por Andreas Faber-Kaiser
1992
de
AFK Website
El investigador español
Manuel Audije -algo más que oficial de la Armada- sustenta la tesis
de que el fenómeno de la conquista de América es inexplicable bajo
la consideración de las restringidas posibilidades del invasor
español,
frente al potencial de los imperios asentados al otro lado del gran
mar.
Resultaba incomprensible -argumenta- que imperios como el azteca, de
gentes acostumbradas a privaciones y luchas por la subsistencia
durante cientos de años, sucumbieran ante el empuje de un puñado de
hombres, aunque éstos contasen con aquellos monstruos de cuatro
patas que corrían como el viento. Pero es que alguien, desde lo
alto, estaba apostando una vez más por la expansión de quienes
portaban el signo de la cruz.
La historia de los acontecimientos
humanos, de la evolución de la especie humana, está escrita
ciertamente sobre papel terrestre, pero la pluma que escribe la
sostienen en demasiadas ocasiones manos que no son de hombre.
¿Quién demonios tiene
interés en que evolucionemos de tal o cual forma? ¿Y por qué
demonios los historiadores académicos cierran sus ojos ante esta
realidad? Voy a transcribir a continuación literalmente algunos
pasajes extraídos de crónicas escritas referidas a la conquista y
colonización del continente americano.
Las crónicas seleccionadas
para este artículo (hay bastantes) más, no están escritas por cuatro
ignorantes ni desconocidos, sino por cuatro reconocidos cronistas de
la historia de España, cuales son Bernal Díaz del Castillo,
Pedro de
Valdivia, Fray Junípero Serra y Pedro de Cieza de León.
Los hombres que vinieron del cielo
Pero ya antes que ellos, el propio Colón haría alusión al hecho
de que los indios americanos parecían familiarizados con la idea de
que podían bajar figuras antropomorfas de los cielos hasta la
superficie terrestre. Así, leemos en su Diario de a bordo del primer
viaje, trascrito por Fray Bartolomé de las Casas, por cierto y cómo
no "In Nomine Domini Nostri Jesus Christi":
"Domingo 14 de
octubre de 1492. (...) Otros, cuando veían que yo curaba de ir a
tierra, se echaban a la mar y nadando venían, y entendíamos que
nos preguntaban si éramos venidos del cielo; y vino uno viejo en
el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban todos hombres
y mujeres: venid a ver los hombres que vinieron del cielo:
traedles de comer y de beber."
"Martes 6 de noviembre de 1492. (...) Dijeron que los habían
recibido con gran solemnidad según su costumbre, y todos así
hombres como mujeres los venían a ver, y aposentároslos en las
mejores casas; los cuales los tocaban y les besaban las manos y
los pies, maravillándose y creyendo que venían del cielo."
La derrota inevitable
Casi 30 años más tarde, Cortés venció a los indios, entre otras
razones, por tres para él afortunadas coincidencias (¿o no tanto?)
que marcaron el ánimo del indígena con la propia convicción de su
derrota inevitable: el emblema de Cortés era la cruz, que para el
indio era
emblema de Quetzalcóatl, el dios-serpiente portador de
plumas que denotaban su facultad de moverse por el aire instructor
descendido y regresado a las alturas estelares; los hombres de
Cortés eran además de tez blanca y barbudos, como los dioses que
referían las leyendas indias, y por ende Hernán Cortés desembarcó en
el año 1519, que era el año I Acatl, el año consagrado a
Quetzalcóatl.
Por su parte, el cronista de Cortés, Bernal Díaz del Castillo,
refiere en su obra Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, en su capítulo CI (Cómo el gran Moctezuma con muchos
caciques y principales de la comarca dieron
la obediencia a su majestad, y de otras cosas que sobre ello
pasaron):
"Y diré que en la
plática que tuvo el Moctezuma con todos los caciques de toda la
tierra que había enviado a llamar, que después que les había
hecho un parlamento sin estar Cortés ni ninguno de nosotros
delante, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que
mirasen que de muchos años pasados sabían por cierto, por lo que
sus antepasados les habían dicho, es así lo tiene señalado en
sus libros de cosas de memorias, que de donde sale el Sol habían
de venir gentes que habían de señorear estas tierras, y que él
tiene entendido, por lo que sus dioses le han dicho, que somos
nosotros."
