta completar los 950.000.000 $.
2) Estamos de acuerdo con los términos y fechas de la entrega, tal
como se indica a continuación:
-
9.3.71 por 100
-
10.9.71 por 200
-
10.10.71 por 200
-
10.11.71 por 250
-
10.12.71 por 200
Se entiende que los dos últimos envíos lo más probable es que puedan
hacerse juntos el 10.11.71.
3) Garantizamos que la mercancía no será revendida hasta después
del 1.6.72.
Suyo afectísimo
[Firma ilegible]
Roma, 29 de junio de 1971.
TRATO HECHO
La existencia de este documento tiene una interesante historia
detrás. El mismo 29 de junio de 1971, Ledi se reunió con Tisse
rant, esta vez acompañado del cardenal Benelli. El motivo fue la
reticencia de los mafiosos a aceptar al financiero austríaco como
intermediario, pese a los buenos oficios de Sindona. Fue allí don
de, presuntamente, se sugirió la idea de que Ledi llevase consigo un
documento confirmando la transacción, documento que se
improvisó en ese mismo momento en una hoja de papel de la Sagrada
Congregación para los Religiosos. Con esta pequeña añagaza se
pretendía calmar a los italoamerícanos mostrando la buena voluntad
del Vaticano en aquel negocio.
Rizzo examinó con suma atención el papel que tenía ante él y después
se lo pasó a Matteo de Lorenzo, uno de los supuestos matones que le
acompañaba. Ambos se miraron a los ojos y sonrieron. Aquello no era
precisamente un contrato firmado ante notario, pero unido a las
garantías que les había dado Michele Sindona se convertía en una
prueba más que suficiente como para confiar en su interlocutor.
El
clima en la habitación se había suavizado considerablemente. Ahora,
con toda amabilidad, Rizzo informaba a Ledi de que no habría
ningún inconveniente para cumplir con los plazos establecidos en
el documento. Es más, para dejar claro que eran gente seria, se
comprometían a pagar una penalización del 1 por 100 de sus
beneficios, alrededor de cuatro millones de dólares, en caso de que
hubiera algún retraso o se presentara alguna dificultad, aunque ésta
fuese fortuita. No se trataba de una práctica habitual, sino de
una muestra de buena voluntad ante un cliente tan especial como la
Iglesia.
La transacción podía comenzar. Ledi solicitó una muestra de los
bonos falsos antes de pagar un solo dólar. La falsificación viajaría
a Roma para su aprobación por los clientes del intermediario
austríaco, y si éstos daban el visto bueno la operación continuaría tal como estaba previsto. Se concertó un primer envío a
modo de muestra por valor de 14,4 millones de dólares, que los
italoamericanos entregarían en el momento acordado. Así, los
clientes podrían comprobar con sus propios ojos la calidad del
trabajo. Además, se encargarían del transporte, haciendo entrega de
la mercancía en el Hotel Cavalieri Hilton de Roma.
La reunión se cerró tras los preceptivos apretones de manos y una
invitación a cenar por parte de Ledi, que Rizzo y sus acompañantes declinaron cortésmente, ya que partían esa misma noche.
Había un gran número de preparativos que hacer.
LA PRIMERA PRUEBA
El regreso a Estados Unidos de la familia De Lorenzo supuso el
comienzo de una frenética actividad en los entornos de falsifica
dores del país. Los llamados «impresores negros», la élite de Fila
delfia, Nueva York y Los Ángeles, fueron movilizados para obtener
las muestras en un tiempo récord. Había nombres legendarios dentro
de aquel mundillo, como Louis Milo, Ely Lubin o William Benjamín.
Este último fue el encargado de dar los últimos retoques y el
aprobado final al material.
Se decidió que el primer envío de
prueba consistiría en 498 bonos de American Telephone & Telegraph
(AT&T) por valor de 4,98 millones de dólares, 259 bonos de General
Electric, valorados en 2,59 millones, 479 bonos de Pan American
World Airways por valor de 4,78 millones y 412 bonos de Chrysler
valorados en 2,06 millones.