De esta guisa es fácil
conquistar y vencer. Máxime cuando además, coincidiendo con la
llegada de estos que venían de donde sale el Sol, se plantan en el
aire objetos voladores que confirman que ellos son los anunciados
por la tradición de
los antiguos para tomar el relevo del mando de aquella zona del
planeta.
OVNIS durante la conquista
Así lo leemos en el capítulo CCXII (De las señales y planetas que
hubo en el cielo de la Nueva España antes de que en ella entrásemos,
y pronósticos de declaración que los indios mexicanos hicieron,
diciendo sobre ellos y de una señal que hubo en el cielo, y otras
cosas que son de traer a la memoria) de la misma obra de Bernal Díaz
del Castillo:
"Dijeron los indios
mexicanos, que poco tiempo había, antes que viniésemos a la
Nueva España, que vieron una señal en el cielo que era como
verde y colorado y redonda como una rueda de carreta"
El cronista español está
empleando exactamente la misma expresión que para dicho fenómeno
emplearon el historiador italiano Leone Cobelli para el objeto que
sobrevoló en agosto de 1487 la villa de Forli, y el autor chino de
la obra Notas sobre el cielo para los objetos que los días 16 y 17
de julio del año Dingchou sobrevolaron las regiones orientales del
imperio de los hijos del cielo,
"y junto a la señal
vino otra raya y camino de hacia donde sale el Sol y se venía a
juntar con la raya colorada; y Moctezuma, gran cacique de
México, mandó llamar a sus papas y adivinos, para que mirasen
aquella cosa y señal."
Más adelante, continúa:
"Nosotros nunca las
vimos, sino por dicho de mexicanos lo pongo aquí, porque así lo
tienen en sus pinturas, las cuales hallamos verdaderas. Lo que
yo ví y todos cuantos quisieron ver, en el año veinte y siete"
(1527) "estaba una señal del cielo de noche a manera de espada
larga, como entre el río Pánuco y la ciudad de Texcoco, y no se
mudaba del cielo, a una parte ni a otra, en más de veinte días."
¿Me quieren explicar los
doctores de la ciencia, que tanto gustan de atribuir los
avistamientos de OVNIs a fenómenos atmosféricos inusuales y
globos-sonda (en el mejor de los casos) a qué tipo de fenómeno
atmosférico inusual obedece la
presencia de una forma de espada larga a relativamente baja altura
(localizada entre dos puntos geográficos concretos de México) y en
posición fija durante más de veinte días?
Porque globos-sonda y
chatarra de satélites en el siglo XVI, no
cuela. Y meteoritos en posición fija, menos. Pero no cierren los
ojos, porque ahí está el testimonio. Por favor, una respuesta
coherente de la comunidad científica académica. Si la tienen, tienen
también la obligación de comunicarla.
Y si no la tienen, deberían de poseer la suficiente humildad y rigor
científico como para abstenerse de negar aquello que no han
investigado. Por ende, quiero recordar que esta misma espada aérea
fue lo que ya notificó encima de Jerusalén
y fija durante un período de un año entero el historiador Flavio Josefo, amén de otros casos históricos en que se vieron formas de
cruces (=espadas) en el cielo.
Apariciones enigmáticas
Pero continuemos con el testimonio del cronista español
Bernal
Díaz del Castillo. En le capítulo XCIV (Cómo fue la batalla que
dieron los capitanes mexicanos a Juan de Escalante, y cómo le
mataron a él y el caballo y a otros seis soldados, y muchos amigos
indios totonacas que también allí murieron), relata cómo la
aparición de una enigmática figura decide la victoria a favor de los
españoles (a quienes los indios llaman teules´):
"Y preguntó
Moctezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que
cómo no vencieron a tan pocos teules. Y respondieron que no
aprovechaban nada sus varas y flechas y buen pelear; que no les
pudieron hacer retraer, porque una gran tecleciguata de Castilla
venía delante de ellos, y que aquella señora ponía a los
mexicanos temor, y decía palabras a sus teules que los
esforzaba; y el Moctezuma entonces creyó que aquella gran señora
que era Santa María y la que le habíamos dicho que era nuestra
abogada, que de antes dimos al gran Moctezuma con su precioso
Hijo en brazos."
El caso de la Virgen no
es aislado, sino que otra figuras misteriosas y caídas del cielo
ayudaron a convencer al indio de que no tenía nada que hacer contra
el invasor. Y, ¡asómbrate lector!, vuelve a hacer su aparición aquí
en apoyo de la cruzada cristiana aquel blanco caballero que sobre
corcel blanco pasaba por San Jorge en la lejana Europa, en los
enfrentamientos con los moros.
Así el extremeño Pedro de Valdivia relata lo siguiente en carta
dirigida a Carlos I de España y V de Alemania, y refiriéndose a un
ataque de los nativos contra su fuerte establecido en lo que hoy es
tierra chilena, en el año 1541:
"Y parece nuestro
Dios quererse servir de su perpetuación para que sea su culto
divino en ella honrado y salga el diablo de donde ha sido
venerado tanto tiempo; pues según dicen los indios naturales,
que el día que vinieron sobre este nuestro fuerte, al tiempo que
los de a caballo arremetieron contra ellos, cayó; en medio de
sus escuadrones un hombre viejo en un caballo blanco e les dixo:
Huid todos, que os matarán estos cristianos, y que fue tanto el
espanto que cobraron, que dieron a huir."
"Dixeron más: que
tres días antes, pasado el río Biubiu para venir sobre nosotros,
cayó una cometa entre ellos, un sábado a medio día, y desde el
fuerte donde estábamos la vieron muchos cristianos ir para allá
con muy mayor resplandor que otras cometas salir, e que caída,
salió della una señora muy hermosa, vestida también de blanco, y
que les dixo: Serví a los cristianos, y no vais contra ellos,
porque son muy valientes y os matarán a todos.´ E como se fue de
entre ellos, vino el diablo, su patrón, y los acabdilló,
diciéndoles que se juntasen muy gran multitud de gente, y que él
vendría con ellos, porque en viendo nosotros tantos juntos, nos
caeríamos muertos de miedo."
Con ligerísimas
variaciones en la forma de exposición, se encuentra este mismo
relato en la relación de hechos y noticias que Pedro de Valdivia
envía a sus apoderados en la Corte. Con gran lucidez dice ahí el
cronista, refiriéndose a la nueva tierra:
"Paresce tenerla
nuestro Dios de su mano y servirse de nosotros en la conquista y
perpetuación della."
Pero, bueno, doctos de
la ciencia, todo esto no son más que tonterías, ganas de tomarle el
pelo a Carlos I por parte de quienes se estaban dejando la piel en
América. ¿Cómo iban a ver los indios bajar ante sus narices al mismo
caballo blanco que a decenas de miles de kilómetros de distancia
descendía igualmente entre moros y cristianos? ¡Pero hombre, por
favor, no seas iluso! ¿Cómo van a bajar caballos blancos del cielo?
¿No ves que esto es imposible? Pues la historia de España dice que
sí, que bajan. Y así les fue a moros y a indios.
Porque alguien a quien no conocemos tuvo la imperiosa necesidad de
que la cruz dominara sobre parte del planeta.
La cristianización programada
Y ya que hablamos de la cruz, qué mejor que un fraile en América
para seguir explicando cosas que no pueden ser, pero que fueron.