Los bonos falsos fueron manufacturados y entregados a Ledi en Roma
por correos de la familia De Lorenzo. La muestra, posteriormente,
se llevó al cardenal Tisserant para que diera su conformidad. A
pesar de que sólo hay constancia de que se produjeron catorce
millones, muchos expertos opinan que debió de haber mucho más
material en circulación. En su día, el periodista de investigación
David Guyatt declaró ante los tribunales que aquella cantidad
representaba «la punta del iceberg».7
7. Varios autores, Everything You Know is Wrong: The Disinformation
Guide to Secrets and Lies, op. cit.
Sin embargo, Tisserant no era un experto en estos temas. Hacía falta
una prueba convincente de que los bonos podían pasar como
auténticos. Por orden del Vaticano, Mario Foligni, el presidente de
Nuova Sirce, hizo un depósito de un millón y medio de dólares en el
Handeisbank de Zúrich, abriendo una cuenta a nombre de monseñor
Mario Fornasari, un alto funcionario de la Santa Sede. Los bonos
falsos no tuvieron el menor problema para pasar la inspección de los
empleados del banco. El material era de excelente calidad.8
8. Yailop, David, op. cit.
Aun así, se decidió hacer una nueva prueba para asegurarse. Esta
vez, Foligni se dirigió al Banco de Roma e hizo un depósito de dos
millones y medio de dólares a beneficio de Alfio Marchini, propietario del Hotel Leonardo Da Vinci y uno de los mejores amigos del
arzobispo Paúl Marcinkus. Precisamente la implicación de Marchini
es uno de los indicios que hace muy difícil creer que Marcinkus no
conociera la operación. Una vez más, los empleados bancarios
dieron por buenos los documentos sin poner ninguna pega.
Fue en el momento de pagar este primer envío cuando surgieron los
primeros problemas, ya que los religiosos manifestaron que sólo
podían efectuar el pago en liras. Aquello era una contrariedad de
primer orden. Los italoamericanos se negaron. No sólo por lo
complicado que resultaba para ellos manejar, transportar y cambiar
aquella divisa extranjera, sino porque además sospechaban que
aquellas liras provenían directamente de las familias mafiosas
sicilianas, y que eran fruto de la extorsión y los secuestros;
un dinero manchado que a la larga podría traer problemas.
CON LAS MANOS EN LA MASA
Los problemas, sin embargo, no iban a venir de aquel dinero, sino de
una formalidad con la que los falsificadores no contaron. Los bancos
italianos habían dado su autorización a las operaciones, pero también habían mandado muestras de los bonos a la
Asociación de Banqueros de Nueva York para que los expertos de esta
institución, con mejor formación y medios técnicos para la detección
de falsificaciones, dictaminasen sobre su autenticidad. Y el
resultado fue negativo. Los bancos italianos recibieron la noticia
con sorpresa e incredulidad, pero hicieron lo que tenían que hacer
y pusieron el hecho en conocimiento de la Interpol.
El primero en
ser interrogado fue, lógicamente, el encargado de colocar los bonos
en ambos bancos, Mario Foligni, a quien no hubo que presionar
demasiado para que diera el nombre de Leopoíd Ledi como proveedor
del material falsificado. Además, Foligni declaró que la causa por
la que el Vaticano había adquirido aquellos bonos falsos era
permitir que Marcinkus y Sindona pudieran comprar Bastogi, una
gigantesca compañía italiana dueña de propiedades inmobiliarias,
minería y productos químicos.
Foligni, para sorpresa de todos, declaró no ser imputable, ya que,
al haber actuado en representación de la secretaría de Estado
vaticana, gozaba de inmunidad diplomática. Se libró de la cárcel,
pero Ledi no tardó en ser detenido. La historia que contó a los
funcionarios de Interpol fue la que hemos relatado hasta ahora, sin
omitir un solo nombre, ni de mafiosos, ni de eclesiásticos. Las
detenciones se sucedieron entre los falsificadores y mafiosos
estadounidenses, todos y cada uno de los cuales acabó en prisión,
excepto el pobre Louis Milo, el autor de las planchas, que fue
encontrado muerto en el maletero de su coche.