Fray Junípero Serra fundó en la sierra de Santa Lucía, a unos cien
kilómetros de Monterrey, una de sus
misiones cristianas. Para dicha fundación, los misioneros contaron
con una curiosa ayuda: la de una anciana indígena, bautizada más
tarde y que recibió el nombre de Agueda, que se presentó a los
sorprendidos misioneros pidiéndoles que
le administrasen el sacramento del bautismo.
Preguntada acerca de
las razones que la impulsaban a esta decisión, la futura Agueda
comenzó a relatar esta fantástica historia:
Cuando ella era aún
niña, oyó referir a sus padres que en cierta ocasión habían
llegado a aquella tierra dos hombres blancos cuyas vestiduras,
por la descripción que de las mismas le habían hecho sus padres,
eran similares a las de los religiosos que acababan de llegar.
Además, lo que dijeron aquellos dos hombres se parecía a lo que
predicaban los nuevos frailes.
Solamente había entre ellos una
diferencia: los dos hombre que habían llegado por lo menos cien
años antes que Fray Junípero, no lo habían hecho a pie, ni a
caballo, sino que llegaron volando: cayeron de arriba, de las
alturas. Se establecieron en el poblado y permanecieron allí por
algún tiempo. No dando crédito a sus oídos, los frailes
recabaron cuanta información pudieron entre los demás
componentes de aquel grupo de indígenas. Lo cual les llevó a
verificar que aquel suceso permanecía vivo en la memoria de
aquel pueblo como parte de su legado histórico.
El establecimiento por
parte de los habitantes del poblado de una posible conexión entre
los recién llegados misioneros y los dos hombres que según
referencias de sus antepasados habían llegado volando, y cuya
memoria fue revitalizada gracias al relato de la anciana Agueda,
constituyó un factor decisivo para que todos los integrantes de
aquella comunidad indígena
solicitaran recibir el bautismo.
Más adelante, Fray Junípero volvería a ser testigo de otro episodio
que nos lleva a pensar que hubo una preparación previa del terreno
para cuando llegara el momento oportuno. Resulta que el día 6 de
agosto de 1772, un reducido grupo
mixto integrado por Fray Pedro Cambón, Fray Angel Somera y diez
soldados, bajo las órdenes de Fray Junípero Serra, llegaba al río de
los Temblores, después de caminar 40 leguas al norte desde la ciudad
de San Diego, en la California
septentrional.
Una vez elegido el sitio adecuado para erigir la cruz
que presidiese aquel lugar, y en el preciso instante en que se
disponían a clavarla en el suelo, un considerable número de
indígenas manifestó su presencia profiriendo gritos y amenazas. La
situación se estaba poniendo fea para el reducido número de
cristianos, cuando uno de los misioneros tuvo una idea que les
salvaría la vida.
En esta ocasión, su fe
movió montañas (o lo que es lo mismo, redujo a corderos a los fieros
nativos). Al fraile se le ocurrió sacar del escaso equipaje que
llevaban un cuadro de la Virgen de los Dolores, y exponerlo a la
vista del enemigo. El resultado fue absolutamente sorprendente: los
gritos y los gestos amenazadores cesaron bruscamente. En silencio,
aquel grupo de nativos fue acercándose al sitiado grupo de hombres
de armas y cruz.
Uno a uno, los indígenas se inclinaron, en muestra
evidente de respeto y sumisión, al tiempo que fueron depositando
junto al cuadro todos cuantos objetos de valor adornaban sus
cuerpos, amén de sus armas, arcos y flechas que momentos antes
empuñaban amenazadoramente. ¿Qué significaba para aquellos indios la
visión de esta Virgen? No lo sabemos. Pero todo parece indicar que
reaccionaron a un estímulo previamente inducido a la vista de una
imagen similar.
El hombre resplandeciente
Ciertamente se prodigaron en tierras americanas las ayudas
extrahumanas a quienes portaban el signo de la cruz. Así, también
Pedro de Cieza de León escribe en el siglo XVI, en el capítulo CXVII
de La crónica del Perú, que el clérigo Marcos Otazo, vecino de
Valladolid, le narró la siguiente vivencia:
"Estando yo en este
pueblo de Lampaz, un jueves de la Cena vino a mí un muchacho mío
que en la iglesia dormía, muy espantado, rogando me levantase y
fuese a baptizar a un cacique que en la iglesia estaba hincado
de rodillas delante de las imágenes, muy temeroso y espantado;
el cual estando la noche pasada, que fue miércoles de Tinieblas,
metido en una guaca, que es donde ellos adoran, decía haber
visto a un hombre vestido de blanco, el cual le dijo que qué
hacía allí con aquella estatua de piedra. Que se fuese luego, y
viniese para mí a se volver cristiano.
Y cuando fue de día yo me
levanté y recé mis horas, y no creyendo que era así, me llegué a
la iglesia para decir misa, y lo hallé de la misma manera,
hincado de rodillas. Y como me vio se echó a mis pies rogándome
mucho le volviese cristiano, a lo cual le respondí que sí haría,
y dije misa, la cual oyeron algunos cristianos que allí estaban;
y dicha, lo bapticé, y salió con mucha alegría, dando voces,
diciendo que él era cristiano, y no malo, como los indios."
(...)
"Muchos indios se
volvieron cristianos por las persuasiones de este nuevo
convertido. Contaba que el hombre que vio estando en la guaca o
templo del diablo era blanco y muy hermoso, y que sus ropas
asimismo eran resplandecientes."
Se parece
sospechosamente a los dos que 16 siglos antes habían entrado
descendidos del cielo en el sepulcro previsto para Jesús.
Más ayuda celestial
Finalmente, en el capítulo CXIX de la misma
Crónica del Perú,
Pedro Cieza de León escribe:
"Cuando en el Cuzco
generalmente se levantaron los indios contra los cristianos no
había más de ciento y ochenta españoles de a pie y de caballo.
Pues estando contra ellos Mango inga, con más de doscientos mil
indios de guerra, y durante un año entero, milagro es grande
escapar de las manos de los indios; pues algunos de ellos mismos
afirman que vían algunas veces, cuando andaban peleando con los
españoles, que junto a ellos andaba una figura celestial que en
ellos hacía gran daño, y vieron los cristianos que los indios
pusieron fuego a la ciudad, el cual ardió por muchas partes, y
emprendiendo en la iglesia, que era lo que deseaban los indios
ver deshechos, tres veces lo encendieron, y tantas se apagó de
suyo, a dicho de muchos que en el mismo Cuzco dello me
informaron, siendo en donde el fuego ponían, paja seca sin
mezcla alguna."
La constante de los
protectores celestes
Finalmente creo interesante para el objeto de este artículo, añadir
aún algunos casos de manifestaciones de seres sobrehumanos en otras
latitudes del planeta, referidos por cronistas que no tenían
conexión con los indios americanos. Así
por ejemplo, una antigua narración de
la
isla de Pohnpei en la
Micronesia, cuenta lo siguiente, con motivo de haberse enfrentado en
combate los habitantes de la región de Palikir con los de Matolenim,
en esta minúscula isla del Pacífico:
"En el fragor de la lucha fueron muertos también muchos de los
hombres de Palikir. Entonces elevaron oraciones rápidamente a un
espíritu llamado Sanoro.
Su oración halló eco en el espíritu. Puesto que cuando sucumbieron
en la lucha, el espíritu hizo aparecer rápidamente a una mujer entre
los combatientes de Palikir. La mujer era tremendamente grande.
Extendió entonces su cabellera y cubrió con ella a la gente de
Palikir.
En cuanto los hombres de Matolenim vieron a la mujer que se
había alzado entre los de Palikir, los brazos les comenzaron a
pesar, y contemplaron extasiados sin poderse mover a la mujer que se
encontraba
entre la gente de Palikir. Entonces los hombres de Palikir se
abalanzaron rápidamente sobre los de Matolenim y los mataron a
todos."