Las autoridades monetarias estadounidenses no se habían olvidado,
ni mucho menos, del Vaticano, pero tratándose de un Estado soberano
las cosas resultaban mucho más complicadas. Así, cuando tras
múltiples e infructuosos intentos de conseguir una entrevista con el
cardenal Tisserant parecían a punto de lograrlo, éste falleció de
muerte natural dejando instrucciones detalladas a sus colabora
dores sobre algunos de sus documentos personales, y muy especial
mente sus diarios, como ya se ha comentado en otro capítulo.
El 25 de abril de 1973, el cardenal Benelli recibió en la Ciudad
del Vaticano a William Lynch, jefe de la sección contra el crimen
organizado y la extorsión del Departamento de Justicia de Estados
Unidos, y a William Aronwaid, de la fuerza de choque del distrito
sur de la policía de Nueva York. Les acompañaban dos agentes del
FBI, Viamonte y Tammaro. William Lynch comentó al cardenal Benelli
los pormenores de una investigación policial entre los círculos
mafiosos de Nueva York que había conducido al Vaticano. Incluso
existía una carta presuntamente emitida por el Vaticano para
formalizar una operación ilícita.
Se supone que fue monseñor Pavel Hnilica —supuestamente relacionado con los servicios de inteligencia vaticanos— quien en su
momento avisó a Marcinkus sobre el peligro que suponía colocar en
los mercados financieros tal cantidad de títulos falsos, por mucha
protección de la Santa Sede con que se contara. Aquello suponía
enfrentarse al poderoso Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
Hnilica recordó también a Marcinkus su nacionalidad estadounidense, vigente a pesar de su pasaporte vaticano. «Si los
norteamericanos quieren, pueden pedir al Santo Padre su extradición.»
Marcinkus, en su calidad de responsable del IOR, no estaba
dispuesto a arriesgarse a ser imputado por un delito federal en su
país natal, sobre todo sabiendo la dureza con que trataban semejantes asuntos y sabiendo también que de poco iba a ayudarle el
alzacuello. Así que decidió cooperar con las autoridades y recibir
en su despacho, el 26 de abril de 1973, a los funcionarios estadounidenses que el día antes se habían entrevistado con Benelli.
ASUNTOS INSIGNIFICANTES
Durante aquella cita el arzobispo intentó derrochar encanto e
inocencia, de los que no andaba sobrado. Ofreció a sus visitantes un
par de sus carísimos habanos, que fueron rechazados con cortesía. El, en cambio, sí se encendió uno. Michele Sindona fue uno de
los primeros asuntos por los que preguntaron:
—Estoy alterado por la gravedad de las acusaciones. En vista de
ello, responderé a todas y cada una de sus preguntas lo mejor que
pueda.
—Háblenos de Michele Sindona...
—Michele y yo somos buenos amigos. Nos conocemos desde hace muchos
años. Mis asuntos comerciales con él, sin embargo, son
insignificantes. Él es, como ustedes ya sabrán, uno de los indus
triales más ricos de Italia. Está adelantado a su tiempo en lo
referente a asuntos comerciales.
—¿Y en qué consisten esos asuntos comerciales «insignificantes»?
—No creo necesario quebrantar las leyes de secreto bancario para
defenderme a mí mismo.
—Si en el futuro se hace necesario un careo entre usted y Mario
Foligni, ¿estaría dispuesto a tenerlo?
—Sí, por supuesto, siempre y cuando sea absolutamente necesario.
Espero que no lo sea.
—¿Tiene usted alguna cuenta numerada de carácter privado en las
Bahamas?
—No.
—¿Tiene usted una cuenta ordinaria en las Bahamas?
—No, tampoco.