También en Europa
Y si asombrosa es la similitud de esta figura sobrehumana que
ayuda a uno de los dos bandos en el otro extremo del Pacífico, con
las apariciones sobrehumanas que vimos apostaban por uno de los
bandos en las luchas de cristianos contra indios en América, no
menos asombrosa es la constatación de que lejos del Pacífico y de
América, en plena Europa, el mismo fenómeno también se prodigaba.
Veamos algún ejemplo, si bien insisto en que hay muchísimos más.
Vayamos al Mediterráneo, en donde veremos el mismo fenómeno
representado por la popular figura de san Jorge, que pertenece al
grupo de los santos caballeros y soldados que desde el cielo
ayudaron a los creyentes cristianos en sus luchas, en especial
cuando combatían a los llamados infieles.
Entre ellos hay que
contar con san Miguel y san Magín, que tanto protegieron los
intereses de Carlomagno. Los guerreros catalanes, antes de emprender
alguna lucha, se encomendaban a san Jorge al igual que los guerreros
de Palikir se encomendaron a Sanoro, y obtuvieron gran protección al
igual que aquellos, particularmente en ocasiones en que luchaban
contra los musulmanes.
Así, cuando los árabes hubieron conquistado la ciudad de Barcelona y
ésta hubo quedado arrasada, el conde Borrell II se reorganiza en la
cercana población de Manresa. Con muy exiguas fuerzas decide volver
sobre Barcelona, para intentar su
reconquista prácticamente imposible. Mas, al llegar, no tardaron en
fijarse en un apuesto guerrero que galopaba entre las nubes y que
esgrimía un rayo por arma, con el cual sembró la muerte y el terror
entre los moros que caían a millares o huían a todo correr.
Desaparecido el misterioso caballero, al que nadie conocía, los
hombres de Borrell II y Catalunya entera lo tomaron por patrón, y la
cruz que lucía en su vestimenta pasó a formar parte del escudo de
Barcelona y de muchas otras ciudades y pueblos.
En mis libros Las nubes
del engaño y El muñeco humano aporto más intervenciones de este
caballero que defiende a cristianos contra moros ayudando a Jaime I
el Conquistador en la conquista de Mallorca, y a los alcoyanos en la
defensa de su ciudad, amén de otros casos similares, en que
determinada aparición celeste o sobrehumana actúa
en defensa de determinado bando de la lucha, en distintos lugares y
épocas.
Y en la época romana
Finalizaré aquí este breve repertorio con un caso extraído de la
historia de Roma, por cuanto también aquí, al igual que en la
narración de la
isla de Pohnpei, la divinidad implorada acude a la
llamada en auxilio del solicitante.
El personaje invocado aquí es Cástor.
Efectivamente, en el año 498 antes de JC, el exiliado Tarquino se
encaminó sobre Roma, con la intención de aplastarla con aliados de
treinta y seis ciudades de la Liga latina conducidos por Octavio Manilio. La batalla se libró junto al lago
Regilo, cerca de la actual Frascati. Cuando al cabo de algunas horas
parecía decantarse cierta ventaja en favor de los etruscos, que
consiguieron empujar a los romanos, Aulio Postumio, en su
desesperación, prometió un templo a Cástor si
éste intercedía en la lucha.
Repentinamente, en una violenta carga
contra el enemigo, se colocaron a la cabeza de la caballería dos
extraños y apuestos jinetes de una estatura superior a la humana,
que de inmediato se pusieron a dirigir la por ende victoriosa carga.
Fueron solamente algunos ejemplos. Los suficientes, creo, para esta
conclusión:
dado que los relatos que nos refieren los cronistas de
la conquista de América difieren poco o nada, en algunos casos, de
otros testimonios similares recogidos en todas las épocas y en
muchos lugares del planeta por otros historiadores, creo que cabe
poca duda acerca de la observación de que alguien está encauzando
desde siempre, sin preguntárnoslo, nuestro destino.
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