—¿Está usted seguro, arzobispo?
—El Vaticano mantiene intereses financieros en las Bahamas, pero se
trata únicamente de negocios y transacciones como tantas otras
mantenidas por el Vaticano. No están para beneficio económico de
ninguna persona en particular.
—No, nosotros estamos interesados en las cuentas personales de
usted.
—Yo no tengo ninguna cuenta privada o personal ni en las Bahamas
ni en ningún otro lugar.
Al final del interrogatorio, Marcinkus se reafirmó en su inocencia
y en su absoluto desconocimiento de los asuntos por los que estaba
siendo interrogado. Sin embargo, los agentes federales eran
conscientes de que el arzobispo o bien les estaba mintiendo o bien
tenía una memoria extraordinariamente frágil. Sin duda, olvidaba
que desde 1971 pertenecía, junto con Michele Sindona y Roberto
Caivi, a la junta directiva del Banco Ambrosiano Transatlántico,
con sede en Nassau, capital de las Bahamas, y que era propietario
del 8 por 100 del mismo.
Con frecuencia, Marcinkus se desplazaba a
las Bahamas para alternar las reuniones de la junta directiva con
unas bien merecidas vacaciones. Eso sin olvidar que los negocios
«insignificantes» que tenía con Sindona le hacían mantener cuentas
en muchos de los bancos de su amigo.9
9. Yailop, David, op. cit.
EXTRADICIÓN FRUSTRADA
Sea como fuere, el caso es que los agentes salieron del despacho muy
poco impresionados con la sinceridad del arzobispo, tanto que
iniciaron los preparativos para un proceso de extradición. La
advertencia de monseñor Hnilica comenzaba a convertirse en profética
según las autoridades federales empezaban a tener cada vez más
interés en que aquel ciudadano estadounidense terminara declarando
ante los tribunales de su país.
Sin embargo, cuando parecía seguro que el secretario de Estado
Henry Kissinger iba a solicitar la extradición de Marcinkus, la
administración Nixon dio marcha atrás. Se han barajado varias
explicaciones para ello: presiones del lobby católico, que no
hubiera suficientes pruebas incriminatorias contra el arzobispo, no
querer enrarecer aún más el ambiente político, tras salir a la
luz el escándalo Watergate, las conexiones de Marcinkus con P2 y,
por tanto, con la Operación Gladio de la CÍA...10
10. Wiison, Robert Antón, op. cit.
La investigación
no se frustró por la falta de empeño de los agentes federales, que
se dedicaron con ahínco a esclarecer la verdad. Simplemente, fueron
un tanto ingenuos a la hora de evaluar las dificultades añadidas de
una investigación que comienza en un país y termina en otro. Al
gobierno estadounidense le pareció más conveniente pasar por alto la
implicación del Vaticano en la trama de los bonos falsos. Lo que
en principio era un asunto meramente policial, mal manejado podría
convertirse en un incidente diplomático de primer orden.
El simple hecho de que los agentes consiguieran traspasar los muros
de la Santa Sede para interrogar a algunos de sus más altos
funcionarios es una muestra de su tenacidad. Si el Vaticano hubie
ra estado en territorio estadounidense, la carta con el membrete de
la Sacra Congregazione dei Religiosi habría sido la prueba de cargo
fundamental, se habría podido interrogar a todos los miembros de
la congregación, tomar huellas de todo el mundo para contrastarlas
con las que se encontraron en el documento e incluso se habría
podido obtener una orden de registro para intentar encontrar la
máquina de escribir con que fue redactada.
El único problema
radicaba en que todo eso era imposible. Sobre la implicación de Marcinkus, William Aronwaid, uno de los investigadores del caso
que estuvo presente en la reunión en el despacho del arzobispo,
comentó al periodista de investigación David Yailop:
Lo máximo que se puede decir es que la investigación no ha re
velado pruebas concretas suficientes para confirmar o negar su im
plicación.11
11. Yailop, David, op. cit.
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